SOBRE LA TIRANÍAVEINTE LECCIONES DEL SIGLO VEINTE TIMOTHY SNYDER Traducción de ASS Bogotá, Colombia 9 de abril de 2017 En política, ser engañado no es excusa. Leszek Kołakowski 1. No obedezcas por adelantado 2. Defiende las instituciones 3. Ten cuidado con el estado de partido único 4. Hazte responsable de cara al mundo 5. Recuerda la ética profesional 6. Ten cuidado con los paramilitares 7. Reflexiona, si debes ir armado 8. Destácate 9. Cuida nuestro lenguaje 10. Cree en la verdad 11. Investiga 12. Haz contacto visual y charla con la gente 13. Practica la política corporal 14. Haz una vida privada 15. Contribuye a buenas causas 16. Aprende de gente de otros países 17. Presta atención a las palabras peligrosas 18. Mantén la calma cuando llegue lo inimaginable 19. Sé patriota 20. Sé tan valiente como puedas Prólogo La historia y la tiranía La historia no se repite, pero sí instruye. Cuando los Padres Fundadores debatieron nuestra Constitución, tomaron instrucción de la historia que conocían. Preocupados porque se derrumbara la república democrática que imaginaban, contemplaron la degeneración de las repúblicas y democracias antiguas en oligarquía e imperio. Sabían que Aristóteles advirtió que la desigualdad provocaba inestabilidad y que Platón creía que los demagogos explotaban la libertad de expresión para instalarse como tiranos. Al fundar una república democrática basada en el derecho y establecer un sistema de frenos y contrapesos, los Padres Fundadores intentaron evitar el mal que ellos, así como los filósofos antiguos, llamaban tiranía. Tenían en mente la usurpación del poder por un solo individuo o un grupo, o la transgresión de la ley por parte de los gobernantes en su propio beneficio. Gran parte del debate político posterior en Estados Unidos se ha relacionado con el problema de la tiranía en la sociedad estadounidense: sobre los esclavos y las mujeres, por ejemplo. Una importante tradición estadounidense es entonces considerar la historia cuando nuestro orden político parece estar en peligro. Si hoy nos preocupa que el experimento estadounidense esté amenazado por la tiranía, podemos seguir el ejemplo de los Padres Fundadores y contemplar la historia de otras democracias y repúblicas. La buena noticia es que podemos recurrir a ejemplos más recientes y relevantes que los de Grecia y Roma antiguas. La mala noticia es que la historia de la democracia moderna es también de ocaso y decadencia. Desde que las colonias americanas declararon su independencia de una monarquía británica que los Fundadores juzgaban tiránica, en la historia europea se han vivido tres principales momentos democráticos: después de la Primera Guerra Mundial en 1918, después de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y después del fin del comunismo en 1989. Muchas de las democracias fundadas en esas coyunturas fracasaron, en circunstancias que en algunos aspectos importantes se parecen a las nuestras. La historia puede familiarizar y advertir. A finales del siglo XIX, igual que a finales del siglo XX, la expansión del comercio internacional generó expectativas de progreso. A comienzos del siglo XX, igual que a comienzos del XXI, esas esperanzas fueron desafiadas por nuevas visiones de la política de masas, en la que un líder o un partido pretendía representar directamente la voluntad del pueblo. Las democracias europeas cayeron en el fascismo y en el autoritarismo de derecha en los años veinte y treinta. La Unión Soviética comunista, creada en 1922, extendió su modelo a Europa en los cuarenta. La historia europea del siglo XX nos muestra que las sociedades pueden romperse, las democracias decaer, la ética colapsar y los hombres comunes encontrarse ante fosas de la muerte con armas en la mano. Hoy bien nos serviría saber por qué. Tanto el fascismo como el comunismo fueron respuestas a la globalización: a las desigualdades reales y percibidas que creó, y a la clara impotencia de las democracias para enfrentarlas. Los fascistas rechazaron la razón en nombre de la voluntad, negaron la verdad objetiva en favor de un mito glorioso propagado por líderes que decían dar voz al pueblo. Enfrentaron la globalización argumentando que sus complejos desafíos eran el resultado de una conspiración contra la nación. Los fascistas gobernaron una o dos décadas, y dejaron atrás un legado intelectual intacto que se vuelve más relevante cada día. Los comunistas gobernaron más tiempo, casi siete décadas en la Unión Soviética, y más de cuatro en buena parte de Europa Oriental. Se propusieron gobernar mediante una élite de partido disciplinada, con el monopolio de la razón, que guiaría la sociedad hacia un futuro cierto, según leyes supuestamente fijas de la historia. Podríamos sentirnos tentados a pensar que nuestra herencia democrática nos protege automáticamente de tales amenazas. Este es un reflejo equivocado. De hecho, el precedente establecido por los Fundadores exige que examinemos la historia para entender las fuentes profundas de la tiranía, y para considerar las respuestas apropiadas. Los estadounidenses de hoy no son más sabios que los europeos que vieron ceder la democracia ante el fascismo, el nazismo o el comunismo en el siglo XX. Nuestra única ventaja es que podríamos aprender de su experiencia. Ahora es un buen momento para hacerlo. Este libro presenta veinte lecciones del siglo XX, adaptadas a las circunstancias actuales. 1 No obedezcas por adelantado La mayor parte del poder del autoritarismo se concede libremente. En épocas como esta, los individuos piensan por adelantado qué desearía un gobierno más represivo, y luego se lo entregan sin mediar consulta. Un ciudadano que se adapta de esta manera le enseña al poder qué puede hacer. La obediencia anticipada es una tragedia política. Quizá los gobernantes al inicio no sabían que los ciudadanos estaban dispuestos a sacrificar este valor o aquel principio. Quizá un nuevo régimen no tuviera al inicio los medios directos para influir en los ciudadanos de una u otra manera. Después de las elecciones alemanas de 1932, que permitieron que Adolf Hitler formara un gobierno, o de las elecciones checas de 1946, en las que ganaron los comunistas, el siguiente paso crucial fue la obediencia anticipada. Debido a que, en ambos casos, muchas personas cedieron voluntariamente sus servicios a los nuevos líderes, los nazis y los comunistas entendieron que podían avanzar rápidamente hacia un cambio total del régimen. Los actos imprudentes iniciales de conformidad ya no se podían revertir. A comienzos de 1938, Adolf Hitler, ya firmemente en el poder en Alemania, amenazó con la anexión de su vecina Austria. Después de que el canciller austriaco la aceptó, fue la obediencia anticipada de los austriacos la que decidió el destino de los judíos austriacos. Los nazis locales capturaron judíos y los obligaron a limpiar calles para eliminar los símbolos de Austria independiente. Algo esencial: gente que no era nazi miraba con interés y diversión. Los nazis que tenían listas de propiedades de judíos robaban lo que podían. Además, personas que no eran nazis participaron en el robo. Como recordó la teórica política Hannah Arendt: “cuando las tropas alemanas invadieron el país y los vecinos gentiles iniciaron disturbios en hogares judíos, los judíos austriacos se empezaron a suicidar”. La obediencia anticipada de los austriacos en marzo de 1938 enseñó a los dirigentes nazis qué era posible. Fue en Viena, en agosto, donde Adolf Eichmann estableció la Oficina Central para la Emigración Judía. Y en noviembre de 1938, después del ejemplo austriaco de marzo, los nazis alemanes organizaron el pogromo nacional conocido como la “Noche de los cristales rotos”. En 1941, cuando Alemania invadió la Unión Soviética, las SS tomaron la iniciativa de idear métodos de asesinato masivo sin tener órdenes. Adivinaron lo que sus superiores querían y demostraron que era posible. Era mucho más de lo que Hitler había pensado. Al principio, la obediencia anticipada significa adaptarse instintivamente, sin reflexionar, a una nueva situación. ¿Solo los alemanes hacen tales cosas? El psicólogo de Yale Stanley Milgram, contemplando las atrocidades nazis, quiso mostrar que había una personalidad autoritaria particular que explicaba por qué los alemanes se comportaron de ese modo. Ideó un experimento para probar esa suposición, pero no obtuvo permiso para realizarlo en Alemania. Entonces lo emprendió en 1961, en un edificio de la Universidad de Yale, casi al mismo tiempo que Adolf Eichmann era juzgado en Jerusalén por su participación en el holocausto de los judíos. Milgram dijo a sus sujetos (algunos estudiantes de Yale y algunos residentes en New Haven) que aplicarían un choque eléctrico a otros participantes en un experimento sobre aprendizaje. De hecho, la gente atada a los alambres al otro lado de una ventana sabía en qué consistía el experimento, y solo fingía recibir el choque. Cuando los sujetos (eso pensaban ellos) daban choques a los participantes (eso pensaban que eran esas personas) en un experimento de aprendizaje, observaron algo terrible. Personas a las que no conocían, y contra las que no tenían queja, parecían sufrir mucho, golpeaban el cristal y se quejaban de dolor en el corazón. Aun así, la mayoría de los sujetos siguió las instrucciones de Milgram y siguió aplicando choques cada vez más intensos (o eso creían) hasta que las víctimas parecían morir. Incluso quienes no prosiguieron hasta el asesinato (aparente) de humanos semejantes salieron sin preguntar por la salud de los demás participantes. Milgram comprendió que las personas son muy receptivas a nuevas reglas en un nuevo ambiente. Están sorprendentemente dispuestas a lastimar y matar a otras al servicio de un nuevo propósito si son instruidas por una nueva autoridad. “Encontré tanta obediencia”, recordó Milgram, “que no vi la necesidad de repetir el experimento en Alemania”. 2 Defiende las instituciones Las instituciones son lo que nos ayuda a preservar la decencia. También necesitan nuestra ayuda. No hables de “nuestras instituciones” a menos que las hagas tuyas actuando en su nombre. Las instituciones no se protegen a sí mismas. Caen una tras otra a menos que cada una sea defendida desde el comienzo. Elije entonces una institución que te preocupe –un tribunal, un periódico, una ley, un sindicato– y ponte de su lado. Tendemos a suponer que las instituciones se mantendrán automáticamente a sí mismas incluso contra los ataques más directos. Este fue el mismo error que algunos judíos alemanes cometieron con Hitler y los nazis después de que formaron un gobierno. El 2 de febrero de 1933, por ejemplo, un importante periódico para judíos alemanes publicó un editorial que expresaba esta errónea confianza: No compartimos la opinión de que el señor Hitler y sus amigos, ahora finalmente en posesión del poder que tanto han deseado, impondrán las propuestas que circulan en [periódicos nazis]; no privarán súbitamente a los judíos alemanes de sus derechos constitucionales, ni los encerrarán en guetos, ni los someterán a los impulsos celosos y asesinos de la multitud. No pueden hacerlo porque una serie de factores cruciales mantienen el poder bajo control [...] y claramente ellos no desean seguir ese camino. Cuando se actúa como una potencia europea, toda la atmósfera tiende a la reflexión ética sobre el mejor ser personal y se aleja de la actitud oposicionista anterior. Esa era la opinión de muchas personas razonables en 1933, tal como es hoy la opinión de muchas personas razonables. El error es suponer que los gobernantes que llegaron al poder a través de las instituciones no pueden cambiarlas o destruirlas; aunque eso es exactamente lo que hayan anunciado que harán. Los revolucionarios a veces intentan destruir las instituciones de una sola vez. Este fue el enfoque de los bolcheviques rusos. A veces las instituciones son privadas de vitalidad y de funciones, se convierten en un simulacro de lo que una vez fueron, para que se ciñan al nuevo orden en vez de oponérsele. Esto es que los nazis llamaron Gleichschaltung. Tomó menos de un año consolidar el nuevo orden nazi. A finales de 1933, Alemania se había convertido en un estado de partido único en el que las principales instituciones habían sido humilladas. Ese noviembre, las autoridades alemanas realizaron elecciones parlamentarias (sin oposición) y un referendo (sobre un tema del que se sabía la respuesta “correcta”) para confirmar el nuevo orden. Algunos judíos alemanes votaron como deseaban los líderes nazis con la esperanza de que ese gesto de lealtad los vinculara al nuevo sistema. Esa fue una esperanza vana. 3 Ten cuidado con el estado de partido único Los partidos que rehicieron estados y suprimieron rivales no eran omnipotentes desde el inicio. Explotaron un momento histórico para hacer imposible la vida política de sus oponentes. Por ello, apoya el sistema multipartidista y defiende las reglas de las elecciones democráticas. Vota en las elecciones locales y estatales mientras puedas. Considera ser candidato. Tomás Jefferson quizá nunca dijo que “la vigilancia eterna es el precio de la libertad”, pero otros estadounidenses de su época sí lo dijeron. Cuando hoy pensamos en esta máxima, imaginamos nuestra adecuada vigilancia dirigida hacia el exterior, contra otros, equivocados y hostiles. Nos vemos como una ciudad en la colina, como un bastión de la democracia, vigilando amenazas que vienen del extranjero. Pero el sentido de esa máxima era totalmente diferente: que la naturaleza humana es tal que la democracia estadounidense debía ser defendida de estadounidenses que explotarían sus libertades para lograr sus fines. El abolicionista estadounidense Wendell Phillip dijo, de hecho, que “la vigilancia eterna es el precio de la libertad”. Y añadió: “el maná de la libertad popular se debe recoger cada día o se pudre”. El registro de la democracia europea moderna confirmó la sabiduría de esas palabras. El siglo XX vio serios intentos de ampliar el derecho al sufragio y establecer democracias duraderas. Sin embargo, las democracias que surgieron después de la Primera Guerra Mundial (y de la Segunda) a menudo se derrumbaron cuando un partido único se tomó el poder mediante alguna combinación de elecciones y golpe de estado. Un partido envalentonado por un resultado electoral favorable o motivado por la ideología, o por ambas cosas, podía cambiar el sistema desde dentro. Cuando los fascistas, los nazis o los comunistas obtuvieron buenos resultados en las elecciones de los años treinta o cuarenta, lo que siguió fue una combinación de espectáculo, represión y tácticas de salami: rebanar las capas de opositores una por una. La mayor parte de las personas se distraía, algunas fueron encarceladas y otras, eliminadas. El héroe de una novela de David Lodge dice cuando se hace el amor por última vez no se sabe que se está haciendo el amor por última vez. Votar es algo semejante. Algunos alemanes que votaron por el partido nazi en 1932 sin duda entendían que esa podría ser la última elección libre durante algún tiempo, pero la mayoría no lo imaginó. Algunos de los checos y eslovacos que votaron por el partido comunista checoslovaco en 1946 quizá intuían que estaban votando por el fin de la democracia, pero la mayoría suponía que tendría otra oportunidad. No hay duda de que los rusos que votaron en 1990 no pensaban que esa sería (hasta ahora) la última elección libre y justa en la historia de su país. Cualquier elección puede ser la última, o al menos la última en la vida de la persona que emite el voto. Los nazis se mantuvieron en el poder hasta que perdieron una guerra mundial en 1945, los comunistas checoslovacos hasta que su sistema se derrumbó en 1989. La oligarquía rusa establecida después de las elecciones de 1990 sigue en funciones, y promueve una política exterior orientada a destruir la democracia en otros lugares. ¿Se aplica la historia de la tiranía a Estados Unidos? Los primeros estadounidenses que hablaron de “vigilancia eterna” así lo habrían pensado. La lógica del sistema que idearon era mitigar las consecuencias de nuestras imperfecciones reales, no celebrar nuestra perfección imaginaria. Es cierto que afrontamos, como los antiguos griegos, el problema de la oligarquía, cada vez más amenazador a medida que la globalización aumenta las diferencias de riqueza. La extraña idea estadounidense de que aportar dinero a las campañas políticas es libre expresión significa que los muy ricos tienen mucha más expresión, y por tanto mucho más poder electoral, que otros ciudadanos. Creemos que tenemos frenos y contrapesos, pero rara vez hemos afrontado una situación como la actual: cuando el menos popular de los dos partidos controla cada palanca de poder a nivel federal, y la mayoría de los congresos estatales. El partido que ejerce tal control propone pocas políticas que sean populares en la sociedad entera, y varias que son generalmente impopulares; y, por tanto, debe temer la democracia, o debilitarla. Otro viejo proverbio estadounidense decía: “donde las elecciones anuales terminan, la tiranía comienza”. En retrospectiva, ¿veremos las elecciones de 2016 así como los rusos ven las elecciones de 1990, o los checos las de 1946, o los alemanes las de 1932? Por ahora, eso depende de nosotros. Se necesita hacer mucho para poner fin a la manipulación de los distritos electorales de modo que cada ciudadano tenga un voto igual y, así, cada voto se contabilice simplemente como el de un conciudadano. Necesitamos papeletas de votación, porque no pueden ser manipuladas remotamente y siempre se pueden recontar. Este tipo de trabajo se puede hacer a nivel local y estatal. Podemos estar seguros de que las elecciones de 2018, suponiendo que tengan lugar, serán una prueba para las tradiciones estadounidenses. Así que entre tanto hay mucho por hacer. 4 Asume la responsabilidad de cara al mundo Los símbolos de hoy hacen posible la realidad de mañana. Observa las esvásticas y demás señales de odio. No desvíes la mirada, y no te acostumbres a ellas. Elimínalas tú mismo y da ejemplo para que otros las eliminen. La vida es política, no porque el mundo se preocupe por lo que sientes, sino porque el mundo reacciona a lo que haces. Las pequeñas elecciones que hacemos son en sí mismas una especie de voto que hace más o menos probable que se realicen elecciones libres y justas en el futuro. En la política cotidiana cuentan mucho nuestras palabras y gestos, o su ausencia. Algunos ejemplos extremos (y menos extremos) del siglo XX nos pueden mostrar cómo. En la Unión Soviética, bajo el régimen de Yosef Stalin, los agricultores prósperos era representados como cerdos en los afiches de propaganda; una deshumanización que en un entorno rural sugiere claramente la matanza. Esto fue a comienzos de los años treinta, cuando el estado soviético intentó dominar el campo y extraer capital para acelerar la industrialización. Los campesinos que tenían más tierra o ganado que otros perdieron lo que tenían. Un vecino representado como un cerdo es alguien cuyas tierras se pueden usurpar. Pero quienes siguieron esa lógica simbólica se convirtieron a su vez en víctimas. Después de enfrentar a los campesinos más pobres contra los más ricos, el poder soviético usurpó las tierras de todos para las nuevas granjas colectivas. La colectivización, una vez completada, llevó la hambruna a gran parte del campesinado soviético. En Ucrania, Kazajistán y Rusia soviéticas millones de personas sufrieron muertes horribles y humillantes entre 1930 y 1933. Antes de concluir, los ciudadanos soviéticos tajaban cadáveres humanos para poder consumir carne. En 1933, cuando la hambruna en la URSS llegó al sumun, el partido nazi ascendió al poder en Alemania. En la euforia del triunfo, los nazis intentaron organizar un boicot a las tiendas judías. Sin mucho éxito al comienzo. Pero la práctica de señalar que una tienda era “judía” y otra “aria” con pintura en las ventanas o en las paredes afectó la forma en que los alemanes concebían la economía doméstica. Una tienda con el rótulo de “judía” no tenía futuro, y se convertía en objeto de planes codiciosos. Cuando la propiedad se consideró étnica la envidia transformó la ética. Si las tiendas podían ser “judías”, ¿qué pasaba con otras empresas y propiedades? El deseo de que los judíos desaparecieran, quizá reprimido al comienzo, creció con la levadura de la avaricia. Los alemanes que pintaron el rótulo “judía” en una tienda participaron entonces en el proceso en el cual los judíos desaparecieron realmente, así como participaron los simples espectadores. Aceptar las marcas como parte natural del paisaje urbano era ya un compromiso con un futuro asesino. Quizá a usted un día se te presente la oportunidad de mostrar símbolos de lealtad. Asegúrate de que esos símbolos incluyan a tus conciudadanos en vez de excluirlos. Incluso la historia de las insignias en la solapa está lejos de ser inocente. En 1933, en Alemania nazi las personas portaban insignias en la solapa que decían “Sí” durante las elecciones y el referendo que confirmaron el estado de partido único. En 1938, en Austria la gente que no había sido nazi empezó a portar alfileres con la esvástica. Lo que puede parecer un gesto de orgullo puede ser una fuente de exclusión. En la Europa de los años treinta y cuarenta, algunas personas optaron por usar esvásticas, y luego otras fueron obligadas a portar estrellas amarillas. La historia tardía del comunismo, cuando ya nadie creía en la revolución, ofrece una lección final sobre los símbolos. Incuso cuando los ciudadanos están desmoralizados y desean quedarse solos, los marcadores públicos aún pueden sostener un régimen tiránico. Cuando los comunistas checoslovacos ganaron en las elecciones de 1946 y luego procedieron a reclamar todo el poder después de un golpe de estado en 1948, muchos ciudadanos checoslovacos estaban eufóricos. Cuando el pensador disidente Václav Havel escribió El poder de los sin poder, tres décadas después, en 1978, explicó la continuidad de un régimen opresivo en cuyas metas e ideología pocos creían. Expuso la parábola de un vendedor de verduras que pone el letrero “¡Proletarios del mundo, uníos!” en la vitrina de la tienda. No es que respalde de veras el contenido de esta cita del Manifiesto Comunista. Pone el cartel en la vitrina para poder retirarse a la vida cotidiana sin problemas con las autoridades. Cuando los demás siguen la misma lógica, la esfera pública queda cubierta de signos de lealtad, y la resistencia se vuelve inconcebible. Como dijo Havel: Hemos visto que el sentido real del letrero del tendero nada tiene que ver con lo que dice el texto del eslogan. Aun así, el significado verdadero es bastante claro y generalmente comprensible porque el código es tan familiar: el tendero declara su lealtad de la única manera que el poder es capaz de oír; es decir, aceptando el ritual prescrito, aceptando las apariencias como realidad, aceptando las reglas dadas del juego, haciendo posible que el juego continúe, que siga existiendo. Y ¿qué ocurre –pregunta Havel– si nadie juega el juego? 5 Recuerda la ética profesional Cuando los dirigentes políticos dan un ejemplo negativo, el compromiso profesional con la práctica justa se vuelve más importante. Es difícil subvertir un estado de derecho sin abogados o entablar juicios sin jueces. Los autócratas necesitan funcionarios obedientes, y los comandantes de campos de concentración buscan hombres de negocios interesados en mano de obra barata. Antes de la Segunda Guerra Mundial, un hombre llamado Hans Frank era abogado personal de Hitler. Después de que Alemania invadió Polonia en 1939, Frank se convirtió en gobernador general de la Polonia ocupada, una colonia alemana donde fueron asesinados millones de judíos y otros ciudadanos polacos. Alguna vez se jactó de que no había suficientes árboles para fabricar el papel de los carteles que serían necesarios para anunciar todas las ejecuciones. Frank afirmó que la ley buscaba servir a la raza, y que lo que parecía bueno para la raza era entonces ley. Con argumentos como ese, los abogados alemanes podían convencerse de que las leyes y las reglas estaban allí para servir a sus proyectos de conquista y destrucción, y no para impedirlos. El hombre que Hitler eligió para supervisar la anexión de Austria, Arthur Seyss-Inquart, era un abogado que después dirigió la ocupación de los Países Bajos. Los abogados tenían una desproporcionada representación entre los comandantes de los Einsatzgruppen, las fuerzas especiales que ejecutaron matanzas de judíos, gitanos, élites polacas, comunistas, minusválidos y otros grupos. Médicos alemanes (y otros) participaron en horribles experimentos médicos en los campos de concentración. Empresarios de I. G. Farben y otras firmas alemanas explotaron el trabajo de los confinados en campos de concentración, judíos de los guetos y prisioneros de guerra. Los funcionarios, desde ministros hasta secretarias, supervisaron y registraron todo ello. Si los abogados hubiesen seguido la norma de no ejecutar sin juicio, si los médicos hubiesen aceptado la regla de no operar sin consentimiento, si los empresarios hubiesen cumplido la prohibición de la esclavitud, si los burócratas se hubiesen negado a tramitar el papeleo que daba curso al asesinato, para el régimen nazi habría sido mucho más difícil cometer las atrocidades por las que hoy se lo recuerda. Las profesiones pueden crear formas de conversación ética que son imposibles entre un individuo solitario y un gobierno distante. Si los miembros de las profesiones se ven a sí mismos como grupos con intereses comunes, con normas y reglas que los obligan en todo momento, entonces pueden ganar confianza y cierto tipo de poder. La ética profesional nos debe guiar precisamente cuando se nos dice que la situación es excepcional. Entonces no existe la disculpa de “cumplimos órdenes”. Pero si los miembros de las profesiones confunden su ética específica con las emociones del momento, pueden llegar a decir y hacer cosas que antes consideraban inimaginables. 6 Ten cuidado con los paramilitares Cuando hombres armados que siempre han dicho estar contra el sistema empiezan a vestirse de uniforme y a marchar con antorchas y fotos de un líder, el final está cerca. Cuando el líder pro paramilitar y la policía y el ejército oficiales se entremezclan, el final ha llegado. La mayoría de los gobiernos, la mayoría de las veces, buscan monopolizar la violencia. Si el gobierno es el único que puede usar legítimamente la fuerza, y este uso es limitado por la ley, se hacen posibles las formas de política que damos por sentadas. Es imposible realizar elecciones democráticas, entablar juicios en los tribunales, aprobar y hacer cumplir las leyes o manejar cualquier otro asunto corriente de gobierno cuando agencias paraestatales también tienen acceso a la violencia. Por esta razón, las personas y los partidos que desean quebrantar la democracia y el estado de derecho crean y financian organizaciones violentas que se involucran en la política. Esos grupos pueden tomar la forma de ala paramilitar de un partido político, de guardaespaldas personales de un político particular, o de iniciativas aparentemente espontáneas de los ciudadanos, que suelen ser organizadas por un partido o por su líder. Los grupos armados primero degradan el orden político, y luego lo transforman. Grupos violentos de derecha, como la Guardia de Hierro en Rumania de entreguerras o la Cruz Flechada en Hungría, intimidaron a sus rivales. Los camisas pardas nazis empezaron como un servicio de orden que sacaba de los pasillos a los opositores de Hitler en sus mítines. En su calidad de paramilitares conocidos como las SA y las SS, crearon un clima de temor que ayudó al partido nazi en las elecciones parlamentarias de 1932 y 1933. En Austria la SA local fue la que en 1938 aprovechó rápidamente la ausencia de la autoridad local usual para saquear, golpear y humillar a los judíos, cambiando así las reglas de la política y preparando el camino para que los nazis se apoderaran del país. Las SS eran las que dirigían los campos de concentración alemanes; zonas sin ley donde no se aplicaban las reglas comunes. Durante la Segunda Guerra Mundial, las SS extendieron la falta de ley que iniciaron en los campos a todos los países europeos ocupados por los alemanes. Las SS empezaron como una organización fuera de la ley, se convirtieron en una organización que trascendía la ley y acabaron como una organización que abrogó la ley. Debido a que el gobierno federal emplea mercenarios en la guerra y los gobiernos estatales contratan empresas para que administren cárceles, el uso de la violencia en Estados Unidos ya está muy privatizado. Lo novedoso es un presidente que desea mantener, mientras esté en el cargo, una fuerza de seguridad que usó la fuerza contra los disidentes durante su campaña. Como candidato, el presidente tuvo un servicio de orden privado para sacar a los oponentes en sus mítines, y también alentó a la audiencia a expulsar personas que expresaban opiniones diferentes. Así, un manifestante sería recibido con abucheos, luego con gritos frenéticos “USA USA USA” y después sería obligado a salir del recinto. En un mitin el candidato dijo: “Alguien está de sobra. Hay que sacarlo. Sáquenlo”. La multitud, siguiendo su ejemplo, luego intentó expulsar otras personas que podían ser disidentes, todo mientras gritaban “USA USA USA”. El candidato exclamó: “¿No es más divertido que un mitin aburrido corriente? Para mí, es divertido”. Este tipo de violencia colectiva pretendía transformar la atmósfera política, y la transformó. Para que la violencia no solo transforme la atmósfera sino también el sistema, la emoción de los mítines y la ideología de la exclusión se deben inculcar en el entrenamiento de los guardas armados. Estos primero desafían a la policía y al ejército, luego se infiltran en la policía y en el ejército, y finalmente transforman a la policía y al ejército. 7 Reflexiona, si debes ir armado Si llevas un arma por servicio público, que Dios te bendiga y te guarde. Pero haz de saber que los males del pasado involucraron policías y soldados que un día se dieron cuenta que hacían cosas irregulares. Haz de estar dispuesto a decir No. Los regímenes autoritarios suelen incluir una fuerza especial antidisturbios cuya tarea es disgregar a los ciudadanos que intentan protestar, y una policía secreta del estado cuya misión incluye el asesinato de disidentes o de otros tachados de enemigos. Y, de hecho, encontramos fuerzas de este último tipo profundamente involucradas en las grandes atrocidades del siglo XX, como el Gran Terror en la Unión Soviética de 1937-1938 y el Holocausto de judíos europeos perpetrado por la Alemania nazi en 1941-1945. Pero cometemos un gran error si imaginamos que la NKVD soviética o las SS nazis actuaron sin apoyo. Sin la ayuda de fuerzas policiales regulares, y a veces de soldados regulares, no podrían haber asesinado a tan gran escala. En la Unión Soviética, durante el Gran Terror, los oficiales de la NKVD registraron 682.691 ejecuciones de supuestos enemigos del estado, en su mayoría campesinos o miembros de minorías nacionales. Quizá ningún órgano de violencia haya sido más centralizado o mejor organizado que la NKVD de esos años. Un pequeño número de hombres hacía los disparos en la nuca, lo que significa que ciertos oficiales de la NKVD tenían miles de asesinatos políticos en su conciencia. Aun así, quizá no podrían haber llevado a cabo esta campaña sin ayuda de fuerzas locales de policía, profesionales del derecho y funcionarios públicos de toda la Unión Soviética. El Gran Terror tuvo lugar durante un estado de excepción que exigía que los policías se subordinaran a la NKVD y sus tareas especiales. Los policías no fueron los principales perpetradores, pero proporcionaron la mano de obra indispensable. Cuando pensamos en el Holocausto nazi de los judíos, nos imaginamos a Auschwitz y la muerte impersonal mecanizada. Esta fue un medio conveniente para que alemanes recordaran el Holocausto, pues podían decir que pocos de ellos sabían exactamente lo que sucedía detrás de esas puertas. De hecho, el Holocausto no comenzó en los campos de la muerte, sino en las fosas de fusilamiento de Europa Oriental. Y, de hecho, algunos de los comandantes de los Einsatzgruppen, las fuerzas especiales alemanas que perpetraron parte de los asesinatos, fueron juzgados en Núremberg, y después en tribunales de Alemania Occidental. Pero incluso esos juicios fueron una especie de minimización de la escala del crimen. No solo los comandantes de las SS, sino todos los miles de hombres bajo su mando eran asesinos. Y este fue solo el comienzo. Cada acción de fusilamiento a gran escala del Holocausto (más de treinta y tres mil judíos asesinados en las afueras de Kiev, más de veintiocho mil en las afueras de Riga, etc.) involucró a la policía regular alemana. En conjunto, los policías regulares asesinaron más judíos que los Einsatzgruppen. Muchos de ellos no tenían entrenamiento especial para esta tarea. Se encontraban en tierras desconocidas, tenían sus órdenes y no querían parecer débiles. En los raros casos en que se negaron a cumplir estas órdenes de asesinar judíos, los policías no fueron castigados. Algunos mataban por convicción asesina. Pero muchos otros que mataron sentían temor de destacarse. Además del conformismo operaban otras fuerzas. Pero sin los conformistas habrían sido imposibles las grandes atrocidades. 8 Destácate Alguien tiene que hacerlo. Es fácil seguir el paso. Puedes sentirte extraño por hacer o decir algo diferente. Pero sin ese malestar no hay libertad. Recuerda a Rosa Parks, la “primera dama de los derechos civiles”. Cuando das ejemplo, el hechizo del statu quo se rompe, y otros seguirán. Después de la Segunda Guerra Mundial, europeos, estadounidenses y otros más crearon mitos de justa resistencia a Hitler. En los años treinta, sin embargo, las actitudes dominantes fueron la adaptación y la admiración. En 1940 la mayoría de los europeos había hecho la paz con el poder aparentemente irresistible de Alemania nazi. Estadounidenses influyentes como Charles Lindbergh se opusieron a la guerra con los nazis con el eslogan “Estados Unidos primero”. A quienes en su época se consideraron excepcionales, excéntricos o incluso locos –a quienes no cambiaron cuando su mundo cambió– es a los que hoy recordamos y admiramos. Mucho antes de la Segunda Guerra Mundial, numerosos estados europeos habían abandonado la democracia por alguna forma de autoritarismo de derecha. Italia se convirtió en el primer estado fascista en 1922, y fue aliado militar de Alemania. Hungría, Rumania y Bulgaria fueron atraídas hacia Alemania por la promesa de comercio y territorio. En marzo de 1938 ninguna de las grandes potencias opuso resistencia cuando Alemania se anexó Austria. En septiembre de 1938 las grandes potencias –Francia, Italia y Gran Bretaña, entonces dirigida por Neville Chamberlain– realmente cooperaron con Alemania nazi en la partición de Checoslovaquia. En el verano de 1939 la Unión Soviética se alió con los nazis, y el Ejército Rojo se unió a la Wehrmacht en la invasión de Polonia. El gobierno polaco decidió luchar, activando acuerdos que comprometían a Gran Bretaña y Francia en la guerra. Alemania, abastecida de alimentos y combustible por la Unión Soviética, invadió y ocupó rápidamente Noruega, Holanda, Bélgica e incluso Francia en la primavera de 1940. El resto de la fuerza expedicionaria británica fue evacuado del continente en Dunkerque a finales de mayo y comienzos de junio de 1940. Gran Bretaña estaba sola cuando Winston Churchill se convirtió en primer ministro, en mayo de 1940. Los británicos no habían ganado batallas significativas y no tenían aliados importantes. Habían entrado a la guerra para apoyar a Polonia, una causa que parecía perdida. Alemania nazi y su aliado soviético dominaban el continente. La Unión Soviética había invadido Finlandia en noviembre de 1939, comenzando con un bombardeo a Helsinki. Justo después de que Churchill asumió el cargo, la Unión Soviética ocupó y se anexó los tres estados bálticos de Estonia, Letonia y Lituania. Estados Unidos no había entrado a la guerra. Adolf Hitler no tenía animosidad especial hacia Gran Bretaña o su imperio, e incluso imaginaba una división del mundo en esferas de intereses. Esperaba que Churchill llegara a un acuerdo después de la caída de Francia. Churchill no pensaba así. Y dijo a los franceses: “sea lo que sea lo que podáis hacer, nosotros lucharemos por siempre, por los siglos de los siglos”. En junio de 1940, Churchill dijo al parlamento británico: “la batalla de Gran Bretaña está a punto de comenzar”. La Luftwaffe alemana empezó a bombardear ciudades británicas. Hitler esperaba que eso obligara a Churchill a firmar un armisticio, pero se equivocó. Churchill después llamó a la campaña aérea “una época en la que era igualmente bueno vivir o morir”. Habló del “temperamento optimista e imperturbable de Gran Bretaña que tuve el honor de expresar”. De hecho, él mismo ayudó a que los británicos se definieran como un pueblo orgulloso que se opondría serenamente al mal. Otros políticos habrían buscado el apoyo de la opinión pública británica para poner fin a la guerra. Churchill, en cambio, resistió, inspiró y venció. La Real Fuerza Aérea (incluidos dos escuadrones polacos y otros pilotos extranjeros) contuvo a la Luftwaffe. Sin el control del aire, incluso Hitler no podía imaginar una invasión anfibia de Gran Bretaña. Churchill hizo lo que otros no hicieron. En vez de ceder por anticipado, forzó a Hitler a cambiar sus planes. La estrategia alemana esencial era eliminar toda resistencia en el occidente, y después invadir (y así traicionar) la Unión Soviética y colonizar sus territorios occidentales. En junio de 1941, con Gran Bretaña aún en guerra, Alemania atacó a su aliado soviético. Ahora Berlín tuvo que combatir en dos frentes, y Moscú y Londres fueron de repente aliados inesperados. En diciembre de 1941, Japón bombardeó la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawái, y Estados Unidos entró en la guerra. Ahora Moscú, Washington y Londres forjaron una gran e irresistible coalición. Juntos, y con ayuda de muchos otros aliados, estas tres grandes potencias ganaron la Segunda Guerra Mundial. Pero si en 1940 Churchill no hubiese mantenido a Gran Bretaña en la guerra, no habría habido guerra para luchar. Churchill dijo que la historia sería amable con él, porque tenía la intención de escribirla él mismo. Pero en sus extensas historias y memorias, presentó sus decisiones como algo evidente, y las atribuyó al pueblo británico y a los aliados de Gran Bretaña. Lo que hizo Churchill hoy parece normal, y correcto. Pero en ese momento tuvo que destacarse. Por supuesto, Gran Bretaña solo fue a la guerra porque los dirigentes polacos decidieron luchar en septiembre de 1939. La abierta resistencia armada polaca fue derrotada ese octubre. En 1940, el carácter de la ocupación alemana era claro en la capital polaca, Varsovia. Teresa Prekerowa pensaba terminar la escuela secundaria ese año. Su familia perdió su propiedad con los alemanes y fue forzada a trasladarse a Varsovia y pagar arriendo. Su padre fue arrestado. Uno de sus tíos murió en combate. Dos de sus hermanos estaban en campos de prisioneros de guerra alemanes. Varsovia había sido casi derruida por una campaña aérea alemana, que había dado muerte a unas veinticinco mil personas. Teresa, una mujer muy joven, se destacó entre sus amigos y su familia por su reacción ante ese horror. En una época en que era natural pensar solo en sí mismo, ella pensó en los demás. A finales de 1940, los alemanes empezaron a crear guetos en la parte de Polonia que controlaban. Ese octubre, los judíos de Varsovia y de su región circundante fueron obligados a trasladarse a cierto distrito de la ciudad. Uno de los hermanos de Teresa había trabado amistad con una joven judía y su familia antes de la guerra. Teresa ahora observó que la gente dejaba en silencio que sus amigos judíos salieran de su vida. Sin decirle a su familia, y con gran riesgo para ella misma, decidió entrar al gueto de Varsovia unas doce veces a finales de 1940, llevando alimentos y medicinas a los judíos que conocía, y a los que no conocía. A finales del año había persuadido a la amiga de su hermano de que escapara del gueto. En 1942 Teresa ayudó a escapar a los padres y al hermano de la joven. Ese verano los alemanes ejecutaron en el gueto de Varsovia lo que llamaron la “Gran Acción”, en la que deportaron 265.040 judíos a la fábrica de muerte en Treblinka para asesinarlos, y mataron otros 10.380 en el mismo gueto. Teresa salvó a una familia de una muerte segura. Teresa Prekerowa después se convirtió en historiadora del Holocausto, escribió sobre el gueto de Varsovia y sobre otras personas que prestaron ayuda a los judíos. Pero prefirió no escribir sobre sí misma. Cuando, mucho después, se le pidió que hablara de su vida, dijo que sus acciones eran normales. Desde nuestra perspectiva parecen excepcionales. Ella se destacó. 9 Cuida nuestro lenguaje Evita pronunciar las frases que usan todos los demás. Piensa en tu propia manera de hablar, así solo sea para transmitir lo que crees que todos dicen. Haz el esfuerzo de apartarte de Internet. Lee libros. Victor Klemperer, estudioso de la literatura –de origen judío–, orientó su formación filológica contra la propaganda nazi. Observó que el lenguaje de Hitler rechazaba la oposición legítima: pueblo siempre significaba unas personas y no otras (así emplea el presidente esa palabra), los encuentros eran siempre luchas (el presidente dice ganar), y todo intento de las personas libres por entender el mundo de manera diferente era difamar al líder (o, como dice el presidente, un libelo). Los políticos de nuestra época alimentan sus clichés para la televisión, donde incluso quienes desean disentir los repiten. La televisión pretende desafiar el lenguaje político transmitiendo imágenes, pero la sucesión de un marco a otro puede opacar el sentido de lo que presenta. Todo ocurre con suma rapidez, pero en realidad nada sucede. En las noticias televisadas cada historia se “quiebra” hasta que es desplazada por la siguiente. Así, somos golpeados por una ola tras otra pero nunca vemos el océano. El esfuerzo por definir la forma y el significado de los acontecimientos requiere palabras y conceptos que se nos escapan cuando estamos hechizados por estímulos visuales. A veces, ver noticias televisadas es como si se mirara a alguien que también está viendo una foto. Consideramos que este trance colectivo es normal. Hemos caído lentamente en trance. Hace más de medio siglo, las novelas clásicas sobre el totalitarismo advirtieron sobre el dominio de las pantallas, la supresión de libros, la limitación del vocabulario y las dificultades del pensamiento asociadas. En Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, publicado en 1953, los bomberos buscan y queman libros mientras que la mayoría de los ciudadanos ve televisión interactiva. En 1984, de George Orwell, publicado en 1949, los libros están prohibidos y la televisión es de doble vía, lo que permite que el gobierno vigile a los ciudadanos en todo momento. En 1984, el lenguaje de los medios visuales es muy limitado, a fin de privar al público de los conceptos necesarios para pensar en el presente, recordar el pasado y considerar el futuro. Uno de los proyectos del régimen es limitar aún más el lenguaje suprimiendo más palabras en cada edición del diccionario oficial. Mirar fijamente la pantalla es quizá inevitable, pero el mundo bidimensional tiene poco sentido si no podemos recurrir a un arsenal mental que hemos desarrollado en otro lugar. Cuando repetimos las mismas palabras y frases que aparecen en los medios diarios, aceptamos la ausencia de un marco mayor. Para tener dicho marco se requieren más conceptos, y para tener más conceptos se requiere leer. De modo que saca las pantallas de tu habitación y rodéate de libros. Los personajes de los libros de Orwell y Bradbury no podían hacerlo, nosotros aún podemos. ¿Qué leer? Toda buena novela alienta nuestra capacidad para reflexionar sobre situaciones ambiguas y juzgar las intenciones de otros. Los hermanos Karamazov de Fyodor Dostoievsky y La insoportable levedad del ser de Milan Kundera podrían corresponder a nuestra época. Eso no puede suceder aquí de Sinclair Lewis quizá no sea una gran obra de arte; La conjura contra América de Philip Roth es mejor. Una novela conocida por millones de jóvenes estadounidenses que hace un relato de la tiranía y la resistencia es Harry Potter y las reliquias de la muerte de J. K. Rowling. Si tú o tus amigos o tus hijos no la leyeron de esa manera la primera vez, valdría la pena releerla. Algunos de los escritos políticos e históricos que exponen los argumentos que aquí se presentan son “La política y el lenguaje inglés” de George Orwell (1946), La lengua del Tercer Reich de Victor Klemperer (1947), Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt (1951), El rebelde de Albert Camus (1951), El pensamiento cautivo de Czesław Milosz (1953), El poder de los sin poder de Václav Havel (1978), “Cómo ser conservador-liberal- socialista” de Leszek Kołakowski (1978), Los frutos de la adversidad de Timothy Garton Ash (1989), El peso de la responsabilidad de Tony Judt (1998), Aquellos hombres grises de Christopher Browning (1992) y Nada es verdad y todo es posible de Peter Pomerantsev (2014). Los cristianos podrían volver al libro fundacional, que siempre es oportuno. Jesús predicó: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios”. Deberíamos ser modestos, pues “cualquiera que se ensalce será humillado; y cualquiera que se humille será ensalzado”. Y, por supuesto, debemos preocuparnos por lo que es verdad y lo que es falso: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. 10 Cree en la verdad Renunciar a los hechos es renunciar a la libertad. Si nada es verdad, nadie puede criticar el poder, porque no hay bases para criticarlo. Si nada es verdad, todo es espectáculo. La billetera más abultada paga las luces más cegadoras. Te sometes a la tiranía cuando renuncias a la diferencia entre lo que quieres oír y lo que es sucede realmente. Esta renuncia a la realidad se puede considerar natural y agradable, pero el resultado es que desapareces como individuo; y, por tanto, el derrumbe de todo sistema político que dependa del individualismo. Como advirtieron observadores del totalitarismo como Victor Klemperer, la verdad muere de cuatro maneras, y acabamos de presenciar todas ellas. La primera es la hostilidad abierta a la realidad verificable, que se manifiesta en la presentación de invenciones y mentiras como si fuesen hechos. El presidente hace esto con alta frecuencia y a un ritmo acelerado. Durante la campaña de 2016, un intento de rastrear sus declaraciones encontró que el 78 por ciento de sus afirmaciones fácticas era falso. Esta proporción es tan alta que hace que las afirmaciones correctas parezcan descuidos involuntarios en el camino hacia la ficción total. Menospreciar el mundo es el inicio de la creación de un contra-mundo ficticio. La segunda manera es el conjuro chamánico. Como señaló Klemperer, el estilo fascista depende de la “repetición incesante”, ideada para hacer plausible lo ficticio y deseable lo criminal. El uso sistemático de apodos como “Ted el mentiroso” y “Hillary la deshonesta” desvió la atención de ciertos rasgos de carácter que se podían atribuir más apropiadamente al presidente. Pero mediante la machacante repetición en Twitter, nuestro presidente logró transformar individuos en estereotipos que la gente coreaba en voz alta. En los mítines, los cantos repetidos de “Construya ese muro” y “Encarcelarla” no describían nada que el presidente planeara hacer, pero su grandiosidad establecía una conexión entre él y su audiencia. La siguiente manera es el pensamiento mágico, o la acogida abierta de la contradicción. En la campaña, el presidente prometió reducir los impuestos a todos, eliminar la deuda nacional y aumentar el gasto en política social y defensa nacional. Estas promesas se contradicen mutuamente. Es como si un granjero dijera que cogió un huevo del gallinero, lo puso a hervir y se lo sirvió a su esposa, que también lo puso en agua tibia y se lo sirvió a sus hijos, y luego lo devolvió intacto a la gallina, y después vio como salía el pollito del cascarón. Aceptar falsedades de un tipo tan radical requiere un patente abandono de la razón. La descripción de Klemperer de la pérdida de amigos en Alemania en 1933 por el asunto del pensamiento mágico hoy parece una alarmante verdad. Uno de sus antiguos alumnos le imploró: “abandone sus sentimientos, céntrese siempre en la grandeza del Führer y no en la incomodidad que siente ahora”. Doce años más tarde, después de todas las atrocidades y al final de una guerra que Alemania había perdido claramente, un soldado amputado le dijo a Klemperer: “él nunca ha mentido. Yo creo en Hitler”. La última manera es la fe equivocada. Esta involucra el tipo de afirmaciones auto divinizantes que hizo el presidente cuando dijo: “Solo yo puedo resolverlo o “Yo soy su voz”. Cuando la fe desciende así del cielo a la tierra, no queda espacio para las pequeñas verdades de nuestro discernimiento y nuestra experiencia individual. Que esta transición pareciera permanente fue lo que aterrorizó a Klemperer. Cuando la verdad llegó a ser como la voz de un oráculo en vez de basarse en los hechos, la evidencia era irrelevante. Al fin de la guerra un trabajador le dijo: “entender no sirve para nada, se debe tener fe y yo creo en el Führer”. Eugenio Ionesco, el gran dramaturgo rumano, observó a un amigo después de otro desliz en el lenguaje del fascismo en los años treinta. La experiencia se convirtió en la base de su obra de teatro del absurdo de 1959, Rinoceronte, en la que quienes caen presa de la propaganda se transforman en bestias con cuernos gigantes. A partir de su experiencia personal Ionesco escribió: Los profesores universitarios, los estudiantes y los intelectuales se estaban convirtiendo en nazis, en Guardias de Hierro, uno tras otro. Al comienzo, ciertamente no eran nazis. Unos quince de nosotros nos reuníamos para hablar y tratar de encontrar argumentos que se opusieran a los de ellos. No era fácil [...] De vez en cuando, uno de nuestros amigos decía: “No estoy de acuerdo con ellos, sin duda, pero en ciertos puntos, no obstante, debo admitir, por ejemplo, los judíos…”, etc. Y esto fue un síntoma. Tres semanas después, esa persona se convirtió en nazi. Quedó atrapado en el mecanismo, aceptó todo, se convirtió en un rinoceronte. Hacia el final, solo tres o cuatro de nosotros aún se resistían. El objetivo de Ionesco era ayudarnos a ver cuán extraña es la propaganda, pero cuán normal parece a quienes se rinden a ella. Usando la absurda imagen del rinoceronte, Ionesco intentó impulsar a la gente a que viera la extrañez de lo que ocurría en realidad. Los rinocerontes vagan por nuestras sabanas neurológicas. Hoy estamos muy preocupados por algo que llamamos “postverdad”, y tendemos a pensar que su desprecio de los hechos cotidianos y su construcción de realidades alternativas es algo nuevo o posmoderno. Pero hay aquí poco que George Orwell no captara hace siete décadas en su noción de “doble pensamiento”. En su filosofía, la postverdad restablece la actitud fascista hacia la verdad; y por esto nada de nuestro propio mundo sorprendería a Klemperer ni a Ionesco. Los fascistas despreciaban las verdades pequeñas de la vida cotidiana, les encantaban los eslóganes que resonaban como una nueva religión y preferían los mitos creativos frente a la historia o el periodismo. Usaron nuevos medios de comunicación, en esa época la radio, para crear un redoble propagandístico que despertaba sentimientos antes de que la gente tuviera tiempo de averiguar los hechos. Y hoy, igual que entonces, mucha gente confunde la fe en un líder sumamente defectuoso con la verdad sobre el mundo que todos compartimos. La postverdad es pre fascismo. 11 Investiga Averigua las cosas por ti mismo. Dedica más tiempo a leer artículos largos. Subsidia el periodismo de investigación suscribiéndote a medios impresos. Ten en cuenta que algo de lo que está en Internet está allí para hacerte daño. Conoce los sitios que investigan campañas de propaganda (algunas de las cuales vienen del extranjero). Asume la responsabilidad por lo que dices a los demás. “¿Qué es la verdad?” A veces la gente hace esta pregunta porque no quiere hacer nada. El cinismo general nos hace sentir chéveres y alternativos incluso cuando resbalamos, junto con nuestros conciudadanos, hacia un pantano de indiferencia. La capacidad para discernir los hechos es lo que nos convierte en individuos, y nuestra confianza colectiva en el conocimiento común lo que nos convierte en sociedad. El individuo que investiga es también el ciudadano que construye. El líder que desagrada a quienes investigan es un tirano potencial. Durante su campaña, el presidente afirmó, en una andanada de propaganda rusa, que los “medios de comunicación estadounidenses han sido increíblemente deshonestos”. Prohibió que muchos reporteros fueran a sus mítines, y continuamente provocó el odio del público hacia los periodistas. Igual que los líderes de regímenes autoritarios, prometió suprimir la libertad de expresión mediante leyes que impedirían la crítica. Igual que Hitler, el presidente usó la palabra “mentiras” para referirse a declaraciones de hechos que le disgustaban, y presentó al periodismo como una campaña contra él. El presidente fue más amigable con Internet, su fuente de la información errónea que transmitía a millones de personas. En 1971, contemplando las mentiras sobre la guerra de Vietnam que difundía Estados Unidos, la teórica política Hannah Arendt encontró consuelo en el poder inherente a los hechos para superar las falsedades en una sociedad libre: “En circunstancias normales el que miente es derrotado por la realidad, de la cual no hay sustituto; por grande que sea el tejido de falsedades que un mentiroso experimentado pueda ofrecer, jamás será suficientemente grande para ocultar la inmensidad de la realidad factual, aunque recurra a la ayuda de computadores”. La parte sobre los computadores ya no es cierta. En las elecciones presidenciales de 2016, el mundo bidimensional de Internet fue más importante que el mundo tridimensional del contacto humano. Las personas que iban de puerta en puerta para hacer encuestas observaron el sorprendido parpadeo de los ciudadanos estadounidenses que se daban cuenta de que tendrían que hablar de política con un ser humano de carne y hueso en vez de alimentar sus opiniones con el forraje de Facebook. En el mundo bidimensional de Internet han surgido nuevas colectividades, invisibles a la luz del día; tribus con distintas visiones del mundo, atentas a las manipulaciones. (Y sí, hay una conspiración que puedes encontrar en línea: es la que te mantiene en línea buscando conspiraciones.) Necesitamos periodistas de prensa escrita para que las historias se puedan desarrollar en las páginas y en nuestras mentes. ¿Qué significa, por ejemplo, que el presidente diga que las mujeres pertenecen “al hogar”, que el embarazo es un “inconveniente”, que las madres no dan el “100 por ciento” en el trabajo, que las mujeres deben ser castigadas por abortar, que las mujeres son “sucias”, “cerdas” o “perras”, y que es permisible asaltarlas sexualmente? ¿Qué significa que seis de las compañías del presidente se hayan declarado en quiebra, y que las empresas del presidente hayan sido financiadas por misteriosas inyecciones de dinero de entidades de Rusia y Kazajistán? Podemos enterarnos de estas cosas en diversos medios. Pero cuando nos enteramos de ellas en una pantalla, tendemos a ser atraídos por la lógica del espectáculo. Cuando nos enteramos de un escándalo, se nos abre el apetito para el siguiente. Una vez aceptamos subliminalmente que estamos viendo un reality show en vez de pensar en la vida real, ninguna imagen puede perjudicar políticamente al presidente. La realidad televisiva debe ser más dramática en cada episodio. Si encontráramos un video del presidente bailando al estilo cosaco mientras Vladimir Putin aplaude, es probable que solo exigiéramos otro en el que el presidente lleve un traje de oso y sujete rublos en la boca. Los mejores periodistas de prensa escrita nos permiten considerar el significado, para nosotros y para nuestro país, de lo que de otro modo parecerían ser trozos aislados de información. Pero mientras que cualquiera puede postear un artículo, investigar y escribir es un trabajo difícil que requiere tiempo y dinero. Antes de burlarte de los “medios de comunicación predominantes”, ten en cuenta que ya no son predominantes. Lo que es predominante y fácil es la burla; el periodismo real es agudo y difícil. Así que intenta escribir un artículo apropiado, que implique trabajar en el mundo real: viajar, entrevistar, mantener relaciones con las fuentes, investigar en registros escritos, verificar todo, redactar y revisar borradores, todo ello en un horario estricto y despiadado. Si te parece que te gusta hacer eso, mantén un blog. Mientras tanto, da crédito a quienes hacen todo eso para ganarse la vida. Los periodistas no son perfectos, así como las personas de otras vocaciones tampoco son perfectas. Pero el trabajo de las personas que respetan la ética periodística es de una calidad diferente a la del trabajo de quienes no la respetan. Nos parece natural pagarle a un plomero o a un mecánico, pero exigimos nuestras noticias en forma gratuita. Si no pagáramos la plomería ni la reparación de automóviles, no esperaríamos tomar agua ni conducir autos. ¿Por qué entonces deberíamos formar nuestras opiniones políticas sin pagar nada? Obtenemos lo que pagamos. Si buscamos los hechos, Internet nos da un poder envidiable para transmitirlos. Las autoridades aquí citadas no tenían nada parecido. Leszek Kołakowski, el gran filósofo e historiador polaco de quien este libro toma su epígrafe, perdió su cátedra en la Universidad de Varsovia por denunciar el régimen comunista, y no podía publicar. La primera cita de este libro, de Hannah Arendt, proviene de un folleto titulado “Nosotros, los refugiados”, un logro milagroso escrito por alguien que escapó del régimen nazi asesino. Una mente brillante como Victor Klemperer, hoy muy admirado, solo se recuerda porque mantuvo obstinadamente un diario oculto durante el régimen nazi. Para él fue un sustento: “Mi diario fue mi balancín de acróbata, sin el cual habría caído miles de veces”. Václav Havel, el pensador más importante entre los disidentes comunistas de los años setenta, dedicó su ensayo más importante, El poder de los sin poder, a un filósofo que murió poco después de ser interrogado por la policía secreta comunista checoslovaca. En Checoslovaquia comunista, ese folleto debía circular en forma clandestina, en pocas copias, en lo que los europeos del Este de esa época llamaban “samizdat”, siguiendo a los disidentes rusos. “Si el principal pilar del sistema es vivir una mentira”, escribió Havel, “no es sorprendente que la amenaza fundamental para él sea vivir la verdad”. Puesto que en la época de Internet todos somos editores, cada uno de nosotros tiene cierta responsabilidad por el sentido de verdad del público. Si somos serios en la búsqueda de los hechos, cada uno puede hacer una pequeña revolución en la forma en que funciona Internet. Si verificas la información por ti mismo, no enviarás noticias falsas a los demás. Si eliges seguir los reporteros en los que tienes razones para confiar, también podrás transmitir a otros lo que has aprendido. Si solo retwiteas el trabajo de personas que han seguido protocolos periodísticos, tienes menos probabilidades de degradar tu cerebro interactuando con robots y troles. No vemos las mentes que lastimamos cuando publicamos falsedades, pero eso no significa que no hagamos daño. Piensa en conducir un coche. Quizá no podamos ver al otro conductor, pero sabemos que no debemos chocar su auto. Sabemos que el daño será mutuo. Protegemos a la otra persona sin verla, decenas de veces todos los días. Asimismo, aunque no podamos ver a la otra persona frente a su computador, tenemos nuestra parte de responsabilidad por lo que él o ella está leyendo allí. Si podemos evitar violentar las mentes de otros no visibles en Internet, otras personas aprenderán a hacer lo mismo. Y quizá entonces nuestro tráfico de Internet deje de parecerse a un gran y sangriento accidente. 12 Haz contacto visual y charla con la gente Esto no solo es educado. Es parte de ser ciudadano y miembro responsable de la sociedad. Es también una manera de mantener contacto con tu entorno, de romper barreras sociales, y saber en quién debes y no debes confiar. Si entramos en un ambiente de delación, querrás conocer el paisaje psicológico de su vida cotidiana. En la Europa del siglo XX surgieron regímenes tiránicos en distintos tiempos y lugares, pero los recuerdos de sus víctimas comparten un momento tierno único. Bien se tratara de Italia fascista en los años veinte, de Alemania nazi en los treinta, de la Unión Soviética durante el Gran Terror de 1937-1938 o de las purgas en Europa Oriental comunista en los cuarenta y cincuenta, las personas que vivían con temor a la represión recordaban cómo las trataron sus vecinos. Una sonrisa, un apretón de manos o un saludo –gestos banales en una situación normal– cobraban gran importancia. Cuando los amigos, colegas y conocidos desviaban la mirada o cruzaban la calle para evitar el contacto, el temor aumentaba. Quizá no estés seguro, hoy o mañana, de quién se sienta amenazado en Estados Unidos. Pero si apoyas a todos, puedes estar seguro de que ciertas personas se sentirán mejor. En los momentos más peligrosos, quienes escapan y sobreviven suelen conocer personas en las que pueden confiar. Tener viejos amigos es la política de último recurso. Y hacer nuevos amigos es el primer paso hacia el cambio. 13 Practica la política corporal El poder desea que tu cuerpo se reblandezca en tu silla y que tus emociones se disipen en la pantalla. Sal. Pon tu cuerpo en sitios desconocidos con personas desconocidas. Haz nuevos amigos y marcha con ellos. Para que la resistencia tenga éxito se deben cruzar dos límites. Primero, las ideas sobre el cambio deben involucrar personas de distintos orígenes que no estén de acuerdo en todo. Segundo, las personas se deben encontrar en lugares distintos de su hogar, y entre grupos que antes no eran amigos. La protesta se puede organizar a través de redes sociales, pero nada es real si no termina en las calles. Si los tiranos no sienten consecuencias por sus acciones en el mundo tridimensional, nada cambiará. El único ejemplo de resistencia exitosa contra el comunismo fue el movimiento obrero Solidaridad en Polonia, en 1980-1981: una coalición de trabajadores y profesionales, elementos de la Iglesia Católica Romana y grupos seculares. Sus dirigentes aprendieron lecciones difíciles bajo el comunismo. En 1968, el régimen movilizó a los trabajadores contra estudiantes que protestaban. En 1970, cuando una huelga en Gdansk, en la costa báltica, fue reprimida sangrientamente, llegó el turno para que los trabajadores se sintieran aislados. Pero en 1976, los intelectuales y los profesionales formaron un grupo para ayudar a los trabajadores que habían sido víctimas de abusos del gobierno. Eran gente de derecha y de izquierda, creyentes y ateos, que crearon confianza entre los trabajadores; personas que de otra manera no se habrían encontrado. Cuando los trabajadores polacos de la costa báltica volvieron a la huelga en 1980, se les unieron abogados, académicos y otras personas que les ayudaron a defender su caso. El resultado fue la creación de un sindicato libre, y la garantía del gobierno de respetar los derechos humanos. Durante los dieciséis meses que Solidaridad fue legal, diez millones de personas se unieron, y se crearon innumerables amistades nuevas en medio de huelgas, marchas y manifestaciones. El régimen comunista polaco suprimió el movimiento con una ley marcial en 1981. Pero ocho años después, en 1989, cuando necesitaron socios de negociación, los comunistas tuvieron que recurrir a Solidaridad. El sindicato insistió en elecciones, y las ganó. Este fue el principio del fin del comunismo en Polonia, Europa Oriental y la Unión Soviética. La elección de estar en público depende de la capacidad para mantener una esfera de vida privada. Solo somos libres cuando nosotros mismos trazamos la línea entre cuándo somos vistos y cuándo no somos vistos. 14 Ten una vida privada Los gobernantes más repugnantes usarán lo que saben de ti para presionarte. Elimina regularmente el malware de tu computador. Recuerda que el correo electrónico es como la publicidad aérea. Considera el uso de formas alternativas de Internet, o úsala menos. Ten contactos personales cara a cara. Por esa misma razón, resuelve todo problema legal. Los tiranos buscan el gancho para ahorcarte. Deshazte de los ganchos. Lo que la gran pensadora política Hannah Arendt entendía por totalitarismo no era un estado omnipotente, sino la supresión de la diferencia entre vida privada y pública. Solo somos libres cuando controlamos lo que las personas saben de nosotros, y en qué circunstancias llegan a saberlo. Durante la campaña de 2016 dimos un paso hacia el totalitarismo, sin siquiera notarlo, aceptando como algo normal la violación de la privacidad electrónica. Ya sea que lo hagan agencias de inteligencia estadounidenses o rusas, o a ese respecto cualquier institución, el robo, la discusión o la publicación de comunicaciones personales destruye un fundamento básico de nuestros derechos. Si no controlamos quién lee qué y cuándo, no tenemos capacidad para actuar en el presente o planear para el futuro. Quien pueda penetrar tu privacidad te puede humillar y perturbar tus relaciones a voluntad. Nadie (excepto quizá un tirano) tiene una vida privada que pueda sobrevivir a la exposición pública por una orden hostil. Las bombas cronometradas de correo electrónico de la campaña presidencial de 2016 fueron también un poderoso medio de desinformación. Las palabras escritas en una situación solo tienen sentido en ese contexto. El mero hecho de sacarlas de su momento histórico y llevarlas a otro es un acto de falsificación. Lo que es peor, los medios traicionaron su misión cuando siguieron las bombas de correo electrónico como si fueran noticias. Pocos periodistas hicieron el esfuerzo de explicar por qué la gente decía o escribía las cosas que hacía en ese momento. Mientras tanto, al transmitir las violaciones de la privacidad como noticia, los medios se dejaron desviar de los sucesos diarios. En vez de reportar la violación de los derechos básicos, en general prefirieron satisfacer descuidadamente nuestro interés intrínsecamente lascivo en los asuntos de otras personas. Arendt pensaba que nuestro apetito por el secreto es peligrosamente político. El totalitarismo suprime la diferencia entre lo privado y lo público no solo para privar de libertad a los individuos, sino también para alejar a la sociedad de la política normal y desviarla hacia teorías conspirativas. En vez de definir hechos o generar interpretaciones, somos seducidos por la noción de realidades ocultas y conspiraciones oscuras que lo explican todo. Como aprendimos de estas bombas de correo electrónico, este mecanismo funciona aun cuando lo que revelan carece de interés. La revelación de lo que una vez fue confidencial se convierte en la historia. (Es sorprendente que los medios sean en esto muchos peores que, digamos, los reporteros de modas o los deportivos. Los reporteros de modas saben que las modelos se quitan el vestido en los camerinos, y los reporteros deportivos saben que los atletas se dan una ducha en el vestuario, pero no dejan que los asuntos privados suplanten la historia pública que supuestamente están cubriendo.) Cuando seguimos con demasiado interés asuntos de dudosa relevancia en momentos elegidos por tiranos y espías, participamos en la demolición de nuestro orden político. Sin duda, podemos pensar que no hacemos más que ir al paso con los demás. Esto es cierto; y es lo que Arendt describió como conversión de la sociedad en “multitud”. Podemos intentar resolver individualmente este problema, asegurando nuestros computadores; también podemos intentar resolverlo colectivamente, apoyando, por ejemplo, a las organizaciones que se preocupan por los derechos humanos. 15 Contribuye a buenas causas Sé miembro activo de organizaciones, políticas o no, que expresen tu visión de la vida. Elije y haz aportes a una o dos organizaciones benéficas. Así habrás tomado una decisión libre que apoya a la sociedad civil y contribuyes a que otros hagan el bien. Es gratificante saber que, sea cual sea el curso de los acontecimientos, ayudas a que otros hagan el bien. Muchos de nosotros podemos dar apoyo a una parte de la vasta red de sociedades benéficas que uno nuestros ex presidentes llamó “mil puntos de luz”. Esos puntos de luz se ven mejor, igual que las estrellas en la noche, contra un cielo oscuro. Cuando los estadounidenses pensamos en la libertad, solemos imaginar un enfrentamiento entre un individuo solitario y un gobierno poderoso. Tendemos a concluir que el individuo debería tener poder y el gobierno mantenerse a raya. Esto es sano y bueno. Pero un elemento de la libertad es la elección de los asociados, y una defensa de la libertad es la actividad de los grupos para sostener a sus miembros. Es por esto que deberíamos participar en actividades que sean de interés para nosotros, nuestros amigos y nuestras familias. No es necesario que sean expresamente políticas: Václav Havel, el pensador disidente checo, dio el ejemplo de elaborar buena cerveza. En la medida en que nos enorgullecemos de esas actividades, y llegamos a conocer a otros que también se enorgullecen, estamos creando sociedad civil. Participar en un empeño nos enseña que podemos confiar en las personas, más allá del círculo estrecho de amigos y familiares, y nos ayuda a reconocer autoridades de quienes podemos aprender. La capacidad para confiar y aprender puede hacer que la vida parezca menos caótica y misteriosa, y la política democrática más plausible y atractiva. Los disidentes anticomunistas de Europa Oriental, frente a una situación más extrema que la nuestra, reconocieron la actividad en apariencia no política de la sociedad civil como expresión y salvaguardia de la libertad. Tenían razón. En el siglo XX, todos los grandes enemigos de la libertad fueron hostiles hacia las ONG, las sociedades benéficas y similares. Los comunistas exigían que esos grupos se registraran oficialmente, y los transformaron en instituciones de control. Los fascistas crearon lo que llamaron un sistema “corporativo”, en el que toda actividad humana tenía su debido lugar, subordinado al partido- estado. Los autócratas de hoy (en India, Turquía, Rusia) son también alérgicos a la idea de asociaciones y ONG libres. 16 Aprende de gente de otros países Conserva tus amistades en el extranjero, o haz nuevos amigos en otros países. Las actuales dificultades de Estados Unidos son un elemento de una tendencia mayor. Y ningún país va a encontrar una solución por sí mismo. Asegúrate de que tú y tu familia tengan pasaporte. En el año anterior a la elección del presidente, los periodistas estadounidenses se equivocaron a menudo con respecto a su campaña. Cuando superó barrera tras barrera y acumuló victoria tras victoria, los gurúes de los medios nos aseguraron que en la siguiente etapa sería detenido por una buena institución estadounidense u otra. Hubo, entretanto, un grupo de observadores que tomó una posición diferente: los europeos del Este y los estudiosos de Europa Oriental. Para ellos era familiar mucho de lo que pasaba en la campaña del presidente, y el resultado final no fue sorpresivo. Los periodistas ucranianos y rusos que olfateaban el aire en el Medio Oeste dijeron más cosas realistas que los encuestadores estadounidenses que hicieron carrera analizando la política de su propio país. Para los ucranianos, los estadounidenses parecían cómicamente lentos para reaccionar ante las obvias amenazas de guerra informática y noticias falsas. Cuando la propaganda rusa tomó como blanco a Ucrania en 2013, jóvenes periodistas ucranianos y otros reaccionaron de manera inmediata y decisiva, a veces con humor, con campañas para denunciar la desinformación. Mientras invadía a Ucrania, Rusia utilizó muchas de las técnicas que después usaría contra Estados Unidos. Cuando los medios rusos anunciaron falsamente en 2014 que las tropas ucranianas crucificaron a un niño, la respuesta ucraniana fue rápida y efectiva (al menos en Ucrania). Cuando los medios rusos difundieron en 2016 la historia de que Hillary Clinton estaba enferma porque mencionó un artículo sobre “la fatiga de la decisión” (que no es una enfermedad) en un correo electrónico, la historia fue propagada por estadounidenses. Los ucranianos ganaron y los estadounidenses perdieron, en el sentido de que Rusia no logró imponer el régimen que quería en el país vecino, pero sí vio triunfar a su candidato preferido en Estados Unidos. Esto nos debería dar un respiro. La historia, que durante un tiempo parecía ir del Oeste al Este, hoy parece ir del Este al Oeste. Todo lo que sucede aquí parece suceder primero allí. El hecho de que la mayoría de los estadounidenses no tenga pasaporte se ha convertido en un problema para la democracia estadounidense. Los estadounidenses a veces dicen que no necesitan documentos de viaje, porque prefieren morir defendiendo la libertad en Estados Unidos. Estas son buenas palabras, pero dejan de lado un punto importante. La lucha será larga. Incluso si requiere sacrificio, primero exige una atención sostenida al mundo que nos rodea, para que sepamos a qué nos oponemos, y cómo hacerlo mejor. Así, tener pasaporte no es signo de rendición. Al contrario, es liberador, porque crea la posibilidad de nuevas experiencias. Nos permite ver cómo reaccionan a problemas similares otras personas, a veces más sabias que nosotros. Puesto que mucho de lo que sucedió en el último año es familiar para el resto del mundo o en la historia reciente, debemos observar y escuchar. 17 Presta atención a las palabras peligrosas Haz de estar alerta al uso de las palabras extremismo y terrorismo. Espabílate cuando oigas los términos fatales de emergencia y excepción. Enójate por el uso traicionero del vocabulario patriótico. El más inteligente de los nazis, el teórico jurídico Carl Schmitt, explicó en lenguaje claro la esencia del gobierno fascista. La manera de destruir todas las reglas, explicó, es centrarse en la idea de excepción. Un líder nazi supera a sus adversarios fabricando la convicción general de que el momento presente es excepcional, y después transformando ese estado de excepción en una emergencia permanente. Los ciudadanos entonces cambian la libertad real por una seguridad falsa. Cuando los políticos hoy invocan el terrorismo hablan, por supuesto, de un peligro real. Pero cuando intentan inducirnos a entregar la libertad en nombre de la seguridad, debemos estar en guardia. No hay un intercambio necesario entre las dos. A veces ganamos una perdiendo la otra, y a veces no. Las personas que te aseguran que solo puedes ganar seguridad a costa de la libertad usualmente quieren negarte ambas. Ciertamente puedes ceder libertad sin lograr más seguridad. El sentimiento de sumisión a la autoridad puede ser reconfortante, pero no es lo mismo que la seguridad real. Asimismo, ganar una pizca de libertad puede ser inquietante, pero este malestar momentáneo no es peligroso. Es fácil imaginar situaciones en las que sacrificamos libertad y seguridad al mismo tiempo: cuando establecemos una relación abusiva o votamos por un fascista. De manera similar, no es muy difícil imaginar opciones que aumenten la libertad y la seguridad, como abandonar una relación abusiva o emigrar de un estado fascista. La tarea del gobierno es aumentar la libertad y la seguridad. El término extremismo ciertamente suena mal, y los gobiernos a menudo intentan hacerlo sonar peor usando la palabra terrorismo en la misma frase. Pero el término tiene poco significado. No hay una doctrina llamada extremismo. Cuando los tiranos hablan de extremistas, solo se refieren a personas que no forman parte de la corriente principal, tal como los tiranos definen esa corriente principal en ese momento particular. Los disidentes del siglo XX, bien se opusieran al fascismo o al comunismo, eran llamados extremistas. Los regímenes autoritarios modernos, como el de Rusia, utilizan leyes sobre el extremismo para castigar a quienes critican sus políticas. De ese modo la noción de extremismo llega a significar prácticamente todo, excepto lo que es de hecho extremo: la tiranía. 18 Mantén la calma cuando llegue lo inimaginable La tiranía moderna es administración del terror. Cuando llegue el ataque terrorista, recuerda que los autócratas explotan tales eventos para consolidar su poder. El desastre súbito que requiere el fin de los frenos y contrapesos, la disolución de los partidos de oposición, la suspensión de la libertad de expresión, del derecho a un juicio justo, etc., es el truco más viejo del libro hitleriano. No caigas en la trampa. El incendio del Reichstag fue el momento en que el gobierno de Hitler, que llegó al poder principalmente por medios democráticos, se convirtió en el régimen nazi amenazadoramente permanente. Es el arquetipo de la administración del terror. El 27 de febrero de 1933, cerca de las nueve p.m., el edificio del parlamento alemán, el Reichstag, comenzó a arder. ¿Quién inició el incendio esa noche en Berlín? No lo sabemos, y en realidad no importa. Lo que importa es que ese acto espectacular de terror inició la política de emergencia. Contemplando con placer las llamas esa noche, Hitler dijo: “Este incendio es simplemente el comienzo”. Bien sea o no que los nazis incendiaran el edificio, Hitler vio la oportunidad política: “Ahora no habrá misericordia. Quien se interponga en nuestro camino será abatido”. Al día siguiente un decreto suspendió los derechos básicos de todos los ciudadanos alemanes, y quedaron “custodiados preventivamente” por la policía. Con base en la afirmación de Hitler de que el incendio fue obra de los enemigos de Alemania, el partido nazi obtuvo una victoria decisiva en las elecciones parlamentarias del 5 de marzo. La policía y los paramilitares nazis empezaron a hacer redadas de miembros de los partidos políticos de izquierda, y a llevarlos a campos de concentración improvisados. El 23 de marzo el nuevo parlamento aprobó una “ley de habilitación”, que permitió que Hitler gobernara por decreto. Alemania se mantuvo en estado de emergencia durante los doce años siguientes, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Hitler utilizó un acto de terror, un evento de limitada importancia intrínseca, para instituir un régimen de terror que asesinó a millones de personas y cambió el mundo. Los autócratas de hoy son también administradores del terror, pero son más creativos. Consideremos el actual régimen ruso, tan admirado por el presidente. Vladimir Putin no solo llegó al poder en un incidente asombrosamente parecido al incendio del Reichstag, después utilizó una serie de ataques de terror –reales, cuestionables y falsos– para eliminar los obstáculos al poder total en Rusia y asaltar a los vecinos democráticos. Cuando Putin fue nombrado primer ministro por un Boris Yeltsin fracasado en agosto de 1999, era un desconocido, con un índice de aprobación nulo. En el mes siguiente fue bombardeada una serie de edificios en ciudades rusas, aparentemente por la policía secreta del estado ruso. Sus oficiales fueron detenidos por sus propios colegas con pruebas de su culpabilidad; en otro caso, el vocero del parlamento ruso anunció una explosión días antes de que se produjera. No obstante, Putin declaró una guerra de venganza contra la población musulmana rusa en Chechenia, prometiendo perseguir a los supuestos responsables y “abatirlos hasta en el cagadero”. La nación rusa se movilizó, los índices de aprobación de Putin se dispararon y en marzo siguiente ganó las elecciones presidenciales. En 2002, después de que las fuerzas de seguridad rusas mataron decenas de civiles rusos al enfrentar un ataque terrorista real en un teatro de Moscú, Putin explotó la ocasión para tomarse el control de la televisión privada. Después de que una escuela en Beslán fue sitiada por terroristas en 2004 (en circunstancias extrañas que sugieren una provocación), Putin abolió el cargo de gobernadores regionales elegidos. Así, la administración del terrorismo real, falso y cuestionable hizo posible el ascenso de Putin al poder y la eliminación de dos importantes instituciones: la televisión privada y los gobernadores regionales elegidos. Después de que Putin regresó a la presidencia en 2012, Rusia introdujo la administración del terror en su política exterior. En la invasión de Ucrania en 2014, Rusia transformó unidades del ejército regular en una fuerza terrorista, quitó las insignias de sus uniformes y negó toda responsabilidad para el terrible sufrimiento que infligieron. En la campaña en la región del Donbass, en el sudeste de Ucrania, Rusia utilizó irregulares chechenos y ordenó a unidades de su ejército regular en las regiones musulmanas que se unieran a la invasión. Rusia también intentó hackear (pero fracasó) la elección presidencial ucraniana de 2014. En abril de 2015, hackers rusos se tomaron la transmisión de una estación de televisión francesa, fingieron ser ISIS y difundieron material ideado para aterrorizar a Francia. Rusia personificó un “cibercalifato” para que los franceses sintieran más miedo al terror del que ya sentían. Es de presumir que el objetivo era dirigir a los electores hacia el Frente Nacional de extrema derecha, un partido con apoyo financiero de Rusia. Después de que 130 personas fueron asesinadas y 368 heridas en el ataque terrorista de noviembre de 2015 en París, el fundador de un grupo de expertos cercano al Kremlin se alegró porque el terrorismo llevaría a Europa hacia el fascismo y hacia Rusia En otras palabras, se consideró que el terrorismo falso y el terrorismo islámico real en Europa occidental eran del interés de Rusia. A comienzos de 2016, Rusia fabricó un momento de terror falso en Alemania. Mientras bombardeaba civiles sirios y así impulsaba refugiados musulmanes hacia Europa, Rusia explotó un drama familiar para mostrar a los alemanes que los musulmanes violaban niños. De nuevo, el objetivo parece haber sido desestabilizar el sistema democrático y promover a los partidos de extrema derecha. El septiembre anterior, el gobierno alemán había anunciado que aceparía medio millón de refugiados de la guerra en Siria. Rusia entonces empezó en Siria una campaña de bombardeo contra civiles. Después de proporcionar refugiados, Rusia presentó la narración. En enero de 2016, los medios rusos difundieron la historia de una joven de origen ruso que desapareció momentáneamente y fue violada por inmigrantes musulmanes en Alemania. Con una presteza sospechosa, las organizaciones de derecha alemanas armaron protestas contra el gobierno. Cuando la policía local informó a la población que no había ocurrido tal violación, los medios rusos la acusaron de encubrimiento. Incluso diplomáticos rusos se unieron al espectáculo. Cuando el presidente de Estados Unidos y su consejero de seguridad nacional hablan de combatir el terrorismo junto con Rusia, lo que proponen al pueblo estadounidense es administrar el terror: explotar ataques terroristas reales, dudosos y simulados para derribar la democracia. El resumen ruso de la primera llamada telefónica entre el presidente y Vladimir Putin es diciente: los dos “compartieron la opinión de que es necesario unir fuerzas contra el enemigo común número uno: el extremismo y el terrorismo internacional”. Para los tiranos, la lección del incendio del Reichstag es que un momento de conmoción hace posible una eternidad de sumisión. Para nosotros, la lección es que nuestros temores y dolores naturales no deben permitir la destrucción de nuestras instituciones. Valentía no significa no sentir miedo ni no sentir dolor. Significa reconocer la administración del terror y oponérsele de inmediato, desde el momento del ataque, precisamente cuando parece más difícil hacerlo. James Madison señaló agudamente que la tiranía surge “en alguna emergencia favorable”. Después del incendio del Reichstag, Hannah Arendt escribió: “Ya no opinaba que se puede ser un simple espectador”. 19 Sé patriota Da buen ejemplo de lo que significa ser estadounidense para las generaciones venideras. Lo necesitarán. ¿Qué es patriotismo? Empecemos por lo que no es patriotismo. No es patriótico evadir el servicio militar y burlarse de los héroes de guerra y de sus familias. No es patriótico discriminar a miembros activos de las fuerzas armadas en nuestras empresas ni hacer campaña para mantener a los veteranos discapacitados lejos de nuestra propiedad. No es patriótico comparar la búsqueda de parejas sexuales en Nueva York con el servicio militar en Vietnam que uno evadió. No es patriótico evitar el pago de impuestos, en especial cuando las familias trabajadoras estadounidenses sí los pagan. No es patriótico pedir a las familias trabajadoras, que pagan impuestos, que financien la campaña presidencial personal, y luego gastar sus aportes en empresas propias. No es patriótico admirar dictadores extranjeros. No es patriótico cultivar una relación con Muamar Gaddafi; o decir que Bashar Al-Assad y Vladimir Putin son líderes superiores. No es patriótico pedir a Rusia que intervenga en una elección presidencial estadounidense. No es patriótico citar propaganda rusa en mítines de campaña. No es patriótico compartir un asesor con oligarcas rusos. No es patriótico pedir consejos de política exterior a alguien que posee acciones en una compañía rusa de energía. No es patriótico leer un discurso de política exterior escrito por alguien que figura en la nómina de una compañía rusa de energía. No es patriótico nombrar un consejero de seguridad nacional que recibió dinero de un órgano propagandístico ruso. No es patriótico nombrar como secretario de estado a un magnate petrolero con intereses financieros rusos que es el director de una compañía rusa-estadounidense de energía y ha recibido la “Orden de la Amistad” de Putin. El punto no es que Rusia y Estados Unidos deban ser enemigos. El punto es que el patriotismo implica servir a tu propio país. El presidente es nacionalista, lo que no es lo mismo que patriota. Un nacionalista nos alienta a ser lo peor, y luego dice que somos lo mejor. Un nacionalista, “aunque pasa la vida obsesionado por el poder, la victoria, la derrota y la venganza”, escribió Orwell, tiende a ser “ajeno a lo que sucede en el mundo real”. El nacionalismo es relativista, puesto que la única verdad es el resentimiento que sentimos cuando contemplamos a los demás. Como señaló el novelista Danilo Kis, el nacionalismo “no tiene valores universales, ni estéticos ni éticos”. Un patriota, en cambio, desea que la nación viva sus ideales, lo que significa exigirnos ser mejores. Un patriota debe preocuparse por el mundo real, el único lugar donde su país puede ser amado y apoyado. Un patriota tiene valores universales, normas por las cuales juzga a su nación, siempre deseándole el bien, y deseando que haga lo mejor. La democracia fracasó en Europa en los años veinte, treinta y cuarenta, y hoy fracasa no solo en gran parte de Europa sino en muchas partes del mundo. Esa historia y esa experiencia son las que nos revelan la oscura gama de nuestros posibles futuros. Un nacionalista dirá que “no puede ocurrir aquí”, lo cual es el primer paso hacia el desastre. Un patriota dice que podría ocurrir aquí, pero que lo impediremos. 20 Sé tan valiente como puedas Si ninguno de nosotros está dispuesto a morir por la libertad, todos moriremos bajo la tiranía. Epílogo Historia y libertad En Hamlet, el drama de Shakespeare, el héroe es un hombre virtuoso conmovido con razón por el abrupto ascenso de un gobernante malvado. Atormentado por visiones, dominado por pesadillas, solitario y ensimismado, piensa que debe reconstruir su sentido del tiempo. “El tiempo está fuera de quicio”, dice Hamlet. “¡Oh, amarga maldición, que naciera yo un día/para poner en orden su estropicio!” Nuestro tiempo está ciertamente fuera de quicio. Hemos olvidado la historia por alguna razón y, si no tenemos cuidado, la olvidaremos por otra. Tendremos que reparar nuestro sentido del tiempo si deseamos renovar nuestro compromiso con la libertad. Hasta hace poco, los estadounidenses nos habíamos convencido de que nada había en el futuro salvo más de lo mismo. Los traumas aparentemente distantes del fascismo, el nazismo y el comunismo parecían desaparecer en la irrelevancia. Nos permitimos aceptar la política de la inevitabilidad, el sentimiento de que la historia se mueve en una sola dirección: hacia la democracia liberal. Después de que el comunismo en Europa Oriental llegó a su fin en 1989-1991, embebimos el mito del “fin de la historia”. Y con ello, bajamos nuestras defensas, limitamos nuestra imaginación y abrimos espacio al tipo de regímenes que nos dijimos que nunca podrían retornar. Sin duda, la política de la inevitabilidad parece ser, a primera vista, un tipo de historia. Los políticos de la inevitabilidad no niegan que hay un pasado, un presente y un futuro. Incluso consideran la colorida variedad del pasado lejano. Pero representan el presente como un simple paso hacia un futuro que ya conocemos, de expansión de la globalización, de profundización de la razón y de prosperidad creciente. Esto es lo que se llama teleología: una narración del tiempo que lleva a cierto objetivo, usualmente deseable. El comunismo también ofrecía una teleología, prometía una utopía socialista inevitable. Cuando esa historia fue hecha pedazos hace un cuarto de siglo, sacamos la conclusión equivocada: en vez de rechazar las teleologías, imaginamos que nuestra historia era verdadera. La política de la inevitabilidad es un coma intelectual autoinducido. Mientras hubo una disputa entre sistemas comunistas y capitalistas, y mientras estuvo vivo el recuerdo del fascismo y del nazismo, los estadounidenses tuvieron que prestar alguna atención a la historia y preservar los conceptos que les permitían imaginar futuros alternativos. Pero una vez aceptamos la política de la inevitabilidad, supusimos que la historia ya no era relevante. Si todo en el pasado es gobernado por una tendencia conocida, no es necesario conocer los detalles. La aceptación de la inevitabilidad afectó la manera en que hablamos de política en el siglo XXI. Reprimió el debate político y tendió a generar sistemas de partido en los que un partido político defendía el statu quo, mientras que el otro proponía la negación total. Aprendimos a decir que no había “ninguna alternativa” al orden de cosas básico, una sensibilidad a la que el teórico político lituano Leonidas Donskis llamó “maldad líquida”. Una vez la inevitabilidad se dio por sentada, la crítica se volvió resbaladiza. Lo que parecía ser un análisis crítico a menudo suponía que el statu quo no podía cambiar y, por tanto, lo reforzaba indirectamente. Algunos hablaban críticamente del neoliberalismo, la sensación de que la idea de mercado libre de algún modo desplazó a las demás. Esto era bastante cierto, pero el mismo uso de la palabra era usualmente una reverencia ante una hegemonía inmodificable. Otros críticos hablaban de la necesidad de una perturbación, tomando en préstamo un término del análisis de las innovaciones tecnológicas. Cuando se aplica a la política, porta de nuevo la implicación de que nada puede cambiar realmente, que el caos que nos excita eventualmente será absorbido por un sistema autorregulado. El hombre que corre desnudo en un campo de fútbol ciertamente perturba, pero no cambia las reglas del juego. La noción de perturbación es adolescente: supone que después de que los adolescentes arman un lío, los adultos llegarán y lo arreglarán. Pero no hay adultos. Nosotros armamos este lío. *** La segunda manera anti histórica de considerar el pasado es la política de la eternidad. Igual que la política de la inevitabilidad, la política de la eternidad hace de la historia una mascarada, aunque diferente. Se preocupa por el pasado, pero de una manera ensimismada, libre de toda preocupación real por los hechos. Su ánimo es el anhelo de momentos pasados que nunca sucedieron realmente, durante épocas que fueron de hecho desastrosas. Los políticos de la eternidad nos venden el pasado como un vasto patio brumoso de ilegibles monumentos a una victimización nacional, todos igualmente susceptibles de manipulación. Toda referencia al pasado parece implicar un ataque de algún enemigo externo a la pureza de la nación. Los populistas nacionales son políticos de la eternidad. Su punto de referencia preferido es la época en que las repúblicas democráticas parecían vencidas y sus rivales nazis y soviéticos, imparables: los años treinta. Quienes apoyaron el Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, se imaginaban una nación estado británica, aunque tal cosa nunca existió. Hubo un Imperio Británico, y luego una Gran Bretaña miembro de la Unión Europea. La decisión de salir de la UE no es un paso atrás hacia un terreno firme, sino un salto a lo desconocido. Inquietantemente, cuando los jueces dijeron que se requería un voto parlamentario para el Brexit, un periódico sensacionalista británico los llamó “enemigos del pueblo”; un término estalinista de los juicios espectáculo de los años treinta. El Frente Nacional en Francia insta a los electores a salir de Europa en nombre de una imaginaria nación estado francesa de preguerra. Pero Francia, así como Gran Bretaña, nunca ha existido sin un imperio o un proyecto europeo. Los líderes de Rusia, Polonia y Hungría hacen gestos similares hacia una brillante imagen de los años treinta. En su campaña de 2016, el presidente estadounidense usó el eslogan “Estados Unidos primero”, el cual es el nombre de un comité que intentó impedir que Estados Unidos se opusiera a Alemania nazi. El consejero estratégico del presidente promete políticas que serán “tan excitantes como las de los años treinta”. ¿Cuándo fue exactamente la “otra vez” en el eslogan del presidente “Que Estados Unidos sea grande otra vez”? Una pista: es la misma “otra vez” que encontramos en “Nunca jamás”. El mismo presidente ha descrito un cambio de régimen al estilo de los años treinta como la solución a los problemas del presente: “¿Usted sabe qué lo soluciona? Cuando la economía se desploma, cuando el país llega al infierno total y todo es un desastre”. Él piensa que necesitamos “motines para volver a lo que solíamos ser cuando éramos grandes”. En la política de la eternidad, la seducción de un pasado mítico nos impide pensar en futuros posibles. El hábito de vivir en la victimización embota el impulso de autocorrección. Puesto que la nación se define por su virtud intrínseca y no por su futuro potencial, la política se convierte en una discusión del bien y del mal en vez de una discusión de soluciones posibles a problemas reales. Puesto que la crisis es permanente, el sentido de emergencia está siempre presente; planear para el futuro parece imposible o incluso desleal. ¿Cómo podemos pensar incluso en la reforma cuando el enemigo está siempre a las puertas? Si la política de la inevitabilidad es como un coma, la política de la eternidad es como la hipnosis: miramos fijamente el vórtice giratorio del mito cíclico hasta caer en trance, y luego hacemos algo chocante por orden de alguna persona. El peligro que hoy enfrentamos es el del paso de la política de la inevitabilidad a la política de la eternidad, de una especie ingenua y defectuosa de república democrática a una especie confusa y escéptica de oligarquía fascista. La política de la inevitabilidad es terriblemente vulnerable al tipo de choque que acaba de recibir. Cuando algo rompe el mito, cuando nuestro tiempo está fuera de quicio, luchamos por encontrar otra forma de organizar lo que experimentamos. La vía de la menor resistencia lleva directamente de la inevitabilidad a la eternidad. Si una vez creíste que todo sale siempre bien al final, puedes ser persuadido de que nada sale bien al final. Si una vez no hiciste nada porque pensabas que el progreso es inevitable, puedes seguir no haciendo nada porque piensas que el tiempo se mueve en ciclos repetidos. Ambas posiciones, la inevitabilidad y la eternidad, son anti históricas. Lo único que se interpone entre ellas es la historia. La historia nos permite ver pautas y hacer juicios. Nos esboza las estructuras dentro de las cuales podemos buscar la libertad. Revela momentos, cada uno de ellos diferente, ninguno totalmente único. Entender un momento es ver la posibilidad de ser co-creador de otro. La historia nos permite ser responsables: no de todo, sino de algo. El poeta polaco Czesław Milosz pensaba que esa noción de responsabilidad obraba contra la soledad y la indiferencia. La historia nos da la compañía de quienes han hecho y sufrido más que nosotros. Al aceptar la política de la inevitabilidad, formamos una generación sin historia. ¿Cómo reaccionarán estos jóvenes estadounidenses ahora que la promesa de inevitabilidad se ha roto de tan obvia manera? Quizá se deslicen de la inevitabilidad hacia la eternidad. Cabe esperar que, en vez de ello, puedan convertirse en una generación histórica, que rechace las trampas de la inevitabilidad y la eternidad que las generaciones anteriores pusieron ante ellos. Una cosa es cierta: si los jóvenes no comienzan a hacer historia, los políticos de la eternidad y la inevitabilidad la destruirán. Y para hacer historia, los jóvenes estadounidenses tendrán que saber algo. Este no es el final, sino un comienzo. “El tiempo está fuera de quicio. “¡Oh, amarga maldición, que naciera yo un día/para poner en orden su estropicio!”, así dice Hamlet. Pero concluye: “No, vamos, vamos juntos”.