Sanchez Ferlosio Rafael Ensayos y Articulos Vol II PDF

June 15, 2018 | Author: ljtorres | Category: Science, Philosophical Science
Report this link


Description

ROBERTOKLESROSANAE FECIT Ensayos y artículos FERLOSIO Volumen II RAFAEL SANCHEZ «El criterio de esta selección n o ha sido el del a c u e rd o actual p o r p a rte del a u ­ to r con ca d a u n a de sus páginas. Y no se tra ta de q ue sobre cu a lq uiera de ellas ten d ría siem pre aun o tr a p a la b ra que decir, sino de q u e tex to s cuyas co n c lu ­ siones p o d ría h o y discutir y hasta alte­ ra r h a n sido con se rv ad o s p o r creer que ello n o q u ita la utilidad de la a r g u m e n ­ tación. M á s to d a v ía ; au n d e n tro de la p ro p ia selección se h a lla rá n sentires e n ­ c o n tra d o s o al m enos divergentes. C u a ­ tro lecturas y c u a tro ideas p ro p ia s están detrá s de casi to d o s los textos recogi­ dos; de a h í q ue la “ t e m á tic a ” sea m u ­ ch o m enos extensa q ue intensa. En c u a n to al juicio de valor, el a u to r n o p uede perm itirse m ás q u e rem itirlo al h echo m ism o de h a b e r d a d o a la im ­ p re n ta esta recolección, c o m o indicio de que, ni con m odestia ni sin ella, esti­ m a su a p a rició n justificada y co nve­ niente su lectura.» El volum en 11 de los Ensayos y artículos de Rafael Sánchez Ferlosio integra los trab a jo s de m a y o r extensión del a u to r, inéditos a lg u n o s y o tro s pub licad o s ya en libros o revistas. ________________ - Ensavos v artículos II Rafael Sánchez Ferlosio Ensayos / Destino «Rafael Sánchez Ferlosio, hijo de padre español y m adre italiana, nació el 4 de diciem bre de 19 2 7 en la ciudad de Rom a. A la edad de catorce años, en el texto de literatura española de G uillerm o Díaz-Plaja y en la frase en la que el autor, retratan d o al infante Don Juan M anuel, decía literalm ente: “Tenía el rostro no roto y recosido po r encuentros de lanza, sino pálido y dem acrado por el estudio” , conoció cuál era su ideal de vida. N o obstante, ha sido siem pre dem asiado perezoso para llegar a em palidecer y dem acrarse en m edida condigna a la de su ideal em ulatorio, y su m áxim o título académ ico es el de bachiller. H abiéndolo em prendido todo p o r su sola afición, libre interés o propia y espontánea curiosidad, no se tiene a sí m ism o por profesional de nada.» Ensayos/D estino 1 . Rafael Argullol El fin del mundo como obra de arte z. Eugenio Trías Lógica del límite 3 . Em anuele Severino El parricidio fallido 4. Karl R einhardt Sófocles 5. M ario Benedetti La realidad y la palabra (Serie Letras) 6. George Steiner Presencias reales 7 . Peter Szondi Estudios sobre Hölderlin 8. Rafael Sánchez Ferlosio Ensayos y artículos I - Ensayos y artículos II FERLOSIO RAFAEL SANCHEZ Ensayos / Destino R afael Sánchez Ferlosio V olum en II RAFAEL S Á N C H E Z FERLOSIO E N S A Y O S Y A R T ÍC U L O S V olum en II C olección d irig id a p o r R afael A rgullol, E n riq u e L ynch, F e m a n d o S a v a te r y E ugenio T rías D irección ed ito ria l: F elisa R am os índice No se perm ite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistem a inform ático, ni su transm isión en cu alq u ier form a o por cu alq u ier m edio, sea éste electrónico, m ecánico, por fotocopia, p o r grabación u o tros m éto­ dos. sin el perm iso previo y p or escrito de los titu lares del copyright. Diseño de la colección: R am ón H erreros O Rafael Sánchez Ferlosio Textos de Las semanas del jardín, © 1974. Textos de «El ejército nacional», © 1986. Textos de «Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado», © 1986. Textos de «La homilía del ratón», © 1986. Para los textos aparecidos en la prensa y no incluidos en los volúmenes anteriores, el © es el del año de publicación que se indica a pie de página. Textos inéditos: «Músculo y veneno», © 1991; «Las azoteas de Damasco», © 1991; «Apunte sobre la Wiedervereinigung», © 1991. © Ediciones Destino, S.A., 1992 Conseil de Cent, 425. 08009 Barcelona Primera edición: mayo 1992 ISBN; Depósito legal: Impreso por Limpergraf, S.A. Carrer del Riu, 17. Ripollet del Vallès (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain P rim e ra p a r te E n s a y o s v ie j o s Personas y anim ales en una fiesta de bautizo 11 Sobre la transposición 47 Sobre el Pinocchio de Collodi 86 La predestinación y la n arrativ id ad 97 Apéndice: El caso Dim na 135 El llanto y la ficción 138 A péndice: El caso José 141 El caso M anrique 186 S e g u n d a p a rte I d i o t é t ic a D iscurso de G erona Apéndice n.° 1 Apéndice nP 2 A péndice n.° 3 Apéndice n.° 4 Tal para cual Apunte sobre la W iedervereinigung 245 279 284 285 287 290 298 T e r c e r a p a r te E nsayo s nuevos O Religión o H istoria M ientras no cam bien los dioses, nada ha cam biado C orolarios Apéndice: La m entalidad expiatoria Cuando la flecha está en el arco, tiene que p a rtir C uarta 311 352 435 455 475 parte E s a s Y n d ia s e q u iv o c a d a s y m a l d i t a s Texto N otas 1, 2, 3, 4, 5 y 6 Apéndice I Apéndice II Apéndice III Apéndice IV Apéndice V P r im e ra p a r te 517 569 589 596 607 752 792 E n sa y o s v ie jo s Personas y anim ales en una fiesta de bautizo MARCO • S» G • ANNIS • IV • PATRVVS • IN • MEMORIAM R epara en el enojo tan fuera de m edida que te pro­ ducía esta tarde esa chica que se com placía en m en­ ta r una y o tra vez p o r nom bre propio al casi recién nacido niño de su am iga. ¿Se recreaba realm ente en hacerlo m uchas veces o te lo ha parecido a causa de que cada vez que lo h acía te producía la m ism a g ri­ m a que el c h irrid o de la tiza reseca en la pizarra? Te d irán que eres hipersensible p ara lo que gustan de llam ar «m era cuestión de palabras», con ese m á­ gico em pleo del «mero» o el «no es m ás que», que es com o un pase de pecho con el que uno puede sa­ carse de encim a c u alq u ier toro; pero tú no te cuides de d arles ni q u ita rle s la razón a tu s hum ores: haz­ los objeto de tu s reflexiones. A la m uchacha, inclu­ so, le harás, en este caso, m ás ju sticia si en vez de envenenarte en rep e tir «es u n a cursi» —acción tan infecunda com o c u a lq u ier sentencia inapelable—■, m iras a ver de esclarecer la cualidad de aquello que autom áticam ente has detectado com o c u rsilería y 11 afectación. ¿Qué hay de afectado, qué hay de im p er­ tinente en m en ta r por su nom bre de pila a una c ria ­ tu ra que todavía no tiene el don de la p a la b ra ni atiende po r su nom bre, y qué im pulso secreto pue­ de mover a u n a persona a p rodigarse en sem ejante tratam iento? «¿Pero p o r qué no dice el niño?, ¿por qué no dice el niño?», me repetía con rabia p ara m is adentros, y en ello m e parecía erigirm e en defensor de los fue­ ros m ás genuinos del recién nacido que d orm ía en su cuna —¡y cuán profundam ente!— en la h a b ita ­ ción contigua. D ictam inar «m era cu rsilería» es d a r­ le un carpetazo a la cuestión, carpetazo que servirá p ara clasificarla y archivarla, pero que no resuelve nada. ¿No ha sido bautizado?, ¿no ha sido inscrito en el registro?, ¿no he com partido yo m ism o esta ta r­ de la ta rta bautism al, para revolverm e ah o ra contra la civil intención de concederle, desde hoy en ade­ lante, estatu to de persona? E nhorabuena que se le considere persona de derecho; no era eso, sea de ello lo que fuere, lo que m e sublevaba, sino que fuese ipso facto concebido com o persona de hecho, com o si el solo derecho se b astase p ara sacarn o s de la n a tu ra ­ leza e in tro d u cirn o s en la hum anidad. Esto debía de se r lo que, en mi irritació n , venía advirtiendo en la desenfadada, en la m ás que tem eraria fam iliaridad de la m ención con nom bre propio, que h ería m is oídos com o una falta de respeto, com o un allan a­ m iento de m orada, com o una villanía. ¿Villanía en d en o tar a una c ria tu ra p o r el nom bre propio, que le concede rango de persona, y respeto en m entarla por m edio del com ún, que la m antiene en la fungible im ­ personalidad de lo anim al? Pues sí, en efecto; así m is­ mo lo sentía. E ntre los nom bres propios se distinguen, en p rin ­ cipio, dos clases principales: topónim os y prosopónimos; es decir, nom bres de lugar y nom bres de persona. Digo «en principio» porque después la cosa 12 es b astan te m ás com pleja: así el nom bre propio «Roma», que en contexto geográfico es un nom bre de lugar —«ver Roma», «dejar Roma»—, en contex­ to político se convierte en un nom bre de persona —«m achacar a Roma», «levantar a Roma»— (aunque este «a» no se pueda definir, en rigor gram atical, a p a rtir del concepto de persona, con todo, uno de sus efectos de significación es el que redunda en indicio de un tra to personal); y esto no hay que in sc rib ir­ lo en el equívoco cap ítu lo que se llam a «lenguaje fi­ gurado», com o algo que o cu rriese solam ente en el seno de los nombres, porque no sólo pasa que el nom ­ bre de Roma se convierte en un nom bre de persona, sino que Roma m ism a se pone a funcionar —aunque lo haga en nom bre de su nom bre— realm ente com o tal, ni m ás ni m enos que c u alq u ier o tra persona h u ­ m ana, a todos los efectos form alm ente exigibles, es decir, com o una unidad de responsabilidad, ya que unitariam ente, com o un solo hom bre, responde de sí m ism a ante Cartago. No es necesario, pues, acu ­ d ir a la retó rica —com o sí lo sería, p o r ejem plo, en el caso del Tíber o en el del T irreno— p a ra ju stifi­ c a r sem ejante personificación: b asta la realidad. De la naturaleza, no poco interesante, de tales realid a­ des ya tra ta ré otra vez con la delicadeza que merece; aquí sólo quería quedarm e con la vinculación etim o­ lógica de «responsabilidad» con «responder», de «responder de las acciones» con «responder a las pa­ labras» o «responder a una llamada», y de la de «prosópon» y «persona» con el papel teatral, es decir, con el interlocutor. Una persona es un interlocutor, es un hablante o po r lo m enos alguien que pueda hacerse, de algún modo, parte —siquiera sea asim étrica— del com ercio verbal; alguien que atienda por su nom bre: un perro es, rigurosam ente hablando, una persona, aunque lo sea tan sólo en la m edida en que es capaz de a su m ir uno de los dos papeles —el de receptor— en la función apelativa. Respecto de ella hay tres cla­ 13 com o lo p ru e b a el que a m enudo se jueguen las iniciales como índices patroním icos. el que se form en series sup rafam iliares p o r m edio de grupos hom ogéneos de nom bres: nom bres de estrella. de m odo que se ría un nom bre apelativam en­ te ocioso. Y un ejem plo de esto últim o. y ellos han de sa b er a quién habla en cada caso el lab ra d o r o el carretero. y que a m enudo interfiere con la o tra y acaso alguna vez la condicione de m odo decisivo. una to rtu g a —. No creo que habría m ayor dificultad para enseñar a los caballos a responder a un nom bre propio —res­ ponder con la acción. 15 . lo que pretendo d ejar po r definido es que los nom bres de persona. se sobreentiende—■. los que singularm en­ te atienden po r su nom bre individual —un perro adulto. e incluso. está bien claro que res­ ponde a una función exclusivam ente clasificatoria y no ya apelativa —p a ra hablar de y no para hablar a— y en una p lu ra lid a d lo suficientem ente grande de individuos com o p a ra que no pueda ser abarcada m ediante la diacrisis de la determ inación común. tan p rim aria en el origen de los nom ­ bres propios. a lo sem ántico y olvidada de lo gram atical—. po r cuanto se m e al­ canza. incidencia que por lo m enos da lugar. atento exclusi­ vam ente a los sistem as clasificatorios —que es el asunto de su libro—. nom bres de batalla. de otros aspectos. y cuando hay que m entarlos se dice sim plem en­ te «la yegua torda» o «el caballo blanco». la fun­ ción apelativa. Sólo a esta últim a clase es p ertin en te la im posición y em pleo de prosopónim os o nom bres de personas.ses de anim ales: los que no se llegan a d a r p o r a lu ­ didos a ninguna señal de voz h u m an a —un niño re­ cién nacido. com o categoría gram atical. etc. que no siem pre lo es— la que se em plea para hab lar a una persona y para h a b la r de ella. p o r lo que entiendo. aunque no estoy seguro de ello. de suerte que los nom bres de los caballos de c a rre ra s 14 no han de eq u ip ararse a n u estro s nom bres de pila. Y que e sta función es la determ in an te en el caso general se m anifiesta en el hecho de que de ella dependa el que se ponga nom bre o se deje de poner: en el m undo ru ra l no se les pone nom bre a los c ab a­ llos. los bueyes de u n a yunta. Al tra ta r de nom bres propios no puede dejarse a un lado un fenóm eno lingüístico tan fundam ental como el de que una m ism a p alab ra sea —cuando lo sea. los que gregariam ente acuden a llam adas específicas —los gatos («ps-bsbs»). habla tan bella com o agudam ente LéviS trauss en La pensée sauvage\ si bien. quedan p rim ariam en te vinculados a la función ape­ lativa. el in stru m en to apelativo p asa a fu n cio n ar com o p rim e r m iem bro —p rim ero en el orden. a u n ­ que últim o en la determ in ació n — de la fó rm u la cla­ sificatoria). En cuanto a la co stu m b re de ponérselo —o tra com plicación— en el artificio so m undo del caballo de c a rre ra s (el m undo está lleno de mundos). Todo esto se refiere al valor gram atical de sem e­ jantes denom inaciones. las gallinas («pita-pita»)—. «Trafalgar II». y el que las hom onim ias se subsanen com o las de los reyes: «Sirio III». es el a rtíc u lo segregador y secu n d aria­ m ente infam atorio que se antepone al nom bre de las m ujeres públicas. descuida. si se retrasa o si hay que d a r la vuelta. pues hay que e s ta r apelando de conti­ nuo ora a uno ora a otro buey. no poco in teresan te p ara la sociología. a mi entender. En los bueyes del carro o del arado es donde m ás estrictam ente se ejer­ ce la función. no m enos interesantes. a la cu rio sa aparición del artícu lo determ in ad o en los apodos y en algunos em pleos del nom bre bautism al.pero el tra ­ to y el em pleo que se les suele d a r —dado que se gobiernan con la b rid a — no o frecería la ocasión de usarlo. que inscriben al caballo en el co rresp o n d ien te pedigrí. sino al conjunto de nom bre y apellido (donde. Para e c h ar yo tam bién mi c u a rto a espadas y a p u n ta r un terren o interesante en la sociología del lenguaje —dem asiado ceñida. p o r cierto. porque nadie quiere reconocerla com o suya en tanto que persona. o sea equivaliendo a «el lla­ m ado». p o r este m undo a b ­ yecto que la engendra. actuando de form a gra­ m aticalm ente idéntica. pura m ercancía— el nom ­ bre propio se le vuelve por fuerza advenedizo. com o un docum ento. es acep tad a com o h ablante de hecho. com o si lo pusiese e n tre com illas o com o si dijese «la llam ad a Esperanza». a la que ya no es nadie —porque no es de nadie. circulando. a la que es con­ cebida com o una cualquiera. ju n to a la concepción que lo acom paña. porque ser E speran­ za es serlo de derecho. Éste —b a sta escu ch ar­ lo: «la Luisa». tan sólo se la llama. a la que ha dejado de ser alguien. y por lo tanto cualquie­ ra se trueca. ante el apodo. com o se oye u sa r en m u­ chos pueblos de lengua castellana. Al decir «la Esperanza». Pero ¿dónde ha dejado form alm ente de se r alguien?. sin ninguna connotación infam atoria. En cuanto a la función del a rtícu lo a n ­ tepuesto a legítim os nom bres de pila. funcionalm ente. p a ra ello sería preciso d eterm in ar las situaciones exactas de su em ­ pleo. refe­ rida. «El Zaragoza». he aquí que el a rtícu lo funciona sobre él exactam ente com o una anulación. p o r ejem plo —incluso ante el apodo de uso apelativo. segregada de aquellos a quienes se trib u ta n honores de persona. E speranza. aunque no estoy seguro de ello. ¿en qué aspecto específico de la categoría de persona. a señalar gráficam ente poniendo con m ayúscula el artículo. pero nega­ da com o h ablante de derecho. nos lo puede ofrecer la expresión caste­ llana «ser una cualquiera» —donde una no vale por pronom bre sino por artículo. a las m ujeres públicas. sino al apodo el c a rá c te r de nom bre verdadero —diferencia que el instinto lingüístico tiende tal vez. en el lenguaje. al tiem ­ po que la niega. que acaso se relacionen con el hecho de que los nom bres de pila tengan por cam po de funcionam ien­ to d iacrítico —al m enos en n u estras lenguas— el área fam iliar. No es. que q u e d a ría así integra­ do al propio apodo en su em pleo no apelativo: «El rubio» (o «El Rubio»). se echa de ver cuán refinadam ente des­ piadado sabe se r cu ando quiere el inconsciente y suprapersonal esp íritu de la h u m an a sociedad. «la E speranza»— opera sobre el nom ­ bre al que antecede com o una especie de suppositio m aterialis. En efecto. por tan ­ 16 to. Ante nom bres de ríos no se tra ta siq u iera de la m ism a función gram atical. tam bién. extendem os ya an u lad o el docum ento que concede el estatu to de persona. la infam a y la ab o m in a—■. es se r reconocida com o tal con todos los a trib u to s de persona: el nom bre pro­ pio es.pero que ya no tiene vigencia de derecho.) Por lo dem ás. socialm ente. a quienes se reco­ noce voz y voto en el llam ado concierto social. con todo. si precedido del artícu lo equivale a decir «la llam ada Esperanza». el a rtícu lo antepuesto a nom bres propios no tiene siem pre este efecto de significación. com o un certificado de ciudadanía. tom a d istinto valor significante: no se le niega aquí al m entado el rango de persona. en sustantivo—. el m ote—. libram os un docum ento que circula de he­ cho —porque E speranza m ism a continúa. para su desventura. (Ya que hom bre alguno ha u rdido tal cosa en su cabe­ za —nada que sea form al.voy a ser m ás preciso en este punto: un hilo conduc­ to r p ara ilu s tra r cum plidam ente la form a de a c tu a ­ ción de dicho artículo. la usa y la m antiene. excluida del núm ero de los que cuentan. dicho regulativam ente: que su única ley de im posición sea la de que no pueda repetirse el m ism o nom bre en dos herm anos del m ism o o de 17 . de aquello que el nom bre propio nos confiere? Nos lo d irá el a rtícu lo antepuesto. lo que tiene por correlato el ser de todos como puro objeto. Esperanza. o a quien con ellas se intenta com parar. puede ja ­ m ás deberse a consciente invención de hom bres concretos—. com o interlocutora m eram ente in terin a y eventual. es decir. pues. no he consegui­ do todavía averiguar de qué se trata. o la que no conoce a su m arido. Es curioso ob ser­ var. fundado en m is som eros escarceos. ello es p ara la señora el m ás seguro indicio de una sublevación.1 ¿D ependería en principio el m encio­ nado em pleo del artículo de la circunstancia —consi­ guiente a d ich a ley— de que el valor del nom bre propio sea diferente en situaciones verbales intrafam iliares y extrafam iliares? De ser así. extraños ha­ blando de pariente del hablante. sem ánticam en­ te. u sual en algunas regiones españolas. aunque. señorito o pa­ dre. C om oquiera que sea. teniendo. así sucede tam bién con el apelativo fam iliar com ún: m ien tras en el seno de la fam ilia la m ención se hace con la m ism a form a que se em plea para el vocativo. con la vecina. la desventurada reina loca. «papá». divertidam ente. Juan. N aturalm ente «Julián» no dice. tom asen el a rtícu lo pre­ cisam ente com o explicitador genérico de ese nuevo contexto en que funcionan. «Don Francisco». y qu ed ará excluida allí don­ de los hijos traten a su padre de u sted —> en el m o­ m ento en que se sale de ella se dice «mi padre». la posición jerárquica se m anifiesta. adem ás. los nom bres de pila el área fam iliar por contexto diacrítico propio. de un fra n ­ co pronunciam iento sedicioso. ¿cuál es o cuá­ les son. sin duda. en boca de una m adre que habla a un extraño de su propio hijo. si es que efectivam ente se vincula a estos supuestos. relación fam iliar alguna. se halle ya en franca descom posición. que rom pe de una vez con el acatam iento de sem ejante jefe. «Paco». y Ju a­ na. com o funcionando en esa relación. en c u án ­ tas fórm ulas distin tas se despliega una m adre de fa­ m ilia p ara m e n ta r a su único esposo: con los hijos. (Nota del 28 de diciembre de 1991. así Fernando V de Aragón e Isabel I de Castilla bautizaron a dos de sus hijos. En gene­ ral la tendencia a se ñ a la r ese cam bio de contexto 1. si un día la c ria d a o el su b ordinado dicen «su m a ri­ do» o el hijo «tu m arido». todo esto po­ d ría a c la ra r cuál es el m ecanism o gram atical o ri­ ginario del a rtíc u lo antepuesto al nom bre de las m ujeres públicas. de las cinco situaciones co m binatorias que pueden producirse —a saber: parientes hablando de pariente. pero no p a ra ti—. p o r la sencilla razón de que en ese m om ento ha dejado de ser unívoca la form a apelativa —«papá» p ara mí. com o parecería d arlo a en ten d er tam bién el hecho de que haya fenecido en las ciudades. com o he apuntado. en el caso de las m ujeres públicas. la segunda persona. «Francisco». la o las que lo hace o hacen aparecer? Ave­ riguándolo p odrían conocerse la función y el valor de dicho artículo. extraños hablando de p arien te del oyente y extraños hablando de extraño—. «mi m arido». con los amigos. con las cuñadas.distin to sexo. b a ra ja de m encio­ nes en la que se atiende siem pre a la relación del m entado con el oyente. tom ándolos en prèstito. los in stru m e n to s de la ap e­ lación.) 18 se observa en toda clase de m enciones que habilitan. la desconocida. con el mismo nombre. al tran sferirse su empleo. re­ 19 . pero es sentido. donde. «papá» —y nótese que esta form a im plica el tú. Volviendo al caso de las m ujeres públicas. el malogrado príncipe heredero. parientes hablando de extraño. su ap arició n se p o d ría referir correctam ente al hecho de que. «el señor» —¿no q u edan m ás?—. alte rn a n c ia que no puedo po r m e­ nos de relacio n ar con fó rm u las com o la de «mi J u ­ lián». por o tra p a rte —y en este m ism o terreno de las interferencias entre m ención y apelación—. y el caso se ría entonces gram aticalm ente idéntico al que he propuesto supo­ n er p ara el a rtícu lo sin nota infam atoria. con la criada. a un cam po ex­ traño y trascen d en te a ella. con los subordinados del m arido. m ucho m e tem o que no pueda e n c o n trar­ se la deseada reg u larid ad y que el sistem a. AI menos hasta el siglo xv esta ley no era como hoy: el mis­ mo nombre del santoral podía repetirse en herm anos de distinto sexo. en el carác­ te r irreversible del sistem a: el in ferio r no m ienta nunca al su p e rio r según su relación con el oyente. y por eso. a mi entender. pero no de una especie). un cajón de sastre en que convergen o del que divergen varias cosas no poco heterogéneas. 21 . en efec­ to. especificador. R eabsorbiendo de nuevo estas derivaciones. pues parece ser que e! ciclón es un ente ubicuo y duradero. el ser abso lu tam en te individuado y ab so lu ­ tam ente no caracterizado. po r consiguiente. tales como cifras) que no esos animísticos nombres de mujer. que abarca mu­ chas fechas y que no ofrecería criterios muy estables para ser coor­ dinado a una de ellas. Y en alas de la fam a —no siem pre necesariam ente honrosa— nos llega. y en esto. en cuanto tal —contra la pretensión de Duns E scoto—. pero la com unidad no puede predicarse de sus m iem bros. el del cóm o y para qué pue­ den u sarse los refranes. de ahí que la persona sea. la especie puede predicarse de sus indivi­ duos. m ucho m ás con el de los topónim os o nom bres de lugar que con el de los nom bres de persona. no sólo a los caballos de c a rre ra s se les ha pues­ to nom bre propio: ¿quién no recu erd a a Babieca y 20 a Bucéfalo? Pero los caballeros (¿cómo se le escapó esto a Don Quijote?) le ponían nom bre propio h a sta a la espada: Tizona.su ltará. o sea. Hoy la c u rsile ría se ensaña. en una ralea. en los ci­ clones. a u n a com unidad. más asépticas (e incluso palabras in­ trínsecamente clasificatorias. El refranero es. si bien se mira. De todos modos ya podían escoger para su denominación otras palabras más dignas y discretas al efecto. que el artícu lo al in d ic a r el cam bio de contexto de sus nom bres propios connotará tam bién la índole form al de ese nuevo contexto en que fun­ cionan y se les volverá. Se conoce que la cu rsilería es tan antigua com o la civilización occidental. el a rtícu lo está a in d icar que el nom bre individualiza especím enes y ya no per­ sonas. Por una p a rte hay m uchísim os refra2. sus nom bres —y con ellos a e llas— de una com unidad y los inscribe en un a especie. el ser sin notas. aquellos. que etim ológicam ente significa «lo que ha de d a r qué hablar». justam ente. una especie se cum ple en un núm ero indefinido de individuos —no la afecta ese n úm ero—. para volver a los nom bres de los caballos de c arreras. m ientras que una com uni­ dad se com pone de un núm ero finito de m iem bros (se form a parte de una com unidad. a diferencia de los prosopónim os. La persona pertenece a una p lu ralid ad finita y e stru c tu rad a . no deja de se r lógico que se le ponga nom bre a lo que ha de se r famoso. sino de un tan deseable com o prom etedor estudio clasificatorio desde el punto de vista funcional. bien que restringidos a la m onom aníaca y pintoresca com unidad de los turf-m en. po r ejem plo. el efecto de especificación se corresponde con el de despersoni­ ficación: adem ás de «una cualquiera» se oye decir «una individua» y a u n «una de esas». se dice «el ciclón Daisy». en lugar de decir sencillam ente «el ciclón del 14 de feb rero »2 —fecha que h a b rá que a ñ a d ir de todos m odos cu a n ­ do haya que entenderse. en verdad. se me p resen ta alguna ob­ servación que contradice su in terp retació n m ás tópica y usual. el caballo de Calígula. Me ha dicho un amigo que esto está equivocado. serían a n á ­ logos a ellos los nom bres de los caballos de c a rre ­ ras. com o lo hay tal vez d e trá s de cu alq u ier cu rsilería. com o función prim ordial de los refranes. inicial o crítica que fuese. Pero hay sin du d a un m ovim iento m ági­ co en tal denom inar. en razón de un aspecto decisivo. Por o tra p a r­ te. y así. el nom bre de Incitatus. en efecto. pues. ya que con «Daisy» no se ha dicho nada. con el caracte­ rístico énfasis especificador del dem ostrativo ese. El artícu lo saca. he de a ñ a d ir que su sistem a clasificatorio se podría com parar. Durandal. un gesto de exorcism o m uy se­ m ejante al que puede reconocerse. a reserva de lo que pueda escla­ recerse no del m ero h o jea r —que es lo que he hecho yo por el m om ento—. constituyen un sistem a universal y unívoco para toda la com unidad de los hablantes. de aún m ás lejos. pero no es ese su designio ni creo que na­ die se confiase a ellos com o se entrega a su experien­ cia propia y percepción actual. pero el im pulso se alim en ta de aquel m ism o se n tir irre ­ flexivo —por otra p arte no siem pre infundado— que hace que el verbo «controlar» pueda usarse. m as no es preciso creer. «El conejo ido y el consejo venido». fórm ulas m ágicas. com o indica de m odo indiscutible su fó rm u la in tro d u cto ria prototípica. sino condición 23 . m ás a m erced de la na­ turaleza —«juguete de los elem entos». como m eros com en­ tario s con los que se responde a p o sterio ri a un hecho recurrente. literales e inm ém ores de origen com o el don del cie­ lo. po r lo tanto. for­ m alm ente. S upersticioso igualm ente es el im pulso que rige la costum bre de poner nom bre propio a los ciclones. sin intenciones clasificatorias. refrán que p o d ría aplicarse a su vez perfectam ente a esta clase de refranes. p ara que sea eficaz en las carn es y en el ánim o de aquel que lo profiere. en verdad.nes que no pueden tener nada de consejo. pero que hacen sos­ p ech ar m uy fu ertem en te que antes que guías para la acción o avisos de lo que cabe e sp e ra r de los indicios que enuncia su prem isa. en su eficacia con­ tra los elem entos. exorcizadoras. Para el capítulo de los que obedecen en efecto a la idea m ás corrien te en to rn o al refranero. que no es ficción ju ríd ic a o retórica. vigilar y go­ bernar. usa d irectam ente la experiencia: m ira al cielo y se dice «am enaza torm enta. acción m ágica al fin. si es que ha tenido alguna vez auténtico vigor— es lo que sobrevive. si es que la m agia se define com o la pretensión —sea cual fue­ re el creer concom itante— de a lte ra r de algún modo 22 el m undo real m ediante la palabra. Su función no es g u iar la ac­ ción del hom bre: el refrán m ism o es la acción con que él se enfrenta a aquello a lo que no puede opo­ n er m ás que palabras. del rango de persona. con m alig­ nos efectos p ara la m ente hum ana. los refra­ nes se quedan de reserva p a ra cuando no cabe o tra acción que la palabra. m ás propenso y circunscrito. de m ode­ los verbales acuñados de una vez para siem pre. pueden ten er m ás o m enos aspecto de consejos o bien de previsiones. frente a lo ine­ luctable. Y el exorcism o m ás p rim a rio es «¡a ti ya te conozco!». son. sacaré el paraguas». que no pue­ den e n tra r m ás que post factum . a una resp u es­ ta puram ente m ágica. su m ise en scène: «Ya lo dice el refrán». a rrib a contem pla­ dos. en la superstición. verbi gratia. No hay duda de que en rigor podrían usarse com o guías para la acción. Y. en zozobras sin cuento. el del m ar. el solo don capaz de resp o n d er al cielo. serv irán a lo sum o para com plem entarlas. el refrán cum ple tam bién. de modo anfibológico. de p o n er nom bre propio. es decir. Para p resta rse a oficios se­ m ejantes. ¿han de entenderse com o com portam iento m ágico los actos. estrictam ente. se pueden se­ p a ra r nítidam ente las sentencias m orales positivas. a un anim al que no atiende po r su nom bre y de m en ta r p o r el nom bre bau tism al a una c ria tu ra aún del todo ex trañ a al uso del lenguaje y carente. con m ucho. p ara ten e r respuesta. nadie cree que con ello se am ansen sus furores. para las ideas de registrar. Su tem a son fenóm enos que el hom bre no gobierna. en m odo alguno. p ara al m enos no q u edarse con la p a la b ra en la boca. En e sta in te rp re ­ tación a b u n d a el hecho de que el refranero esp ecia­ lizado m ás copioso sea. las cuales no pueden se r m ás que consejos. supuesto que éste. esta eficacia —y no aquella creencia. es en el m ar p recisam ente donde el m ortal se ve m ás desvalido y m ás am enazado. reanudando finalm ente la hebra tan la r­ go tiem po in terru m p id a. p ara o b ra r en con­ secuencia. por tanto. el hom bre no suele andarse con refranes. Y final­ m ente queda un inm enso acervo de refranes que. Cuando se tra ta realm ente de actuar. el requisito form al cara c te rístic o de la p alab ra m á­ gica: ha de tra ta rse de fórm ulas. com o gustan algunos de d e c ir— y. especialm ente la clim atología. a mi en­ tender. m e­ diante el cual el bloqueo de la sociedad constituida venía a organizársele ya en torno de la m ism a cuna. sum ido en im penetrable alteridad. hay magia. el m iedo a aventu­ rar. apenas ahuyentado. con todo. tan fá­ cil de manejo. el nom bre de persona. po r ta n ­ to. no en la pasividad so­ lam ente relativa de un ser sin duda im potente para valerse por sí mismo. p o r lo tanto. Lo vis­ lum brado era la naturaleza perteneciéndose a sí m is­ m a en su ab so lu ta alteridad. toda experta y ha­ cendosa. se en cu en tra vinculado a la función apelativa? Si es que. del m undo es­ tatu id o y fam iliar. exorcizado en su naturaleza. que es cuando cabe decir m ás propiam ente «sim ple cursilería». De suerte. en su soberanía irreductible. en el que se ponía. se p retende afectar lo que se nom bra. caía sobre él. haciendo su gran papel frente a los hom bres y com o riéndoles llena de indulgencia una torpeza nunca com probada —«vosotros no entendéis»—. lo que im pulsaba a la joven c a sa ­ dera a echarle encim a el arn és de un nom bre propio. como una m áscara de escarnio. en su extrañeza. de a b o rta r in nuce aquello que cada nuevo nacim iento puede tra e r de posibilidad. tan sencillo. al uso m ism o del lenguaje —ya que nos m ienta com o in terlo cu to res—.real. sino que hay que d ecir p o r qué y de qué m anera. pero dotado. para alcanzarlo. a m udarle al neonato los pañales. el exorcism o? No hay que dejarle al niño que sea naturaleza. no b a sta h ab er m os­ trado la im propiedad lingüística del hecho. en cuanto se vincula a la función ap ela­ tiva y. Bien entendido que la m agia se atrib u y e al im pulso original y no es preciso suponerla en cada uno de los casos singulares. que ni siquiera es posible tom arlo dem asiado en serio. de la autóctona. Como a la vista del peligro el avestruz esconde la m irada en la are n a del desierto. por el contrario. la socie­ dad trata así de defenderse contra la am enaza de lo indeterm inado. la m irada m ás allá de los límites de lo inm ediatam ente com prensible. de dentera y de ver­ güenza ajena. 25 . el conjuro que salta ju stam en te sobre aquello que m edia entre hum anidad y naturaleza: el don de la pa­ labra. sino el oculto m iedo a tener que reconocer com o n aturaleza al que. en m era función lúdica. con tales ac­ tos m ágicos. y acudió. tan solícita como insolicitada. Precisam ente el nom bre propio. es la p alab ra que resuena en el propio corazón de esa distancia. es n ecesario c o n ju ra r su autonom ía extrahum ana. d orm ía en aquella cuna. con su grotesca ficción de hum anidad. de persona mayor frente al mocoso —«sé cóm o hay que tra ta r­ te»—. venía a colocarse. pues. hablándole sin tregua con una voz dulzastra y depor­ tiva y un adem án de tierno m enosprecio. com o hacia algo tan dócil. en un mismo nosotras con la madre. que el tratam iento m e­ diante nom bre propio. Lanzando sus artejos con larga antelación. p ara ah o g ar la in q u ietu d de lo ap en as vislum brado en el profundo ensim ism am iento de su sueño. que requiere actu ar como jugan­ do (no pudiendo ya m ás de rabia. No era. 24 Pero es propio del miedo. re­ volverse en olím pica jactancia: resplandecía toda ella en un gesto sonriente y desenvuelto —lleno de afec­ tación por lo dem ás— y pronto desplegó un com por­ tam iento ardientem ente penetrado de com plicidad intrafem enina. presuntam ente respetuoso y dignificador —p o r concederle rango de persona—. abandoné violentam ente la fiesta en aquel punto). ¿Cómo ha de operar. donde a m enudo puede no q u e­ d a r m ás que inerte y g ratu ita im itación de sus mo­ delos. incesante y progresiva actividad de un o r­ ganism o vivo. sino en la inerte y total pasividad de una m uñeca. en efecto. de ori­ ginalidad capaz de confundirla y desbordarla. así el hom bre la en ­ tu rb ia en el esp eso r de la palabra. como un objetivador y despiadado precinto de control. su indeterm inación: se a c tu a rá su p ri­ m iendo la distancia —un suprim ir que no es m ás que ignorar. Así el recién nacido. la sociedad se adelan ta a exorcizar en él precisam ente lo que ese m ism o nom bre p odría rep resen tar: la li­ bertad. a rro d illad a a la vera de la cuna. lejos de resu ltar reificador. Así. un libro en blanco. cam uflando los lím i­ tes en que se circunscribe. en la m ism a m edida en que interfiere en n u e stra relación con lo real— se p e rp e ­ tra. por o tra parte. dispuestos a reconocérsela en el caso de que las víctim as perciban el tratam ien to que se proyecta sobre ellas. Y m ixtifica a la n aturaleza en cuanto quiere ella m ism a su p lan tarla. dan. un ejem plo ad m irab le de c u ltu ra en el em pleo del n eu tro para el niño. presupone una a h istó rica y total con tin u id ad en tre el anim al de hoy y el h u ­ m ano de m añana. que tan estrech a­ m ente depende del respeto: g u ard ar celosam ente las distancias con las cosas. en cuanto quiere hacerse p a s a r por «natural». y conform e a prejuicios h arto difun­ didos. ex­ pedita ejecución de algo ya prefigurado y program a­ do sin residuo en el presente. al e ch arle encim a antes de tiem po —antes de todo tiem po concebible— la red de un nom bre propio. sino un libro ya escrito. por contras­ te con lo nuestro.Y en este punto es ju sto señ alar cóm o las lenguas germ ánicas. solam ente pendiente de lectura. es la p rim era condición de todo conocer. frente al cual no p o d rá ofrecer sorpresas. una doble afrenta. azul para los varones—. sin em bargo. pues. p o r nom bre propio a un niño que no habla no sólo afre n ta a la n a tu ra le ­ za. sino un fu tu ro «natural». que el nom bre propio y la idea de persona se aparejan tam ­ bién a la noción de identidad). parece su­ s u rra rle «date preso: el nom bre propio soy yo quien te lo da» —donde. p ara hacerlo. ya hum ano que ello sea—. logra ignorarse y mix­ tificarse. y de este modo. sino tam bién y en igual grado a la propia h u m a ­ nidad. cu alesq u iera que sean las circunstancias. el don de un nom bre propio —que no 27 . que hable o que no hable. acudiendo a en cajarlo en un modelo. de un nom bre de persona. el m ás sabio y delicado acto de respeto hacia su indeterm inación sexual. u n a doble villanía cognos­ citiva —y. se la negarán. la historia. es decir. Q uien m ienta. p o r el contrario. de un golpe. no. efectivam ente. Así. com o un ocioso protocolo co rtesan o sin con­ secuencias en la realidad. a fi­ ja rlo en un destino. por ejemplo. que pugna sin descanso p o r e c h ar sus ten­ táculos sobre cuanto am enaza d esm andársele —ya natural. su fu tu ro no es ya un futuro histórico. Alguien po­ d rá p e n sar «¡cuestión de form as!. sino sólo advenir. otros. escam oteando el so lar sobre el que se halla edificada. em peñada en gan arlas p o r la m ano. allanam iento que redunda en una m ism a violencia p ara am bas y que rem ite a la obsesión c en tríp eta de una hum anidad acobardada y capitidism inuida. que aborrece asom arse a la intem perie de cuanto la re­ basa. ¿qué im portancia tiene?». al p a r que. pensándolo sin m ás com o un m ero desarrollo. o sea. y al m argen de tan torvas intenciones. por tanto. al que no le faltaría determ inarse. dado que. pues. Si hoy se le puede ya tener por el m ism o de m añana (huelga decir. viene a constituir. en el allanam iento del enorm e hia­ to que separa a la natu raleza de la hum anidad. p a ra ah erro jarlo 26 en el cerco de lo propio. tam poco se p o d rá decir que m iente—. Pero el respeto no tiene que entenderse. real. en casi todo inferiores a las neolatinas. en cam bio. reconocer su inconm ovible alteridad. uso que. po r defi­ nitiva e inam ovible. estim a que nada hay por decid ir ni por c re a r en el anfibio y peregrino desarro llo que separa lo uno de lo otro. com o u n a sim ple. parece vero­ sím il su p o n er que los lactantes son del todo insen­ sibles a sem ejante discrim inación. pues al c o n sid e rar irrelevante. la d ualidad sexual se señale ya en los recién nacidos con colores d istin ­ tos en las ropas —rosa p ara las hem bras. vendrá a tener. a he­ chos com o el de que. aunque im posible sin ella en todo caso. tantas consecuencias cu an tas pueda tener n uestra disposición cognoscitiva. se p restan al abuso de for­ m a peculiar: a que su m era aparición confiera au to ­ m áticam ente autoridad al texto que los saca a relucir con adem án condenatorio.) Pero no ha de im portarnos dem asiado llam ar «m á­ gico» o no. aquí está. «supersticioso» o no. la inerte convicción de lo inm e­ diato: urge. por v irtu d de su propia in­ tegridad. y es ju sta m e n te en cuanto se pretende que e stá dicho todo cuando no queda nada de lo dicho. N unca he visto c ria tu ra m ás dolorosam ente envilecida. se­ gún creo. su p e ra r la inquietud frente a lo que podría poner en duda. en que se absolutiza e h ip o stasía en la opacidad de un g u aris­ m o irred u ctib le —y eso es. me pa­ recía que. a un tiempo. de prestigio negativo en los oídos de la civilización. de los casos en que el nom bre aparece com pletam en­ te ocioso en su papel lingüístico. ya que no puede ser ju stificada en las in stru m en talm en te pertinentes. sino que tam poco la clasificación o la m ención pueden d a r suficiente razón de su presencia. por lo tanto. precisam ente por e s ta r cargados. de la n atu raleza y de la cien­ cia. en una palabra. hem os de precavernos co n tra ella tam ­ bién en el m anejo de esos m ism os predicados. Lam arck.. «hum anizar» al anim al. u n a p ala­ bra m ágica. puede im pulsarlos a alzarse con la hacienda de la m adre y a d en u n ciar su am biguo tes­ tamento.) Esa función b a sta rd a es. es decir. ab u san d o de cargas de valor. pues. Se reconozca o no un com portam iento p ropiam en­ te m ágico en el acto de im ponerle nom bre propio a un anim al que no atiende p o r su nom bre. Y aunque me ofenda y me llene de rubor. por el placer de h allar una aquiescencia tan fácil com o vana. a tal o cual com por­ tam iento. de a b rir alguna efectiva lucidez. exactam ente. sino el don de la p a la b ra — deja ipso facto de se r un don gracioso y sale ya gravado de antem ano con la expresa restricción que lo des­ nuda de cuanto no revierta en el estrecho interés de la donante. que los reso rtes que la fundan no estuviesen directam en te vivos en aquellos fautores 29 . he podido llegar a presenciar. a la postre. el caso m ás escan d a­ loso que. pues: a cierto cam aleón se le había im pues­ to nada m enos que el nom bre de Currito. o sea. Buffon. y por ende en movimiento. com o cuando se dice «¡Magia! ¡Superstición! ¡Con eso ya está dicho todo!». Bien podría ser que en el m ism o hecho concreto de sem e­ jante im posición de nom bre no hubiese m ás que iner­ te im itación de una co stu m b re difundida —aunque se precisaba una gran falta de sensibilidad para seg u irla—. del lenguaje. por el con­ trario. en su significado y consecuencias. Darwin.anuncia. convertirm e en agente de tan im pro­ ductivo terrorism o verbal. lo cierto es que se tra ta en todo caso de una actitu d que no puede d e ja r de rem itirse a funciones bastardas. cuando no sólo falta una función apelativa. se levantaba ai unísono un clam o r y un llanto airad o ante tam añ a afrenta. m adurando y reventando como un fruto en las m a­ nos de los hijos. proponien­ do una vía interpretativa para el esclarecim iento del 28 fenóm eno en sus fundam entos.. de las anónim as o scu rid ad es de las selvas com o de la espesura de las páginas de Linneo. Ju sta m en te porque la actitu d m ágica se en cuentra perm anentem ente agazapada en los alre­ dedores de c u alq u ier p alab ra y d isp u esta a im preg­ n a r y o scu recer la tra n sp a re n c ia de su em pleo significante. No q u e rría. (Hablo. pues toda p a la b ra nubla y pierde su significación desde el m om ento en que se queda sola. he de ci­ tar. (No obstante. de m odo tópico e inm ediato. el don llega a heredarse intacto y renovado. a despecho de cu a lq u ier disposición testam en taria y. toda vez que ha sido la experiencia sin­ g u lar que ha dado nacim iento a estas m is sospechas. la­ terales. Cuvier. la de a h u y e n ta r el desconcierto y la zozo­ bra que la naturaleza puede producirnos. m á­ xime porque. p o r mi m ala estrella. p o r m ucho que m e cueste. se trata. reducida al denigrante papel de m ero a c to r de aquella m iserable pantom im a. de ahí que no sea una d o c tri­ na en sí. p o r su sem ejanza con el hom bre. sin fam iliari­ dad alguna con el hom bre. sea tam ­ bién el que de m odo m ás urgente reclam a el exor­ cismo. no quedaba de él. vuelvo a re­ petirlo. y en especial m anera el benigno chim ­ pancé (recuérdese cóm o se le viste y se le hace sen­ tarse a com er en torno de una mesa).) Y si en el acto sin g u lar no recu rrían de m odo o rig in ario los motivos. chillidos de m ujeres. pero al socaire de sus individuales inten­ ciones yo sentía actu alizarse el anónim o instinto ge­ neral. absorto. consi­ guiendo b o rra r de sus m irad as el últim o residuo de extrañeza. sobre cu a lq u ier doctrina. lo que asegura su perduración. el testim onio fronterizo estratég icam en ­ te situado en el lu g ar preciso en que la naturaleza puede volvérsenos inquietante y agresiva. lo m alo es que com ience a revelarse no tan otro. son blanco favorito de todas las afrentas. tan im pávido en sus m anos. celebran la agitada ac­ tuación de los bufones. de color m udable. que no podía so p o rta r p o r un m om ento la presencia de aquel dios fascinador. sino el modo de hallarse recibida en nuestra mente. lo que decide de su fecundidad. una a c titu d y un gesto hum anos. en virtu d de su sem ejanza con el hom ­ bre. O tro espectáculo de este m ism o jaez es el que co tid ian a­ m ente puede presenciarse delante de la ja u la de los monos. aparecen com o una especie de hu m a­ nidad degenerada y caricatu resca. p o r lo dem ás. sino que. se deja desde el p rim e r instante a b o rd a r y a p re sa r tan dócilm ente. m enos uno de cuanto d e sea ría fu riosam ente ser. la m ism a falta de resistencia a la co stu m ­ bre ¿no venía a ate stig u a r que el exorcism o había alcanzado ya en ellos plenam ente sus efectos. pues poco hay que tem er m ie n tra s lo O tro pu ed a presen tarse com o definitiva e indiscutiblem ente otro. no obstante. y no hay que p e n sar que sem ejante preferencia se deba únicam ente a que se presta a ello m ás que ningún otro anim al. no es el error. la p o strera vislum bre de lo Otro? Ya he dicho que lo m aligno de las supersticiones. allí. no es la ilusoria efi­ cacia —m uy pronto d esm en tid a— de la p alab ra so­ bre el m undo. ¡Jam ás d a rá n un solo paso en la experiencia y en el conocim iento de la naturaleza quienes se entregan a tan sádica e in­ digna hilaridad! Los m onos. la sistem ática obs­ trucción de la experiencia. si se me adm ite la expresión. la fricción. que. incluso sobre las inicialm ente nacidas de una acti­ tud científica genuina. sino la m ala fe —siem pre m ás re­ sistente que el e rro r— lo que en e llas sobrevive: la voluntad de autoobnubilación. sino su reflejo real sobre los hom bres. cola prensil y lengua cazadora y.singulares. (Esta a c titu d se puede proyectar. sino el contraste. co n cu rre otro m otivo m ás profundo: el de que. bajo la significación de un rostro. o dicho inver­ sam ente. ni siquiera es precisa la m ediación de un nom bre propio p a ra o p e ra r la m ixtificación: risas desenca­ jadas. que lo Uno (perdón po r e sta jerga) se des­ cu b ra m ás o tro de lo que se pensaba. entre su personalidad postiza y su im agen real. in escru tab le anim al de ojos inde­ pendientes. de aquel p a rsi­ monioso. el m iedo a la naturaleza se funda sobre todo en el conocim iento de la hu m an id ad que de rechazo podría provocar. ¿Cómo sa lir al paso de tan desagra­ dable sem ejanza? Poniéndola en ridículo —visto que 31 . pues. antropom órficam ente interpretados. (Un anim al que huye a n u e stra vista nos causa m enos in q u ietu d que otro que. de ese papel de farsa antropom órfica. a mi entender.) Visto a través del prism a de ese nom bre que no quiero repetir. fisonóm icam ente interpretado al trasluz de esa m áscara im postora. y la 30 adm irable cria tu ra se eclipsaba del todo ante los ojos de los espectadores. figura y m o­ vim ientos venían a se r leídos bajo la ficticia inten­ cionalidad que se les atrib u ía . Es el extraño próxim o. tan dócil. en cam bio. m ediante el expediente de acogerla com o una pretensión de identidad. la m a­ nipulación com o sistem a. de su eco en n u estro oído. Pero esta actitud podría parecer contradictoria con las que he señalado m ás a rrib a. la a lte rid a d de lo que es com o ello quiere. la 32 cuestión es que todo. es la experiencia crucial y te­ m erosa. parece que hay una verdadera punición: «¿De m odo que tú eras el que q u e ría p are­ cerse a los hum anos? Pues yo te voy a enseñar. se nos descubra por un in stan te otro de su im agen. ya con la m anipulación de sus conocim ientos —adonde iré a p a ra r m ás adelante—■. acaso pueda hablarse de u n a «afrenta» tam bién en el sentido su b ­ jetivo e intencional. y cuando se habla de falta de respeto. que no haya am bigüedad. se lo presenta así al espectador: «¡Mirad: uno que quería s e r com o nosotros!». de una vez p ara siem pre. com o un lugarteniente. sí. cuanto pueda m o strarse resistente a nuestros estatutos. cualquiera que sea su signo en cada caso. de rom per las distancias. que cada cual se esté en su pues­ to. ves­ tido. detenerse en algunas precisiones: la al­ teridad que se quiere vio len tar es la alte rid a d com o m era resistencia. asunto que 110 es de este lugar. según la últim a moda. la m anipulación de m anipulaciones. com o colocándole el INRI encim a de la fren ­ te. po r tanto. es la idea de la Arm onía Universal. de su reflejo en nuestros ojos. rara vez alcanzada.como un hom bre vestido. la posibilidad de h u m an i­ dades diferentes—. y d es­ plazando arte ra m en te la com paración. pero es acaso indispensable ha­ berla tenido alg u n a vez. com o a la luz de un relámpago. de u n a obsesión c e n tríp e ta em peñada en allanar toda distancia. es la se­ m ejanza lo que se tra ta de p o n er fuera de juego. de que el cosm os se m uestre de pronto de verdad com o el dueño de sí mismo. e sta experiencia de desidentifica­ ción —auténtico choc perceptivo y epistem ológico— es la naturaleza la que puede ofrecerla especialm en­ te.se resiste a se r negada—. En tan sangrien­ ta b urla de sus supuestas pretensiones. quien reniegue de la legítim a y fecunda pretensión cognoscitiva de ta ­ les predicados en su adem án intencional hacia su objeto. p ara fu n d am e n ta r en su re­ cuerdo el ab stracto respeto que la sustituye. en efecto. m ientras que aquí se diría que m ás bien se pretende exorcizar la cercanía. el exor­ 33 . form ando una uni­ dad inextricable. la m anipulación de su im agen en el conoci­ m iento del adulto se com penetra. convie­ ne. lo pretendíam os ya tener borda­ do para siem pre. ya con la m anipulación del niño m ism o. el bonito papel que vas a h a­ cer» y. se h ablaba allí. contra sus m ism os fundam entos. con la indeterm inación que é sta supone —y que ap arejaría. com o en un tapiz ad usum Delphinis. ciertam ente. No he de s e r yo. de un im pulso a ignorar la alteridad de la n a ­ turaleza. (En lo que al niño se refiere. y p o r ende invalidarlos o al m enos soca­ varlos. Tampoco es necesario. incluso. Un atentado total contra estos estatutos. en cuanto al chim pancé.) En fin. En el caso del niño se tra ta rá de neg ar la disconti­ nuidad. de que. a su vez. La idea m anipuladora por esencia. del terren o biológico —en que se lo c o m p araría con el hom bre com o especie anim al— al ilegítim o terreno en el que queda c o n trastad o con un hom bre h istórico concre­ to —precisam ente aquel que com o «el hom bre» se pretende absolutizar—■. y le sabe g u a rd a r fidelidad y nos ap arta de m anipulaciones. sea idéntico a sí mismo. sea cual fuere el sentido de sem ejantes m anipulaciones. Ese es el exorcism o Urbi et Orbi. vivir constantem ente en la tensión de esa experiencia. se tra ta siem pre de esca­ m otear cuanto am enace hacernos c a e r en extrañeza. de esa tupida red de predicados en la que. de lo que se rebela a recibir definitivam ente un puesto en la llam ada a rm o n ía universal. se en ­ tiende la m anipulación cognoscitiva del objeto. ni seria resistible. y en especial la hum anidad. cism o solem ne y general que term ina con todos los demonios. con un sen­ tido infinitam ente m ás coherente y u n ita rio del que pudiera ten e r lo retratado. lo que p o d ría d a r razón de la c a ra c te rístic a infantilización de nuestro m undo). del argum ento y el docum ental. Se trata. a las form as. con el dos veces doble frente de la fo­ tografía y el dibujo. se organiza una sucesión lineal de acciones. que. Como la n atu raleza por sí m ism a. beneficiándose de sus hallaz­ gos. de una ideología «educativa». tan pom posa como autoritariam ente. los docum entos se pueden h acer c o rresp o n d er en el relato a situaciones diferentes a las que había realm ente en el m om ento de la toma: un anim al que huía puede ahora convertirse en un anim al persegui­ dor. una función argumental). De este modo. No es de este lu g ar —ni podría se r faena de mi agrado— em prender un análisis concreto de sus obras. condicionar y em botar esa m i­ rada ya desde la infancia. confuta de rechazo la presunta a rm o n ía del m undo hum ano. H abiendo evolucionado. ya no dirige la m irada h acia esto o hacia lo otro. tom a que h a sta nos pue­ de se r recom pensada. En cuanto al «objetivo». y en espe­ cial la zoología. Pues yo te los voy a enseñar». an tañ o un m ero apéndice de la confeccionada para adultos. p o r su sola naturaleza estru ctu ral. un id ad es unívocas y unidim ensionales de co nducta y de intención (cosa. p odría decirse que todos o casi todos los recursos ideológicos m odernos —com o puede observarse sin m ás en las m arcad as tendencias infantiles del d ib u ­ jo p u b lic ita rio — bajan hoy a beb er en los veneros de esta especialidad. es el terren o de elección para m ani­ p u la r las m entes infantiles. se confecciona un argum ento. en efecto. se haya convertido hoy en objeto de una au téntica especialización (más aún. ya m entirosa con respecto a los h u m a­ nos. cuanto a la propia m anera de m ostrar. los trozos de película rodada se cortan y se barajan a voluntad del jugador. es decir. sino que p refiere proyectarse sobre aquello hacia lo cual con interés m ás espontáneo se halle ya vuelta la m irada: «¿Te gustan los anim ales. Ya con esta antropom orfización e stru c tu ra l la naturaleza se 35 . no es de e x tra ñ ar que la ideolo­ gía para la infancia. nos llevan de la m ano al agonism o y nos sugieren inm e­ d iatam ente una tom a de partid o —y hay siem pre un solo p a rtid o que to m a r—. por lo dem ás. des­ pués. está m uy lejos de serlo lo b a sta n te com o p ara que la m a­ nipulación no pueda com enzarse ya en la toma. Walt Disney. pues un hom bre p o d rá ten er designios. La h isto ria n atu ral. que no atiende ya ta n ­ to a lo que m uestra. po r tanto. se da una dirección se­ gura y p erm anente a los designios y se crean verda­ deros personajes. frente a la m i­ rada —ingenua o cultivada— que sepa serle res­ petuosa y se sepa ser leal. y. se rá preciso m anipular su imagen. del propio conocer. ¿Pue­ de m ixtificarse en lo que hoy g u stan de llam ar. incluso a veces obsesivos. haciendo que el m alvado re­ sulte al final p u n i par les évenem ents. pero —a despecho de todos los es­ fuerzos que desde tiem po inm em orial viene hacien­ do en tal sentido la ideología e n tra ñ ad a en la form a m ism a de la épica y de la h isto rio g rafía— una exis­ tencia no es nunca. por fortuna. el sistem a de las ideologías des­ de la ideología que podríam os lla m a r dogm ática o de contenido hacia procedim ientos ideológicos que apuntan directam ente a los procesos. y yo no tengo la culpa de que lleven valor peyorativo —a n te rio r o posterior— en el lenguaje cotidiano las palabras con que el lenguaje técnico contesta sobre el cómo: «la truca» y «el m ontaje». gracias a la frag­ m entación de la escena en planos parciales sucesi­ vos. en se ñ ala r la dirección a mi en­ 34 tender m ás relevante en sus m ixtificaciones. me quedaré. nos ofrece de ello el parad ig m a m ás completo. «docum entos foto­ gráficos»? Todos sabem os ya que sí. en este últim o siglo. expresivo y descriptivo (estoy pensando en «Bambi» y sem ejantes. de que «la vida es así». el contenido m oral de la lección. Donald & Co. en la que la exageración de los rasgos propios del an i­ m al. producen. del m ism o modo. con épicas y filosóficas palabras. es el que con «historia» se designe a la vez. p o r si no fuera bastante. no contentos con p re se n tá r­ nosla dopada y disfrazada. se le m ultiplican los m úsculos faciales h asta alcanzar la com plejidad.vuelve p erfectam ente congruente e in m ediatam en­ te inteligible. en tal otro m om ento la voz en off se c u id a rá de enfa­ tizarse. en su terreno. la riqueza de juego. hay que d e c ir que su m anipulación de la naturaleza se produce sobre todo en el cam po per­ ceptivo: com oquiera que sus personificaciones de anim ales no van p o r el registro sim bólico o esque­ m ático. de que hay «tiempo de a m a r y tiem po de m orir». cu a lq u ier incertidum bre. M ien­ tras. publicado en Francia: C’e st la vie. operando en el público o tra de las grandes a tro ­ fias cognoscitivas. de p o n er po r testigo a la n a tu ra le ­ za —un testigo com prado y aleccionado ya hem os visto cóm o— sobre la afirm ación de que esta. que. de los del rostro hum ano. p o r una parte. acreditado p o r la suprem a a u to rid ad de la foto­ grafía. o sea. queda excluida. los rasgos fisonóm icos característicos del anim al —ver­ bigracia: los incisivos y el rabo en el conejo—. la m úsica no d e ja rá de subrayar. la única hu m an i­ dad que puede haber. con el concurso de la p alab ra y de la m úsica. en torno a la dura ley de la selva. m ás que en la serie Mickey. se 37 . ratifica r y perpetuar. p o r otra.). la del ofidio p ara con sus c r í a s prolongando con puntos suspensivos la serie inconcluida. Se trata. se la hace incluso h a b la r —a ella. al m e­ nos desde Roma. Por esas circunstancias peculiares. En cuanto a los dibujos. su hipercaracterización. sino po r el plástico. el anim al conserva el parecido. para que el propio espectador. la del ave para con sus polluelos. am bigua­ mente. con la p re­ sunta sanción de la naturaleza. Los resu ltad o s son análogos a los que. sin d arse cu en ta de h a b e r sido asesin a­ do en su condición fundam ental: en su silencio. el «m ensaje» de la naturaleza. se satu ran . para. lo m ediado a través de un testim onio (siniestram ente revelador de ese subjetivo y cen tríp eto objetivism o que. su p ed itan d o la experiencia a la interposición de sus antropom órficos m odelos interpretativos. En este m ism o sentido. la com plete en su m ente con el hom bre. se le añade to­ davía. la te rn u ra de la fiera para con su s cachorros. resu lta de ello esa extraña falsificación n a tu ra lístic a —si se m e ad m i­ te la an tin o m ia— cuyo c a rá c te r fundam ental es la hiperfisonom ización. la violencia im peran­ te en la jungla de asfalto. a p a rte su propio e sp íritu —que no es de este lu g ar— y al m argen de que nos vuelven a tra e r (y de m anera realm ente vomitiva —no 36 puedo contenerm e de decirlo—) sobre el asunto de la cu rsilería. es sig­ nificativo el títu lo de un libro de anim ales d e stin a ­ do a los niños. Pero a esto. a la struggle for Ufe. viene siendo una de las peores ten­ dencias de O ccidente y que hoy toca sus extrem os. c u alq u ier cu rio sid ad intem pestiva. aquí y allí. con eso. la pre­ sente. tan to el aco n tecer com o sus testim onios). no es necesario d a r un solo paso p a ra com prenderla: viene ya totalm ente interpretada. po r el procedim iento de «adap­ tar». la inm ediatización es capaz de in te rfe rir y de condicionar la percepción en vivo de la naturaleza. con sublim es acentos y coros celestiales. que induce a la capitulación y a la conform idad. com pensa los efectos desn atu raiizad o res de su hum anización expresiva y la hace a c ep ta r com o legítim a. que es el silencio por antonom asia. de m anera autom ática. de hacernos inm ediato lo distante. en efecto. las pelí­ culas h istó ric a s (renuncio aquí a decir de qué m anera). es la verdadera hum anidad. en u n a palabra. Es una doble m anipulación. po r lo pronto. en tal pasaje. La idea de adaptación es una idea cen tríp eta por excelencia. la prim era experiencia de lo Otro. no hay m ás que una sola m ente hum ana. po r cierto. a p arte de una verdadera afre n ta para los abnegados hijos de los hom bres. C uando alu d ía de pasada. es lo que se conduce p o r sí mismo. p u e sta s entre la e sp ad a y la pared. se tra ta ju stam en te de tendencias inerciales. por superposición. autom áticas. pues. en realidad. lo que es lo mismo. así. el m undo de los anim ales. z a fa r­ se y sobrevivir las anónim as tendencias. p o r obvio que ello sea: no hay una m ente infantil ni una m ente fem enina. debe ser considerado com o el m áxim o c o rru p to r de m enores de este m edio siglo. es despojarlos ju stam en te de cuanto en ellos había p o r conocer. que piensa el conocer com o asim ilación de los obje­ tos. lo que ya e stá ap u n tad o y sugerido en la cadencia m ism a de las cosas. al eco y al reflejo sobre el hom bre de la red de predicados que éste lanza sobre el cosm os. ya se prefiguraba. por el contrario. la acción que se cam ufla. d e trá s de ese « ad a p ta r el objeto a la m ente infantil» es la de a d a p ta r esa m ente al m odelo para ella concebido. ju stam en te de n u e stra inconsciencia (o. y asim ilarlos. o sen ti­ m iento de im perfectibilidad) p a ra p o d er sostenerse y p erd u rar: les urge la inocencia universal. com o el rostro 39 . por lo dem ás. de las que 38 nadie es en verdad sujeto y que precisan. «los que se quedan en casa». p recisam ente el m ito del m alvado —con la concom itante práctica m ágica del holocaus­ to de chivos expiatorios— es un típico m ito exorci­ z a d o s es la tin ta de c a la m a r tra s de la cual pretenden. d im anantes de las propias circu n stan cias de lo dado. puede presentarse. Al h a b la r de la antropom orfización de la naturaleza. en las ilustraciones de los textos escolares. la in fa n tilidad es un invento de la m ism a ralea que el de la fem inidad y estrecham en­ te coordinado a éste: los niños y las m ujeres son. por lo tanto. S ería preciso e scrib irlo en las paredes. antes del cine. m ás a rrib a . a través de un objeto m anipulado ad hoc para su horm a. fam iliarizarlos. en su sistem a de reproducción. p o r la enorm e ab u n d an cia y difusión de sus repugnantes producciones. que se trata de d e sv irtu a r la actividad cognoscitiva. no se podía d e ja r de lado la figura de quien. por antonom asia. d iré que esa p resunta m ente infantil es una m ente im agina­ da por el m undo adulto a la m edida de su cobardía. de n u e stra buena conciencia. de su «hum ani­ zación» con m iras a ra tific a r y h a c er p a sa r por «natural» el m undo hum ano.obstruyen los cam inos —ya de suyo tan difíciles— para la im aginación de lo remoto: la im agen cinem a­ tográfica se a p re su ra a o c u p a r ese lugar vacío y ya es casi im posible d e stro n a rla e im pedirle que a p la s­ te. del que los propios agen­ tes son pacientes. ese anó­ nim o im pulso m an ip u lad o r reviste las figuras m ás ingenuas. que se re­ cibe com o unívoca. com o del aire. cen tríp etas. que se absolutiza respecto de cu alq u ier preg u n ta— y. Ante la buena conciencia de sus propios fautores. hacerlos sem ejan­ tes a lo propio. No es necesario p ensar en oscuras intenciones. Tanto en el caso de los caríoons com o en el de las películas históricas se tra ta de una sistem ática inm unización contra el conocim iento de lo extraño. Y en lo que se refiere a la obra de Walt Disney no se puede d e ja r de encarecer la circunstan­ cia de que el m undo contra el que vuelve su a te n ta ­ do. la fugitiva e inacabada im a­ gen del pasado —allanam iento que. Em pezando po r la segunda cosa subrayada. com o «necesidad de adaptare 1 objeto a la m ente infantil». su p la n tá n ­ dola por su fingim iento. pretendía referirm e a la actitud que viene a interpretarlos com o «la respuesta de las cosas» —una respuesta. viene a se r p ara los niños el lu g ar fundam ental en que se cuaja y se p e r­ fila la p rim e ra llam ada a un interés centrífugo. y p en sar en de­ signios sería hacerles dem asiado honor. se diría. por ejemplo. la com unicación sí que es. po r lo tanto. revelado y fijado p ara siem pre. frente al cual. com o si lo m ás sim ple fuese capaz de ex p resar lo m ás com plejo y com o si la significación perm aneciese —al igual que una co sa— idéntica a sí m ism a. La significación se entenebrece y muere. en que deja de ser un movimiento. actividad. solam ente un cam ino —es decir la objetivación de un m ovim iento— pue­ de ser reversible). Quien cree que puede a d a p ta r las sig­ nificaciones (usando «otro lenguaje m ás sencillo y asequible». el saber conocerlas como tales. sino el viaje m ism o. que no rep a ra en d e s tru ir su propio con­ tenido —la referencia hacia las c o sas— ni en tra i­ cionar. desv irtu án d o la de hecho en cuanto pueda ten e r de referencia intencional hacia las cosas —es decir. y toda diferencia de lenguaje no fuese sino 40 adecuación a distintos receptores) se com porta con ellas com o si fuesen cosas y a la vez las cosas a las que se refieren. sino su propio rostro. curiosam ente. y en cuyo nom bre se cree justificada. en todos los terrenos. convertido. Pero si. Que estas no son suspicacias de 41 . pues. en efecto. a las que por principio no cabe trib u ta rle s —com o he dicho m ás a rrib a — m ás que un respeto abstracto. p o r su parte. deja de ser sig­ nificante. que ju stam en te no d eb ería serlo. po r m oneda dem ocrática. en cosa. sino que todo proceso intelectivo ha de ser. p or referencia a lo propio y fam iliar. En efecto. Al d esp ach ar p o r cosas —opacas y por lo tanto irre d u ctib le s— las significaciones. term i­ nando de tra icio n a r con ello. tram itad o a través de las palabras. siendo un viaje de retorno. p o r esencia. o sea. a la postre. para cu a­ jarse en cosa. De ahí que el respeto a las palabras. en cam bio. entonces no es posible poner a otros sujetos en relación con ellas m ás que h acién­ dose a c o m p añ ar consubjetivam ente en ese m ism o movim iento centrífugo —lo que. He aquí. la visión de lo exótico y desconocido. el dogm a­ tism o au to ritario . su propia condición fundam ental. E sta no es. coincida exactam ente con el respeto hacia las cosas. com o o c u rre en rea­ lidad. solam ente en el caso de que la significación no sea un m ovim iento hacia las co­ sas. La adaptación. convierte en irreversible —d estru ­ yéndolo igualm ente— el tráfico de la com unicación. sin restricciones. sin que nadie se tom e el cuidado de so n a rla — puede am p a­ rarse y prosperar. es d e sa n d a r la signi­ ficación. p o r la que uno pudiese p a se a r­ se para adelante y para atrás. no quie­ re decir. no puede ser pasiva recep­ ción. Al proceder con la significación com o si fuese una especie de alam eda. la santa lib ertad de la palabra. en cuanto tal. es decir. o debe ser. sino la p a rtici­ pación consubjetiva en el m ovim iento de la signifi­ cación. la adaptación la d es­ naturaliza y desvirtúa de todo su poder cognoscitivo. es siem pre irreversible. en el instante m ism o en que la p alab ra se detiene. de real conocim iento— y sup lan tan d o a éstas por la im agen del propio m ovim iento objetivado y. Y toda adaptación. al h acer reversible —aniquilándolo— el m ovim iento de la significación. la adaptación convierte el noble tráfico de la com uni­ cación en una acción u n ilateral y a u to rita ria . en que el viajero —la p a la b ra — adaptase a la lim itada com prensión de los paisanos. del m odo m ás artero. se puede im aginar com o legítim o y posible un viaje de retorno. el irreversible m ovim iento de la m ente hacia las cosas (un movimiento. la significación no es el punto de llegada. un cam ino reversible: una reci­ procidad de las dos p artes en cuanto a los derechos de em isor y receptor. y m uy a m enudo en nom bre de una com unicación a ultranza. del m ism o golpe.de las cosas m ism as. lo que pretende h acer es ju stam en te invertir el sen­ tido de sem ejante m ovim iento. esta allanadora con­ cepción es la que yace im plícita debajo de la idea de adaptación. pues bien. cóm o al socaire de los ya tópicos clam ores en favor de una com unicación a ultranza —clam ores que corren hoy. se desvía de él toda atención m ediata y circunspecta. al p a r que. se desaloja de él toda eventual consideración d istante y objetiva. se ha concentra­ do justam ente en el ejercicio de la epojé. y p o r ende in m ediata y asequible. estos puntos de vista subjetivos. y sólo es cierto para ese niño títere. Pero m ientras todo el esfuerzo de la cien­ cia. se halla siem pre abocada a realizarse com o saber lo que con­ viene. y p a rticu la rm e n te en lo tocante a su interés po r la naturaleza. pragm áticos. se lo su strae a la actitu d catego42 rial en que se asienta la experiencia: ocupado el lu­ g ar del anim al p o r el papel que le ha sido asignado. a p a rte su im productividad para la ciencia. sobre una inm ensa grey de exclusivos receptores. Reduciendo el objeto a la cen­ tríp e ta inm ediatez de su relación con el sujeto. «Animales dañinos» se titu la cierto álbum para niños que circula po r mi casa. es ju stam en te com o se la hace inaccesible a la expe­ riencia. desde que se conoce com o tal. Una significación adaptada a un receptor determ inado ya no es una verdadera significación. darles sentido en el circuito de sus inm ediateces. se insiste cada vez m ás en designarla com o «diálogo». co n tra la p ro p ia evidencia de los sentidos corporales. y aun se racio­ naliza de m anera explícita la tendencia inercial que a ello se dirige —que no es sino la de m an ten er a los niños. en los que llega incluso a m ate­ rializarse la irreversibilidad de la sedicente com u­ nicación. ¿Qué hab ría sido de las ciencias n atu rales si se hubiesen qu erid o o r­ ganizar sobre la base de sem ejantes criterio s de cla­ sificación? C lasificar los anim ales p o r la dicotom ía «útiles/dañinos» es re p a rtir el zoo universal según su relación con el sujeto cognoscente. resplandece precisam ente lo co n tra ­ 43 . em pe­ cinados. en los cua­ les. en una m era función contextual —y de un contexto en que el sujeto sea él m ism o p a rte —. vacío de toda v irtu d cognoscitiva y bueno solam ente para aplacar y rep rim ir las im pertinentes y peligrosas cu­ riosidades del Delfín. en m eternos en casa el universo entero. u tilitarios. con un a rd o r digno en verdad de m ejor causa. en el de la a c titu d pragm ática —y po r ende subjetiva— frente a los objetos. com o se la defiende contra el conocim iento: «el universo al alcance de la m ano» ya no es tal u n i­ verso.palurdo lo sabe bien cualquiera que contem ple el pa­ noram a del tinglado cultural. es —a p a rte de un instrum ento a u to rita rio — un vil sucedáneo. en la difícil ascesis epistem ológica de la tom a de distancia. he aquí que p ara iniciar a los niños en el esp íritu cien­ tífico se los viene a o rie n ta r precisam ente en el sen­ tido inverso. ¡Si al m enos fuera cierto! ¡Si tan anticientífico c riterio iniciador estuviese ju stificad o p o r lo m enos po r ha­ b e r observado en los niños el predom inio privativo de una polarización c e n tríp e ta de su interés! Pero esto es com pletam ente falso. y «m edios de com unica­ ción social» a sus u nilaterales instrum entos. Poner el m undo en casa es la m anera de lograr que jam ás se acceda a él. dando de la naturaleza una im a­ gen «adaptada». Huelga decir que la prim era d istancia y el p rim e r respeto que ha de to m ar cu al­ q u ier conocim iento que pretenda tild arse de cien­ tífico es dep o n er toda actitu d p ragm ática —que. caracterizan un tipo m uy frecuente de adaptación de la naturaleza a las m entes infantiles. con­ cretándolo en un puro papel. y po r lo tanto esencialm ente anticientíficos. en la triste clase de «los que se quedan en casa»— con la fam osa ideología de que p ara que los niños se interesen por las cosas de este m undo es necesa­ rio referirlas de algún m odo a su p ro p ia persona. a cuyos represivos estatu to s se q u e rrían a ju s ta r y so­ m eter las m entes de los niños verdaderos. todo po­ sible interés centrífugo. m ientras estén a tiem po de ofrecer sorpresas. p a ra esa m ente in fantil prefabricada. polarizado p o r ese sentido. con sus poderosísim os m edios de difusión. siem pre expuesta a cum plirse com o voluntad de ignorar. Pues ¿en qué otro cap ítu lo h a b ría de inscribirse el en tu siasm o p o r las desm elenadas invenciones de la ciencia-ficción?. lúcido. un lenguaje. ¿qué son éstas sino una visionaria y agonística inversión del escéptico. po r todas p artes se observan los efectos de sem ejante proceder: ju n to al enorm e prestigio de la Ciencia —beaterío tan fideísta como incondicional— pueden reconocerse en la a c titu d de jóvenes y ad u l­ tos hacia sus pom pas y sus obras. la sesuda tristeza b u ro crática an te el cosm os. po r su 44 indudablem ente decisiva colaboración con las m a­ nipulaciones a rrib a contem pladas. lo distinto. siendo la m ente de los niños ya la m ente hu m an a —la única que hay—>cu a­ litativam ente idéntica a la de los ad ultos en punto a su actitud. cuando se lo pretende im aginar. p o r p a rte de la técnica oficial —con ese am biente paleto y jactancioso al m ism o tiem po. pero. y toda reversión de ese interés centrífugo en la infancia tan sólo red u n d a rá en com prom eter de form a decisiva su futuro. la com pra­ venta y el c h an taje —que la víctim a aprende. No se podía o m itir la referencia a estos m anejos —aunque no fuesen de mi a su n to —. la m anipulación del niño m ism o p o r p a rte de los padres le proporciona al pedagogo la m ás eficaz de las ayudas.rio. despliega sobre el trato con los niños. m uy pronto a devolver— y erige la deslealtad com o sistem a. tan sólo le es concebible en otro sitio. de m odo sistem ático. la sordidez. a veces hasta el punto de q u e para cuando el niño cae en sus m a­ nos ya se ha hecho casi verdadero el torvo m ito de la infantilidad. y m aestra de ella. prim ero h a b ría que interesarlos en las cosas de c ualquier form a que fuese. p a ra h acerles acceder m ás adelante a una ac­ titu d científica objetiva. com o de chiste de m arcianos. Ju n to a la deslealtad. lo nuevo. C om penetrada con esta m a­ nipulación que se p erp etra en el terreno de sus co­ nocim ientos. lo posible. y m ás tard e ya no en sentido físico tan sólo. Según la ideología susodicha. que el de una sim ple trasposición antropom órfica. La falta de respeto y de so rp re sa hacia lo nuevo. el afán por echarle anticip ad am en te la red de lo fam iliar y es­ tatu id o («alunizar»). la astucia y la m entira. y pone de m anifiesto h a sta qué punto el persistente fu ro r p o r escam o tear la im agen de lo extraño acaba po r h a c er que. este trato prag­ m ático que se usa con los niños evoluciona tam bién desde las antiguas form as a u to rita ria s hacia form as dem ocráticas. se va a q u e re r de ellos. Y así. cu an to m ás dulces tan to m ás deslea­ les y m ás profundam ente inm unizantes y confor­ m adores. en que se c irc u n scrib e — descorazonan de todos los p o rten ­ tos. c ie rta ­ mente. que siem ­ pre. m ás que m an ip u ­ lación. las huellas de una niñez m an ipulada y perpetuada. ¿Qué ilusión nos p odría q u e d a r po r ellos y por 45 . m anifiestas en las m ás ñoñas y acientíficas tendencias infantiles —lla­ m ando así no a inclinación alguna que los niños de­ finan por su p resu n ta esencia. en la infantilización de las inteligencias. se en cu en tra ya d isp u esta po r sí m is­ m a a la a ctitu d categorial que con la ciencia se con­ viene. sino a la configurada por el triste papel que se les quiere a todo trance ha­ cer representar. Desde el día m ism o en que los niños se em piezan a m over físicam ente se desata sobre ellos el flagelo de las tácticas y de las técnicas para que se estén quietos —cosa. p ru d en te —y no p o r eso exento de pasión— esp íritu científico? La necia su p erch ería de los p la­ tillos volantes —am pliam ente a cred itad a con docu­ m entos fotográficos— es buen índice de la puerilidad interpretativa que dom ina en la colectividad. E ste m anejo. com o h erm ana gemela. la fan ta ­ sía ya no tenga m ás recurso p ara ello que el de un m ero desplazam iento de lugar. una sintaxis p ara pobres tontos (y los niños im itan la pro­ pia im itación). p o r lo dem ás. De m anera pareja a lo que o c u rre en la relación del poder con los vasallos. una voz. al p a r que gu ard a el m ism ísim o rostro de lo dado. surge la ñoñería. justam ente por culpa de la ex­ cesiva longitud de tales «comentarios del traductor». tam bién aquella vez el tris­ te allanam iento tom aba su ocasión de una m ezqui­ na rivalidad en tre dos Estados. entre sus desventurados comentarios. si al propio tiem po vemos que previsoram ente ya se está elaborando p ara ellos un «derecho espacial»? Por lo dem ás. ancha y tran1. salió de las C apitulaciones de Santa Fe ya em paquetada. sin h a b e r sido descubierta. Pero habiendo habido un disgusto. que eran. que recogía tam ­ bién. en aquel caso. junio de 1966 Sobre la tra n sp o sic ió n 1 A una niña de cinco años le oí en cie rta ocasión em plear la p a la b ra «afluente» —que se le había en­ señado exclusivam ente en relación con el asunto de los ríos— p ara ap licarla a la idea de una relación de «bocacalle». 46 47 . de Lucien Malson. al respecto de dicha traducción. am ojonada e in scrita en el c atastro de Doña Isabel: y.las novedades que pueden se r capaces de alcanzar. consiguien­ temente retirada de la venta y condenada a la guillotina. y habiendo sido ésta. que sigue estimando no del todo merecedora de caer bajo el tajo implacable de la cuchilla jacobina. única. Este artículo había sido publicado como uno de los «comen­ tarios del traductor» en la traducción castellana del libro Les enfants sauvages. po r cierto. concretam ente en la frase «no sabía que e sta calle era afluente de la calle ta l» (esta segunda calle era una avenida m ucho m ás larga. abril de 1962 y noviembre de 1965. y el editor español. publicado en Revista de Occidente. de una parte. la «Mémoire sur les prem iers développements de Víctor de l’Aveyron» (1801) y el «Rapport su r les nouveaux dé­ veloppements de Víctor de l'Aveyron» (1806). Madrid. en apéndice. de la otra. el tra­ ductor y tal vez un tanto prolijo com entarista culpable de tal desaguisado ha rogado a la Revista de Occidente que quiera dar acogida a la presente reflexión. inventariada. ambos de Jean Itard. profesor de psicología social en el Centre National de Pédagogie de Beaumont. entre el autor y el editor franceses. esta a ctitu d tam poco es nada nuevo: tam bién Am érica. C astilla y Portugal. p o r lo tanto. reflexiva. del concepto vivo. Fue para mí realm ente un gran placer lingüís­ tico escu ch ar la palaba «tubería» en contexto sem e­ jante. este recurso eventual a reglas de em ergencia. no hay un producto individual del hablante. la conciencia de que se pone en juego un elem ento léxico perteneciente a una esfera intrusa. E sta licencia o autodispensa ocasional de las reglas de juego del tráfico lingüís­ tico. se encuentran a otro nivel de convención y de legalidad (al igual que esos dispositivos de seguridad. no es ya la m anga de plom o sino el vacío de sección c irc u la r que ésta determ ina. aún no sujeto a de­ term inación y restricción de esfera: no hay una m an u factu ra deliberada. de vía c ircu lato ria que corre por el in terio r de una m asa sólida. com o tales. igualm ente reglam entados en las constituciones del Estado m oderno. como indicando el cam bio de nivel significante a que el oyente tiene que atenerse para la correcta in te r­ pretación del texto. en esa inevitable y súbita evidencia del se n tir y del p en sar que m e hizo decirm e: «Aquí no hay m etáfora. donde hay que subrayar la precisión de elegir ju stam en te «tubería» y no ya «tubo». pelando yo p ara ella una m anzana y com o nos hubiésem os p lanteado la cuestión de si ten d ría o no gusano. sino rigurosam ente funcional— de dos contenidos extraños a la esfera m aterial en que habían sido aprendidas. es decir. p o r lo visto. volvió a sorp ren d erm e con la siguiente fra­ se: «Si tuviese gusano tendría que verse alguna tube­ ría». que 49 . con la notable felicidad analógica que suponía tan original transposición. p ara apli­ carse del m odo m ás a fo rtu n ad o a la aprehensión y expresión —no literaria. concebido en la función de conducto. sino una acción directa.sitada que la prim era). para ap licarla a sem ejante asunto. m ejor todavía. inm edia­ ta. acom pañada casi siem pre de una p au sa de valor relativo doble. que precede inm ediatam ente a la p alab ra m etafórica. sino un im ­ personal y anónim o producto de la lengua». que consiste en una no por leve menos ine­ quívoca inflexión en el tono de voz. el ser que la re­ corre lo m ism o podía s e r agua que gusano. o. lo m ás notable es que lo dijo con la m ás espontánea y autom ática n aturalidad. pues «tubería» nom bra la resultante funcio­ nal del tubo ya ubicado en las en tra ñ as de los opa­ cos m uros. com unicativa. al igual que. que al p are­ c er lo m ism o podía se r cal y ladrillo que carn e de m anzana. una palabra ajena al acervo propio del contexto en cuestión. tiene in­ cluso en la emisión oral de la palabra su propio signo indicador. Soberanam ente abstraíb le de su a su n to de origen —de su contextosituación de aprendizaje— se me m ostraron aquellas dos p alab ras —«afluente» y «tubería»—.) Tam poco en este caso se detuvo un solo instante a b u sc ar la expresión. d ibujar y separar. autóctona. que. señal que concurre m ás inde­ fectiblem ente todavía cu ando la intención de la m etáfora es puram ente funcional. sin la m ás m ínim a conciencia de im propiedad o de m etáfora. Igualm ente y po r aquella m ism a épo­ ca. La m e­ táfora del adulto. (La frase está reproducida aquí no aproxim ada sino literalm ente. lúdica. la m etáfora propiam ente dicha. que se lla­ m an expresam ente «estados de excepción»). electiva y secun­ d a ria de un ingenio lingüístico personal. El vivo num en del lenguaje se me representó resplande­ ciente en toda su fecunda libertad. ni dio el m ás leve indicio de un sentim iento de m e­ táfora. puesto que la ap u n té en el acto y tengo la anotación ante m is ojos. sino una obra espontánea y n atu ral de la p alab ra m ism a. Quie­ ro in sistir aquí en esa im presión tan clara com o in­ definible que suscitó en mí el m odo de em isión de aquellas frases. co n firm an ­ 48 do la autonom ía y la firm eza de la figura ideal que habían conseguido convocar. com o si é sta estuviese ya del m odo m ás inm ediato a su disposición. implica —según la fórm ula de Karl B ühler— una su­ perposición de «esferas m ateriales» o «cam pos se­ m ánticos» y. orn am en tal o literaria. no habría sido p ara aquella niña o tra cosa que ía m ateria ocasio­ nal en que se m odeló p a ra ella la fig u ra de relación form al puram ente predicativa del concepto dicho. p o r reu­ n ir una m ultiplicidad de funciones diferentes— h as­ ta fó rm u las tan explícitas com o «por así decirlo». auto m ática y absolutam ente propia del concepto de «tubería» tal com o e stab a configurado en su m ente a la sazón. en principio. se integra en el con­ texto dado con un preciso rendim iento significativo (y no e sta rá de m ás reconocer en el expediente de la m etáfora im provisada y sobre todo en su rápida com ­ prensión p o r p a rte del oyente el recurso a aquella m ism a cap acid ad general que perm ite el em pleo de señas o señales m im éticas ocasionales: la m etáfora im provisada e stá con el léxico «propio». o sea teniendo que enten derse conform e a un m odo de referencia diferente. a despecho de su origen. Esto fue lo que m e hizo concebir la fortísim a sospecha de que no ha­ bía habido en verdad m etáfora ninguna. que la «generalidad» se ría lo p rim a rio y la especialización lo derivado. en el sentido de restrin g ir la p e r­ tinencia de su aplicación a la m ateria de que se trate. q u e rría d ecir lo siguiente: Que el contexto de aprendizaje —sin excluir de ello lo inexpreso de la situación o a su n to concreto res­ pecto del cual se oye p o r p rim e ra vez ap licar una palabra— no com prom ete necesariam ente al concep­ to allí configurado. sin que ese contexto de aprendizaje tuviese que signifi­ c a r para ella ningún «contrato en exclusiva». «si se m e adm ite la expresión» o «valga la m etáfo­ ra». desde las m eras com illas —equívocas.) Así la hidrografía. que por la lengua. sino una aplicación inm ediata. lúdica. de se r ver­ dad. desde o tra posición signifi­ cante. Q uiero decir que si para la experiencia y conciencia lingüística del adulto el asunto «hidrografía» —o m ás exactam ente el sujeto 51 . Esto. dicho con p a la b ras mayores. ni siq u iera en su rostro. inm odulada y absolutam ente seria elo­ cución p o r p a rte de aquella niña al em itir la frase: «Si tuviese gusano tendría que verse alguna tubería». frente a los que valían p a ra las dem ás p a la ­ b ras de la frase y del contexto entero. Ni el m ás m íni­ mo indicio de cosa sem ejante pude reconocer en la veloz. que para nosotros es la esfera m aterial exclusiva en que la p alab ra «afluente» funciona en sentido propio.cuando es expresiva. (O. Es com o un guiño de la voz que advierte y anuncia al que escucha el especial plano de ficción en que sus entendederas se han de colocar para seg u ir la intención referencial presente de tal p alab ra in tru ­ sa. en fin. po r el contrario. En el lenguaje escrito esta advertencia de cam bio de nivel dispone de toda una b araja de expedientes. segura. p ara a c e rta r con el m odo de referencia según el cual. algo. la vocación p rim a ria del concepto sería la de su straerse inm ediatam ente a un m onopolio sem ejante y lib rarse abstractivam ente a un grado de generalidad respecto del cual el contex­ to de ap rendizaje no se ría sino un ejem plo. ni aun provisional. d elataba la conciencia m ás rem ota de que la p alab ra «tubería» entrase allí desde una esfera ex trañ a al contexto en 50 cuestión y funcionase a otro nivel de significación. n ad a en su voz. sino que. que hiciese su aplicación al sujeto «ca­ lle» m ínim am ente m enos p ropia y legítim a que su aplicación al sujeto «río». el caso p a rtic u la r accidentalm ente constituido en m odelo originario. y aún con las «figuras» socialm ente sancionadas. señales o signos convenidos y codificados). en la m ism a relación que la seña ocasional —el ideogram a mimético. a este respecto. o pictog ram a— con las señas. de algún m odo m ás he­ cho con la lengua. fórm ulas que nos dicen por sí m ism as hasta qué punto la m etáfora propiam ente dicha es —sin d e ja r de se r un recurso norm al y reglam entado del lengua­ je hum ano— un producto consciente y deliberado del hablante y no ya una m oción propia y autom ática de la lengua m ism a. siquiera relativa. aquel p rim e r im pulso orig i­ n ario y espontáneo del concepto a tra sc en d e r inm e­ diatam ente. p o r qué in clu ir necesariam ente. com o la im posición de una vigencia de hecho. es decir. em ­ pezando p o r el de la Real. extraños en alto grado a las leyes de necesidad in tern a de la len­ 53 . en realidad. p o r el contrario. el asunto de aprendizaje. positividad de la ordenación del lé­ xico con a rreg lo a esferas m ateriales. recortando. ya que com o p a ra incluirlas se espera a verlas definitivam ente a sen ta d as y fijadas en el habla. suelen te n e r un retraso a veces se cu la r en cuanto a elim in a r la anotación de «fig. correlativa­ mente. el incesan­ te trasiego de los usos sem ánticos desde el e statu to de «figurados» (aunque ya la m era publicidad o so­ cialización de una «figura» constituye un estadio dig­ no de ser tenido en cu enta p ara d istin g u ir bien tales «figuras» de las ocasional e individualm ente im pro­ visadas) al e sta tu to de acepciones «propias». haciéndole sentir. a mi entender. en su capacidad de aplicación. en la evolución «filogenética» de un léxico. o sea. de tal su erte que la inm ensa m ayoría de las significaciones que en el diccionario de la Real aparecen precedidas de la abrev iatu ra «fig. com o lo dem uestra sin más. el resultado de una ex­ periencia secu n d aria y positiva que reobra después restrictivam ente. entre sus determ i­ naciones específicas. 52 es decir. (Y hay que decir que. la vinculación especializada del predicado «afluente» al solo sujeto «río». para el niño. en tan to que las verdaderas «figu­ ras». en m odo alguno. ninguna clase de vínculo exclu­ sivo con los sujetos o asuntos que presiden su contexto de aprendizaje. las restricciones de uso a una m ateria d eterm inada que caracterizan lo que llam aríam os «palabras especia­ lizadas» —frente a la abstractiva lib e rta d de apli­ cación de las «palabras generales»— no es una tendencia p rim aria del concepto en el acto del apren­ dizaje. apenas si hacen ap arició n allí. el resu ltad o es que p ara cuando al fin se las incluye ya han abandonado. en indicio de una esfera m aterial que sujetase el uso del concepto de «afluente» a nada sem ejante a ese lím ite singular que en la conciencia lingüística del adulto separa m ás o m enos nítidam ente los dos m odos de referencia —o posiciones de cum plim iento significativo— que co­ nocem os com o «sentido propio» y «sentido figura­ do». el e sta tu to tra n sito rio de «figuras» p ara p a s a r al de au tén ticas «acepciones». m etafóricas o figuradas todas las eventuales aplicaciones extrañas o exterio­ res a esa concreta esfera.» m uy a m enudo no son ya en absoluto «fam. eso es lo que puede se r resultado únicam ente de un aprendizaje secun­ d ario y positivo. La ordenación del léxico en esferas. los diccionarios. Para aplicar esto a nuestros ejem plos d iré que la p rim e ra configuración en la m ente del niño de dos conceptos com o los de «afluente» y «tubería» no tendría. des­ de hace tiem po. en cambio.» y casi nunca siguen teniendo lo m ás m ínim o de «fig. en principio. a las vigencias del uso sem ántico el ca­ rá c te r de fenóm enos de hecho —o sea. sino que son p u ras y pin­ tas acepciones. El conocim iento de que «afluente» se dice propiam ente tan sólo de los ríos. que daría.». com o tran slaticias. sino. pues que tan sólo positivas —es decir.) De esta. todavía vigentes bajo el solo e statu to de tales figuras en la conciencia lingüística social. el hecho de o ír p recisam ente en tal contexto p o r p ri­ m era vez la aplicación de esa p a la b ra no tenía po r qué c o n stitu irse en m odo alguno ni siquiera provi­ sionalm ente en indicio de un contrato en exclusiva con el asunto en cuestión.«río»— tenía la vigencia de una esfera m aterial que retenía en exclusiva p a ra sí la aplicación propia de la palabra «afluente». a este respecto.» —«figurado»— que puede p reced er a los usos secundarios que dan de una palabra. y fam. vinculadas a una d eterm in ad a facticidad sin­ crónica— son las convencionales vigencias de uso de un acervo sem ántico. re a b so rb e r y a sim ila r rápidam ente a su pro ­ pia congruencia causativa el cu erp o extraño que alojan en su seno. ya sea p o r cuanto in ­ 54 cluso las acciones que las alcanzan en cuentran en ellas organism os m ucho m ás capaces de integrar. pero no. a la vista de e sta s consideraciones. es evidente que todos los em pleos h a b ría n de p arecem o s igual­ m ente «propios» o —lo que entonces no h a ría dife­ rencia de sentido— igualm ente «figurados». pues. un hecho absolutam ente padeci­ do. esa m ism a condición de pertenencia en 55 . con en tera propiedad. su scita una incon­ gruencia sem ejante? ¡No! Este. a una y o tra esfera? ¿Cabe p e n sar que el investigador de la p alab ra en cuanto tal pueda e n co n trar para esto alguna vez algo que com o ley lingüística de necesidad in tern a fuese o tra cosa que un a rtificio ad hoc\ algo capaz de disi­ p a r de veras la im presión de irred u ctib le g ratuidad que. tiene que se r aceptado com o un hecho «de la lengua». y aun tan es­ trecham ente a rticu la d a a su núcleo conceptual. Por el contrario. y acaso sobre todo. porque sus causas saltan in­ m ediatam ente fuera de su h istoria propia. y su p erp u esto s a ellas com o determ inaciones ju risp ru d e n c ia le s— he de d a r todavía una ilu stra ­ ción em pírica: ¿qué fuero interno de necesidad lin­ güística en la evolución sem ántica podría nadie e n co n trar para d a r razón del hecho de que m ientras la palabra «afluente» m antiene su sentido propio p ri­ vativam ente ad scrito a la esfera m aterial «hidrogra­ fía» y al papel predicativo en frases p resid id as por el grupo de sujetos «río». com o «confluencia» haya llegado a extender su apli­ cación. en una palabra. inm e­ d iatam ente vulnerable a la acción de infinidad de agentes no lingüísticos. en fin. ya sin más. La positividad o facticidad del reparto del léxico en esferas m ateriales de significación no tiene. en lo exterior y lo circunstancial de una etim ología com o la de fait-divers: en la pá­ gina del periódico en que se notificaban los acciden­ tes se hizo habitual el encabezam iento faits divers ( = sucesos varios). p o r ejemplo. la m arcada vigencia de la efectiva y nada latente ordenación y distribución del léxico en esferas: si é sta s no existiesen o sim plem en­ te obrasen bajo una form a de latencia. en modo alguno. translaticia. la m era posibilidad de la m etáfora com o re­ curso referencial capaz del m ás com pleto rendim ien­ to significativo despeja inm ediatam ente. pero. etc.gua. está constantem ente bom ­ bardeado desde fuera p o r los acontecim ientos. en cu an to hecho lingüístico. La lengua —y de form a extrao rd in ariam en te m ás inerm e y acusada en su dim ensión sem ántica— se p resen ta com o un blanco constante de acciones que son n atu ralm en te gratu itas al respecto de su congruencia y cau sativ id ad internas. «arroyo». ab so lu tam en te g ratuito y a rb itra rio con respecto a su interna autoconsecuencia ca u sa ­ tiva. figurada. com o hecho que afec­ ta a unas palabras. siendo sentida com o m etafórica. por cuanto las únicas acciones exteriores que pueden pa­ decer no son sino las que proceden de otras lenguas. el léxico es. haciéndola sa lta r afuera del m ás íntim o núcleo conceptual de la palabra. La propia posibilidad de d istin g u ir uno del otro com o tales —y aun de reconocerlos in m ediatam en­ te— el uso llam ado «propio» y el uso llam ado «figu­ rado» o «m etafórico» de tal o cual palabra dem uestra ciertam ente. es. ya. Su evolución sintáctica o m ás aún su histo ria fonológica son infi­ nitam ente m ás inm unes a la h isto ria exterior —ya sea po r cu an to la falta de tra n sp a re n c ia se convier­ te en gran p a rte en inm unidad. a su vez. p o r naturaleza. re­ ducir. o «un hecho c ru e n ­ to».. y de ahí un fait divers pasó a signi­ ficar tout court «un accidente». su aplicación predicativa al sujeto «calle». y. como un hecho «de lengua». com o tal. com o en E spaña se ha hecho el de «sucesos». por qué co n sti­ tu ir el m ás pequeño m otivo de perplejidad. en cam bio una p alab ra tan próxim a a ella. «ribera». Pen­ semos. p a ra ella. Donde la pregunta sería: ¿qué es lo que la m etáfora tiende a conservar y qué lo que a d e ja r de cu an to com prende el llam ado «sentido propio»? Por to m a r un ejem plo tópico de la precep­ tiva litera ria clásica. la determ inación m ás rescindible. Tan vasto y m ultiform e es. pero sólo los de la am ada son. com o único y precioso es el rubí en tre todos los m i­ nerales rojos. que. po r lo dem ás. con lo que la ordenación del léxico en esferas m ateriales queda com o una circu n stan cia de la que no depende en absoluto. de la m etáfora de adulto. es lo que decide la elección de la esfera «piedras preciosas». al que el niño sabe —y aun tal vez necesita— g u a r­ d a r fidelidad. los que constituirían propiam ente contexto) de los que lo son com o factores necesarios (es decir. eran 57 . o sea la rojez. Y aun el propio estudio de la m etáfora propiam ente dicha. un m om en­ to m etafórico conservado no del elem ento «rubí». esto es. el c riterio del va­ lo r de cam bio—. en su rojez. del contextosituación de aprendizaje —respecto del que. Pero ¿qué repre­ senta el o tro m om ento m etafórico. precisam ente aquello que la m etáfora conserva. de la m etáfora en cuestión —dejando a p a rte el m al gusto que supone el c riterio que rige e sta form a de encom iar. p a la b ra p o r p alabra. encom iástica. el univer­ so de las palabras. que pertenece a la voluntad encarecedora. de cu an to constituye su capacidad signifi­ cativa. queda como el nivel m ás exterior. es decir. trascendible. de unici­ dad.que consiste su adscripción a una d eterm in ad a es­ fera. de los conceptos y de las referen­ cias. lo que entiendo com o «núcleo conceptual interno» de una palabra. La idea de precio. lla m a r «rubíes» a los labios de la am ada im plica co n serv ar del rubí sólo el color y de su esfera propia (un puro «género» en este caso: el de «piedras preciosas» —«género» en cuanto co­ lección clasificatoria transversal. el concepto del niño m an ten d ría a m e­ nudo una determ in ad a libertad de aplicación— se­ ría precisa una investigación em pírica caso po r caso. de modo decisivo. alegando com o m ás «esencialm ente» diferenciales propiedades fisicoquím icas. que para decir qué es ese presunto «núcleo». pues. negativo. com o c riterio diferencial fund am ental y probablem ente único entre las piedras preciosas de la lengua común. El núcleo activo. diferencial. que im plica la concien­ cia de la esfera de pertenencia y de la transposición. exterior. regidos po r un verbo de acción: «escri­ b ir» —) tal vez el precio. o sea. de la palabra es lo que sobrevive a la neutralización de las esferas. que sí se tom a ya de la propia especie «rubí»? R epresen­ ta precisam ente el a trib u to diferencial de esta pie­ dra entre las dem ás piedras preciosas (y no se puede o bjetar la legitim idad de la dim ensión «color». según mi hipótesis. Con todo. frente a los grupos m etoním icos o longitudinales. p o d ría esp erarse el esbozo de unas d irectrices o tendencias generales a que se sujeta la línea de dem arcación que separa en tre los elem entos dados en el contexto-situación de ap re n ­ dizaje los que son entendidos po r el niño com o fac­ tores ocasionales y su stitu ib les (es decir. y qué puede tenerse p o r el m om ento derogable. o sea. la produc­ tividad sem ántica esencial de una palabra. com o «plum a y tin te­ ro y papel». po r cuanto su rojo es tan único y precioso. aquello de ella que obliga a la fidelidad). la rareza: todos los labios son rojos. podría ilu s tra r (interpretando sus resultados con 56 toda la p ru d en cia que pueda exigir la e x tra o rd in a ­ ria libertad literaria que en este punto se ha llegado a alcanzar) de reflejo sobre aquello. «rubíes». sin em bargo. de rareza. sino de su propio género o esfera. de una cala estadística abundante y cualitativam ente avisada de la variedad form al de las posibles situaciones del aprendizaje de palabras. pues tal vez la m etáfora tienda predom inantem ente a volver sobre las m ism as líneas a las que se atiene la libertad con­ ceptual orig in aria. este es. estrecha. la aplicación de «m anos» para las patas delanteras del caballo: al ca­ ballo ya se le han reconocido. m ientras que la del que se aplica a la m adera es escam osa. de los dos ca­ sos de la niña referida. o sea. El rojo es. jam ás de los jam ases in cu rriría. accesible al oyente sin necesidad de ningún inseguro y enojoso acto de descifram iento) d eb ería traicionar. tam poco es probable que no sepa de qué m odo pro n u n ciarse viendo al h e rre ro m an e jar la lim a. toda una m u ltitud de diferencias m ás. en cuanto a la m agnitud del salto de m a­ teria. y p ara ello no les a rre d ra rá siq u iera el observar al­ guna diferencia en tre los in stru m en to s respectivos. y de la tendencia de la m etáfora a su jetarse a esta jerarq u ía. pues pertenece a la nota «color». sino que com o un rayo se d ib u ja rá en su boca la p alab ra «escofina». o m ás aún com o la que apareja el em pleo de «tube­ ría» p ara la galería o el túnel del gusano en la m an­ zana. de la cual alegaré todavía otros dos m ás adelante. y tan inm ediata. y la que apareja. pero sí en algún grado restrin g id a todavía al m edio ru ra l— de la p a la b ra «mano» es la de «extrem idad delantera de un cuadrúpedo» y p articularm ente «del caballo». al igual que el ejem plo de los niños del h e rre ro y del carpintero. etc. (Esto. que es la única dim ensión diferencial interna de la esfera de donde se tom a. los respectivos a sun­ tos de aprendizaje han sido lo b astan te generosos com o p a ra no d eten er siq u iera en tales diferencias de figura descriptiva el trascen d en te im pulso ap re­ hensivo del concepto que han sabido librar. cuello. cada uno de ellos reconoce­ rá inm ediatam ente la lim a o la escofina de su padre en la escofina o la lim a del hom bre del otro taller. evidente y espontánea ha sido 59 . pues. a mi entender. pues bien: este em pleo de «mano» —que es sin lugar a dudas una auténtica acepción y no con­ serva el m ás lejano asom o de figura— com porta un tipo de transposición en el que. dientes.) Proponiendo la hipótesis de que un niño no h a ría jam ás. p o r su parte. un niño. ven que en el uno no se m ane­ ja el fuego y en el otro no se hace uso de la cola. Con todo esto sólo he qu erid o d a r un ejem plo de jerarq u ía en tre los m om entos concep­ tuales. boca. la fragua. recíprocam ente. com o la de que la superficie erosiva del que se apli­ 58 ca al h ierro es rayada. en cam bio. y apreciarán. observem os ah o ra en p rim e r lu­ gar y a m ayor ab u ndam iento la enorm e diferencia que m edia. una transposición así. significa su núcleo conceptual negativo y especifi­ c a d o s el predicado que lo singulariza en el seno de la colección com puesta por «diam ante». y esto no obstante. p o r p rim e ra vez. es p u ra suposición g ratu i­ ta mía. en cam bio. cabeza. com o algo absolutam ente diferenciado). ojos. es decir. el m om ento m ás inalienable del núcleo conceptual de la p alab ra «rubí». C uando el niño del h e rre ro visite p o r p rim era vez la c a rp in te ría es casi seguro que no ha de quedarse m udo al ver al ca rp in te ro m anejando la escofina. Pero volvamos a los niños. naturalm ente. «zafiro». dada la insuficiencia p ro b ato ria de los únicos hechos em píricos que hay aquí.todavía totalm ente desconocidas cuando ya el rubí estaba h a rto de c irc u la r po r el m ercado m aterial y lingüístico. sino como sim ple ilustración de algo que no quiere tra s p a s a r los lím ites de hipó­ tesis. Tanto uno com o otro ven y sa­ ben que en uno de los talleres se tra b a ja el h ierro y en el otro la m adera. en e stric ta y legítim a propiedad. «esm eral­ da». en fin. cuando el niño del c a rp in te ro visite. en tre una transposición com o la que ap areja el em pleo de «afluente» p ara una relación de calles. espontáneam ente. y no pretendo d e sp ac h a rla com o argum ento probatorio de una tesis. O bservación com plem entaria: una de las acepcio­ nes castellan as —no precisam ente especializada. y. sino que inm ediatam ente cu ajará en sus labios la pa­ labra «lima». aquel al que ningún uso m etafórico (siem pre que quiera seg u ir siendo lingüísticam ente rentable. funcionando del m ism o m odo en unas u otras m anos. por e stric ta analogía. justam ente. lo que. al igual que el platino llam a al rayo. o sobre hierro. ¡Cuánto no es. es lo segundo. coches y personas lo que dis­ c u rre p o r aq uella «vía» que en virtu d de su rela­ ción de subordinación respecto de otra m ás ancha. y a b ie rta en las en trañ as de una m ateria o paca a beneficio de c u alq u ier u su a­ 60 rio de e rra b u n d a condición. larga y principal m erece unívocam ente el nom bre de «afluente». el «gé­ nero» «piedras preciosas». esa traición a los fueros constituyentes del concepto. com o la rojez para «rubí» c o n stitu iría el m om ento m ás íntim o y m ás inalienable de su prim ario núcleo 61 . se com ete­ ría. po r el contrario. acepción con la que incluso un oído relativam ente aco stu m b rad o al léxico ru ral com o es el mío no term in a de avenirse sin reservas. en cambio. po r el ca rp in te ro y en la carp in te ría . suscitando. todas las circu n stan cias legítim am ente exigibles en estricto derecho conceptual p ara a tra e r inm ed iata­ m ente sobre sí. lo que ha habido que q u ita r de en m edio o lo que ha habido que sa lta r p ara p a s a r del asunto de aprendizaje «instalación del agua» al asunto de aplicación «m anzana con gusano»! Y. p o r lo visto. en cam bio. a sus p a rtic u ­ lares principios de fidelidad. qué infracción de los principios fundam entales que form an la im prescriptible Cons­ titución de aquella república cuyos súbditos serían las palabras. explicando. pues. para e n c o n trar qué es lo que le im p o rta ría —según mi hipótesis— y qué lo que no le im p o rta ría al p rim a rio m andato de fidelidad que preside la configuración conceptual de una p alab ra en la m ente del niño que la aprende. com o lo es el del con­ cepto de «esfera». aplicar aquel m ism o criterio a la pa­ labra «mano». sin em bargo. a ese sim ple entendim iento de un cam bio de nivel de referencia que constituye el sentim iento de m etáfora? La respuesta ya ha sido im ­ plícitam ente anticip ad a p o r la propia m archa argum entatoria de esta hipótesis: la «im propiedad» de la p alab ra en u so m etafórico se refiere fu n d am en tal­ m ente a la esfera de aplicación. una sensación de rechazo o repugnancia. pues. nada le im p o rtaría. produciendo el m ism o efecto sobre uno u otro m aterial. en una transposición com o la que ap areja lla m a r «m anos» a las patas de­ lanteras del caballo. Si querem os.la correspondencia establecida en tre su cu erp o y el del hom bre que casi no ha lu g ar a p e n sar que esas palabras hayan tenido que salvar la m ás m ínim a d is­ tancia p a ra se r ap licad as al caballo. cóm o entiendo que se p ro d u ciría aquí ese presunto delito de allanam iento o de infidelidad. po r cierto. que sea pared o c a rn e de m anzana la m asa m aterial po r la que d iscurre y gusano y no agua el ser que lo recorre aquello que. en tanto que esta otra im propiedad se re fe riría a determ inaciones concep­ tuales in tern as a la esfera m ism a. conform e a la ley constitutiva o rig in a ria del concepto. reúne ya. es la que. nada le im p o rta ría que sea agua o sean. al m enos en principio. el instantáneo haz de luz de la p alab ra «tubería». voy a atenerm e a ello para fu n d am e n ta r mi acusación. de sección circular. únicam ente en nom bre de su índole de «vía» practicable. que proced er po r c rite ­ rios de proxim idad práctica. com o dicen los escenógrafos tea­ trales. p o r el herrero y en la fragua: nada le im porta­ ría que su figura descriptiva presente en su dibujo de erosión u n a form a rayada o una form a escam osa: lo que le bastaría es que siga haciendo lo m ism o en uno y otro taller. bien extraña. finalm ente. para b u sc a r la nota predicativa que. No habría. a despecho de toda la sanción fáctica del habla. sería lo m ás directo y accesible. Puesto que he pre­ tendido m ás a rrib a ilu stra r la idea de ese núcleo con el ejem plo de la p a la b ra «rubí» en un uso m etafó ri­ co y por referencia a su propia esfera m aterial. N ada le im p o r­ taría que la «lim a-escofina» se aplique sobre m ade­ ra. ¿Qué clase de traición a ese supuesto fuero orig in a­ rio del concepto. y se com prende a fondo y recta­ m ente lo que esto significa. am bos tienen «de­ dos» y «uñas».. pues.— y por lo tanto u n a sem ejanza estructural... en cam bio.. la bio­ logía o cualesq u iera o tra s ciencias parecidas. respectivam ente. etc. se en ten d erá h a sta qué punto el referido autom atism o. sino de la p a la b ra en la lengua co­ m ún en cuanto tal. se resolvería en conform idad con este esquem a: coge (no coge) M A N O .. E ncontrada la pareja «mano-pie». la cual... la respuesta: ¡a «pie»! (Si se recuerda que no se tra ta aquí ni a u n m ediatam ente de objeto alguno que po­ d ría ser propio de la fisiología.. un único elem ento com o opuesto inm e­ diato de la p a la b ra «m ano». los opuestos inm ediatos de la p a la b ra en cues­ tión.. es decir. o bien en una serie funcio­ nal com o «ver-oler-oír». Podría objetarse que la noción de función que hay que a p lic a r p ara re u n ir en una sola dim ensión «coger» y «andar» es d em asiado laxa.. ap en as será preci­ so que la p alab ra llegue del todo al pensam iento. etc. o la reordenación clasificato ria de las p iedras preciosas con arreglo a sus respectivas n atu ralezas quím icas o a cualesquiera 62 o tra s caracterizaciones enciclopédicas serían noti­ cias que no p in ta ría n ab so lu tam en te n ad a en el es­ tudio de los nom bres de color o en el de los de las piedras preciosas.... sino la función. descriptiva. a mi en ten ­ der.. en cam bio en su dim ensión diferencial in tern a dom ina. «za­ firo».... M ientras el fundam ento p a ra a g ru p a r la m ano con el pie es su sem ejanza anatóm ica —am bos están situados en lugares hom ólogos del cuerpo. excluyéndose m utuam ente. buscando. auto m ática e instantáneam ente.. las p alab ras que ocupan con respecto a ella. p ara proceder a d isc e rn ir seguidam ente la dim ensión diferencial interna con arreglo a la cual se contraponen —a la vez que se a rtic u la n — e n tre sí los diferentes m iem bros de ese presunto grupo de palabras. las diferencias de form a son reab so rb id as tras la d u alid ad de funciones: coger y andar. entre sus m iem bros. conform e se ha su ­ puesto. la anatom ía. ya no es una cualidad descriptiva estática com o el color.. aparece en seguida la dim ensión dife­ rencial interna...... el grupo de nom bres que constituye el géne­ ro «piedras preciosas».. ¿Cuáles son los de «m ano»? La pregunta no resiste tan siquiera un in stante de vacilación: si preguntam os a la lengua con qué se ag ru p a y a qué se opone «mano».. etc. Y recíprocam ente. en p rim e r lu­ gar. «diam ante». en este caso. lejos de se r —com o sí lo sería sin duda alguna en esas o tra s ciencias— radicalm ente nulo e inadm isible com o indicio o c ri­ terio de verdad. toda la a u to ­ rid ad de una suprem a garantía.conceptual (a fin de ver si efectivam ente ha sido ho­ llada en la acepción que aquí se impugna). El grupo.. fisonómica. que le falta aquella hom ogeneidad estrech a que se da en la se­ rie «rojo-verde-azul». ciega. justificado po r las antedichas se­ m ejanzas descriptivas. puesto que casi desde la m ism a m otricidad parece precipitar. a diferencia de lo que ocurría con el género de las piedras preciosas. etc. y po r lo tanto no de cosa prensible ni indicable con el índice extendido. en el seno del acervo. PIE (no anda) anda 63 ... y se rep artan . un lugar equivalente al que respecto de «rubí» ocupaba. am ­ bos form an p arejas sim étricas. pues. pero p ara funcionar com o dim ensión en el sentido que aquí puede im por­ ta r b a sta con que am bas funciones se reúnan en el género «mano-pie». com o lo hacen en la m ano y en el pie del hom bre.. «esm eralda». Los opuestos inm ediatos de «rubí» eran.) Tenemos. la determ inación de los colores en térm inos de lon­ gitudes de onda de la luz... tom a aquí. el criterio funcional. hem os de proceder de fuera a dentro... com o se ha dicho. sino todo lo contrario. en nom bre de la topología. en cam bio. No hay aquí a tro p e ­ llo alguno. se dedica de modo expreso y positivo a hacer justam ente lo otro. de modo que la acepción se pondría en flagrante contradicción con la que he supuesto com o nota predicativa diferencial m ás ín­ tim a del concepto en cuestión. Vea­ mos cóm o la aplicación de la palabra rodilla al c u e r­ po del caballo da lugar a una situación exactam ente inversa a la que se produce al en c o n trar algo que lla­ m ar «mano» en ese m ism o cuerpo. el que se atiene a las coordenadas absolutas del espacio exterior). sigue recibiendo el nom bre de «mano» se le adjudica. Lo correcto aquí —es decir. tam bién desde los dos puntos de vista. o sea el m om ento íntim o e inalie­ nable del concepto. respectivam en­ te equivalentes «delantero» y «superior» com o igual 64 a «más próxim o a la cabeza». sin embargo. Pero he aquí que a e sta m ano que no coge y. ni desde el punto de vista de la lengua ni desde el de la anatom ía. sino so­ bre el funcional. paradójicam ente. de fun­ dam ento exclusivam ente topològico. no ten d ría en m odo alguno el c a rá c te r de tra i­ ción a lo que llam o núcleo conceptual interno del concepto. es la siguiente: hablando en térm inos de «patas». respectivam ente. Esa traslación. a traicionar. al m enos al respecto de la coordi­ nación del cuerpo del caballo con el del hom bre. o sea de las extrem idades inferiores (traseras) a las extrem idades delanteras (superiores). N ada hay de obje­ table ni de extraordinario. hacer p red o m in ar ese m ism o c rite ­ rio topològico. por el co n tra­ rio.El coger y el a n d a r definen. en que la discutida acepción de la p a la b ra «mano» opere so­ bre el reconocim iento de la correspondencia topo­ lògica —es d e c ir de la referencia de las p a rte s del cuerpo a su p ropia disposición espacial relativa—. esto es. al p a sar la m irada desde el cuerpo del hom bre al del caballo. conform e al cual se oponen e n tre sí las dim en­ siones « d e la n te ro -tra se ro » //« su p e rio r-in fe rio r» — haciendo. en principio. neutralizando el sistem a de referencias topográfico —o sea el que tiene p o r coordinadas las de la grave­ dad. y «trasero» e «inferior» como igual a « m ás distante de ella». cu a n ­ do a la lengua com ún. y o tra de a rrib a abajo con respecto a la serie a rticu lad a de la propia extrem idad. se le antoja e sta r viendo u n a rodilla en el carp o del segundo está ha­ ciendo una doble traslación con respecto a las corres­ pondencias de la anatom ía com parativa. com o sucede cuando. se si­ gue llam ando «mano» a algo que no sólo es incapaz de coger sino que. el que ninguna traslación tende­ ría. una «rodilla». toda vez que en el hom bre —y e sta vez no en la lengua com ún sino en la ciencia— se habla de «extrem idades superio­ res» y «extrem idades inferiores». usam os las determ inaciones «delanteras» y «traseras». no son topológicas sino topográficas. que. en cuanto que lo que llam a « rodilla» no lo sitú a sobre el nivel codorótula sino sobre el nivel carpo-tarso. o tra infidelidad que. el que se atien e al orden in te rio r del espacio relati­ vo configurado por los cuerpos) sobre el c riterio to­ pográfico (esto es. Cosa bien d istin ta es. a andar. al m ism o tiem po. en la coordinación de p artes entre dos es­ tru c tu ra s anatóm icas an im ales— viene a ser preci­ sam ente la p rim acía del c riterio topològico (esto es. no ya sobre el topográfico. sin em bargo. en cuanto que no se habla de «codo» sino de «rodi­ lla». la m ano y el pie del hom bre —objeto y m odelo ind u d a­ ble de la fijación de am bos conceptos— y el concep­ to de «coger» sería p ara el de «mano» lo que el de «rojo» es para el de «rubí» y el de «verde» p ara el de «esm eralda». por añadidura. En la acepción según la cual se designan com o «m anos» las p atas delan ­ teras del caballo no se respeta ni conserva o tra cosa que la determ inación topològica de «extrem idades m ás próxim as a la cabeza». (Esta segunda 65 . en nom bre de una pura correspondencia relativa de lugares. Una de a trá s adelante. com porta. En efecto. o. pero se mantiene. la densidad de la distancia. e sta doble traslación que hace llam ar «rodilla» a lo q u e una lengua obediente a las averiguaciones de la anatom ía co m p arad a no debe­ ría llam ar sino «m uñeca» tiene una p rofunda ju s ti­ ficación fisonóm ica y funcional: ¿no es como nuestra rodilla un punto de articulación cuyo m ovim iento re­ lativo —hacia adelante y h acia a rrib a — queda ins­ crito en un plano vertical —o sea paralelo al vector gravitatorio— y a la vez paralelo a la dirección de la m archa? ¿N o es —y de nuevo com o n u e stra ro­ dilla— el vértice de giro de dos radios m óviles cuyo ángulo se m antiene tam bién en ese m ism o plano ver­ tical y paralelo a la dirección de la m archa. en nom bre de que tam bién se llam a «remos» a las p atas del caballo). se lleva al carp o de éste —a través de lo que para la anatom ía com parada supone un doble desplaza­ m iento— el nom bre de «rodilla». en su posición relativa al resto del cuerpo? ¿No es lo que se presenta. com o la doble y altern an te proa que va rom piendo. com o en un p artid o de béisbol. m ás irreprochable. la fisonom ía funcional— se respeta. toda la p arte que baja desde aquéllas h a sta la planta de los pies —y válgame esta m etáfora náutica. a mi modo de ver. y lo que allí se traicionaba —la función. al igual que la rodilla hu m an a (si nos im aginam os el espacio desde el suelo al nivel de n u e stra s ingles com o el agua en la que navega n u e stra nave corpo­ ral. hacia abajo y hacia atrás. Lo que se resp eta­ ba al aplicar la palabra «mano» al cuerpo del caballo (pues no había en ello ni traslación de las extrem i­ dades inferiores [traseras] a las extrem idades supe­ riores [delanteras] ni co rrim ien to de lugares en la cadena a rticu lad a. De ese doble desplazam iento queda tan sólo el vertical —o sea el c o rrim ien to de lugares a lo largo de la cadena a rtic u la d a — cuando se alab a el «juego de m uñecas» de un caballo. rigurosam ente. la resistencia del espacio. la esp esu ra del monte. siem pre es lo que en el uno y en el o tro quiso la lengua p o n er sin d istin ­ ción —ró tu la o carp o que ello fuere— bajo el nom ­ 66 bre de «rodilla» lo que. al frente del caballo todo. en la locom oción? Caballo u hom bre que sea quien viene cam inando por el monte. para mayor exac­ titud. aquí. puesto que lo que se alaba com o buen «juego de m uñecas» de un caballo es una gracia que consiste en h acer funcionar de un 67 . po r el contrario. y com o su obra viva. pragm ática.) Sin em bargo. desaloja del carpo la palabra «m uñeca» y lo hace c o rrer m etacarpo ab a­ jo hasta la siguiente articulación. p o r lo tanto. a la vez que se c ie rra en el sentido de ésta —a diferencia del corvejón. propia de la len­ gua com ún. en cam ­ bio. funcional. Nada. va abriendo cam ino a todo el cuerpo. a p a rta n d o con su im pulso a uno y otro lado los ap retad o s tallos de las m atas. en el sentido inverso? ¿No es lo que preci­ sam ente en la función locom otriz es som etido a un m ovim iento alternativo hacia a rrib a y hacia ad elan­ te. p ara la atención fi­ sonóm ica. en efecto. el desplazam iento vertical que padece la fisonom ía genérica de los ver­ tebrados al p a sa r de un esqueleto de im plantación plantígrada a un esqueleto de im plantación ungulígrada. toda vez que la «mano» del ca­ ballo incluye el m etacarpo) se traiciona en la ap lica­ ción de «rodilla» al carp o del caballo. que esta resolución term inológica po r la que. que se cierra. según q ueram os tener p o r móvil o p o r fijo uno u otro de los dos grupos coordinados) es el que.traslación refleja. aquí. al p a s a r del cu erp o del hom bre al del c a b a ­ llo. com o el codo en la posición m ás fácil. el c o rrim ien to de eslabones in te rio r a la suce­ sión articulada: el m ism o corrim iento de lugares que ha hecho b ajar el nom bre de «rodilla» del nivel codorótula al nivel carpo-tarso (o que ha subido el carpo del escalón «tobillo»-«muñeca» al escalón «rodilla»«codo». po r lo dem ás. h asta las dos siguientes. falta la tra s­ lación desde las extrem idades inferiores (traseras) a las superiores (delanteras). en su aplicación al caballo. «rodilla» y «m uñeca» del caballo) para e n tre a b rir el panoram a de los criterio s y de las di­ m ensiones de reajuste que pueden p re sid ir la trans|H>sición de las palab ras de un sujeto a otro (bajo la suposición. c u an d o la ficción ya está fuera de ellas no ha lu g ar a ten er po r m etafóri­ cas las aplicaciones léxicas que se atengan a los sen­ tidos propios de lo representado. porque esas falanges están representando ahora ju stam en te las 68 m uñecas de un b ailarín (no hay m ás que ver los clá­ sicos caracoleos de paseíllo de una ja c a de rejonea­ dor para a p re c ia r hasta qué punto todo el efecto de «gracia» b uscado y conseguido en el «juego de m u­ ñecas» reside en una expresividad vicaria o delega­ da.. po r consiguiente. en un m om ento m im ètico antropom orfo que tiene por térm ino de referencia la m uñeca del bailarín. cosa que. «boca». no hay ab so lu tam en te m etáfora ninguna en d esignar com o «juego de m uñecas» el m ovim iento de las falanges de sus p a ta s delanteras. ap licad a a un caballo. ciertam ente. de que en el caso de estas tres el sujeto de origen —el contexto de fija­ ción— es el cuerpo hum ano). y no hay m ás m etáfora en d esig n ar­ las com o tales que en m en ta r com o «Segism undo» . el anim al ignora. En la m etáfora la ficción la hacen las palabras. ya ellas m ism as se fingen. la ap li­ cación al caballo de la palabra «m uñeca» no está asentada en modo alguno en la lengua com ún. y en cam ­ bi«» me resu ltab a ventajoso por la circu n stan cia de p resentar una transposición que tiene el m ism o su ­ jeto de origen y el m ism o sujeto de destino —y aun. sin p reocuparm e de­ m asiado el que «m uñeca» no pertenezca en absoluto. dentro de este últim o. en una situación curiosa: en el m om ento m ism o en que uno se dispone a inscribir la expresión «juego de m u­ ñecas». por lo tanto.m odo afectado y refitolero el juego com binado de la articu lació n del m etacarpo con la p rim era falange y la de é sta con la segunda. etc. su sentido lingüístico vacila de repen­ te y se detiene: el obstáculo no es una oscuridad. de m odo que por «m u­ ñeca» del caballo se enten d ería ahí todo el conjunto funcional de la p rim era falange con sus a rticu la cio ­ nes su p e rio r e inferior. y esta hom ogeneidad de asunto m aterial en los elem entos ofrecidos a la com paración su strae desde el p rincipio la determ inación de diferencias ni peligro del equívoco. entre las expresiones m etafóricas. es decir al sector en que deliberadam ente se enseñan y cultivan gracias sem e­ jantes. al igual que los de «cabeza». Me he extendido sobre e sta s tres aplicaciones («mano».i quien bajo el supuesto de tal identidad hace y ha­ bla ahí delante dentro de la escena. ya que ello no dism inuye su utilid ad de ejem plo. La aplicación se encuentra. el m ism o secto r de ap lica­ ción— que las de «rodilla» y «mano» aquí conside­ radas. En efecto. si la expresión se funda en la cap rich o sa c irc u n sta n ­ cia de que el caballo haya tom ado el papel de b a ila ­ rín. com o en cam bio lo e stá la de «rodilla» (que no sería. a la lengua común. la función expresiva de un bailarín . Como q uiera que sea. a mi entender. lo que no quiere d ecir sino que solam ente la consideración estética y. pues. pero que sí estaba presente de uno u otro m odo en el criterio se­ lectivo de su dom ador). pues. expresiva. peligro tan difícil de esqui­ 69 . «ojos». ni siquiera una acepción. m uñecas. de tales m ovim ientos atra e sobre esa p a rte de la pata delantera del caballo el recuerdo de la m uñeca h u ­ mana: se ve ahí una m uñeca sólo porque se le ha a tri­ buido una función de hom bres. sino un uso in­ m ediato p ara c u alq u ier c u a d rú p ed o ungulado. sino una evidencia: «¡Pero si la m etáfora está ya hecha de antem ano con el caballo mismo!». para cualquier vertebrado po r lo menos) y pertenece sólo al léxico de un sector de hablantes m ás restringido todavía que el de los que tiene relación d irecta con caballos: al secto r especial de los caballos de o sten­ tación y las jacas de rejoneo. extiendan a las inferiores (traseras) su designación. la u lte rio r proyección de la m irada sobre el nuevo sujeto. es decir. de sus extre­ m idades inferiores) y la inextensibilidad e intrans70 latividad de aplicación a este m ism o térm ino (esto es. el grupo «piedras preciosas». en verdad. el grupo único. ya que la h isto ria que se sigue aquí no es la de la evolución de las especies. C ualquier p alab ra propia de las extre­ m idades inferiores (traseras) puede extenderse a las superiores (delanteras) y hacerse única e indistinta para las cuatro extrem idades. da lu­ gar a una situación en que puede esp erarse un des­ plazam iento de palab ras coincidente con el sentido de avance de la función que prevalece. o riu n d a s de las extrem idades superiores (delanteras). sino la de la p ro p a­ gación del valor de las palabras y de los conceptos: si el hom bre es el p rim e r sujeto de aplicación de los nom bres del g rupo «partes del cuerpo». y en verdad que a la pata trasera no le falta un lu g ar cuyo dibujo se preste 71 . confiadas tan sólo a la circunspección del buen sentido. a las extrem idades de­ lanteras del caballo) de las que procedieren del p ar de extrem idades que retiene en el hom bre la función ad scrita al térm ino extensible (esto es. p o r esa m ism a circunstancia. el ca­ ballo. el m ism o tra ta ­ m iento el que. de sus extrem idades superiores). la m anifestación concreta de este efec­ to en el trá fic o de las p a la b ras afectadas se rá la extensibilidad o tran slativ id ad de aplicación al té r ­ m ino no extensible (esto es. el caballo. la m a­ teria hom ogénea. ya que p ara d isc e rn ir el n ú ­ cleo conceptual de «mano» e n tró en consideración.var. son el sujeto exclusivo. la representación ya configurada por sus predecesoras. aunque tan sólo en funciones de modelo. a la luz de p u ras presunciones an aló ­ gicas. sus solas ex­ trem idades delanteras. m ás estrictam en te todavía. El hecho de que al d esp lazar n u e stra m irada des­ de el cu erp o del hom bre al del caballo la dualidad privativa de funciones (coger/andar) que distingue en el prim ero los dos pares de extrem idades entre sí de­ saparezca en beneficio de u n a sola de ellas (andar) tiene el efecto ju ríd ic o de convertir en térm in o no extensible el p a r de extrem idades definido en el hom ­ bre po r la función que en tal desplazam iento se su ­ prim e y en térm in o extensible el definido po r la que se conserva. en cam bio. y ¿qué seguridad cabe ten er de que fuese. experim enta com o pérdida el reconocim iento de la ausencia en éste de la función prensil). una invasión p o r p a rte de los nom bres afectos a sus p ri­ mitivos titu lares sobre el antiguo territo rio de la fun­ ción desaparecida. enteram ente heterogéneo res­ pecto del de «partes del cuerpo». a las extrem idades traseras del caballo) de las que procedieren del p a r de extrem idades que retiene en el hom bre la función a d sc rita al térm ino no extensi­ ble (esto es. que sobre sí recibe la diversa m oción designante de los tre s actos de de­ nom inación que se com paran. pero lo inverso no pue­ de absolutam ente suceder. cuando la diversidad de la m ateria obliga a s u ste n ta r la yuxtaposición com parativa so­ bre la fe de una nunca segura coordinación analógi­ ca de las series en cuestión. aquí la necesidad de analogías ha quedado elim inada desde el m om ento en que no e n tra en juego m ás que un único grupo al que pertenecen todos los elem entos com parados (más a trá s no fue así. ya no hay m ás que extrem i­ dades locom otrices y las dos últim am ente anexiona­ das tenderán a a tra e r sobre sí. con la consiguiente pérdida de la función p rensora («pérdida» quiero d ecir p recisa­ mente. elim inándola del todo. No parece im aginable que «muñeca» o «codo». y con ella los nom bres en los que se sustenta. si la función locom otriz se ha apoderado de los m iem bros de la función prensora. Dicho de otra m anera: la hom ogeneización funcional de las cuatro extrem idades del caballo en la exclusiva fu n ­ ción locom otriz. vino a aplicarse a la p alab ra «mano»?). y. puede que­ dar como un supuesto ad hoc. el hecho de que el extrem o inferior de esa p resu n ta m ano del caballo sea llam ado. tra n s­ m itiendo constantem ente al casco im plantado con­ tra el suelo la descarga de un peso que la finísim a. sino delante. incluso nece­ sariam ente. hay que reconocer. p ara que valga «m ano del ca­ ballo» com o ejem plo de lo que puede ser una ch a­ puza de transposición léxica b astan esos em pleos sim ultáneos de «rodilla» y de «pie». p o r el contrario. si es que de veras se conform a con ten er algunas. pero tam poco es obligatorio que lo haga. sino que se a firm a el andar. no falten ejem plos de nom bres descriptivos. si bien esto no afec­ ta m ás que al c rite rio u sad o en el acto o rig in ario de denom inación y hoy. «desplom arse». sin más. sin que por ello el caso pierda la eficacia ilustrativa que se busca en el ejem ­ plo. es. a p arejar. pero ¿quién p o d ría jam ás p e n sar en codos a propósito de lo que tan poderosa. con ese m ínim o m argen de flexión que le basta a lo que tiene todo el vigor de la ballesta. En h onor a la verdad. nada hay a trá s que pue­ da to m ar representación y nom bre de rodilla. cuando ju n to a «plomada» existen derivados com o «aplomo». y en cu an to a la su ­ posición de que los predicados «coge» y «anda» cons­ tituyan. en cam bio. concebim os sin la m enor dificultad la aplicación de «tobillo» a las cu atro extrem idades. com o lo prueba. p recisam ente «pie». «aplo­ mar». com o lo pro b aría tal vez el hecho de que incluso e n tre los nom bres de los in stru m en to s (ob­ latos funcionales. nu estro propio talón. Pienso que la función. tan suficiente com o el predicado «coge» y aun m ejor que éste si se piensa en los p ri­ m ates. que se le señalan tan sólo dos rodillas. no ten ­ d rá nunca m ás que dos y sólo p o d rá se r en las extre­ m idades delanteras. p o r ú lti­ mo. tan tensa y tan flexiblem ente balancea. como en «raspador». al igual que su parte hom ologa en las extrem idades traseras. que tienen un pie tan capaz de coger com o la mano. com o yo creo. Pero tam bién para el rubí resu lta ría m ás 72 segura la definición quím ica y. pero no se le re­ conocen atrás. no es en absoluto ese m om en­ 73 . de hecho. y que tan sólo el ap lastan te cuño de la h u ella p erm ite adivinar? M ientras «m uñeca» tiene el cam ino to­ talm ente c e rra d o p ara hacerse extensivo a la a r ­ ticulación co rrespondiente de las p atas traseras. en el caso de la mano. no obstante. la rótula se oculta recogida en la a ltu ra y en la pro fu n ­ didad de los ijares. una articu lació n que vuelve hacia el vientre su concavidad. en los que ha prevalecido el c riterio funcional. «m anos». y allí donde nos la habríam os es­ perado encontram os u n a articu lació n exactam ente inversa.a se r im aginado com o un codo: el corvejón. subsum iendo las notas diferenciales descriptivas que pueda. la dim ensión diferencial que decide del g ru p o «mano-pie». C om oquiera que sea. cuando la hay. en rigor. inclinada caña parece absolutam ente desm entir. form ando po r lo tan ­ to el núcleo interno de los dos conceptos. en contradicción con toda congruencia léxica con esta aplicación de «mano». He aquí. tiende a apoderarse del lugar de nota predicativa que co n sti­ tuye el núcleo del concepto. si los hay) ju n to al gran núm ero ile ejem plos en que la p a la b ra que los nom bra se loma directam ente del verbo que designa la función. «pies» ya ha te­ nido cu a tro el caballo m uchas veces. la definición p u ram en te topològica de «últim a p a r­ te de las extrem idades m ás próxim as a la cabeza» sería. que m ien tras en el caso del rubí el a trib u to «rojo» es el único posible com o cualificación últim a para dejarlo determ inado en el seno del género «pie­ d ras preciosas». según los criterio s de la anatom ía com parada. Y ade­ m ás en el caso de la pata d elantera del caballo nos encontram os con una «m ano» en la que no sólo se niega el coger. de nin­ gún m odo pueden ni necesitan confiarse a ella ni la lengua com ún ni la especializada del joyero. com o «plom ada». la fisonom ía d escripti­ va lo que se ha tom ado p ara lla m a r «sierra» a una cordillera. que contradiga ese últim o predicado que c o n stitu iría el p resu n to núcleo del concepto. m ás o m enos larga. el que dom ina en el núcleo del con­ cepto. sí que al m enos parece que cuando ésta existe tiende generalm ente a do m in ar sobre las cu a­ lidades diferenciales descriptivas. p o r el contrario. m ientras que de su «género». Cuando U nam uno dice «rubí encendido en la divina frente». sino por una pura razón técnica— p a ra fo rm ar los cojinetes de los ejes del reloj. a traicionar. de la relojería se han usado rubíes —y no po r cap rich o estético. Pero. Así. porque no siem pre existe u n a función o porque a ve­ ces se tra ta de d isc rim in a r en tre objetos de función idéntica. Al m enos no o tra cosa es lo que en la lengua com ún le ha ocurrido realm ente a la palabra «pluma». y. teniendo en­ tonces exclusivam ente por predicado im prescriptible de su núcleo conceptual el que define la función que «•litre estas piezas se le asigna.to descriptivo de la etim ología. si no que ignore. sino para un astro. la c a ra c te rístic a efi­ caz —esto es. Digo «en principio». nos hubiése­ mos encontrado con la p alab ra «rubí» p ara designar los cojinetes en el léxico de los relojeros. no el torniquete. en cam bio. quién. Esto no qui­ ta para que incluso entre las m etáforas de la literatura sea raro ver a p a re c er una aplicación. patente aún en el so­ nido (que nos perm ite reconocer en el nom bre de la plom ada el sonido del nom bre de la m ateria de que estaba hecha). no verá irt m ente indefectiblem ente el rojo cada vez que hable de rubíes? Así pues. si el c riterio funcional no tiene p o r qué ser siem pre el dom inante en la determ inación de la nota m ás íntim a del concepto. en principio. sino la d e n ta d u ra de dientes tria n g u la re s— lo 74 que ha ido a conservarse en la transposición. sin du d a alguna. no la hoja. Si uno se acu erd a fácilm ente del plom o al co n tem p lar en ocio la p alab ra «plom ada». en efecto. usando «rubí» no p a ra unos labios. es. al m enos. nada h a b ría tenido de extraño que hoy. y. habida cu enta de que d u ran te una época. la función de se ñ a la r la vertical. sino. el que ningún em pleo translaticio o m etafórico tendería. Por lo demás. No queda ras­ 75 . sino el de «reful­ gente». ¿quién se a c o rd a rá de él al p ro fe rirla en el m anejo práctico del objeto m ism o? ¿Y. no el bastidor. Ahora bien. au n q u e tam b ién hay que a d v e rtir que ha sido ju sta m e n te el rasgo fisonóm ico m ás estrech a­ m ente vinculado a la función. p ero no una co nstricción que no se vea ven­ cida de hecho en el a rb itrio secundario y delib era­ do de la a c titu d lúdica o literaria. descriptivo o funcional que sea. no conserva el de «valioso». sigue conservando del rubí pre­ cisam ente el m om ento predicativo de «rojo» —p ues­ to que A ldebarán es una estrella de color rojizo—. la determ inación funcional de la sie rra del c a rp in ­ tero es ignorada pero no contradecida. sin embargo. porque este es sólo un respeto p rim a rio y espontáneo de la lengua. el de «piedras precio­ sas». aun cu ando el rubí hubiese sido su stitu id o totalm ente —cosa que ignoro— en esa m ism a fu n ­ ción po r otros m ateriales de otro color. y porque incluso en la lengua com ún hay ejem plos de traición: así no puede c a b er d u d a de que el núcleo conceptual de la palabra «sierra» es la función que desem peña. entre o tra s cosas. parece que ha de se r casi siem ­ pre ese últim o predicado diferenciador el que cons­ tituya la nota m ás inalienable del concepto. sí. sino com o un puro hom ófono de esta otra palabra. puesto que las cordilleras carecen de función. hoy no podemos considerar «plum a (de escribir)» com o una acepción de u n a única p alab ra «plum a» que inclu­ yese tam bién la de «plum a (de ave)». Pero en tal caso ese «rubí» idéntico a «cojinete de reloj» e sta ­ ría totalm ente expatriado de su grupo originario —el de «piedras preciosas»— y habría recibido plena ciu­ dadanía en el g rupo «piezas del reloj». o al m enos m ás m etafórico que el otro. y no ha lugar ya. «Circulación» no es. pues. si es que la cuarta ha de ser discrim inada) una quinta (o cuarta) cosa que pretendo distinta de las otras: la para mí presunta m etáfora im provisada de los niños. esto es. Por eso dudo incluso de que la relación que lo que se num era con el 4 pueda g u ard ar con lo que se num era con el 1. pero sólo puede tra sla d a rse aquello que ya está en un lugar determ inado. la de que m uchas ap lica­ ciones de p alab ras por p a rte de los niños que su e­ nan en los oídos del adulto com o usos m etafóricos no tienen. com o su propio nom bre indica. de algún modo. esto es. no son figuras b uscadas y e n ­ contradas. sino aplicaciones directas. Todo esto es conocido y está de sobra tratad o en m uchas p artes y sólo sirve aquí para indicar las precauciones con que hay que tom ar en este asunto cualquier alegación etimológica: hay. con m ayor o m enor fortuna. . y una m etáfora es un trasiego de palabras. etcéte­ ra». pero que no deben m ezclarse sino según los lím ites de sus verdaderas relaciones. 3: las acep­ ciones de una m ism a palabra —en las que se h a b rá perdido o no h a b rá habido nunca un sentim iento de figura— y 4: las aparentes m etáforas con que nos en­ contram os en la etim ología (caso de «pluma»). de ligazón alguna entre los dos conceptos. Pero el niño del ca rp in te ro llam ará «escofina» tanto a la escofina de su padre com o a la lim a del h e rre ro de una m anera sem ejante a com o nosotros llam am os «circulación» tanto a la de la sangre com o a la de los autom óviles. desde fuera. e stas las del carpintero. sino un reflejo indirecto en que el hablante tiene que intervenir de m anera conscien­ te y deliberada. el 2 y el 3 sea. Digo «aparentes» porque en el acto originario de denom i­ nación que dio lugar a la actual palabra «plum a (de escribir)» no se hizo absolutam ente ninguna m etáfo­ ra lingüística: la m etáfora la hizo la plum a m ism a al p a sar del ala del ganso al escritorio de su am o y de la función de volar a la de escrib ir y la rem ató la téc­ nica de la escritu ra al reem plazar la plum a de ganso por un ap arato de punta m etálica en el lugar in stru ­ mental de esta últim a función. lo que para una palabra quie­ re d e c ir e s ta r explícitam ente ad scrito a u n a d e te r­ m inada esfera m aterial. 2: los «sentidos figurados» de una palabra m ás o m e­ nos consagrados en el público consenso. en diver­ sa m edida y de distinto modo. la del adulto. la m etáfora propiam ente dicha. a hab lar siquiera de acepciones. p o r lo m enos a este nivel. propias. 76 La hipótesis era. acciones p rim a ­ rias y autóctonas de la p alab ra m ism a y no m an u ­ facturas secundarias y deliberadas de un ingenio que ha aprendido a m an ejarla y a servirse de ella. una realidad capaz de ofrecer otro in­ terés lingüístico que no sea el de la m era precisión de límites que introduce cualquier discrim inación ne­ gativa. Lo que propongo yo aquí con todo esto es aña­ d ir a estas cuatro cosas (o sólo a las tres prim eras. inm ediatas. estas las del albañil. por un acto reflexivo de la fantasía pictórica. 1: las m etáforas ocasio­ nalm ente im provisadas por un hablante singular. por así decirlo. en cu an to que tal p alab ra no tiene firm ado ningún contrato en exclusiva ni con la esfera de la fisiología ni con la del tráfico rodado. especialización y d istrib u ció n del in stru ­ m ental: «E stas son las h e rra m ie n ta s del herrero. que no sea el etimológico. La m etáfora. pues la m etáfora no es un rayo directo que la lengua proyecte sobre el objeto actual de referencia. ningún c a rá c te r de m etáforas. Aquí no ha habido m ás que un trasiego de cosas y funciones. del concepto tal com o vive en esos m om entos en la m ente. una p alab ra a d scrita a ninguna esfera m aterial d eterm inada y ninguno de esos dos em pleos puede llam arse m etafórico. supone una traslación. algo que ver entre sí.tro. sosteniendo y dirigiendo con sus pro­ pias m anos el espejito m ediador. cuatro cosas que tienen. por lo menos. en el sentido subjetivo. por lo tanto. presupone una clara cla­ sificación. aquí sí hay una genuina acepción. aunque a prim era vista parezca lo contrario. y por lo tanto activos com o espoletas prontas a s a lta r ante solici­ taciones m ás débiles que la o rig in a ria —es decir. atom izando lo dado y lo posible en una opaca p luralidad u n id i­ m ensional. El discernim iento clasificatorio que im ­ plica la aplicación al tigre de la p alab ra «gato» es tal vez m ucho m ás im p o rtan te para el conocim iento que c u alq u ier cosa que pudiese a p o rta rle el cultivo de la riqueza de vocabulario. en tran d o en la casa de fieras por p rim era vez y n ad a m ás fra n q u e a r con la m irada los b a rro tes de la p rim era jaula. en la que se hospedaba precisam ente el tigre. y no debe llevar a eq u ip ararlo s a las acep­ ciones. la com paración vale tan sólo p ara d istin g u ir de las m etáforas los discutidos usos «im propios» de los niños. el concepto no es com o un ejército que es tanto m ás fuerte cuanto m ayor sea el núm ero de soldados. Por otros testim o­ nios he sabido que esto de llam ar espontáneam ente «gato» a algún felino no es cosa insólita en los ni­ ños. sin más. en este sentido. éstas son usos recibidos en la lengua y san­ cionados en el público consenso. no corregí el «error» y aún sigo pensando que no hay que lam entarse sino con g ratu ­ larse ante un reconocim iento sem ejante. d e s tru ir la tra n sp a re n c ia del concepto. La figura secreta del . Penúltim o ejemplo: la m ism a niña de los dos ejem ­ plos del principio. se pronunció al instante sin titu b ear: «un gato». a despecho de variantes insólitas e innovadoras respec­ to del m odelo de ap rendizaje— se ría tal vez in h ib ir una capacidad cognoscitivam ente irreem plazable. esta identificación inm ediata no revela sino la vita­ lidad. «dam a dama»). como parece el caso «circulación». Todo acto colector p o r p arte del concepto com porta siem ­ pre un acto selector. S ac rific a r en a ra s de la riqueza léxica y de la «propiedad» esa segura y fecunda ca­ pacidad de aprehensión de un reducido grupo de ca­ racteres fisonóm icos ab straíbles. falta de cualquier esfera m aterial de aplicación determinada. pero b a sta p ensar que un grado bajo de inten­ 2. la fuerza de discernim ien­ to de que goza en la m ente de esos niños la figura secreta vinculada a la p a la b ra «gato». m ientras que aquéllos serían aplicaciones im provisadas y novedo­ sas y. Yo. en una edad todavía m ás tem p ra­ na —antes de los tres años—. su capaci­ dad de atracción y de anexión y. Sólo es a p a ­ rentem ente paradójico el que una anexión pueda ser dem ostrativa del poder de discernim iento de un con­ cepto. de em pleos figurados. pues la idea de acepciones pa­ rece sugerir dos o más especializaciones y no. En efecto. Compárese. ¿quién no me entendería? La prim itiva figura secreta del gato se ha perfilado en un grupo m uy restringido de anim ales y se com ­ pone solam ente de los rasgos que le bastan para iden­ tificarse en m edio de ese grupo: la esfera m aterial de los anim ales dom ésticos. e starían objetivam ente m ás próxim os a las m etáforas ocasionales del adulto.) 78 sión («com prensión» de los escolásticos) no puede confundirse con falta de actividad o de firm eza por p arte de las notas que com prenda: baja intensión quiere decir tan sólo escaso núm ero de notas. la carga predicativa. (Nota del 29 de diciembre de 1991. Por lo dem ás. pero sí de acepciones. Si yo di­ jese «el caballo rayado». po r mi parte. Quizá tampoco «acepciones».En estos casos de «circulación» no se trata. «rattus rattus».2 así pues. del concepto. pero no debilidad o vacilación p o r p arte de las m ism as. p o r tan ­ to. tam bién en la taxonom ía clásica de los n atu ralistas puede en­ contrarse m ultitud de ejem plos en que el nom bre vul­ g ar del antiguo conocido ha sido habilitado com o nom bre titu la r de toda la fam ilia (de su erte que para designar al así erigido en epónim o se ha acudido al recurso de rep e tir dos veces —una com o d eterm in a­ do y otra com o determ inante— aquel nom bre vulgar: «lynx lynx». con el uso que acabo de hacer de «aplicación» y el empleo de esta palabra cuando hablamos de la «aplicación» de un estudiante. En mi opi­ nión lo últim o que hab ría que tem er de la pobreza léxica de un niño es que pueda e m b o la r su d iscern i­ m iento perceptivo. un escalón o dos m ás a rrib a que el nuestro. y ella llam aba «du­ ros» in distintam ente a todos los billetes de dinero cualquiera que fuese su valor). por otra. y cuando dice «gato» ante la ja u ­ la del tigre o del leopardo no hay que concluir que su m irada está aplicando la m ás to rp e y m ás b asta de las lentes. a trib u ir de­ m asiado alcance a unas observaciones que no se ale­ jan m ucho de lo experim ental. y. detenerm e ahora aquí en la conclusión de que la idea de la generalización no parece sostenible sería. sino aplicaciones inm ediatas del concepto. d a r —com o suele decirse— a toro m uerto gran lanzada. de este nuevo ejem plar. la presunción de que las ap a re n ­ tes m etáforas de los niños no son tales. no im pedía que saltase a la vista. todo el con­ ju n to de consideraciones que a p a rtir de ellos se organiza. lo que ha deci­ dido cuál tenía que ser el conjunto de rasgos que ha venido a fo rm ar la o rig in aria figura secreta del gato ha sido la com posición concreta de la nóm ina «ani­ m ales dom ésticos». sí./ gato. puesto que esa opinión ha sido ya desacreditada por otros con m ás elaborados y fiaderos argum entos. el c a rá c te r fronterizo. de a tra e r y anexionarse su im agen sensorial. si en dicha nóm ina hubiese figurado otro felino. En todo lo que antecede no hay m ás cosa segura que la m era c e rtid u m b re de hecho de los cu atro ejem plos tom ados del natural. al m enos lim itándom e a en­ 81 . pues la figura secre­ ta del «duro» era capaz de a tra e r hacia sí especím e­ nes nuevos. al ver u na e n trad a de to­ ros encim a de la m esa dijo: «¡Qué d uro m ás raro!» (todavía los d u ro s eran de papel. de tirantez. no dejaba de poder ser re­ gistrada. de la felinidad. que. es una fisonom ía sin té ti­ ca co n stitu id a exclusivam ente po r los datos diferen­ ciales decantados p o r las discrim inaciones que han sido necesarias p ara una identificación a suficien­ cia en el seno de esa esfera. es m uy posible que el concepto de gato resu ltan te no h a b ría tenido entonces la ca­ pacidad de ser solicitado a la vista de un tigre. a b e rra n te s de la im agen positiva de los originarios. a des­ pecho del reconocimiento. la facultad de identificar no entorpecía la de extrañar. com o un despliegue p a u la ­ tino desde lo p a rtic u la r hacia lo general. su im agen conceptal. p o r así decirlo. pero raro. a través de la audición de la m ism a p a la b ra en contextos siem ­ pre nuevos. com o si su distan cia del centro 80 fuese una especie de tensión. al m is­ mo tiempo. Pero de ser ap ro ­ xim adam ente cierto parece que vendría a c o n trad e­ cir. p or una parte. Un duro. p o d ría e s ta r equivocado. Así pues. y unos m eses an ­ tes del ejem plo precedente. A la c ir­ cu n stancia de hecho de que en ese rep arto no figure ningún otro felino es a lo que se debe el que la figu­ ra secreta del gato no contenga m ás rasgos que los com unes a todos los felinos y venga a coincidir p rác­ ticam ente con la imagen virtual. co n d u ciría a reconocer el c a rá c te r de generalidad com o una con­ dición nativa del concepto desde el p rim e r instante de su alum bram iento. Sin em bargo. sino que su concepto de gato se encuen­ tra todavía en un nivel m ás alto de generalidad. Últim o ejem plo: la m ism a niña. Lo interesante de este ejem plo es que perm ite a ñ a d ir al a n te rio r la o b ser­ vación com plem entaria de que m ientras po r una parte la tolva de e n trad a de una identificación fisonóm ica es siem pre m ás ancha que los lím ites dados por los m odelos de aprendizaje. la opinión de los que conciben la form ación de los conceptos com o un proceso de generalización po r abstracciones sucesivas. con la fisonom ía ge­ nérica. el rep erto rio finito de los c a ra c ­ teres fisonóm icos que de hecho funcionan en el reconocim iento de cada uno de los personajes ins­ critos en sem ejante dram m alis personae. Co­ m oquiera que sea. el resto. en lo que al aprendizaje de los niños se refiere. y la restricció n a esferas de apli­ cación d eterm in ad as (con el desdoblam iento consi­ guiente en la m odalidad de intervención de una palabra en un contexto dado. en efecto. vendría a fru stra rse en este caso. susceptible de infracción. pues no sólo se ha establecido la expresión «blanco como la nieve». esto es. En el cielo del léxico. fran q u ía de aplicación respecto de un com prom iso re s tric ti­ vo con el sujeto m odelo definido p o r el contextosituación de aprendizaje. pero la redundancia de «tachonado» no tiene tan siquiera el valor de lo epitético: si «blanco» en «la blanca nieve» tam poco añ a­ de inform ación alguna. sin luz propia alguna. Si «tachonado» sólo puede e sta rlo el cielo y solam ente puede ser de estrellas. R edundante. «tachonado» se ría com o un a stro m uerto. desdoblam iento que los adultos reconocen en la dualidad «uso propio»-«uso m etafórico») sería precisam ente lo que viene des­ pués. el valor de enfatizar la presencia sensible de la nieve. el m ás pequeño com plem ento inform ativo o descriptivo a una expresión que la om itiese. sino que se ha form ado el adjetivo «niveo». pues. Podría alegarse que «blan­ co» en «la blanca nieve» alcanza casi esta m ism a situación. que vale casi lo que vale «blanco»: d e c ir «el niveo cisne» viene a ser casi tanto —o tan poco— como decir —«el blanco cisne». Indigencia que se ría im prudente m eterse a id en tificar sin m ás con riqueza de inten­ sión («com prensión» de los escolásticos). totalm en­ te apagado. ya que el nom bre com ún im pli­ ca notas explicitables com o predicados. tiene. en castellano. sin que im portase el u sa rla tam bién p ara los sustantivos. en n u e stro delicado sentido de la lengua! La generalidad. ¡Y m e­ nudo chasquido. ciertam ente. com o nos lo dem u estra el uso m etafórico propiam ente dicho. esa p a la b ra no a ñ ad iría. y el que su función en la frase no sea en principio la de predi­ c a r sólo es cuestión sintáctica. m edian­ te el gesto explícito de señalarnos su blancura h a ­ 82 ciendo reso n a r en ella todas las cosas blancas. m enudo calam brazo. no obstante. como en un cortocircuito. com o una especialización con c a rá c te r de m era norm a positi­ va. por la experiencia fáctica del habla. pero en el casi está lo decisivo: los plom os de esa especie de instalación lum inotécnica que la función epitética sería se nos funden de pronto. ya que fu n cio n ará bajo el su p u esto y la conciencia de un cam bio de nivel o de m odalidad en su actuación 83 . Una norm a que será. su p e rp u e sta a la prim itiva fran ­ quía del concepto. se nos o cu rre d ecir «la nivea nieve». la rec u rre n ­ cia actual de e sta p a la b ra en el habla de los h ab lan ­ tes castellanos se reduce exclusivam ente al contexto «el cielo tachonado de estrellas». si. Que solam ente esta expresión concreta sea capaz de su scitarla indicaría el grado extrem o de indigencia predicativa que su ­ fre esta palabra. pero com o «tachonado» carece totalm ente de otra cosa cualquiera que h acer reso n a r en el cielo con e stre ­ llas h asta esa función de aspaviento expansivo de la epítesis.ten d e r p o r «generalidad» algo b a sta n te em pírico y modesto: v irtu alid ad predicativa. al m enos en el sentido de activi­ dad predicativa. por cu an ­ to im plicaría desconocer la diversidad de planos en que se habla de una u otra cosa. jurisp ru d en cial. pero sin que ello sea com o un reto rn o a la generalidad o riginaria. en verdad. una carga cero de predicatividad. Lo que se entiende aquí por «predicatividad» lo ilustrará un ejem plo ne­ gativo del lenguaje adulto: una palabra com o «tacho­ nado» tendría actualm ente. com o «el cielo e stre ­ llado» o «el cielo con estrellas». suponiendo que fuese la buscada. m enudo chispazo. lo es tam bién cu a lq u ier epítesis. supuesto que la nieve ha llegado a conver­ tirse en paradigm a de lo blanco. cerrando el circuito por el otro extremo. sería una condición o vocación o ri­ ginaria del concepto ya presente en el acto de su p rim era recepción. E sta fran q u ía p o d ría lla­ m arse «predicatividad» o «actividad predicativa» de un concepto. por el contrario. siem pre p ro n ta a ser provocada y d esp ertad a a una nueva epifanía. en este aspecto a c tu a ría con una extrem a generosidad. p o r num erosas que sean. La gran am plitud de tal proyectividad p rim a ria del concepto resu lta ría de que éste no recibe del contexto-situación de aprendizaje m ás que las notas m ínim as suficientes que precisa en su seno. po r eso es sólo aparentem ente paradójico el hecho de que el concepto deba su generalidad precisam en­ te a la p a rtic u la rid a d y a la lim itación del asunto o del contexto-situación de aprendizaje. el que su com prensión por p a rte del oyente no dependa de nada parecido a la resolución del enig­ ma de la Esfinge ni a la interpretación del orácu lo de Delfos). virtualm ente. no obs­ tante. precisam ente. Si la figura secreta del p e rro no estuviese com puesta solam en­ te de las escasas notas que precisa en el reducido cam po diferencial que form a el grupo de los an im a­ les dom ésticos ¿cómo cab ría com prender la e xtraor­ dinaria variedad de especím enes nuevos que. el juego de ganzúas. a p a rtir de apenas unas pocas m uestras.significante y en la capacidad de rendim iento signi­ ficativo. po r tanto. enero de 1975 85 . Toda com paración suele h acer agua p o r alguna parte. resu ltaría. en cuanto que el reducido núm ero de discernim ientos que allí den­ tro ha necesitado e stab lecer le perm ite m antenerse en un grado m uy laxo de determ inación. según la d is­ tribución de los dientes y las m ellas. en tal sentido. es capaz de a tra e r y anexionar? Revista de Occidente. es justam ente esta m ism a condición la que sal­ va de la asem ia a los conceptos especializados del adulto. entre o tra s cosas. El contexto-situación de aprendizaje actu aría a se­ m ejanza de una esfera m aterial o cam po sem ántico 84 tan sólo a efectos de fija r el núcleo interno del con­ cepto. si ni siquiera la m etáfora ocasio­ nalm ente im provisada por un hablante sin g u lar es sentida p o r nadie com o un puro expediente de for­ tuna. to­ talm ente inexplicable su rendim iento significativo. sino com o un recurso de em ergencia re­ conocido y regular. Y con una m etáfora va a ser. y esta no iba a salirm e m ejor encarenada: en efecto. su predicado m ás inalienable. com o un an árq u ico aten tad o a las in stitu cio ­ nes del lenguaje y a los convenios de la com unicación (ya que. y que im plica. pero no en modo alguno a efectos de retener el m onopolio de sus apli­ caciones. si fuese así. Con todo. Quie­ ro decir que la m etáfora de los adultos p o d ría ser. tal vez no se deba a o tra cosa que al hecho de fundarse a fin de cuentas en el preceden­ te de aquella prim itiva franquía de aplicación. una colección de llaves diferentes es al fin y al cabo una p lu ralid ad que a d ­ m ite ser clasificada en tipos y subtipos. sino com o un tal vez pe­ queño juego de ganzúas capaz de a b rir siem pre nue­ vas e ignotas c errad u ras. prestándose a se rv ir de au téntica ram pa de lanzam iento desde la que el concepto es inm ediatam ente proyectado al exterior. esto es. liberado com o una v irtu a lid ad activa y vigilante. com o una luz retrospectiva sobre la situación y la natu raleza p rim a ria del concepto y tam bién sobre la índole de su capacidad cognosciti­ va. con lo que voy a explicar cóm o lo entiendo: c u alq u ier constelación de conceptos realm ente fecunda para el conocim iento no h a b rá de se r com o una colección de llaves p ara otras tan tas p u ertas predeterm inadas. posible­ m ente no se tra ta m ás que del involuntario resu lta ­ do de un puro egoísm o práctico según el cual lo único que le im porta de M tom bo al H om bre Blanco es que le perm ita llegar lo m ás pronto posible a Bu­ lawayo. juzgan la cosa sobre el canon de sus propias m aneras de existencia. pues. bilateral. Yo no d iré que haya en tal com por­ tam iento una deliberada y m aligna segunda inten­ ción de b lo q u ea r al colonizado en su insuficiencia para p a sar los exám enes de m adurez pertenecientes al discutible c riterio a rrib a m encionado. aun d an ­ do po r bueno ese c rite rio y suponiendo que respec­ to de él sea cierto el veredicto. en lu g ar de decirle al colo­ nizado «Si fuera usted tan am able de conducirm e a Bulawayo. pero. Las jergas coloniales son el producto de una acción recíproca. ese habla defectuosa d esap arecería prontam ente. com parable con un juego de espejos. asig n atu ras en tre las que destaca com o p rim era y principal la de «Capacidad para en ten d er al Hom ­ bre Blanco». si el pro­ pio colonizador no la co rroborase y sancionase al im itarla cu ando habla con el colonizado. Lo que me im porta se ñ ala r aquí es que p ara fija r las jerg as coloniales no b a sta ría la acción unilateral del habla defectuosa de los colonizados cuando están aprendiendo la lengua del colonizador.!». Pero ya que la lengua es el m edio en cuyo seno tiene que m ed ir­ se tal capacidad.. p a ra com unicarse con él. y no llegaría a cuajarse y p e rp e tu arse en jerga colonial. com o un m ero estadio de aprendizaje. Como con los anim ales dom ésticos. Lenguajes adaptados.Sobre el Pinocchio de Collodi 1. lo que le dice es «M tombo llevar 86 H om bre B lanco Bulawayo y H om bre Blanco d a r dinero Mtombo». no hay que p e rd e r de vista h a sta qué punto éste se ha dictado desde el he­ cho de la propia colonización y a la luz de las rela­ ciones p o r ella establecidas. Lo cierto es que cuando los colonizadores vuelven a suspender una y otra vez a los colonizados en sus exám enes de m adurez se ol­ vidan de que han sido ellos m ism os quienes los han fijado en el grado m ás elem ental de las asig n atu ras que ellos m ism os han decidido que hay que a p ro b a r para que un pueblo se las gobierne po r su cuenta. Se d irá que desde este m ism o origen florecieron las m agníficas lenguas neolatinas —en un principio je r ­ gas coloniales del latín —. en efecto. Para la 87 . se juzga la inteligencia del colonizado principalm ente p o r su capacidad p ara en ten d er al colonizador. hay que ver en p rim e r lu g ar qué es lo que pasa con la lengua que corre entre uno y otro. Cuando los colonizadores dicen que los colonizados no están «m aduros p ara la autodeterm inación». pero tam poco hay que ol­ v id ar que tard a ro n mil años en hacerlo.. y lo que p asa es que el propio colonizador em ­ pieza por fija r esa lengua —que es la suya— en un estadio de aprendizaje a b so lu tam en te grosero y ele­ m ental. y p ara conseguir a u ltran za este propósito es no sólo suficiente sino incluso m ás expedita y efi­ caz esa deform e lengua: «¡Pues si cada vez que uno tiene que ir a alguna p arte tuviese que p ararse a d a r lecciones de gram ática. e s ta ría dispuesto a pagarle hasta diez li­ bras rodesianas». que son dos: el len­ guaje —del que ya voy hablando— y la intención. parece que re su lta ría b astan te desoladora una investigación p o r esos colegios de Dios acerca de la influencia que sobre el gesto y el habla de los niños tienen las películas de dibujos de la televisión (no habladas. un lenguaje p ara m ujeres. pero mi m adre. com o expresivam ente dice Fernando Quiñones) y sobre todo ese siniestro num erito cotidiano de «un lecado de paite de la tele». porque felicísim os son los hallazgos del m adero p arlan te y del niño m arione­ ta. reincorporando en su habla no sólo sus propias torpezas. y se hubiese atrevido a e sc rib ir­ lo no para los niños. y toda ad aptación al receptor es una perversión lingüística y un acto de d espre­ cio. ¿Qué e sta rán pensando? —Pues e sta rá n pensando: «¿Pero qué es lo que hace este cretino?». lo que equivale a d ecir p ara quienquiera! Cuando yo era m uchacho y tenía perros.com paración que me interesa no hacen al caso cau ­ sas o m otivos —egoísm o o lo que fuere—. al m enos objetivo. un lengua­ je para niños. en los «pesares». hacia ese receptor. que es evocar y tra n s­ m itir lo acontecido. y la lección tuvo un efecto radical. Por desventura. y e sta m ism a fo rtuna ha de se r la que me ex­ cuse aquí de detenerm e en las alabanzas que pueda m erecer y que no h a ría n m ás que su m arse a las de un ya antiguo y num eroso coro. Así com o hay un lenguaje p a ra colonizados. ju n to con algunas otras. que no lo es) si el a u to r hubiese osado d ejar a solas su im aginación. lim pia de o tra intención que no fuese la propia del n arrar. las fúnebres im ágenes del caracol con una vela encendida en la cabeza y de los cu a tro co­ nejos negros llevando el ataúd. en el an ­ sia de hacerm e co m p ren d er m ejor po r ellos. El Pinocho es un ejem plo de cóm o un lenguaje y una intención pueden ec h ar a p e rd e r la m ás a fo rtu ­ nada de las invenciones. pero no d ejaría de ser. a p e sar de los pesares. tam poco los no m enos tolerantes hijos de los hom bres suelen llegar a p en sar algo sem ejante de quienes creen que rem e­ dándoles el h ab la alcanzan una m ayor y m ás honda com prensión. en cam bio. sino «m aulladas». me dijo con sorna: —¿ S a b e s lo q u e e s ta r á n p e n s a n d o a h o ra los perros? —No. en la voz y en el mo­ vimiento. de p e rrifica rm e com o Dios me daba a en­ tender. 89 . sino según el receptor. El pretendi­ do lenguaje infantil —en la m edida en que esta ex­ presión quiera sustantivarlo en vez de concebirlo tan sólo com o una serie móvil de m om entos adjetivos y transitorios en el proceso de aprendizaje de una len­ gua única— es una im itación de una im itación. Sin du d a a ellas debe el Pinocho. pro­ ducida y fijada po r el m ism o juego de espejos que hace c u a ja r las jerg as coloniales: el niño no sólo reim ita del adulto elem entos m ás o m enos oriu n d o s de su habla. en ninguno de ellos tiene cabida una palabra leal. D esgraciadam ente. sino exclusivam ente para sí. sino tam bién las de la m ism a im itación. su universal for­ tuna. sino tam bién elem entos que el adulto le atribuye sin fundam ento alguno. ¡Qué herm oso li­ bro hab ría sido éste (suponiendo que fuese lícito ha­ b lar así. y verdaderam ente bien tra íd as están. Sólo el a su n to tiene derecho a especiali­ zar la lengua com ún. sino tan sólo el fenóm eno de ese juego de espejos m ediante el cual se cuajan en general las infralenguas y las jergas especializadas no según el asunto. no creo que aquellos bondadosos cachorrillos llegasen a concebir un pensam iento así. me 88 echaba a cu atro patas y tratab a. del m ism o modo. pero al punto reconocí que era precisam ente lo que ten d rían que hab er pensado. p ara poder c e n tra r­ me. hay un lenguaje para m asas. al so rp ren d erm e una vez en sem ejante tesitura. lo m ás ju sto que podrían pensar. que será objeto del próxim o parágrafo. Por cuanto he oído refe­ rir. tiene ya desde antiguo sus propios géneros. pues que no exista. bajo la com ezón de s u p rim ir dis­ tancias (con lo que. aun a despecho del amor. no se hace m ás que reafirm arlas). m as no por eso dejan de ser la m áxim a inm oralidad literaria. p ara hacer una gran obra espú­ rea. se requiere un destello de talento excepcional. tam poco es necesario esto. la jerga de los círculos only m en. clubs o tab ern as. El teatro. esto es. La narració n debe se r am oral. puede ser tra n s­ gredido. No quiero yo decir. la poesía o la n arración con intención m oral no son nada insólito. com o lo es su propio ob­ jeto: la evocación de un acontecer.Por lo dem ás. el m enosprecio. según las conveniencias del mo­ mento. expresa el triste m odelo social de los varones. 91 . A mí m e im p o rta poco que la a n te rio r objeción y en p a rte tam bién esta que viene ah o ra pongan en cuestión la posibilidad m ism a de una litera tu ra p a ra niños com o un tipo específico y bien diferenciado. Collodi no lo tuvo en m odo alguno. com o todos los principios. igualm ente. y si las jergas coloniales indican la rela­ ción que m edia en tre colonizadores y colonizados. La novela m oral es literariam en te inm oral en la m edida en que la intención bastarda se interfiere con la intención legítim a. Tres cu arto s de lo m ism o es lo que ocu­ rre con el lenguaje p ara niños. Claro está que esto no es m ás que un p rin ­ cipio y. que. de donde. Sin duda en el caso de los p adres con los hijos m edia el a m o r —cosa que no o cu rría. ya de la lengua com ún perfectam ente desarrollada. de m odo sólo aparentem ente paradójico. en todo caso. en el de las colo­ nias—>y el egoísmo. es verdad que los im i­ tan. la jerga para las m asas revela lo que se quiere que los pueblos sean. pasando por los de reflexiones o m editaciones a c e r­ ca de este m undo y sus p o strim erías. La litera tu ra m oral. 2. así pues. ni m ucho m enos. E stam os en 1883: la ciencia de la pedagogía se va avispando. que es preciso d istin ­ g uir m uy bien del habla de los niños. vuelve a s a lir de nuevo. si es que lo hay. aunque tal vez tam poco falte en ello un adem án de superioridad. en la m edida en que para servir a la ejem plaridad siem pre se m anipulan. Literatura moral. pues m u­ chas veces se b a sta n los papás y las m am ás p a ra fi­ ja r a un niño en esa jerga durante m ucho m ás tiem po de cuanto podría p ed ir el m ás com pleto desarro llo de sus facultades a rticu la to ria s y constructivas. pero sí que es cierto que ap u n ta ya en él un m ovim iento 90 de palabra claram ente teñido de ese condescendiente retintín con que el adulto viene a abajarse al p resu n ­ to nivel de com prensión de sus pequeños interlo cu ­ tores. la literatura que tiene por intención la de llevar una de­ term in ad a convicción a la conducta. la jerga de las revistas fem eninas lo que se quiere que sean las m ujeres o lo que se pretende que son. no hay sino que regocijarse de que no exista algo cuya existencia sólo es posible en la deg rad a­ ción. al m enos objetivam ente. com o lo dem u estra el caso h arto frecuente de los ni­ ños «bilingües». Lo que se hace con la lengua con la que se les habla es algo que se está haciendo con los hom ­ bres mismos. que yo sepa. p o r cierto. esto es. el segundo de los pe­ sares del Pinocho. Si no puede existir. m as p ara tra n sg re d ir sin m enoscabo del producto resultante. cobrará. pero tam bién porque les hace gracia el h ab la de sus hi­ jos. pero no pocas veces se han intentado h a b ilita r otros géneros para ese m ism o objeto. a la reproducción fonética de la jerg a infantil). un color bien diferente. toda o tra inten­ ción que no sea esta es advenediza y b astard a en sus entrañas. desde las éticas de los filósofos hasta los libros de m áxim as o de aforism os. echan m ano ya de esa babosa jerga. La intención era. que el a u to r del Pinocho haya llegado a c a er tan bajo com o algu­ no de los ejem plos an terio res (aparte de que en la palabra escrita no se ha llegado todavía. Pero en el Pinocho encontram os. otro producto de m anipulación. no son más que aque­ llos que por razones de vejez o enferm edad se ven condenados a no poder ganarse el pan con el trabajo de sus manos. pero no hay d u d a de que en tra perfectam ente en tre las novelas de reden­ ción. Se d irá que el Pinocho es una narració n fa n tá s­ tica y que. por lo tanto. exactam ente igual que la natu ralista. Poco entiende del a rte y de la fantasía quien piense que lo fantástico no puede se r m anipulado po r se r ya ello m ism o. adem ás de la m a­ nipulación de los hechos en aras de la ejem plaridad. en ese caso. Pero que la novela no deba ser m oral no im plica. Y aquí que nadie m e provoque desplazándom e ad hoc la imagen del m anipular. Tema es. puro producto de m anipulación. algo enteram ente distinto de intención. si cabe. 3. no pase de ser un m ediocre folletón. a despecho de los estupendos diálogos con el juez. alcanzan el hechizo fuese p recisam ente el que tañe el fantasm a de lo perecedero. que no pueda ten er por tem a pro­ pio los conflictos m orales de los hom bres. Y es que la m u sa se venga del que pretende v iolentarla im poniéndole intenciones extrañas a la del arte. enteram ente. tal adm onición. A rquetípicas son entre ellas el Crimen y castigo de Dostoievski y el Lord Jim de Conrad. antes por el contrario. que los de ésta. en am bas encontram os el esquem a puro: un pecado original com o punto de p a rtid a y. porque entonces diré que aun la llam ada realidad es ya ella m ism a. com o si de im proviso el propio a u to r sa­ case la cabeza desgarrando el papel de la página para espetarnos. q u e d a rá m anifiesto lo que es m anipular: en el Lord Jim obra y funciona exclusivam ente la m oral de Lord Jim y él solo es el responsable y el agente de su propia redención. en m odo alguno. m ientras que en el Crimen y castigo la redención de Raskolnikov es algo a todas 92 luces q u erid o y dirigido por la m ano y la voluntad de Dostoievski. merecedo­ res de asistencia y compasión. com o de­ sarrollo. de uno u o tro modo. Véase un ejem plo: «En este mundo los verdaderos pobres. tiene sus pro ­ pios fueros de coherencia. Esto hace que el Crimen y castigo.quiérase o no. H asta las dos figuras con que se ilu stra la cad u cid ad con el propósito de que m enospreciem os lo perecedero y apartem os 93 . La o b ra fantástica. En el Pinocho falta un claro pecado original (a no se r que se lo considere sim bolizado en el nacim iento a p a r­ tir de un pedazo de m adera). casi oralm ente. no hay por qué decirlo. en otros casos. los acontecim ien­ tos. en m edio de versos m ediocres y h asta lam entables.» En la lectu ra se e c h a rá de ver h a sta qué punto la inserción de frases com o esta —au nque artificio sa ­ m ente puestas. De la m anera m ás explícita pretenden se r las Coplas una adm onición para que a p artem o s nu estro deseo y n u estra m irada de lo pe­ recedero y los volvam os hacia lo perdurable. Pero el dem on del a rte quiso que el puñado de e strofas que. el largo cam ino h asta la redención. en boca de los perso­ najes— rajan com pletam ente el espacio y el tiem po narrativos. en tanto que el Ijord Jim es una obra m aestra. Im venganza del arte. El modelo m ás ca­ racterizado de las novelas que tienen po r tem a un conflicto m oral es el de las que podríam os lla m a r «novelas de redención». no ha lugar a h a b la r respecto de ella de m anipulaciones. este es precisam ente uno de sus m ás grandes tem as y casi el único que a mí personalm en­ te me interesa. algo peor todavía: la inclusión de enunciados m ora­ les m ondos y lirondos. Pero con la m anipulación de los hechos el a u to r del Pinocho ha tenido un fra­ caso casi tan sonado com o el de Jorge M anrique con sus fam osas Coplas. Si ahora com param os en tre sí las dos p rim e­ ras. en v irtu d de su propia libertad. m ás estrechas. au nque fuese en con­ tra de sus intenciones pedagógicas. pero tan sólo de las dos clases siguientes: o bien —com o cuando el propio Pinocho se tran sfo r­ ma en b o rriq u ito — la m etam orfosis es un estado transitorio de desfiguración del aspecto sensible ver­ dadero. en lugar de d ecir «un niño de carn e y hue­ so». un castigo. pues. doliente. que al final se recupera. tan in­ finitam ente hum ilde en su desesperado a m o r de m onstruo. Pinocho nace m uñeco de m adera. p o d er escuchar. re­ cogía el cuento de La bella y la bestia. 186-241. esto es «un niño com o es debido». De que la pierda. El que lo pierde la ha perdido. diga siem pre un bam bino perbene. auténtica figura. ete rn o o tra n si­ torio. La concepción de la identidad que se halla im plícita en la ley del a rte prohíbe una m etam orfosis de peor a m ejor que no opere com o retorno a la figura verdadera desde el estado su b si­ guiente a una m etam orfosis anterior. le dejó al m enos esas em b riag ad o ras estrofas que son el m ás encen­ dido canto a lo que está m arcado p o r el sino de la caducidad). Las m etam orfosis son peligrosas. se tra n sfo rm ab a escandalosam ente ante nuestros ojos en la rayante y olím pica figura del be­ llo Jean Marais. el paso de m ejor a peor es siem pre. sino el alm a m ism a. (Incluso a propósito de las m etam orfosis de rescate recuerdo la indignación que me produjo el final de una. En la li­ tera tu ra tres cu artos de lo mismo: no bastan los m ás 95 . fuese tan sólo desde el últim o rincón de las caballerizas.1 Pero si a Jorge M anrique el arte se le volvió en co n tra en el terren o de la intención. La pérdida del sem blante verdadero es un estado de ocultación. película francesa que. un especim en del B am bino Qualunque. en cam bio (y sin un consuelo análogo). un rescate. El paso de peor a m ejor es siem pre una segunda m etam orfosis que deshace otra anterior y. por lo tanto. que puede leerse más abajo en págs. El lector sale de la lectura del poem a ab so lu tam en te dispuesto a d a r la E tern i­ dad a cam bio de que le fuese dado ver siquiera po r la rendija de una p u e rta las fiestas de los Infantes de Aragón. o bien es un castigo para siem pre.de ello n u e stra querencia y n u estro corazón tienen una delicadeza y un encanto que no hacen sino en­ carecérnoslo del m odo m ás a rre b a ta d o r: «¿qué fue­ ron sino verdura de las eras?».) C ontra los fueros del a rte no sirve querer. no se puede alcan zar por vez prim era. inv in ien d o d iam etralm ente en su poem a el p reten ­ dido efecto de e n carecer lo p erd u rab le y m inusvalorar lo perecedero (en lo que al fin no fue tan cruel la venganza de la m usa. esa es su p rístin a y. «¿qué fueron sino rocíos de los prados?». y el verdadero sem blante tiene que h a b e r sido sensi­ ble antes alguna vez. lúbrico gatazo. el que lo recupera la ha redim ido. sobre un guión de Cocteau. En los cuentos encontram os un sinnúm ero 1. 94 de ellas. nivelado en anóni­ m os caracteres p o r el rodillo de la pedagogía. hum eante. En la magia. El rostro no es el espejo del alm a. y la pru eb a de la intencionalidad pedagógica de sem e­ jan te m etam orfosis está explícita en el hecho de que el autor. Pero las m etam orfosis son pe­ ligrosas. po r lo dem ás herm osa. Esta fue la prim era expresión de lo que más tarde desarro­ llaría extensamente en el ensayo «El caso Manrique». «las m úsicas a c o r­ dadas que ta ñ ía n ». una liberación. O bservem os que ese niño de carn e y hueso que aparece al final no es m ás que un niño. p ara lograr una m etam orfosis no basta la vo­ lu n tad de producirla: hay que sa b er el arte. p o r lo tanto. en el registro de la cred ib i­ lidad. a Collodi se le revolvió. E ra algo absolutam ente intolerable cuando al final aquel m ag­ nífico. Collodi quiso h acer de la del m uñeco de m ad era en niño de carn e y hueso corona y prem io de la redención de su c ria ­ tura. herm osa o fea —sea p o r ci­ rugía estética o po r ciru g ía pedagógica—>jam á s po­ d rá hacerse un prem io. un retorno. voluntariosos em peños del autor: hay que sa b e r el arte. Alianza Editorial. En vano el buen Collodi p o rfia rá en decirnos que ese niño de ca rn e y hueso que aparece al final sigue siendo Pinocho. en toda su dife­ rencia y su singularidad. en un segundo acto. No es a una revisión del juicio de valor —desfa­ vorable ya desde un prin cip io — a lo que me ha lle­ vado hoy la rem em oración de la película Revuelta en Haití. por eso mismo. sino casi precisam ente lo con­ trario. de Cario Collodi. celebrado y am ado en tre nosotros. ese niño es un vil sustituto. acogido. dirigida a un objeto específico dado. 1972 96 La predestinación y la narrativ id ad I. p o r débiles que sean los funda­ mentos de la decisión —no pocas veces sim plem ente un títu lo —. com o una acción m uy caracterizada. el m ás ch ap u cero de los escam oteos. en un m ism o movimiento. que proyecta ante sí un lugar vacío. En lo segundo. se tra ta siem pre de una acción intencio­ nalm ente positiva. Madrid. Escrito y publicado como prólogo del libro Las aventuras de Pinocho. que vi en los tiem pos en que a ú n iba al cine. sino la m ás b u rd a de las sustituciones. Si fuera de los dom inios del a rte la pedagogía logra a m enudo el allanam iento. la pro­ pia determ inación de ir al cine. al que se liga. sus fueros se han rebelado a la im posición y a la im p o stu ra de la pe­ dagogía. para el que. Ir al cine. La m usa no ha consentido que se logre y se cum pla el villano atropello pedagógico de sem ejante m eta­ m orfosis: nadie se la cree. uniform ación e integración del que no es según el m undo quiere. Ir al cine es lo que con tan cínica y am arga lucidez ac erta ro n a c a ra c te riz a r aquellos novios co­ . No ha habido ninguna m e­ tam orfosis. haciéndola fra c a ­ s a r del m odo m ás estrepitoso.a Esther Benítez Eiroa. El a u to r m iente: ese niño no es Pinocho. y Pinocho sigue siendo aceptado. al su b su m irse en el sim ple papel de im plem ento ocasional p ara un vacío prees­ tablecido en una decisión enteram ente independiente de ella. se elige —y con frecuencia ni esto tan siquiera— una película de­ term inada. un im postor. pero no es así». la cual. esto lo escribe usted porque le da la gana. porque replicarem os: «Bueno. m ientras que en lo prim ero tal determ inación qu ed a com o un m om en­ to previo y separado. ¡qué lo va a ser!. versión castellana de M. en toda su a u tén tica iden­ tidad de verdadero niño de m adera. ex­ pulsión o d estrucción del niño diferente. im plícita en esa m alograda m etam orfosis. segregación. queda desposeí­ da de su especificidad. el a rte se ha negado a h a­ cerse cóm plice de la discrim inación. no es ver esta película. se halla tan d ifundida en las acciones de los hom bres. que es lo único de que aquí se habla. pues en fenó­ m enos circulares com o éste no tiene m ucho sentido. rápidam ente. pasa a ser. p o r herm oso que fuese.». en lo que aquí interesa. desaparecen.. p resu n ta ­ m ente m ás afortunadas. alcanzan­ do con ello la aplastante uniform idad de la industria . sino p o r el lugar vacío que las reclam a. que es con frecuencia la que adoptan h asta para casarse. si el huevo o la gallina. lo que haya prom ovido alguna vez la decisión de a h o r­ carse.. p o r esta m ism a circu n stan cia orig i­ naria. positivísticam ente indiscernibles pero com pletam en­ te opuestas en su sentido real. y se plasm a conform e a sus p rin ci­ pios de genericidad y de fungibilidad: el repertorio iia de ser am pliam ente intercam biable. a m enudo.». del cielo o del in fier­ no— al que hagan referencia. da lugar a dos form as totalm ente d istin ta s de vigencia de una m ism a pelí­ cula en el ánim o del espectador. Y así com o no parece verosím il suponer que haya sido el hallazgo de un árbol determ inado. justam ente. difícilm ente llegará.. y las condiciones económ icas generales de los espectadores. sem ejante actitud intransitiva. ya la propia invención es su scitad a no ya por el objeto —de la tierra. sino halladas sim plem ente en la plena y a b ie rta indeterm inación contextual de la persona. o vacante a c u ­ b r ir —. siem pre que se distinga. así tam bién el que se elija con m ayor o m enor grado de exigencia —expediente. com o una acción genérica a la vez que intransitiva. en los largos años de vida conyugal. com o se m anifies­ ta en las fórm ulas usuales: «Ella es u n a chica tal y cual.». po r h erm osa que sea. «el bueno. pues. dejando al m argen la cuestión de si a la postre es el consum o el que se ha configu­ rado en un principio com o su reflejo. claro está. a su vez.nocidos míos. ¿Qué o tra cosa sucede cuando se «busca esposa»? El proyecto y la determ inación del m atrim onio anteceden entonces a la propia a p a ri­ ción de la persona —y el papel de esposa se lanza po r delante com o un lu g ar vacío. al en co n trárm elo s por la ca­ lle una tard e de domingo. entre las condiciones económ icas de la producción y el consum o cinem atográficos en cuanto tales. Pero la form a de vigencia que resu lta de ir al cine —actitu d infinitam ente m ás frecuente que la opuesta— repercute a su vez. Por lo dem ás.. ni elegidas p ara ella. p ara di­ sim ularse a sí m ism o el c a rá c te r inerte y g ratuito de la acción— o se deje del todo de elegir es algo que no tiene relevancia alguna una vez que la acción de ir al cine se ha configurado y definido enteram ente al m argen de su posible contenido concreto y singular. a ap a re c er del todo com o persona en sí a los ojos del esposo —en tanto que otras. van b o rran d o sus rasgos personales bajo el vitriolo del papel de espo­ sa. en cuanto que se tra ­ ta de m aneras inversas de ponerse en relación con ella.. la cual. «Él es. «una película cualquiera». se tra n sm u ta —com o el árbol del ah o rca­ do— de objeto en in stru m en to y se convierte en un ente fungible e indefinido. me dijeron: «No en c o n tra ­ m os un cine donde ahorcarnos». Al o rien ­ tarse fundam entalm ente la producción de películas conform e a la dem anda de los espectadores del tipo de ir al cine.. que no fueron buscadas en principio (y observa la incongruencia de este p red i­ cado: si no se me conoce. Se llegará así a productos extrem adam ente incapaces de su ste n ta r la o tra función —la que les co rrespon­ dería en el contexto de ver esta película—. e n tre las dos acciones con­ tem pladas —la de ir al cine y la de ver esta película—. decidir qué fue antes. com o inversión form al de los contextos. por 98 la acción corrosiva del contexto.». La diferencia. cuando.. «el malo. respecto de la cual cu a lq u ier película.. de m anera decisiva. etc. en la propia producción. y todos los ingredientes se vuelven im plem entos para lugares va­ cíos invariantes y preestablecidos. no se m e busca a mí) se busca un hom bre) en la d em anda de tal plaza vacan­ te. y que se liga a la convención de concebir la n arra c ió n com o un todo com pleto y unitario: se tra ta. época en que mi asisten­ cia al cine ha ido disminuyendo conforme venia creciendo mi irri­ tación contra el género y mi irritabilidad ante sus engendros singulares.) 100 sión de dicho orden sea capaz de provocar una total revolución del contenido intencional. que. con una gran m ayoría de negros y m ulatos y —p arad ó jicam en te— a los acordes de la M arsellesa. sin a p a rta rse al idílico y vano panoram a de quienes piensan en él com o si fue­ se una form a cultural antes que un fenóm eno social. tra ­ taría de la liberación de H aití. Desde hace unos diez o doce años. gestuales o de acti­ tud que m ás adelante designaré com o «índices es101 . generalmente un automóvil. Pues bien.1 Producción y consum o convergen y se condicionan m utuam ente a través del lu g ar va­ cío en que se en cuentran y que podría tal vez sim bo­ lizarse po r el precio de la localidad. su plena y definitiva independencia justam ente de m anos del naciente p o d er de B onaparte. p o r todos espontáneam ente asum ido y acatado —aunque no reflexivam ente p o stulado ni m edido en sus alcan ces—. m ejor todavía. del fenómeno. que sin propósito y p o r m ero enca­ denam iento asociativo se me ha venido a las m ien­ tes esta tarde. com o si fuese un a rte antes que un com ercio. por consiguiente —cosa que se me o cu rre sólo ah o ra—. Ningún testimonio más deso­ lador que este de la cobardía. las selvas de la isla. al m argen de la cualidad intrínseca de los hechos n a rra d o s en sí m ism os. p o r qué el títu lo habla de «re­ vuelta» y no francam ente de «revolución». ¿Tal vez porque «revuelta» se inscribe m ás en la ahistoricidad de las h isto rias de aventuras —«no turbem os al pueblo con la H istoria»— y perm ite m ejor las espon­ táneas sugestiones épicas en el alm a de los esp ecta­ dores?) Pero esos acontecim ientos están contados y enfocados desde la anécdota del consabido anglosa­ jón que. usados com o m era ocasión de sus hazañas. El que pretenda sab er lo que es el cine y conocerlo en sus po sib ilid a­ des tendrá. que enfrentarse en prim erísim o lu­ gar con estas evidencias. levantada en arm as. «forajidos». no es porque yo acostum bre a u sa r estas p alab ras para nadie en este m undo. la prim era república de Am érica del Sur. al recorrer. p ara toda su e rte de desm anes. sino porque así se lo tenía escrito en la frente —m ediante una serie de rasgos fisonóm icos. en movimiento hacia el lu­ gar donde va a em pezar la acción. etc. La película.cinem atográfica. La evocación. no recuerdo con qué preci­ so cometido. (Nota del 30 de diciem bre de 1991. pues. en una palabra. me ha dado por reparar en la inmensa cantidad de pe­ lículas (acaso superior a un 60 o 75 por ciento) que empiezan —a menudo con la simultánea superposición de los letreros— con un vehículo. se ve de pronto a rre b a ta d o en el torbellino de la situación y acaba ju g an d o en ella un papel ac­ tivo y relevante. arrancó. llevado al lu g ar p o r la invisible m ano del destino. sino al c a rá c te r siem pre c rític o de tales revisiones). (No se en­ tiende m uy bien. de tal película. no me ha conducido a revocar ningún dictam en favorable (todavía está po r la p rim era vez que revoque uno adverso. decía. Pero volvamos a Revuelta en Haití. uno al com ienzo y otro al fin de su odisea —la cual ab arca la m ayor p a rte de la h isto ria —: el p ri­ m ero de ellos era con un m ulato abyecto y sangui­ nario. de que una sim ple inver­ 1. la cual. com o es notorio. o. lo cual no ha de achacarse a la especial acedía de mi carácter. m andaba una cu a d rilla de idóneos forajidos (si escribo «ab­ yecto». sino a c a er en la cu enta de un preciso valor de sentido tácitam en ­ te ad scrito al m ero orden de sucesión expositivo o narrativo. la falta de imaginación y la sepulcral banalidad y nulidad de tal pretendido «séptimo arte». nuestro héroe venía a ten e r dos en cuentros decisi­ vos. com o su propio títu lo sugiere.. están habilitados para sim ple m arco de su peripecia. II. a la vez. deliberadam ente m anejado desde fuera a efectos de d e te rm in a r el sentido de la historia. de un elem ento de m ontaje. (Tal era. y su revolución sería una vana apariencia inesencial. en el in terio r de su sistem a. virtuoso y p a te rn a l. con todos los hono­ res. convenciones especiales. el aparte del teatro. que no resulta ser sino el m ism ísim o. po r tanto.catológicos»— el propio directo r de la película). en cambio. h is­ tórico. al cabo de tantos años. y tanto p a ra el protagonista cuanto p ara el espectador. es decir. quedando. una «falsa» revolución —dado que com o falso se suele descuali­ ficar cuanto p o r bueno no es tenido—. una revolución p u ra ­ m ente rapaz y destructiva. y de cuyas g a rra s logra el protagonista escabullirse. m ás nece­ sa ria — facticidad. el M áxim o Gó­ mez. que con­ sistía en a b s tra e r ab so lu ta o relativam ente —o sea. y. en tan to que. un fenóm eno de superficie: com o tal se re­ velaría al protagonista —y a los esp ectad o res— en el encu en tro u lte rio r con el m ulato. que el valor intencional de la película depende exclusi­ vam ente de un facto r de sucesión. se viene a d isfrazar precisam ente de lo m ás interno. com o quien dice. toda vez que am bos personajes se h allan ya sim ultáneam en­ te presentes en su seno. la rep resen tad a po r el se­ gundo personaje. dicho en len­ guaje técnico. n a­ turalm ente. ceteris paribus. com o representantes de la 2. en su incapacidad p ara ver lo que hay debajo.2 con la in­ tención. y quede aquí tam bién para el final h a b la r de este que podría denom inarse «calvinism o cinem atográfico» y aun épico en general. de la m ás azarosa —y p o r ende. gra­ cias a su astucia. a la que. El punto que me interesa es el siguiente: que la «verdadera» revolución es enton­ ces autom áticam ente. o. a m ayor abundam iento. Si se invirtiese. que to m aría va­ lor de desengaño y rep re sen ta ría la aparición de la verdad. al orden n a rra ti­ vo. en c am ­ bio. pero com pletam ente desbordado por la realidad. III. lleno sin duda de nobles ideales. en fin. con un austero y venerable negro de b a rb a y pelo blancos. en un hom bre de paja. resu lta ría corresponder. En los mismos días de 1991 en que. y esto únicam ente p o r el hecho de haberse m anifestado en últim o lugar. Toussaint Louverture —o sea. ilum inado. Nelson Mandela. a un orden m eram ente expositivo si los considerásem os desde el punto de vista de la situación am biente. tópicam ente pintado com o el tipo del p a trio ta mazziniano. de la segunda A ntilla—. de su erte que este factor. para la p eripecia del protagonista. po r su parte. Por supuesto que todo género literario —y aun el lenguaje m ism o— se constituye com o convención y d esarro lla incluso. en un santón. quien al prestigio de sus casi tres decenios de prisión añade una figura de anciano negro de extremada be­ lleza y dignidad que me ha recordado al Louverture de la película. 102 revolución. po r ejem plo. Y aun. repaso este texto ha sido recibido en Madrid. sin embargo. y sólo se suceden en el orden de conoci­ m iento contingentem ente dispuesto por los hados para el protagonista y el espectador. el buen Tous­ saint vendría a trocarse en un pobre visionario. el segundo de los encuentros era. de una clave herm enéutica preestablecida y no por irreflexiva m enos a rb itra ria que c u alq u ier o tra convención. conviene se ñ a la r que si la re­ lación ordinal entre los dos encuentros pertenece. el orden relativo de los dos episódicos en­ cuentros. tam bién en este caso. ¿Cuál es la convención tácitam en te im plicada en todo esto? Se tra ta de un esquem a form al au to ­ m áticam ente proyectado p o r la actividad in te rp re ­ tativa de los espectadores. de indicar sin equívoco posible qué es lo que hay que p en sar y se n tir respec­ to de él desde el instante m ism o en que aparece. nu estro héroe negaría todo apoyo y adhesión. la «verdadera» revolución p a sa ría a serlo entonces la del feroz m ulato. tan mal im ­ presionado com o es de su p o n er al respecto de tal revolución. 103 . que en realidad la ju stifican y sustentan. fondo y superficie resultan de una organización m eram ente episódica de la m ateria. ha sido en nom bre de que sólo ésta vie­ ne a ponernos directam ente en contacto con el m e­ dio narrativo. Hoy los autores han dado en rep u d ia r tan inocentes artificios. en lo q u e aquí interesa. a especializarse para el a p a rte abso­ luto y el relativo respectivamente. y su precisa convención p u e ­ de se r form ulada com o sigue: «E ntiende lo prim ero en el orden com o la superficie y lo segundo en el o r­ den com o el fondo (A). com o tales. pero ello h a b ría sido h acer las cosas m ás a rb itra ria s aún de lo que son. físicam ente en escena. Según la prim era cláusula. el cual se hallaba. lo concebido com o una sola cosa no es la h istoria n a rra d a —a la que. pues. Por o tra parte. la convencionalidad p o r sí m ism a la que pueda h a c er ilegítim o un recurso. 104 ( no es a rb itra ria po r sí m ism a. en el caso de Revuelta en Haití. sino su form a y lu g ar de interferencia. lo p rim e ro en el orden com o la ap a rien c ia y lo segundo com o la verdad (C). deb erás ate n e rte a lo segundo (D)». H debería fig u ra r quizás en p rim e r lugar. para lo cual se servían los actores de d eterm in ad o s signos de puntuación. tan sólo nos será dado av en tu rar acerca de él 105 . Por otra parte. y p o r lo tanto. se apoyaban en o tra convención suplem entaria. de hecho. el na­ rrador. en hacerla «no oída» —com o era no oído ni visto. sino que surge con­ gruentem ente com o producto o consecuencia de A v de B. el que aquí nos ocupa ejerce en las en tra ñ as del relato una función solapada y paradójica. sino de una excursión p o r su extensión: lo p rim ero es so­ lam ente lo p rim ero que se ha encontrado y hecho reaccionar. sin embargo. si le he antepuesto A.con respecto a todos o sólo a algunos de los p e rso ­ najes presentes en escena— la audibilidad de una de­ term inada frase. que no era tam poco el de los espectadores—. Y es digno de n o tar cómo esta seña recuerda justam ente la figura del pa­ réntesis. de la naturaleza y la unidad de objeto sem ejante —un objeto que pue­ de e s ta r com puesto de hechos contradictorios entre sí— sería casi imposible decir directam ente algo pre­ ciso.) N o será. el cual tal vez no sea sino su descendiente gráfico. la narració n sería concebida como una su erte de penetración en las en­ trañ as de algo organizado en form a de cebolla: así com o el cuchillo que c o rta una cebolla toca p rim e­ ro las capas m ás externas y después las m ás in te r­ nas. p o r supuesto. al par que nos p erm iten d e sc u b rir una m anera típica v universal de concebir la n arración. IV. esto es. haberm e lim itado a las dos ú ltim a s cláusulas —C y D—> ya que contie­ nen la convención que b asta. así tam bién los p rim ero s episodios del relato serán in te rp re ta d o s com o contactos con la su p e rfi­ cie. que. pero com o en otro plano de existencia. sino el objeto p o r cuyas en trañ as se im agina esa histo ria penetrar. a su vez. sino leídos como señas del actor: volver la cara hacia los espectado­ res —sólo para el a p arte absoluto— o rodear la boca con la m ano en arco vertical —con la concavidad en el dorso o en la palm a. form as que acaso hayan ten­ dido. cual si no fuese artificio el tea­ tro todo. p a ra los personajes de la acción. no de una penetración p o r su espesor. Podría. y los postreros com o contactos con el fondo. Aun suponiendo que semejante configuración fuera correc­ ta. al m ism o tiem po se supone que una sola cosa no pue­ de ten er m ás que una única verdad. de hecho —com o he indicado—. según la cual no eran en­ tendidos com o gestos del personaje. de su erte que si en­ cu en tras contradicción e n tre lo prim ero y lo segun­ do. entiende la superficie com o la a p arien cia y el fondo com o la verdad (B). po r ser la convención realm ente extrínseca y prim aria. tam bién se la con­ cibe com o u n a —. Pero al h a b la r de fondo y superficie es­ tam os im plicando que se tra ta de u n a sola cosa. una atención reflexiva sobre la existencia. ninguna su erte de p a rtic ip a ­ ción. la u n id ad de verdad propia de éstos. es asunto que aquí no e n tra en cuestión. desde el punto de vista de las disposiciones subjetivas. en principio. ilegítimo. la cual. la propia averiguación en cuanto tal es erigida en argum ento. a levantar su plano: el plano puede ser veraz sin se r com pleto. sin em bargo. La totalización sería. lo otro pertenece al pensam iento m ágico que piensa que puede h ab er con la verdad relaciones individua­ les. ya cuando. perfectam ente lo co n trario de c u alq u ier relación con la verdad. la cual 106 acaba al fin p o r d e scu b rirle la verdad. entonces. la h o rm a de su zapato. sino precisam ente en cuestiones de sentido? ¿Sería enton­ ces la unidad de intención que —con toda justicia. los cuales no perm iten entonces. com o en Edipo rey. vistas las cosas con la o portuna tru ­ culencia. en o tra s no es a la reflexión del personaje a lo que la verdad se m anifiesta. com o sobre la m a r­ cha. sino m ás bien en él com o conducta: lo encontrado se dice que es. ha­ b laría en tales casos —trá tese del m atrim onio. 107 . sino que se la mire. no a él com o sujeto cognoscente. o de c u a lq u ier o tra for­ m a de «incorporación»— de « en co n trar un ajuste». e n ­ tre la un id ad del objeto y la de su verdad. no ya que se la posea ni se le pertenezca. (Aprender a s a lir de un lab erin to o e n c o n trar sim ­ plem ente la salida es algo diferente. sino que ésta perm anece ente­ ram ente extrínseca tan to al conocim iento com o a la conducta de los personajes. No parece. personales. o sin ser individualm ente utilizable para d a r con la salida. pero que va proyectando. V. m ás a rrib a form ulada. su destino. sino a través de la narración com o decir com ­ pleto y acabado: a la unidad de sentido de esa acción en cuanto acción lingüística se a trib u y e la unidad de sentido de los decires lógicos. esto es.) E ste segundo tipo —el de la verdad en co n trad a en la co n d u cta— se debe d istin g u ir de aquel tercero en el que nadie e n c u en tra su cam ino ni da con la verdad. igual­ m ente. en las cuales. un acto de lenguaje. lo que. vendría m ás bien a ser. como una epifanía des­ plegada por el tiempo. ¿Acaso no hem os oído alguna vez decir que un n a rra d o r se contradice. trá ­ tese del ingreso en u n a orden religiosa o en un p artid o político extrem ista. p o r ende. En otro extrem o e s ta ría finalm ente el degene­ rado género de las novelas policíacas.la co n jetu ra de que su p resu n ta u n id ad no sea al fin sino un reflejo de la unidad de la propia n arración. en cuanto a lo justificad o de lla jn a r «verdad» a lo prim ero. necesita. el que u n a n a rra c ió n sea concebida com o una p a u ­ latina revelación de la verdad. sino un hom bre entregado a la acción y a la pasión. de sistem arsi. con la visión prag­ m ática e individualista que supone. un «acomodo». tendrem os que in v ertir la relación. en el sen­ tido de que sería ju stam en te e sta segunda —la unidad de verdad que se rem ite a la unidad de in­ tención del n a rra d o r— la que h a ría concebir el ob­ jeto entendido com o uno. y con ella. com o suelen d e c ir los italianos. ya cuando se pretende que sea la acción en sí la que lleve en su seno esa v irtu d re­ veladora. p o r mi parte. no ya en lo tocante a circ u n sta n c ia s de hecho —com o las tan fam osas del Q uijote—. p ara serlo. pero yo. E ntre uno y o tro extrem o se da una m u ltitu d de g ra­ dos interm edios: piensa en esas novelas en que el pro­ tagonista no es propiam ente un averiguador de la verdad. al p arecer— se atribuye al n a rra d o r la que p o stu la ­ ría la un id ad de sentido y de verdad que se atribuye a la n a rració n y a lo n arrad o ? De se r así. y aun a veces opuesto. en principio. en todo caso. Pero la proyección no parece producirse a través de la unidad contextual o argum ental de la h isto ria n a ­ rrada. m as toda relación con ella ha de qu ed ar cegada en la m is­ m a m edida en que abandone la m ás e stric ta im per­ sonalidad. co rporales y táctiles. E ntonces el sol se puso a calen tar y calentar. la capa co n tra el cuerpo. en efecto. lo cual me hace pensar que la pareja «fondo/superficie». Pero he aquí que el esquem a ha hecho fo rtu n a y se ha a b s­ traído y absolutizado a tal extrem o q ue hasta el pre­ dicad o r y el o ra d o r forense —todo aquel cuyo oficio es convencer— han de aplicarlo indefectiblem ente a la organización de su discurso.3 3. en cad a uno de estos tipos. quién de ellos era capaz de despojarlo de su capa. puesto que sólo él —com o la gota de fenolftaleína que enrojece de golpe toda la solución y nos revela esp ectacu larm en te su na­ turaleza— desencadena y redondea la plena epifa­ nía de la verdad. de cosas form alm ente diferentes y que guard an d istin ­ ta relación con lo narrado. sino tam bién su portador. este poder de revelarla de pronto ante los ojos lo hace no sólo el p ro d u cto r de la ver­ dad. de m enor a m ayor fuerza. En todos estos tipos. como sujeto agente o cognoscente. m ejor todavía. irreflexivam en­ te. pero el hom bre se ap re tó cada vez m ás. al p a r que nos hallam os lejos de verda­ des parciales que m utuam ente se relativizan y cocircunstancian: ya no hay datos com plem entarios. C om oquiera que sea. pero para rendirle un culto de­ portivo. o mejor de dientes —como se los llama—. evidentemente. o sea. para arrojar. Son. con am bas m anos. casi com o del lado del lec­ tor. viendo que 109 . las opi­ niones y los argum entos de sus contradictores. lo que tam poco lo hace idéntico al p rotagonis­ ta. ninguno de los cuales está más próximo ni más distante que otro del corazón o de la superficie. El viento se puso a so p lar y soplar. todo ello es revuelto y refundido en este esquem a de tan vasto alcance). El orden po r sí m ism o ha tom ado aquí fuerza de argum ento. felicidad final. Conviene recordar. la clave del enigm a. lo in tere­ sante p a ra los esquem as es el distin to grado en que un determ inado personaje puede. el ru tilan te caudal de la verdad: es la llegada del general B lücher al cam po de Waterloo (debates lógicos. pues un pro tag o n ista podría. al últim o en co n trad o una posición de privilegio con respecto a los dem ás. Es curioso observar cómo la imagen capaz de representar un modo de concepción contrario nos la ofrece precisam ente el m a­ rido de la cebolla. victoria final. no ser sino el catalizad o r de la reacción m anifestante y es­ ta r tan proyectado en el lado del objeto com o el m un­ do que po r su acción se nos revela. en úl­ tim a instancia. com bates corporales. cóm o el esquem a obli­ gatorio de toda fábula cuyo argum ento consista en un certam en exige siem pre p o n er en últim o lugar la actuación del vencedor: «El sol y el viento se desa­ fiaron a ver quién de ellos tenía m ás p o d er sobre el hom bre. dos *concepciones del mundo» totalmente inconciliables. ¿qué esquem a fundam enta un pre­ juicio sem ejante? P robablem ente es la figura o b jeti­ vada y generalizada del proceso de disección de fuera a dentro de un objeto. como una resonante ca ta ra ta . «verdad» se dice.com o en E dipo rey. la m ism a averiguación es con­ vertida en argum ento. acaso. com o el pro d u c­ to final de todos ellos. echando p rim e ra ­ m ente po r delante. nos encontramos una rueda de gajitos. 108 Este orden en el conocim iento es proyectado com o organización del propio objeto y hace su rg ir la asoladora idea del núcleo o del meollo. sino opiniones autosuficientes y en contradicción. p ara com placerse en la averiguación por la averiguación. en lugar de es­ tratos concéntricos. se rem ita a la experiencia tem poral de sucesión («superficie» = «lo que se topa a n tes» «fondo»=«lo que se topa después»). se viene a dar. y lo p rim a rio la im agen narrativa. o sea. por últim o —tra s una breve pausa en la que se estrem ece todo el pathos del conflicto—. hasta que el hom bre. Pero ¿por qué la verdad está en el fondo?. q u e se erige en la im agen prototípica de todo conocer. verdad. po r último. en principio. de su erte que la autónom a im agen espacial y d escriptiva se ría lo de­ rivado. el ajo: en éste. al concebir la verdad so­ bre ese objeto com o un conjunto de datos que se van com plem entando o. despegarse del m undo del relato y q u ed arle contrapuesto. tiene. el pos­ trero de los hechos viene a adquirir. Y u n a cosa son datos que se com plem entan. no puede se r im puesto—. Toito'r m undo me condena y de mis pecaos se espanta: más pecó la Madalena y después la hicieron santa. aquí el últim o hecho no se añade a los an te­ riores. se resolvió a quitársela». p o r desventura. sino q u e tiene poder para anularlos. resulta que así com o la felicidad final tiene poder para d e sv irtu a r y ha­ c e r inesenciales todas las desventuras an terio res y aun éstas —ya p o r contraste. y el m aillot am arillo sale. pero la anulación de un hecho im plica ya su reducción a dato. po r lo tanto. este proceso de d e sn atu raliza­ ción de la facticidad es correlativo al de la absolutización positivística de los datos. Ya no son cosas de po r sí autosuficientes. pues los aspectos no pueden an u larse unos a otros. com o buscando el m ism o efecto —dado que aquí. su desfactificación. sin equívoco posible. alies g u t. apareciendo en últim o lugar. ya por se r concebidas bajo la idea m ercantil de precio— increm entan. y otra. en p rin ­ cipio. datos que se anulan. 55.) En este punto es necesario señalar. el valor de la p rim e ra (Ende gut. ni siq u iera aspec­ tos. datos acerca de ella. En esta copla. m ucha m ás fuerza desengañadora que lo b u e­ no en iguales circunstan cias. (La desustantivación im plica la conversión de los hechos en m eros datos. pues la inten­ ción del cuento es que gana Saladina cosa. esto es. los hechos 111 . en últi­ mo lugar. así tam ­ bién. que a p e sar de se r andaluza h a b ría podido e s ta r firm a d a po r el m ism ísim o Calvino. no obstante. la facticidad se vuelve u na ilusión. cuya intención es. sino tam bién que se tra ta de algo malo. el tiem po es reducido a d ecurso lógico. Rira bien qui rira le dem ier). no sólo que eso que hay de­ bajo es la verdad. en las etapas contra reloj del Tour de France. La actuación del perdedor se vuelve totalm en­ te ociosa e inoperante si sucede a la del vencedor. simplemente. obvia­ mente. sino el anverso y el reverso de una m ism a 4. ¿Tal vez porque se piensa —y acaso con razón— que lo m alo es m ás dado a o cu ltarse que lo bueno?.4 VI. la vicio­ sa virtud de d e su sta n tiv a r y convertir en a p arien cia todo hecho c o n trad icto rio q u e le haya podido prece­ der. el texto «Músculo y veneno». si la actuación del sol precediese a la del viento? Pues. pág.sudaba. en lo que atañe a la verdad sobre la cosa. la salida de los co rred o res se da en el orden inverso al de la clasificación gene­ ral. evidentem ente. al m enos en su facticidad. tampoco en la leyenda del desafío entre Corazón de León y Saladino funcionaría la inversión de las actuaciones. Por lo dem ás. R etornando a la épica. p o r su sola aparición en sem ejante lu g ar privilegiado. cuando vieron que era buena. ¿o bien p o r la costum bre inveterada de su p o n er —quizá. una c ie rta asim etría: lo malo. ¿Qué se ría de esta vieja fábula. la viciosa concepción no deja de se r u sa d a con frecuencia en favor de las m ás gene­ rosas intenciones: Y de mis pecaos se espanta. la de rep re sen ta r la su p e rio rid a d de la convicción sobre la fuerza. que no funcionaría en ab­ soluto. Los datos serían com o asertos de los que uno pudiese desdecirse. con no m enor fundam ento en la experiencia— com o algo indefectible la m ala fe en el m undo. la existencia toda es convertida en pura m anifestación. se da a enten­ der. en vez de ensom brecerlo. c u an d o se dice «ya q u e rría yo sa b er lo que hay debajo». el m ism o se n tir parece ser que im pe­ ra en algunos certám enes no narrados: así. Véase en el Volumen I. y la falacia en todo lo patente y m a­ nifiesto? Aun así. que sean falsos pecados ni que no sean verdad. que era m entira lo que a la vista de sus pecados habían inferido acerca de ella. en efecto. Es la m ateria m ism a. sino que son falaces. ginebrino envenenado. de to­ 113 . acabo de se n tirla o sospecharla en la perplejidad en que me he visto al b u sc a r la p a la b ra que oponer a «desm entir»: ninguna de las tres que se ofrecían —«quitar». que se revelen ap a rien c ia no quiere de­ cir que fuesen acciones con aparien cia de pecado —siguen siendo pecados verdaderos—. uno el del a rre ­ pentim iento en cuanto hecho y otro el de su noticia. correlativam ente. obligada y consecuente. pero. se las reduce con ello a m eros dichos. sino que el a rrep en tim ien to m ism o es reducido a la categoría de noticia o de acción notificante. pues. ni que se les desm ienta toda su erte de im putabilidad. ¿se h a b ría n quedado. en la propia etim ología de la palabra. por de pronto. ni que hayan sido acciones de la pro ­ pia M agdalena: se desm iente tan sólo aquello que de­ cían o pretendían d ecir acerca de ella. (Lo que tal vez nos descubra de recha­ zo la índole antinóm ica de toda im putación. de la equívoca novia de Jesú s de N azaret?!) VII. notificación del a rrep en tim ien to en el sentido de im plicar dos planos. (¿Ella m ism a no es.) Pero ese d esm en tirlo s tam poco significa 112 desenm ascararlos. no hay. por tanto. en tanto que peca­ dos verdaderos y acciones verdaderam ente suyas. ¿qué has hecho de la libre y la m or­ tal M aría de M agdala. «lavar»—■. los pecados se tornan fala­ ces apariencias. de la idea de im putabilidad. no con­ siguiendo o írlas com o algo verdaderam ente opues­ to a «desm entir». el propio concepto de pecado el que. m as no en cu an to a trib u to s de su ser: no le son im ­ putables en cu an to palabras que convengan a su esencia: sólo p alab ra puede ser lo desm entido. descubrirlos ahora como pecados aparentes. com o lo que desmiente'. p ara p a s a r a s e r m era revelación. No se hace ju sticia a u n as acciones m al interp retad as. su p o d er cancelador se hip o stasía h asta el ex­ trem o paradójico de convertir el ayer en un «no sido»—. sino en su extrínseca vigencia de señales fide­ dignas sobre el se r de la unívoca M aría M agdalena: no es. pero lo cierto es q u e o som os nosotros o son n u e stra s ac­ ciones. pues. m ás que una unívoca p alab ra de una vez p ara siem pre en la boca de Dios?. sino. les h a ría perder. por otra parte. pues. la que me obliga a este lenguaje a b stru so y conceptuoso. si hem os de se r nosotros. todo vigor de acción. toda eficiencia redentora —o. de m odo in­ disoluble. las cria tu ra s com o un sim ple rum or. al parecer. cosa im ­ posible y que. m e dejaba satisfecho.y que he acabado por escrib ir sin exclusión. «Vieron que era buena». sino que sim plem ente los desm iente. señal de aquello que ya era desde siem pre y p a ra siem pre. no se desm iente lo que aquellas acciones hayan sido en sí m ism as. todo el conflicto an d a en pred ica­ ciones. predicables de ella. sino verdadera—. no qui­ ta. que en el fondo era buena.son trocados en sim ples datos: el arrep en tim ien to pierde. lo mal in te rp re ta d o no son e sas acciones en sí m is­ mas. ¿Sería. sino al ser de su a u to ra —y no presunta. m ás que su nom ­ bre. la radical derogación de idea sem ejante? La índole sim bólica en principio de toda «im putación» se halla indica­ da. p o r el contrario. Siguen siendo im putables. como una espum a. en los labios del cread o r? ¡Ah. al p a r que. com o m eras figuras m ateriales de esto mismo. b o rra o lava los pecados. llevase prefigurado en sus en tra ñ as tan singular encantam iento de la facticidad? ¿S ería la idea de la predestinación la conclusión m ás genuina. paralelam ente. en realidad. a la pos­ tre. de m anera que toda afirm ación del alb ed río tuviese que a rra stra r. «borrar». a la par. n u estras acciones —aunque fuesen ab so lu tam en te unívocas. lo que viene a ser lo m is­ mo. que no dicen la verdad. en ella. con su doctrina de la pre­ destinación. sino que todo es prem io de su gracia soberana. y ello po r libre am or y gracia. au nque hay que hacerle el ho­ nor de d e sta c a r sus nobles intenciones salvadoras frente a los casos en que ese m ism o esquem a es es­ grim ido p ara condenar. el fundam ento de la univocidad ontológica de la p erso n a y de la consiguiente ontologización de su existencia. com o se ha visto. N ú­ mero 7: Plugo a Dios olvidarse de los restantes m or­ tales. erra d a m e n te — sus verdaderos atributos. se aviene. su decreto secre­ to y el a rb itrio de su voluntad.dos m odos. (E ncom endém o­ nos. no te n e r m ás que u n a única verdad— le viene de h ab er sido concebido desde el destino e te r­ no: no som os reos m ás que u n a sola vez. antes de la creación (subraya Ferlosio). si bien no es m ás que una piadosa concesión proto­ co laria y. no hace sino ex p licitar —subsanando las ú ltim as inconsecuencias— la reabsorción de la existencia toda en pura ontología. con todo. La idea de salvación/condenación se­ ría. un trá m ite p a ra a c a b a r de desp ach ar c u alq u ier residuo de equivocidad que. tím ida y desesperanzada a p a ri­ ción. al m enos. es n a tu ra l que el rig u ­ 114 roso y consecuente ginebrino se niegue rotundam en­ te a sem ejante com ponenda. no sea m ás que u n a circunstancia secun­ daria. tan to de esa u n icidad de su verdad —la que se corresponde al veredicto— cuanto de que. el últim o reducto de la equivocidad—. un flaco servicio a n u e stra h e rm a n a en C risto M agda­ lena: la b o rra. al m ism o tiem po. N ada equívoco es. a p re s ta r un oído fo rm u lario a tan inútil y o b stin ad a apelación. el cap ítu lo 3 ? («Del e te r­ no decreto de Dios») de la W estm inster confession —de 1647—. y cuyos núm eros 3. para honra de su ilim itado poder sobre sus c ria tu ra s. u o tra circ u n sta n c ia sem ejante de las criatu ras. po r tanto. que hallo tra n sc rito en p a rte en la ya clásica obra de Max Weber. le hubiesen inclinado. 5 y 7 di­ cen así: «N úm ero 3: Para revelar su m ajestad. el cual. Dios por su decreto ha destinado a unos hom bres a la vida etern a y sentenciado a otros a la e tern a m uerte. a m enudo. a despecho de todo. pu ro s indicios que solam ente alu d en a ese se r y perm iten a otros in ferir —y. no porque la previsión de la fe o de las bue­ nas obras o de la perseverancia en u n a de las dos. La ética protestante y el espíritu del capitalism o. una postum a. A la equivocidad. ordenándolos a d eshonor y có­ 115 . La copla com entada. le hace. com o condición o com o causa. N ú­ m ero 5: Aquellos hom bres que e stá n destinados a la vida han sido elegidos en C risto p ara la gloria e te r­ na por Dios.) El fuero calvinista. que estaba ya pre­ figurada en la noción de eterno veredicto: la sim ple etern id ad de la sentencia es lo que hacía ya de p o r sí obligada la retroproyección de las postrim erías: un p ara siem pre d em anda un desde siem pre. pues. p o r el que d istrib u y e o se reserva la g ra­ cia com o le place. sim plem ente. que hace. a fin de cuentas. sean los hechos postreros los que la com portan y revelan —aunque esto segundo. en este punto. siguiendo el in escru tab le designio de su voluntad. por su designio eterno e inm utable. po r tanto. al fin y al cabo. ju sta m e n te la índole de acciones— ven­ d rían a convertirse en m eras señales de reconoci­ miento. en verdad. a sem ejante transacción de últim a hora con la equivocidad. VIII. dependiente tan sólo de la lin earid ad inevita­ ble del acta procesal. ya q u e u n a sola vez com parecem os ante los trib u n a le s y no nos es dado ofrecer nuestra cerviz m ás que para una úni­ ca sentencia. pudiese todavía se r alegado. dando razón. p a ra que no nos sea defrau d ad a la últim a sospecha y esperanza de existir. siquiera fugazm ente. a tal respecto. se le sale al encuentro con el purgatorio. de h a ­ b er contradicción. del tiem po y la exis­ tencia. Que el ser de la p ersona haya de se r unívoco —esto es. a las Ánim as B enditas —dado que ellas habitan. La h ip ó stasis de la sentencia consiste. si quisiese im ita r los siniestros m odelos de lo alto —. con sem e­ jan te veredicto. siendo ella pala­ bra. si el ver precede al propio acontecer. es su vere­ dicto. sin reducirlo al m ism o tiem po a la sola vigencia de e scritu ra. reab so rb e en la p a la b ra al propio se r que a p re ­ sa y determ ina m ediante el veredicto: la anfibiología de la p a la b ra «determ inar» —d e te rm in a r con la ac­ ción. p a ra el efecto. de hecho. En este encantam iento litera rio se cu aja el fe­ tichism o de la identidad. la doctrina m antiene —quizás a través de la índole secreta del decreto— la ya. El tenebroso «antes de la creación» que a rrib a he subrayado produce. en alab an za de su justicia». verdadera metafísica. en el que los cam peones se hacen la ilusión de decid ir lo que ya. pues. d e te rm in a r p ara el conocim iento— se reinte­ gra en un único y unívoco sentido indiscernible: todo es fatum . el cual no haría. su p e rflu a conexión y atrib u y e a la H istoria el carácter de ordalía. en el fondo. p o r antinóm ico que fue­ se. la existencia podría ya sin em pacho ser pensada com o otra cosa que nada tuviese que ver.lera p o r sus pecados. en realidad. nos creem os que obram os. ya que revoca la discon­ tinuidad en tre el Allende y el Aquende allí m ism o donde. ni p ara bien ni para m al. pues. poner entre p a ré n ­ tesis la vida terren al y p e n sarla com o algo e n te ra ­ m ente al m argen de lo que la precede y la sucede (con lo que se a c a b a ría de quitar. de torneo demostrativo. al m enos inequívoco y expedito. con m etáfora tom ada del terreno de la televisión. pero no hacem os en realidad m ás que arg ü ir para d a rle ra­ zón a la sentencia. podríam os d ecir que la exis­ tencia se ría un acontecer que no tuviese o tra vi­ gencia que la de su propia «retransm isión diferida»). por lo dem ás. una vana ilusión de los se n ti­ dos: creem os h allarnos en el día de autos. o. com o barq u ito s de papel. com o sim ples im ágenes vir­ tuales o com o dum m y-elem ents que le pudiesen se r­ v ir de referencia. y el «torrente de las generaciones» tam poco llegaría. en rigor. lo que acontece ya no es m ás que im agen. aunque totalm ente iluso­ rio. con estas m ism as expresiones. Mas no se puede p rete n d er que algo esté ya escrito. en que. pero no es m ás que el juicio lo que se está celebrando en n u e stra s vidas. m ás que algo así com o in fo rm ar o glosar el veredicto (o. IX. y les ha dado form a a p a rtir de ese am o r y de ese odio. m ás que mim etizar los argum entos de n u estro fiscal. sino que el propio ser se identifica con ese veredicto. todo po­ sible resto de significación. au nque puestos en sem ejante te situ ra lo m ism o nos d aría. Así. sin embargo. a ser m ás que un torren­ te de papel de plata. el m ito de la persona h u ­ m ana —m ito m uy so c o rrid o p ara la justicia. aunque —venía diciendo—. llega­ dos a e sta extrem osa situación. en realidad. en el to rrente de las generaciones. d e sarro llan d o su propio acontecer —y estableciendo incluso sus propios tribunales. los delim ita y relaciona: todo «allende» postula hom ogeneidad con el «aquende» por referencia al cual se ha defini­ do. puesto que ha am ado y odiado a sus c ria tu ra s aún antes de e c h arla s a agitarse. observación que m e sugiere la sospecha de que la m etafísica religiosa no es. la consecuencia de que el cre a d o r no haya creado. a su vez. vengar y exorcizar el m al—. a las sim ples ideas de «preceder» y «suceder» aplicadas al asunto. y así el Allende de la teología es reabsorbido al seno de la física). que encuentra así un criterio. no se puede prever el porve­ nir sin d e sv irtu a r el tiem po y la existencia en una especie de fatal en cantam iento literario —el fatum es lo «dicho»—: ya no es siquiera que el ser de la p e r­ sona se dilucide a través del veredicto. está fallado —«escrito»— desde la eternidad. tan sólo la am enaza de la condenación —con el c a rá c te r secreto del de­ 117 116 t . para encarar. m ejor todavía. por cierto. de la política m oderna. por no dejarm e a trá s ninguna cosa en el retorno. Se tra ta de dos cuadros del Museo del Prado. sin que ningún indicio expresivo personal. La reducción de los acontecim ientos a noticias o argum entos de un debate verbal (tan típica. busca. o si. incluso. p o r cierto. sino sólo actitu d es que asp iran suplicantes a que les sea reconocido el sino. que proyecta los acontecim ientos para noticias perio d ísticas y los concibe y p refigura en su condición de titulares) se vincula a la reducción de las acciones.creto— p resta a ese m ito una lúgubre y negativa rea­ lidad. fran­ cam ente aniñadas. una convencionalidad de tratam iento que excluye cualesquiera rasgos diferen­ ciales. a los cam inos de la representación verbal (si es que real­ m ente me he salido de ellos en viaje sem ejante. no hay 119 . pues ello sería caer. po r últim o. ingenuas. m e cum ple ahora replegarm e nue­ vamente. si bien no del m is­ mo. pero antes de ello. en cambio. 118 d estinacionista en las form as c u ltu rales del m undo c ristia n o (m uestra que p o r tard ía no ha de im p licar que sem ejante e sp íritu no estuviese ya —conform e he dicho m ás a rrib a — prefigurado com o evolución posible y aun lógicam ente consecuente —aunque tam poco q u iero decir que necesaria. pues bien. con ojos im pla­ cables. tienen po r asunto el m artirio de un santo. si el huevo o la gallina: si es la escatología la que se ha configurado sobre los cuños de la re­ presentación verbal. Ya que he tenido la su erte de e sc a p a r de este exacerbado e inevitable rodeo por G inebra5 y por la teología m ejor de lo que un día lograra hacerlo el infeliz Servet —el m ás genuino y m ás g a rrid o asno salvaje de toda la Reforma. no hay. tam poco nos es dado d esig n ar m ás que com o «el a u to r de esos cuadros»). si ha sido ésta. se repiten con idén­ tica inocencia en los rostros de sus ejecutores. en un predestinacionism o c u ltu ra l— en el propio concepto de destino eterno. una total despreocupación fisonóm ica po r p arte del p in to r (al que. aun escatológicam ente indiferentes. pues quizá aquí tam bién fu era vicioso p reg u n ta r qué fue prim ero. bajo la presión de la persecución m oral. el signo que el allende. y con m ás castigados pensam ientos. Véase el Apéndice. donde he podido h a lla r la m u estra m ás p a lm a ria de un concreto renacim iento histó rico del e sp íritu pre5. de la víctim a. el 2670 y el 841. una y o tra hab rían de rem itirse a un térm in o com ún. per­ sonajes. pues. a gesto y adem án dem os­ trativo del ser de la persona: ya no hay obras. en la frente de todo personaje. se aprecia. se sum e a las e scu etas actitu d es de la acción dram ática p ara m arcar valores funcionales que trasciendan el contexto: los verdugos se recono­ cen sola y exclusivam ente por lo que están hacien­ do. sino sim plem ente papeles eventuales. a mi vez. po r lo dem ás. la que ha im itado a aquélla. ni ha de verse afectada por el hecho de que la idea teórica de predestinación hubiese sido ya explícitam ente form ulada —según m e indica un am igo— desde E s­ coto Erígena). lo que es de todos m odos innegable es la m arcad a afinidad form al de los esquem as). ab straíd o e interiorizado en el aquende. p ara que la co m p ara­ ción resulte m ás ceñida e insoslayable. con lo que todas las figuras vienen a g u a rd a r un señalado aire de fam ilia (¿el de hijos de Dios?). he de h a­ c e r todavía u n a pequeña excursión p o r la pintura. El prim ero de ellos —núm ero 38 del legado de Pablo Bosch— es una tab la de anónim o español fe­ chada p o r los expertos hacia 1450 y que form a serie con otras tres y representa un m om ento del m artirio de San Vicente: aquel en que desde una b a rq u ita es arro jad o al m a r con una p ied ra de m olino a ta d a al cuello. las facciones puras. aparte la sim ­ bólica aureola. verdadera pieza real para el dios que tuviera la fo rtuna de cazarlo y e n s a rta r­ lo en su a sa d o r—. am bos. X. nuestras entendederas. 307. de ir a m o rir santo. nos deja como per­ plejos y en vacío (tal sensación ha sido. el vigor de este esquem a positivo en la disposición de los espectado6. que no tienen p o r qué e s ta r reg istra­ dos en el papel m ojado de los dogm as— el e sp íritu de la R eform a y el de la C ontrarreform a son m ucho m ás afines entre sí que cada uno de ellos con el del cristian ism o m edieval —lo cual. parad ig m áti­ ca m u estra de lo que podríam os lla m a r la conver­ gencia de los antagonistas. el que le ha im puesto esas facciones desde que fue concebido en el vientre de su m adre. con otros cinco. parece que el cambio de nombre fue al revés: «En Jerusalen.6 cóm plice. el fu tu ro Pablo. m a r­ cándolos a fuego con los signos de la condenación. pero no necesitará lle­ g a r a ella p ara ten e r las facciones de la santidad: es el hecho de ir a se r santo. Resulta que este personaje no es otro que Saulo de Tarso. Tanto nos hem os acostum ­ brado desde entonces a leer. Pero un ejem plo todavía m ás d rástico que el de este p rim er grupo de figuras —es decir. qui uocabatur S a u lu s» (Act. una serie hagiográfica. de m an era inm ediata. en sus escritos y en su fun­ dación: la idea de la salvación como «negocio» —esto es. 57). p a ra reconocer inm ediatam ente quién es quién. sin em ­ bargo. con ojos paranoicos y m irada lom brosiana. en un p rim er momento. fenóm eno. Muchnik Editores.) Son personajes que surgen ya juzgados. de ha­ b e r nacido p ara la etern a bienaventuranza. el cara c te rístic o pragm atism o jesu ita pueden b a s ta r aquí p a ra d a r una idea de aquello en lo que pienso al a firm a r sem ejante afinidad. esto resalta especialísim am ente en la p er­ sonalidad de San Ignacio. universal. p o r lo dem ás. p o r lo dem ás. po r contraste. com o es notorio. ha sido ya señ alad o m uchas veces desde hace m ucho tiem po—. lejos de a p arecer m arcadas po r los estigm as de la condena­ ción. ya sentenciados a nativitate en sus fisonom ías. Según leo ahora (1991) en el magnifico libro de José Montse­ rrat Torrents. no sólo al juicio y a la querella. al p rim e r golpe de vista. «el sentido» de una historia a p a rtir de estas señales. que el prim ero de los cuadros desconcierta p o r completo. quizá cambio su nombre latino [Paulus] por el [he­ braico] de Saúl». tan to nos hem os hecho al hábito policíaco de ech arn o s a la cara. ya listos p a ra el fuego. com o la ab ra sa d o ra bocanada del infierno. El otro cu ad ro es un lienzo de Ju a n de Ju a n es —nacido en 1523— que. com o ocupación y com o actividad p lanificada—. o sea. el del san­ to con sus verdugos— nos lo ofrece el personaje que e stá en segundo térm ino. que ya el propio Saulo. cuyas facciones. lo que me ha revelado. en m últiples aspectos —quizá en los esenciales. form ando tam bién. ro stro s que han sido m odelados del b a rro original lo m ism o que se escribe una sen­ tencia. pág. de los verdugos: «Et testes deposuerunt uestim enta sua secus pedes adolescentis. a la luz de estos estigm as. com o si el fallo antecediese no sólo a la n a rra ­ ción. sino a los 120 propios hechos que le han dado lu g ar y son su con­ tenido. sino acciones. el psicologism o m etódico de sus «ejercicios» y. en fin. a in te rp re ta rla . VII. se d iría que o stentan las señales de la biena­ venturanza. en esta acción. Barcelo­ na. rechazaba la predestinación. ha golpeado de lleno en estos rostros. existencia. Pablo-antes-de-caerse-delcaballo-en-el-cam ino-de-Dam asco lleva en su rostro las señales de la bienaventuranza. la conversión le exigirá un cam bio de nom bre. 121 . 1989.veredicto. (La relativa independencia de los sentim ientos im ­ perantes y de la expresión a rtístic a con respecto a la d o ctrin a expresa se m u estra aquí de nuevo po r el hecho de que Ju a n de Ju a n es perteneciese a la esfe­ ra del catolicism o. es decir. representa el m om ento en que San E s­ teban es conducido al m artirio . las figuras. La sinagoga cristiana. que. justam ente. de m anera que aquí tenem os igualm ente ocasión de c o n tra s ta r con la ca ra de un santo la de su s verdugos: el cierzo helado del lago Leman. Recapitulando. o de orientar. no dejaba uno de ten er presente que. o com o la m ezquita de Córdoba. al fallarn o s en él. tam poco excluye. a la univocidad ontològica de la persona —id en tid ad del ser y el veredicto— y a la concom itante ontologización de la existencia o en­ cantam iento litera rio de la facticidad. a través de la retroproyección de las p o strim erías. al b a ra tillo de la redención!». Lo que. co n tra viento y m area. en ú ltim a instan122 eia. por lo dem ás. en la organización fallera y u ltrateatral de las fachadas del b arroco jesuíta. fi­ nalm ente. de este modo. entonces es cuando el barroco. o de metalenguaje. —Oh. ni m uchísim o menos. Machado Pero tam poco es ese ú ltim o rictu s conm inatorio —co n natural a toda propaganda. vociferantes. y en modo alguno ingenuo. fa­ chadas oratorias. especialm en­ te a p a rtir de B uonarroti.» A. h asta que.. pues. con la regla y el com pás.) XII. prepotentes. resu lta que el m ed itar sobre el fenóm eno del o r­ den. señores. por virtu d de los propios resabios de su técnica. Acaso un día se venga a d e scu b rir que las «facciones de crim inal nato» son el producto preciso de una m anera especial de d irig ir los focos y a p u n ta r la cám ara que p o r instinto aprenden los fotógrafos de la policía. el s e n tir y el p e n sar de los espectadores—. de o rad o r sagrado. la am enaza. y confío que con sufi­ ciente congruencia. a c ie rta a b u r­ lar la im p o stu ra del Sentido y levantar la pregunta «¿Y todo eso p o r qué?». Lo cruento acalla su propio ridículo tan sólo porque ahoga en sangre y paraliza en el te rro r las risas de los espectadores y se hace. el tem plo ya no e stá seguro del tesoro que guarda —com o u n a iglesia rom ánica. colocando en el aire delica­ das m aravillas com o la litern a de S a n t’Ivo alla Sa­ pienza. infantil solam ente en la insen­ sata obstinación con que se em peña en c o n tin u ar ju ­ gando. la referencia a la pin tu ra me ha perm itido d esglosar del factor de sucesión —que obviam ente 123 . po r d e trá s de ta n ta c h a rla ta n e ría de m ercader. el autom ático reflejo de las indicaciones consabidas. po r un día. que escam otea su condición de tal y al que se ad scrib e la función de dirigir.. sem ejante a un niño sabio. hay siempre un ascua de veras en su incendio de teatro. y gracias al cual. suasorias. con la unicidad de sentido y de verdad que im plica —donde el recurso al valor de sucesión se me antojaba en realidad un acto de lenguaje. dram áticos. la ilusión de se r tom ado en serio. a la gran b a rra c a. lo dicho hasta el m om en­ to. siem pre podía ir a d a r con sus huesos en las hogueras del Santo Oficio— lo que constituye las «ve­ ras» del barroco. con el sublim e silencio pensativo de sus p u e rta s— y se sale a la p u e rta de la calle a p regonar su m ercancía. de Francesco Borrom ini. gesticulan­ tes. Son adem anes enfáticos. XI. El buen paño en el arca se vende. increpantes. com o clave herm enéutica. (El e sp íritu apologético se reconoce tam bién en el viraje de la arquitectura religiosa. que señalan la p é r­ dida de la fe y su encanallam iento en propaganda: los cuernos de un frontón p a rtid o son los brazos de un pred icad o r que grita: «¡Pasen y pasen. «Sin embargo. en los claros de bosque en que el a rtista ingenioso se deja ser. El «ascua de veras» del b arro co hay que buscarla en el extrem o opuesto a estos conflictos. m as no p o r­ que su inanidad y ridiculez hayan cedido un punto: las trágicas m ascarad as siguen siendo p u ras m as­ caradas. me ha traído. sin embargo. com o a golpe de b a tu ta .res). sen­ 125 . sino que. pues —a p e sar de su vinculación o rig in a ria en la relación que liga la univocidad de la persona con la ontologización de la existencia—. o bien de tener que renunciar sim plem ente a todo juicio. sin que su determ inación fuese com pleta en fa lta n ­ do cu alq u iera de los dos. ya que la cosa no p ara en su p o n e r sencillam ente que hay buenos y m alos. que son verdaderos ju i­ cios de valor escritos en sus rostros y en sus movimientos y acti­ tudes. puesto que m anipulan directa y solapadam ente el contenido y constituyen —com o vengo intentando esclarecer— una visión del m undo p u ra y pinta. son acciones o datos de la revolución.no juega en este a rte — los puros índices escatológieos. ya sea representados en una pin­ tura o en una película— fisonómicos o gestuales que caracterizan a los personajes como signos valorativos. pero hay que d iferenciar radicalm ente tales conven­ ciones. y como tal se inscribe en la exigencia de la univocidad. sino que avanza h a sta a d sc rib ir a unos y a otros. a todo veredicto totalizador y archivador. com o de hecho sucede en Revuelta en Hai­ tí-. no p odrían ser inm ediata y au to m áticam en ­ te aplicables).1 m anejados tam bién com o resortes a u to m á ti­ cos para encauzar y fijar ya de antem ano en un único sentido obligatorio la acción interpretativa de los es­ pectadores. con lo que los espectadores se verían entonces en el d esa­ pacible trance de no saber a qué ca rta quedarse (pues m ás que la pretensión de conocer el ju icio del autor. es decir. en m odo alguno. que yo sepa. índices escatológicos y facto r de sucesión pueden. de modo que prefiguran y anuncian su destino final de salvación o de condenación. la revolución de Haití. no puede ten er m ás que una única verdad—. El «sen­ tido» de la h isto ria —esto es. las figuras de aquéllos pasan. por sus efectos funcionales. por tanto. al plano ins­ trum ental: sus actos. o sea de ten er que ju zg ar p o r sus propios medios. fu n cio n ar po r separado y aun com plem entándose recíproca­ mente. por quién debe apos­ ta r para poder d isfrutar del happy end de la novela o la película. com o un c e rra d o juego de m orfem as o. y aun los actos que sus sim ­ ples presencias significan. a efectos de su inequívoco reconocimiento. de rasgos ortográficos. cualquiera que éste sea). Recuérdese cómo he advertido más arrib a (en el parágrafo II) que designaría con esta expresión aquellos rasgos —ya sea ver­ balmente descritos en un texto. lo cierto es que los índices escatológicos no tienen nada de eventual (de lo con­ trario. en las hogue­ ras eternales): a los índices escatológicos se les pue­ de lla m a r «signos de puntuación» sólo po r su efectiva convencionalidad. allí es por la acción conjunta y desdoblada de los dos resortes com o se logra el efecto de «sentido». p o r el contrario. m ejor todavía. por tanto.de afección en tera­ m ente form al e in stru m en tal (un p arén tesis no ha precipitado nunca a nadie. no sólo po r lo que se refiere a la opinión en to rn o a la existencia y al se r de la p er­ sona que conlleva su sim ple aplicación. están constituidos y fijados en un repertorio convencional lim itado y perm anente.) 124 indeciso si hubiese una sim ultaneidad de am bas fi­ guras o si. tales signos de puntuación de los que dan todo su rendim iento en un plano. de cuya condenación o salvación se tra ta —y que. de ser un solo ser con un solo posible veredicto. el veredicto que d e te r­ m ina el se r de tal revolución— q u e d a ría igualm ente 7. o bien indican al lector o al especta­ dor de cine de qué parte tiene que ponerse. se anulasen los índices escatológicos escrito s en sus frentes. sin suspender la sucesión. pero no. los dom ina tal vez el afán —consolidado po r el sedi­ m ento de una co stum bre inveterada— de que se les sum inistre ya hecho uno inequívoco. XIII. (Nota del 30 de diciembre de 1991. sino tam bién en cuanto acervo de valores definidos. El m ulato y Toussaint Louverture se reducen aquí a la condición de actos de un tercero. Sea de ello lo que fuere. y resolverse p o r el conocim iento y p o r la cualidad. ésta es el verdadero personaje. com o si la pasión m is­ ma tuviese férream ente em p u ñ ad as en su m ano las riendas del lenguaje. con tan ta m ás precisión verem os hechas todas las reabsorciones. que nos hacen se n tir c u alq u ier p a la b ra o gesto com ­ pasivo com o la m ás to rp e y la m ás in o p o rtu n a de todas las respuestas. C onsiderando ahora los relatos orales de la vida. que se ría vano e sp e ra r que se perdiesen. sino que tam bién se me hacen a veces o tra s narraciones m enos dom inicales y. com o lo p ru e b a el que su lem a sea «E sta­ ba escrito». Relatos. Saben tan bien lo que están relatando. Como el Dios de Calvino. sobre todo. m ás que hablar. m ás vigorosam ente cargadas de sentido. tienen tan puesta toda la c a rn e en el asador. antes. de su erte que. todo el esfuerzo y todas las tensio­ nes de su g u e rra in te rio r y con el m undo. com o algo absolutam ente necesario —y la sentim os literalm ente bebida com o po r una sed incontenible—. XIV. de m ane­ ra que bien puede decirse. a este respecto. casi racial. encu en tro que no sólo se m e cu entan cosas de m odo abso lu tam en te relajado. p o r m ucho que se desvíen po r ra­ 127 . tanto m ás radical y ri­ gurosa se rá la centralización. no hay en el m undo h isto rias m ás alejadas del cuen­ to de la buena pipa. sino de una victoria. el n a rra d o r fab rica a sus c ria tu ra s desde un odio o un am or preconcebi­ do: m uñecos p a ra ju g a r al «pim-pam-pum»: la h is­ to ria ha sido u rd id a a posteriori. que a p arejan —sin du d a alguna. se d iría que cu an to m ás acen d rad am en te p asiona­ les sean tales relatos. cargados de violencia y de pasión. cuanto a aquel otro caso extrem o de relatos en los que no pre­ sentándose ninguna función p rác tic a ap aren te —ni siquiera la de p e d ir consejo—. pero p o r eso m ism o absoluta y taxativa— una idea positiva del bien y del mal. sin embargo. de actitu d tan lejana a la lam entación y a la dem an­ da de piedad o de consuelo. y esto sin ceder un punto a la narración m ás relajada en cu an to a la facultad de d esp leg ar toda suerte de referencias circunstanciales sin tem or a las ram ificaciones de segundo y terc er grado. y que tal vez p o r eso m ism o alcanzan raram ente caracteres de fran ca narración. que «pa­ sión no quita conocim iento». por así decirlo. tan señalados son los caracteres de acción que tom a entonces su palabra. sacando el m ayor partido a toda su riqueza. y pienso que ello se deba. El arq u etip o lo en­ cuentro en d eterm in ad as n arracio n es de m ujeres exasperadas. nuestra atención se presenta. relatos siem pre agonísticos. La pre­ destinación es un invento de la función narrativ a del lenguaje. Pues bien. hacerse pública en voz alta. cu an to m ayores los com pro­ m isos afectivos del alm a con la cosa. por el contrario. uno d iría que verdaderam ente 126 actúan. fisonóm ica.dos grupos de señales específicas y p red e term in a ­ das. en ella despliegan. de m anera a b s­ tracta. com o un alm a ju sta que se lim ite a ra tific a r con su asisten cia lo que ya es evi­ dente por sí mismo. com o si hubiésem os sido llam a­ dos a se r testigos no ya de una d erro ta. p o r o tra p a r­ te. a p a rtir del «sentido»: la existencia se vuelve una ilusión. tan llenos del sentim iento de la propia dignidad. tal vez porque la ju stic ia cobra exis­ tencia solam ente c u an d o se la p erm ite «resplande­ cer». de consejo o de socorro. esto es. desem bargado y p la­ centero. en el sentido de noticias de algún m odo practicables. a que su situación no suele perm itirles otras vías de descarga que las de la palabra. quiero de­ c ir que se me antojan tan inm otivados —«¿por qué me cu en tan esto?»— com o exacerbadam ente nece­ sarios p a ra el sediento narrad o r. tam poco puede h a­ blarse en absoluto de g ratu id ad alguna. Se nos ha req u erid o únicam ente com o a l­ guien que «preste oído». sin d e ja r suelto un solo cabo. con un dom inio que no tiene igual. m ás interesadas: pero no quiero referirm e tan to a aq u e­ llas que tienen una m ás o m enos definida función inform ativa. pues. en lo que atañe a lo m eram ente fáctico. y en la form a m ás p u ra y ejem plar. po r su opacidad con respecto a o tra s razones: la verdad se escapa ju s ta ­ m ente en la m edida en que se la quiera e n c e rra r y com pletar. Pero la radicalidad de la centralización. tan poderosam ente necesario. ningún sentido ten d ría p rese n tarle un rostro que no se creyese honestam ente el propio. la falsedad reside siem pre en la últim a palabra. No se trata. y de la consiguiente evi­ dencia y univocidad de conducta y de intención de lodos y cad a uno de los personajes. la verdad viene a ser reducida al absurdo y a la paradoja. Y si el n a rra ­ d o r es dado al estilo directo. tan taxativam ente es levan­ tada y agitada la bandera de la razón y la verdad. que no se reconociese com o la propia efigie verdadera. sino una virtu d tendencial e indefinidam ente prolonga­ ble de los datos. sea m entira: la pretensión del n a rra d o r no es tal que pudiese satisfacerse con el engaño consciente de su in terlocutor —com o si se tra ta se de hacerle o b ra r en consecuencia o to m a r alg u n a actitu d d eterm in a­ da—. todo se m uestra tan atado y tan subordinado al centro. a todos los elem en­ tos de la tram a. un a rm a de dos filos: precisam ente la total au to ­ suficiencia de sentido que le concede una tan extrem ada absolutización del centro de coordenadas nos p resen ta u na discontinuidad tan categórica. en m odo alguno. al fin. en cuanto dato de hecho. a la pos­ tre. En un relato no a b so lu ta ­ m ente c e rra d o en su centralización. del ag arro tam ien to contextual de todas las acciones. hacerle resplandecer ante los ojos su propia justicia. no reproducen m ás q u e el encono y la a c ri­ m onia proyectados del propio narrador. no teniendo el oyente m ás que el papel de espejo —com o el espejo de la m ad ra stra de Blancanieves. XV. que suscita el ca­ rácter de lo am bivalente. reaparecen incluso. los d ato s no e sta rá n com prom etidos los unos a los otro s y la ver­ dad no será u n a cualidad sintética y totalizante. La im presión de falacia dim ana tie la rígida unidim ensionalidad que el sentido im ­ pone. los índices escatológicos en los tim b res de voz que afecta p ara re­ p ro d u cir las p a la b ras textuales de su s an tag o n istas (digo «en la form a m ás pura y ejem plar» porque ¿qué p odría hallarse m ás ligado al m ero ser de la perso­ na que la voz. esto es. nos plantea un todo o nada tan preciso. la falacia reside en ese firm e y riguroso a p u n ta r de todas las flechas hacia un m ism o blanco. no pintan otra figura ni se llenan de otro contenido que aquellos q u e les p resta su unívoca inscripción .mificaciones. no hacía sino c o n firm arle su propia convicción. p ero en cu an to éstos se constituyen en «num erus clausus». que se h a lla rá cum plida ú n icam en­ te en su m odo de a p u n ta r. se d iría que toda su vida y pen­ samientos. la a p lastan te coherencia del relato. p o r tanto. pues el e scrú p u lo inform ativo. al igual que en la baraja. que. índices que. y que m ás lo represente?). donde el i alndlo de espadas jam ás llegará a se r m ás que el ca­ ballo de espadas. Hay una concepción e stric ­ tam ente novelesca de los com portam ientos. dado que la finalidad psicológica fundam en­ tal es hacerse ju sticia ante sí mismo. resu ltará. m ientras no surgió la joven ém ula. reducidas a puros valores sem án­ ticos precisos e inequívocos. sus sueños y vigilias. que no puede por m enos de h acer flam ear al m ism o tiem ­ po los colores contrarios. que no podrem os d e c ir que en ningún m om ento se hayan andado realm ente po r las ram as. sin que p o r ello le fuese m enos necesario—. de 128 que ningún a serto singular. de tales personas dom ina­ das po r el deseo de cargarse de razón satisface el pali on m ás exigente. al cabo. H asta el e rro r involuntario resu lta h a rto im proba­ ble. como una cam isa de fuerza. no trazan otro signo. por su mis mo c a rá c te r absoluto. en el sen­ tido de que no se les concede a las personas o tra dim ensión ni o tra figura que la que adquieren en la tram a en cuestión. sería de todo punto inadecua do ped irles q u e relajasen las cu ad ern as de su apre tada convicción. com o se suele. ninguna circunstancia que no ejerza su estricta determ inación causal. quedan subordinados funcionalm ente al todo. ninguna ramificación que no revierta al tex­ to m otivante y motivado. ni lo com e el lobo ni lo aborta la yegua». p o r debajo y al m ism o tiem po po r encim a de cu a lq u ier ley objetiva en que se la p retendiese su b su m ir y disolver. toda la am bigüedad circunstancial de in­ tenciones y designios. com o si se vengase de que haya así querido hacerse cerrado y absoluto. que se nos an to ja ría en principio la m ás n e u tra en lo que a tañ e a actitudes vudicantes. un alegato involuntario de que la sinrazón está en los hechos mismos. en concebirlo y p lan te ar­ lo a m anera de contienda (hay quien no conoce o tra iiK'ionalidad —solipsísticam ente im aginada com o una m isteriosa cualidad de las figuras cerebrales en »1 m ism as. ¿no es esto ap acen tarse de viento?». cuando lodo otro gozo ha sido acibarado. ¿No es ello. esa coherencia m ism a? La voluntad de d a r sentido se 130 identifica aquí con la voluntad de tener razón: el sen­ tido se erige. aparece invertida la relación entre facticidad y sentido. que había de ser justa­ m ente lo explicado. del destino del potro del refrán: «El potro que ha de ir a la guerra. p o r otra. Cuando no queda ningún dalo gratuito. los propios he­ chos son sus argum entos. A rrebatados de sus exis­ tencias p o r el violento viento del sentido. Nada de cuanto el gratui­ to acaso haya podido m aquinar jam ás (si es que acep­ tam os oponer. p o r u n a parte. Bueno es el viento cuando no hay otra cosa de qué ap acentarse: al m enos ten e r razón. que a b rie sen vías de agua en una nave tan bien encarenada y que han co n stru id o jus tam ente p a ra salv ar su s alm as del n aufragio en la m ar del sinsentido. que lo­ gra perfilarse únicam ente a través de sem ejante he­ chizo reductor. piezas blancas y negras en tablero blanco y ne131 . XVI. con el efecto de que la primera. independiente de toda concreta relación toiisubjetiva— que la de los ejércitos desplegados I u-nte a frente: sólo al form alizarse la b a ta lla consi­ dera llegada la verdadera claridad —aflorado a la luz ■lo que había en el fondo»—. el Acaso y el Destino) alcanza la tenebrosa g ratuidad. toda la m ultivocidad de lo real viene sacrificada en holocausto del sentido. cuando todo otro bien se ha hecho inaccesible. objetivados en puros valores funcionales en las entrañas de ese todo integrador. en razón. Lo que da qué p en sar es que p ara tal función ju ríd ic a vaya a elegirse ju s ­ tam ente la form a narrativa. por tanto. una señal de que tan sólo es ya viable y eficiente para « I alm a precisam ente la argum entación m ás p ri­ mitiva: aq u ella que consiste en a m a ñ a r con los disjfd a m em bra de la propia facticidad que nos rebasa v nos devora un artefacto idóneo p ara hacerle fren­ te o al m enos sobrevivir en su s en tra ñ as? D ar sem i­ llo consiste fundam entalm ente en d esp ejar la opacidad de lo que se padece p o r el recurso a una proyección y polarización. com o si no se cum plie­ re justam ente entonces la extrem a coagulación de las tinieblas): una neta y unívoca distribución de los pa­ íteles. E sta viene a s e r la te­ sis. Se p o d ría preguntar: «¿para qué ten e r razón?. en la c ru d a evidencia de que haya sido así. Pero la gratuidad se apodera entonces del sentido mismo. y. ¿Cómo pedirles poner en entre dicho la coherencia de un relato que han urdido y desplegado expresam ente p a ra te n e r razón y cuya fundam ental prem isa constructiva era. un testim onio indirecto de que se a fe rra a se r senti­ da com o un dato em pírico. c irc u la r y secunda­ ria. Y sin embargo.en tal contexto narrativo. com o un m ero soporte sensorial de su propia explicación: el qué no es ya m ás que el fan­ tasma o el ruido del p o r qué. queda desnaturalizada y conver­ tida en ilusoria. p o r sí mismo. en h a c er­ la resplandecer ante los propios ojos. de una m itologización de la facticidad. Adorno (Traducción castellana de José Ma­ lla Ripalda. la que consiste en la sim ple presentai ión de un papel escrito y ru b ric ad o ad h o c? ¿Quién si 110 la objetividad h a b ría p rep arad o p a ra sus pro­ pias víctim as ese precario m odus vivendi que con­ siste en a p acen tarse de viento. frente a la racionalización p o r el sentido. en fin. com o toda racionalización. Aquí lo sa­ tisfactorio de la im agen resid iría en a lu m b ra r la convicción de la propia ju sticia —y no puede pen­ sarse la ju stic ia sino donde hay sentido—. 132 Jeto una capitulación sin condiciones frente a ella. que d e sau to riz a r tales racionalizaciones con el re­ curso al a rb itra je de la objetividad sería p ed ir al su 8. en cóm pli­ ce y pro p ag ad o r de la propia ferocidad que la hosti9. Tan hum ilde es. desposeerlo de la últim a ventaja que a su vez se con­ cede en la propia transacción: la de h a c er fu n cio n ar esas ideas en un uso partisano. la resp u esta a la sinrazón que se padece. reimpresión. para que sobrevivan bajo su sa tra p ía ? La subjetividad viene a reprodu­ cir. sino que ha de co n sistir en alguna form a de transacción con ese m ism o m un­ do. el m edio narrativo seria precisam ente el instrum ento de elección para una tal hipóstasis sem àntica del propio acontecer. según esto.A. que lo con­ donaba a la destrucción. Y si el m ecanism o m itico fundam ental es la idea de la identidad de la persona. yo sostengo que son precisam ente las ideas de justicia y de sentido las que se tom an en p rèstito del m undo en sem ejante transacción. o. esto es. Ella marca a fuego al individuo como figura particular »uva». inclu­ so con la felicidad del todo. ¿Cóm o p rese n tar el principio de la objetividad. Madrid. de toda I.9 con lo que al cabo se convierte ella m ism a en reflejo y agente.is cosas: la necesidad de la marcha social del mundo. 1984. por tanto. 316-317) el siguiente magnífico —y terrible— pasaje: «Herido ilc muerte.grò. que. La idea de la racionalización es para mi gusto el único ha llazgo afortunado. y con la fuerza de la época sus palabras expresaban amli. S.ígs. XVII. en el que el alm a e n c o n traría una im agen m ás o m enos satisfacto ria de aquello que la oprim e. La n arrativ id ad se presenta. su racionalizada sinrazón.. su m itologizada irracio n alid ad . es un arreglo «dom éstico». no puede e n fre n ta r radicalm ente al sujeto con el m undo que lo oprim e —lo cual equivaldría a m an ten er el con­ flicto en toda su c ru d eza—. en el sentido psicoanalítico de la p a la ­ b ra :8 se construye con los propios elem entos de un conflicto un edificio capaz de au tosustentarse. si ha de sa tisfa c er su com etido. Su destino aparentemente aislado reflexiona el to d a Lo que antes fue designado con el nombre mitológico de destino no es menos mí­ tico en cuanto desmitologizado que la secularizada "lógica de las to s a s”. La experiencia que encierra no se re­ duce a la vulgaridad de que el principio de causalidad es universalmente válida La conciencia individual de la persona pre­ se n te en lo que le ocurre la interdependencia de lo universal. ni ha sido ya la objetividad m ism a la que ha incoa­ do. com o tal. el principio del «dura lex. que sim ­ plem ente refractado en el p rism a del lenguaje des­ pliega el espejism o del sentido. tal vez no se­ ria desacertado concebir la operación m itologizadora como una sem antización. y la negatividad del principio de una m archa del mundo que procede conforme a la necesidad. de la univocidad de su co n d u cta y sus designios todos. p. com o uno de los expedientes m ás com unes de racio­ nalización.« bizantina fantasm agoría psicoanalítica. leí en la Dialéctica nenativa de Theodor W. sed Lex». con su prim itivism o. Se trata. al menos mínimamente creíble. Era al comienzo de la Edad Moderna. Quince años después de escribir esto. ju stam en te la racionalidad de lo objetivo. Pero. Taurus Ediciones. Un tal principio es absolutamente incompatible con la felicidad. la m ás p u ram ente verbal de las racio­ nalizaciones. el condottiero Franz von Sickingen encontró para su destino las palabras: "nada sin causa”. sugerido e im puesto una tal regresión a la m ito­ logía? ¿Pues qué es ese «sed Lex» sino la m ás g ratuita V tautológica. 133 . con lo que nuestro plei­ to resu lta ría h a b e r sido com partido. XVIII. R eunida la co rte en juicio contra Dimna. la conciencia racional izado­ ra. en virtud de sus propios supuestos. com o allí se los llam a— que reco­ noce en el sem blante y en el a n d a r del acusado y que incluso describe y enum era a los presentes. conform e com únm ente se concibe. expresam ente —y aunque 135 . añadidos islám icos y h a sta cristianos. la que re­ produce el aco n tecer tal com o cotidianam ente se lo representa —se lo n a rra a sí m ism a— la conciencia inm ediata e irreflexiva. el cocinero m ayor funda su acusación en los m uy precisos y elocuentes índices escatológicos —o «señales». acogiendo en su seno. por tanto. o —dicho inversam ente— ratifica la propia m i­ tología en que esa realidad se tran sfig u ra para 134 hacerse sobrellevar po r la conciencia. com o un h o ri­ zonte y una atm ósfera común. que se asegura asi de que el circuito no quede in te rru m p i­ do en p unto alguno. únicam ente a la literatura. e scri­ ta en pehleví y a p a rtir de fuentes sá n sc rita s toda­ vía m ás antiguas. pues la verdad es que allí no se e n arb o la m ás que una ya viejísim a bandera. sería. pues. obra de origen indo-persa. La n a rració n o c u p a ría así. parece rem ontarse al siglo VI. y a despecho de toda su m entira. con lo que lo único que a la p o s­ tre. el realism o con­ firm a. sea de esto lo que fuere. frente a la lírica. y no sólo c ristia n a. com o la form a de la realid ad —. el p asa­ je que voy a tra n s c rib ir parece se r que estab a ya en las versiones m ás antiguas. Pues bien. pues. tan sólo en eso es­ trib a la razón de que se hable de «narración realis­ ta» y no de «lírica realista»: la narració n realista. p o r lo tanto. Pero en ellos. parad ó jica­ mente. establece la relación m ás explícita y direc­ ta entre tales «señales» y la idea de la predestinación. acto seguido se verá cóm o Dimna. en cuanto no repercute sino el fuero m ism o que los enhechiza. a l­ canza la n arració n una fisonom ía tan segura y defi­ nida que se nos llega a antojar como nacida para esta función racionalizadora. o sea. Cinco años después de e sc rib ir esta sem ana. eslabón de esa racionalidad. la racionalización que sem ejante conciencia se ha fraguado para sobrevivir en esa rea­ lidad. ya que no p e rte ­ nece. tal com o lo realiza esa conciencia. po r lo visto. sino necesa­ riam ente com ún a toda secta o religión que im agine la presciencia com o posible atributo de la divinidad. la que im ita al relato cotidiano.ga y obnubila. un ac ta de cap itu ­ lación. Ya la versión del n a rra d o r p a r­ cial es verdaderam ente una versión objetiva de los hechos. en el largo y lento viaje. a fin de de­ fenderse. en p rin c i­ pio. sigue teniendo razón en relatos sem ejantes viene a ser. com o ésta. Aunque h asta el XIII no llegará la obra al castella­ no. Apéndice El caso Dimna Ha sido sobrem anera injusto p o r mi p arte a p u n ­ tar toda la a rtille ría co n tra la ciudad del lago. concibiéndolas. cuya p rim e ra recopilación. y solam ente a través de las a d u an as del Islam . o. Es. todavía peor. por los distintos cielos de diferentes religiones. me en­ cuentro con el pleito en el Calila e Dimna. m enos histórica que la lírica m is­ ma. su parcialidad: ese incohercible gem ido de si­ bila que por d etrás de la m ordaza de todas las razones deja esca p a r el testim onio de la encu b ierta sinrazón. sino que se halla ya prefigurada y funcionalizada entre los m e­ dios cotidianos del rep re sen ta r —el e rro r e sta rá en considerarla. casi com o una form a natural. p o r esta circunstancia. un lu g ar de d istin ta condi­ ción en tre las form as del lenguaje. com o una for­ ma m enos cultural. et el juicio de Dios derecho es e sin tuerto. Et non m ande Dios que así »ca." Et dijo al alcalld al cocinero: "Ya lo oím os eso. Pues dinos las señales que vees en este lazrado. que le tenga pro. Et he me entre v u e stra s m anos. e tiene las cejas alon­ gadas e entre las cejas tres pelos. et yo só salvo de lo que me apusieron. m anifiesta cosa es que non h a b rá el religioso su buen galardón por el servicio que face a Dios. et to d as estas señales son en este lazrado apercebidas.” Dijo el cocinero: "F ulán dijo en los libros de los sabios que el que ha el ojo si­ niestro pequeño e guiña dél m ucho. po r facer p la­ cer a otros nin por o tra cosa. sabios e ricos hom nes. et las se­ ñales de la falsedat son m anifiestas en este mal andante. et que non son los hom nes bien an d an tes si non p o r las señales que son vistas en ellos. e tiene la nariz inclinada faza la diestra parte. et parad m ientes en lo que vos diré: ca los sabios non dejaron ninguna señal de los bue­ nos e de los m alos que la non departiesen. et si a los hom nes fuese dado p ornían en sus i uerpos las m ayores señales que ellos pudiesen’’. Et todo hom ne h ab erá galardón por lo que ficiere.» 137 . et el que m al face non se puede dello d e ja r nin puede e s ta r que lo non faga. et dijo: "Oíd. cuanto pudieres. m aguer puñe en bien facer. m aguer que peque. et de m ás que ha m ucho m ala fama.sea para im pugnarlas— bajo la pretendida cualidad de auténticos índices escatológicos: «Dijo Dimna: “ Di vos este ejem plo po r que non diga ninguno de vos lo que non sabe.” Fabló el cocinero m a­ yor fiándose en su dignidad. Et vos sodes sabios e m esurados en ra­ zonar. pues temed a Dios. nin ningunt m alfechor. et cree que non ha o tro m ás sa b er que el suyo. ca él cuida que non es ninguno m ás sabio que él. pues si to­ dos los bienes e los m ales que el hom ne face non son sinon por las señales que son en el homne. e cuando anda ab a­ ja la cabeza e cata en pos de sí. et pocos son los que las non conocen. et ya oiste lo que este dijo. et el que estas señales ha en sí es m esturero e falso e traidor. e le salta todo el cuerpo. et que 136 non es ninguno virtuoso. quel faga daño. pues oíd a mí. nin el que m al face non h a b rá pena por sus m alas obras." Dijo Dimna: "Por unas cosas judga el hom ne otras. pero vueltas hacia otro orden de respuestas. como en im a­ gen proyectada. no sólo en la ficción.El llanto y la ficción Sería preciso conocer m ejor la natu raleza psico­ lógica de la participación afectiva en lo fingido: «Sed qualis tándem m isericordia in rebus fictis et sceni cis?» «Lacrimae ergo a m a n tu r et dolores?» «Et hoc de illa uena am icitiae est. h asta el punto de que podría de*irse que todo su m ecanism o form al se reduce a esa fractura. el poem a en­ terro bascula sobre el «ay» que da com ienzo al vegundo verso. las m ism as p reguntas nos sirven a nosotros. y no la afección misma. ig­ noro si el texto holandés de Huizinga logró conservar el metro •llábico clásico del hai-ku (5/7/5). Segundo y tercer versos según esta versión y la italiana. en alguna m edida. es la efectiva inm unidad que en é sta d isfru ­ tam os la que hace que. esto es. o ni siquiera lo respetaba el ori­ ginal japonés. El poem a sen­ tim ental m ás em otivo que conozco es un hai-ku que dice así: Al sol se están secando los kimonos: ¡Ay. p ara tro n c h a rla acto seguido en el w gundo y tercer versos. p ara San Agustín e ra un caso de conciencia y com o tal lo re­ suelve. ¿Q uerrá d ecir que en ella se conserva lo esencial de aquello que nos hace llorar? De ser así ¿ q u e rrá d ecir que en los daños no fingidos no es a la m ás inm ediata percusión de su evidencia sino a la m ed iata y secu n d aria represen tación reflexiva a lo que hay que a trib u ir la facultad de prom over el llanto.2 En la m añana de la m uer1. en cuanto tal. 1948). ex­ presivos —y a u n literarios o sa ría d e c ir— el agente provocador cara c te rístic o del llanto. Tomado y traducido al castellano de la versión italiana de llumo ludetts. no p o d ría p erten e­ cer m ás com pletam ente al contenido. 139 . com o se ve. Tan sólo he de d e ja r aquí observado cóm o el e stric to llanto. Huizinga (Giulio Einaudi editorc. que sólo gracias a la 138 posibilidad de representarnos el daño. 2. de J.a representación p resta ojos al que sufre y figura til sufrim iento. La im agen m ás aproxim ada que se me ocurre para rep resen tar la form a del poem a es la ile que el poeta se lim ita en el p rim e r verso a presen­ tarnos una caña. Torino. expande su opresión. nos es dado acceder a un desahogo semejante? Que es la representación. por lo dem ás. es siem pre placentero. la cual. o. al q u e d a r el llanto sólo. m ás todavía que sensibles. Q ueda en pie la cuestión de cóm o sea posible que la ficción le sirva de acicate. sin el daño. lo que tam bién en los daños no fingidos de­ sencadena el llanto me parece algo em píricam ente «•vidente. sed quo uadit? quo flu it?». d rásticam en te tru n c a ­ do en dos m itades. las pequeñas mangas del niño m uerto!' El poem a está. 1. tal vez p o r eso son precisam ente los elementos sensibles. nos sea dado reg istra r su c a rá c te r plácente ro. Se d iría que la representación proyecta el daño com o im agen y. podría decirse que p o r m edio de ella nos desdoblam os en im agen ante n u estro s propios ojos. Preguntas tan fam osas com o antiguas. donde se le presenta una visión perfectam ente cotidiana: los kimonos. por consiguiente. podría ilu stra r m ás acertadam en­ te cóm o surge el llanto. sin que haya dado. El todavía de las pequeñas m angas m ovidas p o r la b risa des­ pliega po r reflexión ante los ojos todo el abism o del va no de los pequeños brazos m ovidos po r la vida. su desencadenador característico. entre el todavía-y-siem pre de la cotidianidad y el ya-no-y-nunca-jam ás de la tragedia. concretam ente. para saber lo que nos ha pasado. y se vuelve a m ira r por la ventana a b ie rta hacia el jardín. tiem po de elim in ar de la segunda serie el elem ento correlativo: el pequeño kimono. ¿Por qué no el propio cu erp o m uerto. a reproducir literalm ente. un padre. N ingún poe­ ma. el poem a se lim ita ¡i enunciar con la m ayor precisión y austeridad. esencialm ente literaria. ¿Cuál es aquí. ya­ cen o cuelgan desplegados al sol. dos series de elem entos biunívocam ente coordinadas: la que com ponen los propios miembros de la fam ilia y la que com ponen sus kim onos des­ plegados al sol. por ahora. no. el kim ono significa el niño y es el lu g ar de la represen­ tación. de ser cierto. puesto a se ca r al sol? El cu erp o es el niño y es el lu g ar del hecho. nos p odría a y u d ar notablem ente a com pren­ der el llanto en el teatro y la natu raleza psicológica ile la participación en lo fingido. por así decirlo. com o pretendo. m ediada y sustentada po r ele­ m entos sensibles y expresivos. y sí. Apéndice El caso José Cuando en el ensayo «La predestinación y la narratividad» in clu í en a p é n d ic e el caso Dim na. que yace todavía sobre el lecho. sensible y precisa discordancia cobra vivísim a expresión todo el con traste entre el antes y el d es­ pués. desvelados po r una larga noche de agonía. com poniendo. e n tre tanto. que ha crecido del todo sin que nadie la sintiese. a mi entender. tendidos el día anterior. con esa singular capacidad de los vestidos para represen­ ta r a las personas. en un desdoblam iento repre­ sentativo y siem pre por m ediación de una espoleta expresiva —sensible o verbal— es algo que. al percibir de pronto la c laridad del día. ahogados por la ola arro lla d o ra del sollozo —cuya irru p c ió n es indicada p o r el «ay»— que sube por el pecho a rom per en la garganta. alza los ojos. m as creo que. el propio acon­ tecim iento psicológico: no hay en él ni una sola gota m ás de litera tu ra de c u a n ta no contenga ya de suyo la propia psique hum ana. pero de pronto la a tu rd id a m irada es a sa lta d a por la im agen del kim ono del niño que acaba de m orir: los dos últim os versos no p o d rán ya se r dichos en voz alta. el m ecanism o de la reflexión? ¿En qué consiste la d esgarradora virtud expresiva del kimono? Hay. el kim ono que se ve por la ventana. o m e­ jor todavía. com o si el niño todavía viviera. p a ra 141 . La doble observación de que tam bién el llanto ante los daños no fingidos fuese en sí mism o igualm ente placentero y se viniese a pro­ vocar. ahora bien. en la prim era de las dos series causa de pronto baja un elemento. I tab lar aquí de eficacia literaria sería a trib u ir a este poem a algún ardid retórico que enfatizase la n a tu ­ raleza de los hechos m ism os. cóm o es la representación reflexiva. en cam bio. sigue allí todavía e n tre los de los que todavía viven. siem pre necesitam os un espejo. la superposición de las dos 140 series form a com o un palim psesto. ten dido cuando el niño todavía esta b a vivo. Todo llanto de com pasión es promovido a p a rtir de representaciones y toda re­ presentación se constituye sobre elem entos sem án­ ticos y expresivos y es siem pre. no me hallo en condiciones de aventurarm e m ás en este oscuro asunto. una especie de retrato fam iliar. en cuya repenti­ na.te. posibilitada. con un caso en que esa m ism a activación o producción de un c atalizad o r reflexivo pasa a se r subtem ática. al m enos en la acción de un determ inado personaje. la expecta­ tiva del lector. se habían vuelto tem áticos. La atrib u ció n al receptor confunde las de­ m asiado fáciles y casi siem pre falsas y b aratas iden­ tidades que suelen form arse a p a rtir de la atribución al em isor: la Biblia pertenece al O ccidente tanto com o A ristóteles al Islam . (La a trib u ció n de un objeto a una c u ltu ra y a unas gentes puede hacerse según el em iso r o según el re­ ceptor. sino que habían saltad o al eje de la significación (es de­ cir. otro desplaza­ m iento afín: el texto va a m eter en casa. y consiguientem ente. y po r lo tanto la sú b ita activa­ ción del catalizad o r reflexivo provocador del llanto. irreflexiva. sino tan sólo al del acontecer. ya no eran índices que fu n ­ cionasen en el eje de la com unicación (es decir. ah o ra nos vam os a encontrar. en que aparece aquí. hubo un desplazam iento: m ientras en el texto desde el que se rem itía al apéndice en cuestión los índices esca­ tológicos eran contem plados en su m anifestación concreta de juego de señales que corría entre el a u to r de una o b ra y sus d estinatarios. va a hacer tem ático. sino a m enudo tam bién la m ás rem ota en la h isto ria p e r­ 143 . describían. sin que im porte aquí aho­ 142 ra establecer si po r designio del poeta o po r la m ano invisible del destino). propuesto por el poeta. al objeto m ism o de ese tráfico). Pues bien. No era el a u to r quien cargaba allí a Dimna con unas señales de valor prem onitorio capaces de orientar. en el tráfico directo entre el em iso r y el receptor). algo que sólo a costum bra a ser tem ático del texto mismo. aunque en un sentido algo distinto. que no suele p erten ecer al m ovim iento interno del hacer. tan sólo porque ha parecido m ás fácil m ira r cóm o tiene que ver con él el que lo da es por lo que ha prevalecido casi siem pre la p rim era atribución. Mas no sería o p o rtu n o des­ cu id a r hechos tales com o el de que las figuras del león y el elefante —anim ales a frican o s— hayan lle­ gado a p e rte n ec e r a la m ás íntim a c u ltu ra de c u a l­ q u ier niño europeo no m enos de cu an to puedan p erten ecer a ella las del zorro y el lobo —anim ales europeos. en cam bio en el ejem plo del apéndice tanto los índices escatológicos com o su relación con la predestinación habían p a­ sado al in te rio r del texto. gratuita. casi fatal. padecido p o r el padre (el pad re se ve som etido a la p ru eb a de ver de pronto esos kimonos al sol. ya que no en la conciencia. encontraban. El caso. ¿Cómo p o d ría se r «orien­ tal» la Biblia. no sólo es una de las h istorias m ás antiguas en la h isto ria pública de la cu ltu ra occidental. reconocían. por d en tro de la historia. com o nuncios de un destino.ilu s tra r el asu n to de los índices escatológicos. Si en el hai-ku tran scrito en las páginas del texto la im prevista ap a­ rición de los kim onos ante los ojos del padre del niño que acaba de m orir. indeliberada. es tal vez único en la h isto ria de la litera tu ra y po r tanto un testim onio antropológico excepcional en la pureza de su inexplicitud: «Esto es lo que pasó y así lo cuento». el caso José va a suponer. esto es. sí. directa. espontánea. se convierte en objeto de una operación activa en la propia e n trañ a argum ental de lo narrado. inexplicable. pues tam bién quien recibe ese objeto y lo hace suyo tiene que ver con él. en cambio. consideraban e interpretaban señales se­ m ejantes y las hacían ju g a r explícitam ente com o ta ­ les índices escatológicos en su propia querella argum ental. si es el árbol del centro del bosque a cuya som bra se ha criad o el O ccidente entero d u ­ rante casi dos mil años? Recuerdo aquí estas obvie­ dades tan sólo p ara e n carecer h asta qué punto la historia de José. sino los propios personajes quienes. ya no p erten e­ cían al d e c ir sino a lo dicho. al m enos en la adm irable form a muda. aparece com o algo dado po r la situación. sobre la cual se va a a b rir el nuevo caso. es decir. el otro no vive ya»). y revelar. au nque sin m ás c o m p ro m is o q u e el d e u n a c o m p a r a c ió n form al—. y en funciones de suprem o intendente. José. cara c te ­ rizaron com o de peripéteia kai anagnorism ós). la de Jacob y Esaú. el m odelo o a r­ 144 quetipo com ún de todas ellas. así pues —po r e m p lear los térm in o s del biólogo. por u s a r el térm ino de la precepti­ va antigua. 3 del Génesis. de paso. tam bién fue dejado a trá s y convertido en arqueología hace tal vez unos doscientos años.sonal de cada uno de sus m iem bros. perdido éste. juega. E xtractaré todos los pasos de tan ex trao rd in ario y ap arato so recono­ cim iento. José finge que­ rer asegurarse de sus palabras y los conmina a que traigan a Benjamín: que uno de ellos vaya a buscarlo. finge sos­ pechar de ellos como espías que hubiesen venido a reconocer las defensas fronterizas del Im perio con­ tra las rutas nóm adas del Sinaí. lo que ignora: que el padre vive to­ davía y que Benjamín está con él. y por lo tanto la h isto ria p o r excelencia. p ara los oídos infantiles. y no de tradición. el del «reconocim iento» o anagnorism ós (ya que la h isto ria de José es. la de José y sus herm anos. Apremiándolos a preguntas. al m enos h asta los hom ­ bres de mi edad. lejos de darse a conocer. 3. lo que dem u estra sin m ás su c a rá c te r de re­ liquia. José se hace decir lo que ya sabe: que son de Canaán. com o la de Abraham e Isaac. Creo que. 4. un ejem plo perfecto del tipo de narració n que los a n ti­ guos. Entre los extranjeros que se posternan ante él para pedirle trigo. y. y sobre todo. com o la Odisea. la caja en que nos son entregadas todas las historias. tanto en la filogénesis com o en la ontogé­ nesis. y de momento los manda m eter a todos en prisión por 145 .) ¿Qué hay. respecto de los castellanos de hoy. m uchísim o m enos que La Chanson de R oland p ara un francés de hoy o El Cantar de Mío Cid p ara un castellano de hoy. en cuanto al personaje mismo. por supuesto. han de ser precisam ente h istorias «orientales». el único de sus hijos que es más joven que José y al mismo tiempo el único que. ministro del faraón. Por el contrario. cada uno de los cuales term in an con uno de los tres llantos de José: 1. El poem a fue publicado por p rim era vez trescientos años después de la introducción de la im prenta en España. am bos inclusive. pues. Es para cu a lq u ier europeo lo m enos exótico de este m undo. Venidos los años de la carestía. y no sé si A ristóteles por p rim era vez. que halló m ás larga vida en los rom ances. sin resp e tar los capítulos de la Biblia y di­ vidiendo este resum en en mis propios tres apartados. por ser la m ás sugestiva. pero ellos no reco­ nocen a José y éste. pues sería com pletam ente artificioso conceder al Mío Cid. al parecer. con José? El episodio que me pro ­ pongo co n tem p lar es el del reencuentro de José con sus herm anos. El episodio com prende desde el versículo 42. vende a egipcios y extranjeros el trigo alm acenado durante los siete años de abundancia. que han sido doce herm anos («el más pe­ queño quedó con nuestro padre. José re­ conoce a sus diez herm anos mayores (Jacob ha rete­ nido consigo a Benjamín. 6 h asta el 45. o. y los helenos no dejaron de ejercitarse en los poem as hom éricos desde la es­ cuela m ism a. las que ven­ gan verdaderam ente a o c u p a r entre nosotros un lu­ g a r sem ejante al que ocupaban la ¡liada y la Odisea entre los helenos. m ientras los otros nueve quedarán como rehenes. le queda de Raquel). o sea. cosa que no puede ciertam ente d ecir­ se de los castellanos de hoy respecto del Mío Cid. un lugar sem ejan­ te al que cabe conceder a los poem as hom éricos res­ pecto de los helenos de mil años después de Homero: la tradición no depende de un vínculo nom inal. 2. al m enos ya en la segunda m itad del siglo XV. sino de un ejercicio cotidiano. p odrían contarse por m illones los «occidentales» que reconocerían conm igo en esta dulce h isto ria la p rim era narració n que han conoci­ do —h asta el punto de que el m om ento de su recep­ ción yace olvidado en la niñez inm em orial—. no quiere acep­ tar de ningún modo la idea de dejar m archar a Ben­ jamín. Al cuarto día. de quien me habéis habla­ do?». la gran culpa que com etieron contra él veintiún años atrás. 16. alfónsigos y alm en­ dras. fleuit»). vive todavía». sin esperar respuesta. le contestan. está bien. no sabiendo a qué ate­ nerse sobre aquello. A menos que no haya que pensar en una transmisión helena. cavilando entre sí que esto de ahora es como un cas­ tigo. puesto al corriente de los sucedido. más probablemente. Aquí el texto dice li­ teralmente: «Se apresuró José a buscar dónde llorar. pero. logra convencer a su padre para que lo deje marchar. ponién­ dose por responsable de Benjamín. Los hermanos. tragacanto. se vuel­ ve al propio Benjamín y le dice: «Dios tenga m isericordia de ti. 10. astràgalo. láudano. 22.] 8. Jacob. manda apa­ rar y se sienta a com er en otra mesa. el primogénito. 9. y nosotros contestamos según las preguntas. por si ha habido algún error. y que queden en paz a este respecto. puesto que él ha recibido el pago a su debido tiempo. [Segundo llanto de José. 147 . quia conmota fuerant uiscera eius super fratre suo. 18. los hermanos encuentran sus dineros en la boca de los costales y. la doble ración de honor que los helenos servían al comensal más importante. frente a sus her­ manos. 6. que les ha ve­ nido hablando por medio de intérprete. por tem or al m inistro del faraón. pregunta. vuelve el hambre a la casa. secretamente. tiene que apartarse para que no lo vean llorar. José. Ellos re­ celan de tan extraño tratam iento y. hablan de ello al mayordomo. ¿vive todavía?» «Tu siervo nuestro padre. ¿está bien?. Al fin Judá. [Primer llanto de José. José cambia de acuerdo: ahora van a ser nueve los que vayan a por Benjamín y sólo uno el que se quede como rehén. reprimiéndose. se recuerdan los unos a los otros. Se manda traer también a Simeón y al fin entra José y ellos se postem an ofreciendo los presentes. De cam i­ no para casa. hijo mío». se resisten a hacerlo sin llevar consigo a Benja­ mín.espacio de tres días. ¿Sabíamos acaso que iba a decirnos: "Traed a vuestro hermano”?» 14. 19. (Nota de 1991). delante de José. 12. y entrándose a su cám ara lloró» (Vulgata: Festinauitque. pese a su extrañeza y a su falta de justificación. se llenan de temor. y Jacob les dice a sus hijos que vayan otra vez a Egipto. m anda que les pongan de nuevo el dinero en la boca de los costales y que en el de Benjamín pongan tam3. el introiens cubiculum. afligidos por la situación. les dice a los demás: «¿No os advertí yo diciéndoos: "No pequéis contra el niño”. en el autor del texto bíblico. José se lava la cara y. 17. temiendo alguna cosa a causa del dinero encontrado en la boca de los 146 costales. «¿Es éste vuestro herm ano menor. Rubén. sin embargo. fingiendo no conocer su lengua. junto con el dinero para el trigo nuevo y un presente de miel. Vuelve José y se queda con Simeón como rehén mientras los otros parten hacia su tierra. Ellos contestan: «Aquel hombre nos preguntó insistentemente sobre nosotros y nuestra fa­ milia y nos dijo: "¿Vive todavía vuestro padre? ¿Tenéis algún otro herm ano?”. Una ración más abundante: cosa que sugiere la posibilidad de una temprana influencia helénica. acabando de deponer sus suspicacias y aceptando. José ve venir a sus herm anos con Benjamín y manda que les dispongan un banquete. pues se le conmovieron las entrañas a causa de su her­ mano. Acabadas las provisiones. ya sea en los egipcios. la idea de aquel convite. pero éste los tranquiliza diciéndoles que es Dios quien habrá puesto ese dinero en los costales. y no quisisteis escucharme?» 7. de quien me hablasteis —les pregunta José—. ya. ellos. Benjamín recibe en la mesa un trato de favor3 y todos los hermanos de José se alegran y se confían de nuevo durante la comida. pues coincide con la geras. 15. «Vuestro anciano pa­ dre. mientras los egipcios presentes se sientan en una tercera (las costum bres egipcias prohibían sen­ tarse a com er en la misma mesa con los extranjeros). y Jacob manda que vuelvan a llevar el dinero encontrado en la boca de los costales. José. camino del pa­ lacio. Jacob dice: «¿Por qué me habéis hecho este mal de dar a conocer a aquel hombre que teníais otro hermano?» 13. Cuando ya se disponen a partir. et erumpebant lacrymae. 21. 11. 5. José alza los ojos y mira a Benjamín (Benjamín tiene entonces vein­ ticinco años y José tiene treinta y nueve).] 20. sino en una más arcaica tradición cultu­ ral común. su padre m orirá”.] H a sta aq u í el largo ep iso d io del reco n o cim ien to de Jo sé y su s h e rm a n o s. 30. y que éste se vuelva con sus hermanos. el uno salió de casa y seguram ente fue devorado. el número de éstos es reducido a once. 27. 149 . en vez del joven. pues no podemos presentam os a ese hombre si nuestro hermano no nos acom paña”. 23. Tu siervo ha salido por responsable del joven al tom arlo a mi pa­ dre. [Tercero y último llanto de José. Ahora cuando yo vuelva a tu siervo. La v ieja y fa m o sa c u e stió n es p o r q u é se m o n ta a q u í to d o este esp e ctácu lo . toma aparte a José y le dice unas palabras que es preciso transcribir: «Por favor. 24. ¿Cómo voy a poder yo subir a mi padre si no llevo al niño con­ migo? No. no veréis más mi rostro”. Tú 148 dijiste a tus siervos: "Traédmelo. para una familia que habría que cal­ cular en más de cien personas. y su padre le ama mucho”. viendo que ya no puede contenerse más. fiador de Benjamín ante su padre. dejando a los demás en libertad. Te nía éste un hermano. como mandan los cánones de la narración —véase «La predesti­ nación y la narratividad» en este mismo volumen. aun a costa de la verosimilitud. o sea. José los reprende y confirm a la deci sión del mayordomo: Benjamín habrá de quedarse como esclavo.31. por un máximo de unos 600 kg de grano —que suponen. nuestro padre. que yo pueda verle”. clama por fin: «¡Yo soy José! ¿Vive mi padre todavía?». y cuando mi padre nos dijo: "Volved a bajar para comprar algunos víveres”. del mismo modo que. si le deja. Habiéndoles dado apenas tiem po para salir de la ciudad. pues resulta poco creíble que por sólo once costales de tri­ go. mi padre. 28. Mi señor ha preguntado a tus siervos: "¿Tenéis padre todavía y tenéis algún otro hermano?". no puede el niño dejar a su padre. 25. m orirá. nuestro padre. diciéndoles: «¿Así devol­ véis vosotros mal por bien?».bién su propia copa de plata. Nosotros te dijimos: "Mira. haréis bajar mis canas con dolor al sepul­ cro”. La copa es encontrada en el costal de Benjamín (costal que. Los hermanos no entregan a Ben jamín. omnisque domus Pharaonis"). en cuanto vea que no está. si me arrancáis también a este y le ocurre una desgracia. gran parte de ellos por el desierto septen­ trional del Sinaí). naturalmente. 29. grita a los egipcios presentes en la sala: «¡Salgan todos! ». Pero tú dijiste a tus siervos: "Si no baja con vosotros vuestro hermano menor. a no ser que vaya con nosotros nuestro hermano pequeño. en gracia a la mayor efectividad retórica que supone establecer una correspondencia biunívoca entre herm anos y costales. Quedan a solas José con sus hermanos. pues no lo he visto más. que no vean mis ojos la aflicción que cae­ rá sobre mi padre». pues. señor mío. Judá. que m urió. se emprendiese una expedición de unos 350 km como los que median entre Hebrón [?] y Tanis. Cuando su­ bimos a tu siervo. pues eres como otro faraón. se­ guros de su inocencia. 26. Tu siervo. entre ida y vuelta. sino que vuelven todos juntos a presentarseante José. no más de veinte días de pan—. El mayordomo acepta la propuesta. le dimos cuenta de las palabras de mi señor. se ofrecen a ser registrados y a que m uera aquel en cuyo costal sea encontrada la copa de plata. de cuya vida está pen­ diente la suya. José. Permíteme. José m anda a su mayordomo que dé alcance a sus herm anos y los acuse del robo de la copa. y nosotros contestamos: “Tenemos un padre anciano y tenemos otro hermano. y él. Los hermanos. hijo de su ancianidad. esto es. y ha quedado sólo él de su misma madre. que quede tu siervo por esclavo de mí señor. si no va con nosotros el joven. de quince a veinticinco días de camino. rompiendo a llorar. y tus siervos habrem os hecho bajar en dolor al sepul­ cro las canas de tu siervo. señor. le con­ testamos: "Ño podemos bajar. 110— es registrado en último lugar. que pue­ da decir tu siervo unas palabras en tu oído sin que contra tu siervo se encienda tu cólera. pero rebaja la condición a retener como esclavo al que sea hallado culpable del hurto. seré reo ante mi padre para siem pre”. y ha dicho: "Si yo no lo traigo otra vez. nos dijo: "Bien sabéis que mi m ujer me dio dos hijos. «Lloraba José tan fuertem ente —dice la letra del texto— que lo oyeron todos y lo oyó toda la casa del faraón» (Vulgata: "Eleuauitque uocem cum fletu: quam audierunt Aegyplii. pág. mi padre. a diferencia de los de éste. com o si el calde­ ro dijese todo lo que el resonante y desbordante co­ razón de E uriclea tiene que c a lla r). c o m o u n a b a la d e f u s il e x ­ presam ente p rep a ra d a p ara su corazón. sino una im agen espontánea e im previsiblem ente ap arecida a los ojos del rapsoda. Y no ha dejado de haber quienes han pretendido «racionalizar» de manera semejante la conducta de José. tras la pantalla de su incógnito. a vueltas. el momento de darse a conocer. reconoce de pronto al am ado de su juventud en un m endigo que su propio cochero aca­ ba de d e rrib a r de un em pujón sobre los adoquines m ojados p o r la lluvia. en la so rp re sa y la dicha de tan inesperado reco­ nocimiento. deliberadam ente dirigido al sen­ tim ie n to d e l le c to r. sin m ás significación que la de poner en peligro el in­ cógnito de Ulises ante su m ujer. convertida ya en m arquesa por un m atrim onio de conveniencias. en cierto modo. asi como de todos los demás. en realidad la des­ truyo y la falseo. achacándola a alguna motivación afín (un de­ seo de poner a prueba a sus hermanos y de someterlos a una es­ pecie de benigna punición). para no contradecir la voluntad de Ulises de mantener su incógnito respecto de la propia Penélope —presente en ese momento en otro punto de la sala—. ni el am a ni Ulises parecen ser. están completamente equivocados. po r el solo hecho de señalarla. cóm o en este ejem plo de la Odisea. y los reencuentros entre allegados separados d u ran te largo tiem po pa­ recen las ocasiones m ás propicias p ara tra e r consi­ go efectos emotivos. llega a to car con la m ano la cicatriz de la rodilla de éste. en cam- 150 paso. com o a la propia E uriclea se le ha escapado de las m anos el pie de su señ o r (y po r eso yo mismo. será sólo para el lec­ to r para quien el caldero actúe com o resonador em otivo del reconocim iento. se le ha escapa­ do la im agen del caldero golpeado y derram ado. para evitar que el am a se la viese—. la vieja am a de Ulises. La a b so lu ta sobriedad. que ha tenido buen cu id ad o de ponerse en la pen u m b ra d u ­ rante el lavatorio. reconociéndola al tacto —y a despecho de la precaución del héroe. con toda alevosía. suelta de pronto el pie de Ulises. ya atacando artificiosam ente la propia situación con los ácidos corrosivos de un con­ traste producido por las vicisitudes respectivas de los años de la separación (como cuando la am ada. aho­ ra. Tiene que callarlo. de 4. pero. están bien claros: es para poder cum plir los designios estrictam ente «racionales» de espiar. se falsea y se destruye cu a lq u ier cosa sim plem ente nabio. Pero si Ulises aplaza. tañe las cam panas del reconocim iento (así cuando E uriclea. desde las m ás bu rd as y artificio ­ sas hasta las m ás sutiles y veraces. al igual que José. de su propia em oción con los sucesos. y el pie va a d a r co n tra el borde del caldero de bronce y el bronce resuena y el caldero se vuelca y toda el agua se d erram a po r el suelo de la sala. ya cuando es la propia n a tu ra le ­ za inerte la que. en todo caso. a mi juicio.Por su p u esto que toda la litera tu ra está poblada de toda clase de insidias para a te n ta r co n tra los la­ crim ales del lector. los pacientes o receptores de tal representación: para ellos la cosa se queda en un incidente fortuito. sus motivos. su espan­ tosa venganza contra los pretendientes. en un incidente fortuito.4 Y nótese. de m anera a la vez tan fortuita e inevitable com o el propio incidente re­ latado: al rapsoda le ha sobrevenido. salvo del porquero y de Telémaco. im ­ provisado m ás a rrib a — y le vienen de que no ha sido conscientem ente excogitado p o r el poeta com o un artificio emotivo. a diferen­ cia de lo que p asab a en el hai-ku y en el ejem plo de José. la disposición y el com­ portam iento de Penélope y preparar. cuando in ten tab a acercarse a pedir una lim osna a aquella a quien no ha llegado a reconocer a su vez en la elegante d am a que des­ cendía del lando p ara e n tra r en el teatro de la ó pera a ver el Rigoletto). y. en principio. la credibilidad del episodio del caldero ju stifican el m ayor prestigio litera rio de que ha venido gozando la Odisea —frente a obras como las que podrían con­ tener episodios com o el de la dam a y el mendigo. lo m ism o que. 151 . el q u e una y o tra cosa sean absolutam ente hueras en cu an to explicaciones no afecta en m odo alguno p ara que signifiquen el m ás cabal reconoci­ m iento del c a rá c te r de g e n itu m que. se presen ta m ás bien com o una afirm ación de ser. de la pala­ bra. en un principio. si es cierto que en las lenguas pueden llegar a en­ tra r térm inos artificiales o de jerga (vigentes.cida. receptiva. que la exigen­ cia de una pura receptividad. de escu ch ar el sonido de los he­ chos m ism os —y nada im porta que sean im aginarios para que tengan su propio sonido— y no una esp ú ­ rea voluntad de m eter ruido con ellos. salvo que. p ara la obra e scrita o fijada literalm ente en la m em oria. que yo sepa. se presenta en cam bio com o una afirm ación de deb er ser. en ocasio­ nes. po r p arte del poeta. Por supuesto. m ientras para la form a lingüística. com o exigencia ineludible. Tan sólo puedo a p o rta r indicios o su­ posiciones. ha de ten e r la literatura. 4)— vale tanto p ara la fo rm a lin ­ güística com o para el pro d u cto lingüístico. p o r el co n trario p ara ponerlo de un p roducto que se p retenda g e n itu m no c ab ría lal posibilidad: si pudiese inventarm e a d h o c un ejem plo de un pasaje g e n itu m . n o n fa ctu m » dice el verbo. como d eb e r ser. se postula para la literatura ven­ d ría a ap licarse de m uy d istin to m odo y en un plano diferente respecto de como. d e m o stra ría la posi­ bilidad de fabricarlo. re b a sa r unos límites superficiales: por el contrario. para el producto lingüístico. lo que e n tra ría en co n trad ic­ ción con la pretendida diferencia y vendría sin m ás ¡i desm entirla). haciéndolos chocar deliberadam ente. a una específica voluntad de sentido del a u to r 153 . ni m ás ni m enos. acerca de ello un m ito y una expresión tan vaga que resu lta perfectam ente inútil: el m ito es el de la M usa y el térm ino es el de «inspiración». qué lo g e n itu m . y por lo tanto al que se pone en una actitu d pasiva. ine­ vitablem ente. sino porque eso es lo q u e ocurrió (y ya he dicho que no im porta que sea sólo la fan ta ­ sía del rapsoda el lugar donde ocurrió). En efecto. p ara las lenguas. En el epi­ sodio del caldero se siente la sola y pura voluntad. solam ente en el habla). al tra ta rla com o si fuese fa b rica d a ). y esto —por u sa r dos de los térm inos de la doble dicotom ía de Karl B ühler (Teo­ ría d el lenguaje. H asta el m om ento apenas hay. com o d eb e r ser. lo que co m p o rtaría. inventado a d h o c ). «G en itu m . (Y h asta qué punto el sonido de los hechos m ism os puede llegar a rebelarse. que apenas pasan de s e r puras m etáfo­ ras: que lo g e n itu m se ría algo que p o r sí m ism o se presenta a la atención del que m eram ente escucha el sonido de los hechos. afortunadam ente. una voluntad activa —en el sentido de no au to m ática— de expresión. m ientras lo fa c tu m resu ltaría de una m anipulación de los hechos deli­ beradam ente dirigida por una voluntad de m eter rui­ do con ellos. I. pero no podríam os en cam bio d e sc rib ir cuál pueda se r el q u id diferencial que distingue el proceso de lo g e n i­ tu m (y nótese de paso cómo. o qué proceso específico del alm a y de la m ente es el que puede d a r lugar a lo uno o a lo otro. se pos­ tulaba de la lengua: en la literatu ra hay siem pre. Sin embargo. el c a rá c te r de g e n itu m que. sin duda reconocer y d e sen m a sca rar com o tales las m anipu­ laciones m ás b u rd as y ro tu n d as (así con el ejem plo de la dam a y el mendigo. El episodio del caldero no es m ás fidedigno porque esté m e jo r in ven ta d o . como en el caso de la dam a y el m endigo: los hechos no suenan m ás que a lata cuando se los agita para m eter ruido con ellos. y p o r eso resu ltaría extrem adam ente a rd u o a se n ta r un c riterio de p rin ­ cipio para d ilu c id a r en cada caso qué es en ella lo 152 fa ctu m . en la invención literaria cabe un grado m uchísim o m ás grande de m anipulación. Nos es dado. de una esencial p asi­ vidad po r p arte del literato. m ientras p ara poner un ejem plo de algo fa c tu m he podido re c u rrir a una in­ vención in p ro m p tu . el credo de Nicea. la m anipulación de­ liberada no puede. con valor de ser. Tampoco sirve la idea de la espontaneidad. al reconocim iento de José con sus herm anos. tan extraño al a rb itrio del sujeto com o al a rb itra je de la norm a (arb itrio y a rb itra je que tal vez vengan a co in cid ir m ás o m enos. con toda la espontaneidad del m un­ do. estarían igualm ente lejos de aquella fundam ental pasividad). no puede hoy sonarnos m ás que a lata. Volviendo. respec­ tivamente. perfectam ente. le confiaba sólo a él la llave p ara acced er a ella?. con el fundam ento de cada una de las dos actitudes que han dado en llam arse «rom anticism o» y «clasicismo». pues si un recono­ cim iento com porta com únm ente un papel digam os activo y otro pasivo —reconocer y se r reconocido—. Así. adem ás de concederle la ventura de recobrar a su padre y sus herm anos. he aquí que a José se le concedía el privilegio de re­ tener en su m ano com o activo y voluntario tam bién el segundo movimiento. porque la volun­ tad de m eter ru id o es al m enos tan esp ontánea en el hom bre cual pueda serlo c u alq u ier propósito de g u a rd a r ese silencio pasivo y receptivo que trad icio ­ nalm ente se h a querido rep re sen ta r con el térm ino de «inspiración» o con el antiguo m ito de la Musa. a Espronceda. pues. Lo m ism o el térm in o de «inspiración» que el mito de la M usa reconocerían —o deberían reconocer— 5. com o era recobrar a los suyos después de veintiún años de 155 . m o­ desta e im provisada cotidianidad en que las azaro­ sas circunstancias han venido a proponerlo. De la «Desesperación». habíam os quedado en que la pregunta era po r qué se m onta allí un espectáculo tan a p a ra ­ toso. No es difícil que con respecto a ella se nos o c u rra al in stan te la idea de una genuina ceremonia. El com ponente del banquete —característica institución cerem onial— vendría ya por sí m ism o a reforzar una interpretación así. actitudes que. receptivo. sino in stau rad o p o r m edio de convenciones o de reglas (como si algo de índole ju ­ rídica y form al fuese capaz de g a ra n tiz a r el silencio necesario p a ra el surgim iento de lo genitum ) se re­ solvió a menudo. la ju s ta rebelión del rom anticism o contra un si­ lencio no m eram ente postulado com o actitu d litera ­ ria inexcusable. lo único que se llega a perci­ b ir es la denodada voluntad del poeta de m eter ru i­ do a viva fuerza. a un e n trech o car de latas vacías las unas co n tra las otras./y allá un se p u ltu re ro /d e tétric a m irad a/co n m ano desp iad ad a/lo s cráneos m ac h a c ar». además. convirtiendo ese ser recono­ cido en un darse a conocer. hallar una justificación plau­ sible a la necesidad de cerem onia: la p ropia m agni­ tud del acontecim iento p o d ría c o a rta r en el alm a de José todo im pulso de despacharlo con la sobria. ¿Cómo to m a r en las m a­ nos sin tem or y reverencia las llaves de la dicha? ¿Cómo u s a r de un privilegio sem ejante sin el sag ra­ do respeto que un don de Dios tan inm enso.es algo que se podrá observar del modo m ás escanda­ loso en el caso M anrique. 154 el c a rá c te r esencialm ente pasivo. porque el resabio es en el hom bre una segunda naturaleza. sino com o que Dios. cuyo atestado puede leerse en este m ism o volumen —páginas 213-215—. obligando con sus propias m anos a ese presunto sepulturero a m achacar con esa m ano presuntam ente despiadada tales presuntos cráneos. po r qué llega a a rm a r José un tinglado sem e­ jante. Por otra parte. poema atribuido. La hiperbólica gratu id ad de la im agen p resen tad a destruye la m era aparición de esa m ism a imagen. ¿cóm o podía in te rp re ta r el hecho de no ser re­ conocido por ninguno de sus diez herm anos.5 E sta tan evidentem ente fabricada tru cu len cia no puede hoy prod u cirn o s m ás que risa. del pro­ ceso del «trovar». en la m ás deliberada voluntad de m eter ruido: «Me gusta un cem e n te rio /d e m uertos bien relle­ n o /m an an d o sangre y c ien o /q u e im pida el respira r. de nada sirve la idea de la espontaneidad. sin suficiente cer tidumbre. Cabe. una tal fabulación. en tal sentido. de­ jándolo en suspenso hasta el m om ento en que llegue a ser el aire m ism o el que se colm e y se desborde po r sí solo. ¿qué son. De esta m anera. aunque. p u e s ya la s im p le fir m a d e u n 157 . los a p a r­ ta de sí. a su vez. bajo el caudal del agradecim iento. E l ca rism a de la reale­ za. a b u ­ sando de su incógnito. y a sem ejanza de los dioses. que se an uncian de lejos con enigm as turbadores. un aparato sen sib le que el h o m b re se o r­ ganiza para p resta r una im a g en o sten sib le o m á s e x ­ terna e im p re sio n a n te — c o m o a m a n era de un [ resonador— a a quello que. p u es nada afecta en lo que a q u í nte im porta que sea o deje de ser cosa d istin ta del traI je nuevo del em p era d o r]. el p ro ­ pio Tantum ergo registra e x p líc ita m e n te la invisibilidad in h eren te al sa cra m e n to fv de paso nos va a proporcionar las palabras que necesitam os para nues! tro asuntoj. La cerem onia ha de ser todo lo grande que tan inm enso reencuentro se merece. que ha dispuesto este reencuentro. al in h ib ir y reten er el paso capaz de com pletarlos. Pero. I no de u n sim p le m arco sin o de u n a u té n tic o in g re­ diente. C om oquiera que sea. así pues. p ara hacerse m ás solem ­ ne. ser o llegar a se r —ya sea a la vez. la ce rem o n ia se nos p re­ senta a q u í c o m o supplem entum para el sensuum defectus propio del carism a. necesita proyectarse en I el fa stu o so aparato sen sib le de la cerem o n ia de la I coronación. sin o de algo q ue co n stitu ye una parte necesaria del sa cra m en to m ism o . se h u rta a una I co m p ren sió n satisfactoria. al fin. las cerem o n ia s? Pueden. es decir. pero m e parece 156 que en tre sus m o tivo s p rin cip a les está la necesid a d tic proyección. el que pretendeI ría prestarle el aparato sensible de la cerem onia. p o r pasar a un eje m p lo m á s p ro fa n o [y sea cu á l fuere su naturaleza. (Pero. cu a n d o dice p raestet lid es supplem entu m /sen su u m defectui. respecto de d e te rm in a d o s e lem en to s I esenciales del ritual. lejos de la ciudad.separación. interponiendo y orques­ tando en tre el m om ento de reconocer a sus h erm a­ nos y el acto de d arse a conocer a ellos la aparato sa tram a de su gran fabulación. José no siente e sta r m ás que co rres­ pondiendo a su s designios al a b u sa r de la ventaja de su incógnito para p a ra r el suceso en su m itad. rehusando la repentina e inespe­ rada cercanía que el a z ar le ha presentado. sin duda. José pare­ ce m erodear invisible en am plios círculos en derredor de sus herm anos. se tom a toda la d istancia del alcance del son de sus trom petas y sale a em pezar afu era de las p u e r­ tas. ju sta m en te. de a rro ja rse hollando y atropellando sin unción y sin cautela sobre la gran felicidad. La ce rem o n ia seria. pues todo en­ tero te lo doy»—. dada la p ec u lia r a m b ig ü ed a d del tipo de necesaried a d q u e lo caracte­ riza. Pues­ to que Dios. p o r no a b u n d a r o carecer del todo de apariencia m a n ifiesta . p o r lo dem ás. al igual que el cortejo. salvo que. M as ni siquiera hace falta rem o n ta rse h a sta la rea leza . detiene el cu rso de los hechos. recom endaba y m erecía? El alm a de José tiem bla y se paraliza ante la sola idea de irru m p ir profanam ente. ya sea por sep a ra d o— m u c h a s cosas diferentes. para poderse ir aproxim ando poco a poco. será la propia fides la que requiera un n u evo supplem en¡ tum para rem ed ia r ese sensuum defectus. le ha concedido tam bién la facultad de d irig irlo y adm i­ nistrarlo a su albedrío —com o si le dijese: «Organi­ za tú m ism o este acontecim iento: sé tú m ism o el que trace su figura. harto d ifíc il —y au n tal I vez a b stru so — de e x p lic a r o definir. particular. parece que no se Dataria. E l sa cra m en to es el mo1 ilelo de a quello que necesita ce rem o n ia a causa de | la Índole e se n cia lm en te invisible d el carism a. E n­ frentado. I al m en o s en los sa cram entos de la Iglesia. con la responsabilidad de d a r al acontecim iento toda la solem nidad que se merece. según tu beneplácito. con señales que el hom bre no com prende. de u n supplem entum m e ra m e n ­ te ilu stra tivo o sugestivo. que. en este aspecto . y es este I nuevo supplem entum . Está claro que ya la mera exigencia. así la concepción mágica estaría. en cambio. lugar a pintorescos equívocos o am bigüedades en las relaciones entre pueblos de culturas diferentes. llamarle «sacramento profano» me sonaría ya un tanto violento.d o c u m e n to tie n e e l m á s r ig u r o s o c a r á c te r s a ­ cram ental. para los actos y palabras que com ponen el elem ento m aterial sensible. La extensión de un documento jurídico podría perfectam en­ te llamarse «sacramento civil». en que se fundan. Conviene ahora. se trata a prim era vista de una diferencia de m atiz [o. aunque no lleguen en esto a un rigor verbal tan ex­ trem oso com o para a firm ar que esa sim ple om isión sea capaz por sí sola de invalidar el sacram ento. ha dado. señalar una interesan­ te diferencia en la interpretación del elem ento sensi­ ble o ingrediente m aterial del sacram ento. objetivista—. com pletam ente de acuerdo con la concepción cristiana en reconocer que no surge el carisma bautism al si no se enuncian las palabras «Yo te bautizo en e l nom bre del Padre y del Hijo y del Es­ píritu Santo». Para la concepción mágica —siem pre rigu­ rosamente m aterialista. com o se decía antaño. p o r lo menos. a la exigencia. con todo. todos los actos de disposición]. por el contrario. de hacer cristiano a un niño — no «cristianan». no producen por s í m is m a s n i p o r ta n en s í m is m a s e l c a rism a bautism al—> porque precisan del concurso de la in­ 159 . pero si que podría delim itarla negativam ente una com pa­ ración con la interpretación mágica de ese m ism o elemento. para la concepción m á­ gica. donde es de notar cóm o los propios cristianos hacen hincapié en la recom endación de que no se om ita el p rim er «y» [«del Padre y del Hijo»]. pero lo que acaba por colocarlo en una posición com ­ pletam ente equívoca y sólo abstrusam ente defini­ ble es el hecho de no renunciar. resulta lingüísticam ente. Las palabras rituales del bautism o no son ca­ paces. indeterminada y personal. si es que querem os reservar la palabra «poder» para la capacidad previa. históricam ente. de ese concurso de la intención junto al m om ento m a­ terial sensible altera notablem ente el papel de este elem ento [al tiem po que hace im propia o excesiva­ m ente lata la aplicación retrospectiva de la palabra «sacram ento » para los actos estrictam ente mágicos]. por s i solas. de una coronación o de un docum ento ju ­ rídico no ofrecería el m ás m ín im o problem a: ese ele­ 6. débilm ente re­ bajada en su rigor—•. tan escurridiza que no ha dejado de proporcionar al denodado logicism o occidental notables quebraderos de cabeza. en la interpretación cristiana. compartida con la concepción mágica —y apenas. al m enos hasta el m om ento en que le fue dado agarrarse.6 la firm a —con el curioso co m p lem en ­ to suntuario de la rúbrica— confiere al docum ento una virtu d análoga a la que la coronación confiere al rey: el escrito recibe de la firm a un auténtico carisma. pero que puede llegar a revelarse decisiva en determinadas situaciones prácticas y que. dada la oposición semántica es­ tablecida entre las palabras «profano» y «sagrado». en derecho. de hecho. de que esos actos tengan que atenerse. 158 m entó sería en sí m ism o y p o r sí m ism o el productor y el portador del carisma. p o r ejem plo. la interpreta­ ción del elem ento material sensible de un sacramento cristiano. a precisas y estrictas prescripciones de un canon literal. seria. a efectos de la propia validez del sacram en­ to. sie m ­ pre que éste cum pla estrictam ente las prescripciones concernientes al elem ento material. Ya he dicho que sería harto di­ fícil definir. el docum ento firm ado adquiere p o r ella p o ­ der ejecutivo [o m ejor fuerza ejecutiva —vigencia—. la interpretación cristiana del papel que pueda jugar el elem ento m aterial sensible en el sacramento. respecto de ésta. no obstante. a la inagotable botica del Estagirita]. com pletam ente irrelevante y fuera de lugar cual­ quier alegación de nulidad basada en una falta de intención de bautizar por parte del oficiante. sin siem pre discutibles verbalism os. com o a la Purga de Benito. 160 /antis los docum entos por los que éstos habían tra­ tado con los británicos afirmaron que en adelante era a ellos a quienes los británicos deberían pagar las co­ misiones. consciente y declarada del finado. cuando los achantis les quitaron a los 7. pág. la peculiar identidad —sem ejante a la del dios con la efigie del dios. la voluntad firme. pero que se vea anulado. totalmente sobre la pretendida invalidez o nulidad del segundo. no se trata en absoluto de nada que pueda llam arse mera tradición. pero. sin embargo. pero disentiría. según el cual los achantis. en un episodio colonial de 1825. volum en . 214: «Según la tradición africana. incluso. a que se ha dado el nom bre de «doctrina Es­ trada»—. Todo esto tie­ ne. en la m ente mágica. del docum ento — confiera autom áticam ente el derecho de propiedad sobre la cosa m ism a [pues no se trataba. en el instante m ism o en que alguien lle­ gue a dem ostrar que ha sido firm ado bajo cualquier clase de am enaza o de coacción. no hay duda de que los achantis se ha­ brían sentido desprovistos de cualquier fundam ento para reclamarla en su propio beneficio]. al m enos en circunstancias no anor­ males. en cam ­ bio. pues si éstos hubiesen teni­ do ocasión de quem ar a tiem po los papeles de la concesión.tención de bautizar. o con hechos com o el de que el anciano y ciego Isaac no pueda volver atrás o dar por nula su bendición sobre Jacob [a quien incluso 161 . de la que los británicos se decían respetuosos. tal com o aquí hace el texto. la po sesión m aterial de los tratados de concesión conver tía a su detentador en el efectivo propietario de la concesión. obviam ente. en sí m ism o y p o r sí mism o. concepción que obligó al propio M oisés a resolverse por la alternati­ va de la m ás rigurosa inconoclastia para poder afir­ m ar ante su pueblo la unicidad del nuevo dios].12 [«África»]. de un derecho de guerra — ni m enos aún de nada rem otam ente parecido a la práctica. Parece bastante im propio que se dé a sem e­ jante práctica sim plem ente el nombre de «tradición». un curioso ejem plo de discordia entre la concepción mágica y la otra. habiendo venci­ do a los fantis. que tal falta es debida únicam ente a distracción u olvido. pretendiesen haberse convertido en depositarios de todos los derechos adscritos a la so­ beranía de los segundos. p o r m ucho que se dem uestre que la letra del texto es del propio testador. Aquí tam bién una interpretación mágica estaría perfectam ente confor­ m e en aprobar —de acuerdo con su propia concep ción del elem ento m aterial sensible— la nulidad del prim ero de esos testamentos. del m ism o modo. por la m ás decidida y m ás sincera intención del oficiante. él es aquí. la cercanía [por no decir. He a q u í ahora. pero su ausencia o una m ayor o m enor alteración de su literalidad no puede ser su ­ plida o corregida. el productor y el portador del derecho que expresan sus palabras. La propia expresión «de puño y letra» parece haber sido ac u ñada para especificar y enfatizar la exigencia jurídica de auten ticidad material de toda firma. La m ism a am bigua y casi insostenible situación afecta al docum ento en el derecho occiden­ tal: un testam ento puede ser im pugnado com o rotun­ dam ente nulo —no válido com o tal docum ento— por la falta de la firm a. puede haber otro tes­ tam ento indiscutiblem ente firm ado y rubricado de puño y letra7 del difunto. o por m ucho que centenares de testim onios y de indicios dem uestren haber sido exactam ente ésa. evidentem en­ te. sino de algo m ucho más profundo: estam os ante una conduc­ ta perfectam ente consecuente con una auténtica con­ cepción mágica del docum ento. Así. de la palabra con la cosa sería aquí lo que hace que la mera posesión m aterial de la pa­ labra que a ella se refiere — esto es. perfectam ente cínica. que m e lim ito a trans­ cribir de la H istoria Universal siglo XXI. puesto que ellos estaban en posesión de los títulos». y no ningu­ na otra. relación con la antigua concepción «objetiva» de la culpa. o si había tam bién penas supletorias bien contra el vengador que. donde el hom icida involuntario podía po­ nerse a salvo del «vengador de la sangre». haciendo abso­ lutam ente irrelevante. Mus. estrictam ente materialista. del sacra­ m ento y del carisma. com oquiera que sea. si se quiere. Esaú vuelve del cam po y se presenta a su padre con el gui­ so de caza que ha preparado para él. sino que se lim i­ ta a decir «mi hijo». al prim ogénito Esaú. se dice: «Sé señor de tus lu í m anos/y póstrense ante ti los hijos de tu madre».ha llegado a preguntar. en cambio. burlando subrepticia­ mente ese refugio. m ientras que el que fuese hallado voluntario. Para el castigo del hom icidio. objetivista. a lo que Jacob ha respon­ dido «Yo soy»]. en su ceguera. que el texto m ism o de la bendición en sí no contiene el nom bre propio «Esaú». en lo que se refiere a la prim era —ya que la m ancha o im pureza es estim ada a llí enteram ente ajena al concurso de la intención—> es. reserva una im portante dis­ tinción entre el hom icidio involuntario y el intencio­ nado. caso de que se tefugiase. una diferencia precisa entre la vengan:a pública y la privada. bien contra ésta m is­ ma. en lo que se re­ fiere a la segunda. . a$í. Cuando poco después. 162 la que se refiere a la «objetividad» de la culpa. no habiendo derogado el detecho —o acaso. explícitam ente declarada. El contenido carismàtico —o. m ientras sigue siendo perfectam ente mágica. por su m u ­ jer y p o r su hijo. el efecto jurídico que hace de esta bendición un sacramento en el sentido pleno il< la palabra está en el texto mismo de la bendición. consiguiese alcanzar al hom icida en la propia ciudad de refugio. parece m ás que probable que una m ención explícita del nom bre de Esaú en las pala bras literales que constituían la bendición m ism a ha bría venido a alterar decisivam ente la cuestión]. subjetivista. com o primogénito. le corresponde. Respecto de las culturas en las que. solicitando la bendición que. inoperante. y que sólo llam o «cul­ pa» en nom bre del hecho de que en otras culturas w' desvanece o se desplaza la distinción entre una y otra cosa]y lo que podríam os llam ar cu lp a profana. Aquí tam bién está bien clara la concepción m á­ gica. no obstante. al establecer y designar las «ciudades de tefugio». aunque ahota no sabría yo establecer hasta qué p u n to el refugio i onsistía en una mera protección de hecho a la que \<? obligaban m ás o m enos las ciudades designadas para ofrecerlo. pues. por no haberle sabido dar la protección debida. para la que los elem entos m ateriales — el haber com ido de hecho de la caza que Jacob le ha presentado y el haber pronunciado sobre su frente las palabras de la bendición— son lo único que cuenta. l>or lo demás. la de bendecir. antes de bendecirlo: «¿De ver­ dad eres tú m i hijo Esaú?». aun a despe­ cho del factor subjetivo del engaño. con la alegación de haber sido deliberadamente engañado. donde lo subrayado p o r m í expresa de m anera inequívoca la irreversible validez de la bendición. es­ tas son las palabras del anciano: «¿Y quién es enton­ ces el que m e ha traído antes la caza y he com ido de todo ello y le he bendecido y bendecido está?». notablem ente m oderna. por ejemplo [para el que los textos bíblicos no establecen. y con ella la in te r p r e ta c ió n r ig u r o s a m e n te m a te r ia lis ta d el sacram ento8 propia de la concepción mágica. tenía que serle entregado. claiam ente respetar el derecho a la venganza de parte incluso contra el hom icida involuntario. deber— indudablem ente premosaico ile la venganza de parte]. p<n lo que afecta a la jerarquía familiar. En 8. m a­ terialista. parece. en cambio. el derecho de refugio com ­ porta un claro reconocim iento jurídico del factor de intencionalidad en esta clase de culpas. en el que. el factor puram en te subjetivo de la intencionalidad [es de notar. siendo su intención. la ley mosaica hace una notable diferencia entre lo que po­ dríamos llam ar culpa sagrada [que recaería m ás bien ha jo la noción de «mancha». a diferencia de la mosaica. la sos­ pecha de que éstas no dejan de comportar. con todas sus distinciones jurídicas [como «culpable». a su vez. A la concepción no mágica —que hemos visto perfectamente cxtensible a los «sacramentos civiles» del Derecho m oderno— se le puede. creo que seria un grave error pensar en una especie de total desconocim iento de la idea de «intención»: es m uy posible que la m uerte en el cadalso o p o r venganza de parte del hom icida involuntario fuese llorada con tanta com pasión com o la de la propia víctim a [en el caso del Lord Jim. indiferente que ha­ yan sido las ruedas del coche que él m ism o condu­ cía o las de otro coche cualquiera las que hayan producido la m uerte de un peatón. la conciencia se verán ex­ traordinariam ente aliviados por la autoridad de un derecho y una mirada social que la exculpan por com pleto. dado que de no otra mítica que de la de Aristóteles es de donde la teología ha sacado la receta de «materia» y «forma» que aplica al sacramento. ajena al m odo mágico. sum arisim o. Pero ni siquiera el alm a de los m odernos ha llegado a hacerse solidaria. del concurso de la intención. -pero-a-pesar-de-todo-noconsigo-perdonármelo» acaso los m odernos no estén haciendo otra cosa que defenderse de un testim onio antropológico que podría socavar los cim ientos de sus propias convicciones y suscitar. obligán­ dole con ello a cum plir con el deber de vengar su pro­ pia sangre]. 165 J . en cualquiera de sus dos m o­ dos. con ese m is­ mo. p o r ende. en cambio. «homicidio». una m itología no m ás ni m enos válida que otra cualquiera. así lo dem uestra. «culposo». denominar. E l sacram ento ha sido aquí tom ado com o ejem plo de lo que necesita cerem onia. «imprudencia temeraria». la que reservaría la palabra «forma» para el elemento sensible. en verdad. de la concepción subjetiva de la culpa en que se fu n ­ da el derecho que le corresponde: el pretendido ra­ cionalism o de la intencionalidad. etcétera]. la arrogancia del m oderno no se recata en tachar expeditivam ente de «irracionales» a esos residuos. que es el que la teología llama «materia». el que m enos desea ba que Lord Jim —a quien había llegado a querer com o a un segundo hijo— se presentase a él. o sea. «premeditación». Y es curioso observar la absurda situación de estos dos térm inos escuchados con el oído del castellano moderno: su aplicación se nos antoja perfectamente reversible y hasta parece que nos sonaría mejor justam ente la inversa. p o r ejemplo. finalm en­ te. pero necesi­ tado. No hay duda de que los reproches que en tal caso pueda hacerse a si misma. pero no siem pre acallarán los últim os residuos de desasosiego y hasta rem ordim iento. es decir. -queno-podría-haberlo-evitado-. en absoluto. el hecho de que aun frente a un caso de hom icidio no sólo totalm ente involun­ tario sino tam bién ajeno a cualquier posible grado de im prudencia por parte del hom icida. el carácter de necesidad. m e sospecho que el propio D oram in era.tam bién el hom icidio se hallase afecto a la concep­ ción mágica de la «objetividad» de la culpa. «asesina­ to». en el que el elem ento m aterial sensible es en si m ism o y por si m ism o portador y productor del carism a— y el m odo hilem órfico — en el que dicho elem ento aparece com o ingrediente siem pre necesario. pero acaso no se m erezcan esa tacha un p u n to más | i I I I I I I I I I I I I I I 164 ile cuanto pueda merecerla la propia dualidad y con­ traposición de «racional» e «irracional». ha de afectar a la naturaleza m ism a de la cere9.9 la cual es. en sus profundidades. qué la intención. qué. hilemórfica. no encuentra un refren­ do total en lo m ás ín tim o de la conciencia. a despecho de todo. veredicto de irracionalidad para cualquier residual «ya-sé-que-no-tengo-la-culpa-. y aun dentro de esa si­ tuación. N aturalm en­ te. Así. en últim a instancia. al menos desde los tiempos de la Escolástica medieval. la propia identidad de la persona. de dos m odos distintos: el m odo mágico — en el que la cerem onia es el sacram ento. y con ella la excesiva convicción con que el m oderno pretende saber qué es la culpa. de Conrad. con toda corrección. a su vez. N aturalm ente. a ningún autom ovilista le sea. entre las que. como. la colocación de una prim era piedra o la recepción de un em bajador [a reserva de que. supuesto que tam bién hay cerem onias sin que haya sacramento. que tal vez sea un elem ento jurídicam ente necesario. ponga­ m os por caso. ¿Otro testimonio etimológico. parece ser una cerem o­ nia que ha pasado insensiblem ente de la concepción sacram ental a la concepción ociosa. no obs­ tante. conm em oraciones. de algo que Itivo en su día un valor sacramental. con el m odelo m ági­ co y el m odelo hilem órfico. m ucha ma yor circunspección]. donde. pero tal vez un teólogo rigu­ roso diría que al m enos la aspersión del agua sobre ¡a cabeza del niño y la enunciación de las palabras de ritual son algo más que «mera ceremonia». en este segundo caso. Aún hoy basta observar cómo un sim ple tropezón de un macero en cualquier celebración m unicipal. según lo que p o r esta palabra venim os a entender en el cas­ tellano moderno. sólo. debía de tener plenam ente el tipo de ne­ cesidad de lo sacram ental. etc. de m anera especial. com o lo sería en el caso de un sacram ento. m enos ceremonias. ni. E n la Rom a an­ tigua. sacramental]. Así que la pura y sim ple necesidad de proyección apa recería m ás nítida precisam ente en este ú ltim o tipo de cerem onias. m enos todavía. por com ­ p a r a c ió n se p u e d e h o y ya. h a b la r de «ceremonias». Seguim os diciendo. por lo tanto. Sin ningún com prom iso de im plicar en ello una sucesión de orden tem poral [que aunque no se excluya. en efecto. sin que haya producción de carisma. La inauguración. en el supuesto de que la cerem onia en ese sentido ocioso que quiere darle el castellano de hoy —o sea. de p uentes [a los que directam ente nos rem ite la etim ología de la palabra «pontífice»]. aunque no sea considerado como un hecho con ninguna capacidad de consecuen­ cias ni m eram ente invalidadoras. la hilem órfica sería descendiente de la mágica.w 10. no obstante. siniestra­ m ente om inosas. igualmente. y. por ejem ­ plo. podrían establecerse tres estados o valores distintos. la que no com porta ni efec­ tos mágicos ni acción sacram ental— no sería una in­ vención aislada. «bendecir». por ejemplo. y vam os al grano»]. así tam bién. esto es. de hecho. haya que excluir el acto de la entrega de cartas credenciales. com o lo sería tal vez en el caso de lina operación mágica. en todo caso. sino una práctica directam ente descendiente de las otras dos. en lo que en sentido lato —y por lo tanto con m ayor im propiedad conform e retrocc dam os del tercero de ellos al prim ero— llam o cere monia.monia y hacerla bastante diferente de los casos en que la cerem onia aparece sin ese carácter. Pero así com o en la operación mágica sólo se puede hablar de «sacramento» en un sentido lato y por com paración diacrònica. esto es. y que hoy ha pasado a ser un profano protocolo de buena convivencia? 167 . requeriría. re­ cepciones. sobre todo si se trataba de obras públicas y aca­ so. a su vez. y viene sin duda del árabe báinkii. que la haría convenir m ás exac­ tam ente a festejos no sacramentales. bien podría ser esto un indicio que mostrase la huella histórica dejada en la cerem onia «ociosa» por \ i i efectivo parentesco de ascendencia con los otros dos m odelos observados. pues. ta l v e z. «Alboroque» designa en mi tierra el convite que tras un trato ofrece el vendedor al comprador. no dejará de producir. en el público un grado y hasta un tipo de tur­ bación o de incom odidad —por m u ch o que al m om ento se defienda de ella m ediante una reacción de risa— m u y diferentes de los que podría producir un incidente semejante entrem edias de los espectadoies. o sea. la palabra apare­ ja o tiende a aparejar una connotación de ociosidad [cosa que puede observarse claram ente en m anifes­ taciones verbales com o «Bueno. tan­ to en éste com o en aquélla. la palabra en los tres casos se funda en el supuesto 166 de un parentesco histórico de hecho entre las tres co­ sas contem pladas. «la ce­ remonia del bautism o». el fu n d a m en to para m antener. inauguraciones. por el supplem entum de la ceremonia has­ ta el punto de que tal vez pueda decirse que la suges­ tión es el fu n d a m en to m ism o de todo poder y toda autoridad. o com o quiera que queram os llamarla. el propio em perador el que. es decir. quieran sugestio nar sus alm as con la confianza y la seguridad del sentim iento de am paro terrenal que puede producir­ les una aureola de inconm ovible y a m en u d o divina fortaleza en la im agen de la soberanía. Madrid. dijo que era.Este tercer modelo. para consolidar su poder y autoridad sobre los súbditos. aunque en cierto sentido m u y distinto. habrá de ser. la autoridad. es la que m ás propiam ente perm itiría. 169 . después de olfatear los talones de la irsplandeciente figura. emitiendo un aullido ttliominable. m ás invariablem ente ha necesitado verse acompañada. afectaba a los m o­ delos m ágico e hilem órfico.11 Mas lo que yo querría entender aquí con las palabras «necesidad de proyección» pretende ser tan am plio com o para abarcar tam bién una tendencia o impulso general del alma hum ana a reaccionar frente a la m uda y arrollante inm ediatez de aquello que —como una rauda. es decir. Una fue la de un «•■/quejo im pertinente que. en «Feathertop» aparece como resulta­ do del encantam iento de una bruja. íimi bittera pill para el pueblo llano) es un niño el que grita «¡El emperador está desnudo!». metió la cola entre las patas y corrió a reI n^iarse en los fondos de la casa de su amo. tal vez. com o lo era el h u m o de la pipa para la de Feathertop]. con lo que vendríamos a ten­ del un puente directo con la magia. ingrediente o componente absolutam ente insustituible para su sim ple pervivencia. com o el cuerpo por la sombra. así com o el de todo el fastuoso aparato cerem onial que lo acompañara 168 sein Leben lang. de quien quiera que surja la dem an­ da. en cambio. se hur­ ta a la com prensión que el alm a necesita o desea tener de ello [y poco im porta a q u í —por echar m ano de un ejem plo ya tocado— que sean los súbditos m is­ m os quienes. habilitar para la ceremonia las palabras que el Tantum ergo em plea para la fe: la cerem onia se presta com o auténtico supplem entum para el sen­ suum defectus de que determ inados hechos o acon­ tecim ientos adolecen a los ojos del alm a de los hombres. la cabeza de Feathertop había sido hei lia con una calabaza). algo así com o un aparato sensible. incontenible mano que le alcanzase el vientre— le sobreviene y la rebasa. aunque de dos modos distintos. vendría a ser. y. invisible. com o he dicho m ás arriba. 1974) me encuen­ d o con una coincidencia con la antigua fábula de «El traje nue­ vo del emperador» (ya traída a Europa por Don Juan Manuel. pero difundida sólo por Andersen. m e­ tí. contemporáneo de Hawthome): «En m edio de la admiración general que despertó la presencia del foi uslero sólo se elevaron dos voces discordantes. que el hom bre se organiza para darse una imagen ostensible o m ás externa e im pre­ sionante de aquello que. también en «El traje nuevo del em pera­ dor» (fábula de la que Archer Taylor. En el cuento de Hawthome que lleva por título el nombre de rste personaje (cuento recogido en la antología Horrorscope de I A. o gra­ tuita. y que. Nostramo editores. p o r consiguiente. El otro disidente fue un chiquillo que berreó a todo IHilmón y balbuceó algún disparate ininteligible acerca de una i ulabaza» (como se sabe. o que sea. al carecer del tipo de necesidad que. siem pre ha sido el poder. p o r propia voluntad. salvo que lo que aquí era producto de l. una de las cosas de este m u n d o que m ás indefectiblem ente se ha visto afectada por un irrem ediable sensuum delectus. el constituyente. de apariencia manifiesta. el de la ceremonia ociosa. a m i entender. urda y pro yecte sobre los sentidos de éstos el poderoso instru m entó sugestivo de la coronación. el que.i mera coacción social. pues. tratando de explicar su |>ri vivencia sólo literaria y nunca popular. la hay en este caso— será aho­ ra exclusivam ente de carácter psicológico y a m e n u ­ do claram ente sugestivo. siem pre espectacular. Esta clase de necesidad meram ente psicológica. nos m uestre en toda su pureza la necesidad de proyección. La «necesidad» — que tam bién. ya p o r carecer del todo. la necesidad de pro­ yección. en este aspecto. Molina Foix. el que m ejor se nos revele com o puro supplem entum para el sensuum defectus de aquello a lo que hace referen­ cia. ya sólo por no abundar. sino el que más plásticam ente acierta a imaginar. el es­ pectáculo bien caracterizado de la rueda de personas enlutadas. del espacio adherente con su alma o del aire adherente con su cuerpo. y sin reservas sobre su «racionalidad» — cosa de que hace tanto mérito—. por el procedim iento de una especie de generalización. el papel de los asistentes no es en absoluto el de callar. la cerem onia no vendría a apuntar al fin a nada diferente de lo que por la visión de los kim onos al sol se alcanzaba y con­ seguía en el caso del hai-ku que ha dado pie para este apéndice. representarlo en el escenario del lenguaje. el avieso carácter verdaderamen­ te sugestivo del fasto cerem onial que acom paña a to­ 171 . doblarlo. por lo tanto. puede incoar y propiciar el llanto. y en no m enor m edida. equipararlo y agruparlo con otros duelos a los que ella haya asistido. sino a la expresividad y a la elocuencia — a la fuerza retórica. incluso. esto es. y. pero ¡se ha hecho una luz! En esta particular función o posibilidad [la de acu­ dir a la necesidad de proyección. se siente de pronto inextricablem ente aprisionada y englobada con el he­ cho feliz o doloroso que de pronto ha venido a inva­ dirla y envolverla. en el hai-ku transcrito. en la tierra. com o en un bloque opa­ co. hablar incluso y en pri­ m er lugar de la m uerte y del difunto. el que m ás diáfa­ nam ente consigue percibir. capaz de destruirlo?]. abriendo para los deudos y allegados justam ente el vacío capaz de perm itirles se­ parar de s i m ism os. el dolor de aque­ llas otras viudas surgirá ante sus ojos com o espejo para su propio dolor. com o cuando uno se quiere ver de cuer­ po entero en la luna del arm ario—. lo que incoe sem ejan­ te m ovim iento reflexivo. la distancia de la reflexión. por el sú­ bito golpe del dolor. Sólo la im agen proyectiva. tristísim a.diante el expediente de abrirle un escenario sensorial. pues serán esos m ism os ca­ racteres de tipicidad y convencionalidad. y éste jam ás se conm esura. por lo tanto. el que m ás «muere» en el dolor o el que m ás «nace» o «renace» en la alegría. m ás lim piam ente aislada en el m odelo de cerem onia «ociosa» — que acabo de ilustrar con el duelo por el d ifu n to — que en los m odelos mágico e hilemórfico]. No ciertam ente por hallar un espejo en que mirarse se extinguirá el dolor [¿qué po­ dría haber jamás. y podrá dar figu­ ra a su dolor: se ha hecho una luz. o sea. será tam bién. los que perm itan a la viuda reconocer com o un duelo la reunión que en su propia casa se celebra. a la vi­ rulencia del dolor en sí. com o en una única maraña. si se quiere— de la representación: no llora m ás el que se afecta más. En la cerem onia del duelo p o r un muerto. refle­ xiva. No serán sólo las palabras. proyectar el hecho en la palabra. Tanto allí com o a q u í es la representación sensible y expresiva la que se presta a servir de m e­ diador para restablecer la transparencia y disolver el grum o de la opacidad en que el alm a se ha visto de repente sum ergida y confundida. La convencida arrogan­ cia del m oderno [mientras acepta sin resquemor. de suer­ te que. pero el alm a tendrá ya un espacio para la transparencia. en cuanto tales. regu­ lado por turnos sucesivos. los que bastan para m edir el vano de una habitación. identificarlo. si se quiere. en m odo alguno. desgarradora incluso — tan desgarradora com o pue­ da serlo la de aquel p rim er rayo del alba que. creando la transparen­ cia necesaria al surgim iento de una imagen o. el hecho que los oprim e y los embarga. aglutinada casi com o una piedra en la masa de horm igón. con su sistem a de vela perm anente. de desdoblar en una escena y una platea ese espacio unitario en el que. en una palabra. ilum ina de pronto los kim onos ten­ didos en el aire del jardín—. que constituye la reunión típica y convencional del duelo. para la distancia 170 mediadora — una distancia. sino el de hablar. en el cielo o en el in ­ fierno. de apenas pocos pasos. al reflejarse el duelo de su casa en la imagen de otros duelos en la casa ajena. pues si en tratar de decirle escuetam ente: «Esta m uerte es la muerte. en el m ejor de los casos. un m odo no de sugestionar. donde no cabe. En la conducta fabulante de José nos hallaríam os. m ás «irracional» de lo que es. tu dolores el dolor. en alguna m edida. a fin de cuen­ tas. en esa m ism a convencionalidad. com o dijo el poeta. pues «motivo» con­ notaría. sino de ilum inar con la m ás genuina luz hum ana el corazón de la viuda en la percepción de su propio caso personal. y sólo en nom bre del supuesto de que el móvil (ni siquiera «motivo». con todo. que se­ ría capaz de p re sta rle p o r lo m enos un m ínim o a s­ pecto externo de institucionalidad. en todo caso. o sea. a la fa lta de c o n v e n c io n a lid a d q u e necesariam ente a p areja ese c a rá c te r de im provisa­ ción se añade todavía la falta de toda aparien cia de acción deliberada y consciente de su móvil. pues. com o si el fasto en cuestión no fuese. si se ha de ser e stric to y riguroso. en la m edida en que ese «avant la léttre» excluye el c a rá c te r de convencionalidad —y. y la conduc­ ta de José parece se r toda ella una tab u lació n abso­ lutam ente im provisada (im provisada incluso p arte a parte. 173 . al m enos algún grado de consciencia con respecto al designio o al sentido de la propia acción) de tan insólita y fantástica conducta siga siendo.) 172 Si el caso del hai-ku. salvo que entonces no sólo empezaría por serlo ya in­ cluso esta m ism a afirm ación. así pues. po r lo tanto. de aquellas remotas prácticas]suele m irar con un recelo y hasta un repeluco no m u y diferentes de los que siente ante todo lo que ha dado en llam ar «superstición». o la tacha. una perpetuación. de igual modo. la acusación de «irracionalidad» que sólo guarda para los arcaicos instrum entos de dom inio del cham án sobre la tri­ bu. ignorando cuánto hay de honrado. C iertam ente que no puede excluirse de manera absoluta y taxativa tal posibilidad — la de que toda palabra y todo en tendim iento hum ano sean en gaño y em briaguez o. de inteligente — de lealm ente inteligente. de in stitu cio n alid ad — que es inherente a toda cerem onia: ésta es siem pre. fasto en el que sí que realm ente po­ dría legitimarse. la pena de tu viudez es la pena de todas las v iu d a s» h u b ie s e s u g e s tió n — o sea. ¿quién podría saltar sobre su propia sombra?. tal in te rp re ­ tación viene a fallar incluso en este caso en un punto decisivo: a la cerem onia le pertenece esencialm ente el c a rá c te r de institución convencional.das partes. sino el m ás legítim o expediente de generalización y. la cerem onia del duelo. sound and fury—. de m odo que no parezca tan s iq u ie ra re s p o n d e r a n in g u n a c la s e de p lan p re ­ e sta b lec id o ). Tan sólo. frente a «móvil». Mas. no de astuto—. de m odo inexcusable. en toda palabra y en todo entendim ien lo hum ano. en consecuencia. sino que se volvería to­ davía m ás huera de sentido. de insincera y de convencio­ nal. la ya dem asiadas veces m en­ cionada necesidad de proyección. pero esta m ism a expresión com porta una contradictio in term inis. a m i entender. com o una reliquia de un pasa­ do «irracional». de la m anera m ás im plícita cabría seguir hablando aquí de cerem onia. al ejercicio del poder y de la autoridad. a ésta por la presencia de la necesidad de proyección. de veraz. h ab lar de cerem onia. e n g a ñ o y em briaguez—> no podría p o r m enos de haberla. y p o r naturaleza. la presuntuosa distinción entre «racionalidad» e «irracionalidad» con que la m entalidad moderna defiende a capa y espada las convicciones que sus pro pias prácticas esconden y aparejan. que no se­ ría. tam bién h a sido la presunción de la concu rren cia de ese m is­ mo móvil o resorte lo que respecto del reconocimien­ to de la histo ria de José ha venido a su sc ita r aquí la posibilidad de in te rp re ta rlo com o una cerem onia. inalterada en sus caracteres esenciales. com o lo m uestran las vacilaciones y las rec­ tificaciones sobre la m archa que van surgiendo en su propio desarrollo. se une. con una especie de cerem onia «avant la léttre». ciertam ente. no obstante. de cabal. especialm ente a la hora de acostarse. ya sea com o m inistros de un sacram ento capaz de c o n ferir el carism a indispensable p ara que el cielo otorgue la be­ néfica gracia del sueño) que al m odelo puram ente proyectivo que g u ard a relación con n u estro asunto. no tiene prim era vez. oídos y acep ­ tados p o r vez prim era. tam poco cabe h acer —com o sí. ya que dim ana necesariam ente de las condiciones de la lírica pro­ piam ente dicha.«léttre». con adm irable rig o r litúrgico. el curso y el sentim iento de los hechos. En estos dos últim os casos. por o tra parte. en su específica vigencia de representación sensible. desencadena esa con­ ducta: este móvil se relaciona con la cerem onia tan sólo en la m edida en que viene a co in cid ir con uno de los im pulsos del alm a hu m an a que parecen h a­ llarse a la base de lo cerem onial: la ya abusivam en­ te repetida necesidad de proyección. ni la larga y a p a ra to sa tra m a del reconoci­ m iento de José tienen en absoluto al lector como p ri­ m er paciente de reacción. queda de ella. al igual que el propio José es el único «lector» p a ra cuyo llanto van siendo paso a paso ta ­ bulados todos los avatares del reconocim iento. con toda p ro b a­ bilidad. que el reso n a r del bronce o el d erra m a rse del agua por el suelo de la sala lleguen a ser para el am a y para Ulises algo m ás que un fortuito incidente m a­ terial sin significación alguna. repetición. en u n a condición esencialm ente ub icu a— pudieron a d q u irir los caracteres de lo ce­ rem onial. pero que tan sólo en su repe­ tición —esto es. en principio. de actos o de gestos que algún día tuvieron que se r dichos o hechos. po r lo dem ás. de la n a rra c ió n — nin­ guna distinción legítim a y m ás o m enos fundada en­ tre un «hacia dentro» y un «hacia fuera». sobre el que no de­ tendrán sus alm as un instante m ás de lo que les exige el riesgo de que a causa de él el héroe pueda ser reconocido por Penélope. Cosa que. para cuyos ojos y cuyos oídos se urde expresam ente el es­ pectáculo. los hechos observados funcionan ya. com o un espejo y un resonador. tom an esa vigencia p ara sus propios personajes. tal vez se tra te aquí de cere­ m onias m ás cercanas a los m odelos m ágico e hilem órfico (en la m edida en que el padre o la m a­ dre a c tu a ría n ya sea com o cham anes. solam ente en el alm a del lector podrán llegar a doblar. po r dentro y hacia dentro del suce­ so. los niños a sus padres —y que por esto m ism o m erecen p len a­ m ente llam arse cerem onias—. D escartada la hipótesis de una cerem onia en sen­ tido estricto com o propiam ente aplicable a la con­ ducta de José. en mi opinión. no obstante. de palabras. propiam ente cerem onia. Por lo dem ás. pueden ja m á s h a b e r tenido una prim era vez: proceden. texto. com o ya he 174 dicho. Por otra parte. com o los tiernos ritos que. nada. el fenóm eno general de la proyección sen­ sible halla en el cam po de la litera tu ra diferentes lu­ g a re s y d i s t i n t o s m o d o s d e m a n if e s ta c ió n y cum plim iento: en el caso del caldero de E uriclea. p ara d e ja r bien ilu stra d o y bien localiza­ do el móvil que. es decir. precisam ente aquello que lo em ­ p arien ta con el caso del hai-ku de los kimonos. al menos. Si no hay. donde. el largo excursus puede haber servido. nada tiene de sorprendente en el caso del hai-ku. No es así en el caso del hai-ku ni en el de la h isto ria de José: ni la im agen del kim ono del niño que acaba de m orir. en el caso de José. 175 . su e­ len exigir. Ni siquiera las cerem onias personales. pues. en cam bio. sino que es p a ra el propio padre p ara quien en p rim e r lu g ar la vista del kim o­ no se erige en espejo y resonador de su propio sen ti­ miento. com o reso n ad o r y com o espejo de su so­ brecogido y ofuscado corazón. frente a lo que o c u rría en el del caldero de Euriclea. nos perm ite pensar. refle­ xiva y em otiva. Mas si esto está de­ m asiado lejos de aquello. pero el m isterio 177 . im aginaria o efec­ tivam ente. entre la «Einfühlung» (o «empatia») que sustenta la participación en lo n a rra d o y la «subro­ gación». los ha entregado. y a guisa de vicario. nítidamente. perm anece en su propio «yo» y en su virtual segunda persona de p uro receptor (digo «vir­ tual». no im porta en qué grado de ficción.». Preguntemos al usuario más común y cotidiano: el triste que se aplica una copla. es m ás frecuente que se lo distancie con la m ención de «el lector». cotidiana y popular: cuando nos llega por el patio in terio r la voz de una c riad a que can ta «Sin tiii. correlativam en­ te. aun sin dejar de ser destinatario. p o r intenso que pueda s e r su g ra d o de p a r tic ip a c ió n c o n ta l e m is o rprotagonista. en sentido lato. vengá­ m onos a un caso m ás cercano. y es tanto más esencialmente lírica cuanto más acierte a sonar como algo que ya se ha dicho alguna vez. ese m ism o papel). al público com o lugares va­ cíos indefinidam ente capaces de im pleción. y que ese «tú» (vosotros) será siem pre el del eventual lector u oyente del poema. ¿qué ocu rre en el im plícito «yo» de «cano» y el im plícito 12. en su m ero papel de receptor. Pero cuando el poem a épico dice «Arma u iru m q u e cano» o «Fabló el rey don A lfons/odredes lo que diz». por analogía. ¿quién entendem os que es el «yo» de ese «mis ojos» y quién el «tú» de ese «sin ti»? Jam ás se nos o c u rriría p en sar que en ese in stante el «yo» pueda ser otro que el de la propia voz que está cantando. real o im aginario. un receptor (el even­ tual lector u oyente del poema) y un personaje (el pa­ dre del niño. Sujetándom e a un principio ya seguido en el lugar de la cita en nota a pie de página. sino que. por tra ta rs e de un tráfico m etalingüístico —en la m edida en que conlleva sólo referencias que hablan del propio hablar—. Positivísticam ente hablando. incidente o no incidente con la persona del poeta). sino en la m ás espontánea. en una n arración en prim era persona —donde. El gesto constitutivo de la lírica es la repetición. no b u scaré el p ecu liar m odo de em ­ pleo de la lírica en la situación m ás culta y m ás so­ fisticada. la palabra lírica nace ya como palabra repetida. 176 «tú» (vosotros) de «odredes»? Que ese «yo» sigue siendo siem pre el yo de Virgilio. su carácter: sería un acto de «subrogación». ¿se pone. porque. la m ás inequí­ voca y m ás rig u ro sa de su esencia. receptor. pues. sin p erjuicio de m anifestaciones híbridas o lim inares.Una definición A este respecto. caso de ser apelado de algún modo.. que sea un verdadero tú singular. de hecho es raro que lo sea en el sentido e stric to de un «tú» gram atical. al igual que la c ria d a que c an tab a se ponía a sí m ism a p o r «yo» de la canción que salía de sus labios? ¡No!. com plem entando lo ya dicho en otro lugar. el lector en el lugar de ese «yo» em i­ sor y personaje. no im ­ p o rta si real o im aginario. acaso. en ese «yo» y en ese «tú» del texto./m iran mis ojos sin veer. tam bién respecto del hai-ku de los kim onos nos c ab ría seña­ lar los tres papeles aquí diferenciados: un em isor (el poeta o su vicario el recitador). que constituye la base del m odo de em pleo de la lírica. El a u to r de la canción. ni el «tú» pueda se r otro que el de alguien. Se distingue aquí. ¿no centra todo su recurso en la ficción de haber sido ya otro al que esa misma desventura le ha sucedido ya otra vez? El acto psíquico que corresponde a esto pue de tom ar prestado del lenguaje jurídico la palabra capaz de defi­ nir. que pide verbos en tercera persona). sin em bargo. o sea.12 anticiparé aquí el fundam ento de lo que ha de llam arse «definición de la lírica a p a rtir de su m odo de em pleo» y que ha de ser. surge un «yo» que supone una incidencia gram atical del em iso r con uno de los personajes—. pero sólo. p o r m ucho que haya podido ponerse a sí m ism o y a su am ada. y en su solo papel de em isor de tal poem a (o a lo sum o el de un recita­ dor que ante un público cu alq u iera reencarne en su m era voz. personal y privativo para esa m ism a voz.. Lo m ás pare­ cido a ello es la oración: tam poco cuando se reza una oración textualm ente fijada se es un receptor. logra él tam bién. sin lu g ar a dudas. que todo tem or. producido. No hay un solo incidente. fe a lo que sucede. p o r co m p artid a que sea por todos los creyentes. en cambio. es decir. que ven­ ga a c ru zarse con la conducta de José. la c riad a que can tab a p o r el patio. La lírica lle­ ga a cu m p lirse de veras com o tal únicam ente cu a n ­ do. se d iría que él es el p ri­ 179 . so­ brehum ano y único posible esfuerzo del náufrago por alcanzar la playa): la voluntad bien podría no signi­ ficar aquí m ás que m era iniciativa. m ero papel gra­ m atical de agente po r p a rte de José. en la m ism a m edida en que a través de su padre y sus herm anos. así com o el tú a quien se dirige es la divinidad apelada com o un tú propio y personal. que le per­ m ita hacerse personaje de su propia tram a. con sus vaci­ laciones y rectificaciones— para p o d er a trib u ir a su conducta ningún c a rá c te r cierto de deliberación ni de consciencia. en la lírica. ciertam ente. com o el ya m encionado c a rá c ­ ter de im provisación sobre la m archa. se tra ta indudablem ente de acciones voluntarias. y c u a n ­ do. cuya conducta se reduce a obedecer. sí se inquieten o tem an de verdad. necesariam ente.de la lírica consiste en que e sta trin id a d sean tres papeles distintos y un solo yo verdadero. es ju sta m e n te lo que en el alm a de José presta sentido a la fabulación entera. ese yo de la voz que can ta o lee pone un tú suyo privativo y personal. pues no sólo es el a u to r del espectáculo. sino fab ricad o por el personaje m ism o para sí. propiam ente un receptor. una sola ini­ ciativa de reacción p o r p a rte de los herm anos. la deliberación y la consciencia («voluntario» —¡y en qué altísim o grado!— lo es tam bién el denodado. fun­ dam ento alguno —sino. en todos los hechos que están e n tre el m om ento en que reconoce a sus herm anos y el m om ento en que se da a conocer a ellos. padecido. donde ni él m ism o sabe tal vez lo que se hace ni m enos todavía por qué lo hace. correlativam ente. a través de su creencia respecto de los hechos. nos en­ contram os con un a p a ra to reflexivo-em otivo no sólo recibido. alguna form a de creencia. no hay. sino un usuario: el genui­ no y sin g u la r m odo de em pleo que la distingue y la define consiste en que cuando yo leo un poem a no soy uno que escucha. sin em bargo. En todo el episodio del anagnorism ós de la his­ to ria de José. un solo albur. a trib u irle un total protagonis­ mo en todos los sucesos. Más aún: si cabe. sino tam bién emitido. se hace él m ism o tal p rim era persona que habla p o r sí y de sí. el he­ cho de que su padre y sus herm anos sí presten. los herm anos vienen a se r los títeres de la ficción que éste se organiza p ara sí mismo. si es que lo hay. sino tam bién el esp ectad o r a cuyos ojos y a cuyos oídos expresam ente se d e sti­ na. Antes bien. el usuario —y ya no «receptor»— se subroga en el «yo» de la letra com o em iso r y personaje. y como de reflejo. sino un usuario. pues. Pero a la vez tam poco está inequívocam ente fuera de los hechos com o un puro espectador. p o r el contrario. por el destino o p o r la voluntad del n a rra ­ dor. el que reza se hace un au téntico yo em i­ so r de ese texto leído o recitado de m em oria. a seg u ir pasiva y te­ m erosam ente las líneas de acción y de respuesta que a cada paso va m arcándoles la iniciativa del prime178 ix j . toda zozobra. no ofrecido a sus ojos y a su alm a por el azar. por el propio José. en m odo alguno. sino uno que dice. sólo sobre esta am bivalencia de los hechos se ferm enta en el alm a de José el ardiente vino que ha de a p la c a r la sed de su insaciable corazón. esto es. pues a u n ­ que es cierto que él sabe o cree sa b er que ninguna am enaza se va llevar a térm ino. en el «tú» de la letra. toda incertid u m b re son infundados. pero la voluntad no tiene por qué a p a ­ rejar siem pre. indicios justam ente opuestos. No hay. com o ha sabido m ostrarnos. la espada verdadera del dolor. desde las consecuencias). a cuya em briagadora he­ rida bien q u e rría José ofrecer las carn es de su alma. tam bién sus propios actos vie­ nen a ser. en que no es punto de apoyo. ad iv in arte p o r tus pasos. actos tan suyos y tan poco suyos com o el im ­ pulso au tom ático que nos lleva a proteger el vientre ante el súbito am ago de una espada que se viene de­ recham ente sobre él. Tiene. la m ag­ nitud de su ventura. No p o r saber. si se me p erm ite la antinom ia. sino m eta. pu ram en te externa. que ninguna am enaza deja­ rá caer su brazo levantado. Los ojos de José c o n statan pero no ven. la de una esclavitud que revertiría sobre uno de retorno. Es de este doble juego de fuerzas encontradas —el im pulso de s a lir derecham ente al encuentro de la gran felicidad y de a b razarse a ella y el sobrecogi­ m iento que ofusca sus sentidos y a g a rro ta sus e n tra ñ as— de donde nace y se desencadena. que yo te vea ve­ nir. si se quiere. que acierte a reconocer tu ro stro sin que a n ­ tes no me ciegues con el irresistib le brillo de tus o jo s!». y no com o suele entenderse com únm ente esta expresión (o sea. pero su b rillo cegador lo ofusca y sobrecoge. ante el arro llad o r y desbordante asalto de la gran felicidad que ha venido a so rp re n ­ derla y rebasarla.m er esclavo de sus propios actos. ventura. es necesario que los ojos lleguen a ver de veras y los oídos oigan verdaderam ente. atalayarte y av istarte prim ero desde lejos. logra verse José m ás fuera de ella que su padre y sus herm anos. que pueda v islu m b rarte poco a poco. Sólo podrá saciarse el alm a y llevar el suceso a cum pli­ m iento cuando realm ente sea capaz de m edir y de abarcar. o. sino señuelo del de­ signio. ni tro carse en ce rra d a cercanía la m ás rem ota y a m ad a lontananza: «¡Se­ párate. po r p resu n to a u to r de su fabulación. por rom per la p a rá ­ lisis en que el alm a se ha visto bloqueada ante la re­ pentina inmediatez. la es­ pada m ala. m enos prendido en las estrechas esp iras de una tra ­ m a a la que ni él m ism o sabe p o r qué se ve im pelido de m odo irresistible. No puede así de pronto y lisam ente convertirse en un hoy cierto y palpable el m ás lejano y añorado ayer. pues. su m ente entiende pero no concie. que a g ita r aquellas m eras presencias. es. com o una luz deslu m b ra­ dora encendida de pronto ante los ojos en la tiniebla del tiem po y la distancia. o. com o esa m ism a tie rra firm e para el n á u fra ­ go que intenta llegar a ella). su 180 terrible fulgor lo paraliza. No es aquí. de cálculo y de prem editación. pacien­ te de su propio incontenible im pulso de papel de agente (al fin y al cabo com o en toda acción en la que la lib ertad no es punto de p artid a. po r c re e r saber. com o una larga y o scura pelea de su alm a. de alguna form a. al tiem po que se exclama: E 181 . su corazón acusa pero no com prende. José padece su propia conducta. con todas sus potencias y sentidos. que le ocurre. la gran fab u la­ ción. algo que ocurre. ciertam ente. sino ya en el m ism o movi­ m iento de ida de la iniciativa. llégate lentam ente. si se quie­ re. no por autor. sus sentidos registran ero no perciben. que rem over aquellas sim ples figuras todavía fantas­ m as de un ensueño (a la m anera en que en los gran­ des en cuentros en lu g ar y ocasión inesperados se sacude al am igo por los hom bros. No b a sta con que los ojos atestigüen y los oídos presten testim onio. com o se agitaría cu alq u ier cosa que suena. como un ciego y sordo forcejeo de los m iem bros por ab rirse cam ino en la esp esu ra y en la opacidad. Toda la tra ­ m a surge a m anera de una larga y tenaz explicación con la que el alm a tra ta de esclarecerse y a lu m b ra r­ se a sí m ism a toda la inm ensidad del acontecim ien­ to. su co nducta es al fin como un oscuro debatirse a manotazos. sus oídos advierten pero no oyen. com o la tie rra firm e p ara el navegante que se hace a la m ar. Con toda su apariencia. Así. sino la buena espada de la dicha. en su propia ociosi­ dad inform ativa. ¿es posible que seas tú?!»). ro m p er los frenos de su corazón. que pro­ nuncien los nom bres de su padre y de su m adre. Así lo m u estra el crescendo de los tres llantos: po r dos veces el alm a ha estado a punto de vencer la resis­ tencia de la opacidad. ilum inado. como si hasta la lengua de sus p adres se su strajese al alcance de sus labios) y sólo éste de ahora es p a ra el alm a el verdadero pregun­ tar? Veintiún años de a p a rtam ien to y de distancia son m uchos años p ara que el alm a pueda salvarlos llanam ente y en un solo instante. E sta pre­ gunta inm ediata. Sólo cu ando las cu erd as de esa c íta ra alcan ­ cen la tensión que necesitan p a ra d a r su m ás alta nota p o d rá José finalm ente h a c er s a lta r los c e rro ­ jos de su alm a. sobar. com o quien necesita volver a o ír y a reconocer el tim bre de una cíta ra desde hace tiem po m uda. él ya sabe que vive. las c u e r­ das fam iliares. que ellos se inquieten. que el secreto reso rte aním ico de la pro­ yección sensible hubo de u rd ir y desplegar ante los sentidos y ante el corazón p ara que el acontecim ien­ to pudiera llegar a cum plirse enteram ente en la con­ ciencia: ahora el llanto rom pe y se levanta inm enso y desbordante com o la felicidad que pregona y que celebra. era el bálsam o que aliviaba su desolación tra s la desa­ 183 . necesita que la fam ilia ponga en acto y en expresión sus vínculos de am or. ya ha preguntado dos veces por él. el a m o r principal. que ellos teman.«¡Pero. todo el sentido de la fabulación entera: ¡Este era. aquí se nos ofrecería el «procedim iento fabulante». La h isto ria del am o r entre José y Jacob toca real­ m ente la cim a del am or patriarcal. no basta! S erá preciso que el h ierro se ponga al rojo vivo. sim ultánea —com o si todo fuese un m ism o contenido indiscernible— a su darse a co­ nocer. que la c ald era llegue a su extrem a ebullición p ara que pueda al fin ech ar la tap ad era po r los aires y desb o rd arse y derram arse: «¡Yo soy José! ¡¿Vive mi padre todavía?!». Su corazón. está rep resen tad a del m odo m ás preciso en la d istancia que m edia entre d e c ir «vuestro padre» y volver a poder d ecir verdaderam ente «mi padre» a boca llena y con todo el corazón al fin desem barga­ do. el punto de destino! ¡Aquí era adonde se q u e ría llegar! El o bstáculo que la fabula182 ción tan denodada y trab ajo sam en te pugnaba p o r vencer. sino p a ra p a lp a r la idea con todo el corazón. ¡Todavía no. únicam ente aho­ ra le es dado al fin poder d ecir «m i padre». ansio­ so h a sta la voracidad. en un clam o r que resuena. ¿A qué rep etir ahora la pregunta. su am or por Ben­ jam ín. sino porque aquel p rim e r otro preguntar no era m ás que un indirecto y distante averiguar (incluso m aterialm ente distanciado por el intérprete interpuesto. de a b rirse una salida. pues. pues aquí el am or grande. m an o sear sus co­ razones h a sta hacerles daño: que ellos vayan y ven­ gan. El gran a m o r de éste po r R aquel había sido sin duda la fuente y la semilla. al que se subordinan to­ dos los dem ás am ores de la fam ilia de Israel. la caja de resonancia. La larga fabulación del reconocim iento de José con sus herm anos es ju s ­ tam ente el m ediador reflexivo y expresivo. por todo el palacio del faraón. a u n ­ que tenga que se r p o r el tem or y la zozobra. y por dos veces el a g arro tam ien to del oscuro corazón la ha obligado a replegarse y esconderse. Si en el hai-ku de los kimonos teníam os el que podría llam ar­ se «procedim iento especular». que hablen. pero entonces ha dicho «vuestro padre». que ellos se sientan confusos y turbados. que digan cosas com o que Jacob se m o riría si perdiese tam bién a Benjam ín. llenándolo con su anuncio. ob­ viamente. único herm ano tam bién de m adre de José. que se tensen y suenen. y rescatado de su opacidad. la insoslayable distan cia que h ab ía que cu ­ brir. José no lo quiere o ír p a ra sa­ berlo. es. necesita z a ra n d e ar y a je tre a r a su padre y sus herm anos. el m utuo am or de Jacob po r José y de José p o r Jacob. confirm a rotundam ente. Y. por el poderío del fuerte de Jacob. Neftalí era allí. En el Dios de tu padre hallarás tu socorro. que a tantos nos apasionaba y que yo mismo. bendiciones del seno y de la matriz. de ahí que Jacob. ¿por qué la BAC no tiene con nosotros un detalle delicado y. en este caso. su últim a bendición. me parece más probable es la de que. pues. Q uedaría la dificultad de la posi­ ble condición jurídica de éstos. uno a uno. Según la primitiva versión de N ácar y Colunga. no era ya un hombre libre. por lo tanto. h asta lograr su absoluta depauperación. entre otras va­ rias. No me resisto a tra n sc ri­ b ir aquí la increíble bendición que reservará para José. los tiradores de saetas le atacan. estim ar como indeleble. p ara expo­ liar. sólo he podido citar. / ra­ mas altas y espléndidas». a los efectos. en cambio. una tie rra de pastoreo en la región de Goshén. por ejemplo. Nunca había yo entendido el sentido que pudiese tener esta adopción. d ecid irá a d o p ta r p o r hijos suyos a los dos hijos m ayores de José: Efraím y M anasés. puesto que la bipartición de aquella posible tribu unitaria en las tribus de Efraím y de Manasés se deriva obviamente de este acto de adopción. pero la conjetura que. y pasem os al final. C orram os un tu pido velo sobre a inhum ana conducta política de José. para darles. no tuviese más opción que la de adoptar por hijos a sus nietos Efraím y Manasés. pero la cuerda de su arco se rompe y su poderoso brazo se encoge. de casta sacerdotal— para que fuesen libres de nacimiento. la man­ cha de la vieja esclavitud. que sa b rá aprovecharse de los excedentes tan previsoram ente alm acenados en los años de abundancia. ascenderlos de una generación. por muy alta que hubiese llegado a ser su posición social tras pasar a poder del faraón. también muy posible. convir­ tiendo toda la tie rra de Egipto en propiedad del faraón. como descendencia propia. bendiciones del abismo abajo. aunque hijos de escla­ vo. los arqueros le hostigan. poniéndolos a la a ltu ra de sus tíos y equ ip arán d o lo s a ellos en la distribución tribal. 184 decir. gracias al rango y al prestigio de José. por añadidudra. no reedita también la primitiva. bastase la sola sangre egipcia de su madre Asenet —mujer. ni. ya en el lecho de m uerte. Las bendiciones de tu padre y de tu madre sobrepasan las bendiciones de mis progenitores. a nombre de sus dos hijos mayores. con su venta. ignoro lo que las leyes egipcias disponían a este respecto. Aun en el caso. suben por encim a de los eternos collados. Jacob vendrá ah o ra a Egip­ to con toda su fam ilia y todos sus ganados y o b ten ­ drá del faraón. en lugar de una «Tribu de José». Pero hoy se me ha ocurrido una explicación tan plau­ sible de la cosa. habiendo sido vendido por esclavo a Putifar. a la fuente se encamina. Ya. en estas mismas bendiciones. a reserva de lo que sobre ello tengan averigua­ do los doctores. tiene todo el color de una evidencia: José no podía ser ya cpónimo de una tribu porque. al pueblo egipcio del m odo m ás inicuo y desp iad ad o d u ran te los siete años de ham ­ bre. pe'ando con el istm o.14 14. de que José hu­ biese sido em ancipado por el favor del faraón para con él. sobre la frente del príncipe de sus herm anos. para poder perpe­ tu ar en su pueblo. «un terebinto que echa muchas ramas. y. no obstante. su hijo m ás am ado: José es un novillo hacia la fuente. por razones para mí del todo ignotas. gracias a recordar de memoria las bendiciones de Jacob? 185 . Llegada para Jacob la hora p o strera —tra s diecisiete años a e vida en tie­ rra egipcia—.parición del predilecto. hubiese dos tribus. en la esquina noroeste de la península del Sinaí. en El-Sadaí que te bendecirá con bendiciones del cielo arriba. el porqué de que. la sangre de su hijo más amado. que. que aquella pri­ mera edición se diferencia de las posteriores a veces tanto como un terebinto pueda diferenciarse de una cierva. versión real­ mente admirable. seguía teniendo condición de esclavo y ya no pertenecía a Jacob sino al propio faraón. sin por eso dejar de presentarse bajo los mismos nombres y como la misma versión. o bien excluir desde el principio la al­ ternativa de pedir que le fuese devuelto para su propia casa el hombre a quien el mismo faraón había encumbrado hasta el pues­ to más alto del imperio v a quien necesitaba y estimaba como su mano derecha en el gobierno del país. que caigan sobre la cabeza de José. habiéndola extraviado. aparte de seguir edi­ tando la versión adulterada. lla­ m ará ju n to a s í a sus doce hijos. ha sido lamentablemente alterada y destrozada en ediciones poste­ riores. «una cierva en libertad». o sea. que. Jacob podía. por el nom bre del pastor de Israel. aquí —en la novena edición— resulta ser.13 es f 13. si alguna vez se dicta un auto de procesam iento. que o b struye cu a lq u ier posible intervención de instancias interm edias. De m odo que se d iría que la m ateria m ism a produce com o una especie de agarro­ tam iento procesal. y. pero ni en esto m ism o se puede es­ tablecer si ese valor no nacía m ás bien del propio luego que de lo quem ado. otra form a bien cara c te riz a ­ da de quem a o destrucción de objetos (y digo. un desarrollo de algo ya apuntado en el texto «Sobre el Pinocchio de Collodi» (en este mismo Vo lumen. éste aco stu m b ra a to m a r todo el aspecto de un auto de fe.» (Jacinto B atalla y Valbellido) Antiguo y recu rren te es el pleito entre los bienes y los valores. sobre qué era. ni aun si seguía sien­ do lo m ism o antes de la quem a y después de ella. p ara m o stra r cóm o él está po r encim a de su propia posesión y para hacerse así m ás grande que el otro. sim plem ente. a nuestro propósito. m atado o d e stru id o pasa autom áticam ente a uenerar valor: el dueño m ism o recibe de la an iq u i­ lación v o lu n taria de su propia hacienda un au m en ­ to de valor prácticam ente equivalente al que pudiese recibir de una gesta p red a to ria que pusiese en sus m anos el botín de o tra hacienda sem ejante: ahora «vale m ás» (y recuérdese cóm o en E l Cantar de Mío ( 'id la fó rm u la canónica del desafío —del reto a due­ lo en el cam po del h o n o r— era el lanzam iento oral v público de la «tacha de m enos valer» al rostro del tlesafiado). po r cu an to aquella m ism a antedicha am bigüedad sigue im pidiéndom e decir. págs. d ecir ya una p alab ra unívoca sobre aquellos pastos dados a las llam as. de modo unívoco. en desafío con otro jeque. p arece condenado a tener que volver a em pezar siem pre p o r el juzgado de instrucción. sin duda. Cuan­ do un jeque. m ás que a un auto de procesam iento. La quem a m ism a era. ese m ism o silencio que aún ayer rom pían y alegraban con el lejano lla m a r y resp o n d er de sus 187 . pero. «objetos». a sus mil m ejores ovejas. generadora de valor: un tesoro en el cielo. por añ ad id u ra. 93-94). Este ensayo es. p o r ejem plo. esto es. sobre aquellos caballos cu­ yas c arro ñ as hieden ahora en el silencio del desierto. sobre aquellas ovejas pasadas a cuchillo. la idea del tesoro en el cielo viene a lanzar sobre los bie­ nes una m aldición equivalente a la que sufren bajo el signo de la c u ltu ra predatoria. podría. a sus cien m ejores cam ellos. en parte. ¿quién. es absolutam ente im posible decir una palabra unívoca sobre qué es realm ente lo que arde en esos 1. «bienes» o «valores»): el potlach. C om oquiera que sea. prende fuego a sus propios pastos o cosechas y degüella a sus diez m ejores caballos. Y en esta m ism a en­ contram os. tam poco aquí. tam poco hay duda de que lo que­ mado. p o r cierto. es a la ejecución de una sentencia p u ra y pinta. 186 autos de fe.El caso M a n riq u e1 «La destru cció n de los valores es la restau ració n de los bienes. Pero un auto de fe a lo que se parece. Por otra parte. lo que a rd ía en la hogueras de Savonarola. Si alguna vez pasa de ahí. si ciertam ente en ésta no lo hace. ves­ tidos. etc. Pero sigam os la cita de M airena tal com o Antonio M achado la tra n s c ri­ be en el p arágrafo E l «Arte poética» de Juan de M ai­ rena.» y lo de que «el poeta no pretende saber nada. etc. Pre­ cisam ente ha com enzado po r a se n ta r nociones. bajo el concepto de serm ón de encarecim ien­ to de los valores y m enosprecio de los bienes en que 188 la intención m anifiesta del poeta lo quiso colocar. p a ra encom iarlas ju stam en te en el sentido radicalm ente c o n tra rio al que quisieron te­ ner para el poeta en la totalidad de la elegía. sino la de c o n sid e rar el curioso conflicto que im pensadam ente viene a su rg ir en las en tra ñ as de una de las m ás fam osas recu rren cias del pleito de los bienes y los valores. con los cuales co n stru ir razonam ientos. la 27 y la 28 («apenas pue­ den tach arse dos estro fas pedantescas y llenas de nom bres propios»). lo elogia sin restricciones en todo lo dem ás com o un «doctrinal de c ristia n a filosofía». pregunta por dam as. tocados. Mairena. pregunta. las hay m e­ diocres. q u e fo rm a p a r te de su in tr o d u c c ió n al «Cancionero apócrifo de Ju an de M airena»: «El ¿qué se hicieron?. El poeta no pre­ tende sab er nada. Pero m i intención no era la de m eterm e en averi­ guaciones sobre la m ás íntim a esencia de tan oscu­ ro asunto. es falso de toda falsedad lo de que el «poeta no com ienza p o r a se n ta r nociones. pero no es este p rim a rio juicio de valor pu ram en te a rtís ­ tico lo que hace al caso en la cuestión que me inte­ resa. no ha estado ha­ ciendo otra cosa que responder. las Coplas de J o r­ ge M anrique p o r la m uerte de su padre. se olvida p o r com pleto de la inten­ ción m anifiesta de M anrique y se va derecham ente ¡il corazón de las únicas coplas verdaderam ente líri­ cas del poem a.. lejos de preguntar. el devenir en interrogante. o sea.. po r el contrario. parad ó jica­ mente. individuali­ za ya estas nociones genéricas. E stas co­ plas son. o sea. y. pues el conflicto al que pretendo referirm e viene a salirse de lo que propiam ente llam am os literario. esto es. el aspecto que ese juicio toca no concierne ni afecta a mi asunto de m odo sustancial. Don M arcelino a g a rra el poem a po r el asa de la intención explícita del a u to r y. en conjunto. las hay m ejores y las hay detestables. Para poner en claro lo que quiero decir. amantes. donde el poeta pretende 189 . dicho del poem a entero. ya que la referencia al soneto de C alderón nos perm ite corregir la im precisión del lenguaje de M airena y en­ tender lo que quiere d ecir con esto. llam as. dem ostrando a la vez la más im perdonable despreocupación en cuanto c rí­ tico literario y el m ás fino y seguro oído en cuanto lector de lírica. pues bien. p ara bien).». en un p asad o vivo. las coloca en el tiem ­ po. po r saberlo todo. o. a poco que se re­ pare en las coplas de M anrique se verá que en casi todas las que anteceden a la que com ienza «¿Qué se hizo el rey don Joan?» (que es la 16) el au to r ha venido haciendo ju stam en te lo que M airena niega que haga en la copla que tom a com o ejem plo (que es la 17). olores. de ellas las hay m alas.relinchos? N unca h a b rá univocidad acerca de estas cosas m ien tras el sólo e s ta r en el cuenco de la m ano de un niño sea capaz de tra n sfig u ra r o tra n sfo rm a r ante nuestros propios ojos la m ás valiosa de las es­ m eraldas en algo no d istin to de cu a lq u ier lindo gui­ ja rro pulido p o r el río. n ad a m e­ jo r que em pezar p o r c o n sid e rar el curio so c o n tra s­ te que ofrecen las opiniones de Menéndez Pelayo y de Ju an de M airena al respecto de las coplas en cues­ tión. un gran fracaso (aunque ya se verá cóm o ese m ism o fracaso ha sido. aunque tam bién sobre ello rep ercu tan sus graves consecuencias. sin d e ja r de repro­ charle las dos coplas realm ente deplorables a que aludo m ás a rrib a . al m enos. Su d es­ cuido o su distracción son tan escandalosos que llega incluso a decir: «El poeta no com ienza por asen­ ta r nociones que tra d u c ir en juicios analíticos.». porque la t ontradicción está en las entrañas m ism as del poema. insiste en p reg u n ta r el poeta. nada. fundándose en el principio de la identidad de la persona. po r­ que p ara ello se ría preciso h a b e rla vivido. a la exigencia crítica de que el poem a I uese considerado com o un todo y h a b ría im pugnado las apreciaciones de M airena como apoyadas en la m ás a rb itraria extrapolación. Al mani­ festarle desde aquí mi gratitud. La diferencia es m ás profunda de lo que a p rim era vis­ ta parece. como «pasar los ojos». que no p o d rá repetirse ni im itarse. de igual manera. tocados. y que surgen ahora en el recuerdo. pero era M airena quien tenía razón. 190 Marcelino. todas las m em orias—>de cierto oscuro peliodista sevillano aparece. las rem em ora o evo­ ca. o sea. Sic: «es todo». nin guna clase de añoranza (versión retrospectiva o retroactiva del deseo) de cu an to pueda e s ta r m arcado p o r el signo y el sino de la caducidad. iné­ ditas. habría ape­ lado. por tanto. actualizando. en u n a trivial anéc­ dota indum entaria. o casi nada. La em oción del tiem po es todo2 en la estrofa de don Jorge. sino aquellos que. h asta llegar a la m aravilla de la estrofa: aquellas ropas chapadas.in tu irla s com o objetos únicos. como • pasar las hojas» —de un libro. No pueden ser ya cu alesq u iera dam as. como escapadas de un sueño. el oído común la refiere a «hoja». com o un «doctrinal de c ristia n a filosofía». 191 . lonsignar. con un diálogo que versa. por lo demás. prácticam ente anónim as — pues sólo hay una más o menos plausible conjetura sobre la identidad de \u autor. com o único y nunca corro­ borado testimonio. viuda de O’Connor. estam pados en la placa del tiempo. sólo tenía razones. justam ente sobre las coplas de Manrique. las i uales han venido a su posesión sólo a través de una serie de ciri unstancias. Mas por m ucho que Don Marcelino pudiese ab u n d a r en toda suerte de razones —que no se podría decir que le faltaran —. ningún p asad o efím ero que «conmoviese —¡todavía!— el corazón del poeta». defini­ tivam ente m uerto». por expreso deseo de Doña Rosa. en lugar de «/o es todo». supues­ to que leídas las coplas com o lo que eran p ara éste. las que traían los caballeros de Ara­ gón —o quienes fueren—. tanto en la edición de Espasa-Calpe como en la de Losada. por supuesto—) tan pintoresco manuscrito y transcribir el episodio que recojo extractado en esl a s páginas a doña Rosa Hernández. por su parte. cuyo nombre. a su vez. no podría escucharse en ellas sino el m enosprecio de lo perecedero. conm ueven —¡todavía!— el corazón del poeta. en las m em orias inconclusas. en su mayor parte. que no hace al caso detallar aquí. no es nada aventurado suponer que M airena se h a b ría opuesto del modo m ás rotundo al dictam en de Don M arcelino. en el soneto de Calderón. vistas en los giros de una danza. Así que Don 2. de uno u otro modo.3 V Debo la gentileza de haberme permitido hojear (yo antepongo »lempre la «h» a esta palabra que suele escribirse sin ella —delivándola de «ojo». y m al podría h a b e r en ellas nada de «emoción del tiem po». om itiré— y acaso ini luso apócrifas —com o lo son. el relato de un insospechado encuentro entre Juan de Mairena y don Marcelino Menéttdez y Pelayo. (El diálogo del «Gran Café de Nápoles») (A este propósito. como sería correcto. Term inada la estrofa. queda toda ella vibrando en n u e stra m em oria com o una m elo­ día única. me cumple. m aterializando casi el pasado. que ningún paren­ tesco próximo o remoto la une con el autor de las memorias. y en Calderón —nu estro gran b arro co — un pasado abolido. pero creo que. que aquí significaría identi­ dad del autor consigo mism o y consiguientemente uni­ dad de la intención y univocidad de la obra. A tenor de e sta s palabras. Ella sola explica por qué en don Jorge la lí­ rica tiene todavía un porvenir. sea o lio por etimología popular. fragancias y vestidos. altamente fortuitas. Y aquel trovar y el danzar aquél —aquellos y no o tro s— ¿qué se hicieron?. por lo visto. que tanto yo com o un señor Mairena. un cáncer inhum ano. con las m anos cogidas p o r detrás de la chaqueta. fue reconocido en el acto por el autor de las m em orias. gracias a cientos de grabados y de fotografías. siem pre según el poco conocido y aun m enos acreditado m anuscrito. que. aterra­ do. «Viéndome y o . «sin otro objeto — son palabras textuales que el autor de las m em orias pone en labios de Don Mar­ celino en la conversación de éste con M airena— que el de confirm ar ciertos extrem os que m e interesaban en los archivos de la M etropolitana». Sigue des­ pués contando el periodista cóm o Don Marcelino. «una m u jer que m e quería —com enta—. des pués de haberse paseado de acá para allá unas cuantas veces. no son infrecuentes en el m anuscrito. por si el director los estim aba una m ijita atrevidillos y m e los echaba para atrás: "El sabio don Marcelino M enéndez y Pelayo viene a consultar los tesoros documentales de nuestra capital"». por lo demás. pues. de correcciones: y. com o es notorio. en que el pa­ pel de sujeto de «hubiese arrebatado» queda am bi­ guam ente repartido entre Dios y el tu m o r impío. abstraí do en los m ás elevados pensam ientos. en el Parador del Sol. sería injusto sacar la coni lusión de que el autor tenía un tan elevado concepto de sí m ism o com o para considerar su propia ancia­ nidad digna de la veneración de un tabernáculo. sin duda. sin andarse parando de­ masiado en el sentido de lo que decía].Según el m anuscrito de este olvidado y d udosam en­ te identificado reportero. Don Marcelino. sito. vino a buscar el consuelo. se resolvió p o r fin a entrar en el Gran Café de Nápoles. el autor de las m em orias vio en seguida la posi­ bilidad de una entrevista-reportaje. de la i/ue si un tu m o r impío. del que confiesa incluso los diferentes títulos que llegó a barajar: «Don Marcelino en la ciudad de A lm utam id». en la calle de la Cabeza del Rey Don Pedro. tal vez habría llegado a hacer la com pañera de m i vida y el sagrario de m i ancianidad» [sic. «concentrado. deseoso tan sólo de ren­ dir hom enaje a su mem oria. de un espacio m ás am plio y despejado com o es el de la Alam eda de Hércules. Parece. así pues — sigue el autor — > en la precisión de des­ 193 . y de las que ésta tom ó sin duda el nombre». una Magdalena. donde existía hasta hace pocos años el Gran Café de Nápoles. aleda­ ña con la Alfalfa. ya que «su im ponente efi­ gie —según nos explica el texto—. en las más arduas reflexiones. y p o r ende en uno de los puntos m ás interiores y m enos ventilados de la urbe. que se hospedaba. y otros por el estilo. Im puesto en su profe­ sión. de re­ serva. anacolutos com o este. no m e la hubiese Dios arrebatado. «corriendo a la sazón la p ri­ mera quincena del mes de julio y sin ninguna de esas benem éritas torm entas que tanto suelen aliviar los inm isericordes rigores de las noches sevillanas. casi carente. m ás un ú ltim o «más serio —dice—. era tan fam iliar en el circuito de las personas instruidas com o fam oso era su nom bre entre las m ism as». en cuanto a lo de «sa­ grario de m i ancianidad». una m ujer buena. ante la sola idea de meterse en cama. «Menénile zy Pelayo rinde visita a Im Giralda». 192 en donde. por lo que pude co­ legir. Pero estan­ do en aquel m o m ento acom pañado p o r una m ujer llamada La Sagrario. profesor de gim nasia —y con quien yo no tenía otro conocim iento que el del sim ple saludo que se usa entre asiduos de un m ism o establecim iento—> solíam os frecuentar». m ás conform e parece con la actitud general del m anus­ crito pensar que sólo quiso encontrar todo un s ím ­ bolo — aunque tuviese que ser algo forzado— en el nombre de pila de la mujer. por cierto m ás ilusorio que real. a todas luces — nos dice textualm ente—. el fugaz conocim iento en­ tre am bos personajes se habría producido con ocasión de una breve estancia en Sevilla de Don Mar­ celino. entre las dos parejas de colosales y m onolíticas colum nas roma ñas que adornan los extrem os de la célebre alam e­ da. tal vez con una punta de rencor por haber visto frustrada su entrevista. en efecto. que había aguzado el oído a la conversación. 279). sentado en un velador casi contiguo. sin haberle dejado tan siquiera el tiem po de acom odar­ se. lleván­ dose por delante la puerta del toril de la urbanidad. y que con la desm esura de su interpelación rebasó cualquier posible m edida que hubiese amenazado al­ canzar el desacuerdo entre Mairena y M enéndez y Pelayo. había llevado fin alm ente al glorioso reinado de Fer­ nando y de Isabel. por la m uerte del infante Don Alfonso. habiéndose al fin polarizado sobre la lírica castellana. lo abordó sin m ás ni más. parece ser. y. pero juntas las yem as del pulgar y el índice. Cuando el segundo. produciéndose de la form a m ás desenvuelta. que am bos personajes coincidieron con el m áxim o entusiasm o en encomiui este poem a con especial predilección. casi com o si fuesen versos propios. siendo. cuando Mairena em pezó a poner en entredicho la figura del conde de Paredes. sin e m ­ bargo. acom pasándose con ciet 194 tos exquisitos m ovim ientos de la mano. el autor de las m em orias— se atrevía aquel señor Mairena a departir de literatura con el insigne M enéndez y Pelayo. y contrastando su actitud y la de su fam ilia con la responsabilidad. la dignidad y la franqueza que durante todo el reinado de E nrique I V habían sabido mantener. tendiéndole la m ano y anunciándole su nombre. el anciano no pudo contenerse más y «se arrancó —según dice textualm ente el autor de las m em orias— com o un cárdeno chorreao. así que al fin no pude redactar más que una sim ple nota de su fugaz estancia. «No dejaba de ser un e s p e c tá c u lo c h o c a n te — d ic e e l a u to r de las me m o ñ a s— ver cóm o aquel profesor de gim nasia se sabia de corrido las coplas de Jorge Manrique. que igual­ m ente lo había reconocido. ga­ nándom e la acción. a m enudo con frases literales de los interlocutores.4 cuya clarividencia. la conversación se fue centran­ do sobre el tem a de la literatura. había sido. aun después de fracasar. llegando inclu so a recordar de m em oria algunas partes y a ponde rarlas con tono adm irativo. se m e adelantó. sobre este personaje. una tarjeta de visita a través del camarero. «No sé con qué pre­ dicam ento — com enta aquí. el tal señor Mairena. Con lo que. hen­ chido de soberbia y de am bición. salieron casi en seguida a relucir las coplas de M anrique a ¡a muerte de su padre. en cambio. el Apéndice n. y la manera en que se las recitaba a M enéndez y Pe/ayo.» Un conato de roce parece que lo hubo. y en el acto pegó la hebra con él. pág. un anciano solitario. en especial desde el instante en que ésta había derivado hacia juicios históricos. que si consideraba M airena a Don Enrique un rey m erecedor de lealtades incondiciona­ les o escrupulosos m iram ientos y com enzó a expla­ yarse sobre el gran beneficio que tanto para la sucesión de Enrique de Castilla com o para la de Juan II de Aragón había supuesto la actitu d de persona­ jes com o Don Rodrigo y el alm irante Don Fadrique. la prim era parte de la conver sación. la tentativa de Ávila. profesor (aunque m ejor diría mos "in stru c to r" por m u y titulado que estuviese) de gimnasia. m ás bien un m a l bicho.» Om itiré reseñar aquí los párrafos del m a­ nuscrito que recogen. en realidad.pacharla antes de presentarme a Don Marcelino. aseverando que don Ro­ drigo Manrique. 195 . replicó. hasta el m om ento en que. con una punta de viveza. al igual que don Fadrique Enríquez. pues. com o era. al parecer. com o m e parecía lo más correcto. los Mendoza. igual que un cantaor. 4 Véase. fue sólo para enterarm e de que el sabio había partido. aun­ que al día siguiente m e personé a m ediodía en el Parador del Sol.» Casi en seguida.° 1 al texto «Discurso de Gerona» (en este mismo Volumen. Pero si este conato de fricción no pasó a mayores fue gracias a la intem pestiva intervención de un tercer personaje. m an­ dándole. o com o si se las estuviese dando a conocer. vin dejar rebotar. Intentando quitar hierro con una observación inofen­ s i v a . de sus M anriques y de sus Fadriques. de la traición y del veneno!¡Esa fue la clarividencia del almirante y de su hija. y reservando para Cristóbal el dictam en de «buen m arinero en la mar. ensañándose con «Dieguito». que encizañó a Juan II contra el principe de Viana. vela con vela —se exal­ t a b a el anciano—. para decirle: «Si com o creo colegir de sus palabras. y se encaró.. se torció. m ás allá de los m uros del café— un reino islám ico europeo. al que debieron dejar am arrado de por vida a la barra del tim ón. por lo visto. próspero. doña Juana Enríquez. con Don Marcelino. contra Fernando. prosiHuió: «¡Si no hubiese sido po r la clarividencia. toda la resma. es a Granada a donde quiere usted apunUti. flanqueadas bor­ da con borda. y las hier­ bas de su m adrastra Doña Juana. pero que «bien tenía a quien salir». la esmeralda de Alá com o remate del collar ile los pueblos cristianos. y sobre todo con Bartolom é. contra el Gran Capitán. Aquí Mairena. m odulando ahom su cólera con cierto tono de solem ne unción—> no he vuelto a reconocer m ás reyes en España que m i 197 . ahora tendríam os allí —y señalaba con el brazo y el índice extendido hacia alHiin punto remoto.a y de Granada.. contra los Colones. sin perm itirle pisar jam ás m ás que sobre m adera ni conocer m ás tierra que la de su pro pia sepultura». cada vez m ás crecido. pacífico. que acabaron con él! ¡Así es com o sacaron adelante la m adre al hijo y el abuelo al nieto! ¡Linda m anera de velar al m ism o tiem po por la grandeza de la patria y el interés de la fam ilia! ¡A esto suelen salir con que Dios escribe de­ recho con líneas torcidas. com o usted la llama. de Segovia. la España de Lisboa. al padre contra el hijo. que «con perversas m aquinaciones se dio buena mana para borrar de la faz de la tierra a un pueblo ente ro». pero toda la plana. que en un p rim er m o m en to M airena y Don M arcelino no acertaron a hacer casi otra cosa que escucharla b<> 196 i/uiabiertos y solam ente el segundo hizo un intento ile atajar. porque así está usted Indicando m ás o m enos a Ronda o a Estepona». por no hablar de otras quemas». contra Cisneros. caba­ llero!». y por este tenor siguió apostrofando el an ciano — «el energúm eno». espetándole a que­ marropa: «¡Sí. a la vez que el espejo en que se miraría todo el Islam occidental. diciendo: «¡Está usted disparatando. de los que salva ba sólo a Fernando. n'finado. en cuyas cam pañas de Italia veía los prolegóm enos del Saco de Roma. que con­ dujo al glorioso reinado de Fernando! ¡La calum nia de Don Fadrique.del civism o y de la buena educación». culto. remo con remo. y «habituado sin duda — com enta textualm en­ te el autor de las m em orias— a exigir precisión de m ovim ientos en la ejecución de la tabla de g im n a ­ s i a». y no hay quien haya vuelto a ende­ rezarla!. pero en tierra un orate visiona rio. Pero vi anciano rehusó la transacción y em palm ó de vo­ lea. tal vez porque veía que la ten­ s i ó n aum entaba por m om entos. p o r cierto! ¡Coincide con la versión mía!¡La clarividencia de la intriga y la calum nia. Era tan virulenta la andanada. iilinra tendríam os todavía la dulce España de los cua­ tro reinos. pero el anciano. jam ás habrían perm itido que los turcos pasaran de Cairuán ni del estrecho de Panleleria!». por las galeras herm anas de Aragón y de Castilla.». que seria hoy el orgullo de I uropa. a quien calificó de «bruja beatorra y marisabidilla». de ZaraHn. a Santander H a los m ism ísim o s infiernos! ¡Nada de aquello vol­ een! ya más! Por m i parte —añadió. com o lo llam aba. aprovechó una pausa en la proclam a del ancia­ no. quiso terciar. «con sus B úcherverbrennungen. pues sus naves. con sorprendente rapidez: «¡Tan­ to daría ya que señalase a Peña Labra. com o lo llam a el autor de las m em orias— contra Isabel. del que dijo que era «más falso que la rama de una higuera». le ruego que varíe el ángulo del brazo unos cua­ terna grados hacia el este. Mairena: «Bien. «cuyas cuatro alas —precisa el m anuscrito— perm anecían. plegadas dos a dos sobre su eje. com o toda opinión». para llorar sobre ellos la destrucción de Europa!».. Cuando. si Dios no dispone antes otra cosa.! O ¿por qué no. Boabdil. de Sajonia. de Wurtemberg. bien.. jubilado. catedrático de His­ toria y Geografía. no le dejó seguir e.señor Don Carlos. Mairena: «¿Judío. una opinión discutible.. nada menos. Don Marcelino se volvió a Mairena: «¿Ya ha oído usted qué nombrecito?». perplejo. si es inútil.. ¿conque se trataba de un entierro? — dijo con voz sardónica— ¡Ya decía yo! ¡Del entierro de España. Restablecida del todo la tranquilidad con tan piado­ sas y conciliadoras palabras de Mairena. de Badén. de Parma. Don Marcelino. según dice textualm ente el m anus­ crito. replicó excitadam ente: «¡Creo que se está usted ya pa­ sando un tanto de la raya.. com o lo califica textualm ente el autor de las m em orias— en lo de Peña Labra y Santander. honraba con su presencia aquella noche el Gran Café de Nápoles. hem os de ser ancianos algún día». ni Zaragoza ni Granada!¡¡¡A Cartagena: a eso es a lo único que huele aquí!!! ¡Que m e despide usted un tufillo cartagenero que trasciende!» [se conoce que el recuerdo juvenil de la revolución cantonalista. Sorprendido en su guardia p o r este contrataque tan ajeno a sus supuestos tácticos. entendiendo sin duda el apenas velado ataque ad hom im em —o «puñala­ da trapera». Don Mar­ celino: «¡Hombre!¡Más que M aimónides!¡Y dispuesto. 199 . Ya debía de haberse corrido la voz por el local entero sobre quién. aún debía de ofender y escandali­ zar el acendrado españolism o de Don Marcelino!. Bremen. viendo de pronto un hueco para su florete y acertando a encon­ trar finalm ente su estocada. no habiéndole dado nadie vela en este entierro!». en la Alham bra de Granada». que m i señora doña Juana de Trastamara — Beltraneja que fuere o que dejase de ser.? ¡La A lem ania de las ciudades libres: Frankfurt. Mairena: «Todos. Don Marcelino. de Baviera. Luego. en La Aljafería de Zaragoza. a franquearle otra vez el paso del Estrecho a la morisma!». para. fue llam a­ do de nuevo el camarero. con una levísima inclinación de la cabeza. «no fue sino al propio som noliento Hum berto. no es m ás que una opinión lo que ha ex­ presado. y por toda reacción se lim itó a mirar a Don Marcelino con una m edia sonrisa o casi m ueca de desdén. si ya se sabe. ¿a qué va uno a meterse a hablar de nada?». atravesaba ya el anciano el cilindro de la puerta giratoria. no encontró ya su reconocida p ro n titu d para recoger 198 v devolver. sibilarles entre dientes: «Rubén Segovia Francos. de Hannover. cual pareja de gigantescas mariposas en el acto de la cópu­ la» [es evidente que el autor de las m em orias tenía una imagen un tanto antropom órfica de las prácti­ cas nupciales entre los lepidópteros]. logró im poner su voz firm e y sonora: «¿Sabe lo que le digo.! ¡Cadáveres calientes todavía. Don Marcelino. encabezada por la ciu­ dad de Cartagena. si eso les place—> en el Alcázar de Segovia y que m i señor Abu Abdallah M uhám m ad. pagada su consum ición. señor m ío! ¡Y ya le hem os consentido por demás. Don Marcelino. com o cualquier otra. en los In stitutos de Me­ dina del Campo y de Jaén. de Módena. Principe de Viana. m u y dig­ namente. se levantó para marcharse. si de él dependiera. m e atrevo a suponer! Pues hay otros difu n to s bastante m ás recientes que enterrar. Don Marcelino: «Las opiniones se enuncian... no se ladran». ¡La Italia de Venecia y de Florencia. la Alem ania de Hesse. aunque no sin pararse unos instantes al cruzar p o r delante de la mesa de M airena y de Don Marcelino. para servirles». pero tam bién respetable. acom pañada de un fuerte resoplido que pa­ rada decir: «Si no. pues. Hamburgo. de Lombardía. am igo mío?¡Que ni Brem en ni Ham burgo ni Florencia. por el calor ile la estación. m ás todavía. se refiere usted?». el anciano. in­ terrumpiéndole. Mas el anciano volvió a dem ostrar su implacable rapidez: «Ah. ni Segovia.. sobre cuyo fondo se veía gotear. no fue sino a este H um berto a quien se le vio acudir com o una exhalación a las palm adas de Don Marcelino. al escudarlas tras el álibi de un gesto semejante. de nue­ vo la conversación de Mairena con Don Marcelino en m edio de la m ayor concordia y la m ayor conform i­ dad. como. cada vez m ás dolida de que. que escondía en su interior un juego de dos filtros y se adaptaba a la boca de un vaso de cristal. absorbido en la conversación de aque­ llos dos señores. m ontera redonda negra. bebi­ da de la que el autor de las m em orias — tras dejar consignado que M airena ya se había tom ado tres o cuatro copas antes de entrar Don M arcelino— nos asegura que «haciendo honor a su nom bre —palabras literales del autor—-. no obstante —dice literalm ente el m a­ nuscrito—. repartido com o se veía filtre el afán. sin venir m u y a cuen­ to. inclinando la cabeza. Don M arcelino pidió. com o un vulgar jugador de dominó»] y la necesidad de apaciguar. Dejan­ do.con aquellos sus ojos com o las rendijitas de una ce­ losía. ora en los puños de la camisa. en los que todo el m isterio con­ sistía en un cilindro de lata. que ninguno jam ás llegó a saberle el color de las pupilas. pañuelo de co­ lor sobre la frente ciñéndole las sienes hasta ir a anudársele en la nuca. arreaba verdaderos trabucazos de metralla a las paredes del estómago». o «no le echase m enta». «aportando. decano del personal del establecim iento y el m ás lento y abúlico de todos los camareros de Sevilla. la estam pa de un jinete —caballo ala­ zán tostado. al pasar por delante de una erm ita [sin duda. Mailena pegó un respingo en el raído peluche del asiento según las propias palabras del a utor de las mem o201 . la infusión] y Mairena otra cazalla de la marca «El Bandolero». en palabras textuales del autor. y de nuevo Don Marn 'lino se dem ostró concorde con sus apreciaciones. que al parecer representaba. según se emparejara. Discurría. al em itir Don Marcelino su dictam en de «doctrinal de cristiana fi­ losofía» con respecto a las coplas de Manrique. cuando he aquí que. del m odo m ás escrupuloso. y cuando no. de no perderse una pa­ labra de la conversación y de apuntar lo m ás fielm en­ te que pudiera. pues. ya no le hiciese caso. bajo cuya m aligna advocación había 200 i¡nerido la gerencia de la marca garantizar la autén­ tica vesania del turbulento trago que ofrecía. con sus siem pre concisas y ajustadas puntutilizaciones. cuantas frases pudiese recoger [«cuando po­ día». ora en el propio m árm ol de la mesa. su segundo café [«una segunda maquinilla». después de haber cortado en seco la ini­ ciativa del garçon de turno diciéndole con voz sorda y con gesto autoritario: “¡Deja tú!"». por otra. declara textualm ente. con expresión sevillanísim a. trabuco en el arzón— en el acto de quitarse devotam ente la m on­ tera. pues el café debía de ser de los que se llam aban «m aquinillas» o «de m aquinilla». con asa y tapadera. E l autor se detiene aquí por un m om ento en revelar la extraordinaria tensión a la que «*/ m ism o se hallaba sometido. la etiqueta. pero ciñéndose va. lentam ente. en colores m u y chillones. que había llegado a desencadenar la furibunila intervención del viejo catedrático. com placién­ dose incluso en describirnos. «en m i cuaderno de im ­ presiones. prudentem ente irresoluto aquel vidrioso punto de fricción sobre la personalidad de Don Ro­ drigo. por una parte. dice li­ teralmente el texto del autor. de la Virgen] que blanqueaba so­ bre un fondo de riscos verdinegros — tal vez cual si el artista hubiese pretendido. pistolas en la faja. conciliar y asegurar las sim palias del público para la torva y proscrita identidad del personaje. de pronto. pero guardando a la vez el conveniente disimulo. así pues. a los aspectos estric­ tam ente literarios del poema. rigor y precisión a los a cada ins­ tante m ás eufóricos y m enos m atizados transportes del señor Mairena». pues. las reiteradas pro­ testas de la m u jer que lo acom pañaba. Mairena volvió iIr nuevo a las coplas de Manrique. » Don Marcelino. Don Mar­ celino: «¿Ah no? Pues. quie­ ro decir la de que son un doctrinal de cristiana filosofía? ¿Debo entender. pues entonces. se lo ruego». rectificándose. Mairena se extendió en exponer m u y vivazm ente sus ideas sobre la lírica. estaba ahora extre­ m adam ente afable con Mairena y. así es.. consideradas y encomiadas precisam ente com o poem a lírico. las ideas ya extractadas o transcritas por Antonio M achado en sus páginas so­ bre el «Arte poética» de Juan de Mairena. «como esforzándose en recobrar—consigna tex­ tualm ente el autor de las m em orias— la precisión y la soltura de palabra que se le habían ido escapando por m om entos». para quien la estocada final con que había logrado poner fuera de com bate al ju ­ bilado debía de haber sido altam ente com pensatoria de todos los sofocos anteriores. y con la excitación carac­ terística de todo aquel que se ve puesto en el trance de declarar sus m ás propias y personales opiniones.. a la clara de la luna. alzó pausadam ente la cabeza y dijo: «Si he com prendido bien lo que hem os venido ha­ blando hasta este instante. de im pasible o de m agnánim o. y tanto m ás viniéndonos com o nos viene de una m ente sagaz como la suya. «.» [«En esto ú lti­ m o de m aravillosa noche sevillana — com enta aquí el autor de las m em orias—. ¿qué duda coge? Y com o uno de los m ás grandes poem as de la lira hispana». Don Mar­ celino. com o es sabido. Para eso estam os. Para dilucidar y resolver cuantas dificultades puedan presentársenos. sobre alguno de tantos ex­ trem os com o perm anecen todavía en ¡a penum bra o 202 en la som bra para el h u m a n o conocer. en esta maravillosa noche sevillana. con su sola discusión. M ai­ rena. ¿cómo se compadece con ese presupuesto la afir­ mación que acaba usted de hacer acerca de ella. y que toman. de un poeta tan. señor M airena qué dificultad es ésa. en m itad de la Alameda. si va a decir verdad. no creo equivocarm e al tener la im presión de que las coplas de M anrique han sido aquí sacadas a relucir. Oigamos cuál es su dificultad. que considera us­ ted que un doctrinal de filosofía. Don M arcelino confirm ó: «En efecto. Don M arcelino se pasaba ya un poquillo. y aún se habría podido freír el pescaíto. señor Mairena. al parecer. cristiana o lo que fuere. Mairena: «¿Claro? Perdón. supuesto que en las palabras que el autor de las m em orias pone aquí en labios de Mairena. lejos de tom arle en cuenta la interrupción. «Un m om ento. No dejará p o r eso de ser siem pre un p unto de vista interesante.. para esto esta­ m os aquí los dos sentados. m on am i? ¡Pues claro que está que puede!». Como la suspen­ sión tenía el valor de una pregunta.»] Animado.. porque ya había sonado el tercer cuarto para la una de la m adrugada. de las que se ha citado algún trozo m ás atrás. haciendo un gesto de parada con la mano—>perm ítam e un m o­ mento.». m archem os paso a paso.. en am igable charla. no tan claro. «Profesor de g im ­ nasia» — le atajó Mairena con cierta sequedad. sino hasta literalm ente en algún caso. señor Mairena? Pero.rías. ¿cómo asi. hable. capaz tal vez de arrojar luz. puede se ra la vez un gran poem a lírico?». siendo com o usted dice. así pues. su p u n to de partida en una com paración entre ¡a estrofa 17 de las Coplas de M anrique a la m uerte de su padre y el soneto de Calderón «Estas que fueron pom pa y alegría». «levantó un par de orejas com o las de una lie­ bre». podem os reconocer no sólo sin ninguna variante digna de notar. diga.». entonces. veamos pues. Mairena: «Bien. por las cordiales ins­ tancias de Don Marcelino.. Don Marcelino: «Pourquoi pas... Yo no lo veo tan claro». de un profesor de gim nasia —prosiguió. «Don M arcelino escu­ chó al señor M airena — dice literalm ente el autor de 203 . su «poética de la temporalidad». se apresuró a decirle: «Diga. Don Marcelino sin inm utarse ni alterar su cortesía— tan sensible y tan inspirado com o usted. sin necesidad de hacer lu m ­ bre. calma. Don M arcelino —dijo. exposición que om ito transcribir o resumir. Veamos pues. o bien conserve su opinión a tal respecto. a tenor de lo que ha expuesto y asen­ tado por fu n d a m en to de su dificultad. tan sagazmente. así tendría que ser. pero renuncie. ciertam ente. los supuestos de principio que harían. en este punto?» [Don M arcelino se ponía m ayéutico] «Con­ forme» —dijo Mairena. lim itándose a asentir de vez en vez. un sem e­ jante doctrinal ¿Conforme. entonces. siem pre estim ables. o tal vez séptim a. la ob­ servación brillante. en líneas sus­ tanciales. ha sabido centrarlo. En este punto. solícitam ente atentos a la mesa ocupada por el sabio. pues. no dudo de que usted sabrá enten­ der que hablo tan sólo ex a b u n d a n tia cordis. diciendo: «Con­ que estos vienen a ser. a lo siguiente: ¿convendría usted con­ m igo en que si hallásem os en las Coplas de M anri­ que esa clase de nociones genéricas.las m em orias— con la atención m ás deferente. a tenor de las ideas. m i buen señor Mairena. lleno de enjundia y de penetración y al que.» A l fin Mairena hizo una pausa y concluyó. Don M arcelino: «En efecto. lejos de mí. en efecto. sin necesidad de interrum204 p irco n un ruido de palm as las palabras de Don Mar­ celino. ya que los tres camareros del salón. comprendo». una tercera m aquinilla para éste y una sexta. por sí mismo. y tanto m ás gustosa­ mente cuanto que usted m ism o ha acertado. H um berto incluido. o bien «Ya. y com o prim er punto. casi diría. Ahora pues. que ejerce siem pre sobre nuestro ánim o lo ver­ daderam ente original. el distingo certero. no otra. Para m antener nuestro debate sobre la m ism a línea de argum entación en la que usted. para enfrentarle seguida­ m ente con la alternativa de que o bien deponga su actitud en cuanto a sostener la incom patibilidad que tanto ha encarecido. ya m e hago cargo de lo que quiere usted decir. Mas al ver que M airena lo miraba con una cierta expresión de gélida paciencia. de «soberbia» y hasta de «in­ gratitud». y tra­ taré de m ostrarle cóm o nuestro poem a es en efecto un doctrinal de filosofía. que el periodista no se recata en tachar de «arrogancia». im prim iéndole tan­ ta claridad. a lo largo de toda su prolija explicación». Don Marcelino. incom patibles las nociones de doctrinal de filosofía y de poem a lírico reunidas en las entrañas de una m ism a obra». Punto de vista harto su til el suyo. y hasta la sugestión. a estim ar las Co­ plas de M anrique com o un poem a lírico. que a usted tanto le enfa­ 205 . y en sum a ideas m u y m eritorias por su parte y atisbos indudablem ente aprovechables. sin duda. tendría que ser la conclusión. Paso. cazalla para sí. la de facto es si las Co­ plas de M anrique son o no son. a cu m p lir con el honroso deber de contestar a sus bien razonadas objeciones. nuestra cuestión de facto viene a parar de entrada. en efecto. señor Mairena. por dejar de acom odarse a una exigencia que usted propugna com o consustancial a la naturaleza m ism a de la líri­ ca. toda intención de em pala­ garle con halagos que estoy seguro no podrían resul­ tar sino enfadosos para un espíritu altivo y superior com o es el suyo. desglosar en dos cuestiones nítidam ente separables: una cuestión de iure y una cuestión de facto. que acaba de exponerme. de im ágenes puram ente conceptuales. «Al gra­ no. con gesto pensativo. la m atización feliz. en rigor de estricta lógica. No faltan. con tanta perspicacia. señor Mairena. en m i sentir. com enzaré por la cuestión de facto. al tiem po que decía «Comprendo. permanecían. no puede negarse el interés.. créame.. La de iure es si un doctrinal de filosofía puede o no puede ser al m ism o tiem po un buen poem a lírico. Mairena. a situar la discusión en aquel p u n to jus­ to desde el que m ás prom ete llegar a ser fructífera». com enta aquí el autor de las memorias]. por señas. Don Marce­ lino: «Bien. pues —prosiguió Don M arcelino—: E l objeto de nuestra discusión se deja. pidió. Don Marcelino se apresuró a añadir: «Pero lejos de mí. apuntando una sonrisa ape­ nas perceptible [«No sé yo qué m isterio se traería». desde el otro extrem o del café.». siem pre interesantes. Mairena: «Digo que el conde de Pa­ redes hablaba com o la zorra de la fábula de Lafontaine. refle­ xionó un instante y al fin reconoció: «Touché! No me diga usted más. acaso. afir­ marse que esas que señala son nociones genéricas. busquém osla. para las que ha quedado bien claro hasta qué punto. señor Mairena. Don Marcelino: «No es justo. Don M arcelino: «Corriente. o "la herm osura. Don Marcelino: «Perdón. inspirar o ro­ dear la acción creadora que le insufló el aliento de la vida. señor Mairena: ¿Qué diferencia en cuen­ tra usted.da en Calderón. "Lo m ás cierto es d esear/lo que ha de perm a­ necer"» «Si./ gloria para descansar. re­ servo la m ayor predilección. com o la zorra con las uvas» — m urm uró Mairena. E l m iedo a la fugacidad de toda dicha terrenal. sino de filo­ sofía m oral o sapiencial. en efecto. un doctrinal de filosofía y p o r ende un poem a falsam ente lírico conform e a su opinión?». o "las m añas e ligere­ za e la fuerza corporal de juventud". qué m ás apro­ piado que suponer que un hijo quisiera honrarla m e­ moria de su padre justam ente con algo así com o una glosa de unos versos en que el propio padre hubiese dejado impresa. y. con la segunda par­ te. no m ás servir a señor que se m e pueda m o­ rir"». o "el arrabal de sen ectu d " de nuestro gran M anrique? ¿No hay. Ya 206 tenemos. Busquem os la intención que presidió la génesis del poema. A sí las palabras del duque de Gandía ante el cadáver de su reina doña Isabel de Portugal: "No más. im ágenes conceptuales. ¿qué m ás verosímil. puede. Pero si rechaza aquél y adm ite éstas. pues no pretendo que la sim ­ ple presencia de un sujeto universal se baste p o r si sola para hacer necesariamente filosófico el juicio en que se inscribe. la huella de su espíritu? ¿Qué m ás probable que la suposición de que Jorge M anrique tomase./m uerte para fene­ cer". Ni yo tam poco tengo especial in­ terés en defenderlo. la gentil frescura y la tez de la cara. no es justo que intente usted d ism in u ir y rebajar de esa manera toda la nobleza y toda la sinceridad del de­ 207 . las prem isas. intem porales. en el fondo. el carácter de ideas universales que las hace. y aquí no». por consiguiente. en las concre­ tas circunstancias que pudieron incoar. aquella otra eterna veta su ­ perior de la filosofía. Dígame. Don Marcelino. la color e la blancura". en principio. Mairena: «Convetidría». com o las llam a us­ ted». en cuanto a la conceptualidad de las im á ­ genes. estarían ya sentadas p o r lo m enos las prem isas para que dichas coplas puedan ser. ni m enos todavía frente a las Coplas de M anrique. señor Mairena?». Don M arcelino: «Quod e rat dem onstradum . en coincidencia con usted. desde luego. entre ‘‘la noche fría" o ‘‘e l albor de la m a ñ a n a ” del soneto de Calderón y “los ríos que van a dar en la mar". com o el m ás precioso legado fam i­ liar. Y aquí. una canción de Don Rodrigo que reza com o sigue: "Lo seguro de la vid a /tien e el m uerto que re­ posa. en cuanto a la genericidad de las nociones.//Lo m ás cierto es desear/lo que ha de per­ manecer. en p rim er lugar. cuya form a es la sentencia y cuyo contenido es la sabiduría del vivir y del morir? Puede a usted no gustarle el soneto de Calderón. quiero decir con otro argum ento que no sea el de que allí hay nociones genéricas. Y le ruego se fije por ahora especialm ente en los versos. ahora pues. Ese es. por lo tanto. Mairena apuró su copa de cazalla. Es usted m u y dueño. en estas últim as nociones idéntica genericidad que en las prim eras. Tan sólo las premisas. com o primera incitación para el sentido que quiso dar a su elegía. tendrá que ser po r razones diferentes. Vayamos. ¿qué dice usted./que el m undo es tan fiera cosa/que no hay cosa conocida. en efecto. ideas universales. el com portam iento de todos los que ponen sus miras en lo perm anente. que al ver que no podía alcanzar las uvas se retiró diciéndose: "Están verdes". pues. aunque no sea aquí el caso de hablar de filosofía raciocinante. idóneas para constituirse en térm inos de aquella forma de jui­ cio que llam am os filosófica. Don Marcelino. se com paran las que usted llama vanida­ des de este m u n d o con las verduras de las eras y los rocíos de los prados?». Le mostraré. se canta a la amada! ¡Sólo por eso existe la poesía de amor! ¡Si la am ada fuese imperdible. si es que usted se em pecina. Maire­ na: «¡Oh. flaquease un m o m ento ante el engañoso hechi­ zo de las vanidades m undanales. para volverlo hacia los valores per­ manentes. que puede tener el m enosprecio del si­ glo. tras una larga pausa pensativa—> hay año­ ranza. con tal de sostenella y no enm en209 . sólo por eso.. que no duran nada y nada dejarán en pos de sí».. Don Marcelino. com o s í hubo de alcanzarla en cam bio el duque de Gandía. Don Mar­ celino: «¡Según ese principio. Mairena no estaba ya dispuesto a claudicar com o an­ tes. Veamos. cosas de poco valor. sino que ahora. de que el poeta. hay añoranza!¡Hay un pedazo de añoranza tan enorm e com o la catedral que nos contem pla!¡Una añoranza tan incontenible com o las aguas desbordadas de ese G uadalquivir que nos flan­ quea! ¡Otra cazalla. am igo Mairena. com o si des­ pertara. en todo caso. amigo Mairena. No sea precipitado en sus afirm aciones. conform e con la indudable be­ lleza de esas dos imágenes. tom em os más detenidam ente la cuestión. sinceridad que desde el prim er verso alien­ ta el poem a entero y sin la cual jam ás habría podido elevarse hasta tan alta nota». Cierto que Jorge M anrique no alcanzó la sa n ti­ dad. si.. y para ser consecuentes con sus afirm aciones. en el que parecían ahora concentrarse de pronto todas las escasas fuerzas de su cuerpo. de m a­ nera indiscrim inada y uniform e. ¿qué es lo que quie­ re usted decir?». Pero esto lo m ás que p o ­ dría significar es que yo le concediese. señor Mairena. — ¿Sin em bargo qué. si nó. entonces. inm ortal o in ­ marcesible. Mairena: «Quiero decir que ¿por qué. de un encan­ to arrebatador. sin em bargo —clam ó Mairena.». jam ás se la habría cantado!». irresistible!». pero no hay razón alguna para dud a r de la profunda sinceridad de sentim ientos con que el poeta aparta su corazón de las pom pas y vanidades de este m undo. Pero Mairena ya no le escuchaba y.. bien. Pero... Don Marcelino. sosiegue usted un m o m ento y trate de po­ ner en orden sus ideas. señor Mairena. que se expresa en la can­ ción de Don Rodrigo y que tan m agníficam ente supo su hijo recoger en las coplas que a su m em oria dedi­ cara. Seam os circunspectos. la posibilidad de que tal vez las sólidas convicciones del poeta padeciesen a h í unos instan­ tes de vacilación. supo recobrarse con una reacción viril». la indubitable dig­ nidad hum ana. de poquísim o valor!¡De absolutam ente ningún valor. cosas efímeras. cuando no el valor verdaderam ente sobrenatural. «¡¿Porqué. ro­ cíos de los prados?!» Don Marcelino: «Cálmese.sengaño p o r el que el espíritu de Francisco de Borja supo hallar el cam ino que había de conducirle hasta la santidad. No puede usted m enoscabar así. se canta lo que se pierde! ¡Y sólo se lo canta porque se lo pierde! ¡Sólo porque se la pierde o se la puede perder. tendríam os i/ue borrara la Beatriz del Paradiso de los anales de la poesía universal!». Don Marcelino. Don M arceli­ no: «Calma. si nó. de poco. Don Marcelino: «Cosas m enos­ 208 preciables. com o hum ano que era. el contem ptus m undi. redoblando el volum en de su penetrante voz de tenor y agitando en el aire el erguido dedo índice. cada vez m ás arreba­ tado. señor Mairena? —¡Oh. añadiría!¡Pero de una belleza y una delicadeza únicas. Don Marcelino: «Bien. Mairena: «¡Cómo si flaqueó!¡¡Se vino abajo!! ¡¡Se derrum bó del todo!!». aun adm itién­ dolo así. verdu­ ras de las eras?! ¡¿Por qué. camarero! ¡Otra cazalla para m i y otro café para el señor! [«El propio señor Mairena — com enta a q u í el autor de las m em orias— parecía desbordarse p o r momentos»!. exclamó: «¡Se canta lo que se pierde. Mairena: — Sin embargo. en seguida. «Nuevamente cogido entre la es­ pada y la pared — dice el autor de las m em orias—. pero tal vez tam ­ bién por el recuerdo de un dolor antiguo. y pagaba a Humberto. com o un títere caído. al tiem po que esgrim ía aquel terrible índice en el aire.. hasta lograr ponerse. ch'or ne son si scarsi. En este punto había em pe­ zado a asirse con la izquierda al velador.. cercano e inm em orial— ¡Tú sí. le decía cortésm ente: «Señor Mairena. con la izquierda sobre el m árm ol y la dere­ cha alzada con el índice erguido hacia el techo del café.. dejando pasar la breve interrupción. en m edio del silencio ab­ soluto e im presionado que se había hecho entretan­ to en todas las mesas del café. y fijando intensam ente en los ojos de Don M arcelino sus ojos ya em pañados de lágrimas por la em oción poética. M ientras Mairena seguía declam ando. tanta B eatriz!’’» M airena respiraba ahora con fa­ tiga e hizo una pausa para tom ar aliento. enlazó con más ahínco. che 'n mille dolci nodi gli avolgea. recargando la suerte sobre las cuatro aes acentuadas del catorceavo. y acto segui­ do se derrum bó de golpe. per­ 211 . interrum piéndole: «¡Camarero!¡Otra copa de cazalla para el señor Mai­ rena! ¡A m i no m ás café. se apresuró a decir. tú sí!». som o si no sólo de versos. Laura! ¡Laura. apasionadam ente. Pero tan sobrecogedoram ente había recitado Mairena el soneto de Petrarca.. Laura. ya. Don Marcelino. torpem ente. Laura! —y parecía invocarla en un lugar a la vez ín tim o y remoto. acrecentando todavía m ás la voz. claro. hondísim as. Don Marce­ lino se levantaba. elevando la curva m elódica hasta dejar col­ gada una pausa patéticam ente suspensiva tras la úl­ tim a palabra del treceavo: fu quel ch ’i' vidi. espaciándose. com o un trapo. com enzó a recitar: Erano i capei d'oro a l'aura sparsi. Beatriz— la del Paraíso. luego.. haciéndosele hasta m ás clara la dicción: e 7 vago lume oltra misura ardea di quei begli occhi.. recreándose. para dejarse fin a lm en te caer con todo el peso de la voz. de aquel endecasílabo inm ortal que ha arrebatado el alma del Occidente entero por seiscientos años: piaaaga per allentaaar d'aaarco non saaana.. prosiguió: «Nos quedarem os con Laura. recitaba los dos últim os versos del soneto. tan dolida hasta entonces p o r la a ctitud del pe­ riodista. que la propia Sagra­ rio. m ien ­ tras Don M arcelino cruzaba ya el um bral hacia la ca­ lle. pero igualm ente alta. recogiendo su chistera y su bastón. ¿Y qué? ¡Pues se la borra! ¡Si hace falta borrarla se la borra. tratando acaso de acallarlo o de cu­ brir su voz.dalla. «com o ilum inándose» — dice el autor de las m em orias—>con voz m ás lenta. Pero M aire­ na. e se non fosse or tale. luego. y al fin con voz pastosa y quebrada. en las profundidades del rojo terciopelo del sofá. para quedarse inm óvil. tam ba­ leándose.. que entretanto había acudido. tratando de ser escuchado p o r Mairena. sí. no tuvo el m enor em pacho en hacerse reo de la más audaz. con la mirada m uerta del beodo..». Beatriz. que ya m e voy!». los ojos ya vidriosos del alcohol.. se había sum ado al fin. en pie. sino tam bién de suprem os argu­ m entos se tratara. Pero Mairena. ya totalm ente nítida. Me gus­ taría. de pronto. de la m ás desaprensiva y arbitraria iconoclastia: "¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué dice usted? ¿Beatriz? Ya. naufragan­ do.. ha sido un gran 210 placer y una grata e interesantísim a velada. tem pladas — dice literalm ente el autor de las m em orias— del propio Juan Belmonte».. Dios mío.. ¡Oh. a su interés por los sucesos de la mesa próxim a y. desapareciendo. «como en cuatro verónicas lentísim as. los deudos. la ru tin a ria adm onición del sesudo y prosaico doctrinal. y. sin b lan d ir una espada. traición! ¡Una hueste de fantasm as. ante la reunión so­ lem ne y e n lu tad a de los fam iliares. en un puro m ilagro. La estrofa 15 es un avi­ so parentètico de c a rá c te r m etalingüístico: el poeta dice de qué no va a h a b la r y de qué se dispone a ha­ blar: «Dejemos a los troyanos. en el corazón de los presentes. ya sea desde el p u lpito de una igle­ sia. etérea hueste de lo perecedero. dem asiado ajenos. señorea ya el b a lu a rte m ás defendido de la ciudadela y el grave defensor se rinde a ella en una capitulación sin condiciones! En m ala hora se le ocurrió al p redicador que propugnaba la estim ación de los valores./que sus m ales non los vim os. a la verdad que intenta pro­ ponerles./que tan bien es olvidado/com o aque­ llo». a un objeto todavía sensiblem ente vivo en la m em oria de los viejos o ap en as m ediado por un 212 testim onio verbal directo en la de los m ás jóvenes. la frá ­ gil. Es decir. se d erru m b an de pronto ante el asalto m ás inesperado y m ás irre sistib le de lo perecedero: ¿Qué se hizo el rey don Joan? Los infantes d'Aragón ¿qué se hicieron? ¿Qué fué de tanto galán qué de tanta invinción que trujeron? Es una voz que parece llegar desde el extrem o dia­ m etralm ente opuesto de la sala. de lo perdurable. com o el de «glo­ ria Teucrorum » de Virgilio— que por un m om ento le ha cru zad o po r la m em oria el «F uim us Troes. El auditorio escucha. su antecesor en la corona. ¡Traición. sin tra e r una lanza.5 |Fatal erro r!. rem itiendo a un objeto m ás inmediato. a b u rrid o com o en misa. que. tradúcemela!». ya en la sala de un palacio. el au d i­ torio se siente tra n sp o rta d o po r el m ás radical y re­ pentino quiebro de voz que jam á s se haya dado en las entrañas de un m ism o poema. el predicador ha de­ saparecido com o por encanto y. pues he aquí que no bien resuenan en el aire los p rim eros versos de la e stro fa 16. fuit Ilium et ingens/gloria Teucrorum» del poeta mantuano). por ser éste. con la sola bondad de su piadoso co­ razón. sin m ontar una balles­ ta. 213 . inerm e. Jorge Manrique está a medio camino entre los unos y los otros: U nía 14 años a la m uerte de Juan II de Castilla (35 a la de Juan II de Aragón. según algunos. ha lan­ zado el m ás sutil y alevoso golpe de m ano p o r el lugar m ás im previsto y vulnerable. los criados del difunto.donándole del todo su desvío. lejos de ver con­ solidados sus cim ientos en la convicción de lo perdurable. que el poeta —m ejor diríam os hasta aquí «el pred icad o r» — desiste de a rg u m e n ta r con objetos históricos (es evidente —y aun m ás por el en­ cabalgam iento de «ni sus glorias».») Siem pre me he im aginado el «estreno» de las co­ plas de M anrique com o una lectura en voz alta po r p arte del autor./venga­ mos a lo d ’ayer. más cercano. lo cual ni» tiene mucho fundamento. le preguntaba ahora con la m ayor urgencia: «¿Qué quiere decir esa poe­ sía que ha dicho? ¡Yo lo quiero saber! ¡Tradúcemela! ¡Venga!¡Tradúcemela. los amigos./ni sus g lorias. «Sin duda ella —observa a q u í el autor de las m em orias— había sa­ bido adivinar. que aquel señor Mairena debía de haber tenido algún gran am o r desventurado. y se resuelve por a p e la r a la experiencia personal./au n ­ que oim os o leim o s/su s h e sto ria s. sería el de las Coplas. junto con el primogé­ nito Alfonso. tañe ah o ra de veras la m úsica acordada de la lira. precisam ente uno de los llamados «infantes de Aragón») Vtiene en este momento 36. y además de Enrique y l’edro. y el m enosprecio de 5. dem asiado indirectos. dem a­ siado fríos p a ra d a r fuerza de convicción./dejem os a los ro m an o s./n o n curem os de sa b e r/lo d ’aquel siglo p a sad o /q u é fue d ’ello. las m urallas de Jei icó de los em pedernidos corazones. Hay quien los antepone a los otros tres. por los sucesivos difuntos personas comunes de su pueblo— a quienes va a dedicar los epitafios. y cargado con el apremio excluyeme del «sino». nacido apenas llueve años antes que éste. de lo perecedero. a favor de los bienes.los bienes. y com etió la m ás funesta de las equivocaciones. pero m uerto en 1463. 7. el buscado c a rá c te r retórico fiscal del 6. Es lógico que M airena se obnubilase. el violinista Jones. entre los que resalta el de Emily Spaarks. sin percatarse de cuán drásticam ente conIradecían el sentido del poem a considerado en su to­ talidad. ii mediados del siglo xix. sino que sólo logrará so n ar com o el m ás encendido V em ocionado acento de añoranza. la form a de pregunta no hace aquí sino p rese n tar a desafío una afirm ación que se da po r verdadera: Las justas e los torneos. Tam poco en lo que sigue. el pleito de los valores contra los bienes quedó definitivam ente sentenciado a favor de los se­ gundos. a nadie le im p o rtará ya nada lo que se diga o se deje de de­ cir a lo largo de las 16 estro fas que q u ed arán toda­ vía desde la 25 h a sta el final. de for­ ma irrevocable. pregunta. decir aquello de «ven­ gam os a lo d'ayer»: quiso desafiar a la m em oria viva. el norteam ericano Edgar Lee Masters. y aun de la querella entera.) en el poema «Einst und jetzt». no so­ porta una posición catafórica respecto del sujeta 214 preg u n tar7 llegará com o tal a los oídos del jurado. paramentos. La sorpresa I inal y afortunada del prólogo está en que el último por quien pre­ gunta. h a sta el tipo de fó rm u la interrogativa de los tres úl­ tim os versos de la estro fa 166 tiene en p rincipio la fisonom ía retó rica c a ra c te rístic a del estilo forense («¡Díganlo ustedes m ism os señores del jurado. resu ltan d o el testigo capital de la defensa. y hablase de M anrique com o si éste hubiese querido h a c er un canto de añoranza. seducido y a rre b a ­ tado de añ oranza al conjuro de un ayer inolvidable. La fórmula de la interrogación como expresión de la añoran­ za del ayer aparece ya en Walther von der Vogelweide (1170-1230 uprox. ¿fueron sino devaneos? ¿qué fueron sino verduras de las eras? Pero — ¡increíble situación!— cuando el fiscal lan­ za su reto de «¿qué fueron sino verduras de las eras?» no hace ya m ás que a c a b a r de a rr a s a r en lágrim as los ojos de un ju ra d o ya vencido. con­ téstense ustedes m ism os!»). el resu ltad o estrictam en te lírico del poem a. uno por uno. ¿Es verosí­ mil que Jorge Manrique hubiese conocido las dos baladas de un poeta maldito como Villon? No tengo base para contestar. pero tal preguntar redoblado. todavía vivo en la m em oria del jurado. en su poema-prólogo a la Antología de Spoon River. François Villon. bordaduras e cimeras. pero la única próxima es Juana de Arco. Ahí m ism o fue donde. p o r obra del propio m inis­ terio fiscal. pues tal es. aparece vivo todavía. La acusación había creído ten e r su testigo de cargo m ás irre b atib le en el recuerdo de un ayer cercano. vuelve de nuevo ¡i preguntar en su celebérrim a «Ballade des dames du temps ja ­ dis» (y en su mucho menos afortunada «Des seigneurs du temps jadis»). pero ha sido ju stam en te este testigo el que se le ha revuel­ to m ás rotundam ente en contra. con lo que ésta m ism a quedaría ya virtualm ente fallada. quemada por los ingleses el año mismo del nacimiento del poeta. por lo demás muy dis­ tinto de las Coplas de Manrique. y a despecho de la intención declarada del autor. ¡hablando del ayer! 215 . Por fin. Después. ésta sí pregunta —y sólo pregunta— por personas con nom­ bre propio. y a lo largo de siete o nue­ ve estrofas. desde la propia estrofa 16. de lo perece­ dero. puesto que el testigo de cargo que se creía m ás contundentem ente ac u sa ­ torio se ha p asad o con a rm a s y bagajes y sin p a lia ti­ vo alguno al acusado. dejándose se­ d u cir p o r esas pocas estrofas en que la lira sonaba de verdad. en verdad. alzando su testim o­ nio como el argum ento m ás dem oledor de la defensa. compuesta de epitafios. se puede c o n te star con la sim ple observación de que los bienes no acaban ob­ teniendo p a ra sí m ás que su propia absolución. Si M airena hubiese considerado m ás atentam ente. de que estos m is­ mos rótulos no com portasen ya de po r sí una contradictio in terminis). si se quiere. no convertido en otro doc­ 216 trinal. pues en el instante m is­ mo en que se hiciesen objeto de una ética —lo que significaría señ alarlo s con el dedo com o térm inos de un «lo que se debe buscar». El doble e rro r de Don M arcelino consistió en no sab er que un doctrinal de filosofía. po r la intem pestiva irrupción de una genuina m úsica de lira. si dam os crédito a las m em orias del periodista sevillano. de p u ras «im ágenes concep­ tuales». p o r ejemplo. tan acertadam en­ te le señala Don M arcelino en el diálogo del «Gran Café de Nápoles»). esos «ríos» de la tercera estrofa. con el fin de ilu s tra r lo que no es lírica y lo que no debe se r la lírica. en modo alguno. ninguna «ética de lo pere­ cedero» (en el supuesto. no supo aprovecharse del inapreciable testim onio que las coplas. a su vez. cristiana o lo que fuere. sim plem ente reventado. pero no in­ vertido. ningún triunfo ético. A la posible objeción de que el poem a seguiría triu n fa n ­ do com o d octrinal de filosofía. aunque sea desde el últim o rincón de las c a b alle ri­ zas. el conm ovido llanto del jurado. no h ab ría tenido entre sus m anos solam ente ejemplos. hubie­ se sabido e n c o n trarlas en el propio poem a de M an­ rique. el c a rá c te r de «im agen conceptual» está incoado por la inercia de un puro verbalism o. a d a r la propia E ternidad. El d octrinal resulta. no m eram ente ilustrativa. h a b ría advertido no sólo hasta qué punto c u a d ra para ellos el dictam en de «nociones genéricas». a cam bio de po­ d er ver. los propios bienes se verían autom á­ ticam ente trocados en valores). no vuelto del revés. «las m úsicas acordadas que tañían». sino incluso algo peor aún. o sea precisam en­ te allí donde triu n fa b a com o poem a lírico. en cuanto la equivalencia «ríos»= «vidas» se aprovecha de una figura preexis­ tente y corriente en el habla cotidiana: la de que para el «surgir» y el «desem bocar» que se predica de los 217 . sino realm ente de­ m ostrativa de sus apreciaciones. Pero M airena. de poder volver a oír. y. que el lector sale de la lectura absolutam ente dispuesto a vender su alm a. de signo inverso al que se pretendía. no es que triunfe una filosofía con traria: triu n fa n los bienes —y sólo en el corazón de los ju ra d o s—. h asta tal punto apagan y borran el sonido de todas las dem ás. leídas en su escandalosa contradictoriedad. no ninguna «filosofía de los bienes». pues en el caso concreto de esos «ríos». tam bién. «lo que se debe que­ rer y desear»—.Tanto pueden co n tra esa intención las nueve e stro ­ fas m encionadas (que ocupan exactam ente el centro del poema: 1 5 + 9 + 1 6 = 4 0 —y cu aren ta son las e stro ­ fas de que se com pone—). p odrían hab erle ofrecido en favor de su poéti­ ca. que con las vi­ das de los hom bres se com paran. siquiera por la rendija de una puerta. esas «nociones genéricas» traducibles en «juicios analíticos. del que tom ó la estrofa con que ilu stra lo que sí es la lírica y lo que sí debe se r la lírica. salvo que en el sen ti­ do inverso al deseado. las fies­ tas de los infantes de Aragón. con los cuales c o n stru ir razonam ientos». com o el que reserva para las figuras del so­ neto de C alderón (tal como. sino que habría dispuesto de una a u té n tic a p ru eb a experi­ mental. pero no. cual podría ha­ b er sido el de lo g rar p ara los valores una condena­ ción análoga a la que éstos buscaban p ara ellos (y en el supuesto de que hubiesen podido siquiera pro­ cu rarla sin d e ja r de ser tales. no pue­ de nunca se r un buen poem a lírico y en no ad v e rtir que ju sta m e n te en cuanto do ctrin al de filosofía el poem a frac a sa b a de la m an era m ás estrep ito sa por obra y gracia de aquellas nueve estro fas que se h a­ bían rebelado contra el predicador. Si en lugar de ir a b u sc a r en C alderón esas «imágenes conceptuales». pues. por tanto. así. parece que acertó a dem o strar? No. de aquella ocu rren cia de la estro fa 15: «vengamos a lo d ’ayer» —ocu rren cia de im previ­ sibles resu ltad o s y tan fu n esta p ara el p red icad o r com o involuntariam ente feliz p a ra el poeta— y se cum ple del todo ya desde el p rim e r verso que la pone l>or obra: «¿Qué se hizo el rey don Joan?»./y llegam os/al tiem po que fenecem os. toda su atm ósfera y todo su paisaje. así. el genio lírico. sino que la fab rica él mismo. Bajo este aspecto. iiiinquc quizás algo más viejo que él— don Diego Enríquez del I astillo: «De los casos desastrados que en este tiempo acaesciemu por el reyno» (subrayado mío). si se me apura. la 9 (siem pre según el orden de Foulché Delbosc. El m ilagro procede todo él. m ás talento literario. ¿Por arte de quién en la estrofa 16 da el poem a esa increíble vuelta de cam pana. Aun sin llegar a tal extremo. De la convencionalidad del lenguaje de Manrique puede d ar­ nos idea un hecho como el de que Tas mismas tres palabras que tullamos en los versos 8 y 9 de la estrofa 8 (según el orden de Fouli lié Delbosc. m ayor vacuidad intuitiva. versos h arto m e­ diocres). el preguntar. las siete o nueve estro fas en cuestión no están form adas —p o r decirlo b u rd am e n te — con m ateriales ni recursos lingüísticos d istintos de los que juegan en las que las preceden o suceden. lo nom brado. m ás ingenio verbal. ¿Cabe m ayor conceptualism o. a su vez. con todo su ajuar./m as cum ple ten e r buen tin o /p a ra a n d a r esta jo rn a d a /s in e rra r. Se trataba. en la estrofa 5: «Este m undo es el c a m in o /p a ra el otro q u'es m o ra d a /sin p e sar. en las estrofas 16 a 24? ¿Es que ese zoquete. po r la que de pedestre serm ón de lo perdurable se trastru eca y transfigura en el más arreb atad o canto de lo perecedero? ¿Es que hay m ás fantasía. de la 7 para otros editores): «dellas casos desastra­ dos/que acaecen» nos las encontramos reunidas de idéntica manera en el titulo de un capitulo de la crónica de Enrique IV. en el habla com ún. p o r ejem plo. como dice M airena./así que cuando m orim os/descansam os». porque lo nom brado. m ayor indigencia de todo halo em pírico. «fenecer»= «llegar» y «m orir» (estar m uerto)= «descansar». im plícitam ente anticipada. hay 218 en ellas la m ism a sim pleza de lenguaje8 y aun prolileran las puras enum eraciones./an ­ dam os m ien tras vivim os./todo se torna graveza/cuando llega el arra>al/de senectud». es sobre todo el nom bre propio. ni siq u iera de un acento lírico fallido. Pero hágase el m ilagro y hágalo el diablo./la gentil frescu ra y tez/d e la c a ra . de cu a lq u ier connotación sensible. m ayor b an alid ad ? No hay aquí ni la som bra de un acento lírico. 219 . si se va a m irar./P a rtim o s cuando n ascem o s. No es sólo. vive y a lienta todavía com o una im agen em p írica y sensi­ ble en la m em oria com ún de los presentes. la 8 en otras m uchas ediciones): «Decidme: la h e rm o su ra ./la color e la b lan c u ra. supera a la m ayoría de las nueve subsiguientes (en­ tre las cuales tam bién hay. por tanto. la inteli­ gencia. ni antes ni después. entre las 15 estrofas iniciales podemos h a lla r alguna que. porque «el rey don Joan». m ás riqueza expresiva. r se rita por su capellán —contemporáneo. que jam á s en su vida. y ese concreto nom bre propio. de una tin muía estereotipada en el habla corriente de su tiempo. de Manrique. un nom bre todavía capaz de alcanzar. pero después procede con la «im agen conceptual» con idéntica inercia verba­ lista: Si «m undo»= «cam ino» («jornada»). entonces «nacer» (su rg ir al m un d o )= « p artir» . en lozanía de expresión. ese m arm olillo de Don Jorge ha recibi­ do de pronto. Aquí la co rrespondencia «m u n d o » = «cam ino» («jor­ nada») no se la encuentra el poeta ya en p arte hecha. «vivir»=«andar». otros m uchos lu­ gares de las coplas p resentan lo que M airena c ritic a en Calderón./c u a n d o viene la vejez/¿cuál se p ara?//L as m añas e ligereza/e la fuerza c o rp o ra l/d e uventud. com o un conju­ ro. de m a­ nera exclusiva. «los infantes d ’Aragón» no son { H. in­ cluso. p o r gracia del E sp íritu Santo.ríos sean u su ales las figuras de «nacer» y de «mo­ rir». la estrofa no p odría s e r m ás infam em ente m ala. Sin duda. la o tra es la de los «rocíos de los pra­ 9. que dos de esas im ágenes. también tomadas a Ululo del factor metonímico de su caducidad. tanto más sorprendente —amén de más demos­ trativo de la anónim a esencia de la lírica— sería la convergencia analógica total de «las verduras de las eras» y los «rocíos de los prados» de Manrique con «las nieves de antaño» («Mais ou son/ les neiges dtintan?») de la balada de Villon. por lo avanzado de la estación. en cuyo uso de las palabras «intuición» y «concepto» no parece resonar sino la célebre formulación kantiana de que «los conceptos sin intuición son conceptos vacíos». Veamos. al rey don Juan. los caballos. pero no designan—.) El en­ cantam iento consiste. pero que el p rim e r sol de la m añana h ará que se evapore y vuelva al aire de donde ha venido. y. o remortalizar. 221 . pues. sin ilar fruto. el conjuro lo ha descom puesto y alterad o todo h asta tal p u n ­ to. El m arcado c a rá c te r «concep­ tual» de estas im ágenes reside en que am bos obje­ tos están expresam ente buscados. que se desvanece sin d e ja r huella. ilum inada. (No p orque inm ortalicen. para los nombres propios. a los infantes de Aragón. resonante de voces y de música. sin em bargo. de la m ás 10. poi lo tanto. de signantes. pues tan verdad como que sólo lo que vive m uere es que tan sólo lo que m uere vive. po r tanto. filosóficamente menos comprometedora. pues. aunque sea con todas las reservas. cuyos seis últim os versos dicen com o sigue: «los jaeces. que es lo que a ellos les divierte pero que a mí no me ofrece e¡ más mínimo interés. he preferido la figura. de «habitados». m ás todavía: en esas m ism as siete o nue­ ve estrofas sigue habiendo «im ágenes conceptuales» en el sentido m ás estricto. De intento uso aquí la figura de «vacío». es poco verosímil que Manrique tuviese noticia de la halada de Villon. no ya po r su apariencia sensorial inm ediata. tam ­ bién para nosotros. y a ta v ío s/tan so b rad o s/¿d ó n d e irem os a buscallos?/¿qué fueron sino rocíos/de los prados?». Y sólo porque era un ayer verdadero del poeta puede seg u ir sonando hoy —¡todavía!—. Pero. Si los eruditos lo­ grasen destrozarme esta coincidencia (quitándole a esta palabra Inda connotación de «casual») y sustituírm ela por una influencia. y. com o un verdadero ayer. es por lo que esos ver­ sos consiguen hacerlos revivir. tra s el levantam iento de la parva. m arran com pletam ente el blanco «filosófico» al que iban dirigidas. en que la vacía y silenciosa sala de un serm ón se llene de pronto al conjuro de esos nom bres y se convierta en una casa habitada. sino nom bres todavía realm ente h ab i­ tados. tal como alegaré más adelante. y se van a sonar entre los m ás altos acordes líricos de la com ­ posición entera. ni aun nom bres ex­ traíd o s de las inscripciones del panteón legendario de los héroes. de la cultura sobre el individuo. la m otivación tan apretadam ente con­ ceptual de la elección de e sta s figuras: las «verdu­ ras de las eras» son el ralo brote espontáneo de los escasos granos de cereal que. 220 dos». sin p o steridad alguna. al verme privado de un argumento en favor de la primacía del género sobre el poeta. con el lenguaje de Mairena. y ju stam en te las dos m ás «conceptuales» —o sea. como supongo —a reserva de que los eruditos me saquen del erro r—. sino precisam ente porque logran m ortalizar. ya citada m ás a rrib a. han quedado ad heridos a la tie rra y que una torm enta de agosto ha hecho germ inar. me sentiría defraudado. los únicos respecto de los cuales cabe hablar de «con ceptos». y m orirán. sino en razón de esas determ inaciones m etoním icas concom itantes.nom bres vacíos9 del santoral. pero que. La prim era de ellas es la de las «ver­ duras de las eras» del final de la estrofa 16./de su gente. por eso. el «llenos» que de ellos se pueda predicar se dirá de manera diferente de la que vale para los nombres comunes. los nombres pro pios son nombres asémicos —denotan. jam ás llegarán a ha­ cer espiga ni a engranar.10 que les perm iten trad u cirse en p aradigm as o rep resen ­ taciones de lo efím ero que m uere sin d ejar fruto. con que se cierra la copla 19 (segunda de las dos que se refieren al rey E nrique IV). Si. y. los «rocíos de los prados» son la hum edad del aire que la noche ha de­ jado c o n d en sar sobre la hierba. por tanto. m ás conceptualm ente m otivadas— traicio n an de la m anera m ás escan d a­ losa la intención doctrinal. con miras a enlazar. tra ­ tando de a d iv in a r en ellos el efecto de sus argum en­ tos. h a b ría pegado un carpetazo com o un disparo de escopeta y h a b ría dicho sin m ás: «¡Se retira la acu ­ sación!». pero la lira se le fue irre sistiblem ente de las m anos y. contrastándolas./la gentil frescu ra y tez/d e la c a ra . ocupan el lugar fundam ental. en las que la tem poralidad. Al igual que la form a interrogativa del a rra n q u e de la copla 16. Es com o si la lira m ism a hubiese sido som etida a prueba: «Toma este in stru m en to e intenta tocarlo en tal sentido. com o p e r­ diendo en el aire toda su a rro g an cia de alegato fis­ cal. verás cóm o cuando llegues al m enos­ precio de lo perecedero. ha ido a h e rir los oídos del ju ra d o com o un lam ento de añoranza. la h erm osu­ ra . com o la caricia m ás enam orada. pues ya el «decidm e» de la estro fa 9 le ha m arcado explícitam ente ese carácter: «Decidme. gratui­ tas. sin duda. baldías. de enfático gesto d esa­ fiante («¿Hay alguien que ose d ecir lo contrario?». el sentim iento del tiem ­ po. sino consigo m ism as. cu an to fortuito e involuntario es el propio experim ento: nos encontra­ mos ante el caso de un poeta que quiso h a c er un «mal» uso de la lírica —un uso c o n tra rio a las tesis de M airena—. Y la p ru eb a es tan ­ to m ás fuerte. no con ese soneto que adolece de lo que él pensaba ser acha­ que casi exclusivo del barroco. aun sin desobedecer un punto su exigencia conceptual. rocíos de los prados: dulces. com o el m ás nostálgico y m ás delicado de los enca­ recim ientos. dos im ágenes conceptualm ente bien tra badas p a ra la representación de la caducidad m ás carente de todo porvenir. dejó escap ar pre­ cisam ente las m ás bellas y delicadas que tenía. de lo p e rd u ­ rable.estéril caducidad. A partir. frágiles. revolviéndose en contra de la voluntad de convencer que la promueve. en lugar de to­ m ar el soneto de C alderón p ara com pararlo con una de las coplas de M anrique. predicadas de lo p a rtic u la r em pírico y sensible. todo el es­ fuerzo de tus dedos. su voluntad y sus de­ signios se vieron c o n trariad o s del m odo m ás ro tu n ­ do. hubiese acertado a tom ar esas coplas en su totalidad. V erduras de las eras. que de p reg u n ta retórica. y. no retrayéndose a la m era belle­ za sensorial de su apariencia. por eso preci­ sam ente seducen la m irada y em briagan el corazón com o el m ás inolvidable de los dones. se estrellará contra sus cuerdas. puedo m os­ tra r al fin cum plidam ente lo dicho m ás a rrib a de cómo y h asta qué punto M airena. m úsica verdadera. tanto m ás genuina. Pero ¡cómo se han vuelto las to r­ nas!: esas m ism as figuras que pretenden d e n ig ra r y suscitar el m enosprecio de lo perecedero suenan aho­ ra. al e c h ar m ano de la lira para h a c er un d octrinal de filosofía. todo tu empeño. y la anónim a y an tig u a m elodía del tiem po consun­ tivo sonará incontenible una vez más»./c u a n d o viene la vejez/¿cuál se para?»). Si 222 en este punto el fiscal hubiese levantado la vista de sus papeles. Buscó. hecho presente a la m em oria p o r el conjuro de los nom bres propios. Y es que la 223 . sino conservando y h asta recalcando la propia concom itancia concep­ tual que las m otiva. así tam bién las propias im ágenes buscadas para mover al m enos­ precio de lo perecedero le han hecho defección y no logran so n ar en los oídos del ju ra d o m ás que como el m ás incondicional de los encarecim ientos. se ha tra sm u ta d o en fó rm u la de conjuro. si. de lo perecedero. pero al que en la m edida en que la lira se so­ metió a sus intenciones no le salieron m ás que prosaicos ruidos y en la m edida en que le dio notas arm ónicas. p ara m ira r los rostros del jurado. de estas observaciones. pues. habría encontrado una p ru eb a experim ental inapre­ ciable de lo a certad o de sus tesis acerca de la lírica. efím eras. destinado a im poner en el alm a del oyente el m enosprecio de los bienes./la color e la b lan c u ra. esp o n tán eas cosas sin p orvenir y sin provecho que nadie podrá com prar ni conservar. y el aprecio de los valores. Y esto. no se sabe po r qué razón. hace aplica­ ción de ellas a las cosas de su tiempo. en el sentido e stric tam e n te artístico. como dice Quin­ tana.. p o r lo dem ás. ni m enos todavía desarraigados. toca casi en lo su b lim e» [subrayado mío]. sino el de cualidad: el de que ése es el único trozo genuinam ente lírico. a la fó rm u la m é­ tric a elegida]. tan ocasionado a ag u zar los pensam ien tos en concepto o en epígrafe [aquí Q uintana advier­ te lo que a M airena p a sa rá desapercibido. a m i juicio. insoborna­ blem ente fiel a lo perecedero. La im presión que pro­ ducen esas pocas coplas no está —com o Q uintana parece p rete n d er— en v irtudes de oficio literario. las coplas de M anrique —dice Quintana— son una declaración. sobre el desprecio de la vida. y sobre el poderío de la m uerte. y seguirá m ereciéndole de los inteligentes. ni hay. en m odo alguno. por mi p a r­ le. casi en lo sublim e. a rra n c a d a s a sus iledos po r las propias cuerdas de la lira. en si ese trozo toca efectivamente. una im presión tan desm edida com o la que tuvieron que producir en él para llegar a m erecerle un elogio se­ m ejante no se debe. pero se lo atribuye. que la lengua parece que ya e stá fijada. No entraré. firm e y perfecta. otro sa b e r hacer. escapadas de los dedos del poeta o. com o cosas m enos­ preciables y engañosas frente a lo perdurable. que los pensam ien tos son altos y generosos. del deseo? (El re­ traim iento hacia los valores. es que ya la propia lira como tal instrum ento. algunas de é sta s están incluso —com o ya he dicho m ás a rrib a — m ejor trovadas que no pocas de aq u é­ llas. es 225 . En las coplas la cosa resulta tanto m ás relevante y m ás escandalosa precisam ente en la m edida en que esa m úsica surge en el m edio de una intención co n tra­ ria. una vez más. com o si ese «tono» y esa «dirección» no se le hubiesen ido de las m anos del m odo m ás dram a tico y ejem plar]. esa im presión reside. El m etro en que están hechas es tan cansado.. m ás a fo rtu n ad as o brillantes las estrofas líricas que las doctrinales. los valores y a favor de los bienes. sólo pretendo señalar cóm o ni aun Q uintana. en lo siguiente: ¿A qué negar. pues no me im porta aquí el juicio de valor. y que el trozo en que su 224 hondo de las m áxim as vagas y triviales. o sea.]. po r ese m odo de elevar­ se de pronto tan a despecho de lo que las precede y las motiva es po r lo que esas pocas coplas han con­ seguido siem pre fascinar a los lectores con una fuer­ za que jam á s por sí solas p odrían h a b e r tenido: «. o m ás bien un serm ón funeral sobre la nada de las cosas del m undo. e stá ya por definición contra lo perdurable. sin em bargo!]. como la cu alid ad de la «dicción» (desde este punto de vista no son. que contribuye no poco a dism inuí i el gusto de su lectura [. hacia lo perdurable. com o género. lo perecedero. si no siguiesen siendo en el últim o y m ás íntim o redue­ lo de los corazones. de que se tra ta de coplas desm andadas. que una cierta des­ treza en la versificación. de lo perecedero. antes de tañer. en ú lti­ ma instancia. Don Marcelino]. ha obtenido siem pre un grande aprecio en tre los am an tes de n u estras antigüedades.. Sin em bargo [¡oh.. los bienes. m ás aún. con todas sus preven­ ciones críticas. de un contexto adverso. objetos irren u n ciab les y jam ás renunciados. en cuanto pone la tem poralidad com o esencia de la lírica. La razón de ello es que la dicción en el tono y dirección que el autoi ha q uerido to m a r [de nuevo el supuesto de la idenli dad del a u to r consigo m ism o y de la univocidad tic la obra. com o form a. y con razón.consecuencia inm ediata que casi necesariam ente se desprende de la poética de M airena. ha podido negar esas estrofas. sino a la sin g u larísi­ ma circu n stan cia de que el poeta c a n ta malgré lui. es igual. ap e­ nas otro talento literario. y a despecho de toda voluntad moral. la lírica m ism a. y rara vez algún verso so­ bresale un poco de la m ediocridad o la indigencia expresiva dom inante). tan poco arm onio so [de esto protestará directam ente. en el poem a entero. m as no bien choca con la roja esfera del m ingo co n tra el que ha sido im pulsa da. sofocar la iinoranza de lo perecedero. La m úsica del tiem po consuntivo rom ­ pe a so n ar precisam ente en las p alab ras que lo nietiun. lejos de q u e re r hacer un canto de añoranza de los bienes. ¿Qué im p o rta ya la innegable pobreza de la letra. como realm ente consigue se r en esas coplas. avan­ za patin an d o por el paño. en verdad.) Basta in c u rrir en la tem eridad de ir a de­ safiarlos en la m em oria viva —y. pero llevando oculto en sí un efecto de rotación co ntrario — en relación con el pla­ no de la m esa— al del sentido de su traslación. que casi se lim ita a en u m erar? 14i llama viva del ayer lo abrasa todo. de m anera im plícita. y no. en que la negación expresa del deseo redunde. h a c er un d octrinal de los valores. es en el púlpito donde se pro­ duce. lo que 227 . deja pre­ valecer de p ronto la persistente rotación in tern a del deseo inextinguido («piaga p er a lle n ta r d ’arco non sana») y retrocede irresistiblem ente en el sentido del tiem po consuntivo. para o ír en ella un incondicional y verdadero canto de añoranza —y. gracias a que M anrique. N ada de extraño. y com o tal m ilagro digno de él. que violenta el recuerdo a conI la r rueda. no halló. sino precisam en­ te gracias a. al ir a d a r co n tra el m ingo del ayer cercano. tratan do de a rr a s tr a r los corazones en el sentido del tiem ­ po adquisitivo. brota de las e n tra ñ as m ism as de una enfática Vadm onitoria afirm ación del tiem po adquisitivo: es lustam ente la fricción producida por la forzada in­ tención del doctrinal. las siete o nueve co­ plas que la incluyen. sustrayéndolas al contexto y a la atm ósfera form ados po r las quince antecedentes. el ayer no h a b ría Nido m ás que un objeto inerte. al reencuentro. Jam ás hubo serm ón m ás contraproducente ni doc­ trinal m ás estrepitosam ente fracasado: si el poeta quiso e n fria r la querencia de los bienes. pues. quiso. agotando del todo co n tra ella ese obligado im­ pulso. de lo 226 perecedero—. m as la re­ nuncia al deseo escarm en tad o no logra se r su des­ trucción. en su m ás patética. com o argum ento en su favor. que predica esforzadam ente la estim a del futuro. para que redobladam ente se revelen resistentes a todas las ra­ zones y prevalezcan de cu alq u ier d o c trin aria im pug­ nación. Así com o una bola de b illar im p u lsad a por fuerza hacia adelante. lo que hace que el ayer se a rre b a te y se inflam e com o llanta de i ai ro a la fricción del freno y se levante ante los ojos en un puro incendio. al abrazo de ese m ism o ayer tan contra corazón negado y abjurado Si antes he dicho que M airena tenía razón extrapo lando la copla 17. en sus m ás enfática con firmación. ello no quiere decir. se logra que el ayer controvertido se encandezca y hc incendie p o r su propio fuego y con su propio icsplandor. así tam bién la p a la b ra de M anrique. por el contrario. m ediante el instru m en to expresam ente conform ado por los si­ glos bajo el im pulso de su evocación y labrado y tem plado en la expresión de su añoranza—. libera esp ectacu larm en te an te los ojos la oculta y no extinguida rotación y desde el punto m uerto del encuentro recelera de pronto en vivo re­ troceso en el sentido exactam ente inverso al que avanzara. no a pesar de. en m odo alguno. com o un poem a aparte. el rojo m ingo de un recuerdo vivo —rojo com o la roja esfera del sol c re p u sc u la r—. un encarecim iento de los bienes. peor aún. D eliberada y com placientem ente traído Vconducido de la m ano del poeta. Así pues —y esto es lo decisivo—. m uy a despecho del que niega. algo cantado. m ás que la m ejor form a de prenderles fuego. que no sería el m ayor de los erro res resolverse a se­ parar. es en el púlpito m ism o en donde se p e rp e tra la im piedad. El m ilagro lo hace verdaderam ente el diablo. pues sería ig n o rar h asta qué punto su m ayor fuerza ••»tú precisam ente en el hecho de su rg ir bajo el im ­ pulso y en el ám bito de una intención con traria.una fuga ante la fugacidad de los bienes. lo ilum ina todo. po r debajo y p o r encim a de la letra expresa. en un pleito real. sino la gracia. no anónim as en el sentido puram ente anecdótico y superficial de que no conozcam os el nom bre del autor. con el solo sonido de su propio testim onio.canta. que a rro lla la p alab ra y se apodera de la voz y abriéndose cam ino p o r sí solo h a sta las cuerdas de la lira se alza con el poem a y tañe su propia m ú­ sica y c an ta su propia canción. el recuerdo sensible de un ayer vivido. sólo por eso llegan a ser lus coplas de M anrique el m ás acendrado canto de los bienes. una voz que a sí m ism a se destruye. la virtualidad intrínseca del género. de la c u ltu ra so bre el individuo. que ocurre de verdad en el poem a. ese ayer no sólo ha resistido Incólume. sino en el sen ti­ do m ucho m ás real de que no han sido hechas por autor alguno. La querella fingida o representada de M anrique resulta su p lantada. rs el hecho de que el testim onio decisivo en favor del tu usado haya venido ju stam en te por boca de un tes­ tigo de cargo capital: sólo porque hay aquí de veras linos labios que a sí m ism os se desm ienten. Ahora tenem os com pleto el atestado. que tira zarpazos de verdad. El pleito. lo que hace tan inatacable la limpieza del proceso. co n fu tad a y d e stru id a por ese 228 otro pleito auténtico. real desde el instante m ism o en que la acusación ha convoca­ do a juicio a un testigo real. H ab ría sido un ayer dom esticado. sin q u e re r­ lo y sin saberlo. por extrem osa que pueda parecer. frente al cual la cuestión de un m a­ yor o m enor talento literario no es m ás que un nimio problem a de facundia. Es un triunfo del género sobre el autor. de lo perecedero. D esafiado en la m em oria viva del jui ado. la m ás Inapelable y sobre todo la m ás em ocionada de las absoluciones. de cuanto alienta bajo «I lánguido arco del oro del tiem po consuntivo y 229 . Es esta lucha secreta en tre la lira y la m ano que la tañe —pro­ vocada y actuada aquí tan sólo por aquella desdichada y felicísim a o cu rren cia de «vengam os a lo d ’ayer»— lo que hace que la ficticia q uerella m anifiesta de los valores co n tra los bienes se tra stru e q u e y se cuín pía. com o un leopardo de salón. Porque no son ya los dedos del poeta los que hacen v ib rar las cu erd as de la lira. sino que han sido partenogenéticam en te engendradas en el vientre de la lira m ism a. sino que ha rem ontado y revolcado. con los acordes de la lira. sino é sta s las que m ueven los dedos del poe­ ta contra su voluntad. herm oso pero pasivo y sin peligro alguno. el propio ur^üir de sus palabras. la música en los dedos o. nunca en los dedos ágiles o tor­ pes del autor. re­ sulta inevitable: las siete (o nueve) coplas en cues­ tión son sustancialm ente anónim as. no representado. se ha vuelto. el a firm a r de sus razones. ya no es él quien v erdadera­ m ente actúa. a aq uella p a rte a la que la ficción tenía asignado el papel de p a rte p erd ed o ra—. expresam ente invocada y a p elad a com o testi­ go de cargo co n tra él. pues. concede ju sta m e n te a la p a rte contraria —esto es. que bien se puede resolver con un puñado de gu ijarro s debajo de la lengua. confutando. sino la propia condición natu ral del instrum ento. y entre las m ism as p a rte s querellantes. h asta lo g rar alzarse con el pleito entero y o b ten e r de la sala la m ás unánim e. y que. todo el ím pe­ tu de la acusación. Lo que hace toda la fuerza del poem a rs ese revolvérsele al poeta la p alab ra en los labios. y no ese ayer activo. por volverlo a decir en nues11 a m etáfora forense. alejando del ánim o de todos la inás rem ota sospecha de prevaricación o de cohet ho al respecto de tan enardecido fallo absolutorio. com o solapándose a la (merella de ficción y robándole el suelo de debajo tie los pies. La consecuencia. no ya la vic­ toria o la razón —que jam ás podrían ser para los bie­ nes m ás que el hom enaje m ás arte ro y el m ás venenoso de los reconocim ientos—. La poesía ten d rá siem pre su m orada en las anónim as cuerdas de la lira. po r así decirlo. i l valorar de sus figuras. . donde surge de pronto una segunda persona a la que se dirige una interroKueión. La si­ guiente. pues. vacilando e n tre el grupo restringido de las copas 16 a 22 y el algo m ás dilatado de las co­ plas 16 a 24. sus liberalidades y el fasto de su gente" (coplas 18 y 19). <|tic ja m á s fu e. a rran ca. p o r lo q u e to c a a l p rim e ro .« tañ ía d u lcem en te el laúd » . p a re c e s e r i|iie a p e n a s lle g ó a lu c irle . lo s sig u ie n te s d a to s e x tra c ta d o s . seytin la clásica expresión de la Vulgata). Ju a n Pacheco.iso el único ard id propiam ente literario del poe­ ma. p o r lo q u e to c a a l segu n d o . a la 23 y la 24 y me interesa a c la ra r su fundam ento.« h a c ía m u y p o ca e s tim a d e s í m esm o » . E n lo q u e se re fie re a e s to s d o s reyes. ya p o r d eterm in a­ ciones: el rey Don Ju a n y los infantes de Aragón. con lo que la precede. h e rm a n o d e V ille n a (la c o p la em Iile/ti « E los o tro s dos h e rm a n o s/m a e stre s tan p ro sp e ra d o s/co m o n v e s » ). p u es el p ro p io V ille n a su p o m u y p ro n ­ to In g e n iá rse la s.«todo canto triste le daba d eleyte». m a e stre d e C a la tra v a .« co m p a ñ ía d e m u y p o c o s le pía c ía . así apelada tan de pronto con su im perativo y su vocativo. la p a té tic a e in o lv id a b le fr a s e u e en el le c h o d e m u e rte d ijo al a m ig o d e su h o ra p o s tre ra (ju ío. un cam bio de tiem po verbal respecto del que se ha venido m anteniendo desde el p rim e r verso de la estro fa 16 («¿Qué se hizo el rey don Joan?») h a sta el c u a rto de esta m ism a 23 («romo vim os tan potentes»): «di. por cierto.« e sta b a siem p re retraíd o » . en un resum en. en rigor. q u e se sep a. y co n e llo s c a n ta b a nni c h as veces» ./tantos m arque­ ses e co n d e s/e b aro n es/co m o vim os tan potentes». en la m edida en que la sú b ita e inesperada apat li ión de esa segunda persona. m a e stre d e S a n tia g o .«a n in gun o h ab lan d o ja m á s d e c ía de tú. el rey Don Enrique. y q u e s i fu e. peto evidentem ente referido a personajes de ese m is­ mo ayer: «Tantos duques excellentes. al recoger globalm enItl a todos los no nom brados en las coplas a n te n o ­ tes. y no sin eficacia. y no — co m o d ic e en noi a don Jo a q u ín de E n tra m b a sa g u a s en la ed ic ió n de la q u e tom o In» i'itas de Q u in tan a y d e Don M arcelin o — don B e ltrá n de la CueVii. la du d a sobreviene en el repentino quielito que pega el quinto verso. en la que el propio conde de Paredes tuvo. d e la c ró n ic a : « rey sin n in g u n a u fa ­ n ía» . he estad o diciendo todo el tiem po «siete o nueve». e non rey d e C asti lia !» («m e cán ico » v a lia e n to n c e s m ás o m en o s p o r lo q u e ho y lia m am o s « a rte sa n o » ) y. con las fiestas de su corte (coplas 16 y 17). M uerte.« p re c iá b a s e d e ten er ca n to re s. furtivo. don Al varo de Luna (copla 21). sin discontinuidad alguna.« la s in s ig n ia s e cerim o n ia s r e a le s a g e n a s fu e ro n d e su c o n d ició n » . Codicilo 1. «supitaño» golpe de m ano de la m uerte misma. p ro b ab le m en te ): « ¡B a c h ille r C ib d a d r re a l. un papel m uy relevante (copla 20). p a ra q u e el rey a c c e ­ d im i a d e s p o s e e r lo p o c o tiem p o d e sp u é s. ro d e a n d o y p resio n an d o . s in o rd en . n o e s ta r ía d e m á s re­ c o rd a r. con su prosperidad. el m alogrado in­ fante Don Alfonso. intem ­ pestivo. n a c ie r a y o fijo de un m ecán ico . Y lo m ism o mu ederá en los otros seis versos de la estrofa: «E las I ¡ Don P ed ro G iró n . to d a c o n v e rs a c ió n d e g en tes le d a b a pen a» . sediciosam ente proclam ado rey en el sim ulacro de Avila p o r la facción rebelde a En­ rique IV. el rápido. que conlleva. ¿dó los esro n d es/e traspones?» (donde. Las siete p rim eras y no cuestionadas coplas del eventual grupo nonario se refieren todas ellas a personajes del ayer cercano m entados ya p o r sus nom bres. a su vez. 231 . am argo sino de la c a d u ­ cidad. y su herm ano Pedro G irón12 (copla 22).° Se h a b rá observado cóm o al referirm e a las coplas q u e p ara mí form an el cu erp o lírico del poem a. ni c o n sin tió q u e le b e sa ra n la m ano» «a s u s p u e b lo s m u y p o c a s v e c e s se m o stra b a : h u ía d e lo s negó c io s. com o mu prolongación m ás n atu ral. ya sin m enciones nom inales. en u n a s v is ta s q u e tu viero n en tre C ig a le s y C abezón . e o v ie re sid o fr a ile d el A b ro jo . en efecto. m arqués de 11. que se llega a nosotros tam quam latro. d e s p a c h á b a lo s m u y tard e» .. o sea. enlazando. p o r cierto. se registra ni . parece mitnetizar. o sea la 23. tle m anera que nada h asta este in stante ju stifica su exclusión. P e ro n o e s éste e l lu g a r p a ra e x p r e s a r m is s im p a tía s 3 230 Villena. la duda afecta.está m arcado p o r el dulce. pero m ás todavía el hecho de que com porte el cam bio de la form a de pasado —sostenida. ha p restad o su atuendo Vsu ap o stu ra a esta segunda im agen de la m uerte. Con todo. lo cualquier otro reparo. por sí solo. p o r los que se ha preguntado a la m uerte en la copla anterior. el afincam iento en lo parti c u la r sensible de sus claras hazañas atierradas y desfechas por la saña y la fuerza de la m uerte—.lcon tu fuer9a las atierrasle desfaces». condes y barone s. se m e ap. el a n te rio r «cuando tú. m ientras en la copla 23 la represen­ tación se resolvía en una p u ra negatividad. etc. 233 . Este im previsto dirigirse a la m u erte a tú p o r tú./¿qué aprovecha?/C uando tú vienes aira da. y en la m edida en que el presente es la fórm ula de los juicios universales. significa ya.i rece. t'ensañas. tan infalible arquero?. Item . contra las playas de D ardania? Sí. tan propensos al culto de esta clase de proezas./con tu fuerza las a tie rra s /e desfaces»./lo s pendones. gallarda. casi como un abuso de poder: «Cuando tú./lo s castillo s im p u n ab les. Y en cuanto a la 24. man tiene todavía la am bigüedad que ju stifica m is vaci laciones en lo tocante a se p a ra r esta estrofa de las siete precedentes. con la de pasado en cada una de las dos m itades de e sta estrofa 23. ciertam ente. sin em bargo. sólo ese juego cruzado con el pasado —que sigue ase­ gurando la filiación em p írica de las víctim as en la m em oria viva del poeta. pero. desdela copla 16— po r la form a de presente./la cava honda. chapada. y p o r tanto u n a c ie rta vuelta al lenguaje de «doctrinal de filosofía» de las quince prim eras coplas («N uestras vidas son los ríos». com o continuación natu ral de lo que inm ediatam ente la precede. a su vez. pasado alguno («Las huestes innum erab les. un m ovim ien­ to de generalización. a rro ­ lándose —lleno. ¿cuándo se ha oído ya otra vez de un tan m ortífero./lo s m uros e baluai tes le b a rre ra s ./que hicieron en las g u e rra s/y en las p aces. el tiro es diestro. tan im p o rtan te y tan representativa de la equivocidad que afecta a las en trañ as m ism as del poem a entero com o la de univei 232 sa l/p a rtic u la r que cruzaba y recorría la copla 23. pero no sin un cierto concom itante acento de (|ueja po r lo im placable de sus obras. asim ism o./todo lo pasas de c laro /co n tu flecha». lu1 ido. t ’ensañas» se ha eonvertido ahora en un «cuando tú vienes airada»: m ientras la saña afea inevitablem ente un rostro. dirigido en segunda persona a la m uerte m is­ ma. sin em bargo. en la copla 24 la cosa tiene ya o tra luz: «Cuando tú vienes a ira ­ da./todo lo p asas de claro /co n tu flecha»). con sus im perfectos pertinentes. e sta n d a rte s le bande­ ras. que no con tiene ya. cruda. pues la fisonom ía m ism a de los objetos que enum era n o s rem ite claram ente al despliegue de fuerza de aque­ llos m ism os duques. en tanto que «todo lo p asas de c laro /co n tu flecha» es una repre­ sentación llam ada a su scitar la m ás viva adm iración de los contem poráneos. cruda. precipitando. de ira y de igual m odo arm ado de arco y flechas— sobre las naves de los dáñaos varadas en la arena. ec h ar por tie rra («las atierras») y d esh acer («e desfaces») no son acciones cuya ejecución sea capaz de produ1 ir en nadie u n a im presión de belleza. todavía.). aquí se plí­ senla una nueva am bigüedad. Se trata de lo siguiente: am bas estrofas term in an con un reconocim iento del sobrehum ano poder de la muerte. el m ás herm oso de los dioses todos./cu an d o tú. cruda. La acción c-s aquí airosa. m ientras en la 23 la acción es representada com o un simple y nada brillante ejercicio de fuerza. aquí. limpio. ¿dónde hem os visto antes de ah o ra otro parejo a ira ­ do flechador? ¿No ha sido acaso bajan d o sobre las eostas de la Tróade. nada m enos <|ue la no po r terrib le m enos m agnífica figura del di­ vino Febo. m arqueses. Sigue habiendo un lam ento contra lo inexorable de sus obras. tam bién. au nque en juego entrecruzado. «como torva no1 he».sus claras hazañas. t ’ensañas. «tan potentes». la lia puede a m enudo em bellecerlo. a los vivos y a los m uertos. por­ que esa característica prácticamente definitoria de la llamada «soi li dnd de consumo» consiste. explícito y fingido del poema. esp an tad a y ahuyentada de golpe ante ese atisb o de reverente y adm irado culto a la fuerza y al poder. extremadamente impropio. en efecto. casi todos. no podría por menos •le ponerm e a mí m ism o la objeción de cóm o pue­ den las coplas de M anrique presentársem e com o ese Inn encendido canto de añoranza de los bienes. pueden dárnosla esos aspec­ to» o tendencias (sólo aspectos o tendencias. tal com o aflora en los tres últim os versos de la copla 24. del gran bellaco del conde de Paredes. y haberse decidido a ven­ d er y a traicionar. Mibrcvive ampliamente la cultura predatoria) de la época moderna i|iir han dado en llamarse «sociedad de consumo». Una «culIii■o de los bienes» sería. p ara re n d ir vil hom enaje de a c ata ­ m iento y de respeto a la tira n a de todos los destinos. los objetos en los que se despliega y configuiii el sem blante del ayer no resu ltan ser o tra cosa. pero tam bién. si es que no incluso lodos. ciertam ente. al igual que una «filosofía de los bieo una «ética de los bienes». asom a ya el ade­ m án de un sentim iento adm irativo: es ya la tentación de ponerse del lado del m ás fuerte. doblemente. rigurosamente económica: un porcenta­ je de la inversión productiva de la em presa que pata algunos tiImii de productos llega a ser tan elevado como el 75 por 100 del Imul se destina a la producción del consum idor (llámesele preImmI. y como.com o al costado de la queja m ism a. que me cuente). Y ésta no es una afirm ación meramente psicológica. de l< valores. ii Iin de cuentas —y de la form a m ás unilateral y m ás IV Una idea aproximada de lo que podría ser una «cultura de lo*. p ara no volvérselo a otorgar nunca jam ás. viene a encontrarse y a cho 234 c ar (en la jo rn a d a m ás in fau sta que sus a rm a s ha­ yan podido conocer) no con una p resu n ta «cultura «le los bienes» —que ni existe tal cosa ni jam á s po­ dría existir sin que los bienes m ism os dejasen de ser la les13—. del hombre capaz Í» morir «lleno de días». im plícita y real. bienes». sino Imnhién y antes que eso. en ver­ dad. Codicilo 2? C om oquiera que este h a sta ayer tan equívoco y tan oscuro caso no ha sido. de lo perdurable. le h a b rá negado ya del todo el regalo de su m úsica. 235 . en el hecho de que la t>lnniesa no produzca ya sólo el producto. promoción. sino con los m eros. con la total perversión de los bienes y de su concepi Inn que por sí misma implicaría. tím idos y m arginales Imites de verduras de las eras que aquí y allá se obs­ tinan —¡todavía!— en se d u cir y conm over la m em o­ ria y el corazón de los hum anos. en la medida en que su caracli'iislica más específica la haría. en la que la cultm a predatoria. desde luego. sino también el consu­ midor. con La Todopoderosa. sacado a revisión p o r el m ayor o m enor interés que pudiese ofrecer p a ra los lectores de lírica (entro los cuales sólo un d em asiadas veces repetido desen­ gaño im pide. de subirse al c arro del vencedor. la c u ltu ra del tiem po adquisitivo. sin el m enor em pacho. quedando fiinii la producción del producto e¡ 25 por 100 restante. por consiguiente. El poeta parece h a b e r tem ido de pronto indisponerse y m alq u istarse con La Inexora­ ble. aquí. doblemente Hi i redora al de «sociedad de producción». al d esen cad en ar —sin duda a vueltas del propio pleito interno. o como se quiera). sino precisam ente en la me­ dida en que ta n sin g u lar y ejem plarm ente resulla desbordada y trascendida. por lo demás. ya que. sien­ do así que m uchos. la cuestión propia m ente lite ra ria de las coplas no me ha interesado en absoluto p o r sí m ism a.k ion. así como esc consum idor expreÍ h i i i i ule producido para ellos por la em presa misma es la más {Mullí lenta caricatura del hombre venturoso. por el contrario. Nombre. C uando en la copla siguiente el poeta em prenda al fin el elogio de su padre. una contradictio in terminis: los mi mínelos de la llamada «sociedad de consumo» son la más sanIIIrnlii caricatura de los bienes. sino para ilu stra r el m ilenario pleito en tre los bienes y los va lores. la lira —que tan inm erecidam ente ha q u erido concederle d u ran te nueve estro fas su más p ura m elodía—. digo. por i Ir t ln. según la herm osa expresión del Antigiin testamento. publicidad. al m ar­ gen y extram uros de la letra en sí— e sta o tra q u e it lia externa. piadosas. im precavidas m anos de niña que se agachase a re coger del suelo el cu erp o de un azor aliquebrad»• se ha conseguido que toda esa panoplia de valores lle­ gue a erigirse. en verdadera imagen de los bienes? Bien poco hay que buscar: esos 236 ojos y esas m anos están en las dos figuras centrales del poema. es decir. bordaduras. obrar. sino tam bién trasto rn an d o el sentido m ism o de lo representado. no sólo I m eando el tim bre de voz y confundiendo y hasta su­ plantando los sentim ientos del poeta. por su significado y su función. olores. param entos. por ende. el «cante grande» de la lira. todos. piezas de un puro a p a ­ rato ostentatorio. ¿no eran acaso. po r añ ad id u ra. de lo perecedero. y h u rta d a s. no es. lo carente de todo porvenir y. según otra lec­ tura). to r­ neos. llegan a ser una au téntica aci ión de la palabra. redundando en a trib u to y en c riterio de m edida de su propio valor social ¿Cómo. tal vez. tocados. una pieza medio237 . ves­ tidos. revivida en el recuerdo. de la querella. atavíos (o «ataujíos». en el que ésta llega a cu m p lir las últim as virtualidades escondidas en sus cuerdas. pero sí que. de la m aldición de eternidad. constándonos com o nos consta. has­ ta qué punto el aspecto de ostentación de la cu ltu ra p red ato ria alcanzaba en el siglo XV uno de sus m o­ m entos de m ayor intensidad y h asta qué punto. vajillas febridas. sino aquel en que las figuras logran realm ente actuar. se nos revelan com o los verdaderos pro­ tagonistas del poem a. de lo m enospreciable. p a ra ­ lela y c o n tra ria al m ism o tiem po. de sentido y de valor alguno— las que. co­ tidianas figuras de las «verduras de las eras» y los «rocíos de los prados» —expresam ente u rd id as por el poeta com o im ágenes conceptuales de lo fútil. tan fuertem ente m arcad as p o r el signo del tiem po ad quisitivo. de lo efímero. aunque tam poco esté excluido. los devuelva en im a­ gen a la m ortalidad del tiem po consuntivo. po r tanto. puede oírse ningún canto de los bienes. y que. Ellas serán el Cristo que retorne a resc a ta r a los valores m ism os. no son sino las dos hum ildes. sobre el depósito existencial del individuo. es decir. de la anónim a m ente im ­ personal. una vez m ás —y aquí de m odo todavía m ás decisivo—. pero como por fuera y po r encim a de él.incontrovertible en m uchos casos—. por sí m ism as y sin d e ja r «le ser tales figuras. cim eras. en una evocación que reverbera la im agen de un m undo de cosas tan intensam ente em­ pavonadas y bruñidas p o r el m etal de los valores. p o r consiguiente. la siem pre anó­ nima lira consigue levantar. p o r su naturaleza. en principio. ropas chapadas. jaeces. En efecto. en verdad. ju stas. tím idas. incluso en las siete o nueve estrofas involuntariam ente líricas. redim ién­ dolos de la condena de futuro. m is oídos lo han oído bien. ¿cóm o ha podido lograrse un canto se­ m ejante? ¿Con qué ojos ad m irad o s de niño que se e m p e ñ a se en ig n o ra r o en o lv id a r la d e s a fia n te rapacidad com petitiva que se esconde d etrás del res p lan d o r de ta n ta gala o con qué delicadas. o mejor. las coplas de Mani ique no pasan de ser. com o o rn ato co rtesan o que revertía sobre la persona m ism a. ciertam ente. aquel en que las figuras. desde luego. h a b ría de serlo. p o r su o ri­ gen. caballos. que desde él. fundiendo el perpetuo hielo que los aprisiona. pero tam poco aquel en que alcanzan a expresar —p o r legítim o que les sea tal com etido y por hondo y genuino que pueda se r el sentido en que tomemos la idea de «expresión»—. (La lírica más alta. pues. aquel en que las figuras se lim itan a ilu s tra r o e n fatizar —esto po r descontado—. trofeos o m eros signos del valor de la persona? No lo serían. a la gratui dad y al sinsentido c o n n atu rales a la índole m ism a de los bienes? Si es que. el tro v ar y el d a n z ar o «las m úsicas a c o r­ dadas que tañían». la riqueza se ejercía y se cum plía com o puro fasto. a la que po r su propia naturaleza de valo­ res se h allab an sentenciados. todo lo demás. literariam en te consideradas. que inequívocos fastos del tiem po adquisitivo. Si. al m a l qu itan todo valor los nom bres m ism os de los personajes rem otos y fabulosos p o r los cuales se in­ terroga. y que sólo en ficción e ru d ita podían intere­ sar al autor. a su vez. en este caso excepcional esa eficacia falla. R efractado en el tornasol de la añoranza. el m etá­ lico fulgor de los valores se vira y se reenciende 238 en el recuerdo con los cálidos colores de lo perece­ dero. sobre el asunto.) T rataré de exponer exactam ente este proceso de rescate. no hace m ás que rep e tir p o r centésim a vez un lu g ar com ún. dejándose de griegos y troyanos. al se r restitu id a s y rem em oradas com o p u ra im agen sensorial. Pirro. la im previsible acción que en ese últim o estrato m etaliterario llega a cum plir la lira desde las propias en tra ñ as del poema. po r seguir con lo mayor. cim eras. lo que consiguen es ha­ c er igualm ente atractiv a la im agen de las cosas que habían de ser m enospreciadas. son. sólo a prim era vista.ere. a u n ­ que para las coplas m ism as me he atenido a Foulehé Delbosc). sino que al equipararse. sino pre­ cisamente bajo la opuesta luz en la que atraen los ojos esas verduras de las eras y esos rocíos de los prados con los que se las quiso comparar. "qué fue del hijo de Aurora y de Aquiles y de Ulises. No —quede bien claro — con la de que las eitas de E n tram b asag u as no sean enteram ente fie­ les. Codicilo 3. reconoce de ca ra el c a rá c te r de tópico que tiene el propio tem a de las coplas: «Grandes y eternam ente eficaces lugares com unes sobre la m uerte» (aunque. y es tal vez únicam ente la inexorable eficacia de la m uerte m ism a lo que. Diomedes. pero no sólo esto. al hacerse iguales a las v erduras de las e ra s y los ro­ cíos de los prados. las verduras de las eras y los rocíos de los prados com o in stru ­ m ento intencionado de negación y m enosprecio. Al fracasar. Prim ero. sino con la de que Don M arcelino dice tam bién. A gam enón”. a m i vez. porque allí donde los valores logran hacerse im agen de los bienes. evoca los recuerdos de su juven­ 239 . con el efecto de a tra e r a su propio c a rá c te r de fig u ra —y con ello a su propia. p o r em pezar con lo m e­ nor. C uando u n a figura lleva en sí escondida u n a fuerza virtual autóctona m ayor que la de la m otivación que la promueve. C uando Jorge M anrique. a fin de co m p u lsa r las citas que de él hace don Joaquín de E n tram b asag u as en la edición que tenno de las coplas (y de la que he recogido. p o r fortuna. me he encontrado con una gran sorpresa. el escrú p u lo de ir a co n su ltar directam ente los textos de Don M arceli­ no. las salva. del m odo m ás estrepitoso. he aquí un párrali> literal del com entario de Don M arcelino: «Cuando el m arqués [S antillana en su «Pregunta de Nobles»] pregunta fríam ente. o tra s cosas b astan te m ás sagaces y m ás afo rtu n ad as. eomo creo h a b e r satisfactoriam ente dem ostrado. tiene el p o d e r de a d u e ñ arse de la com ­ paración entera. param entos. las p alab ras de Don M arcelino y de Q uintana. redim i­ das de la m aldición de e tern id ad que pesaba so­ bre ellas y retroactivam ente revividas en la luz de la tem poralidad y de la m uerte. una vez c e rra ­ do y redactado el presente caso.° H abiéndom e tom ado. pero ya no bajo el sig­ no de valores que de suyo les pertenecería. puede seguir haciendo aparecer aquí tam bién com o eficaces los lugares com unes m encio­ nados). Y. después de tantos otros. Ayax de Telamón. pues. indepen­ diente atm ósfera cualitativ a— aquello m ism o que con ella se com para. sin embargo. al resistirse y m antenerse con sus solas fuerzas com o im ágenes que p o r sí m ism as y en sí m ism as susci­ tan el deseo de los sentidos. todas aquellas cosas que no fue­ ron en su día sino fastos del tiem po adquisitivo se vuelven así tan figura de los bienes com o las propias figuras de las verduras de las era s y los rocíos de los prados. bordaduras. com plem entariam ente. la im agen de esos valores se transfigura y se transform a realm ente en un bien. sino después del diálogo del Gran Café de Nápoles. su «Arte poética». sobre este 240 punto. junio de 1974 y diciem­ bre de 1974 241 . así como «El caso Manrique». en 1969-1970. a la sazón. según tales m em orias. o m ás bien lo que oyó c o n ta r a su padre. creo que ni tan siquiera aparece m encionada. verosímil. resulta casi im posible elu­ d ir la suposición de que M airena escribió sus a p re ­ ciaciones acerca de las coplas sobre la falsilla del texto de Don M arcelino. sobre los esplendores y m agnificencias de la corte de Don Juan II y de los infantes de Aragón. que con sólo un paso m ás h ab ríam o s podido aplaudirle. Madrid. nos veríam os forza­ dos a a trib u ir a un a z ar casi increíble la coinciden­ cia señalada en la segunda conclusión. que todavía conm ueve las fibras de su alma» (subrayado mío). le pilló. tan extrem adam ente cerca de la verdad. Mau­ ricio d ’Ors. Segunda: que si se rep ara en las palabras m ás a rrib a subrayadas y se las com para con un pasaje del texto del «Arte poética» de Ju an de M airena tra n sc rito en las p rim eras páginas del atestado del presente caso. aunque p ara seg uir su pro­ pia. y sus alegres fies­ tas y las ju sta s y torneos. Y tercera: que esta m ism a suposición hace todavía m ás insegura la exactitud del diálogo reco­ gido en las m em orias del periodista. salvo el apéndice. no sólo no se le da tal im portancia. en el texto com ­ pulsado. «La predestinación y la narratividad» fue escrito. la canción de Don Rodrigo. tanta im portancia concedía Don M arcelino como p ri­ m er punto de apoyo en la génesis de las coplas de Don Jorge —a las que incluso llega allí a co n sid erar casi una glosa de la canción p a te rn a —. pero esta opción de urgencia nos llevaría indu­ dablem ente a nuevas y todavía m ás invencibles im posibilidades. sin el apéndice. el dictam en de «doctrinal de c ristia n a filo­ sofía» form ulado po r Don M arcelino. fuego!». fueron escritos en 1973-1974. Todo ello formaba parte del libro Las semanas del jardín. si no recuerdo mal. independiente línea de valoraciones y de pensa­ m ientos. el diálogo presentado en las m em o­ rias. y aquel trovar y aquel dan­ zar y aquellas ropas chapadas que traían. Sólo invertir la relación de sem ejante coincidencia entre uno y otro texto (o sea. teniendo —com o a ju zg a r por las m ism as m em orias parece que ten ía— ya escrita. sino que. ambos apéndices. «El llanto y la ficción». pues si M aire­ na conocía ya el texto de Don M arcelino m al podía pillarle tan de sorpresa. NOSTROMO. como. y si aún no co­ nocía el texto de éste. según el diálogo de las m em orias. habla de algo vivo. De todo lo cual parece ine­ vitable s a c a r las siguientes conclusiones: Prim era: que Don M arcelino llegó a encontrarse tan cerca. com o eventual antecedente de las coplas. Por o tra parte. diciendo: «¡Fuego. dando en sus páginas crédito y albergue a algunas de las observaciones de M airena) podría sacarnos de tan ard u a alternativa y hacer. a la que.tud. editor. pensar que Don Marcelino escribió el suyo no antes. en los años 1968-1969. carácter peculiar. a partir del griego idióles. que significa particularidad. .. a éstas también se las llam a «rasgos diferen­ ciales» o «peculiaridades distintivas». de modo que «idiotética» seria algo asi como «cuestión o tratado de las particularidades». que constituirían las no­ tas sobre las que se erige ese fantasma o fetiche llamado identidad. del 23 de febrero de 1984. etc.S e g u n d a p a r te Id io té tic a * * La palabra «idiotética» fue acuñada expresamente para el con­ greso de Gerona. el artículo «Ra­ biosamente español» (Véase en el Volumen I. confieso que he sentido desde el p rincipio una gran refrac taried a d o reluc­ tancia a resolverm e o a que me resolvieran a venir. en El País. aquella vergüenza ajena iba a te­ n e r que s e n tirla com o propia. D eclaración personal Siem pre me han producido una gran vergüenza ajena ciertos títu lo s de libro en que se com binaban. pág. 245 . de uno u o tro modo. sino que fue sus­ tituido por unas notas mucho más breves. 142).D iscurso de G erona1 I. evoca fuertem ente la ac­ titu d de aquellos títulos). pero su ocasión fue­ ron unas jornadas que bajo la pregunta y título «¿Qué es España» se «celebraron» en Gerona a partir del 23 de febrero de 1984. Para ese mismo día se escribió exprofeso. «el ser de España» (que au nque no ten­ ga la p a la b ra «problem a». la pregunta que se nos hace en este exa1. Este «Discurso» no llegó nunca a ser leído. li­ bros a los que me daba grim a h asta a la rg a r la mano. En efecto. las p alab ras «España» y «pro­ blem a» (verbi gratia: «España com o problem a»). de m odo que a la vista del asunto y orden del día de este sínodo. ya que. viniendo. sino que. conservar o co n firm ar cada día que am anece sus «posicionam ientos» rela­ tivos y de seg u ir y vigilar la fluctuación de cada p e r­ sonal valor en bolsa— se convierten en objeto exclusivo de tales relaciones. p o r la p ropia índole de la p resu n ta cuestión a exam inar. sino que. lim pio y vacío «ser» copulativo del gram áti­ co.. celar. H asta la aristo télica analogía del ser tendría que hincharse de form a tan abusiva. tan sucia y explosiva com o un globo de chi­ cle. único asunto que cotidianam ente vuelve a d a r motivo a su reproducción. o por decirlo gram aticalm ente. una hinchazón cuya desconsiderada im pertinencia a rra s tra a su costado la c o n trad icto ried ad fundam ental del «cam po u n i­ ficado» que buscó con su ecceitas Duns Escoto. la m iserable onfaloscopia en que cada día m ás se van encenagando las relaciones públicas sociales de los hom bres en general y de los españo­ les en p articu la r. todo ello a sem ejanza 247 . no puede fingir en su «es» un uso ingenuo de asém ica cópula gram atical como m ero instrum ento de pre­ dicación. por h a ­ cer un juego de palabras. El hic et nunc de su ú ltim a e irred u ctib le d eterm in a­ ción deíctica hace a la individualidad totalm ente in­ conm ensurable con respecto a los órdenes propios de la cualificación intensional sem ántica. en fin. etcétera») o de una m ás o m enos extensa o resum ida reseña historiográfica de todas las predicaciones diacrónicas en que la p alab ra «España» aparezca com o nom bre propio en cualquier posición gram atical. com o d iría un periodista. com o can ­ cha de juego para cu a lq u ier posible ontología. po r el contrario. que es el «ser» con pretensio­ nes ontológicas. Antes he de a ñ a d ir que el ya dicho m otivo de mi reluctancia se prolonga en el tem or concom itante de que. este honorable sínodo venga a reproducir. tan vana 246 y tan flotante com o una pom pa de jab ó n o. Pero sobre esto ya rein cid irá probablem ente la ponencia propiam ente dicha. aun en áulicas form as de b u ro cratizad a y ritualizada politesse. con el «ser» com o verbo blanco —o sea in stru ­ m ental y asém ico—. relaciones en que las relaciones m ism as (a la vez siem pre iguales p o r siem pre reno­ vadas y siem pre cam biantes por siem pre renovables) se erigen p rácticam en te en único asu n to a tra ta r y con qué traficar. doblem ente m ortífera com o tal carga hueca). pues­ to que p ara sem ejante viaje no habíam os m enester de alforjas. justam ente. Y no es que crea —aunque jam ás me será dado averiguarlo definitivam ente— que al fin y al cabo pudiese yo ten e r ninguna taxativa en­ m ienda a la to talid ad co n tra la ontología en general com o sab er legítim o y posible. único cam ­ po lingüístico aceptable. al este con. No. cuanto m ás huera y m ás falaz o. contra la ontología de nom ­ bres propios. del que —así com o del B ar^a se dice que es algo m ás que un e q u ip o puede decirse que es algo m ás que una inocente có­ pula gram atical. tal que pudiese d arse p o r conform e con respuestas del tipo de la consabida descripción geo­ gráfica (« E spaña lim ita al norte con el m a r C antá­ brico y los Pirineos. cohecho y c o rru p ció n ad­ m inistrativa— co n tra la ontología histórica. si hubiese de h o sp ed ar al m ism o tiem po en sus entrañas algo tan respetablem ente honesto y aun mo­ desto com o el se r del gato y algo tan indudablem en­ te fraudulento e incluso sospechoso de m aldad com o es el pretendido ser de España-.. al p a r que los propios sujetos —en p e rp e tu a ansiedad de cono­ cer. peor to­ davía.men: «¿Oué es España?» no puede hacerse la inocen­ te sobre la carga enfática con que u sa el verbo ser. m ejorar. un ser. a mi entender. evaluar. p o r cierto. tanto m ás explosiva. no parece infundado p resu m ir que el «es» de la p reg u n ta no viene a p reg u n tarn o s con el noble. viene a in terp elarn o s con ese tem ible SER «preñado de sentido». pero sí que la tengo —y enm ienda aún agravada con denuncia de falacia en docum ento público. «cargado de sig­ nificación» (carga. donde se lee: «. m arom as. El no conocer yo o tra que m e parezca leal y el negarm e a c am b iarla po r o tra m ás a stu ta pero desleal ha cons­ tituido. h asta llegar a las p resu n ta s identidades étnicas.. con la lanceta de sa n g ra r desenvainada y el cau terio al rojo. se p reanuncia en la c a rta de Albert de la Hoz B ofarull (El País. sólo ten d ría p o r éxito del venerable sínodo presente una tan com pleta d estrucción de los feti­ ches de la Identidad y la Conciencia H istórica com o p ara que sesión com o ésta no vuelva a repetirse. Por eso. De modo. expresam ente. con el arduo designio terapéutico de que. Tiene razón J. J. así pues. tan to m ás im proba­ ble será el éxito de una terap ia dolorosa. 30 de enero de 1984). con la fuerza o rie n tad a en el sentido ju sta m e n te inverso a la fuerza de fuga p o r tangente. h ierro p a ra clavazón y guarniciones. De ahí que el sa b er chism es —y. El hecho. acucio­ so y continuado intercam bio com ercial. donde el onfaloscopio individual de cada Yo se reproduce. y. los que se aproxim aban al problem a Catalán estaban conde­ nados a la parcialidad que co m p o rta no h acer m en­ ción alguna del nacionalism o español.. com o om bligos m ayores que convocan en torn o suyo. el últim o conato de echarm e para a trá s me ha acom etido incluso después de h ab er aceptado en principio la idea de venir.de un activo tráfico m arítim o que p o r única y exclu­ siva m ercancía m otivadora del m ás ferviente. m anutención y reparación de esas m ism as flotas únicam ente consagradas a la p e rp e ­ tuación del propio tráfico m otivante y motivado. ya que precisam ente po r ten er ese supersticioso culto —el de la Identidad y la Conciencia H istó rica— un espe­ cífico com ponente m asoquista. no tuviese m ás que m ad eras p ara cuadernas. velas. Un círculo centrípeto. en fin. Así. franca y a b ie rta —no a s­ tu ta y desleal— frente al nacionalism o catalán. cáñ a­ mo y brea p ara calafates. acabe de rom ­ perse de una vez este jug u ete indigno y vergonzoso. de los grupos. en m ucho m ás poderosos rem olinos de succión. En este sentido. que he de decir lealm ente que si he venido es con toda la m ala intención del m undo para intentar m eter cristales rotos entre m ano y verga... hace a c en d rarse el vicio. en la m ism a m edida en que com place el deseo cada vez m ás incontinente. que. consiguientem ente. pues. Pero este m ism o intento lo veo desesperado. la ro­ tación c e n tríp e ta de nuevos y m ás vastos circuitos onfaloscópicos. tablazón y a rb o ­ laduras. puede llegar a ser no sólo ineficaz sino h asta contraproducente. otro m otivo de mi reluctancia: ve­ n ir a tu m b a abierta. dis­ poner de fuentes— es hoy el elem ento decisivo p a ra verse solicitado en sociedad. ya que tal m ercancía g regaria o personal en torn o a los sujetos y sus rela­ ciones es el único objeto intercam biable y com ercializable en sem ejante tráfico social c ircu lato rio y autorrealim entado. Solozábal E chevarría en “ Por un nuevo concepto de n a­ cionalism o” (núm ero seis de Leviatán): "R eparam os 249 . sacándole to­ 248 dos m ás d olor que gusto a la sesión. de que aquí se rein­ cida una vez m ás en la ya insoportablem ente em pa­ chosa y asfixiante situación onfaloscópica de que los propios españoles se pregunten qué es E spaña me hace tem er la estéril reproducción de la ete rn am e n ­ te repetible sesión de narcisism o con m asturbación. y ha sido. la m ás a rrib a tem ida contraproducción o contraproducencia de una actitu d crítica. reenfoca y reorganiza hacia el com ún om bligo de los Yos p lu­ rales. todos y a la vez sólo aquellos m ateriales que exigie­ se la construcción. a causa del descorazonam iento y el hastío provocados por las deprim entes respuestas ca­ talan as —en artícu lo o c a rta al d irecto r— pu b lica­ das en El País en réplica al incluso dem asiado respetuoso artículo de Juan Luis Cebrián. pues. / El problem a es que el nacionalism o español no siente siquiera la necesidad de m anifestarse com o tal en tanto que está plenam ente asum ido. de los grupos de grupos. te van a ver. titu lad o «Cataluña vista desde dentro». Y eso estab a tanto en M arías com o está en Cebrián. La situación es. en el alm a. con la cam iseta blanca del Real M adrid. que ju stifica y p erp etú a su papel— reacom odarán siem pre la in terp retació n según su conveniencia diciendo que los pacifistas. 250 aunque abom inen de M oscú. del que entresaco las frases siguientes: «El que m ira y observa la realidad com pleja de un se r vivo —un país es eso. p ara p o d er una vez m ás s e n tir­ se y rea firm a rse catalanes». un se r vivo— no puede olv id ar que lo decisivo es la p ers­ pectiva vista desde el interior. a través de sus gafas azulgrana. que los occiden­ talistas —que necesitan la excluyente y escatológica b ip o larid ad del m undo. en donde se albergan todos los elem entos de su esencia. porque así lo necesitan y h asta ansian. porque es condición in dispen­ sable para poder ellos ser y sentirse catalanes. no vas a ir m ás que a d arles el gustazo de ju g arles el p a rtid o que están deseando. Lo que vive y alien ta en el antagonism o y po r el antagonism o necesita neg ar y reducir la sim ple posibilidad de c u alq u ier cosa que. lo ponga en entredicho: «El que no está conm igo está contra mí». com oquiera que toda identidad vive y se n u tre del antagonism o. O tra de las réplicas a las que m ás a rrib a me refie­ ro es el a rtíc u lo de Josep M aria Puigjaner. bastante parecida a la de los pacifistas frente a los occidentalistas: ya pueden d esgañitarse los prim eros abom inando del m odo m ás explícito de los m oscovitas y de su cohetería. Es inú­ til que vengas aquí dispuesto a qu em arles en efigie a todos tu s an tep asad o s castellanos y leoneses h as­ ta Fernán González y hasta Don Pelayo. dirán que no es m ás que carnaza dem agógica que les echas para im presionarlos o engañarlos. Así. porque si no lo eres les rom pes el juguete. según aquel refrán tan castellano com o falso y c o rru p to r de «Ladran. pero tra s la cual aun a ti m ism o te escondes inconscientem ente los oscuros im pulsos de im perialism o castellano-español que en el fondo conservas. sea con buena pero ingenua inten­ ción— p a ra p o d e r e c h ar pestes de Reagan y m in a r la defensa de Occidente. Por lo pronto —y un poco al m argen de la cuestió n — conviene adver­ tir que la m etáfora de considerar a un país como «un ser vivo» es de las m ás peligrosas y en ocasiones p er­ versas de este m undo. pero om nipresente en la acción y en la pasión. Así mi d esesperan­ za y desesperación. ya sea con la insidia consciente de un caballo de Troya (« Timeo Dañaos et dona ferentes»). el ex­ celente editorial sobre la desafortunada decisión del Patrim onio N acional de no a u to riz a r la rep resen ta­ ción de la ópera Don Cario en el E scorial e n cerrab a el defecto de "o lv id ar” la precisión de que dicha de­ cisión era nacionalism o quím icam ente puro». p o r ejem plo el eufem is­ mo ab so lu tam en te hip ó crita de «países en vías de desarrollo» (hipócrita porque finge ignorar la eviden­ 251 . Necesitan absolutam ente que seas castellano o español. alim entarla y encallecería se expresaban así: «Como. sustrayéndose a él. Por ejemplo. quien quiere autoafirm arse com o ca ta lá n se re sistirá com o gato panza a rrib a a a c e p ta r la posibilidad de que no seas nacio­ nalista castellano ni español. en lo desesperante. La clave de in terp re­ tación de un país está en la e n tra ñ a de su ser. en el fondo lo hacen —sea con insidia.en la irracio n alid ad del discurso nacio n alista de nu estro oponente sin darn o s cu en ta de la base n a ­ cionalista de n u estro reproche”. el tem or o la convicción de que no sólo no iba a h a c er m ella alguna en su creencia y en su au to afirm ació n sino que iba a venir a sa tis­ facerla. ese sitio ilocalizable. lue­ go cabalgam os». en donde se d isp aran todos los resortes de su existencia». ya sea con una voluntad conscien­ tem ente leal y bien intencionada. quieras o no. En es­ tas frases se m u estra el m odo en que una c rítica franca y a b ie rta puede no sólo ser ineficaz sino h a s­ ta contraproducente. ) C onstituidos en pasión. tra b a jo de m ira r a Ca­ talu ñ a no desde fuera. m uchísim o más. se olvida de la posibilidad de com prensión por analogía: pues si C ebrián —es u n a m era hipóte­ sis de tra b a jo — fuese y se sintiese «algo» al m odo en que P uigjaner es y se siente catalán. Es com o los que dicen: «Fíjese si será mi C ausa au téntica y concreta. po r el a m o r que les tengo yo a los míos! ». lo que seguram ente no se da en el caso de Cebrián y Puigjaner. al m enos en últim a instancia. y especialm ente si es de índole agonística. a c u alq u ier clase de crítica o refle­ xión racional. donde sólo el segundo padece el mal de am ores de que aquí es cuestión. sino desde ella m ism a». el otro padre se ech aría a re ír y le contestaría: «¡Pero no me seas ne­ cio! ¡Claro que lo com prendo. cuando h asta los hay que m ueren en las g radas po r un ataq u e al corazón an te una d erro ­ ta catastró fica o ante u n a victoria estrepitosa». en el sentido de cada vez m ás incapacitada p ara reinvertir en otros m ercados que los ya capaces de a seg u rarle una d eterm in ad a velo­ cidad de reciclaje) se funda en el supuesto demostradam ente falso y conscientem ente falaz de que la riqueza creciente de los ya ricos y sobrealim entados a c ab a rá extendiendo el beneficio de la ab u n d an cia a los pobres y ham brientos. (Y no es que tenga nada yo contra las abstracciones. pero no deberían b a­ j a r al corazón. La realidad de la pasión no dem uestra absolutam ente nada sobre la realidad 253 . o bien «No me diga que el Bar?a no es más. Pero lo único que d em u estran estos hechos es la capaci­ dad del hom bre para vincular y com prom eter pasio­ nalm ente su Yo con cualquier cosa por ab stracta que sea. No habiendo piedra m ás ciega y m ás concreta que la de la pasión. de tal su e rte que los h a m b rien ­ tos de m añana resu ltan concebidos —p o r sem ejan­ te juego de p restidigitación— com o si fuesen los m ism os que hoy ag u ard an a la p u e rta y que al fin serán hartos. decirle que no puede co m p ren d er lo que es se r y sen tirse catalán. Por lo demás. de com prenderse los 252 hom bres los unos a los otros en sus respectivas que­ rencias subjetivas. la esencia catalana. que un equipo. pero no im posible. y so b rad am en ­ te satisfacto rio y suficiente. se sustraen a toda posible im pugnación presentando po r ca rta credencial la in­ contestable facticidad de toda pasión en cuanto tal. si un día un padre le dijese a otro: «No puedes absolutam ente co m p ren d er lo que es el am or que les tengo yo a m is hijos». Ser y sentirse catalán es una decisión abstracta pa­ sionalm ente asum ida. Lo único que ocurre es que en la hipótesis de estos dos padres estam os ante el supuesto de una analogía de pasiones. a renglón seguido. sería d e s c a rta r el m odo m ás com ún. hacen un papel dignísim o en el órgano del conocim iento. Pero volviendo m ás es­ trecham ente a nuestro asunto. Por m ucho que. verdadera y ju s ­ ta. pero con el agravante de que esta indigna co artad a del capitalism o com porta adem ás la m etafórica e ideológica falacia de orien tar la representación que los sobrealim entados se han de h acer de los h am brientos precisam ente en té rm i­ nos de «países» (¿qué será un país ham briento?) y no ya de individuos. con c u a lq u ier fetiche m ental. com o ser del Atlético de Ma­ d rid o del Real M adrid. hay que advertir cómo las c itad as frases de Puigjaner vendrían irrem ed ia­ blem ente a s u s tra e r al nacionalism o. ya él m ism o ha p u esto en las frases an terio res —al c ifrar la esencia en la acción y en la pasión— los fu n d a ­ m entos de una últim a y definitiva im posibilidad. el ser de Ca­ taluña.cia del c a rá c te r cada vez m ás redundante de la ri­ queza cap italista. añ a­ da: «A uno le g u sta ría que alguien de fuera hiciera el arduo. que estoy dispuesto hasta a m orir por ella». la presentan po r p ru eb a irrefu tab le de la concreción y de la realidad ontològica de una esencia catalana. de una m anera tan com pleta y tan perfecta com o si estuviese en tu m ism ísim o pellejo. y no los sucesores de todos los que en­ tretan to se h a b rá n m uerto. dentro de uno»— el que la falta de respeto a u n a creencia sea tam bién. fue el artícu lo de Lluís Sala Molins.. la racionalidad.. frente al pro ­ blem a español» (El País. la justificación. y esto no tan to ni ne­ cesariam ente por prepotencia ab so lu tista —pues no siem pre disponen a su lado de poderes terrenales con los que hacerse respetar.. la fundam entación. sino tal vez tam bién el m ejor m odo de a tiz ar el fuego. de m odo inevitable. el actual. nada prueba tam ­ poco a favor de la am ada. la im piedad y la fal­ ta de respeto. a la arro g a n te y an tip á tic a actitu d de la asebeia o sea de la irreverencia. a sus creyentes. Pero ¡dígaselo usted a quien se en cu en tra poseído p o r la pasión! P red icar una nueva Fe entre p rac ti­ cantes de un viejo culto anim ista. titu la d o «C ataluña. m ás una actitud que un program a’’ [.. agresivo. en cambio. la u tilidad y. com o en el caso de todos conocido—. pues e stá ya en la propia ín­ dole de toda creencia en cuanto tal —índole que con­ siste justam ente en que no quepa hab lar de «creencia en sí» sino tan sólo de «creencia en uno. en fin. porque perm ite in­ flam arse a los creyentes en eso que suele llam arse santa indignación. pesado. Uno. am ables y bien intencionados que puedan ser su gesto y su disposi­ ción hacia los hom bres. del que entresaco las siguientes líneas: «. Y lo realm ente d ram ático del caso es que a la postre al que se siente ofendido de este m odo no le falta su punto de razón. 28 de enero de 1984). de su sim ple existencia o de la índole de su realidad. tan peculiar. No obstante. tibio y d esg asta­ do puede ser un propósito con esperanza de éxito. de algún modo. el de aquellos tiem pos en que. O sea —sigue S ala M olins—.]. de que el creyente se identifica y confunde con su creencia h asta tal punto que to m ará po r violación de un de­ recho personal y se n tirá com o ofensa a su persona 254 m ism a c u alq u ier posible falta de respeto a su creen­ cia. nos au g u ra ­ ba el filósofo [se refiere a Aranguren] m ucho de n a ­ ción y nada de Estado. ¡Gra­ vísim o y o b stru c to r inconveniente. todas las religio­ nes y creencias tienden a reclam ar p a ra sí m ism as el derecho a q ue se las respete.. inevitablem ente. era "m ás un sentim iento que un partido. no p arece que deba p rete n d er que sea a su vez y p a ra siem pre igualm ente indiscutible es el contenido. no p ru eb a nada / co n tra el a m o r que la am ada / no haya existido jam ás». es un derecho que nadie debe discutirle. al igual que el barcelonista tiene derecho a ser del B ar^a y a llevarse un disgusto de m uerte o a rre ­ batarse en delirios de alegría según que pierda o gane. y p o r lo tanto ofensa. la respetabilidad de pasiones sem ejantes. falta de respeto. lo que. Si según los versos de Juan de M airena «. electoralista. de su erte que el ten e r que so p o rta rla es too b ittera p ill com o p a ra e sp e ra r que los creyen­ tes la acepten sin rechazo! O tra de las referidas réplicas a C ebrián que vinie­ ron a renovar mi desaliento y a reforzar mi convicción de la total in u tilid ad y aun la probable contraproducencia de este honorable sínodo. no sólo parece tarea desespe­ rada. El que alguien tenga derecho a s e r y sentirse c a ta ­ lán y a co n sag rarse en cu erp o y alm a a la pasión de serlo. sin otra actitud que la "p ecu liar de todo poder que tien­ de a sacralizarse a sí m ism o y descalificar al otro". / N ada m ás ni nada m enos nos dice C ebrián cuando coteja dos nacionalism os ca­ talanes. ten d erá siem pre.de su presunto contenido. p o r cuanto toda crítica de creencias. la efectiva existencia del amor. sino p o r la razón. ya q u e p ara la llam a de la creencia no hay m ejor leña que el hostigam iento. po r bondadosos.. inútil. si nos entendem os bien: buenos ingredientes son el buen sentim iento y la ac­ titu d buena que no desem bocan en program a pro255 . Otro. pero p ro p o n er el escepticism o y el agnosticism o en­ tre gentes en tu siasm ad as y enfervorizadas con sus propios dioses patrios. con Franco en M adrid. p o r m ejor decir. hace ya algunos años. concederle. la que une a los hom bres com o hombres. perm anece ab stracta con respecto a ellos. A sem ejante tab ú com o c á s­ cara hueca o zapato ortopédico para un pie o que no lo precisa o no lo quiere. pero ja m á s respeto. consagra y perpetúa al objetivarse en docum ento. y es una referencia pu­ ram ente m ecánica. y. en los topónim os que las denotan. es bien sabido cóm o precisam ente este papel es. en pugnaz actitu d conm inatoria puede llegar a encizañar y envenenar la propia posibilidad del sen­ tim iento que dice ten er po r contenido y de cuya conservación y dignificación p resuntam ente se en­ com ienda: la am istad. en todo caso. ¿No dijo alguien que un buen indio es un indio m uerto?». me refiero a las que se llam an «com arcas naturales». Así hoy lo úni­ co hum anam ente defendible que aún podría q u e d a r tra s la noción de «patria» e stá representado po r esa superviviente clase de ám bitos geográficos que ca­ recen de toda docum entación. o sea con la plana cabeza del clavo sobre la m ad era y d e sca r­ gando co n tra la p u n ta p u e sta boca a rrib a el certero martillazo. cuando tiene esa caracterización se llam a "a m ista d ” (no hay otra clase de "u n ió n ” verdaderam ente hum ana). De cóm o el docum ento o el sacram ento. p o r el contrario. explícitam ente alzado y es­ tatuido com o prim er axiom a fundacional de todo Es­ tado. vaciarlo. im pedirlo y hasta des­ truirlo. po r lo dem ás.. queda. d e trá s del p atrio tism o (ya que estas m ism as dos nociones connotan hoy por hoy su m u tu a negación). lo que quiere d ecir que no los une com o 257 . cuando le falta esa caracterización. el m o rtal enem igo del am or. Unidad sin am istad es algo ex terio r y m ecánico respecto de los hom bres com o tales. las responsabilidades pú­ blicas de los individuos pueden. al m enos presuntam ente. el artículo: «La Lora». ratifican y suponen. irrem ediablem ente per­ vertido o destruido. o sea el sentim iento que llam a­ ré «querencia del lugar» o «am or de aldea» es lo que. pacientem ente. Sólo ellas represen­ tan todavía «la patria» com o un puro regazo m ater­ nal hacia el que tiende la q u erencia y hacia la que 256 se vuelve un sentim iento absolutam ente ajeno a toda suerte de au to afirm ació n y antagonism o.pió. porque ningún tabú abstractivo com o esc puede ser digno de respeto a l­ guno. la m ism a idea que hace c re e r a m uchos que el triu n fo y el sentido del am or sólo se cum ple y llega a plenitud cuando es intercam biado po r el certificad o de m atrim onio. del modo m ás ac­ tivo. Así. que p o r no ser per­ sonas —p o r no e s ta r oficialm ente co n stitu id as en p ersonas ju ríd ic a s — conservan. salvo que del revés. La unidad erigida com o tab ú abstractivo po r encim a de las cabezas de los hom bres y de sus con­ creciones tam poco debería. «La Bureba».. «La A rm uña». pueden ten e r la aviesa conse­ cuencia de corroerlo. s e r causa de m ayor incordio en lo que pueda ten er un huero form ulism o burocrático. y m ala cosa son ellos cu ando la gente se m ete a se n tir y a a c tu a r con ganas de p ro g ra m ar el sen ti­ do de su actitu d o la acción de su sentido. acatam iento y obediencia. Justam ente lo único que. ha de ser caracterizada por la condición de éstos. al sustilu ir —ya sea superponiéndose o incluso a n ticip án ­ dose— al sentim iento que. lejos de cum plirse y de triu n fa r —com o cree Sala M olins— en la program ación y la institucionalización. es decir. sino que lo peor de ella es que en carn án d o se y aguzándose. Tal vez no sea sino el inverterado y em pedernido prin cip io b u ro crático de «Quod non est in acíis non est in m u n d o » lo que su sten ta la en­ gañosa confianza de que el sentim iento solam ente se logra y se corona cuando se ratifica. decía yo en un a r ­ tículo: «La unidad concretam ente referida a los hom bres. y acaso a veces de­ ban. El p árrafo da en el clavo. baste el ejem plo del sacram entado principio de unidad de la nación. «El Ampurdán». po­ d ría h a b e r de hum ano y respetable tra s el naciona­ lism o o. a m enudo. P ero ya en la ponencia p ro p iam en te d ich a se tra ta rá de cóm o la noción m ism a de id e n tid a d lleva e se n c ia lm e n te im p líc ita la re la ció n de a n tag o n ism o . d e su p o sib le e x p lo tac ió n p o lí­ tica. de n in g u n a lo es tanto.h o m b res. d o n d e lo q u e a p a re ­ ce. Lo q u e m á s p o d e ro sa m e n te ex cita m i aten ció n e irrita c ió n c rític a es el h ech o de q u e e x ista e n tre los h o m b re s u n a n ec esid ad tan e m in e n te m e n te a b s tra c ­ ta y h u e ra co m o el p r u r ito d e a m o r p ro p io q u e les m ueve a sen tirse co m p lacid o s p o r u n a m an ifestación ta n p u ra m e n te v erb al co m o la d e g r ita r a co ro p o r las calles: «¡S om os u n a nación!». p ero es ju s ta m e n te en el p u n to de lo b o n d a d o so d o n d e m e p are c e q u e d e b e s e r c r itic a ­ da. ju s ta m e n te . d irig iré preferen tem en te mi atención al fenóm eno ge­ n eral d e la e x iste n c ia y d e la p o s ib ilid a d d e la u n i­ v ersal n ec e sid a d d e a u to a firm a c ió n q u e a c o m e te a las co lec tiv id ad e s. p o r el c o n tra rio . lingüísticos. el h o m b re se e s tr u c tu r a en u n id a d e s d e d is tin to n i­ vel. no m en o s ciego y loco q u e se m o stra se p ro ­ clive al sin se n tid o d e s a c rific a r in c lu so E s p a ñ a m ism a a su p ro p ia u n id ad » (El País. lo confieso. pro v o cad o p o r su rem oción. d iré que. u n a ac u sació n e n c a d e n a d a d e p reju icio s a trib u i­ dos. to d a id e n tid a d p a ­ trió tic a se h a c o n stitu id o en el an tag o n ism o . p e ro si son in ju sto s no d u d o de q u e los re v eren d o s p a d re s sin o d a le s in ju s ­ ta m e n te p re ju z g a d o s s a b rá n q u itá rm e lo s de la c a ­ beza. de m o d o tan in se n sa to c o m o p intoresco. sin o p o rq u e en su fa lta de m a lic ia d eja in ta c ta la real m alic ia d e la situ a c ió n . n o es m á s q u e u n a a r b i­ tra rie d a d re ific a d o ra . 30 d e e n e ro d e 1984). m á s a n e c d ó ­ tico y c irc u n sta n c ia l. p u ed e in c o a r tal g ra d o d e d e s q u ic ia m ie n to q u e lleve a a lg u n o s d e fe n so re s a u ltra n z a d e la u n id a d de E sp a ñ a a a d o p ta r. y p o r m i p arte . . A d ife re n c ia d e las o tra s. El e x a c e rb a m ie n to de tal id ea a b stra c tiv a . sin o com o cosas. en tal g ra d o y ta n ex c lu siv a m e n te com o de los p u eb lo s. E n c u a n to al p ro p io a r tíc u lo de C eb rián . Si. u n a a b s tra c c ió n fo rz a d a y d e ­ p rim en te. V erd ad eram en te hay q u e s e r b u e n a p e rso n a p a ra re­ p re s e n ta rs e un p a n o ra m a así. p ero d e s g ra c ia d a m e n ­ te es un id eal id ílico q u e tien e en c o n tra suya todo el p eso del te stim o n io h istó rico . 11 de m arzo de 1980). P uesto q u e n u n c a se u sa n o m a n ip u lan sen tim ie n to s inex isten tes o im posibles. p o r m i p arte . co m o d ijo H eráclito. p o r el a n ta g o n ism o y con el an tag o n ism o . es. El texto em p ieza p o r d e fin ir u n a n ac ió n com o «un co n ju n to de in dividuos u nidos p o r u n a serie de vínculos c u ltu ­ rales (históricos. no p o rq u e n u n c a la b o n d a d en sí m ism a p u e d a m e re c e r c ritic a . co m o se ría in ú til n e­ gar. la g u e rra es el p a d re de to d a s las co sa s. q u e todo p u eb lo 258 con «co n cien cia h istó rica» d e tal. no s e ría ex trañ o ver su sc ita rse un m u erasan sonism o. las c u a le s se van s u p e rp o n ie n d o u n a s a o tras» . u n a m a n ife sta ció n de p re ju ic io s a c a so a ú n m ás in ju sto s. no m e h a de p re o c u p a r ta n to la c u e s ­ tión de los s e n tim ie n to s c a ta la n is ta s en la m ed id a en q u e p u e d a n s e r hoy o m a ñ a n a o b je to de u so o m a n ip u la c ió n p o lítica. vengo con un m o rra l c o m p le ta m e n te lle­ no de p re ju ic io s. E s v erd ad . etcétera) q u e les im p u l­ sa a e rig irs e c o m o u n id ad » y m ás a d e la n te a firm a : « P o d ríam o s d e c ir q u e d e sd e la in d iv id u a lid a d de c a d a c iu d a d a n o h a sta la to ta lid a d de la h u m a n id a d . E sta d e c la ra c ió n p erso n al es. fre n te a la v iru le n ta re g re sió n m ític a d e las a u to a firm a c io n e s étnicas. a n te s q u e al hecho. p ero c o m p o rta a su vez. el m ism o lem a q u e los d e fe n so re s a u ltra n z a del m a trim o n io : “An­ tes m a ta rs e q u e s e p a ra rs e ”. F ren te al d e lirio a u ten tic is ta de las id e n tid a d e s v e rn á c u la s. O tra d e las ré p lic a s c a ta la n a s al a r tíc u lo d e J u a n Luis C eb rián es la c a rta al d ire c to r de don Ja im e Llopis (El País. es e s ta u n a ré p lic a to ta lm e n te c o n c ilia d o ra y bien in ten cio n ad a . po r m ás o m enos fun­ dadas o in fundadas inferencias. en cuestión de sujetos. indios. desde el rey Acab hasta el m aestre del Conde de Niebla. ese sujeto h istórico concre­ to. No vale respon­ d er a p o sterio ri inventándose. Tres definiciones de la p a tria La definición de O rtega y Gasset: «Un proyecto su ­ gestivo de vida en com ún» la en contré siem pre una solem ne to n tad a con la a ñ a d id u ra de la grim a que da la c u rsile ría del epíteto «sugestivo». cóm o realm ente existió. Sujetos. lo que se dice sujetos. cu a lq u ier falso sujeto. antes y p o r encim a de cualquier otra cosa en este mundo. de qué modo y por qué fue sugestivo. aquel en que.2 En cuanto a la definición de José Antonio Prim o de Rivera: «Una unidad de destino en lo universal». quién lo hizo. hace. No obstante. el trance de su m anifestación y determ inación. y en consecuencia q u ienquiera que hable de un proyecto tiene que e s ta r en condiciones de presentar. po r sugestivos que les antojen. esta definición. una definición a la que pocas veces puede contestarse de m odo un poco m ás com prom etido y docum entado que el de una pura elucubración a posteriori de los historiógrafos. persas. sólo de modo m uy condicionado es legítim o an d ar jugan­ do con plurales y nom bres colectivos. es una flecha que da en la m ism a d ia­ na. bactrianos. referida a la concepción m ás auténtica. A mi entender. Q uiero decir que hay que poder con­ te sta r con los docum entos en la m ano cuál fue ese proyecto. ¿Fue —m e pregunto yo— algo tan acrítica e incondicionalm ente elogiado —aun por el propio Ortega— como el Im perio de Ale­ jandro «un proyecto sugestivo de vida en com ún» en­ tre m acedonios. consultando ad i­ vinos y exam inando visceras de anim ales sa crifica ­ dos. o fue una aventura g u e rre ra que a su antojo fue im provi­ sando sobre la m archa y conform e se terciaba aq u e­ lla m ala bestia? No vale. pues. griegos. La b atalla eleva y abate. en una palabra. Las defini­ ciones tienen que com prom eter en algún grado a quien las hace. en efecto. como se encuentran ya hechos y consum ados los proyectos. colm a y despoja. de añadidura. saces.° 1. con un proyecto plenam ente consciente y delibe­ rado. ese m om ento ha sido po r excelencia el de la batalla. Por eso 2. «Des­ tino» aparece enseguida com o la palabra clave: ¿Qué es el «destino»? El m om ento paradigm ático del des­ tino. El cam po de b atalla es el lu g ar de encuentro del destino. La batalla. la ocasión del des­ tino. asciende y degrada. B astará una som era y casi obvia operación de descifrado p ara m o strarlo con toda claridad. e scru tan d o los vuelos de las aves. A parte de lo cual. etcétera. Respecto a E spaña sí puede. ni responder a esas preguntas con quienes hoy se las encu en tran respondidas ya desde antes de na­ cer. sogdianos. docu­ m entarse historiográficam ente. cu ándo se hizo. atendiendo a estornudos. un sujeto real que lo conciba y lo respalde. las p a rte s entre los contendientes. Véase Apéndice n. el caso de E spaña se 260 presenta com o una de las pocas excepciones singu­ lares. no existen en principio m ás que el individuo hum ano o anim al. es pues. tan sólo se debe a la a p arien cia un tanto esotérica o sofisticada del lenguaje el que no haya sido com ­ prendido todo lo que hay en ella de clarividente y de certero. y casi con la m ás exigente certidum bre. m ás fu erte y m ás vigen­ te de la patria.II. cuán sugestivo era y cóm o fue llevado felizmen­ te a térm ino con el reinado de Fem ando y de Isabel. sirios. 261 . hacia m ediados del siglo XV. y p ara quién. a este respecto. egipcios. pasando por los m ercenarios lacedem onios al servicio de Ciro el Joven y todos los generales de la Hélade y de Roma. otorga y deniega. han estado a p ren ­ sivam ente atentos a cuanto pudiese in terp retarse com o signo de los cielos. de m odo fidedigno. que en este caso se rá un su ­ jeto histórico. la «concien­ cia histórica» de su propia identidad ha construido. sino aguda y pre­ cisa definición josean to n ian a de la p atria. vencida o vencedora. El hecho de que la g uerra sea el m om ento de m áxim a plenitud para los pueblos y la victoria el éxtasis de su autoafirm ación dem u estra hasta qué punto la violencia creado­ ra es el c rite rio últim o y secreto al que a la postre ten d rá que rem itirse toda noción de «identidad» en sentido histórico. que así. m ás efectiva y m ás auténtica. Platea y Micala» (y probablem ente con un orgullo tan insufrible como 262 el de quien dice «¡casi nadie al aparato!»). me parece que el testim onio de la histo ria no puede ser m ás apabullante para d a r fe de que la idenlidad de toda p a tria e stá fundam entalm ente consti­ tuida po r el nom bre de sus victorias. en el volumen I. toda posible concepción de «identidad» en conexión ne­ cesaria e inevitable con una relación de antagonis­ mo. en últim a instancia. Precisam ente el pueblo que m ás acendrada y rigurosam ente ha sabido e x a ce rb ar y conservar. se lim itab an a decir: «N osotros som os los de M aratón y Salam ina. y « ¡Pártalo Dios!» era la fórm ula ritual que se em plea­ ba cuando. a la dim en­ sión diacrònica del alto y p erd u rab le destino histórico reservado a los pueblos verdaderam ente grandes en los fastos de la H istoria Universal e in­ m arcesiblem ente registrado en sus anales. Pero es que. Bien que lo sabían ya. po r cada com unidad unificada b ajo u n a m ism a enseña. al h a b la r del Libro de los Salm os —por él considerado com o la obra de uso m ás difundido y cotidiano du ran te dos m ilenios de cu ltu ra occidental— el profesor M orton 3. La patria es la u n id ad de sujeto en el rep a rto de las p a rte s de vencido y vencedor. cada p a tria vendrá a se r tal unidad de destino co m partida. En cuanto a «lo universal». inequívocamente. Así. sino tam ­ bién. nota n? 8. Las p a rte s que el d es­ tino m anifiesta o asigna en la batalla no son m ás que dos: la de vencido y la de vencedor. 214. Todos los com ­ batientes —fu era cual fuere su avatar individual en la b a ta lla — a cuya insignia el destino se digne con­ ced er la p a rte de vencedor constituyen un m ism o y único sujeto: no otra es su unidad de destino. tal vez de m anera aun m ás enfática. en el m ás im placable pro-indiviso. viene a ponernos. Claro e stá que la especificación de la definición ¡oseantoniana que añade «en lo universal» no debe ser referida solam ente a la dim ensión sincrónica del conjunto internacional de los países contra los c u a ­ les cada p a tria es. cuan­ do por toda ca rta credencial. que se le añade en la definición de José Antonio tam p o ­ co e n cierra ningún m ayor arcano que el de referirse al ex te rio r com ún que engloba a todos los «otros» —y en cuanto tales siem pre virtuales enem igos— res­ pecto de los cuales. esta unidad de destino constituye —a m enos que preten d a negarse el a p lastan te testim o­ nio de la h istoria— el resorte fundam ental de la crea­ ción. Así es como la nada vaga e irresponsable. se de­ cidía com batir. se m u estra indi­ solublem ente vinculada con el antagonism o. pues. fijado y conservado esa m ism a identidad sobre la contraim agen p erm anentem ente invocada v repintada de un enem igo eterno. m ás operante.la b atalla tiene tam bién el nom bre de «partida».3 La p a tria de losé Antonio era. adem ás. consagración y plasm ación de patrias. pág. en su no­ ción m ás real. delim itado. Y «la p arte de uno» e ra aquello que el destino le había reservado y en cu an to ya m arca­ do con tal o cual signo preciso. los Helenos. p o r ende. una unidad de d estino m ilita r en un m om ento dado. Véase «Notas sobre el terrorismo». por todo docum ento na­ cional de identidad. no habiendo llegado a la avenencia. m ili­ tarista incluso. rigurosam ente m ilitar. a despecho de toda dispersión y contingencia a lo an ­ cho de la tie rra y a lo largo de los siglos. Y en ge­ neral. activa o virtualm ente. 263 . el reconocim iento de que la fuerza c ru e n ta no se ago­ la sin residuo —tal com o su p o n d ría la concepción racionalista y según corresponde a la noción de medio propiam ente dicho— en la producción del efec­ to deseado. han vuelto a a d iv in ar en la violencia p or sí m ism a esa función creadora. no es sino lo tejido. m ás que «los otros» definidos —com o p ara los atenienses pudie­ ran se r los e sp a rta n o s—. por ejemplo. Pero. Q uiero decir que la adm isión de tal capacidad exclusiva significa. Fanón sabía que no hay otro form ador de identidades que el ejercicio del antagonism o. Las consecuencias que de sem ejante obsesión po r "el enem igo” y p o r la liberación respecto de él puedan haberse derivado para la cu ltu ra occidental exceden el contenido de esta obra». la violen­ cia. nota n? 6. no sin un punto de irónica m alicia. 265 . la argeli­ n a — la acción de la fuerza cru en ta. La g u e rra es la única cosa que hace patrias. En efecto. ¡Por algo los a rra s tró de un lado para otro d u ran te c u a re n ta años por un desierto no m ucho m ayor que la provin­ cia de C iudad Real! Sólo la g u e rra puede d eterm i­ n a r y d efin ir de m odo taxativo quiénes som os Yo y quiénes son «lo otro» (para Israel. cu ajan d o en un com ún y único Yo. todos los otros m edios posi­ bles para el m ism o fin» según se expresa el beaterio racionalista —o m ás bien. pág. sólo la g u erra m arca el trance c ru cial y decisivo en que una colectividad se aglom era en sí m ism a y se recorta respecto de las otras. párrafo final.'* Fanón propugnaba —a efectos de construir una nación. sólo el cru en to antagonism o de las a rm a s es capaz de p a r­ tir con un tajo inconciliable las m eras otreidades cualitativam ente indefinidas. en el Volumen I. como Fanón. en la violencia un factor que la hacía irrem plazable p o r otro m edio alguno. naturalm ente. Fanón se g uardó bien de d a r 4. de m odo necesario. com o contenido constituyente de su identidad en cuanto Yo colectivo. en cu an to «nación». Fanón contravenía la bienpensante lim itación m oral de la violencia. factor que. sin más. M odernam ente. al m enos en la práctica. po r ese m ism o origen. sino que ella m ism a se conserva y se aporta com o un valor de contenido que se incorpo­ ra al fin. es la acción m is­ ma de tejerlas. por esta m ism a circunstancia. Véase «Notas sobre el terrorismo». com o pudiera ser el de los «bárbaros» para helenos o romanos). que constituye unidades de destino. sólo algunos autores. 209. racionalizador— de la guerra com o medio. verdadero ingrediente o com ponente de su propio lin. nos dice lo siguiente: «Más de las tres c u a rta s p artes de los Salm os invocan a Yahvé en cuanto protector y defen­ sor de su pueblo elegido con respecto a enem igos cuya precisa identidad suele q u e d a r inespecificada. Fa­ nón veía o entreveía. redescubriendo.Sm ith. que la autoriza únicam ente «cuando se hayan agotado to­ das las vías pacíficas. La identificación h istórica —si es verdad que la hay— de tales enem igos sigue siendo un enigma. definirse m ás que po r referencia a tal destino bélico. ve­ nia a revelarse. m ás q u e un m edio o instrum ento. como. o sea. la unidad de destino. de rechazo —y aun­ que Fanón lo ignore o se lo calle— que el origen de 264 toda identidad está en la propia relación de antago­ nism o a la que tal sedicente «identidad» pretende p reexistir y d a r motivo). y la p atria. la identidad. así pues. cuya uni­ dad no puede. ya el propio Moisés conoció perfectam ente el insustituible papel de la g u erra com o violencia creadora de pueblos. com o siem pre preferible a cu alesq u iera otros posibles m edios y com o algo que debería elegirse en lodo caso aun cuando esos otros m edios fuesen ac­ cesibles con las m ás seguras esperanzas de éxito. el m agm a indeterm inado e im personal de los «no-Yos». la violencia creadora de pueblos y de pa­ trias (lo que tácitam ente implica. hospitalario. «destino» en la de José Antonio. aquí resulta ser. pero prefirió u optó po r h acer m ejor aprecio de la violencia en nom bre de la para él no opinable identidad. po r el contrario. victorioso. porque ello le h a b ría significado la c rític a y re­ visión de todo el irred en tism o y nacionalism o revo­ lucionario en cuyas luchas se había com prom etido.. al m argen de que lo sea de E spaña o de o tra cu alq u ier patria. com o en las otras. Pero no hay que dejarse llevar de esta im presión —p o r lo demás. «Tanto monta»).] p ara lan zar la energía española a los cu a tro vientos. po r el Im perio hacia Dios. en sorprendente di­ vergencia con el com ún sesgo sem ántico de las dos anteriores. si é sta era «proyecto» en la de O rtega. po­ d ría parecem os. y si. centra la noción de ésta sobre el solo elem ento m aternal. en un p rim e r m om ento. (Había considerado ociosa. Rehusó la ú ltim a clarividencia de e n c a ra r todo el c a rá c te r m ítico. la definición de Franco5 la única que. fuese un sangriento sarcasm o en los labios de quien la profería. p o r últim o. propalaba tal definición. y nos reenciende aquella lum bre h o spitalaria en torno de la cual hace ya siglos estam os esp eran ­ do poder sen tarn o s de una vez en paz los unos a la vera de los otros. si bien se considera. el «proyecto sugestivo de vida en com ún» parecía em peñado en ponernos inm ediata­ m ente en ó rb ita «en un proyecto in cita d o r de volun­ tades. en los hechos. ¡Por los santos del cielo. poniendo. Fanón adivinó el vínculo esencial y necesario entre la identidad y el siem pre en ú ltim a instancia cruento antagonism o. Queda. 4. la p a tria en general. es­ taba firmando decenas de miles de sentencias de muerte para los vencidos. a las m ontañas nevadas. frente a las o tra s dos. que. a la vera unos de otros. la definición de Franco. antes que proceder inver­ sam ente. que es. po r el contrario.el paso decisivo de h a c er el juicio de valor que en pocos puntos podría se r hoy tan n ecesario com o en este. p a ra in u n d a r el pla­ neta. el su ­ jeto definido no es ya. de la pura «que­ rencia del lugar» o «am or de aldea». eso ya de m omento. La verdad es que mientras Franco. nada m enos que «hogar». con el fin de em pun­ tarn o s hacia un nuevo u ltra m a r de em presas im pe­ riales. p ara c re a r un Im perio aún m ás am plio [. no del todo in fu n d ad a—•. cap. sangriento. por lo obvio. oscu ran tista. C ierto que. un m añana im aginario capaz de discip lin ar el hoy y orientarlo. p ara c h ism o rre ar a n u estro gusto de lo hum ano y lo divino h a sta ro d ar po r tie rra vencidos por ei vino o rendidos po r el sueño. pues. he aquí que. no es pequeña cosa lo que viene a quitársenos de encima! Si la «uni­ dad de destino en lo universal» nos q u ería catapul ta r directam ente. a mi ju i­ cio —com o ya he dicho en la sección I de estos 5.. la propia identidad. sino el especim en p a rtic u la r «España». ju stam en te cual viejas sibilantes en invierno. en vista de un alegato tan om i­ noso y tu rb a d o r com o el que el hecho de su relación de necesidad con la violencia alzaba co n tra ella. p ara sen tarse en torno al fuego central. Ojo: se habla tan sólo de la definición en sí misma. prescin­ diendo de que. la de­ finición de Franco nos viene a devolver precisam ente aquel hogar del que sem ejante p a r de m an g arran es quería oxearnos y desalojarnos. a la m anera en que el blanco atrae la flecha y tiende el arco [. ju sto es reconocerlo. y si era ne­ cesario h asta todo lo alto de los m ism ísim os luce­ 266 ros. tal aclaración hasta que en la prensa de enero de 1992 leo que los anticom unistas de Georgia aun ponen a Franco por mo­ delo de quien supo reconciliar vencedores y vencidos. um bilical. y cen­ tra r la atención aquí tam bién en la p a la b ra clave. a su vez. en entredicho. Es. o p reso r e inhum ano de la identidad.] y para ensayar o tra s m uchas faenas de gran velamen» y no ya «para vivir juntos. una defini­ ción tal vez un tan to insulsa y escolar. y dice com o sigue: «Es el h o g ar com ún de todos los españoles»... el siniestro fetiche hoy re­ naciente y p o rta d o r de la m ayor am enaza de regre­ sión. com o viejas sibilantes en invierno» (España invertebrada.) 267 . en qué punto preciso q u e rríam o s m orirnos y h asta ser sepultados. es ju stam en te un poem a del retorno. gorrino y pernicioso. po r el m om ento. hayan c ria ­ do o crien en adelante una progenie de hom bres m e­ nos necesitados de ese punto cero (al m enos con el c a rá c te r tan concretam ente espacial que tiene el nuestro). no com porta que tenga que h a c er m érito alguno de ese om bligo o de sus cualidades peculiares. Véase Apéndice n. que le tiene. del retorno. ju stam en te el m ás innoble. p a ra p rac tic a r so­ bre él la onfaloscopia. p ara favorecer incluso su propia lib er­ tad de m ovim ientos. ta m ­ bién los hom bres. hostilidad La m era diferencia vive tan en paz com o el rojo y el verde yacen en concordia el uno ju n to al otro en­ tre las dem ás p astillas de colores de la caja de a cu a­ relas y sólo cuando el sem áforo los abstrae en signos de los derechos contrapuestos del autom ovilista y el peatón se convierten en antagónicos y el contenido cualitativo de cada uno se convierte en pura nega­ ción del otro. en cie rta m a­ nera. p o r el contrario. ni m enos todavía que ten­ ga porqué ten er po r m ínim am ente m erito rio el n a­ tural y n ecesario am or.° 2. el om bligo del m undo p ara él. mas. por lo tanto m ás que cualitativam ente diferencial es distintiva. en fin. 268 Pero el reconocim iento. lo único que puedo h a lla r de hum ano y po r ende. inversam ente. el celeb érrim o soneto de Du Bellay. La polarización de la diferencia en antagonism o ab strae la cu alid ad en identidad.6 No excluyo que otras nuevas representaciones del es­ pacio terrestre. suelen necesitar un punto cero p a r­ tic u la r y personal com o centro de referencias inm utable para a c e rta r a g obernarse sin zozobra en los avatares de la vida y para poder sentirse aun a despecho del m ás irreversible alejam iento. III. propiciadas po r la fam osa facilidad de traslación y com unicación m oderna. o sea. siq u iera sea desesperadam ente im aginaria. de hum anam ente defendible. un lu­ gar íntim o y propio que le siga sirviendo adonde quiera que vaya com o ú ltim a y p rim era referencia o rientadora. «o los seres hum anos». Diferencia. el rojo del autom ovilista es verde para el pea­ tón. Tal vez por eso el que es quizá el m ás alto canto de la p a tria m aterna. sino. el rojo es la prohibición de lo que dice el verde y el verde la prohibición de lo que dice el rojo. y el rojo del peatón es verde p a ra el autom ovi­ lista. que ese om bligo esté hecho p ara contem plárselo. y sobre todo. la bandera— tiene una función diferencial virtualm ente antagónica. y h a s­ ta los anim ales. o que ésta sea siquiera uno de los usos dignos y correctos que quepa h acer de él. a dónde nos sería a b ­ solutam ente in soportable la sola idea de no poder volver— y señalar. ni. com o gustan d ecir las organizaciones filantrópicas. 6. con la punta del p untero sobre el m apa terrestre. Parece ser que. tan bondadosam ente hu­ mano. de que el hom bre necesite un ombligo. la inevitable querencia. al igual que el sistem a c a r­ tográfico p o r el que actu alm en te se gobierna la navegación precisa de un punto cero —convencio­ nalm ente fijado po r el cru c e entre el E cuador y el m eridiano Greenw ich en un punto del golfo de G ui­ nea al oeste de Libreville y al s u r de Accra—. del a m o r de aldea. prote­ gidos co n tra la extrem a desolación de la últim a extrañeza y d esam p aro por la ilusión.textos—. sin d u d a rlo ni un instante. ya que 269 . creo que todavía so­ mos inm ensa m ayoría los que sabem os sin vacilación alguna a dónde exactam ente querríam os poder siem ­ pre volver —o. en tan alótropo concepto. un lu g ar que sea. Todo sím bolo de identidad —el blasón. cualidad. b u s c a n re c o m p e n ­ s a rse de su n u lid a d so cial fre n te al p o d e r en las s a tis fa c c io n e s su c e d á n e a s de la su p e rstic ió n n a c io ­ n a lis ta (d ep o rtiv a. o en o tra s palabras. d e m o s tra n d o có m o a la p o s­ tre todos ad o lecen de la m ism a d ism in u c ió n m en tal. dejándose su p la n ta r p o r su propio du­ plicado. E n Ism ae l M ed in a «la c o n c ie n c ia h istó ric a » a p a re ­ ce in c lu so e x p lic ita d a en s u v ig en cia d e té rm in o m o ral: « Im p e ra tiv o c a te g ó ric o d e la co n c ie n cia h is­ tó rica » es su fo rm u lac ió n . c o n to d o c u lto e m in e n te m e n te id ó la tra . La m e ra c u a lid a d . sustituyéndose así la cu alid ad p o r el m ero derecho a cualidad. sin o to d o lo c o n tra rio . V é ase A p é n d ic e n. sustituyendo el hue­ vo p o r el fuero.7 C u an d o e s su b sta n tiv a d a y a b s tra íd a en identidad. el fe­ tic h e q u e b e su q u e a n . p o r lo d em ás. Id é n tic o s son. la c u a lid a d se a u to d e s tru y e co m o tal cu a lid a d . el a l t a r a n te el q u e re b u zn an . E ste es el fu n d a m e n to d e la in ev itab le co nexión e n tre n a r ­ c isism o y p a ra n o ia . al q u e d a r a b s tra íd o en su m e ra fu n ­ ció n d is tin tiv a d e neg ació n del rojo. en re a lid a d de v erd ad no se tr a ta m ás q u e d e ad v o c acio n es d ife re n te s de un solo y ú n ic o y el m ism o santo. El n e fa sto fetich e d e la id e n tid a d —q u e su rg e de la p o la riz a c ió n a b s tra c tiv a d e la c u a lid a d . 7. p o r lo d em ás. las a b so lu tiz a y a b s tra e en p u ra s o tre id a d e s. tal co m o la d ife re n c ia d eja de s e r d ife re n c ia y se c o n ­ v ie rte en o tre id a d c u a n d o es a b so lu tiz a d a p o r el a n ­ tag o n ism o . 270 C onvertida en identidad. A bsolutiza la d ife re n c ia en in c o m p a tib ilid a d . ta l com o el verde del sem áforo p ierd e la cu a lid a d de ver­ d e y su m atiz. la c u a lid ad se proyecta y desdobla.co n v ierte al d ife re n te en s im p le m e n te otro. 8. la hacienda por la e scritu ra. en m o d o a lg u n o excluyen. . si e s q u e n o c a b e o tra m ejor). la sim p le d ife re n c ia no só lo no so n c o sa s q u e en sí m ism a s y p o r sí m ism a s n e c e si­ ten s e r ja m á s d e fe n d id a s ni m a lq u is ta rs e co n n a d a ni con n a d ie (la a le g re y v a rio p in ta p az de la c a ja de a c u a re la s es la m e jo r p ru e b a ) sin o q u e p re c isa m e n ­ te c u a lq u ie r antagonism o. en re a lid a d n o h a c e sin o d e s tru irla . Columnista y casi principal ideólogo de El Alcázar. n o e s sin o el e s p e c tra l e c to p la s m a in e ­ v ita b le m e n te e x h a la d o o e m a n a d o d e las n e c e sid a ­ d es de a u to a firm a c ió n a n ta g o n ís tic a a trav és d e la cu a l las c o m u n id a d e s h u m a n a s. que es com o el docum ento ju ríd ic o acred i­ tativo que se subroga en ella para ejercer su defensa. IV. a d v o c acio n es que. q u e se p re te n d e re iv in d ic a d o ra d e la c u a lid a d . com o. pues. N o ex iste m e ra a u to a firm a c ió n . La m o ral del p ed o E s s u m a m e n te rid íc u lo el h ech o de q u e d e sd e el m ás e n lo q u e c id o a b e rtz a le o a u to n o m is ta h a s ta a l­ g u ien tan ra b io sa m e n te u n ita rio y n ac io n a l co m o Ism ael M edina8 in c u rra n in d is tin ta m e n te en la m is ­ m ísim a je rg a d e b o rra c h o s d e la « id en tid ad » y la «co n cien cia h istó ric a » . y a u n q u e c a d a u n o d e e llo s c re a p ro s te r n a rs e a n te u n s a n to to ta lm e n te d istin to . re d u c id a s a u n g ra ­ do de in d ife re n c ia c ió n c u ltu ra l y de im p o te n c ia p e r ­ so n al en la g estió n d e los negocios p ú b lico s c a d a vez m ás g ra n d e y m á s d ese sp erad o . el v erse irre c o n c ilia b le m e n te e n c a rn iz a d a s en la m ás s a n g u in a ria h o stilid a d .° 3. co m o s u e le su ce d er. h a ve­ n id o o c u rrie n d o d e sd e a n tig u o u n a y o tra vez. lo q u e llam am o s au to a firm a c ió n es m u ch o m ás negación d e otro. q u iz á en m e n o r m ed id a. c o n c o m i­ ta n te a la a b s o lu tiz a c ió n de la d ife re n c ia en a n ta g o ­ n ism o o d e la conversión de la c u a lid a d en p re te x to d e u n a a c titu d a n tag ó n ic a— hoy en día im p e ra n te en to d as p a rte s. d efen sa o persecu ció n . La id e n tid a d . p a ra u n o s y o tro s los v alo res a los q u e rin d e n culto. paradigm as de estilo y de conduc­ ta a los que han de atenerse si quieren realizarse com o m iem bros de tal com unidad. m albaratado. cuya noción enuncia por lo visto el contenido y el designio pro­ pios de la nueva m oral. Bien a la vista está la vuelta de cam pana que ha sufrido el c rite rio de la santidad. p u lim entada y b ru ­ ñida por la historia. un inautèntico. Y yo ¡ay. con estilos y form as que les son extraños. era mi aspiración de llegar a 10. contradecir su propia identidad. insensatam ente. un carnaval. c u id a r y m antener siem pre vivos y dispuestos los sagrados cá­ nones de las esencias p a tria s en honda y p erm an en ­ te com penetración con las m ás so terrañ as raíces'0 ancestrales. la sabía adm onición que me ap artab a del cam ino errado y me indicaba el mío ver­ dadero.El fundam ento filosófico de la m oral de identidad y el hálito religioso del culto a San Sim ism o no con­ sisten sino en la convicción de que nadie puede en­ c a rn a r su propia vida ni darle cum plim iento m ás que rigiéndola y conform ándola con arre g lo a cie rta pe­ cu lia r figura em brio n ariam en te in sc rita a nativitate en las en trañ as del sujeto. Referida a com unidades. en necia vanidad. pág. la m oral de la identidad se plasm a en fórm ula filogenética que ofrece a los individuos en cuanto a m iem bros de tal com unidad cánones ideales. lejano soplo del e sp íri­ tu. Volumen I. La m oral de la identidad supone que una com unidad tan sólo pue­ de cum plirse com o «personalidad auténtica» —es su 9. las que le dicta la conciencia histórica. con la inversión diam etral en el sentido de la referencia por la que se gobierna la m oral. por lo visto. sin equívoco posi­ ble. yo no tengo la cu lp a —. n a­ die considera que pueda h allarse en la tie rra ni en el cielo otro san to m ás digno de im ita r que él m is­ mo. 273 .1' Hoy. anuncia. das ist mein Ziel». una ficción. dejé desperdi­ ciarse en huera afectación. quien seducía las alm as y daba aliento a la naturaleza para elevarse hacia la perfección. inexorablem ente abocada a la pura inanidad que pre­ cipita en el fracaso. el giro de 180 grados que ha su frid o la d irectriz de referencia con respecto a aquellos ya lejanos días en que era el libre. Y asim ism o les p a sará a los in­ dividuos. ¡Ay del pueblo que apague o dism inuya su conciencia histórica. Otra palabra recientemente incorporada al nuevo culto. depositándose en el órgano expresam ente cap acitad o p ara alm acenar. los m ás herm osos años de mi vida! Desoí la grave voz de la conciencia histórica. 272 jerga. El santo universal. Un pueblo o sus individuos sólo se cum plen y alcanzan plenitud si su conciencia his­ tórica a c ie rta a ree n c a rn a r c ie rta s esencias genéri­ cas o rig in a rias —al p a r que o riginales— que se llevan en la m asa de la sangre: de lo contrario no será m ás que un fallido. tan sólo llega a «reali­ zarse» —sigue siendo su jerg a—. o de cualquier individuo de ese pueblo que descuide o pierda su participación en ella! Ni pue­ blos ni personas pueden h a c er traición a sus raíces. advirtiéndom e cuán equivocada aspiración. exterior. irresponsablem ente. Véase el artículo «Weg von hier. El solo m orfem a reflexivo «se» que aparece en el verbo «realizarse». el santo único es hoy única­ m ente San Sim ism o. en la inesencia y en la inautenticidad. Q uien no llega a a ju sta rse en un grado apreciable a este principio no se realiza com o ser hum ano y naufraga o se desva­ nece en la m entira. he perdido. 449. la voz de aquel que clam a en el desierto. m alo­ grado mi infancia y juventud! ¡Irreparablem ente. una m entira. en cu alq u ier com e­ tido o papel de su existencia. La conciencia histórica es el órgano específico por el que la identidad de un pueblo se m antiene inva­ riable y palpitante y se hace vigente y m anifiesta. si lo hace con arreglo a la figura que en tal papel le corresponde confor­ m e ha venido siendo decantada. a cuya esencia igualm ente pertenece la rara condición de que nos com placem os en el arom a de los propios tanto com o nos cau sa repulsión el hedor de los ajenos. su su rra n te voz que una y o tra vez me repetía al oído su consejo. cóm o las gentes tienden a fo rm a r estilos fijos. Y al respecto se les o c u rre p e n sar que alguna cosa hay en ello que necesite la fijeza ritual. no volverían a a p a re c er ja ­ m ás en público. el ya p a u p é rrim o estado e sp iritu al." B astante repugnantem ente tendían ya los esp añ o ­ les a com placerse n arcisísticam ente en la propia imagen y a im itarse y reim itarse a sí mismos. com o Tremal Naik. o sea. p o r mi identidad. pretendiendo ser héroe por lo fino com o Tremal Naik. catastró fico desdén de la conciencia histórica. por el desinterés h a ­ cia cualquier cosa que no fuese la autorreproducción concentrada. que nunca es o tra cosa que la propia m iseria. hipercaracterizan. jam ás podría llegar a cum plirm e y realizarm e a u té n tic a ­ m ente com o héroe. la ya dism inuida inteligen­ cia de los españoles se verá p recipitada hacia una im becilidad de las de baba y sonrisilla. si los ado rn o s con que las gentes sobreactúan. en fin. de la profunda. Ya E spaña era de siem pre y p o r sí m ism a un país dom inado y a p lastad o com o pocos en el m undo po r el narcisism o y la onfaloscopia. Hay dos espectadores. m oral y cultu11. de­ letérea. acaso el nom ­ bre científico que m ejor le cuad re sea el de «m oral del pedo». sino tan sólo siendo héroe a lo bestia com o el Cid C am peador! A la m oral de la identidad. h asta qué punto ha sido una catástrofe y una infam ia em ponzoñar y contam inar al país entero des­ pachando con receta legal y h asta recom endada y propagandísticam ente im puesta el m iserable culto que era ya m orbo endém ico en las sórdidas e n tra ­ ñas del alm a española. Si ahora las regiones redoblan de m a­ nera especializada este repliegue sobre la propia im a­ gen o im aginería. di­ ferenciación de los de al lado. am onestándom e que aban­ donase aquella presunción. envilecedora. y van a las d istin ta s fiestas y ven po r todas partes. Véase Apéndice n. degradante. TESIS. pecam inosas lecturas infantiles del c o rru p to r Em ilio Sálgari! ¡Oh lam entable. 274 raím ente co rru p to ra. sobredeterm inan sus fiestas y sus vestidos son no sólo continuidad en el tiempo. pues la condición p a rtic u la r del pedo es tal vez la figura m ás capaz de definir con plena exac­ titu d la situación. en fin. im itan­ do su propia imitación. m oral y cu ltu ral del país. a la vez s o b re a g u a ­ dos y fijados. alo­ cado. po r m is raíces. ten d rá que re su lta r la siguiente consecuencia: que el m ayor núm ero de adornos distintivos se hallará en pueblos étnicam en­ te afines. frívolas.° 4. sino tam bién d iscontinuidad en el espacio. que están en una d istrib u ció n territo ria l apiñada. disipadas. en la m edida en que la e scru p u lo ­ sa selección de lo genuinam ente propio y el riguroso rechazo de lo extraño po r los que se distingue la ac­ tuación de la m oral de identidad en ninguna otra imagen podrían e sta r m ejor representadas que en el pedo. com o si las gen­ tes necesitaran parecerse a sí m ism as y diferenciar­ se de otras. se e n terrarían en vida o se m eterían. en efecto. bastante gravemente afectaba al país esta degeneración. m uy próxim os y com unicados unos con 275 . en un saco de ceniza. quiero decir «hipercaracterizados» porque se ad o rn an m ucho pero siem pre igual.hacerm e héroe p o r lo fino. com o para que encim a se viniese a in co arla desde a rrib a con plena d elib era­ ción —siendo al efecto totalm ente indiferente el que lo sea en su figura nacional o en sus con trafig u ras regionales—. ¡Oh. de su erte que si los responsables lle­ gasen a d arse cu enta de h asta qué p unto su frívola operación política ha sido e sp iritu al. ya que por mi condición de español. m ás año­ rada y m ás apetecida: se desea la ficción. será m ás delirante e insensata. pero fueron tam bién sorprendentem ente in­ tegrables con el Islam . de reco rd ar a cada uno el pacto. pero h a b ría d estrip ad o el cuento.otros. y el m enor núm ero de adornos (no hay tan ta necesidad de distintivos diacríticos. ¿Por qué necesitan «los pueblos» p arecerse a sí m ism os. otros se encierran. com o el otro. pero no hace. habiendo e stab le­ cido que los pueblos tienden a ceñirse a unos ritos que los representan y en que se reconocen —cosa que m ás o m enos todos los pueblos parecen n ecesitar en algún grado— se ponen a reñir: hay uno que ante un grupo de personas o un pueblo entero que de pronto em pieza a rela ja r el sistem a de identificación y em ­ pieza a in tro d u c ir excentricidades y exotism os. porque e n señ a ría las c a rta s que el rito quie­ re m an ten er ocultas: el límite. Entonces ¿sería tal vez com o un ap arato benignam ente cons­ trictivo y pedagógico im puesto po r un deseo m ás o m enos com ún y m ás o m enos. ilu sio n ar un poco) y si necesita se­ guir siendo ritu a l se ve que nunca acaba de conven­ cer del todo. tribales. Pero está claro que todo el s e re s rito. es un espectáculo que los pueblos gustan de darse a sí m is­ mos. pero com o hoy no puede su ste n tarse el artificio ni d arse po r buena la cosa con el m ero espectáculo. pue­ de reaccio n ar airad o y am onestándolos con que un pueblo tiene que g u a rd a r su identidad. m ientras que el otro espectador observa sin enfado la anom alía y dice: «Se ve que estos no lo ne­ cesitan tanto». que p ara ser eficaz tiene que convencer (lo que no puede hacerse sin engañar. hay que a fir­ m arlo in sen satam en te de la sangre. y saca de aquello un im perativo ca­ tegórico. el vínculo (conven­ cional y verbal. reconocerse a sí m ism os. pero una vez integrados [Roma] m ucho m enos separables. o el ser. la con­ tinuidad en el tiem po es expresión y consecuencia de la vinculación del pueblo a la territorialidad (com­ parad nóm adas y sedentarios: los ára b e s son muy tribales. y en tanto que m ás denegada (por ese m ism o desmentido). etc. o la identidad. por un lado no necesitan se r tan en carn izad am en te autoafirm ativos.? En p rim er lugar. o po r lo m enos. estam os tan mal colocados. y p o r otro son m ucho m enos integra­ bles. ficción ritual. aunque q u iera p a s a r p o r ontològi­ co) que lo com prom ete con esa pertenencia? Así el rito. Tal como nos movemos hoy. los sedentarios. porque hay m e­ nos grupos de que distinguirse) se d a rá en pueblos étnicam ente extraños. o al m enos e sta rá ya diversam ente fundado en la psique. que no hay ilusión escénica que se sustente y baste. pues ésta es d iscontinuidad espacial y distrib u ció n esp a­ cial del pueblo. com o tal m o­ tivación. m ientras los nóm adas pueden de p ron­ to escindirse o disolverse con igual facilidad). es cuando unos renuncian a la h o spitalidad de esa ilu­ sión y acam pan en despoblado. com o estableciendo en esas señales m anifies­ tas. ¿lo necesita cada uno? ¿cómo: para reconocer a los dem ás o p ara reconocerse a sí m ism o de entre ellos? La pertenencia h a b ría sido m ucho m ás claro nom bre que la identidad. El rito m antiene el lím ite dis­ tintivo en el espacio. o m ás bien. anónimo. la falta de otro lím ite que el que establece el rito. por lo poco ilusionador de la represen­ 277 . nadie se convence. del hecho dado norm a de conducta. y en tanto que m ás desm entida y d esenm as­ carada. por lo tanto. doblan su resistencia y se disponen a defenderse y hacerse fu ertes en o tro s puntos m ás retrasados de la retaguardia: tienen que d esp lazar la identidad desengañada. necesita ser fiel a sí m ism o. De pronto los dos espectadores. entonces. distintivas del rito una especie de espejo o un m ecanism o especular. Pero ¿por qué hoy pueden su rg ir de 276 pronto apetencias de identidad? No creo que respon­ da al m ism o im pulso que antes. igualador en el tiem po. que form en com unidades grandes y a isla d as y dispersas. o la tradición. p o r testa ru d o s que. claro. sino por la c u rio si­ dad de p ro b ar a ver qué sentía uno de C alatayud con la ropa de D aroca y uno de Daroca con el atuendo de Calatayud. y antes que ésto. que en p rim e r lugar. entonces. ya no se distinguían. en el ayer. o sea que. puede resistir m ucho m ejor: ahí reside la eficacia que tienen para h a c er presa en la psique los pensam ientos delirantes. com o a ra ­ goneses. a salvo de los sentidos y de la experiencia. claro. no porque les fuese n ecesaria para con­ vencerles de lo que. te hallas ya en un lu g ar privilegiado en que la a fir­ m ación de que no es así puedes ya p e rm itirte cues­ tio n arla com o o tra creencia que no puede ten e r m ayor c ertid u m b re que la que quiere recusar. pero se rá tan válida com o ella. con la vana confianza y casi convicción de que alguien picaría interpelándom e acerca de tal «sujeto histórico» y exigiéndom e d a r razón de cóm o pretendía yo que la unión por vía m atrim onial de las coronas de C astilla y Aragón hubiese sido realm en­ te un «proyecto sugestivo de vida en com ún» inven­ tado. no es ya tan m era creencia allí donde se observa la con­ servación y el cuidado o m enor cuidado de las tra ­ diciones. porque a la legua se les distinguía por la form a de vestirse) a su­ b ir a su habitación del hotel y h a c er la p ru eb a de d esnudarse e in tercam b iarse los trajes. N uestros espec­ tadores pueden h ab er llegado a convencer a dos a ra ­ goneses. el talante. una m alicia p o r mi parte.° 1 E sta alusión a un presunto «sujeto histórico» en la E spaña del siglo XV encerraba. ora en el ser. de las im presiones in m ediata­ m ente siguientes al nacim iento (las esquilas de las vacas) o el ser histórico de España. exponerla a la prueba en el terreno em ­ pírico en que la contradicción queda al alcance de la convicción por la fuerza ostensible de los datos. resu lta que un d esen m ascara­ m iento em pírico tiene validez. a diferencia de estos dos baturros. una «picaera» puesta al auditorio. a otros reductos m ás ciegos. Allí donde tú dices que hay cosas que se llevan im presas en la m asa de la sangre desde que fuim os concebidos en el vientre de n u estras m adres. fueran.) Apéndice n. ninguna o tra puede refutarla. No era m ás que un cebo. y ju s ta ­ m ente m enos d e se n m a sc a ra b a s p o r m ás gratuitos. se re tira rá a terren o s que precisam ente al q uererse poner a salvo de cu a lq u ier argum ento que lo ponga en entredicho. donde n a tu ra l­ m ente cualquier afirm ación es invulnerable. evitará. pero si la identidad se establece en un lugar a salvo del alcance de lo em ­ pírico. allí. 278 de la leche m am ada. H echa la prueba. todo puede ya ser eq u ip arad o com o m era creencia. en realidad. (Sal­ vo que esta segunda. ni viceversa. o sea. propugnado y solicitado —tal com o d ebería ser ineludible p a ra que el célebre ortegajo fuese algo m ás que h u e ra alegoría— p o r los súbditos concre­ 279 . em píricos. N aturalm ente. ha de se r considerada com o relacional. en­ tonces está tam bién a salvo de una refutación en ese campo: si se pone la identidad ora en la sangre o m e­ jo r dicho «en la m asa de la sangre». tanto com o distin ­ tiva. uno de C alatayud y otro de Daroca (que habían dicho que los de D aroca no tenían nada que ver con los de Calatayud. el que se aferra a la querencia em o­ cional de la identidad. en el esp íritu . sab ían perfectam ente. desnudos. com o dicen en E xtrem adura. se retira al delirio de la masa de la sangre. en lo inasi­ ble. y en eso está tu fraude. pero por lo m ism o m ás resistentes. Si la identidad es una declaración que se hace sobre la base de datos sensibles. en lugar de b a ja r a cam pos de m ayor sensatez. o. y de qué m odo se ha arm ad o la fam osa «identidad».tación posible. Pero mi m alicia tuvo el castigo que acaso m erecía. e hijo de Don Alfonso. en las cu a tro páginas que tal vez sean la m ás aíta cum bre de la prosa castellana paratáctica). nu estro don Fadrique E nríquez es quizás. revelaré la tram pa. Pues bien. sobre de dónde me sacaba yo ahora de la m anga tal «sujeto histórico» español. Así que sólo ahora. A la pregunta. ya H ernando del P ulgar nos da en su galería de retrato s titu la d a Claros varones de Castilla no sólo el rasgo m ism o sino tam bién su signo em inentem ente fam iliar: «Amaua los parientes. no son m ás q u e objetos lanzados p o r el a r ­ bitrio de la dom inación. uno de los eslabo­ nes p rincipales de la concatenación de hechos y de voluntades que acabaron llevando a la unión m a tri­ monial de las coronas de Castilla y de Aragón. de Volkgeist. en verdad. pues. de uno de los h erm anos de E nrique II de T rastam ara. si mi fru stra d a resp u esta no lle­ vaba. yo h a b ría puesto una c ie rta cara de extrañeza y h a b ría contestado: «¿Pues quién va a ser? El alm i­ rante de Castilla don Fadrique Enríquez. fue el que lo puso en el lugar de su autén tica 281 . quien pese a ello lo m andó m a ta r en el Alcázar de Sevilla (según c u en ta el capítulo III del Año Noveno de la crónica del C anciller López de Ayala. el concepto no m enos hue­ ro y alegórico de «sujeto histórico» —que creo m ás bien de filiación m arx ista y em parentado con la no­ ción. com o a él le sucedería su propio hijo ya en el reinado de Doña Isabel. H abiendo logra­ do d e sp o sa r en 1443 con el entonces rey de N avarra (u su rp a d o r de su propio hijo don C arlos de Viana) y m ás tard e Juan II de Aragón a su hija doña Ju a n a Enríquez. po r M anuel Irib a rre n en su biogra­ fía del Príncipe de Viana) nos lo m u estra dotado del c a rá c te r revoltoso y o b stinado idóneo a tales fines: «Era tan difícil a p a rta rle de b o llicear com o q u ita r a la gallina el trigo o el escarbar». pero en m is intenciones en­ tra b a tam bién la de b u rla rm e de tal presunto suje­ to. En realidad. tan alem ana. donde fue despoja­ do de sus tie rra s y sus bienes. pues. sí que fue rep a rtid o en fotocopia en tre los asisten ­ tes. a u n q u e éste ap u n te m ás hacia lo c u ltu ra l—. que yo esp erab a incluso algo crisp ad a. de m odo que en la p rim era b atalla de Olm e­ do. de nom bre Don Fadrique com o él y M aestre de S an­ tiago con su m edio h erm an o el rey Don Pedro. de 18 años. En cuanto a su vocación natural p ara c u a lq u ier proyecto sugestivo de vida en com ún. aunque. Este Don Fadrique era nieto. en 1445. o tra intención que la de un chiste m aligno c o n tra las nociones de «sujeto histórico» y de «proyecto sugestivo de vida en com ún». ú lti­ mo de los C astilla. e tra b a ja u a en p ro cu rar su h o n rra e interese». que yo recuerde. el p rim e r Enríquez que fue a lm iran­ 280 te de Castilla. echan­ do así los cim ientos de la unidad de España. por distracción o por desinterés. se vio ligado a su yerno en sus querellas co n tra Juan II de C astilla. tam poco habría podido ser tal chiste si no hubiese lugar para decir que en cierto m odo no lo es del todo.tos de una y o tra corona. en verdad. otro autor contem poráneo (citado entre comillas. y de form a cada vez m ás consciente y m ás activa en los últim os decenios de su vida. que halaga com o protagonista a quienes. que era su pro­ pio rey. tuvo que ex p a tria rse de Castilla. po r supues­ to». en efecto. no llegué a leer el «discurso» a viva voz. ¡en vano!. Por su parte. un poco por desquitarm e. Este desastre. al que sucedió en el cargo. cayó en la «picaera». e allegaualos. sin em ­ bargo. por m ucho que ésta acierte a seducirlos con sus him nos y hacerles a c ep ta r h as­ ta la m u erte en el cam po de batalla. O rtega no lle­ gó a usar. por su longitud. com o es notorio. al ser d e rro tad o ju n to con los navarros. porque nadie. o sea co n ju n ta y concordem ente aragonés y c astella­ no. pero sobre todo para que el pintoresco p asaje del «sujeto histórico» español del siglo XV no se me in terprete com o algo que yo pudiese alguna vez decir en serio. pero sin d a r el nom bre. La rebelión es tan violenta. el rey Alfonso V de Aragón fue Ju an II. envió secretam ente un caballero de su casa. distiendo que por su m andado e sobre su real fe ellos •vían dado seguridad e sido fiadores del Príncipe Don C arlos su hijo. m urió Don C arlos en la m ism a c iu ­ dad. después que el Almi­ rante vio que era descubierto lo que ansí estab a con­ certado entre él y los otros caballeros confederados. el 23 de sep­ tiem bre de 1461. para que seguram ente pudiese venir a él sin tem or e sin rescelo de prisión e m uerle.m isión h istó rica (aunque con intervalos de fingidas reconciliaciones con E nrique IV. e recobró todos sus bienes y patrim onio. Como asi estuviesen las voluntades dañ ad as el uno co n tra el otro. e daba orden com o fuesen danificados e destruidos. e com o q u ier que el uno o el otro vence a vezes. en tal m anera. e m urió lleno de días . H ernando del Pulgar. es recibido am oro­ sa y triu n falm en te en B arcelona. com o po r el propio honor de los c a ta la ­ nes fiadores de la p a la b ra dada por el rey y u ltra ja ­ dos ahora por su incum plim iento. ligeram ente se podrá ju z g a r en el seso de los prudentes. e sobre aq u esta seguridad.. su ceso r de Ju a n II en el trono de Castilla): a saber. seis m eses después. Ansí el Príncipe Don C arlos sintiendo su propósito e sin iestra voluntad con que le tratab a. e los am igos e seruidores las obras que deuen. notificándoles cóm o el Príncipe Don C arlos se h ab ía confederado con el Rey [de Castilla] p a ra se r co n tra ellos. que ansí ellos avían dado al Príncipe. un día se descom idió a le d escir feas e descom edi­ das palabras. Pero aún vivía el príncipe de Viana. en este punto. de donde se quedó la enem istad a rra i­ gada entre ellos. el que le sucedió en una corona que valía quince veces el trono de Na­ varra. al Rey de Aragón e a la Reyna su hija. el 8 de febrero toda Cataluña se alza en arm as contra Ju a n II. Qual fue la cabsa de ello. term ina así el corto retrato-biografía del al­ m irante de C astilla don F adrique Enríquez: «En es­ tos tiem pos de ad u ersid ad es que por este cauallero pasaron. rodeó cóm o el príncipe fuese preso en la cib282 dad de Lérida. que el 12 de m arzo el rey tiene que ceder. e aviéndolo por m uy (Mande m al. ganoso de se rv ir e a c a ta r a su padre. hijo del Rey Don Ju an de Aragón. Pero la dicha d uró muy poco tiem po. pero ninguno dellos d u ra en el vencim iento luenga­ mente. incluso p o r órdenes de su m ad ra stra y por m ano de un tal Ju an de Vezach. Com oquiera que sea. e com o no podía s o rtir efeto. desp u és que su hija casó con el padre. de que todos los tres estados del Prini ipadgo de C ataluña sentidos. conoció bien la lucha co n tinua que entre sí tienen el trab ajo de la una p a rte e el deleite de la otra. a C ataluña. en tan to que po r toda via trab ajó en poner discordia entre padre e hijo. Diego Enríquez: «Aqueste Almi­ rante [o sea n u estro Don Fadrique] siem pre tuvo secreta enem iga co n tra el Príncipe Don Carlos. que tornó a Cas­ tilla. en sus Claros varones de Castilla. sin sucesores. la de padre y sobre todo la de abuelo. que indignada la voluntad del padre contra el hijo. faziendo el tiem po las m udanzas que suele. Al m o rir 6 años después. Y oigam os. se levantaron co n tra el Rey de Aragón. e ouo logar de lo acrecentar. que se llam aba Ju an C arrillo. con el consentim iento y bajo el seguro de su padre. Pocos d e sca rta n la posibilidad de que m uriese envenenado. que tra s e n te rra r en N ápoles a su tío Don Alfonso había vuelto. al fin. tanto po r a m o r y pena de Don Carlos. pues lo que su hija dio a luz el 10 de m arzo de 1452 fue nada m enos que el fu tu ro rey Fernando de Aragón. y fue restituido en la grand estim ación que prim ero estaua..». A Don F adrique se le iba dibujando un proyec­ to cada vez m ás sugestivo. lo que nos dice al respecto el cro n ista de En­ rique IV de C astilla. y el príncipe. rodeó Dios las cosas en tal m anera. puesto en libertad. La detención de don C arlos de V iana fue el 2 de dii iembre de 1460. precisam ente el padre de ese niño. se avía venido a él como hijo de obe­ diencia. pàgs. Adorno. Brota. fijo de su fija. que. el nacionalism o. Apéndice n? 3 (De «Opinión. En la vida privada. todo fundam ento en los hechos.) La form a c a ra c te rístic a de la opinión ab su rd a es. et en quelle saison revoirai-je le clos de ma pauvre maison. 195-196. 12. e vido en sus p o strim ero s días a su nie­ to. Véasc. con nueva virulencia. de mon petit village fum er la cheminée. con tanto m ayor cuidado debe­ rá ocu ltar el principio de su acción. necesariam ente. plus mon Loire gaulois. se r príncipe de Aragón. ha perdido. se c o n stitu ­ yen en esa actitud. al reprim irlo. en prom over los intereses egoístas que. sea po r la determ inación u n ita ria de la tie rra com o planeta. Quand revoirai-je. porque dexó sus fijos en buen estado. hélas. sea po r el nivel alcanzado po r las fuerzas de producción técnicas. porque era único fijo del rey de Aragón su padre. sociedad» de Theodor W. «El caso Manrique». en este mismo volumen. y se pide que ese sujeto no sea un sim ple figurón pintado de la m ás g ra tu ita e irresp o n sab le alegoría apologéti­ ca. conform e se le van esbozando y perfilando ante los ojos de la m ente y em peñando su am bición ¿qué otro personaje m ás idóneo p ara c u b rir la plaza po­ dríam os e n c o n trar en los anales de la histo ria que el alm iran te de C astilla don F adrique E n ríq u ez. com o rezaba el slogan nacional-socialista. Si ha de h ab er un «sujeto histórico» para el «pro­ yecto sugestivo de vida en com ún» que con arreglo al celebre ortegajo ten d ría que se r España. el autoelogio y las actitu d es parecidas son conside­ radas inconvenientes. Cuando m ás ap risio n ad o está el individuo en sí m ism o y cuando m ás em peñados están. porque casó con la princesa de Castilla. es la fuerza del tab ú c o n tra rio al narcisism o individual la que. 284 plus mon petit Lyré que le m ont Palatin.12 biznieto del rey Alfonso XI de C astilla y tata ra b u e lo del em p erad o r C arlos de Augsburgo? Apéndice n. e otrosí le vido príncipe de los reinos de C astilla e de León. hoy. J u s ta ­ mente. que le Tibre latin et plus que l'air marin la douceur angévine. Doña Isabel.e en grand p rosperidad. locura. plus que le marbre dur me plait l'ardoise fine. o disim ular. consciente de sus deseos y tenazm ente activo en la persecución de sus desig­ nios.° 2 Heureux qui comme Ulysse a fait un beau voyage ou comme cestlui-là qui conquit la toison et puis est retourné plein d'usage et raison vivre entre ses parents le reste de son âge. En la vida de la colecti­ vidad las cosas no pasan conform e a las reglas que rigen las relaciones entre los individuos. qui m'est une province et beaucoup d'avantage? Plus me plait le séjour qu'ont bâti mes aïeux que des palais romains le front audacieux. el prove­ cho com ún deriva del beneficio de cada cual. que fue reina destos reinos». Basta com ­ 285 . en cuanto las m anifestaciones de este tipo revelan dem asiado la suprem acía logra­ da en el individuo po r el narcisism o. com o en realidad siem pre lo fue. en todo el m undo. sino un m ortal concreto. publicado en versión castellan a en el volu­ men Intervenciones. M onte Ávila Edit. p o r lo m enos en los países de­ sarrollados. da al nacionalism o su fuerza m ás perniciosa. y cuyo tenaz poderío ju stam en te se refuerza con ella. fatalm ente. habién­ dose convertido com pletam ente en una ideología. en una era en que. p arte del propio respeto que la colectividad les su stra e y cuya recuperación esperan de ella. puesto que radica en la falsedad de una identi­ ficación de la persona que. la opinión com o fatalidad: la hipóstasis al nivel de bien suprem o en general de lo que de hecho nos p erten e­ ce. Pero aquí quiero señ alar la circu n stan cia de que el o lfato13 parece adem ás el órgano sensorial m ejor p reparado para fu n d am e n ta r la m oral de identidad o la identidad com o c riterio m oral: no sólo aludo a la circu n stan cia de que sea el que m ás afina en la detección de lo propio y de lo extraño (se sabe que las ovejas p arid as reconocen a sus propios hijos po r el olor individual —¡capacidad de discrim inación ol­ fativa inim aginable para los que sólo acertam os ape­ nas con el o lor de la especie ovina. m ientras reinen condiciones que. convirtiéndola en una m áxim a m oral. el nacionalism o les devuelve. In­ fla al nivel del bien la m iserable sa b id u ría de em ergencia. los condenan en tal m e­ dida a la im potencia. que están condenados a recaer en el narcisism o colectivo. es inexorable la dinám ica del supuesto sano sentim iento nacional a se r supe­ rado. 286 287 . o p u esta a la «m oral de perfección». lo tomo tam ­ bién en su sentido propio. en efecto. hoy com o canallesco. p o r algún motivo. La creencia en la nación es. Pero un intento tan bien in­ tencionado pasa po r alto la im posibilidad de lograr­ lo. ya verificó en La Isla de los Pin­ güinos que toda p a tria siem pre está p o r encim a de todas las otras en el m undo. de sa b e r que todos vamos en el m ism o bote. defraudan en form a tan perm anente su narcisism o. de la situación en que se está ocasionalm ente. al equipo propio. es cosa tan ideológica com o la creencia en la distinción entre una opinión n o r­ mal frente a una patógena. sino que al aducirse respecto de la moral de identidad. no resiste ni un segun­ do a la p ru eb a frente a la vista o el oído. despreciando los derechos de los huéspedes. se encuentra en esa situación. com o individuos. el hedor de los que soplan desde un culo ajeno. al identificarse ilusoriam ente con la m ism a. y no digam os. S ería necesario to m ar en serio las n o rm as de la vida privada b u rg u esa y d arles valor de sociales. No se reduce aquí sólo al papel metafórico del olfato. al im poner a los individuos tales renuncias. o. en cambio. El d istin g u ir el sano sentim iento nacional del na­ cionalism o em ocional. Anatole France. que pueden conservar una n eu tralid ad fisiológica total ante lo que generalm ente oyen o ven: m uy e strid e n te tiene que ser un ruido p ara que llegue a provocar un de­ sagrado y un rechazo análogos a la repugnancia que puede prod u cirn o s un olor. contingentem ente. en cu an to a la vista se refiere: es du13. ser tan inm ediatam ente grato y atractivo com o un arom a. con el que. inversam ente. porque su c riterio de lo bueno y lo m alo sigue las m ism as d irectrices que nos hacen com placernos con el a ro ­ ma de nuestros propios vientos an ales y repeler. en su significado físico. pues. sino sobre todo al hecho de que sea el m enos im parcial de los sentidos (junto al del gusto. m ás que cu a lq u ier otro prejuicio em ocional.° 4 A la «m oral de identidad». A m odo de sucedáneo. la he llam ado «m oral del pedo». p o r lo dem ás. se com bina es­ trecham ente).p ro b ar que en c u a lq u ier partid o de fútbol. el e scrito r considerado. con la irracional relación entre naturaleza y sociedad. en el seno del cual ellas form an con diferencias quím icas que han de ser forzosam ente m ínim as a u tén ticas fisonom ías indi­ viduales!— y rechazan el cordero extraño que inten­ ta m am ar de sus ubres). la pobla­ ción nativa va a c e le b ra r siem pre. Apéndice n. etc. cuando de una percepción visual decim os que nos repugna. Baste reparar en expresiones metafóricas. de lo que hay que a c ep ta r y lo que hay que rechazar.14 Los racistas han asegurado a veces que identifica­ ban a los ju d ío s por el olor. que. pero el caso es que tam bién del negro. así como. ansí eran tragones y com ilones. refritos con aceite. se r reconocidos a oscuras por la sola diferenciación cualitativa de un olor racial. sed form osa. «Algo se pudre en Dinamarca». hasta que la vista y el oído se fuesen liberando de un condicionam iento tan ceñido al estricto interés de la autoconservación). un taxativo juicio de valor. a este respecto. en autom ática e inseparable concom itancia con su identificación cualitativa del objeto. fisiológica o biológicam ente egocéntrico. m anjarejos de cebollas e ajos. hedían com o judíos. cuya raza es inequívocam ente identificable con la vista. es dudoso que esa repugnancia no tenga que e s ta r siem pre m ediada po r la in terp retació n afectiva se­ m ántica de lo que vemos. siem pre. Parece com o si el rechazo racista que com porta la m oral de identidad necesitase inventar una connotación olfativa para fu n d ar su repugnancia en algo inapelable. «Olor de Santidad». fueran todos los sentidos.. ca lo echaban en lugar de tocino e de gro su ra po r e scu sa r el toci­ no. y esto [lo] c au sab a la continua conversación que con ellos tenían. y el aceite con la carn e es cosa que hace muy mal 14. com o las únicas que com binan de un modo tan inm ediato e inapelable com o unívoco la d istin ­ ción entre lo propio y lo extraño con la adm isión y el rechazo.. podem os distin g u irlo s po r la del color. respectivam ente. e olletas de adefina. en cam bio. y ansí sus casas y p u e rta s hedían muy mal a aquellos m anjarejos. las percep­ ciones del olfato com portan siem pre. las costum bres de la gente com ún de ellos ante la Inquisición. Sensorialm en­ te actúa de selector de lo propio y de lo extraño. de lo que es bueno o m alo para uno. es adem ás.. que nunca perdieron el com er a co stu m b re ju d áic a de m anjarejos. y la c a rn e guisaban con aceite. es el pasaje de Andrés B ernáldez. m ortificado el c a rá c te r del baptism o en ellos por la credulidad. él nunca podría concebir la disyunción entre cualidad y valor que se explícita en aquel verso in­ m ortal del «C antar de los cantares»: «N igra sum . pero lo que aquí interesa no es que los negros y los blancos puedan o no. no hay nada indiferente para él. han llegado a decir que tiene un olor particular. filiae Jerusalem ». Y puesto caso que algu­ nos fueron baptizados. a la luz. en el cap ítu lo XLIII de su c ró n ica de los Re­ yes Católicos: «. el cu ra de Los Pa­ lacios. ni m ás ni m enos que era de los propios hediondos judíos.» Es cierto que. en un p rin ci­ pio. en efecto. El olfato es. e po r judaizar.doso que una percepción visual pueda llegar a s e r­ nos «repugnante» en el sentido inm ediatam ente fi­ siológico en que puede decirse de un olor. al igual que las ovejas. y puede incluso que haya olores específicos. a u to r refe rente (como es probable que. reconocem os a veces olores individuales de algunas personas. Im presionante. y ellos eso m esm o tenían el o lor de los judíos p o r cau sa de los m an ja­ res y de no ser baptizados.. A diferencia de las de la vista y el oído. lo que puede explicarse p o r una paranoia que no puede su frir la incertidum bre de lo no patente. 288 oler el resuello. siempre valorativas: «Huele mal» (en referencia al pecado). c rite rio inm ediato de aprobación o de re­ chazo. Para el olfato todavía no hay m ás que hedor y a ro ­ ma. lo que me im p o rta aquí es que los racistas se sientan im pulsados a a c u d ir a las diferenciaciones olfativas. Apéndice del 15 de mayo de 1988 289 . ya incluso. y no han perdido el pueril resa­ bio de com placerse en el rabia-rabiña. es el abertzalism o radical. Hoy. que tenía que tragársela. a te­ no r del significado noble que ellos m ism os intentan d a r a la bandera. al menos. que toca­ ré m ás adelante.Tal para cual Q uienes m ás im púdica y ostentosam ente gustan de reiterarn o s a cada paso el testim onio del sacro­ santo respeto que les m erece la ban d era nacional. el perro —ciertam ente rabioso y pervertido. entre los del jé-toro y los del trágala-perro. m ás que la pregnancia de los sentim ientos. según el capricho de Goya. com o en una espe­ cie de inconfesada e inconfesable com plicidad de an­ tagonistas. cu an to m ás a trágala-perro tenga que ser. que cuidan de d isfraz a r con los m ás graves y vitales contenidos. viene a en tab larse un juego tan im bécil com o despreciable y en el que se­ ría difícil d ecid ir quién cae m ás bajo. con su jé-toro los unos. po r cierto. y lo que la carcam ancia q u e rría que se tra ­ gase. citándolos con el «¡Jé. cuanto m ás a la fuerza. sugiere la g ratu ita desnudez de las m atronas de la alta alegoría) convendría invitarles a que reparasen en que u sa rla com o trágala-perro es. en el chinchar. en verdad. Así. con una falta de pu­ d o r que. Por lo pronto. ju s­ tam ente. en 290 la m ism a secreta diversión. a los que tan to respeto y veneración declaran sen tir hacia la rojigualda (y. Tam bién p ara estos niños de hoy lo m ás sabroso de la C onstitución parece c o n sistir en que alguien tenga que tragársela. y lo que tenía que tragarse era la C onstitución de 1812. azuzando a los poderes políticos com o quien achuchase a una 291 . el perro. m ás gusto p arece que les da. es la bandera constitucional. una m anera de a rra s tra rla p o r los suelos. tienen la su erte de gozar todavía del don di­ vino de la infancia. perro!» Y como. no parecen sino e s ta r deseando que llegue el verano para que el abertzalism o oligofrénico-radical vuelva a desafiarlos. Pero la san ta indignación p a trió ti­ ca de la referida prensa está. por lo visto. o sea. Ya entonces u n a m entalidad com pletam ente infan­ til concebía por todo contenido de la C onstitución recién restablecida el hecho de poder chinchar al rey. toro!» del consabido jueguito de las ikurriñas. como un perro al que se le pone una lavativa. es o tra cuestión. Así. a fin de poder replicarle bram ando de santa indignación por los agravios inferidos a la rojigualda. con su trágala-perro los otros. y apelando a las a u to rid ad es p ara recrim in arles su b lan d u ra en no e x tre m a r los m edios coercitivos necesarios h a sta lograr im ponerles a los abertzales la bandera nacional a «¡Trágala. al innoble significado que le da su em pleo com o un trágala-perro—. com o la bronca y fanática carcu n d a que hincha las páginas del abecé. por el culo. La expresión «¡Trágala. vienen a d arse cita todos los veranos. to­ davía m ás rabioso y pervertido. si los hay— era Fernando VII. El que ese significado noble que q u e rrían a trib u irle s esté lejos de ser el significado c o n n atu ­ ral de las banderas —el cual m ás bien se acerca. mejor. perro!» parece que fue in­ ventada por los constitucionalistas a raíz del pronun­ ciam iento liberal de Riego. ya po r la boca. N aturalm ente. que si realm ente deseasen la retirada de las fuerzas de orden público com o tal fin en sí mismo. los pellizcos o las bofetadas. la lucha es siem pre de poder a poder. para satisfacción de la propia soberbia. que es la única m otivación profunda que rige su actitud. porque de nada les vale la re tira ­ da de las fuerzas de o rden público si no es en la m e­ dida en que puedan a p u n tá rsela com o un tan to de victoria. pues uno y o tro carecen de cualquier otra motivación o contenido que no sean los de la so berbia antagonística. al igual que tan sólo la pasión p res­ ta fulgor a la m irad a e inflam a las m ejillas. por cuanto los benegas y los dam boreneas le dan eco y respaldo desde el propio . La so­ berbia del niño estúpido y feroz que necesita dem os­ tra rse a sí m ism o su propio poder sobre la m adre será siem pre m ás fuerte que la sensibilidad de su cuerpo a los azotes. en­ trando brava y alegre al trapo de la ikurriña. sino que. Sólo el antagonism o da arreb o l de belleza al color de las banderas. en tanto que su falta las lleva a la palidez y al desvanecim iento. h a b ría n callado com o zorros. el niño p o d rá no salirse con la suya. La carcu n d a del abecé —que. sino que. No les sirve la astu cia de d a r «puente de plata». inte­ resada en el fin positivo de que cese el jé-toro de los idólatras de la ikurriña. Sólo la efervescencia del antagonism o activo encien­ de y vivifica el color de las banderas. de decir cons­ tantem ente a voz en cuello: «¡Que se vayan!». jam ás h ab rían in cu rrid o en la torpeza.m adre contra el hijo que ha cogido una rabieta: «¡Péguele más. no cabe duda de que lo inventarían. p o r el co n trario —a ju zg ar por cómo. el circuito de realim entación positiva que se organiza entre una m adre estú p id a y feroz y un hijo todavía m ás feroz y e stúpido carece de cu a lq u ier final posible. tam poco parece. Que la soberbia es el único contenido profundo sustancial en el em perram iento del niño estúpido y feroz co n stituido p o r el abertzalism o radical lo de­ m uestra su rotundo rechazo de la a stu cia en la p e r­ secución de sus pretendidos fines. El espectáculo que ofrecen entre am bos no puede ser m ás indigno y degradante. Diciendo «¡que se vayan!» sa­ ben perfectam ente que les dificultan o hasta im posibilitan m archarse. pero el único sabor verdadero que el abertzalism o radical busca sa c a r­ le a la retirad a de las fuerzas de orden público no es el hecho de la retirad a en sí m ism a —que. Si les faltase un enemigo contra el que sen­ tirse cargados de razón y que les ju stifiq u e el sinaítico placer de dejarse a rre b a ta r en santa ira. señora! ¡No le deje que se salga con la suya!». poniéndoles «puente de plata». y acaso h asta le fastid iaría si fuese e sp o n tán ea—. segura­ mente. sin c lau d icar jam ás. p o r su parte. pero seg u irá arm ándola. En cuanto a la recíproca so berbia de los devotos de la rojigualda. No hay techo alguno p ara la soberbia hum ana. c o n tra ria al m ás elem ental sentido de la astucia. Es obvio. según la célebre n o r­ ma del G ran C apitán. po r lo dem ás. Por eso la carcam ancia de la rojigualda acepta siem pre gustosa el juego al que la desafía el abertzalismo. lejos de toda p rudencia y toda astucia. por ejemplo. C uando el de­ safío es en tre soberbia y so berbia no hay fu ertes ni débiles. se com place en tro n a r con retum bante y ca­ vernosa voz—. Las so­ berbias c o n tra ria s se ceban m u tuam ente en el encuentro que las contrapone de poder a poder. tan­ to el p atrio tism o nacional com o el n acionalista se a b u rriría n y languidecerían si no tuviesen quien los hostigase. sino su valor de claudicación 292 por parte del Estado. por la correlativa soberbia co n n atu ral a todo p o d e r constituido. le im porta poco. da enteram ente la im presión de que se sentiría defraudada y desilusionada si se viese de pronto privada de la ocasión de rec lam a r la im posi­ ción a trágala-perro de la ban d era constitucional. Así. tam ­ poco tiene la exclusiva. por el contrario. para el que el prestigio es com o una condena. C onsideradas en sí m is­ mas. ignorante de la naturaleza de los sím bolos y de sus im bricaciones en el alm a hum ana. O jalá fuesen cosa tan innocua. no sólo tienen índole sim bólica en el sen ti­ do m ás fuerte del concepto. pues. sino una operación sum am ente activa. con una d eterm in ad a actividad viviente hum ana o anim al. sino nada m enos que todo un símbolo. lo nocivo de toda bandera reside precisam ente en el hecho de que no sea un inocente retal de tela de colores. La bandera no sólo propende a con­ vertirse ella m ism a en un fetiche. poner nom bre a las cosas—. constituye el hueco y d esnudo p atrio tism o territo ria lista . de odio. N ada dice.partid o del G obierno— tam bién tiene el detalle de ejercer con sus lectores la obra de m isericordia de e n señ ar al que no sabe. de do­ m inación. inv in ien d o la frase. sólo el m ás m iope y m ás obtuso de los positivism os. sino tam bién a tra n sfig u ra r en fetiche la identidad que determ ina y representa y el suelo que señala p o r espacio de su dom inación. la bandera tra m ita la fetichización abstractiva con que la acción dom inado­ ra convierte un háb itat en territorio. La tierra como háb itat es el suelo de la vida. la tie rra com o te rrito ­ rio es el so lar de la dom inación. sin la cual ni siq u iera podría llevarse a cum plim iento la propia constitución de una identidad en cuanto tal. un te rrito rio es un háb itat convertido en fe­ tiche por la violencia abstractiva de la dom inación. N aturalm en­ te. a favor de las b anderas la en­ fática afirm ación de su índole sim bólica. la que. Se agradecen tan nobles intencio­ nes pedagógicas. sino que pertenecen a una clase de sím bolos especialm ente capacitada. Pero. definen y crean las identidades antagónicas que tienen po r función representar. una bandera que m erezca m ás defensa que otra. lo malo. ha podido in c u rrir en el e rro r de tom ar las b an d eras po r sim ples bandas de tela de colores. al revelarnos que las ban d e­ ras no son sim ples pedazos de tela de colores. es ju stam en te este c ru d o y vacío feti­ chism o territo ria lista . La p ru eb a de que esa es la función con­ gènita original de las ban d eras está en el hecho de que su uso m ás genuino sea el de ex p resar la tom a de dom inio con que el vencedor corona su victoria. cuyo único posible contenido es el instinto de dom inación. Así com o el antagonism o crea a los enemigos. tras h a b e r a rria d o la ban­ dera del vencido. abstrayendo de la p a tria cu al­ q u ier rasgo de querencia o m adriguera. d ar representación a esas identidades no es nunca una operación neutral. sím bolos de antagonism o. Es esta fetichización. ju stam en te m ediante el acto de p la n ta r su bandera en la tie rra co n q u istad a o de izarla en el m ás alto b alu arte de la ciudadela. En su función congénita y originaria de sím bolo de dom inación. O. La acción dom inadora incide destru ctiv a­ m ente en la relación en tre la tie rra sobre la que se impone y los hom bres que la habitan. que allan a toda concreción cualificada de la tie rra com o háb itat y la convierte en territorio. lo peligroso. Las ban d eras son. Tal abstracción consiste en a lla n a r o d e ja r en sus­ penso las concreciones y determ inaciones ad q u i­ ridas po r tal o cual tie rra a través de una larga continuidad de relaciones. hasta erigirse en auténticos fetiches. así tam bién las b an d eras por su parte. sin consecuencias —com o no lo es tam poco en m odo alguno. cada vez m ás cualificadas. en verdad. No obstante. des­ venturadam ente. lo que hoy la gran m ayoría . po r tanto. para de­ s a rro lla r connotaciones sustantivas. pero. tan estrecham ente atad o a la idolatría de la bandera. no hay. antes por el contrario. com o dice su editorial del 21 de agosto de 1987. por el propio c ará c te r de su función connatural. para desgracia de hom bres y de pueblos. sino «sím bolos m áxim os». connatu294 raím ente. pues. Esa función connatural de las banderas es s o p o rta r la representación de las iden­ tidades definidas p o r un antagonism o. nada tiene de extraño que sea tam bién la concepción predom inante del m ilitarism o. activa o virtualm ente. la América de lengua castellana no ha podido borrar. lo prim ero que h a b ría que d e ja r bien sentado y sin equívoco posible es que no puede haber am or a tal patria restaurada que no sea al m is­ m o tiem po odio al territorio. nos la ofreció el a lm iran te Liberal Lucini con aquella céle­ bre declaración según la cual la Península Ibérica le m erecía n ad a m enos que la estim ación de «bom ­ bón geoestratégico». Por lo dem ás. El País. que es siempre.de los hom bres —ya estén en contra. a la postre. antagonism o. perviven todavía hoy com o fronteras in tern acio n a­ les. el siniestro black jack de los piratas: el e sta n d a rte de la calavera y las tibias cruzadas sobre cam po negro. todas las banderas esconden. en fin. sino que. Iras sus lindos colorines. ¿Qué grado m ás inhum ano de ab s­ tracción p o d ría im aginarse que el que com porta el hecho de que una sim ple desavenencia individual en­ tre conquistadores com o la que hubo entre P izarra y B elalcázar haya llegado a p erp etu arse po r fronte­ ra entre los actuales territo rio s nacionales del Ecua­ d o r y del Perú? El correlato ecológico de la abstracción y cadaverización que sufre un h áb itat cuando el c riterio de la dom inación lo fetichiza en territo rio encuentra un buen ejem plo en la am enaza con que los b u itres de hierro del m ilitarism o se ciernen sobre la finca de Cabañeros. a raíz de su inde­ pendencia. salvo insignificantes m odificaciones. Y. inherentes a toda identidad. con todo su c a rá c te r in­ hum anam ente abstractivo respecto de cualquier con­ creta cualificación com o h áb itat viviente. odio y so b er­ bia. v irrein ato s o cap itan ías establecidos por la A dm inistración esp a­ ñola. el in stru ­ m ento y el vehículo sensible p o r el que cobra vigen­ cia tal clase de abstracciones fetichistas.>nte concepción territo rial. Por eso. ciertam ente. las antiguas fro n teras de audiencias. fu ro r de predom inio. El black jack es la ban­ dera que dice la om inosa y tenebrosa verdad de to­ das las banderas. Los rastro s o las reliquias de te rrito ria lid a d que aún pueden adivinarse en cu a lq u ier hábitat recons­ tituido tra s un secu lar período de m ayor o m enor sosiego h istórico no son sino las cicatrices que a te s­ tiguan la violencia ab stractiv a de antiguos vendava­ les de dom inación. la m a­ nifestación m ás expresiva y m ás ilustrativa de seme296 j. específicam ente. ya estén a favor— suele entender por patriotism o. y a despecho de toda voluntad co ntraria. Por ejemplo. form ando una retícula que es el cicatrizado pero indeleble estigm a de la co n q u ista y la dom ina­ ción hispana. Pero si la pa­ labra «patria» puede s e r todavía recuperable en un sentido hum ano. La ban d era es. si la abstracción territorializadora es la concepción propia de la dominación. 30 de agosto de 1987 297 . el saber. sino que tam bién me ha traído a las m ientes el texto de una conferencia leída p o r Max W eber en M unich el 22 de octu b re de 1916. ensalzán­ dola com o ejem plo del «grandioso estilo de la polí­ tica alem ana de aquellos días». en sí m ism os. lo m ás indicado es.Apunte sobre la W iedervereinigung La afirm ación del can ciller de la RFA. /Son quizás las na­ ciones que no constituyen grandes potencias. m aloliente. p resentan la ap arien cia m ás noble y m ás plausible. d irectam ente a ello: «¿Por qué nos hemos convertido en una gran poten­ cia?. bajo la influencia de la guerra. su tom a de sentido. nos preguntamos finalmente. aunque ya la sola expresión. la noción misma. y an ticip a el hedor final del texto ente­ ro. ¡Ay!. para que. / En la existencia histórica de los pue­ . la anécdota del Bundesrat no es m ás que un de­ talle lateral dirigido a renovar los posibles fervores bism arckianos en los concretos corazones bávaros del auditorio. es inevitable que sean precisam ente los autores que uno m ás estim a y h asta quiere los que pueden d a rle a veces los m ás grandes disgustos. histrionada que tuvo p or escenario el B undesral y en la que. cu ando un am igo ha puesto su m ano en la mía. Va­ yamos. Helm ut Kohl. de «grandioso estilo» es. hab ríam o s podido obtener m ucho m ás del gobierno bávaro. tendiendo la m ano por encim a de la m esa al pleni­ potenciario bávaro—. evoca una no m enos indigna histriona298 da de aquel com ediante tan llorón com o iracundo míe fue el llam ado «C anciller de hierro». tachando de «antihistórica» la división de Ale­ m ania. las «pequeñas» naciones —los suizos. con una presión mayor. e x trap o lar prim ero los pasajes que. Para a p re c ia r cabalm ente la m alicia V la m alignidad ideológica de ésta. y estrechó su m ano con la del plenipotenciario. po r m éritos propios. Pero. muy consciente de que está hablando en la capital de Baviera. L am enta­ ble y h a sta indigno. yo no la m achaco». reconduciendo. seria justam ente lo bue­ no que ten d ría. pues. C uesta y duele tener que a c e p ta r que tan innoble pantom im a pudiese conm over a un hom bre com o Weber. el clim a político en Alemania y h a sta en la propia Baviera era tal que. para después volverlos a in sc rib ir en el contexto que los c ircu n stan cia y condiciona. los noi uegos. Pero —continuó. p o r así decirlo. si es que lo es. La inteligencia. bajo el título de «Alemania entre las grandes potencias euro­ peas». la lucidez absolutam ente ex­ cepcionales de Max W eber no bastaron. en puntos de política concreta. A un hom ­ bre com o él no sería sino hacerlo de m enos convali­ d arle el tran ce de la fecha de la conferencia (o sea. B ism arck vino a decir: «Por cierto. los propios suecos. el ser antihistórica. y no la intención tem ática central de la conferencia. los daneses. al m enos en el pasaje en el que. dejase de ser sentim entalm ente un bism arckiano. a mi juicio. por d esgra­ cia. tra s haberse locado «el escabroso tem a de los derechos de rese r­ va de Baviera». los holandeses. no sólo me ha hecho p e n sar que eso. en pleno tira y afloja del «infierno de Verdun») como un atenuante de su lam entable contenido. menos im­ portantes? A ningún alemán se le pasa por la cabeza semejante idea. evidentemente a Suiza'] haya te1. Ciertamente. Por este motivo el suizo Jakob Burckhardt. etcétera] puede hacer lo que no pue­ den un cantón suizo o un Estado como Dinamarca. inclu­ yendo a los austríacos y algunas m inorías como los «centenares de miles de colonos alemanes en Curiandía». Así ocurre tanto en el campo de la cultura como en el de los propios y verdaderos valores políticos. tanto las grandes potencias como las naciones geográficamente pequeñas poseen una misión perm a­ nente. es la capital de un cantón sui­ zo. Appenzell. por cierto. donde —aunque ya no se reúna toda la población en una plaza. re sp e ta n d o ta n sólo la re la ti­ vidad p ro p o rcio n al de m ag n itu d es e n tre u n o s y o tro s tiem pos. al menos como en una ciudad media. a u n q u e « n ec esa­ ria». sólo allí tenemos la democracia genuina. Pero. co m o verem os. im agen d e la g ra n p o ten cia son. el año pasado. Esta es la suerte inevitable del pueblo organizado bajo la for­ ma de Estado de masas. por haber vo­ tado en concejo abierto —tal como señala Weber—. a n te s de seguir. y a ñ o ra los b u en o s viejos tie m p o s en q u e A lem an ia e ra u n rico y v a ria d o m o saico de p e q u e ñ o s rein o s. en su libro Reflexiones sobre la historia universal. m ás ju s tif i­ cado q u e el q u e el p re s id e n te G onzález h a q u e rid o d ila p id a r re c ie n te m e n te en favor de la m á s g ran d e) p o d ría in d u c irn o s a p e n s a r q u e W eb er la m e n ta p e r­ te n e c e r a un E sta d o de m a sa s d e se te n ta m illo n es de h a b ita n te s c o n s titu id o a d e m á s en g ra n p o ten cia m u n d ial. y al que muchos varones acudieron con el sable al cinto —en m ilenaria imitación de los comitia centuriata romanos. ambas cosas se alteran hasta el punto de hacerse irrecono­ cibles: la burocracia —en lugar de una administración elegida por el pueblo o confiada a título honorífico—. una gran potencia de setenta mi­ llones de habitantes [no sé de dónde saca Weber estos setenta millones. o tra c o s a q u e lá g rim a s de co ­ codrilo. cre o lleg ad o a q u í el p u n to de in tro d u c ir la o b serv ació n . en efecto. ha definido la potencia como un ele­ mento del mal en la historia. 301 . Todos consideram os como una decisión del destino el hecho de que un pue­ blo que participa de nuestro patrim onio étnicocultural [se refiere. citada más arriba. Pero en mucho aspectos puede hacer menos que ellos. que se ha distinguido. como en Appenzell— la ad­ ministración puede ser controlada por cada uno de sus habitantes. / En un Estado de masas.blos. con su fé rre a s y h e la d a s e s tr u c tu r a s b u ro ­ c rá tic a s y su so cied a d civil d is u e lta y a to m iz a d a en a n ó n im o s e in te rc a m b ia b le s in d iv id u o s. la exclusión de las mujeres del derecho al sufragio. d u ca d o s. como expresión sim­ bólica del vínculo entre ciudadanía y capacidad para las arm as —cuestión tratada por el propio Weber en Economía y sociedad—. Sólo en los pequeños Estados. re la c io n e s d e ca u sa-efecto fo rm a lm e n te an á lo g a s en el pasado. al m en o s con re sp e c to al d e s a rro llo y la in ten ció n de este texto concreto. sólo allí es verdaderamente posible una genuina aristocracia. Tan g en e ro so d e rro c h e d e a d m ira c ió n y de te r n u ­ ra p o r las p e q u e ñ a s n a c io n e s (con todo. pues el II Reich nos los tenía. el ejército adiestrado —en lugar de la milicia popu­ lar— se convierten en hechos necesarios. 300 nido la venturosa suerte de poder practicar las virtu­ des propias de un pequeño Estado y producir su pro­ pio florecimiento». h is tó ric a m e n te d ia c rò ­ nica. acaso le salían de sum ar todos los germanoparlantes. o b is p a d o s y c iu d a d e s lib res. de q u e no es n e c e sa rio lle g a r al « E stad o de m a ­ sas» ni a ó rd e n e s de m a g n itu d a b s o lu ta co m o el de los fa m o so s se te n ta m illo n es d e a le m a n e s de Max W eber p a r a e n c o n tra r. ba­ sada sobre la confianza personal y sobre las presta­ ciones individuales. en E spaña. P odem os re tro c e d e r al entresiglo XV-XVI p a r a q u e la d e s a p a ric ió n en el II R eich del p riv ileg io de e je rc e r e so s « p ro p io s y v erd a d e ro s valores p o lítico s» q u e con ta n tie rn o e n c a re c im ie n ­ to finge e n v id ia r n u e stro a u to r en los p e q u e ñ o s E s­ tad o s su b s is te n te s se nos c o n v ie rta en u n a esp e cie de dejá vu tran sh istó rico : bastó . donde la mayor parte de los ciudadanos se conocen uno al otro o pueden llegar a conocerse. P ero no hay n a d a de éso: ni la te r n u r a p o r los p eq u e ñ o s p a í­ ses ni el la m e n to p o r la s o m b ría . los sudetes. de p rin c ip a ­ dos. con la concom itante política de po­ tencia lanzada sobre E uropa y el Mogreb. au nque no sin resistencia. el com pás inicial de su hercúlea sinfonía. para que de ello redundasen con­ secuencias políticas in tern as sorprendem ente a n á ­ logas —abstrayendo. O rtega inventa la gran virtu d histórica que bautiza com o «potencia de in co rp o ra­ ción» (o «de nacionalización». el relato de los hechos. Inspirado en esta «suculenta» frase del adm irado historiador. con la política de gran potencia europea que. para encarecerla com o la virtud por la cual ésta protagonizó la form ación de la unidad de E spa­ ña. se fueron extinguien­ do. a trib u ir tan ta im p o rtan cia a las diferencias de los tiem pos. las diferencias de vestido y guardando la proporcionalidad de m agnitu­ des—•. se dispone a iniciar. en un pasaje del p rim e r cap í­ tulo de su España Invertebrada —y reuniendo para el caso su h o rteril adm iración por la grandeza con su m ás selecta c u rsilería e stilístic a —. la reunión del com ún de vecinos en la plaza. com o incom para­ ble con la de los pequeños países de su entorno. que lle­ 303 . p o r junto. No es m ucho suponer. p o r consiguiente. Alfonso el B atallador). [. y. Y tal analogía ¿no vendría a convalidar. al tra ta r de evocar en fantasía el m om ento en que M ommsen. literalm ente com o 302 en Appenzell. p rim ero m ediante tí­ m idos y en ocasiones fru stra d o s intentos de leva obligatoria nacional (i de cada 12 varones com pren­ didos entre los 20 y 50 años. alteraro n la fisonom ía de Alemania h a sta h acerla tan «irreconocible» —p o r u sa r la m ism a expresión que aplica W eber— respec­ to de su propia im agen anterior. naturalm ente. Así el control d irecto y autónom o de los negocios p ú b li­ cos m ediante las m ag istra tu ra s locales electivas de la E spaña m edieval se vio m ediatizado y capitidism inuido p o r la in stauración de los corregidores. la afirm ación de Burckhardt señalando la potencia com o fuente de m ales —o del m al— en la historia.la unidad nacional incoada y protagonizada p o r las coronas de Castilla y de Aragón —que contarían. lo artificioso sería. en tre los ocho o nueve m illones de h a b ita n ­ tes—•. cread as por las c a rta s de población de su reconquistador. M ommsen se reconcentra para elegir la prim era fra­ se. tan rom ánticam ente evocado por Max Weber. se desencadenó a raíz de sem ejante unión. a mi entender. frente al blanco papel. de los gobernadores civiles de hoy en día). No es un paralelism o artificioso. de­ signados p o r el poder central (y ancestros. figura medieval de la «milicia popular» de que habla Weber. casi com o un efecto necesario. dicho sea de paso. tras los prelim inares. Daroca. es un vasto sistem a de in­ corporación». de extrac­ ción casi siem pre m arginal. es a saber: Calatayud. ya que con am bos nom bres la designa) y que enseguida hace propia de Castilla. se llevó por delante p ara siem pre. con la fundación del II Reich po r la cirugía bism arckiana. com o para conside­ rar casual el hecho de que los rasgos que W eber enum era com o privilegios cuya desaparición hace irreconocible la fisonom ía política de la Alem ania u n itaria del II Reich guarden tan rigurosa analogía con los rasgos de dem ocracia m edieval que la uni­ dad de E spaña. que form ó el núcleo de los tercios im periales..] La plum a su cu len ta desciende sobre el papel y escribe e stas palabras: Im historia de toda nación. en su Historia Rom ana. por una parte. a las que. en la leva de 1495) y m ás tard e po r el m ercenariado. las m ilicias concejiles.. esto es. escribe lo si­ guiente: «La plum a en el aire. y sobre todo de la nación latina. por otra. una trágica y fatal vinculación entre política de potencia y uni­ dad? O rtega y Gasset. para deli­ b e ra r sobre negocios públicos. Teruel y A lbarracín. y por últim o la abolición del «concejo abierto» (especialm ente vivaz y celoso de su au to rid ad en las c u a tro com unidades del Aragón m eridional. pero no so rteado sino elegido con a rreg lo a c riterio s de ap titu d . no obstante. en exclusiva. tenía el deb er de transform arse en un E stado de gran potencia. Inglaterra e Italia no se vie­ ran ya obligadas a tem er a nuestro ejército?» La om i­ sión de Bélgica en esta enum eración de pequeñas 304 naciones protegidas responde. se digna reg alar el oído de los suizos con sus expre­ siones de tern u ra por los pequeños países: «No sólo las p u ras virtudes cívicas y la genuina dem ocracia. se idea una Weltpolitik: la unidad esp a­ ñola fue hecha p ara intentarla» (Ortega y Gasset. [. rechaza cual­ q u ier pretensión anexionista sobre Bélgica po r p a r­ te de Alemania. España Invertebrada.] «Lo im ponía el honor de nuestro p a tri­ m onio étnico-cultural». ¿Qué sería. e incluso. am én de se r la vieja co a rtad a —no sólo alem ana— de toda política de gran potencia. ubicado entre las po­ tencias conquistadoras del mundo.. m ás adelante. señalado po r «el d esti­ no». Al final del pasaje ci­ tado. se enfatiza h asta p ro clam ar com o d eb er el de a m a r el propio destino. justificando. de la independencia de los es­ candinavos? ¿Qué sería de la de H olanda y de la del Tesino. 4. p ara poder h a ­ cer se n tir nu estro peso en las g randes decisiones sobre el fu tu ro del m undo. Debía­ mos se r una gran potencia. «Tanto monta». re­ cuerda dem asiado las g u erras entre bandas de gangsters por el m onopolio de la «protección» de uno u otro b a rrio de Chicago. [. el m ism o interrogante: «En efecto. Las pequeñas naciones viven en torno a nosotros a la som bra de n u e stra potencia. al hecho de que ese ejército ya la tenía invadida desde 1914. Pero tan generosa com petencia p o r arrogarse. sin ella. debíam os a rrie sg a r esta guerra».] «No sólo está en juego nuestra existencia. Así que Alem ania atacan d o a Bélgica sería sólo un m ero brazo ejecutor.] Un pueblo de setenta m illones de habitantes. po r no h a b e r sabido reconocer quién era el verdadero protector de las pequeñas naciones. ya en su artícu lo «En­ tre dos leyes». au nque en el plano personal. publicado ocho m eses antes de leer la conferencia que vengo com entando.. ras­ go que en N ietsche..gase a se n tir la m ism a adm iración por la P rusia bism arckiana. [. si bien. el elem ento decisi­ vo fue que Bélgica fortificó sus fro n teras con noso­ tros. que W eber eleva incluso a «responsabilidad ante la historia». en otro pasaje de la conferencia. de Ingla­ terra». obviam ente. en otros térm inos. pues. po r p rim era vez en la historia. la apreciación del h isto ria d o r suizo Burckhardt sobre «el c a rá c te r diabólico de la potencia»... si Rusia. de una especie de castigo histórico contra Bél­ gica.) Y acto seguido se contesta: «No cier­ tam ente. Pero. la invasión po r el hecho de que Bélgica haya preferido confiar su n eu tralid ad a la protección anglofrancesa antes que a la alem ana: «En realidad.. la protección de las pequeñas etnias o n a­ ciones. ¿ p o r qué hem os asum ido voluntariam ente el cam ino de este destino político?» (Pregunta en la que conviene su b ray ar un rasgo m uy alem án y a la vez característico de todos los devotos de la historia: ha­ cer com patibles los opuestos voluntad y destino. y un indicio de ello puede se r el hecho de que fuese a e c h ar m ano ju stam en te del vocablo alem án y tal vez bism arckiano W eltpolitik para m en­ ta r la política de potencia que la unidad de E spaña inauguró: «El resu ltad o fue que. sobre todo. que a rra n c a b a con la pregunta «¿Por qué m o­ tivo nos hem os convertido en una gran potencia?». sino en razón de n u e stra res­ ponsabilidad ante la historia. y un interés político en que no sea globalm en­ te influida en un sentido francés». repite. 305 . al tiem po que qu ed ab a en condiciones de no poder defender de ningún m odo sus fronteras fren ­ te a un a ta q u e de Francia y. afirm a: «N osotros tenem os un interés cu ltu ral en que la integridad étnica flam enca no de­ genere.) Pero volvamos a Max Weber. p o r vanidad. tras reco rd ar tam bién (ya que el artícu lo tiene por motivo u n a polém ica con pacifistas suizas). Francia. no sin respeto. Max Weber. de raison la­ tina»]. Suiza ingrata. tan alem ana. eternos. el Reich alem án sería un costoso e inútil lujo de c a rá c te r nocivo para la civi­ lización. E ste h e c h o h a c o n s ti­ tu id o esa irrev o cab le resp o n sa b ilid ad an te la h isto ria. capítulo IX): «Si nos su s­ trajésem os a este deber. no qu ería co m p ren d er h a sta qué punto su dicha m ism a era acreedora al trágico destino que la his­ to ria había im puesto. solam ente una c o a rta ­ da m iserable p ara d arse m ayor au to rid ad en sus re­ proches al pacifism o suizo: «En la neu tralid ad a n tim ilitarista de los suizos y en su rechazo de la po­ lítica de potencia [«política de potencia» que en aquel m om ento consistía nada m enos que en h ab er desen­ cadenado la g u e rra en toda Europa] tam bién existe en este m om ento una dosis de incom prensión ver­ daderam ente farisa ica del c a rá c te r trágico de los deberes históricos que recaen sobre un pueblo cons­ tituido en gran Estado». 307 .. es decir. a quienes —al igual que W eber tacha de farisaicos a los suizos— reprocha­ ba el q u e re r d arse tono de ju sto s y virtuosos): «Si n o h u b ié se m o s q u e rid o a r r ie s g a r e s ta g u e rra . hogaño). au nque se hayan in te r­ cam biado los papeles en la form a de dom inio. de contraponernos al som etim iento del m un­ 306 do entero por p a rte de esas dos potencias [Rusia e Inglaterra. en un pasaje u lte rio r del m ism o artículo.. y con razón. puestas en casi p a lm a ria analogía con las ciudadesestado de la Hélade.aún no realizada en ninguno de los grandes E stados. porque som os un gran Estado. Y p recisa­ m ente por eso gravita sobre nosotros y no sobre di­ chos pueblos el m aldito deber [subrayado mío] y la obligación a n te la historia. Y en este punto. en este punto. de­ fensora tan to de la c u ltu ra helénica frente a los b á r­ baros de O riente (Im perio Persa. m ediante la Liga m arítim a de Délos. únicam ente pueden florecer en aquellas sociedades que renuncian a la grandeza política». el a rtícu lo adquiere. que no hab ríam o s debido perm itirnos. ¡Oh. a diferencia de aquellos "pequeños" pueblos podem os lanzar sobre la balanza n u e stro peso... sin em bargo. el peso de n u e stra posición respecto de este problem a de la historia.] N u e stro d e s tin o es q u e n o so ­ m os u n p u e b lo d e sie te m illo n es sin o u n a n ac ió n de s e te n ta m illo n e s d e a le m a n e s. en to n c e s h a b ría m o s p o d id o re n u n c ia r a la c re ació n del R eich y c o n tin u a r e x istie n d o co m o u n p u e b lo d e p eq u e ñ o s E sta d o s. sino tam bién los valores infinitam ente m ás íntim os y. de beaterio por la G recia Clásica. que. con la idea del «no poder volverse atrás» (y recuérdese que Pericles tam bién defendía su guerra contra la nacien­ te crític a de los pacifistas. [. teniendo la ventura de poder d isfru ta r los cuasi-pastoriles privilegios políticos de una m oderna Arcadia. y porque. a la gran A lem ania del II Reich! Respecto de esa responsabilidad ya ha dicho en un párrafo an­ te rio r del m ism o artículo: «Nos llam arán (las generaciones venideras y sobre todo nuestros propios descendientes) a nosotros [su­ brayado de Weber] a responder. Pero tan noble reconocim iento «de las pu­ ras virtudes cívicas y la genuina dem ocracia» que sólo las pequeñas naciones com o Suiza tienen la di­ cha de poder d isfru ta r va a revelarse. antaño. consciente o inconscientem ente.» Tales acentos pericleos recu rren en los p árrafos finales de la conferencia. tal vez. le ha hecho se n tir la creación del II Reich com o algo equivalente a la del Im perio Ateniense. incluso. «con un agregado. tal vez porque una arriérre pensée. com o responsabilidad ine­ ludible. que le hace se n tir tan ta te rn u ra p o r «las p u ras v irtu d e s cívicas y la g e n u in a d e m o c ra c ia » de la s p e q u e ñ a s n a c io n e s. esto es: m arítim a o terrestre). decía. libro II. perceptibles resonancias del segundo discurso de Pericles (Tucídides. Im perio Ruso. frente a la pos­ teridad. com o de la dem ocracia ática en las islas y en la Jo n ia frente los pujos hegem ónicos de E sp arta (hoy G ran B retaña. acentuados. ligada a la m ism a tradición. bordeando precipicios y el peligro del derrum ­ be. sobre el escarpado camino del honor y de la gloria —del cual no hay posibilidad de retorno— hacia la límpida y estim ulante atmósfera donde opera la his­ toria universal. aunque hubiésemos querido. para imperecedera memo­ ria de la posteridad. El peso de este destino que debemos soportar ha elevado a la na­ ción. no podíamos sustraem os. Es eso lo que es preciso considerar permanemente si se nos plantea hoy la pregunta sobre el «sentido» de esta interm inable guerra. donde.de la cual.» Final de conferencia. sobre el acorde de «ha elevado la nación». tam bién los conm ovidos ecos de Pericles se tran sfu n d en de pronto y elevan la solem ­ nidad de los com pases h a sta el m ás alto pathos de la grandiosa tach u n d a hegeliana. en cuyo adusto pero poderoso rostro ha debido y podido mirar. Inédito e inconcluso de 1990 308 . E n nuestro núm ero él haría de preguntador y yo de contestador o para usar las deno­ m inaciones de los núm eros de payasos — m uy adecuadas a una jornadas cuyo lema era «La cultura es una fiesta»— él haría de clow n y yo de augusto. Tratando de cu m p lir siquiera par311 . Jm fiesta fue en Sangüesa y tuvo poco que ver con lo que yo había imaginado. de m odo que m e presenté en Navarra con estas páginas. Yo le pregunté que cuál sería el argum ento y él m e dijo que lo escogiese yo. Como por entonces había an­ dado yo leyendo el ensayo de Max Weber sobre el Confucianism o y tom ado m uchos apuntes. m ientras el res­ to de éste iba contestado sólo en apuntes. que cu­ brían sólo una parte del cuestionario. que tendrían lugar en agosto de 1984. pero yo no pude cum plim entarlo todo por extenso. le propuse que hablásem os sobre la religión. Así lo hizo./ O R eligión o H isto ria E l siguiente fragm ento es la prim era parte de un texto que surgió de esta manera: don José Luis Aranguren m e ofreció participar con él en ciertas «jorna­ das culturales» de Navarra. el profesor Aranguren se m ostró de acuerdo y todavía le rogué que m e preparase un cuestionario. a pregunta: Le propuse hablar de lo hum ano y lo divino. incluyendo todo m undo posible o pen­ sado. hay que hacerle honor a Kant). derivada­ mente. de q u ita rle a la ex­ presión toda su genericidad extensional. De las preguntas del profesor Aranguren. cuya obra desconozco. au nque no sé si inútil. de manera que pueda presentarse com o una in ­ troducción. recuperado o re­ cuperable. sin embargo. de todos m odos. a algo sum am ente específico. en la epistem ología (aunque aquí. asi com o las que no supe contestar por ignorancia. po r ejem plo. p o r el contrario. de la m aldad o la bon­ dad del C reador y su creación. transcribo sólo las contestadas. uno de los grandes prejuicios y perjuicios derivados de h ab er erigido hace ya siglos la gram ática lati­ na po r m odelo universal de todas las gram áticas —achaque que ni aun hoy creo que se haya acabado de re p a ra r del todo—. en el m ejor de los casos. es o fue real. p ara referirm e. en el sentido fuerte de la palabra? R espuesta a la 1. A sí que m e volví a M adrid con estos papeles y hasta hoy. al «paraíso» re­ ligioso. pero com o la cultura era a llí una fiesta. que quiere decir h a b la r de toda clase de cuestiones inm otivadam ente en la­ zadas y repasadas. lingüísticam ente. cosa que tiene m ucho que ver con el bien y el mal del m un­ do. pero de m áxim a generalidad en sus alcances. lo que ahora ofrezco escrito tiene la unidad que le presta el llegar justam ente hasta el p u n to en que la marcha del tex­ to decide que el título pertinente no puede ser otro que el de la drástica disyuntiva «O Religión o H isto­ ria». que. pero que. que es tem a propio de la religión). A fortunadam ente. com o una que hace re­ ferencia a Bergson. entiendo que podem os h a b la r de religión y de lo que m ás se acerca. ya era. en la gram ática y. perdido y. y otra que se refiere a la diferencia entre sky y heaven. pues el latín se p resta acaso com o ninguna otra lengua conocida a esta equívoca reificación de la tem poralidad. para aprovechar su carga enfática en el sentido jerá rq u ic o de a firm a rla com o cuestión de cuestiones. de la Atlántida. Prim era pregunta de Aranguren: Me dijo que po­ díam os h a b la r de «lo divino y lo hum ano». Se tra tab a . por lo poco que tengo entendido. de El dorado. om itiendo las que no llegué a contestar por extenso. o cuestión m uy específica en su con­ tenido. a mi en­ tender. los organizadores no pudieron siquiera disponer de tan ú til aparato de reproducción de textos. la m ás estrecha relación con el hecho de ha­ b e r privilegiado la frase asertiva com o oración 313 . Otras circunstancias han dejado en suspenso el posi­ tivo propósito de continuarlos según un programa bien determ inado. es decir. concebido com o cosa obviam ente obje­ tiva. y no hace falta llegar a las tendencias referencialistas de ciertos ló­ gicos anglosajones p ara se ñ ala r esa objetivación. q u ise que al m e n o s esta s p á g in a s se reprodujesen a m ulticopista y se distribuyesen a los asistentes.cialm ente con m i contrato o com prom iso con el p ú blico. pues éstas lim itan su cam ­ po al «bien obrar» o el «mal obrar» del hom bre. Tradu­ ciendo. de un p araíso pasado. pero haciendo el chiste inten­ cionado. y no sólo «este m undo»—. de ir contra el sen ti­ 312 do usual de esta expresión. conserván­ dola. ¿Cree que el p araíso terren al o el Edén de la Biblia es u n a im aginería típicam ente religiosa o está m ás bien en la línea de la «Arcadia». la ética no trata. Ello tiene. equivaldría a una especie de sem antización. tiene no poco de superchería. punto en el que la esfera propia de la religión se deslinda claram ente de la de la ética y la moral. pues. pero que no se le identifica en m odo alguno. la cuestión de los hom ­ bres y sus dioses o creencias (o m ás bien de sus e sti­ m aciones sobre el bien y el m al del m undo —digo «del m undo». El tiempo. pareja sem ántica que m e es del todo nueva en el tratam ien­ to de las religiones. en la tierra. la «testarudez de los hechos». por sus consecuencias. Sólo quiero poner el acento en la consecuencia ilegítim a de que los tiem pos —o sea el modo indicativo— sean puestos fuera de la «mo­ dalidad». praxiológico—. es deletérea para el m ito mismo. respectivam ente. en cierto senti­ 314 do. h a ­ b ría que c o n clu ir que tam bién los llam ados «tiem ­ pos verbales» son índices que afectan al decir m ism o y no a lo dicho. tal vez la esencia de la actitu d y de la m entali­ dad religiosa (y esto se propone aquí com o postulado o axiom a inicial) consiste ju stam en te en el rechazo del principio de realidad com o c riterio válido para la determ inación del bien y el mal del mundo. com o un testigo im parcial. lo que para ellos equivale a co n sid erar inhibida en el indicativo c u alq u ier po­ sible actitu d positiva en el hablante. Por el c o n tra ­ rio. en lo existente. lo m ism o si se proyecta hacia el «pasado». sin d arse cu en ta de que está in cu rrien d o en un arg u m en to —San Anselmo. Una creencia «realista» sobre el m ito del jard ín de Edén. a las cosas. Los tiem pos deb erían ser considerados com o a m odo de m odos de los uerba dicendi. (Tal vez la teo ría del acto intencional de H usserl po­ d ría llevarnos a la aparentem ente extrem osa conse­ cuencia de que en una oración declarativa habría que buscar. y. lo que es una m anera de semantización. m ás m o rtífera— reali­ dad. y los «tiempos» vienen a ser. Si bien todavía El B rócense a c ertó a p ercib ir y a a c en tu a r su c a rá c te r m odal —y. y la cabezonería de la obstinación religiosa están d estin ad as a co rn earse frente a fren ­ te.neutra. No es que quiera u n ir yo los verbos decla­ rativos con los desiderativos y fam ilia. y siendo este últim o c a rá c te r el que caracteriza p a ra m uchos a los llam ados «modos» queda desvanecida y an u lad a la clásica distinción. tan com placientem ente encarecida po r el culto al p rin ­ cipio de realidad.) Pero tam bién para la fra ­ se asertiva vale el principio de que la relación del hom bre con el m undo está m ediada por la relación del hom bre con el hom bre. en consecuencia. hay gram áticos que hasta definen el indi­ cativo com o «no modal». a este respecto. m uchos «realistas» han dado hoy en co n sid erar inm oral al pacifism o en nom bre de su 315 . Hay un prag m atis­ mo que incluso hace pecado del deseo de lo im posi­ ble. tam bién «modos». tan ta p a rte de «actitud su b jeti­ va» com o en una injuria. en contra de ello. pero ¿quién o saría decid ir si el fu tu ro que se usa p ara ellas es una m o­ dalidad del d e c ir o un dato de lo dicho? Por eso me parecen vanas y h a sta nocivas las creencias o afirm aciones de existencia acerca de un ayer o de un m añana. en principio. La prom esa y la profecía —que tan to tienen que ver con las religiones— son asertos. La posibilidad no es una nota de perfección. con lo que im ­ plícitam ente rem iten los llam ados «tiempos» a datos objetivos de lo dicho. pues in clu ir la im posibi­ lidad com o un defecto capaz de h a c er m alo el con­ tenido de un deseo equivale a in clu ir la existencia entre las perfecciones. cada vez m ás encabronadas una contra otra. diciendo: «futuro para prometer». Podría incluso decirse que com o dos cab ras m ontesas m uy bien encornadas. presu n tam en te no m odal. o sea. con indicativo y subjuntivo. hacia el «futuro» o hacia am bas cosas a la vez. Para el religioso ni la ineluctabilidad es un argum ento p ara convertir el m al en bien. presum iendo que en ella el hablante se refiere. por conside­ ra r que sí lo es. ni la im posibilidad lo es p ara convertir el bien en mal. inm ediatam ente al denotatum . pues sería ne­ g ar un hecho gram atical tan relevante com o el de su diferencia de rección. El a b u ­ so m ás resonante y m ás perjudicial recae sobre el futuro. o sea. al que suele otorgarse la m ás im pertinente —y. p o r­ que busca su legitim ación —y sin p e n sar prim ero si es que hay motivo para b u sc ar alg u n a— en lo dado o en lo posible. sin m ediación de la subjetividad en cu an to actitud. lejos de ser ninguna conclusión. sin poderlo evitar. no sólo he rechazado com o pertin en te a «lo religio­ 316 so» tal clase de legitim ación. tan si­ quiera la im agen de la v irtu d perdida. un sonido com o a m oneda falsa. y de salvaguardar. es un axiom a de partida. m ala. siem pre me ha so­ nado a un cierto voluntarism o de los sentim ientos que depone en los hechos las expectativas de un ho­ rizonte m ás risu eñ o que les perm ita m ecerse en las tinieblas del presente. se han visto obligados a h a c er e sta últim a. y algunas veces la v irtu d m ism a ha renacido ju stam en te de este sim u ­ lacro que se sintió obligado a resp e tar el vicio. ya que. como l. de tal m anera que la hipocresía puede e jercer la función am bivalente de proteger. según el sagaz dicho de La Rochefoucauld de que «la hipocresía es el hom enaje que el vicio rinde a la virtud». carecen de toda vali­ dez en cuanto a d ictam in ar sobre el bien y el m al del mundo. sino que de pronto ese ivchazo m ism o (descrito com o «rechazo del p rin c i­ pio de realidad com o c rite rio pertin en te p ara d iri­ m ir sobre el bien y el m al del m undo») se me ha erigido com o nota esencial definitoria del e sp íritu ii'ligioso en general: es propiam ente religiosa la ac­ titud para la cual los argum entos de existencia. El pragm atism o no osa aquí ser del todo consecuente. consideran­ do a éstos com o afecciones del d e c ir y a aquellos com o determ inaciones de lo dicho. sino éstos los que expliquen y den ra­ zón del Tiempo. está todavía en pañales. inm oral. es que ésta todavía pervive al m enos com o disfraz de convenien­ cia. H acer buena la paz y m alo el pacifis­ mo es ponerle una vela a Dios y o tra al diablo. y de m om en­ to no a c e rta ría a resp o n d er a quien m e interpelase sobre ella: confiem os en que los ejem plos y c o n tra s­ tes sucesivos la pongan en su sitio. Aún así no se han atrevido a d a r el paso de relegar a la paz m ism a entre las co­ sas m alas. no tiene que ser el Tiempo el que dé razón y explique los tiem ­ pos verbales. en el preciso sentido a rrib a dicho de «religiosidad» como rechazo del p rin ­ cipio de realidad p o r c riterio p e rtin en te para d e te r­ m inar el bien y el m al del m undo. Tras cada nueva y recrecida 317 . com o ap a rien c ia prestigiosa. lo que a m enudo suele ser tanto com o ponerle dos velas al diablo. pues en éstas es donde la v irtu d podría c ifra r aún su últim a espe­ ranza. no obstante. com o ivcién nacida. si bien el dicho de La R ochefoucauld debe tam bién reco rd arn o s que cuando el vicio se siente obligado a re n d ir hom enaje a la virtud. / tengo cadena perp e­ tua / y no pierde la esperanza». R esum iendo: aprem iado p o r la cuestión de la le­ gitim ación de las prom esas o las esperanzas de las religiones a p a rtir de la «realidad» p reté rita o fu tu ­ ra de un p a ra íso perdido.) Una copla andaluza dice así: «A la reja de la c á r­ cel / viene a verm e esta gitana. siem pre me ha dado. p o r otra. A mí. recuperable o alcanzable. sino que.i posibilidad o im posibilidad. y sin el m enor prejuicio ni preconcepción teórica. Tal caracterización de la religiosidad. co n tra su voluntad. oír en labios de otro la p alab ra «esperanza». que yo nun­ ca empleo. C ontra e sta nueva perspectiva es contra lo que se procede cuando los «tiem pos ver­ bales» son contrapuestos a «los modos». por una parte. según esta inversión de perspectiva. p ru d en te y circu n sp ecta reveren­ cia a la religiosidad hum ana. D ecir que la paz es buena a n ada com prom ete. pues no se atreve a afro n tar la im popularidad de condenar la propia paz por im posible. El vicio cele­ b ra rá su victoria total el día en que pierda h asta la necesidad de g u a rd a r las ap ariencias.p resu n ta im posibilidad. si se añade que su im ­ posibilidad hace. el vicio. personalm ente. la con­ ducta que la tom a por objeto. (En i uanto a la crític a del realism o tem poral. no he he­ cho m ás que seg u ir lo que consecuentem ente exige el ya viejo reconocim iento de las categorías g ram a ­ ticales d e trá s de las categorías ontológicas de Aris­ tóteles. en que tím idam ente se atreve a a lz a r su «sin em bargo» una obstinación totalm ente indiferente a la confusión de to m a r por reliquias arqueológicas huellas que bien podrían no se r m ás que un déjà vu espejism o del deseo. sino la indisuadible e inalterable obstinación con que la idea del bien resiste a toda experiencia de lo dado. Así en Fernández de Oviedo. No obs­ tante.. alguna vez. Si los hom bres estam os o no estam os condenados a cadena p erp e­ tua no es dato que concierna al alm a religiosa en lo que atañe a d isc e rn ir el bien y el mal del m undo. pesa siem pre un equívoco sobre la esperanza: el de si se m antiene en vilo po r la lla­ ma del puro corazón o si. ju stam en te a través de éste «quiera yo lo que es •>. para pa­ sa r del «si non es lo que quiero» («si con estas m udanzas y cosas no anda todas las veces la razón que a los hom bres parece que es justa») al «quiera vo lo que es» («tengam os p o r m ejor lo que vemos electuar») usa por m ediadora la in escru tab le volun­ tad divina («otra definición su p e rio r y juicio de Dios 319 . sin embargo!. com o la falta de alas no nos hace el vo­ lar m enos deseable. im pía. desde el m om ento en que la m ás horrenda e inhum ana de las facticidades puede legitim arse m ediante su adscripción a «voluntad di\ ina». Es la ob­ jeción ingenua contra la c ru d a y d u ra afirm ación «Jam ás ha habido un m undo». adem ás. / q u iera yo lo que es». libro XXXIII. que escribí hace algún tiem po decía así: «Sin embargo. po r el tem or de que la inercia de unos precedentes se in terfiera i ii el im pulso de la aceptación. rem ite a la con­ fianza en el m undo y en las cosas. débiles. cuando alien ta y se m antiene. La re­ ligiosidad es esa obstinación. la ineluctabilidad de las cadenas no las haría ni un pun­ to m ejores. ha q u erido haber. tan sólo p odría se r esa v irtu d po r la que pretende ser tenida. un m undo». es a través de lo que se lian deslizado las m ás torvas y m ás m iserables t om plicidades de las religiones positivas con el podcr del m undo. en cambio. La aceptación del p rincipio de realidad y su asunt ion positiva com o norm a ética nadie la form uló tan drásticam en te com o el rabí Don Sem Tob: «Si non es lo que quiero. sino que es positivam ente suspicaz ante 318 » ualquier apelación a un «haber sido». como para inhibir una vez m ás las fuerzas de la desesperación. La legitim ación hislorica es irreligiosa. in ciertas huellas de que tal vez ha habido. y com o él es m ovedor de todo (o m ás servido de lo que subgede) e sin su voluntad ninguna cosa se puede concluir. o ha podido haber. e de la providencia de Dios no nos i onviene p latic a r ni p e n sa r sino que aquello convie­ ne». Historia general \ natural de las Indias. tengam os po r m ejor lo que vemos eletuar. a la m anera de Juan de Mairena. Pero. es sólo fidelidad incondicional. cuando.repetición de la catástro fe vuelve a ofrecerse el b ál­ sam o de la esperanza. com o c u alq u ier o tra le­ gitim ación fáctica. po r lo menos. La obs­ tinación religiosa no sólo rehúsa la necesidad de le­ gitim arse m ediante credenciales de docum entación histórica. Aquí vemos cóm o Fernández de Oviedo. sino o tra del inicion su p e rio r e juicio de Dios que no a p a n g a ­ m o s . parecen adivinarse aquí y allá dispersas. m irán­ dola com o virtud. Por eso el dato que nos im porta a gitanas y gitanos no es la legitim ación por un ayer efectivam ente habido o un m añana posible. com o la de la gitana de la copla. ¡oh. Un aforism o irónico. N ada ha po­ did o decirse m ás im pío ni m ás irreligioso. vuelta la espalda a todo cálcu­ lo. capítulo XII: «Yo veo q u estas m udancas e cosas de grand ca­ lidad sem ejantes no todas veces anda con ellas la raS'on que a los hom bres paresce ques ju sta. pues no se alcancan los fines para que se hacen las cosas.. de esta im pía voluntad de la conducta de aten er­ se de buen ánim o y con la disposición m ás positiva n lo que m ande la facticidad. a despecho de toda probabilidad o posibilidad. en todo caso. o. convirtiéndose en paradig­ m a de lo impío.. sin que sea necesario a ñ a d írse ­ la por un costado. El esquem a res­ ponde a la fórm ula literaria general de la «peripéteia kai anagnorism ós». El principio de realidad. ha vuel­ to a entrar. incluso de la del cu arto de la torre. en equilibrio. autorreferente. pero lo p ecu liar es que la pre­ m isa y el desencadenante de la p eripéteia consista en una condición. bajo el nom bre de voluntad de Dios. En la m ism a m edida en que los pueblos o las identidades étnicas o nacio­ nales son siem pre invenciones o engendros cim en­ tados en una legitim ación histórica. com plicidades y has­ ta com placencias con el mal del m undo. Pero. la previene: «. al igual que Yahvé pone al al­ cance de las m anos de Adán y Eva todos los árboles . el jard ín es un espacio inm anente. el voluntarioso dios p e r­ sonal judeo-cristiano reunía ya las condiciones m ás idóneas para s e r tom ado com o testaferro de la irre ­ ligiosidad: ¡cuántas tolerancias. un testim o­ nio de la obstinación religiosa que lo alienta. co n tra cuyo uso. precisam ente pertenece la legiti­ mación h istó ric a —. por la ventana. no obstante. todas las llaves en sus m anos. se traiciona capitalm ente a sí m ism a al esgrimir. Con la voluntad de Dios p u esta po r testaferro del principio de reali­ dad. para que pueda u s a r de todas ellas. no orientado.. caren te de sentido. el m arido entrega a la espo­ sa todas las llaves del castillo. no proyectivo. acatado. el propio p rin ­ cipio de realidad que ha rechazado. pero g u árdate bien de e n tra r en el pequeño c u a rto cerrad o de la torre. Al c o n sid erarla com o algo que se desprende po r sí m ism o del rechazo del principio de realidad com o c riterio del bien o el m al del m undo. tra ­ taré de esclarecer qué significa esa universalidad en cuanto rasgo necesario de «lo religioso». et­ cétera». ¿Será esta convergencia de la religión positiva con el creciente culto a la facticidad —cuyo «atente a los hechos» sería ya vano tra ta r de d istin ­ gu ir del viejo «acata la voluntad de Dios»— la señal del A nticristo? He señalado el c a rá c te r an tirrelig io so tan to de la sim ple falta de rechazo de la necesidad y la fatali­ dad como de cu alq u ier dem anda de legitim ación fáctica y en p a rtic u la r histórica. se han aceptado.que no alcanzarnos»). legitim ado y h a s­ ta bendecido bajo el nom bre de «voluntad divina»! Es notable c o n sid e rar de qué m an era una noción de Dios. resu lta rá que el rasgo de «universalidad» —en cuanto negación de ta ­ 320 les diferencias— es una nota de lo religioso que se desprende po r sí m ism a del rechazo del principio de realidad —al cual. puede q u e d a r d iam etralm ente en fren tad a a la esen­ cia m ism a de lo religioso. incluida la pequeña llave de oro del c u a rto de la torre. N aturalm ente. lo hallam os en el m odelo tradicional de cuento p o p u lar que genéricam ente podría ro tu ­ larse com o «cuento de la condición». surge la condición: a punto ya de p a rtir para una expedición de caza. adinám i­ co. expulsado del tem plo por la puerta. La situación inicial es un estado de constancia y de quietud. m ás adelante. aun advirtiéndola contra la ten­ tación de e n tra r en él. lili en sí mismo. el im pío «quiera yo lo que es» puede incluso pa­ sa r po r una aspiración piadosa. tal com o corresponde a la felicidad y a la inocencia. bajo la advocación de «voluntad divina». no polarizado. y po r lo tanto hijos de la im piedad y del pecado. La religiosidad. queda a p u n ta d a la vía por la que. am parado. com o la felicidad. pues. Pone. o al me­ nos lo alentaba. y en ocasiones la repre­ sentación de tal estado rec u rre ju stam en te a la figu­ ra de un jardín. com o en el de Edén. cuya esencia es el rechazo del principio de realidad com o c rite ­ rio para d irim ir sobre el bien y el m al del m undo. cuántos crím enes e inhum anidades de sus m antenedores. En cuanto al m ito del jard ín de Edén. al ex p lo tar su capacidad p ara co n stitu irse en su stitu to y h a sta sosias del p rin cip io de realidad. en un principio. sino que. antes. carece de sentido). sigue el hom bre sin tién ­ dose nacido p a ra otro m uy d istin to y. etcétera». sigue siendo el constante y perdurable m al lo reputado com o anom alía. es negarle a la infelicidad las credenciales de condición conna­ tu ral al hom bre y a su m undo. se acaban inventando y p rospectando objetos y funcio­ nes tan sólo p o r d a r tra b a jo al in stru m en to y a p la ­ c a r su insaciable dem anda de ejercicio. se nos trocó en las m anos en su propio. a p a rtir de ese instante toda la perip éteia co n sistirá en la lucha denodada contra esas fuerzas y esas fu­ rias hasta vencerlas y alcanzar el happy end del anagnorism ós. la persistencia del m ito p arece a te stig u a r que el e sta d o del hom bre siem pre ha sido sentido com o un estad o de infelici­ dad. y. sea como fuere. sentido propiam ente dicho lan sólo é sta lo tiene. y se ha convertido en fin en sí m ism a. no bien abierto el pequeño c u a r­ to de la to rre se desatan de súbito todas las fuerzas y todas las fu ria s de la d esgracia y la necesidad. com o un órgano m ayor de lo que pide su necesi­ dad orig in aria que se pusiese a d e m a n d a r funciones en que poder em plearse y ejercerse. El progre­ 323 .del ja rd ín de Edén. En uno y otro caso. m ás feliz estado. que no consiste sino en la restauración del jardín originario. El progreso es una peripéteia que ha perdido cu alq u ier posible anagorism ós. A la índole de este extraño anim al en que consiste el in stru m en ­ to h ip ertro fiad o pertenece el sujeto del progreso. a través de su ejercicio. po r supuesto. Ociosam ente. mal. la p rem isa del argum ento es la p ro p u esta de la condición (condición p ara co n serv ar la felicidad presente) y su infracción es el desencadenante de la peripéteia. pervertidos. que hace de la función fin en sí m is­ ma. La m aldi­ ción que pesa sobre el hom bre del progreso es la de verse a rra s tra d o a una peripéteia sin fin. diciendo: «De todos los árboles podéis co­ mer. los hombres. sin alcan­ z ar ja m á s el anagorism ós. a una hip ertro fia in strum ental. p o r el contrario. contra toda evidencia. A despecho de la to­ tal y asoladora falta de experiencia de un bien del m undo nunca conocido. co n tra el a p la stan te y a n o n ad ad o r desm entido de los hechos. redundante fin. que nos fue despachado com o un instrum ento. la glorificación y la santificación del hom bre in stru m en tal. R em itir el origen de la infelicidad a algo que se hizo. 322 os ju stam en te la m enos em p írica que quepa im a­ ginar. pero g u ard ao s bien de com er del árbol de la ciencia del bien y del m al. Pero el m ito del Edén y el cuento de la llave del cu a rto de la to rre no sancio­ naban la p erip éteia sin fin del h om bre del progreso com o el destino y el devenir co n n atu ral a la propia condición hum ana. pero. la felicidad. que toda la expe­ riencia a c u m u lad a de la p erd u rab ilid ad y la constancia de esa infelicidad no ha b astad o p a ra de­ ja r de co n sid erarla com o anóm ala. lo peor es que sea la exaltación. al igual que Don Quijote. La c u rio sid a d con que tradicionalm ente son infam adas las m ujeres llevará a la esposa a in­ fringir la condición. un culto al instrum ento. lo que es m ás im portante. Lo p eo r no es que el progreso com porte. sino com o un estad o de infelici­ dad y de violencia originados po r una anom alía y di­ rigidos al anagorism ós de la restauración de la natal y natu ral felicidad perdida. com o todo el m undo sabe. El progreso. La cien­ cia del bien y del mal —del bien y el mal del m undo— no es una ciencia em pírica. han acabado por sacarle m ás sab o r y h allarle m ás sentido a los ard u o s e in ciertos avatares de la peripéteia (por lo dem ás. No sé si este tan característico m o­ delo de cuento p o p u lar está tejido sobre el propio m ito bíblico del ja rd ín de Edén o p a rticip a de otras mitologías. p o r se r fin en sí misma. incluido el de la ciencia del bien y del mal. la fuerza y la voluntad que han de ap licarse a sa lir victoriosas de tales avatares dan lugar. Sin embargo. p o r ta n ta s y ta n ta s h isto ria s de aventu­ ras. en el prim er canto de la ¡liada. sino que. ya sea individual. vino a satisfacer la de su tu rb ació n ante las incongruencias del d es­ tino hum ano. ha acabado p o r convertirse en su renuncia m ás definitiva. juez de la tierra. [ Segunda pregunta: ¿Qué piensa. que hallaron la m ás tenebrosa representación en el exclusivo y excluyeme Yahvé. como un ahora origen de sí mismo. vem os a Crises. responde a la necesidad de protegerse contra la irresistib le a p a ­ rición de tan d e slu m b ra d o ra especie de m ilagro. salm o del destierro. se­ gundo. y lo reli­ gioso no puede ten e r m ás títu lo que el de la propia cualidad de lo que en ello m ism o queda m anifies­ to. da a los soberbios su m ere­ cido. en relación con lo que acabo de preguntar. ya colectivo o h istó ­ rico. según las diferentes religiones? Respuesta a la 2.so. porque no parece que pueda h a b e r o tra que la que consiste en un a n ­ tecedente. el salm o 94 —por escoger uno entre m uchos— com ienza literalm ente: «¡Dios de las ven­ ganzas. Ya 324 nólo el calendario. d isfru ta se de la p u ra n a tu ra ­ leza de principio. del pa­ raíso celestial c ristia n o y de los otros lugares de bie­ naventuranza m ás allá de esta vida.n lo colectivo. es un seturo abortivo contra todo posible nacim iento de un ii>y inesperado. Así com o el C ésar tiene la función de fiad o r de la m oneda. que se autoproclam ó in stru m e n to p a ra a lc a n z ar el bien del m undo. de un m odo absoluto. / hasta cuándo los im píos triu n farán ?» . El bien y el mal del m undo no pueden d eterm inarse p o r sanción. fuese re­ petición. como se determ ina lo legítimo. bajo ningún respecto. En lo individual. I '. igual que gatos ju n to a la ratonera. m anifiéstate! / álzate.a pregunta: Siem pre me ha pare­ cido que al m enos la progenie de los dioses de lo alto. p ara m a ta r los d ías en el in sta n te m ism o de salir. que en tan diversas m an eras se presenta. m ucho m ás que satisfa­ cer —com o vulgarm ente se pretende— a la dem an­ da de la perplejidad hu m an a ante la n aturaleza (si <-s que la existencia m ism a de tal perplejidad es una suposición que pueda ser creída). retorno ni confirm ación de nada. Venganza no necesariam ente en el sentido e stric to de devolución ¡d victim ario p o r p a rte de la víctim a de la injusticia padecida. la necesidad de legitim ación es u n a pes­ te que inficiona hasta los tejidos m ás insospechados: ¿cuántos enam orados no caen en la tentación de le­ gitim ar su propio a m o r recu rrien d o a la pred estin a­ ción. que legitim a con una notación e Inscripción a n ticip ad a los días venideros. en una corroboración docum ental. p o r refrendo. que legitim a aquello en que se cum ple. a la postre. lo que les proporciona ese destino es la anticipación del hecho en sus designios. sino en el sentido am plio de ném esis o com pensación. Toda legitim ación es. prim ero. del Olimpo griego. prefieren su p o n er sobre sí m ism os las fuerzas su p erio res y exteriores de un destino. que les perm ite concebirse nacidos el uno para el otro? Antes que reconocerse au to res de su propio amor. nos 325 . porque consiste siem pre en un títu lo extrínseco al contenido de lo que legitim a. reclam ar de Febo la ven­ ganza que a él no le es dado tom arse p o r su mano. y. Nota sobre la legitim ación. / ¿H asta cuándo los im píos ¡oh Yahvé!. es el «estaba escrito». Y el celebérrim o «Super flum ina Babiloniae». si hubiese de percib irlo com o un hoy n a­ tivo. p o r consen­ so o por convenio. irreligiosa. parece que la función fundam ental de Dios era la de F iador de la Venganza. La legitim idad es u n a a u to rid a d otorgada y re­ cibida. Por o tra parte. como el agua brotando en ese instante de su propio venero p rim o r­ dial. La dem anda de legitim ación. com o algo que. Yahvé! ¡Dios de las venganzas. Las fechas están agazapadas en el calendario. Tal vez todo pre­ sente especialm ente dichoso resu ltaría tem ible para el hom bre. creadores originarios del bien que en ese am or han encontrado. aunque hoy cu alquiera se deja d e sp ac h a r tra n ­ quilam ente.). sería que tal racionalización. C. han sido. El paraíso del c ristian ism o será la proyección y la generalización sobren atu ral de este «día de Jerusalén». a este res­ pecto. sino tam bién cóm o todavía Tertuliano ponía la contem plación de los pa­ decim ientos de los réprobos en tre los com ponentes de la felicidad de los bienaventurados. Yahvé es claram ente in­ vocado en este salm o po r fiad o r infalible de que ha­ b rá un «día de Jerusalén». páginas 463-469 y passim. ya sea tam bién colectivos o h istóricos com o en el judaism o. al term in ar así: «Acuérdate ¡oh Yahvé! de los hijos de Edom en el día de Jeru salén . es la pregunta que es preciso hacerse para em ­ pezar a d e sm o n ta r la infam e racionalización de la m entalidad expiatoria. pero sí. porque ya pre­ 326 supone la concepción contable de lo que en otro texto he llam ado «la m entalidad exp iato ria» 1 que recurre al a rb itrio de a b s tra e r com o una m ism a sus­ tancia intercam biable la dualidad dolor-felicidad. ¿Por qué? ¿Por qué h a b ría que p ag ar trib u to algu­ no?. y para ese día se le recom iendan. que ha habido un «día de Babel» (históricam ente. . hija de la co bardía hum ana para m ira r cara a cara la evidencia de que el dolor es absolutam ente irreparable: queda clavado a la propia eternidad. nada ha cambiado». La bienaventuranza co m unista no com parte con la c ristiana su proyección ultraterrena. en cam ­ bio. que perm iten la respectiva in scrip ­ ción com o p a rtid a s del HABER y el DEBE de una m ism a cu enta corrien te nom inal in titu lad a a suje­ tos ya sea sólo individuales. La invención del p araíso responde. en el ensayo «Mientras no cam­ bien los dioses.) ningún supuesto de vida ultraterren a. sin el m enor asom o de p ro testa o indig­ nación. C. a la dem anda generali­ zada de com pensación p ara el d olor «no m erecido» (y entrecom illo este no merecido. y ya lo m ism o d a si ese dolor procede de la injusticia de otros hom bres que si pro­ cede de una desgracia fortuita no im putable a nadie. y es oportuno recordar. no sólo cóm o el evangelio de San Lucas hace seguir inm ediatam ente al enunciado de las bienaven­ turanzas el de las que podríam os lla m a r «las m ala­ venturanzas» (un enunciado com pletam ente paralelo de los destinos totalm ente opuestos que les esperan a los m alos al fin de sus vidas). m uy especialm en­ te los feroces edom itas. com o en el c ristia n is­ mo. por lo vis­ to. su función p resuntam ente racionalizadora de los irre p ara b le s torm entos del ayer. El día de Je ru sa lé n parece que ha de ser en este caso un día terrenal. a rra sa d la h asta los ci­ mientos! / Hija de Babilonia asoladora. expresiones tan frau d u len tas com o la de «el trib u to que ha habido que p ag ar po r el progreso». Pues bien. / ¡bienaventu­ rado el que un día h a rá contigo lo que tú hiciste con nosotros! / ¡B ienaventurado el que un día a g a rra rá a tus niños y los e stre lla rá contra las piedras!». h istórico p o d ría ­ mos decir. pues los ju d ío s no habían fijado todavía (y no lo harían . Lo que este salm o nos añade es lo de «el día de J e ru s a ­ lén». a p a rte de frau1. el destino es el infierno o cu alq u ier otra suerte de m al­ dición o de condena).añade una clave. en la tom a y la d estrucción de Jerusalén. los m ás crueles aliados. el Apéndice «La mentalidad expiatoria». de la que los edomitas. m uy señaladam ente. La conclusión desde el punto de vista establecido en mi respuesta a la pregunta an­ terior. p ara que vengue en ellos al pueblo elegido. Parece ser. hasta el siglo II a. con los efectos consiguientes de m utua c o b ertu ra o descubierto. en efecto. conform e usted m e indica m ás a b a ­ jo. la conquista de Je ru sa lé n po r N abucodonosor en el año 597 a. Véase en este mismo Volumen. / de los que decían ¡A rrasadla. re­ duciendo la diferencia a la anteposición de los signos MÁS o MENOS. pues. de m odo que si al final de la vida e sta cuenta co rrien te tiene núm eros rojos. desde el destierro. descendientes de Esaú. b u ro crá tic a y jerarq u izad a. los hom ­ 329 . im pía. en el que los padres am an com o h ijos no sólo a sus propios hijos y vice­ versa: niños. p intura idílica en co n traste con «la pequeña tranquilidad».a y 4. que h asta hoy sólo se me aparecía com o la m ás herm osa definición del santo. Tercera pregunta: Sé que le interesa el tem a del confucianism o. es decir. En el confucianism o se dan. co n tra la h isto ria m ism a y contra el m undo mismo.dulenta. respecto del confucianism o. ancianos. en cambio. irreligiosa. viudas. y si adem ás com prende el m om en­ to de la ném esis. son prom esas gratuitas. n ecesaria para la esencia de la religiosidad. toda la fuerza de su o b sti­ nación. De o tras lectu­ ras an terio res ya tenía yo uno de ellos. Cito literalm ente de este libro: «En un extraño p asa­ je de los escritos clásicos se nos describe un estado en el cual el puesto de gobernante no se ocupa po r herencia. el pasaje sobre «El G ran Camino». pero que hoy reconozco plenam ente ins­ crito en el rasgo de «rechazo del p rincipio de reali­ dad com o c riterio pertinente para d irim ir acerca del bien y el mal del m undo». no resultan de ninguna clase de capitalización ni actúan com o c o b e rtu ra s b an carias o resarcim ientos de do­ lor alguno ni de in justicia alguna. m ás «idílica» que arcàdica. a despecho del m undo y de la historia. ¿Q uiere que hablem os de esto? C u arta pregunta: ¿Cree u sted que hay en la Biblia otros pasajes co rrespondientes a una concepción com o la anterior. es. y del ho rro r ante esa m ism a im agen sacan. especialm ente en relación con el Tao. Se ha dicho m uchas veces que el confucianism o no era una religión. p a ra m ás adelante. sino que osan m ira r cara a c a ra el m al pasado com o ab so lu tam en te irreparable. po r la lectu ra del libro de Max W eber Ensayos sobre sociología de la religión. prim a y u ltim a ratio. p o r cu a n ­ to im plica una actitu d de aceptación o de falta de rechazo an te el p rincipio de realidad. com o en «el día de Jeru salén » se vuelve. enferm os se sustentan con bienes com unes. religiosam ente rechazable. de una vida p e rd u ra ­ ble. recién establecido com o uno de los rasgos esenciales de lo religioso. Personalm ente. los rasgos que yo considero esenciales. de lo religioso. Lo que sí q u e ­ da en pie de todo ello es que el d olor y la infelicidad son el c rite rio suprem o. carecen de c u alq u ier función de ném esis o com pensación. el de la representación de una utopía. personas sin hijos. Pero antes quiero ha­ blar del otro rasgo que considero esencial para la re­ ligiosidad. despejado el preciso fundam ento de la diferencia en­ tre el m odelo «día de Jeru salén » y el m odelo que com prende utopías com o la de «el gran cam ino» de Confucio y «el m onte santo» de Isaías. ni responden por tanto a ningún deseo de ajuste o pacto con el p rin c i­ pio de realidad.a preguntas (las fundo en una. sino p o r elección. según 328 la acepción de la p rim era pregunta? ¿Debem os vol­ ver los ojos p ara ello a algún pasaje de los libros proféticos? Respuesta a la 3. La idea de o tra vida. o rdenada y regulada. porque me p arece op o rtu n o poner la alegoría de «el m onte santo» de Isaías al costado del m ito de «el gran cam ino» de Confucio o del confucianism o no canónico). a la postre. no parece por tanto. graciosas. quizá porque el crite ­ rio adoptado para ello ha sido la presencia de dioses o incluso de dioses personales. sólo he co­ nocido m uy recientem ente. por añadidura. p o r cu an to estas segundas representaciones de bienaventuran­ za se nos m u estran ajenas a la m entalidad expiato­ ria. o sea esa obstinación del e sp íritu contra el m undo dado. no considero ni la presencia de divinidades ni la idea de una vida u ltra te rre n a com o rasgos esenciales a lo que quiero en ten d er por a ctitu d religiosa o reli­ giosidad. Tam bién nos queda. así ha sido y así será po r siem pre». que. con su im pío principio de legitim ación del «así es. la fam ilia individual. com o hoy gusta tanto de d e c ir la renaciente peste idó latra y ególa­ tra. pero no son acum ulados p ara objetivos privados. con todo. las propias «raíces» —por m ucho que no sean m ás que un espejism o cultivado y una pura ficción—> m ediante una aplicación su perlativa de la legitim a­ ción h ered itaria. el trabajo no está al servicio del propio pro­ vecho. la alegoría de «el m onte santo». al que se con­ trapone el orden em pírico coactivo. la propia sangre. en u n a hora en que Yahvé no lo m iraba. la vaca y la osa pacerán juntas y juntas cuidarán a sus criaturas. todas las p u e rta s están a b ie rta s y el estado no es un estado au to ritario . el niño de pecho escarbará en la hura de la víbora y el recién nacido m eterá la mano en la m adriguera del alacrán. Bien se puede a p re c ia r cóm o en e sta alegoría de Isaías el rechazo del p rincipio de realidad llega h as­ ta el extrem o de convertir en herbívoro al mis330 lilísim o león. del yo —jam á s legitim ado o siem pre p o r legitim ar— de la m oral de perfección. siem pre m ejores que sus propios dio­ ses.bres tienen un trabajo y las m ujeres un hogar. tal vez. m ientras el yo de la m oral de identidad es 331 . en una term inolo­ gía característica. Este es el “gran cam ino”. porque los hom bres son. «im ítate a (i mism o». al extrem o de e rig ir y co n sag rar h asta la propia. el becerro. Dice así: «H abitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará junto al cabrito. nadie hará mal en todo mi monte santo. el cachorro de león y el borriquillo andarán en compañía y un niño chico los pastoreará. Aplazo el com entario. no sien­ do sino un suspiro que le subía a los labios desde sus propias en trañ as de m ortal. el Dios de las Venganzas. Así. c o n tra d ic ie n d o u n o de los ra sg o s definitorios de su propia condición —de sus «pecu­ liaridades distintivas» com o las llam aría la su p e rs­ tición actual— y al m ism o tiempo. irreligioso. fren­ te al c a rá c te r h e re d ita rio del e m p e rad o r de «la pequeña tranquilidad» y a su vez con la índole elec­ tiva de la condición. por cuanto su c rite rio de determ inación de lo que uno debe ser es esencialm ente olfativo. porque la tierra es­ tará llena del conocimiento de Yahvé como henchida de agua está la mar». nadie hará daño. nada m enos que todo un dios—. cuyo único m an­ dam iento es el que dice «sé el que eres». Y esto puede relacionarse con el c a rá c ­ ter electivo del em perador de «el gran camino». frente a la índole h e re d ita ria del yo —siem pre legitim ado p o r la sangre o. se aho­ rra n bienes. y al que se denom ina. A esta triste m oral hoy tan en boga. in erte condición recibida. "la pequeña tran q u ilid ad ” » (fin de la cita). por «las raíces»— de la m oral de identidad. p a ra in se rta r prim ero. generado p o r el egoísmo. no sólo com o dato inapelable sino tam bién com o instancia norm ativa del d eb er ser del yo. Así. y el león. como el buey com erá paja. uno de sus m ás queridos tim bres de orgullo. en él. que Isaías. en este asunto. este archipám pano de toda m oral legitim ista que es la m oral de identi­ dad resu lta se r profundam ente impío. uno de los m ás arrogantes títu lo s de su egolátrica identidad de rey de la selva. caracterizado po r el derecho hereditario in­ dividual. a tr i­ buyó e rró n eam en te a inspiración de su inm ortal señor —el S eñor de los Ejércitos. o si se quiere. en la m edida en que la aceptación del prin cip io de rea­ lidad llega. no existen ladrones ni rebeldes. no po r grosero me h a parecido m enos apropiado d a rle el nom bre de «m oral del pedo». el estado a u to rita rio guerrero y el dom inio exclusivo de los intereses in­ dividuales. ya que en la acep­ tación o el rechazo de e sta o la o tra cosa juega un resorte de d iscern im ien to idéntico al que hace a las personas com placerse con el aro m a de los propios vientos y se n tir repugnancia ante el hedor de los que soplan desde un culo ajeno. p o r lo dem ás. siem pre m ejor. legitim ado por la sangre de u n a vez p o r todas. ¿Cómo considerar el fascinante fragm en­ to LXXX (o XXX. deseo ex­ tenderm e un poco sobre las representaciones de lo que yo llam o aquí utopías. en cam bio. en este sentido. conform e a o tra ordenación) de Lao Tse? Tal vez. pero no se m e alcanza cuál pueda se r la diferencia a la que se refiere. no las m ostrarían. perm anentem ente su p ed itad o a volver a leg itim ar­ se ex nihilo cada vez en cada uno de sus actos. 332 Pero b asta de esto. no em plearía todas sus cosas. que es com o b e n d e cir las h am bres y las carestías del p a sa ­ do porque incitaron a los hom bres a inventar la in­ d u stria conservera. cualquiera que sea su atm ósfera o su motivación. En general. esto. tales com o la alegoría del «m onte santo» de Isaías y «el gran cam ino» de Con­ fucio Veo que usted hace una distinción entre «lo idí­ lico» y «lo arcàdico». m e han producido verdaderos escalo­ fríos las tradicionalm ente llam adas utopías. no los utilizarían. sino program as in stru ­ m entales p ara su posibilidad. de poca población. que creo im p o rta n ­ te. siem ­ pre distinto. com o por ejemplo. y. pero a mí me parece digno de ser incluido en tre las verdaderas utopías religiosas. hace generalm ente el buen sentido de c u a l­ quier lector. o. p o d ría con­ siderarse «político». la de Tomás M oro o la del padre Cam ­ panella. y ta n to m ás radicalm ente cuanto m ás propiam ente religiosa. Dice así: Un reino pequeño. Aunque tuvieran arm as y corazas. hay que ex pulsarlas decididam ente de lo religioso. lo vuelve rotundam ente boca ab a jo la m oral de identidad. O tra dicotom ía. diciendo « afírm a­ te a ti m ism o». voy a considerar. ya p o r lo pronto no son rep resen ta­ ciones de un estado de cosas. ¡Ya es b astan te pesa­ da la m ano del Altísimo sobre las pobres cervices de los hom bres com o p ara que encim a éstos la apoyen con su acatam iento y h a sta con su aplauso! A firm a­ ciones com o la del m arxism o cu ando ensalza a la m ism ísim a N ecesidad com o «m otor de la H istoria y del Progreso» in cu rren en e sta aberración. D ejando a p a rte lo positivam ente siniestro que hay en ellas. ha consistido en una apelación al albedrío p a ra cam b iar al yo de con­ dición. Siem pre m e han dejado frío. Aunque tuvieran barcos y carros. si se quiere. Toda gran m oral. Todavía. jam á s legitim ado o. ju n to con toda la fam ilia de expre­ siones de la m oderna jerga psicológica de la «autorrealización». el yo de la m oral de perfección sería com o un m onarca elec­ tivo. bajo cierto s aspectos. tal como. m ejor dicho. El pueblo volvería a ocuparse 333 . no p o r lo m enos resig­ nada. al p o stu la r la concepción m odal de los lla­ m ados tiem pos. sin em bargo. una incitación a hacerse siem pre nuevo. que el evangelio cristian o ac ertó a ex p resar certeram en te en la con­ signa «niégate a ti mism o». Los habitantes tem erían la m uerte y no se alejarían en largas expediciones. si es que esto no se sale del concepto m ism o de legitim a­ ción. la aceptación. salvo que sea precisam ente la q u e quedó de alguna form a re­ ducida o confundida en mi resp u esta a su p rim era pregunta. p ara in sc rib irla s sin m ás en lo político. y h a sta u n a devoción tan en tu sia s­ ta que aun an tes de que los cuerpos llegasen po r sí solos h a sta el suelo saltase p ara alcanzarlos con las m anos en el aire y aco m p añ arlo s en la caída con la ayuda de sus propias fuerzas. en todo caso.una especie de m onarca hereditario. sino en tu sia sta de la realidad es p ara mí una a c titu d tan chocante e incom prensible —salvo que me la explique p o r la m iseria y la p u silanim idad de conciencia del alm a aco b ard ad a ante el poder del m undo— com o la de quien sintiese devoción p o r la ley gravitatoria. lleva tam b ién epígrafes al pie de cada recuadrito. afín a las llam adas «ale­ luyas» salvo que éstas venían en tira s y con un 334 pareado al pie de cada una. H ará m ás de unos 20 años co m p ré en C órdoba p o r dos p esetas una hoja im presa en papel am arillo ilu strad a con recu adrillos com o los tebeos. regido p o r el principio de la «no-acción». en que el m undo soñado era sólo el inverso negativo del em píricam ente conocido. con un pie que d ecía «LLEGÓ MI HORA». voy a referirm e ahora a dos ejem plos de m anifestación de la utopía. las gentes m orirían muy viejas sin haberse visitado jamás. com pletam ente p o p u lar y el segundo. Todo el juego venía a c o n sistir en p re se n ta r u n a u n i­ versal inversión de los papeles: el oficial obedecía al soldado. con un pie que decía «¿ADONDE ME LLEVAS. pero en un m undo com o el de Lao Tse. Tam bién del siglo pasado. el cerdo conver­ tido en m atarife o carnicero.de anudar cuerdas. los perros y los gallos de los dos reinos vecinos bien po­ d ría representar suficientem ente el factor de univer­ salidad que echábam os de m enos. que era po r cier­ to especialm ente tierno y gracioso aun d en tro de la general tosquedad de los dibujos. lo que me reveló. com o los del buey arando con una yunta de hom bres. Mi hoja. de m odo que. A juzgar por las trazas. PICARO?». el m arid o a la m ujer. tan cercanos que m utuam ente se oirían entre [sí del uno al otro los perros y los gallos. Bien es verdad que p a ra los hom bres de hoy. a m enos que se tenga po r tal la que Max W eber llam a «fratern id ad acósm ica». o tal vez de fina­ les del XVIII si no me engaña el oído con respecto a 335 . decía. estuvo lo b astan te difundido en otros tiem pos com o para que las personas de mi edad para a rrib a todavía lo recuerden: «El m undo al revés». en el pen ú lti­ mo veíam os al hom bre dando alcance a la m uerte con su guadaña. Tal com o he hecho en m i p rim e ra respuesta. que todavía con­ servo. y en el últim o. calculo que esta hoja de «El m undo al revés» debe de ser del siglo XIX. al hom bre q u e se llevaba al diablo cargado a las espaldas. Pero lo que me re­ veló que. con todo. tan h abituados a la universal com unicación cosm opoli­ ta. alegres sus costumbres. H abía m uchos crueles. cuyas ram as em puñaban hachas p a ra podarles b ra ­ zos y p iern as a los hom bres. que aquel «m undo al revés» podía inscribirse. buenas sus ropas. ese no conocerse jam á s los h ab itan tes de los rei­ nos vecinos les produce un notable desasosiego en cuanto al rasgo de la universalidad. el am a a la criada. el prim ero. En dos reinos vecinos. en este aspecto h a b ía poca utopía y la representación se p a ­ recía. A p esar de esto luego verem os cóm o el taoísm o en general. El argum ento general. en el esp íritu utópico del hom bre fue la inapelabilidad de los dos últim os cu ad rito s. al se­ ñ a la r la pervivencia p o p u lar del m ito del pecado ori­ ginal en un esquem a arg u m en tal m uy frecuente en los cuentos tradicionales. los árboles leñadores. al «día de Jerusalén». como el rotulado «la oveja pastora». m ás que al «m onte santo». o sea el a n ti­ m undo de este antim undo. au nque algunos eran un poco m ás benignos. expresado en el títu lo que enca­ beza la hoja. que en la res­ puesta a la p rim e ra p reg u n ta he considerado tam ­ bién com o su stancial p ara lo religioso. ese m aravilloso oírse y responder­ se los unos a los o tro s en m edio de la noche. tranquilas sus casas. Y encontraría sabrosa su comida. sem iculto en su origen pero p o p u la r en su em pleo. aunque la im presión con­ creta del ejem plar que yo com pré sería sin duda m ás reciente. e t­ cétera. a p e sar de esta falta de im aginación u tó p i­ ca. frente al confucianism o falta precisam ente a e sta exigencia de la universalidad. pero m ás breves y sim plem ente indicativos. con suficiencia de realista y de hom ­ bre que tiene los pies bien puestos en la tierra. «Pan y vino an d an cam ino». de m anera que estaban siem pre yendo de una ciudad a otra. podría desenm as­ cararse en el realista una versión pulida y universi­ ta ria del cazu rro popular. aje­ no a cu a lq u ier suposición de una vida u ltra te rre n a y que en no pocos puntos de su o b ra le concede a Freud un crédito injustificado y h a sta fatigoso. Antes deseo volver sobre Confucio. Si. El peligro se retira. com o dice el re­ frán. m ientras que los confucianos perm anecían en el llam ado «m un­ do». ante el responsorio de San Antonio no es solam ente un necio sino tam bién un bellaco. a la en trad a de su cueva. con distintos collares. ante los taoístas. e stá inm une a la c o rru p ­ ción ligada a su institucionalización— aquella céle­ bre oligarquía b u ro crá tic a que siem pre dom inó en China y acaso siga. yo p o r lo m enos bien puedo p o n er a su costado el al m enos en otros tiem pos tan fam iliar «responsorio de San Antonio». Confucio solía decir quejosam ente: «¿Cómo p o d ría yo vivir en tre los p ájaros y los an i­ m ales? ¿Qué p in ta ría yo en tre ellos? ¿Acaso no soy un hom bre? Pues ten d ré que vivir en tre los hom ­ bres». creyente o agnóstico.la lengua y al estilo usados. im plícito en su utopía de «el gran cam ino»—. del que se pretende m uy chistoso escribiendo en su tienda «Hoy no se fía. m iseria y demonio huidos. Pero a esta raza de to n tiastu to s ya le vendrá m ás tard e su tu rn o en e sta s páginas. los pobres van remediados. m añana sí». Hoy h a sta los cristian o s se avergüenzan de estas cosas y las tienen po r n iñ erías e ingenuidades. que. Antonio divino y santo. Decía así: Si buscas milagros. en efecto. no sé si debo a trib u ir tan sólo a circu n stan cias perso­ nales el hecho de que. ¡díganlo los socorridos! ¡cuéntenlo los paduanos! Ruega a Cristo por nosotros. del que despacha la m ezquin­ dad y la vileza p o r experiencia de la vida y p o r sa ­ ber del m undo. h asta c o n stitu ir pronto —pues ninguna religio­ sidad. para indicar en él el otro rasgo de la religiosidad —ya. miembros y bienes perdidos recobran mozos y ancianos. c ristia n o o no c ris tia ­ no. el diapasón poético de la alegoría del m onte santo de Isaías se eleva h asta una a ltu ra inalcanzable. ante la célebre y celebrada declaración de éste: «El cielo se lo dejam os a los 336 ángeles y a los pájaros». porque los prim itivos confu­ cianos eran eternos cam inantes. com o m ás tard e verem os po r extenso a propósito del cristianism o. un día. debe de se r la o tra re­ presentación que deseo c ita r aquí. dom inan­ do hoy. El m ar sosiega sus iras. divisó desde lo alto del m onte al m ism ísim o 337 . en c ie rta ocasión. por lo dem ás. Teodoro Adorno. se sonría. El sím bolo del filósofo es en China la bota o la calabaza de vino. para que dignos. que se recogían y ap o sen tab an en m on­ tes ap artad o s. Así. redím ense encarcelados. conversaba con un confuciano que había venido a vi­ sitarlo. un taoísta an aco reta que. Y. litera ria m e n ­ te. que m e hacían rezar en mi niñez. sin em bargo. del listorro que hace de la desconfianza una especie de filosofía. y. se indigna. mira: m uerte y erro r desterrados. p o r lo que a tañ e a la em otivi­ dad. el del rechazo del principio de realidad com o criterio p e r­ tinente p a ra d irim ir sobre el bien y el m al del m un­ do. Parece pues. llam ándola «chocarrería de viajante de comercio». de sus promesas seamos. Sabido es que los tao ístas tendían m ás bien a retirarse al m onte y hacerse anacoretas. pero el que. leprosos y enfermos sanos. Es evidente que si el taoísta pretendía que su frase co m p o rtab a un ju icio descalificador de la conducta de Confucio. realidad ante la que consideraba que Confucio ten d ría que h a b e r claudicado. dijo de él. sino que. a la ley de la caída de los cuerpos. con su propia conducta resignada. le deniega. i-orrelativam ente. en­ tre el pragm ático y el religioso voy a poner al cínico y al anacoreta. El 339 . Y ahora ¿qué hay con el an aco reta? Ya acabo de señ alar cóm o el tao ísta del m onte ap licaba el a n ti­ rreligioso principio de realidad p ara descalificar la conducta «m undana» de Confucio. a sí pues. co n tra su voluntad. o sea al que no sólo se resigna a la necesi­ dad. desdeñoso. u n a pequeña ti­ pología provisional en relación con la religiosidad. reconociéndo­ lo. Pero he aquí que la anécdota nos ofrece por sí sola una nueva cuestión: la de la religiosidad de los a n a ­ coretas. Al m ism o tiem po la leyenda quiere h acerlo el p rim ero de quien se sepa que se haya d eclarado «ciudadano del m undo». a la misjn ísim a m etrópoli de todo el m undo helénico. sino en la re­ nuncia a toda posible representación utópica posi­ tiva del bien. allá abajo. religiosam ente. su propia ley. y otra considerarlo pertinente o im pertinen­ te en el sentido propio de lo religioso. Voy a hacer. el cínico se distingue p o r e s ta r rabioso contra el mundo. La insuficiencia religiosa del cínico —in­ cluyendo lo q u e m odernam ente se entiende p o r cí­ nico sobre todo en la c u ltu ra anglosajona— no está. la frase m ás elogiosa que cabía decir: «¿Ese es aquel de quien decís que sabe que nada puede hacerse y sin em bargo continúa?». Pero aquí se im ­ pone una distinción: u n a cosa es c o n sid e rar p e rti­ nente o im p ertin en te el p rincipio de realidad com o c riterio estrecham ente m oral. en ello estaba apelando al pro­ pio p rincipio de realidad. po r lo que a su juicio se refiere. En el extrem o opuesto al religioso p ondré al p rag ­ mático. porque ¿adonde se le o cu rre ir a vivir con un tonel po r toda m orada y todo techo y un an d rajo so palio por toda vestim enta? No a la esp esu ra y a la soledad de m on­ tes ap artad o s. aspecto que nos lo a rrim a a los anacore­ tas. frente al an aco reta y al igual que el confuciano.Confucio que. pisotea. de recha­ zo de las p ro p ias ventajas que el m undo p o d ría ofrecerle. parece h a b e r considerado que nada tenía él que h a c er entre los pájaros y los anim ales. sino que adem ás la hace. p o r invencible que se le represente. la obstinación del e sp íri­ tu contra el im ponente poder del mundo. im pía. así pues. el rechazo del p rincipio de realid ad com o rasgo nece­ sario para la esencia de lo religioso. po r sus rasgos de ascetism o. a diferen338 fia del pragm ático. entusiásticam ente. en la legitim ación del m undo. sino a la ciudad de Atenas. lo que quiere d ecir que. De ningún m odo puede decirse que el cínico sea. un hom bre totalm ente corrom pido. pero a la vez plenam ente ilustrativo. el pudre de los cínicos. o sea aplicado al dis­ cernim iento del «bien o brar» o el «mal obrar» de la persona. el tao ísta se dirigió a su visitante y. pasaba en aquel m om ento a n dando p o r el cam ino de los valles. es tan atípico com o rep resen ­ tativo. será forzoso con­ c lu ir que la a c titu d del ta o ísta ante la co nducta de Confucio era. irre li­ giosa. en que con­ siste este segundo rasgo de la esencia de lo religioso. Así. Y si a c ep ta ­ mos. reconoce todavía com o bien del inundo el bien que incluso él mismo. Diógenes de Sínope. Atípico. las credenciales de legitim idad y que. tal com o tengo propuesto en e sta s páginas. le cum plía vivir entre los hom bres. Difícilmente podría form ularse m ás inequívocam en­ te que en ese «y sin em bargo continúa» el rechazo del p rincipio de realidad. o sea aplicado al bien o el m al del se r o el d eb er se r del m undo. siendo hom bre. al aleg ar com o objeción valedera el hecho de que en el m undo no hubiese nada que hacer. pretendiendo h acer de Confucio un juicio adverso. anacoreta se retira del m undo p recisam ente porque rechaza su realidad com o perversa, y, en este se n ti­ do, d esau to riza el «así es, así ha sido y así se rá po r siempre» como principio de legitimación, tanto como pueda h acerlo el alm a religiosa; en esto está en la m ism a posición que el confuciano o incluso el cíni­ co, por cuanto aquí los tres se contraponen igualm en­ te al pragm ático, el antirreligioso total, que legitim a y ap laude lo dado en cuanto dado y p o r m eram ente dado, no opone com o heterónom os realidad y espí­ ritu y cuyo prin cip io ético consiste en in d u cir o de­ d u c ir el d eb er se r del propio ser. Tanto el anacoreta com o el cínico piensan que el m undo es m alo y que no basta para legitim arlo la aplastante inam ovilidad de su poder, pero para el cínico, «ciudadano del m un­ do», carece de sentido la pretensión individual de no q u erer hacerse cóm plice de su m aldad, m ientras que p ara el anacoreta, «ciudadano tan sólo de sí m is­ mo», sí tiene sentido, y se retira al monte, p ara b u s­ c a r una preten d id a salvación personal. Por eso el anacoreta le reprocha a Confucio, com o un pecado, que «sabiendo que nada puede hacerse», esto es, co­ nociendo la radical heteronom ía entre realidad y es­ píritu, siga queriendo vivir entre los hom bres, lo que le reprueba com o una com plicidad con la m aldad del m undo. Pero en esto el an aco reta falta a un p rin c i­ pio que ya he considerado com o im plícitam ente ne­ cesario de lo religioso: la universalidad. A ella faltan, desde luego, las utopías políticas de Moro y Campanella; y la de éste hasta un extrem o tan siniestro com o el de p re c e p tu a r que se repute y tra te sin m ás com o «no hum ano» a quien no qu iera integrarse en su C iudad del Sol. A p e sar de lo que he dicho m ás atrás, a propósito de la utopía de Lao Tse, en cuanto a cóm o la universalidad podía e s ta r representada en él por el oírse y responderse los p e rro s y los gallos de los reinos vecinos, en todo caso no puede, por bue­ na voluntad que le pongam os, sa tisfa c e r suficiente­ 340 m ente la universalidad verdaderam ente «m undana» de las grandes religiones. Pero incluso en estas religiones la introducción del supuesto de una vida perdurable personal puede vol­ ver a d a r un sentido autónom o y autosuficiente al rechazo de com plicidad con el m undo y a la b ú sq u e­ da de una perfección personal (y el propio Max W eber en su excurso «Teoría de los estadios y di­ recciones del rechazo religioso del m undo» hace un exam en m inucioso de los aspectos que en esta búsqueda pueden d arse y entrecruzarse). Para quie­ nes no se hallan bajo el supuesto de una vida p e rd u ­ rable, la virtu d individual sólo puede c o b ra r un sentido delegado, siem pre referido al prójim o, a la universalidad concreta de los hom bres, nunca a u tó ­ nom o ni autosuficiente, o sea únicam ente su ste n ta ­ do po r la idea de un bien universal que tenga a la postre que a p e la r forzosam ente a alguna su erte de representación utópica. E sto es lo que le falta, p re­ cisam ente, al cínico —que es, sin duda, universalis­ ta, «ciudadano del m undo»—■, y de ahí que p ara él la aspiración a la perfección individual no sea m ás que una vanidad com o o tra cualquiera; y en él la re­ ligiosidad sólo se conserva com o un rechazo de cu al­ q u ier aprobación o acatam iento del m undo com o es y de cu a lq u ier legitim ación de la realidad po r el m ero hecho de serlo. El cínico se hace cóm plice del m undo en el sentido de resignarse a no ofrecer re­ sistencia a sus pom pas y a sus obras, pero no en el sentido de reverenciar sus leyes y asum irlas de modo positivo com o instancia ética, que es lo que, en cam ­ bio, hace el pragm ático. Por su parte, para el individualista, para el que nie­ ga su «ciudadanía del m undo» y se retira a «ciuda­ dano de sí m ism o», obstinándose en seguir dando sentido a la perfección individual, no hay m ás que dos derivaciones: o la de ex tra p o la r la utopía m is­ m a en una supervivencia personal ultraterren a (aun­ 341 que hay que n o ta r de paso cóm o tam bién aquí se da, a su modo, la pérdida de la universalidad, po r c u a n ­ to toda concepción de vida p erd u rab le com porta la dualidad de salvados y condenados) o la de a b rir la espita a toda su erte de regresiones m ágicas, sec­ tarias y supersticiosas. Expresam ente contra la som ­ bría, viscosa, m ultiform e y hoy tan refloreciente sel­ va de los gurús, de los elegidos, de los iniciados, Confucio afirm ó en su día, de m anera inequívoca, la universalidad, la «m undanidad», esencialm ente inse­ parable de lo religioso: «Que en el m undo no reina ¡a verdad, ya lo sabem os, pero p u rific a r únicam ente la propia p ersona es in tro d u c ir la confusión en las grandes relaciones de los hom bres en tre sí». Aunque a m enudo busque proyectarse hacia el lla­ m ado futuro, hacia un presunto porvenir, sin em b ar­ go el afán de sentirse purificado, salvado, santificado, etcétera, tiene psicológicam ente por función la de sa­ tisfacer u n a necesidad aním ica surg id a del presen­ te y reclam ada para él y d entro de él; es para hoy, p ara ah o ra mismo, p ara cuando el alm a exige resta ­ blecer o co n serv ar el íntim o equ ilib rio de sentirse en paz consigo m ism a. Y es así com o tal afán llega a d a r lu g ar a toda su erte de delirios no pocas veces n euróticos y h asta psicopáticos. Como el supuesto es siem pre co n trap o n erse al m undo, su stra erse a su contam inación, sentirse «no m anchado», el im pul­ so ap areja inevitablem ente alguna form a de c u a ­ rentena, de autosegregación con respecto a «lo m undanal» y, p o r lo tanto, a «los m undanos», a la gran grey m ay o ritaria en que se e n carn a y que lo re­ presenta. Así, lo m ism o en la m ás sofisticada de las sectas esotéricas que en la m ás sim ple, ingenua y a b ie rta asociación nudista, n a tu rista , vegetariana, m acrobiótica, hay que reconocer tal vez el m ism o im ­ pulso de autom arginación an tim undana, de autoalirm ación com o «ciudadano de sí mism o», que mueve al anacoreta a recogerse a m ontes apartados. 342 La psicopatología de la p urificación individual lle­ ga a presentarse incluso en cofradías surgidas de las iniciativas m ás aparentem ente racionales y aun pre­ sididas p o r intenciones o pretextos orientados, del modo m ás sensato, al bien del prójim o. Tal es, por ejemplo, el caso de los donantes de sangre desde que se han con stitu id o en asociación; no es infrecuente, al parecer, que en éstos el acto de d o n a r sangre lle­ gue a m anifestarse claram ente com o una necesidad neurótica de los sujetos m ism os y destin ad a a sa tis­ facer su propio afán de au to p u rificació n o sa n tifi­ cación com pletam ente a espaldas de las necesidades efectivas de los posibles receptores. No sólo se p re­ sentan a veces a la donación acom pañados p o r sus propios hijos, probablem ente p a ra iniciarlos con su propio ejemplo, sino, sobre todo, que cuando, en oca­ siones, se les dice en el cen tro recep to r que ese m es las existencias de sangre a lm acen ad a cubren los cu ­ pos previstos para c ualquier eventualidad y no se ne­ cesita su donación, rom pen de pronto en voces indignadas, proclam ando su condición de donantes e incluso agitando a veces en el aire su carn é de ta ­ les, com o si se les negase acced er al beneficio de la purificación periódica a que p o r su pertenencia a la asociación tienen derecho. Ya desde el siglo V a. C. lo había dicho Confucio: «P urificar únicam ente la pro­ pia persona es introducir la confusión entre las g ran­ des relaciones de los hom bres entre sí». ¿No es esto literalm ente lo que p asa cuando u n a institución de sentido inicialm ente a ltru is ta com o la de los donan­ tes de sangre da lugar a tal suerte de inversiones psicopatológicas? La relación h u m an a concreta que en este caso qu ed a confundida y h a sta o b tu ra d a es, ob­ viam ente, la que hay entre donante de sangre y re­ ceptor. E ste es, por lo dem ás, un ejem plo de lo que puede o c u rrir con toda actuación m oralm ente con­ cebida: la reversión de la finalidad sobre el propio sujeto con p érd id a u olvido del único objeto m oral­ 343 m ente alegado: en este caso la donación de sangre revierte sobre la purificación del sujeto donante con olvido de la necesidad del receptor com o objeto ini­ cialm ente m otivador del sentido de la asociación m ism a, y único objeto m oral legítim o. Queda, finalm ente, el pragm ático, el doblem ente irreligioso, el im pío por excelencia. Hay un célebre verso de Lucano que, refiriéndose a Catón de Otica, el últim o gran santo romano, contiene el m ayor en­ comio que quepa h acer de un hom bre. Dice así: « Victrix causa Deis placuit, sed uicta Catoni», es decir, «La c ausa vencedora plugo a los Dioses, pero la ven­ cida a Catón». Uno de los prin cip ales atrib u to s de los dioses es su función a rb itra l en la batalla, lo que da origen a la conocida concepción ordálica de la b a­ talla y de la g u e rra y a la institución del «duelo ju d i­ cial», donde p o r definición tiene razón quien vence, en la m ism a m edida en que el com bate es una ap e­ lación al a rb itra je divino. (Un gracioso sarcasm o so­ bre esta función arb itral de la divinidad son aquellos fam osos versos: «Vinieron los sarracenos / y nos mo­ lieron a palos, / que Dios protege a los m alos / cu an ­ do son m ás que los buenos».) Claro está que si hemos establecido el rechazo del principio de realidad como rasgo necesario de la esencia m ism a de lo religioso, y habida c u en ta de que la victoria de la fuerza es la facticidad suprem a, re su lta rá que ju sta m e n te este a trib u to de la divinidad e n tra en contradicción ine­ vitable con lo religioso propiam ente dicho y es un ejem plo que se puede poner al lado de lo ya o b se r­ vado en la resp u esta a la p rim era pregunta sobre cóm o la voluntad divina podía se r p uesta p o r testa ­ ferro del propio principio de realidad. Bajo el nom bre de Dios este p rincipio no resulta, aquí, al cabo, sino reafirm ado, reforzado y consagrado com o una suprarrealidad trascendente, tanto m ás aplastante o ina­ pelable cuanto m ás autorizada. N aturalm ente, nada 344 hay que les garantice a las religiones positivas, h is­ tóricas, no poder a b rig a r en sí m ism as usos y esque­ m as profundam ente irreligiosos h a sta rep re sen ta r precisam ente el an tiesp íritu . De m odo que en la fra ­ se de Lucano los dioses vienen a se r precisam ente la voz de la realidad, la fatalidad, la necesidad y, en fin, lo impío. O bjetar, com o hace Lucano, el veredic­ to del a rb itra je de los dioses, puesto de m anifiesto en la victoria, con la a u to rid ad m oral de Catón, aun a despecho de se r éste el derrotado, equivale a ne­ garle a la victoria a u to rid ad d irim en te acerca de la Causa. Si la v irtu d de Catón puede se r co n trap u esta al propio veredicto de los Dioses, si el derrotado pue­ de tener razón, ya no son los hechos los que tienen la últim a p alab ra sobre el bien y el m al, y, en conse­ cuencia, qu ed a im plícitam ente sobrentendido el su­ puesto religioso de la heteronom ía en tre realidad y esp íritu y rechazado el p rincipio de realidad com o criterio. La victoria com o razón ju ríd ic a es el c rite ­ rio fáctico p o r excelencia, el que consagra el p rin c i­ pio de la fuerza cread o ra de derecho, que constituye el fundam ento del Estado, que es lo an tirreligioso por antonom asia. Aquí tiene el pragm ático su sitio. «Come se il cielo, il sole, li elem enti, li uom ini fussino variati di modo, di ordine e di potenza da que­ llo che essi erano a n tiq u a m en te »; «gli uom ini... nacquero, vissero e morirono sempre con uno m edesi­ m o o rd in e»; «giudico il m ondo sem pre essere stato ad uno m edesim o m o d o », dice en d istintos lugares Maquiavelo. Aquí tenem os, pues, según la prim era de las tres frases, el principio de realidad, el p rin ci­ po del «así es, así ha sido y así se rá po r siem pre», puesto sobre las cabezas de los hom bres de modo tan inconm ovible com o los m ism os cielos, com o el m is­ mo sol, com o los elem entos m ism os. ¡Tan en lo alto, rem oto e inaccesible com o los cielos, el sol y los ele­ m entos ha ido a b u scarse la a u to rid ad que lo acre­ dite y legitim e!, pero tam bién dem asiado en lo alto 345 com o p a ra que el a u to r no se nos haga sospechoso de una secreta o inadvertida voluntad de im ponerlo y consagrarlo: contra alguien arguye, contra algo lo defiende. Si la inconm ovilidad de la condición h u ­ m ana fuese tan obvia y tan indiscutible com o la del sol, no h a b ría necesidad de recordárnoslo señ alan ­ do hacia éste con el dedo; el que se necesite tal a p e ­ lación quiere decir que, a despecho de la experiencia m ás ac riso la d a del m undo y de la historia, hay una obstinación q u e aú n lo pone en duda. Es e sta o b sti­ nación lo que el pragm ático em pieza por ten e r que desanim ar, d e sau to riz a r y m achacar; m as p ara ello no tiene o tra s razones que los hechos m ism os. La historia, la facticidad c ru d a y desnuda, es su principio ético; el éxito, la victoria, su criterio: «To­ dos los profetas arm ados vencieron, los desarm ados fracasaron», d irá M aquiavelo ante la hoguera en que ardió Savonarola. Con éste, com o se sabe, fue restau ­ rada la repúb lica en Florencia, tra s la expulsión de los M édicis a finales de 1494; fue un p u rita n o que hizo de ella u n a ciu d ad fanatizada y penitente, y go­ bernando, po r así decirlo, desde el púlpito, valiéndo­ se a m enudo de teatrales e im presionantes artificios, pero sin protegerse nu n ca ni rodearse de hom bres de arm as; hizo, eso sí, q u e m a r com o pom pas y vani­ dades de este m undo, m uchos tesoros en la plaza pú­ blica, mas, en cuanto a personas, el único que acabó ardiendo en la hoguera no fue m ás que él. Aliviada, así pues, en 1498, la rep ú b lica de c u a tro años segui­ dos de cu a re sm a y autoflagelación, se confió a Ma­ quiavelo el doble cargo de secretario de la Segunda C ancillería y secretario del Consejo de los Diez. En 1502, convertido, a im itación de los dogos de Venecia, el cargo de gonfaloniere —p rim e r responsa­ ble y jefe del gobierno y del E stad o — en cargo vitalicio, fue nom brado para el puesto Piero Soderini, a cuya índole bondadosa y confiada, que le hizo c reer que podía p a c ta r lealm ente con los desterra346 i I d s Médicis, se debió diez años m ás tard e la caída ile la república y el retorno de la oligarquía medii ini. S oderini hab ía sido el único que h ab ía estim ai lo verdaderam ente a M aquiavelo, conservándolo en m i s cargos y aconsejándose de él; el pago que, tra s n i m uerte en el destierro, supo darle, por todo a g ra ­ decimiento, aquel m alnacido, fue la increíble vileza ilc e scarn ecer su m em oria con el siguiente epitafio epigram ático: «La noche en que murió Pier Soderini, / llamó el alma a la puerta del infierno; / "¿Infierno a ti?” gritó Plutón. "¡Oh, necio; I súbete al limbo con los demás niños!”». («Im notte che m orí Pier Soderini, / L'anima ando ile / ’inferno a la bocca;/G ridó Pluton: “C h’in fiem o ? anim a sciocca, / Va su nel lim bo fra gli altri bam bi­ ta"»). Por el contrario, con los M édicis, que a su relorno habían llegado incluso a to rtu rarlo , que lo depusieron de todos sus cargos, echándolo de la ciu­ dad y residenciándolo en San Casciano; con aquellos m ism os de cuya vuelta incrim in ab a a Soderini, sin i*l m enor em pacho de in fam ar su bondad y traicio ­ nar su m em oria, con ésos, ya en diciem bre de 1513 o sea apenas un año y cu atro m eses después de su i «ida— se m ostraba tan indigno y tan rastrero com o para su p lic a r que se le diese en la ciu d ad c u alq u ier em pleo p o r insignificante que tuviese que ser, a u n ­ que no fuese m ás que «hacer ro d ar una piedra» («dcsiderio avrei che quiesti signori M ed id m i continciassino ad adoperare, se dovessino com inciare ofarmi voltolare un sasso», dice literalm ente en carta a Francesco Vettori); m ás tard e e sta rá a punto de dedicarle E l príncipe a Ju liá n de M édicis, el nuevo déspota, pero com o éste se le m uere, la dedicato ria es autom áticam ente transferida al sucesor, el segun­ do Lorenzo de Médicis, «II Pensieroso» de Miguel 347 Ángel. Pero se rá tan sólo el cardenal Julio de Médicis, sucesor en 1519 de Lorenzo y futuro pontífice Cle­ m ente VII, el que finalm ente le dé el encargo tanto tiem po esperado; ¿y cuál va a se r la piedra que se le dé a rodar? La de en c errarse en los archivos y es­ c rib ir la obra que, bajo el nom bre de Istorie fiorentiñe, no se rá m ás que la a d u la to ria apología de la ilu strísim a casa gobernante, y que en ab ril de 1525 será llevada a Roma p o r el propio a u to r p ara ofre­ cérsela, rodilla en tierra, a Julio, ya encaram ado al solio de San Pedro. ¡Tal era el tipo! En esas «historias florentinas» recuerda y celebra del viejo Cosme, po r ejem plo, vulgaridades tales com o la de d ecir que los E stados no se conservan con padrenuestros, gracia penosam ente picarona, d estinada a provocar la autom ática, desganada y obligada risa, «je-je», del oficioso y obsequioso sé­ quito de aduladores, o triste « ch o carrería de viajan­ te de com ercio», com o d iría Adorno. Tam bién del m ism o Cosm e celebró el que, com o alguien, en c ie r­ ta ocasión, le reprochase h asta qué punto d e ste rra r de Florencia a tantos hom bres era ofender a Dios y e stro p e ar la ciudad, contestase que era m ejor una ciudad estro p ead a antes que una ciudad perdida; donde no puede sino entenderse que con «perdida» quería d ecir «perdida para su propio poder», esca­ pada de sus m anos. Y aquí el fin del pragm ático di­ verge nítidam ente del fin del religioso: el del prim ero no es sino el poder, el del segundo, la felicidad. Por eso el m ism o M aquiavelo, que no ap eab a ni un solo m om ento de la boca el nom bre de la virtud, querien ­ do rem itir con él a la uirtus del rom ano, se olvida enteram ente —ya sea p o r conveniencia, po r ignoran­ cia o po r necedad— de atenerse a su contenido pro­ pio y prim itivo, cim entado en un fu erte y explícito com ponente religioso. La uirtus no es m ás que un nom bre retórico y vacío para quien com o él propug­ na que no le tiem ble la m ano al poderoso ante la ale348 vusía y la crueldad, siendo así que las dos colum ­ nas centrales en que se su sten tab a el tem plo de la uirtus del rom ano eran precisam ente la fides y la pie/«i.v, cualidades que obraron de consuno en la con­ ducta de Cam ilo en el sitio de Falerios, m ereciendo de sus enem igos, los faliscos, el elogio explícito de ■haber puesto la ju stic ia p o r encim a de la victoi la». Siendo p recisam ente la victoria, la eficacia, el r\ilo , el c rite rio exclusivo de ju sticia del pragm átii o. o por lo m enos aquello a lo que se ha de su b o rd i­ nar toda ju sticia, vemos en el co n traste que nos ofrece esta noción de «poner la ju sticia p o r encim a dr la victoria» el rasgo de la negación del principio di* realidad com o criterio, y de reconocim iento de la hrleronom ía en tre realidad y esp íritu , ya que a fir­ m ar una ju stic ia ajena e independiente de la facticidnd de la victoria —al m argen de que el o b ra r opte •>no opte p o r su p e rp o n e rla a é s ta — equivale a de­ clarar, tal com o hace Lucano en su elogio de Catón, iiu om petente el trib u n a l suprem o de la divinidad ile los dioses de la guerra, del S eñor de los E jérci­ tos—, en sus funciones de árbitro, que, otorgando o dm egando la victoria en la batalla, es decir, decidien­ do los destinos y rep artien d o los papeles de vencido Vvencedor, p reten d ía d irim ir la ju sticia o la injusI u ia de una u o tra causa en las querellas de los hombres. Ix> religioso es, así pues, negarles a los fastos de la historia au to rid ad alguna en torno a la cuestión tl«-l bien y el m al del m undo y de los hom bres, y de ahí que sea perfectam ente congruente que, correla(Ivamente, veam os al pragm ático, o sea al irreligioho por excelencia, aferrad o a los testim onios de la historia como única guía de conducta y hasta —como lan necia y pu erilm en te se observa en M aquiavelo— vudcmecum casuístico del acierto y el error. Pero si M aquiavelo era d em asiado tonto y e sta b a dem asia­ do falto de recursos, de astu cia y de im aginación in349 / telectual p a ra proteger una d o ctrin a tan m al encarenada com o la suya, que h acía agua p o r todas p a r­ tes, ya vendría quien estuviese dotado de un talento lo b a sta n te tenebroso com o p a ra inventarle podero­ sa a p arien cia de fundam entación racional y filosó­ fica, quien le p restase ese espejism o de legitim ación que es p ara los hom bres la congruencia lógicoconceptual de un sistem a bien trabado, de un a p a ­ rato bien incardinado. El que llevó a cabo la hazaña, o sea el que nos hizo a los m o rtales la lúgubre faena de legitim arnos, par dcssús le marché, con co n tu n ­ dente docum entación histórico-jurídica (pues me pa­ rece que, a la postre, toda form a «diacrònica» de legitim ación de un determ in ad o statu quo, y legiti­ m ación, p o r consiguiente, olím picam ente indiferen­ te a lo cru en to o repugnante que ese statu quo pueda m o strársen o s en sus efectos sincrónicos, equivale a la exhum ación de docum entos histórico-jurídicos p ara fu n d am e n ta r c u alq u ier derecho dado), al Sabahoz, al iracu n d o S eñor de los Ejércitos, y por si no teníam os ya bastante con sus sangrientas a rb itra rie ­ dades, parece ser que fue, m odernam ente, Hegel, si bien, probablem ente, sobre la falsilla del preceden­ te antiguo de Polibio, inventor de la fórm ula de la legitim ación de la sincronía po r la d iacronia y de las p a rte s p o r el todo. Hegel vino a red u cir la radical heteronom ía entre realidad y e sp íritu —fundam ento, según vengo d i­ ciendo, de lo religioso— y rescató el principio de rea­ lidad h a sta el extrem o de h a c er de la facticidad h istó rica el grandioso p eriplo o epopeya de lo que él llam aba e sp íritu en su autocum plim iento o autorrealización, tal com o veinte siglos antes había he­ cho Polibio al red u cir todas las d isp ersas h istorias p a rtic u la re s de las gentes y pueblos del m undo co­ nocido a m eros episodios m oleculares o avatares anecdóticos, que, a la m an era de las irreconocibles piezas de un rom pecabezas, carecían de sentido por 350 «I m ism as y sólo lo recibían sub o rd in ad a y delegailmnente del cum plim iento del destino de un gran su|i’to total, único y verdadero, hacia el que de consuno 11 divergían y en cuyo grandioso plan o ciclo históri11» habían de in sertarse: Roma o el Im perio Romaun Este fetiche, este prosopónim o retórico, cuya nlcgórica anim ación es e n carn ad a fra u d u len ta m e n ­ te en realidad, fue, así pues, erigido en único sujeto ii p a rtir de cuya autorrealización habían de explicartodos los destinos p articulares. El Im perio Rom a­ no. contem plado en la cim a de su plenitud, se i onvertía de esta m anera en único legítim o p o rtad o r v d ad o r de sentido. N aturalm ente, p ara el religioso, lina tal figura de único, abstracto, sobrehum ano y ext Invente sujeto no puede ser sino la personificación m ism a de la im piedad, del an tiesp íritu , del esp íritu l>»ijo especie de cadáver, o sea, en una palabra, aque­ llo m ism o co n tra lo cual la obstinación religiosa se luí venido desde siem pre sublevando, la uictrix cau­ so a la que todavía se atreve a p la n ta r cara la d e rro ­ tada cau sa de Catón. En este preciso sentido la utopía debe específicam ente caracterizarse como anIthistoria, y en el m ism o debe entenderse tam bién la form a de disyuntiva que he dado al títu lo de estos papeles: «O Religión o H istoria». Escrito en junio-julio de 1984 y publicado en la revista El urogallo, diciem bre de 1986 351 M ientras no cam bien los dioses, nada ha cam biado I. El desprestigio p o p u lar del espacio era com ple­ tam ente norm al. C uando las inform aciones televisi­ vas pretendían d em o stra r docum entalm ente que unos hom bres habían a rrib a d o a la luna, la obliga­ to ria o bediencia al testim onio gráfico —m ás a u to ri­ tario que una im posición dogm ática— forzaba, por una parte, a los espectadores al acatam iento, m ien­ tras, po r otra, el contenido m ism o de ese testim onio les infundía el oscuro sentim iento de que, co n tra lo pretendido, nadie de este m undo había alcanzado de verdad la luna. E ra un sentim iento que respondía, por lo dem ás, a una verdad de Pero Grullo: la luna es inhum ana, y los hom bres pueden alcan zarla tan sólo en la m ism a m edida en la que se m antengan apartados de ella. En efecto, el descom unal conjunto de las p ró tesis abso lu tam en te indispensables —bo tas lastradas, trajes especialísim os, bom bonas de oxí geno, escafandras, etc—, neutralizando el medio lunai y tra sla d a n d o o reproduciendo el terrestre, les p er­ m itían e n tra r en contacto con la luna justam ente m erced a su capacidad p ara m antenerlos apartados 352 I il<* ella. Si te pones un guante de gom a y luego m e­ tí". la m ano en sosa cáustica, no puedes decir que lias tocado sosa cáu stica —no o tra es la verdad de l'eilro G rullo a que m e refería. Pero de ningún m odo «•* mi intención decir que sólo es experiencia hu m a­ nam ente válida la que se alcanza a cuerpo gentil y no la que tan sólo es accesible p o r un m ayor o m e­ nor núm ero de prótesis o artilu g io s ad hoc\ bien le­ los están ya los buenos tiem pos de A rquím edes, que acertó a d e sc u b rir el célebre p rincipio al que dio nom bre sim plem ente jugando, lo m ism o que un ch a­ val, en la bañera. Sólo quiero d ecir que la b a ra ta li­ teratu ra que se desencadenó a raiz de la llegada a la luna dio en ignorar tan enorm e diferencia, remastlcando el hecho en una representación pueril. El pú­ blico, que percibía cóm o las p rótesis separaban al astronauta de la luna tanto com o le p erm itían a n d a r por ella, reprodujo en sí mismo, en cierto modo, una i elación análoga, sintiéndose tan obligado a p re sta r le a la noticia com o intuitivam ente distan te e indife­ rente frente al hecho. Los prim eros, em ocionados en­ tusiasm os no me hacen objeción; el concepto en vacío puede p o r un m om ento ser «caldera al rojo», rom o decía M airena; pero si la intuición tard a en lle­ narlo, se enfría y descubre su inconsistencia em pí­ rica. El desdeñoso enfriam iento p o p u lar ante los g r a n d e s noticiones del espacio era, por tanto, tan pre­ visible com o n atural. En vano los prom otores y ges­ tores de la alta pirotecnia in ten tarían recalen tar al público a base de prosopopeya y de grandilocuencia. II. Para tan p recario s éxitos de público no com ­ pensaba tanto desgaste de altavoces, ta n ta retórica y tanto tam b o rearse el pecho con los puños; la sen­ cillez y la m odestia propias de la ciencia son m ucho más baratas. La m odestia es un rasgo propio de la ciencia, no ya porque el científico se la proponga, deontológicam ente, com o u n a virtud, sino porque, 353 siendo lo m ás característico de su condición y su ac­ titu d el m antenerse volcado totalm ente hacia el interés p o r el objeto, tiende a sum irse, de m anera es­ pontánea, en mayor o m enor olvido de sí mismo. Pero ¡a figura del sabio d istraíd o que, a u n q u e con ánim o benigno, q u e ría c a ric a tu riz a r precisam ente tal d is­ posición, se ha quedado a n tic u ad a en la m ism a m e­ dida en que la actitud científica se ha deportivizado. Y en lo que se refiere a la relación sujeto-objeto, no hay dos cosas m ás diam etralm ente c o n tra p u esta s que la ciencia y el deporte. C uanto m ás prevalece el interés del sujeto p o r sí mismo, po r su propio logro, p o r su propio m érito, sobre el interés po r el objeto, tanto m ás nos acercam os a la que es evidentem ente la a ctitu d m ás propia del deporte, que es el culto a la pura hazaña inm anente, sin objeto, o caren te de otro objeto que no sea el reflejo de la hazaña sobre el sujeto m ism o, com o un trofeo —m edalla en su pe­ chera o copa en su an aq u el—>com o un autocum plimiento, en que el grito I did it! m anifiesta y agota el contenido entero del motivo, sin que el it, el qué concreto en que pueda co n sistir el térm ino del lo­ gro (la síntesis de la urea, la últim a m arca de los cien m etros lisos, el descubrim iento de las ondas hertzianas o la coronación del Everest) tenga otro valor ni relevancia que los de h a b e r servido de in stru m en to p ara ese I did it! o kikirikí autoafirm ativo. III. En los proyectos espaciales, el predom inio de esta m otivación deportiva, em ulativa, y p o r ende anticientífica, estab a ya presente por lo m enos en las p e re n to ria s incitaciones de Kennedy a la NASA («Busquen ustedes algo en que podam os a d e la n ta r­ nos a los rusos, y háganlo»), que term in aro n con la llegada a la luna. E sto no debe h a c er pensar, por lo dem ás, que la a c titu d deportiva necesita de un rival hum ano con el que com petir lateralm ente; la dificul­ tad del espacio p o r sí m ism o p o d ría h ab erla susci354 lado. La ac titu d deportiva puede sen tirse provocada por c u alq u ier accidente natu ral con cuya dificultad pueda el sujeto m edirse, ponerse a prueba, dem os­ trarse a sí m ism o quién es Él. Es evidente que a Hi­ llary le m ortificaba que el Everest fuese m ás alto que él; la com ezón de la so berbia insatisfecha, del o rgu­ llo oprim ido p o r alguien que ponía techo a su e s ta ­ tura, lo consum ía, le q u ita b a el sueño, no podía aguantarlo: tenía que ponerle los pies encim a, tenía que q u e d a r por encim a de él. Cuando, tra s la ascen­ sión, y a la pregunta «¿Por qué subió usted al Eve­ rest?», contestó con aq uella m em orable estupidez: «Porque estaba ahí», bien podía adivinarse que lo que q u e rría h a b e r dicho es: «Porque me jo d ía que fuese m ás alto que yo». IV. La creciente deportivización de las m otivacio­ nes que hoy dom inan en todo em peño hum ano, o sea la reversión sobre el interés por el sujeto de m uchas cosas en que an tañ o pudo predom inar el interés por el objeto, se m anifiesta en el habla cotidiana con el auge que han tom ado en los últim os decenios las pa­ labras «reto» o «desafío». Los hom bres de hoy p a re ­ ce que sienten los obstáculos con que se encuentran —pongam os p o r caso un río que se le atraviesa al am ante en el cam ino que conduce al castillo de la a m ad a— no ya com o problem as que ten d rá n que re­ solver o soslayar de alguna form a si es que preten ­ den d a r alcance al objeto final de su designio —la am ada, en nuestro ejem plo—•, sino com o provocacio­ nes a su autoestim ación, incitaciones a poner a p ru e­ ba el Yo, p ara dejarlo, su perando el lance, crecido y reafirm ado. Ve el río y no dice: «Caram ba, si hubie­ se por aquí alguna b arq u ita, sería todo m ás fácil y m ás rápido», sino que recreciéndose en su enyosam iento se tra sm u ta de Leandro en Narciso, ahogan­ do y olvidando en a m o r propio el a m o r y el deseo de la am ada y, em pezando en el acto a descalzarse 355 indefec­ tiblem ente. m ostrán d o se cada vez m ás Impotente p a ra ganarse su entusiasm o. El fin y el contenido de c ru z a r a nado el río ya no es llegar h a sta la am a­ da sino condecorarse a sí m ism o con la hazaña.y desnudarse. p o r ese m ism o c a rá c te r ile élite superespecializada con la que era difícil la necesaria identificación: se decidió. al río y al m undo quién es él. ya en el sentido estricto rn que. no obstan­ te. Al chico —ya p asab a en m is tiem pos. aunque tal vez no h a sta el extrem o de hoy— no se consigue que le interese el contenido de las a sig n a tu ra s por sí m ism as. con aún m ás h o rríso n a palabra. El tra n sb o rd a d o r esp a­ cial que a prim eros de año fue. desfallecía. 356 • Incentivarlo» p ara que a b ra algún libro de u n a vez. víctim a del accidente que todos conocem os había sido bautizado con el nom bre de Challenger. con sus siete trip u ­ lantes. p a ra tr a ta r de volver a «m otivar» o «incen­ t i v a r » al público con respecto a la in d u stria del es­ lía* io. alicientes exteriores capaces de «m otivarlo» o. com o de costado. La solución p o r la que se optó fue la de ¡ n t roducir en la tripulación. pese a ofrecer la em presa fkpacial elem entos capaces. Ya he dicho cómo. a su vez. h a sta el exliem o de que un colegio que hoy pusiese en su p u e r­ ta «Aquí no disponem os de gim nasio ni de cam po ile deportes». sino p ara rem ed iar esa falta de in terés con un sustitutivo que lo estim ule a aplicarse. se lo som ete a la terap ia sintom ático-behaviourista de c rearle o apli­ carle. con esas m ism as costas o m ontañas a don­ de e stá deseando irse a veranear. de co n sti­ t u i r s e en alicientes deportivos. un lienuino rep resen tan te del average people. ante el gran público. «desafiador». p a ra retozar por ellas com o un b o rriq u ito con chándal). rn euanto autoafirm ación. entonces. una p e r­ 357 . b u sc ar la form a de m odificar e sta im agen tan Inadecuada com o sujeto protagonista de una haza­ ña colectiva (pues com o com ún y colectiva se que­ na que fuese sentida y p a rticip a d a p o r toda la na« ión). que significa justam ente «retador». para o b ten er a la p ostre un resu ltad o de conocim iento que solam ente u na pedagogía ignara o francam ente falaz y desho­ nesta p o d ría p rete n d er equivalente al resultado de conocim iento obtenido a p a rtir de un verdadero in­ terés po r el objeto. p o r su propio logro en cu an to suyo. I'ilns motivaciones o incentivos son siempre. desde la tradición decim onónica norteam el li ana. una im agen inevitablem ente distan ciad a i esperto del gran público. que su scitaba incluso en sus ha/añas m ás espectaculares. deportiva. ju n to al especialista. V. así que la concepción subjetivista. digo. el volum en e im p o rtan cia de las actividades deportivas escolares crece de vez en vez. al patvi er. Entonces. en principio. «se prohíbe e n tra r con chándal» se ni ru in a ría el día m ism o de su inauguración. no p ara c re a r en él un interés auténtico po r el objeto en sí —interés que en el objeto m ism o ten d ría su úni­ co motivo y h a lla ría su p ropia recom pensa—. así pues. o sea el objeto que se le quiere d a r a co­ nocer (digam os la form ación geológica de la corteza terrestre. VI. ya en el sentiilo lato que he usado m ás a rrib a de interés del sujeto |tni sí mismo. en el estu d io de la asig n atu ra. a despecho de su fobia. com o de expeI tinento de laboratorio. Parece que se pensó que n este m ism o m al efecto co n tribuía. se dispone a dem o strarse a sí mismo. la im a­ nen de profesionales altam ente cualificados —am én ile m ilitares o cuasi m ilitares— que ofrecían los aslioiiautas. de n atu raleza deportiva. debido a la Inevitable im presión distanciadora. No o tra cosa en trañ a la concepción de los problem as en térm inos de reto o desafío. La execrable jerga pedagógica m oderna ha in­ troducido recientem ente la h o rríso n a p a la b ra «m o­ tivar». de la em ­ presa estab a ya connotada en el nom bre m ism o de la nave. los periódicos de O riente y Oc­ cidente se han anticipado al co n traataq u e en la de­ 359 . gracias al accidente en que perdió la vida. sí po r lo m enos el m ás fiadero y presI idioso aval. Todos a una. com o rasgos distintivos de n u e stra identidad. 29 de enero de 1986). inalienables peculiaridades gra­ badas a fuego en las en tra ñ as m ism as de la españolía. Dia­ na 16.. Pero la arrière pensée de la contraposición i ut ¡na/historia y de que sólo la m uerte es la que hace de verdad historia nadie la ha dejado traslucir tan clai ám ente com o el ex astronauta. de tan honda raigam bre p o p u lar al p a r que señorial. con sólo poner «m aestra» en donde dice «diestro» y «ciencia del espacio» en donde dice «arte de torear». com o u sted o com o yo. sin d a r­ nos cuenta de que tarde o tem prano algo así tenía que ocurrir. repetitivo. especialm ente en el segundo caso. p o r cor­ nada de toro. a verdaderos extrem os de indecencia en el esquilm o del filón de su indudable rentabilidad propagandística. crítico tau rin o de ABC. puso fin al redondo y pro­ longado bostezo dom inical de las plazas de toros españolas. Vicente Zabala.) que ha vuelto h i tinvertirse de nuevo en noticia sorprendente y con­ movedora p a ra toda la hum anidad» (Editorial. VIII. para aplicarla a C hrista Mi Auliffe. en el caso del Challenger.. llegan­ do.sona c o rrien te de la calle. Es evidente que aquí lo tiue tácitam ente se opone a « carácter ru tin ario » (es decir. el hecho de que las sie­ te m uertes del naufragio del C hallenger hayan reh a­ bilitado y revalorizado la em presa del espacio. Diario 16.. no han falta­ do voces que hayan encarecido el accidente por el saludable efecto de hab erle hecho p e rd e r a la «aven­ 358 tura espacial» su «carácter rutinario»: «Ha sido. Así. frase que se podría parali asear perfectam ente. Por su parte. prim ero de septiem bre de 1985) daba por bien em pleada la m uerte del Yiyo «para que no todo en el toreo se haga rutinario. No es. p ara quienes el a u ra de la m uerte era. y el avance del hom bre se hace sólo a costa de golpes t omo éste». en Colmenar. Ella tal vez p o d ría reco b rar p a ra el decaído deporte del espacio la participación y el en tu siasm o de las grandes m asas. La H istoria es esto. Por lo dem ás parecidos alm íbares de la más pía y babosa sentim entalina han em badurnado sin recato ni respeto el nom bre y la m em oria del jovencísimo torero y la m aestrita provinciana. la m uerte del Yiyo. del m is­ mo m odo y p o r idénticos resortes psicológicos en que. en m odo alguno. decía en su crónica: «Un diestro m ás que en­ tra en la h isto ria del a rte de to re a r ofreciendo su jo ­ ven vida p ara engrandecerla y p u rific a rla de tan ta s i ampañas injustificadas. 31 de agosto de 1985). y este papel fue el asignado a la m a e strita provincia­ na C hrista McAuliffe. funcional o com ercial». cu a tro m eses antes. del m ism o modo que José Luis Castillo Puche («M uerte en la arena». John ( ¡Icnn: «Estábam os acostum brados al éxito. c a rá c te r del que la m uerte es. com o a prim era vista pudiera parecer. cotidiano. ¡La m uerte vende más! VII.» («Con el dolor en el alma». resucitando el fervor y el en tu siasm o de los aficionados. sin m ás. dem ostración de la verdad de la fiesta nacional y de la p rofundidad de los valores e sp iri­ tuales que encerraba. qui­ zá necesario el cataclism o p a ra c a p ta r de nuevo la envergadura de la c a rre ra espacial (. dándole incluso un nuevo prestigio popular.. y tam bién a propósito de In m uerte del Yiyo. paradójico. triunfo y tragedia. Los recobró mil veces m ás de cu an to h a b ría soñado. convirtiéndose en la p rim e ra heroína nacional de las hazañas esp acia­ les. La in d u stria deportiva del espacio se ha asegu­ rado así p a ra un decenio la venta de boletos en el gigantesco e stad io pirotécnico de Cabo Cañaveral. así tam bién. habitual) es nada m enos «iue carácter histórico. esp añ o lid ad o españolez. ABC. hí no el único. hoy senador. estúpida. tan sólo u n a gran falta de cla­ rividencia sociológica podía h a c er tem er que el accidente fuese capaz de m en o scab ar m ínim am en­ te el prestigio del espacio. «Seguim os siendo un pue­ blo de pioneros». No hay n ad a en este m undo eq u ip a­ rable al a u ra arreb o lad a de la sangre y de la m uerte p a ra a d o rn a r y ennoblecer. La san­ gre y la m u erte no solam ente aducen convicción. N adie logró ja ­ m ás ten e r ta n ta razón com o los m uertos. y 361 . por el contrario. altu ra de m iras en los m uertos. peligrosa­ mente. Francisco G. inicua. les ha dicho Reagan a los n o rtea­ m ericanos. ni hubo nunca argum ento m ás poderoso que sus m uertes para d e ja r a la C ausa irrefu tab lem en te convencida de sí m ism a y convencidos de ella a los dem ás. B asterra. Si en E spaña alguien dijese «seguim os siendo un pueblo de co n q u ista­ dores» h a ría reírse a m an díbula batiente h asta a los gatos. N ada podía llegarle m ás a punto que este ines­ perado ingreso de fondos heroico-lacrim ógenos a una em presa em ocionalm ente tan devaluada com o la del espacio. no ya p a ra convertir en éxito el fracaso. siem pre lo ha sido cuando se es pionero. ha percibido con gran clarividencia la ágil m aniobra de los m andam ases n o rteam erica­ nos —dotados de una envidiable reprise p ara estos volantazos de 180 grad o s—. frente a un a taq u e que era com pletam ente equivocado e sp e ra r de la c a tá s­ trofe del Challenger.fensa de la c a rre ra espacial. y poder d e c ir de ella «Es la C ausa p o r la que d e rra ­ m aron su sangre nuestros padres y n u estro s ab u e ­ los» ha sido siem pre un argum ento legitim ador infinitam ente m ás fuerte y m ás definitivo que el con­ tenido de la C ausa m ism a. acciones que ya casi no cotizaban en la Bolsa de las em ociones populares han rem onta­ do espectacularm ente el signo del m ercado y han al­ canzado en dos días sus m ás a ltas cotas entre los valores del Ego nacional. dignidad y c ertid u m b re p a ra la C ausa p o r la que m urieron. N unca los m uertos em pañaron la gloria de una g u e rra ni deslucieron el esp len d o r de una batalla. Todo lo contrario. Se d iría que la sangre y la m u erte son a los tilos de los h om bres el m ás seguro y acreditado títu ­ lo de g aran tía sobre el valor de c u a lq u ier cosa. o hasta la credencial que avala y ennoblece al p o rta ­ dor para p o d e r p rese n tarla dignam ente ante c u a l­ quiera. v irtu alid ad es que se cifran especialm ente en las enorm es posibilidades de capitalización em ocional que ofrecían los m u er­ tos. pero sí para explotar las v irtu a lid a ­ des del fracaso en cu an to tal. sino com o una su erte de portazgo o de peaje que legiti360 imt la e n trad a en circulación de la nueva m ercancía. generosidad. los e sta n d a rte s de cu a lq u ier em presa. sino que tam bién reflejan elevación. «y pioneros eran los m iem bros de la tripulación del Challenger». p o r d e liran ­ te. an te los ojos de los hom ­ bres. IX. y aquello que haya costado sangre y m u erte aquello mismo tienen por lo m ás valioso. Las m u ertes son las que siem pre han consagrado com o verdadera y ju sta y grande y san ta c u alq u ier Causa. N unca es el contenido de la C ausa el q u e se alega p a ra legitim ar y ju stific a r la sangre d erram ad a. El P residente se ha aproxim ado incluso. crim inal o só rd id a que sea. corresponsal de E l País en W ashington. la razón y la bondad de c u a lq u ie r Causa. al m ussoliniano «vivere pericolosam ente»: «El m undo es un lu g ar peligroso —ha llegado a decir—•. sino é sta la que siem pre es es­ grim ida com o el aval indiscutible de la justicia. sino que la sangre fue siem pre su guirnalda m ás herm osa y m ás em briagadora. Que la llam ada C ausa del Progreso —hoy p rácticam en te reducida a la innovación cualitativa en la tecnolo­ gía— esté sujeta a accidentes no es considerado com o un defecto o culpa que haya que achacarle. el desaforado neonacionalism o no rteam erican o se siente halagado y e n o r­ gullecido p o r estas niñ erías y h asta casi se las cree. en esta hora triste. porque las hem os pagado con vidas de jóvenes británicos. con su percepción del m undo en clave de tebeo. y de­ ja rlo ahora se ría una traición a los que han m uerto 363 .) ha sabido con gran habilidad reconducir el dolor nacio­ nal y convertirlo en un sentim iento positivo (. p ara convertir el fra ­ caso en acicate. una ofensa a los m uertos».) Para m uchos se tra ta de un precio que hay que p ag ar p o r m an ten er a E sta­ dos Unidos com o núm ero uno.... Las cicatrices son p ara él com o títulos o pó­ lizas que lo a u to rizan a p a s a r al cobro el créd ito social que. Y así nos lo co n fir­ mó hace poco tiem po el general Jerem y Moore. Por lo que atañe al Challenger. m ás bien com o en¿ ferm edad senil. El respeto y la fidelidad a los m uertos. No sólo porque el espacio es un desafío. pues eso de «pue­ blo joven» no quiere d ecir nada y aunque quisiese decir algo tam poco cu ad raría. c u an d o dijo: «Ahora las Falkland son nuestras. ha ad q u irid o m ediante el sacrificio que esos m ism os estigm as representan. José M aría C arras­ cal. independientem ente de su c a u sa — com o un in stru ­ m ento de coacción p a ra obligarnos a extender y convertir ese respeto c arn alm en te otorgado a sus heridas en un respeto esp iritu al hacia la C ausa p o r la que com batiera.. alienígena. X. Así. Francisco G. B asterra dice en su crónica: «. Y el sedicente «espíritu de aventüra» no es sino el elem entalism o em ocional vinculado a la m ala lite ra tu ra resu ltan te del rem ozam iento de­ cim onónico de las arcaicas sagas fundacionales. viene a entonar análoga cantata: «Por debajo de las lágrim as está la determ inación n o rteam erican a de co n tin u ar el program a espacial. que en tre las pocas y muy generales cuestiones a tra ta r en su entrevista de G inebra no dejaron de in clu ir la de su d eb er de aliarse y u n ir sus fuerzas en defensa de la hu m an id ad co n tra la 362 eventual invasión de un enemigo exterior extraterresIre. Y los trip u la n tes del C hallenger nos estaban llevando al fu tu ro y les seguirem os”». dado que el neonacionalism o norteam ericano debería se r catalogado.. El ex com batiente h erido o m utilado incurre con frecuencia en el abuso de em plear el respeto c a r­ nal que todo bien nacido siente po r cualesquiera cicatrices —en cuanto puros estigm as de dolor. por sus m arcados rasgos regresivos. que es com o ú ltim a ­ mente se lo designa en los tebeos. sin m ás. esas heridas com o un derecho a im ponernos tal a c ata ­ miento.. no veo que tengan nada que envidiarle —en cuanto a visión del m undo en clave de tebeo— a los delirios beduinos de un G adafi los dos grandes señores de la tie rra y de la guerra. p o r encim a del im pacto psicológico inicial (. y todo intento de cu es­ tio n a r este derecho es. e stá siendo utilizado p o r el Presidente. ven­ cedor de las M alvinas. Por lo dem ás. según su criterio.. abusando del tem o r reverente a profanarlos.. co rresp o n sal de ABC en Nueva York. o m ejor dicho. po r m ucho que ese tebeo ad o p te los m odernos escena­ rios de la ciencia-ficción. «El espíritu de aventura —dice en otro lugar B a sterra —. de esta m anera..nosotros sabem os que siem pre ha habido pioneros que han dado su vida en la frontera». es u sa ­ do com o in stru m en to de chantaje p a ra im poner si­ lencio sobre la C ausa p o r la que m u riero n y o bligar al respeto hacia la clase de em presas de que se tra ­ te. sino porque es tam bién el futuro.. Ronald Reagan (.) El Presidente (. No es sino un caso m ás del fuero inm em orial y aún hoy no derogado que quiso h a c er de la sangre y de la m u erte cre a d o ras de derecho.» Aquí parece que B asterra se deja él m ism o en g añ ar p o r el invento. esgrimiendo..) se observa ya un de­ seo de que la catástrofe estim ule el e sp íritu pionero que creó a esta nación (..) ha m anifestado que el fu tu ro "no es de los débiles sino de los valientes. m uy vivo aún en un país tan joven com o E stados Unidos. o una regresión senil hacia las lecturas de la infancia. que la noción de precio o de trib u to que hay que p a g a r por el progreso es una ro­ tunda superstición. com o ejercicio de in­ tercam bio. La H istoria. un recurso irracional. com o lina verdadera explicación: a c a rre a r accidentes m or­ tales y h asta estragos a los hom bres no es conside­ rado com o una calam idad o com o un inconveniente dol progreso. Esto es lo que se expresa. sino respe­ to a las vidas que perdieron. y ju stam en te gra­ cias a exigirlo. La relación de in te r­ cam bio nada tiene que ver con una relación de c a u ­ sa a efecto o m edio a fin. en sangre y m u erte los pode364 íes que entregan. el sacrificio era. u n a injusticia o hasta una canallada de los dioses. lejos de su sc ita r recelo algu­ no. de reci­ procidad y de protección. cuando se dice que el sacrificio de nuestros padres y nuestros herm anos nos obliga a h a c er que su san ­ gre sea fecunda. sino com o su m ejor legitim ación. En ú ltim a instancia —y osta es mi cu estió n — es totalm ente indiferente de­ c ir «precio» o «tributo» o d ecir «sacrificio». y. sino la p arte que les corresp o n d ía en la rela­ ción de intercam bio. po r esta alianza los dioses otorgaban a los hom bres el d isfru te de los bienes de la tierra. con p alab ras m ás pías. (Pero el respeto a los m uertos no es respeto a sus m u ertes y a sus Causas. Consiste en su inscripción en esa extraña p a rtid a de «precio» o de «tributo». es.°) La sacralización de la m uerte. su transfiguración en sacrificio. en consecuencia. renueva respecto de ellos la arcaica conexión. el Progreso y el Futuro. el p ri­ vilegio de ser fin en sí m ism as. éste es fortuito. es una form a de capi­ talización.para conquistarlo». el fundam ento de legitim ación dol u su fru cto de esos bienes. m e­ diante la oblación del sacrificio. Mas p a ra esto véase el co rolario 1. del mism o m odo que exigir víctim as en sacrificio p ara o lo rg a r sus bienes. pues. sin u n a m ala cara ni un m al gesto. Comoquie­ ra que sea. no está claro si u n a inversión hecha po r ellos m ism os. de lo contrario. se su strae p o r tanto a la transparente' relación de ca u sa a efecto. h a c er que sus m uertes sirvan p a ra algo es negarles a las vidas que han p e r­ dido el derecho a no h a b e r servido p a ra nada. que habiéndolo recibido com o fideicom iso se obligan a m an ten er activa su rentabilidad. com o he dicho. p arece que los dep o sitario s de ese capi­ tal son los supervivientes. Las fuerzas adversas que el pro­ greso consigue so m eter y poner a su servicio se cobrarían. au nque el recurso p a ra hacerlo sea fraudu lento —esto es. En una palabra. y la superstición del tr i­ buto o del precio del progreso es universalm ente aceptada. no pasa lo m ism o con el accidente. La relación de intercam bio es la que ejerce y m antiene la alianza entre los hom bres v sus dioses. la relación ju ríd ic a que se ejerce en este caso. por los supervivientes o p o r todos juntos. La irra ­ cionalidad de este recurso racionalizador lo aboca inevitablem ente a re sta u ra r arcaicas conexiones m í­ ticas. h a b ría defraudación. porque tan religiosa sigue siendo la concepción que yace 365 . según ésta. Los sacrificados son una inversión. las C ausas profanas han h ered a­ do así los vicios de los viejos dioses. M ientras el esfuerzo norm al que se aplica a c u alq u ier obra del progreso es racionalizable bajo la relación de causa a efecto. la del pacto o alianza p o r los que el hom bre se reco­ noce trib u ta rio de los dioses y estos lo acogen com o su vasallo. es una relación jurídica. Pero tam bién es raciona­ lizado. no com putable ni proporcionable. el m ítico sentim iento de alianza. E sta conexión m ítica es la que se m antie­ ne in alterada cuando se habla de precio o de trib u to que hay que pag ar p o r el progreso. El sacrificio. una racionalización en el sentido psicoanalítico de la palabra—. La resta u ra d a tonexión m ítica funciona. nu n ca fue considerado com o un «buso. se vuelven dioses en quienes se puede confiar en cuanto exigen trib u to de sangre. XI. no a p o rta rendim ientos m ateriales a la hum anidad.°). com o en un único pedo atronador. El accidente es así rescatado de la contingencia —con lo que deja de ser propiam ente accidente— y tra n s ­ ferido a la necesidad. expresión con la que el lenguaje mo-i derno restablece la conexión m ítica del sacrificio. p o r así decirlo. in se rta al accidente en u n a función de intercam bio. con paranoica precipitación.bajo la idea fiscal o com ercial de un trib u to o de un precio que tengam os que p ag ar p o r el progreso. Bien es verdad. XII. los d em a­ gogos que p refe riría n u tiliz a r las inversiones en tecnología en m enesteres pedestres y terrenos. m enos. ya la form a totalizante del a rra n q u e «// n ’e st pas d ’é tape de ¡'aventure hum aine. o la p a rte p o r ellos reclam ada.. y si se m ueven. cuál es el valor exacto de los hechos. a su parecer. o sea la que hace el suceso aceptable ante el s e n tir del público previ­ niendo las c rític a s que p odrían poner en entredicho las p ru eb as espaciales y la tecnología en general.) En esta tran sferen cia a la necesidad está la racio n ali­ zación ideológicam ente productiva. com o era ya. Por eso. a ataques que nadie iba a lan zar en realidad. está bien lejos de q u e re r h acer una m etáfora de la con­ tingencia fáctica de los accidentes. que. el acci­ dente es aceptado com o la oblación debida a los dio­ ses del progreso. saldrán ah o ra de sus g u aridas todos cuantos abom i­ nan de esta m agna tarea de investigación. a fin de poder se r racionalizado como «prix de sang». (La consagración de la m u e r­ te. de se r un accidente y en­ tra en el reino racional de la necesidad. le hace ju ­ g ar en ella un papel determ inado. no vacila en titu la r su artícu lo sobre el C hallenger precisam en­ te «Sacrifice» (Le Monde. p ara arran carse acto seguido con la siguiente afirm ación: «No hay una sola etap a de la aventura hu m an a que no haya sido pagada con su precio de sangre». S uplantado así el hecho po r lo que se pretende su sentido.» anuncia la pretensión racionalizadora de sem e­ jan te contingencia. o sea de la cons­ tatación e m p íric a de que los m o rtales están expuestos a accidentes. d ire c to r de Le M onde. porque el pro n tu ario de las recetas ideológicas es de fácil m a­ nejo y se halla siem pre a mano. com o ya he ap u n tad o antes. de qué se trata. el pretendido accidente puede p e rd e r el irracional c a rá c te r de fortuito o de casual que com o tal acci­ dente lo define. Deja. a c ep ta r la excepción sería m en o scab ar la racionalidad: sólo si o c u rre siem pre. a pe­ d ir que la NASA cierre sus p u e rta s y que los E stados Unidos d e sistan de e sta em presa. El sentido le q u ita al accidente su propia condi­ ción definitoria: su gratuidad absoluta. d isp aran d o a u n m is­ mo tiem po y desde todos los fortines de opinión. la recta in te rp re ta ­ ción de su sentido (m as p ara esto véase el corola­ rio 2. por la im postura que lo convierte en sacrificio. esca­ 366 moteado. 367 .. que tales contraataques anticipados suelen ser pasos en falso de la ideología oficial. en su tiem po. una defensa que suele acarrearse un cierto efecto de ridículo. com ercial o fiscal la con­ cepción que yacía bajo la idea religiosa de un sa cri­ ficio que hubiese que o fren d arles a los dioses a cam bio del u su fru cto de sus bienes. así pues. d e trá s de su disfraz. m ás. y e sta asignación de papel se le hace equivalente a u n a tom a de sen ti­ do. su facticidad irreductible. o sea su conversión en sacrificio. 30 de enero de 1986). «el precio o trib u to que hay que pag ar por el progreso» ha sido el leitm o tiv unánim e con­ tra la inexistente conjura antitecnológica que han vis­ to en sus delirios paranoicos: «Con toda seguridad (dice el editorial de Diario 16 del 29 de enero de 1986). si se están quietos. y todos saben al pun­ to qué es lo que tienen que decir. siem pre m ás tem ero­ sa y suspicaz de cuanto la experiencia de las reac­ ciones populares podría ju stificar. Así. por ade­ lantarse. la entera b atería de los m ás grandes y solem nes topicazos. No. cuando André Fontaine. a p rese n tarlo y explicarlo en form a de rep re­ sentaciones alegóricas. que. en cam bio. al que el d iario se refiere com o el «del unam uniano “que inventen ellos” ». rec u rre hoy. mueve sus razonam ientos m anejando. o sea los de la vida com o au to afirm ació n deportiva.) en m enesteres p ed estres y terrenos». La carn e y el e sp íritu podrían tener. de ortodoxia. en toda época. Pero esa m uerte d ram ática de siete personas. una alegoría sum am ente elaborada. com o sujetos totalm ente evidentes ante los sentidos. Pero. entre ellas la profesora C hrista McAuliffe. a lo sumo. que olvidaba y aun escindía la perspec­ tiva plena de la persona hum ana. o. tan enem iga de la carn e com o del esp íritu . de la dom inación y de la m uerte. aceptan y entienden la m uerte «como el precio que hay que pagar por la osa­ día de descubrir. El Siroco o El Destino.. sin la m en o r duda. dado que al me­ nos tienen el m ism o enemigo. de los am antes del peligro. que el diario llam a «de la im aginación rom a y la inteligencia en el estó ­ mago» y al cual achaca que p refe riría «utilizar las inversiones (. a los que. y el que solía se r vulgarm ente designado com o «es­ piritualista». y los de género m asculino. de va­ rón. volviendo al texto de Fontaine. ha de en ­ tenderse (subrayado mío) com o el precio exo rb itan ­ te que hay que pag ar por la o sadía de descubrir. siem p re notablem ente exube­ ran tes— de m ujer. La ideología oficial. pues. por lo visto. y. los de la esté­ 368 tica de la dom inación. sin ir m ás lejos. del u n am uniano "que inventen ellos". p o r la arro g an cia de la conquista». No otro es hoy el sistem a m ás com ún de h a b la r de todo lo que nos ro­ dea. «l ’a venture h u m a in e » del d irecto r de Le M onde es ya. aquella estética de los cam isa negra. (H asta aquí la cita. para em pezar. por el atrevim iento del progreso. sobre todo. en su función de d a r razón al m undo. Ahora mismo. La E dad M edia. por la arro g an cia de la conquista».. e stá ya tan recibida y tan asim ilada. e stá pasando a toda pastilla. no tuviese fruncido el entrecejo. Y anda acertado especialm ente si los contrapone. acéfalo y h asta inhum ano utilitarism o. se ha hecho tan de cu rso legal. es pinto­ resco ver cóm o el editorial quiere b a tir con una única an d an ad a dos frentes h asta hoy bien diferenciados e incluso contrapuestos: el que vulgarm ente se sue­ le designar com o «m aterialista». es de no­ ta r cóm o tal género de racionalizaciones y pseudoexplicaciones sólo se hacen posibles en la atm ósfe­ ra retó rica de la alegoría. con que La Tolerancia. los del m ussoliniano «vivere pericolosamente». Así. que. sin p a ra r m ientes si­ qu iera en su índole alegórica y no digam os ponerse . a diferencia / del prim ero. tal vez el editorialista anduvo m ás acertado de lo que él m is­ mo se pensaba en este novedoso co n tu b ern io en tre esas dos facciones presuntam ente opuestas. sino p o r su ciego. fue. Pues bien. tal y com o en las lám inas o los frescos del siglo XIX podíam os seña­ lar con un p untero tanto La In d u stria com o La Tole­ rancia. en un bloque u ni­ tario. con que la ideología oficial se siente responsable de am o­ n e sta r e ilu s tra r a la opinión. XIII. p a rtid a rio s de la oscuridad. de la im aginación rom a y la inteligencia en el estó m a­ go.) El didáctico y prcscriptivo «ha de entenderse» subrayado po r mí seña­ la ya las ínfulas de recta doctrina. po r n u estra red ferrovia­ ria. Por lo dem ás. que sería —según dicen los exper­ tos— totalm ente catastró fico perder. en efecto. personajes que no p odría d e te rm in a r m ás que pintados en una alegoría. pues. cierto im p o rtan tísim o convoy llam ado El Tren de la Tecnología. no im pugnaba la tecnología po r su in u ­ tilidad. p o r el atrevim iento del progreso. por ejemplo. que tom aron la calavera com o b la­ són. al inten­ ta r rebozarlas y a b a tirla s con e sa única perdigona­ da de «partidarios de la oscuridad». sin em bargo. el m ism o amigo.Siem pre ha habido. casi bastab a con que los de género fem enino tom asen form as —p o r cierto. lo que quiere d e c ir que todos sus tiem pos y todos sus luga­ res se copertenezcan. llám e­ se Don Quijote. aguas afue­ ra del Golfo de Guinea. sin g u la r determ inado. o cen­ tro de coordenadas del sistem a reticu la r de locali­ 371 . sería sin duda m ucho m enos insensata. p o r su erte para nosotros y aun m ás para nuestros deudos y allegados. e inm ensam ente m ayoritario. que es algo así com o decir « pri­ m er acto r en el reparto» o «prim er espada en el coso v el cartel». ju sta m e n te el poderlo d e te rm in a r com o protagonista. Pero. com o he dicho. al que podam os rem itir subordinadam ente todos los dem ás. El protagonista de fic­ ción. m ás común. llám ese Ulises. Lo cual huelga d ecir que. aunque no falte quien p re­ tenda serlo. nos quiere d e sp ac h a r com o plausible sem ejante lenguaje figurado. haya o no subsistem as secundarios. o sea el único m odelo de sujeto idóneo p ara la aventura suele to m ar la form a de un individuo em ­ pírico. indica la univocidad y unilateralidad del ám bito de acción que la ficción litera ria logra ju s ta ­ m ente tom ándolo a él po r único y absoluto punto cero de todas sus coordenadas de tiem po y de lugar. y el ám bito de acción de las vidas no fin­ gidas es. creem os poder d a r el nom bre de aven­ turas. Naturalm ente. com o yo m ism o he dicho m ás a rrib a. La aventura. el expediente m ás viable. fuera de la ficción no hay en verdad protagonistas. «protagonista de ficción». La arm o n ía con la que se cruzan y revuelven. sin preocuparse de convalidar la legitim idad lógicoconceptual de lo que. un punto im aginario en a lta mar. prim ero y último. pero no aventuras. Por eso es redun­ dante decir. 370 al m enos h a sta hoy. y a unos 5 grados de latitud S u r de Accra. se tu rn a n y acom ­ pasan las figuras en la danza fingida de la alegoría pretende convalidarse com o verdad de lo rep resen ­ tado.la cuestión de si hay o no hay tal aventura. y no hay m ás que una form a de que se copertenezcan: que puedan ser referidos a un único. p o r lo mismo. Los hom bres que no som os de ficción —o al m enos lo creem os sinceram ente así— tenem os vidas. XIV. de fija r ese centro de coordenadas capaz de h a c er unívoco y u n ilateral el ám bito de acción que exigen la ficción y la aventura es en carn arlo en un sujeto hum ano al que se privi­ legia com o «protagonista». p o r p u ra y sim ple cohe­ rencia iconográfica. la c a rto g rafía m oderna decidió se ñ ala r en el Océano Atlántico. ya H om ero lo h a b ía intuido en la Odisea: «Los dioses tram an y cum plen la perdición de los m ortales. concebir sem ejante situación. a unos 10 grados escasos de longitud Oeste de Libreville. afortunadam ente. según lo que por tal quie­ re en ten d er André Fontaine. todo el m undo da p o r bueno el razonar directam ente sobre ella. está bien lejos de poder hacerse con el ám bito de las vidas no fingidas. p ara que los venideros tengan qué contar» (VIII. capital del Gabón. veamos ahora cuántas ficciones representativas nos exige la construcción de una alegoría com o la de «la aventura hum ana». que no lo es. sólo los individuos no­ velescos tienen de veras aventuras propiam ente di­ chas. Pero h a b ría que em pezar por se ñ ala r cóm o ya «la aventura» m ism a es un invento de la litera tu ra de ficción. que se c a ra c ­ teriza ju stam en te p o r se r m ultívoco y m ultilateral. centro de coordenadas. a veces nos p asan cosas o em ­ prendem os excursiones a las que. siem pre multívoco y m ultilateral. H echas estas observacio­ nes. po r cierta m alicia ap ren ­ dida en las novelas. p ara el buen concierto de la navegación. capital de Gha­ na. no sin cierto/ narcisism o. 579-580) y C ervantes lo dem ostró con el Quijo­ te. por dilatado que sea el espacio en que se desarrolle. exige en p rim e r lugar una univoci­ dad y u n ilateralid ad del ám bito de acción. aunque. p a ra que fuese intem acionalm ente convenido como punto 0-0. C ierto que. La acción hu m an a po r sí m ism a —sin los m alos ejem plos de las novelerías—>si aún fuese lícito. a la vez. la c ris tia ­ na (año. ¿H asta qué punto por ese unicum mare. se le atribuyen. que tom a por punto cero el lím ite inextenso entre las 0 horas de la m adrugada del día de la Hégira y las vein­ ticu atro horas de la noche de su víspera. estatuyendo la to­ tal copertenencia de tiem pos y lugares. ab urbe condita).zación geográfica form ado p o r los paralelos (absci­ sas) y los m eridianos (ordenadas). a n te s/d esp u é s de Cristo). una vasija de cerám ica. ciertam ente.. a ser el subsiguiente. la islám ica. salvo que im puestos so­ bre lo que pretendem os no fingido. en cambio.i Aventura H um ana. para la bu en a m archa de las A dm inistraciones. que o rien tan d o los d erro tero s del océano facilite el en co n trarse y destrozarse a cañonazos las escu ad ras enem igas. p rospere y p redo­ mine? Y esto es lo que se ha hecho. probablem ente m e­ diante un tratam ien to de com presión lateral.. cóm plices o co rresp o n sa­ l e s . C ierto tam bién que. h u b o que proceder a h a c er de cada generación sincrónica o coetánea de hom ­ bres y de pueblos «desde la noche oscura de los tiem ­ pos» (ABC. no son. fe­ cha y víspera de la huida de M ahom a de La M eca a M edina. que reú­ ne en la identidad de su persona tan to al caverníco­ la d e scu b rid o r del fuego com o al a stro n a u ta que pone el pie en la luna. un c a rro de dos ruedas. Prim eram ente. a su vez. una copertenencia de tiem pos y lugares. por participación o perm isión. XV. Con todo. y sin detenernos m ás en ello. vino lo m ás difícil: hubo que h a c er que m ediante u r ^ especie de m etem psicosis o tra n s­ m igración longitudinal (casi com o la entrega del tes­ tigo en una c a rre ra de relevos). que invente y que construya. en sus m otivaciones aparentes. 373 . p ara sujeto de l. En am bos casos. en ese tem pus unum . Sin embargo. fue preciso co nstruir. editorial de lecha que no puedo precisar). que­ dando así form ada la identidad d iacrònica de toda la colum na que definía finalm ente el individuo idó­ neo p ara protagonista de La Aventura H um ana. E stablecida así una sucesión diacrònica de individuos diversam ente caracterizados. 15 y 14 de julio de 622 después de Cristo. de alguna form a. esta b lec e r una univo­ cidad y u n ilateralid ad del ám bito de acción. cada uno de aquellos individuos. C ierto que éstas son convencio­ nes en las que el ám bito de acción hum ana ha sido som etido a unos criterio s de copertenencia de tiem ­ pos y lugares sem ejantes o siquiera equivalentes a los que rigen para la ficción. que a p re n d a y que m adule. en cierto modo. «Challenger: el desafío». com o un docum ento nacional de identidad. aun dirigidas. cierto individuo bastante com ­ plicado. se busca. un arco. alineados en colum na según la diacronia. el a n te rio r y p asa­ se. en la elaboración de nuestra sofisticada y frau d u len ta alegoría de «La Aventura H um ana». a este héroe tan versátil. se han señalado no pocas veces puntos cero en la pre­ su n ta línea de los tiem pos.. sobre ese solus orbis. o que d atan d o p o r una m ism a cuenta uniform ada las fechas de extensión de los m ás diversos docum en­ tos oficiales increm ente el p o d er de los controles de la A dm inistración. un úni­ co individuo definido p o r el a trib u to propio de su sincronía —un hacha de piedra tallada... por designios m ás prag­ m áticos. el carto g ráfico y el crono­ lógico. no se im agi­ n a rá tam bién com o único y el m ism o el héroe que navegue y que conquiste. com o la rom ana (anno. aunque o r­ denados según la prelación jerá rq u ic a de los respectivos atrib u to s. que la cartografía y la cronología quisieron 372 d ecretar p o r unos y los m ism os. etcé­ tera. com o la categoría literaria del concepto de aventura d em andaba com o protagonista un individuo sin g u lar unívoco y aun Idéntico a sí mismo. o respectivam ente. d eterm inando «Eras». siguiese siendo. la c arto g ráfica y acaso todavía m ás la cronológica. dejem os a p u n ta d a la cues­ tión de si no sería el caso de exam inar hasta qué pun­ to estas m ism as convenciones. La o b ser­ vación es tan indiscutiblé com o em inentem ente can ­ dorosa. C uriosa observación la que sigue a la prim era frase del artículo.. La im portancia otorgada al sacrificio por las ideologías revolucionarias excede en m ucho a la que le otorga el cristianism o. en avant et au-dessus d'elle»'. 374 XVI. p o r su parte. decía: «Il n'est pas d'étape de l'aventure hum aine qui n'ait été payée de son prix de sang». social y h a sta geográficam ente m uy determ inado: el ideal del euro­ peo burg u és ap arecido con la revolución in d u stria l del siglo XVIII. dice así: «Ce n'est pas par hasard que non seulem ent les religions m ais les idéologies nationalistes ou collectivistes qui se sont si souvent. han venido tan a m enudo a reem plazarlas hayan llegado a d a r tanto relieve a la noción de sacrificio»). Esta. al p a r que el e d ito ria lista de Le M onde del m ism o 30 de enero de 1986 dice a su vez: «La conquête de cette "nouvelle frontière" que constitue l ’e space figure au nombre de ces aventures auxquelles l ’h om m e ne sau­ rait échapper. aujourd'hui l'avènem ent des transportes terrestres ou aériens. en opinión del propio An­ d ré Fontaine. M itterrand. generalizando en él. decla­ ra. Al de­ cir que no es p o r casualidad (il n'est pas par hasard) quiere d e c ir que sus bu en as razones h a b rá cuando tam bién las ideologías agnósticas. com o sa­ crificio necesario p a ra un determ in ad o desarro llo («Por paradójico y herético que pueda p arecer [. a renglón seguido. la otra. Antidühring). («No es ninguna casu alid ad el hecho de que no sólo las reli­ giones sino tam bién las ideologías nacionalistas o co­ lectivistas que. substituées à elles font une telle place à la notion de sacrifice». h a sta la aceptación de la necesidad de la sangre y de la m u erte com o único m o to r revolucio­ nario. E n efecto. Se h a lla rá por naturaleza tan ajeno a la facticidad del accidente com o supeditado a la necesidad del sacrificio. desde hace un p a r de siglos. «l'hum anité est ainsi faite qu'elle a besoin de regarder au loin. un m o­ delo ideológico de hom bre histórica. como antes las re­ ligiones. dem ain peut-être la maîtrise de l'univers».unos rasgos de c a rá c te r extrem adam ente lim itados. La alegoría de l'aventure hum aine le ha p e r­ m itido a Fontaine la racionalización del accidente como prix de sang precisam ente porque el fantasm a­ górico pro tag o n ista de tal alegoría es tra n sc en d e n ­ te a toda contingencia. y va desde la m era acep ta­ ción de la esclavitud p o r p arte de Engels. Pero ese «a m enos que renuncie a se r él m ism o» que el e d ito ria lista aplica al propio cavernícola d e scu b rid o r del fuego p arece no d u d a r de la identidad de un hom o universalis que ya en la caverna m ism a d a b a m u estra s de ese c a rá c te r indo­ m able que m añana tal vez ponga en sus m anos el dom inio del universo. que «nous savons que rien ne décourage l ’h u m a n ité dans sa m arche en avant»-. así e sta últim a cita ha creído p o ten ciar su efecto acústico m ediante el a r ­ did de co m b in a r sinérgicam ente la jerg a de la iden­ tidad con la estética de la dom inación {«la m aîtrise de l 'univers»). m ás grandiosa y solem ne p a­ rece q u e re r s e r la p a rtitu ra . conciben el vivir y el devenir hum anos su ­ peditados a esa clase p a rtic u la r de relaciones de intercam bio en que consiste el sacrificio. un gran progreso».] la im plantación de la esclavitud representó. sa u f à renoncer à être lui-même: hier la découverte du feu. C uanto m ás m iserable y m ás ram plón es el libreto. al m enos según las cosas que los tex­ tos dicen de él. depuis deux siècles.. H arto dudoso es que estos tan anim osos y em prendedores rasgos de c a rá c te r p u e­ dan ser hechos extensivos a otros hom bres que no sean el m odelo ideológico ideal que de sí m ism os se hacen los propios inventores de la alegoría de La Aventura H um ana. en las c ir­ cunstancias de aquel tiempo. en telegram a d iri­ gido a «M onsieur le p résid en t et C her Ron». entre o tra s cosas. Como es natu ral las tendencias izquierdistas 375 . com o el lector recordará. de m odo h a rto abusivo. sino siem pre. p ara los segundos es rem u n erato rio (v. Por consiguiente. la rareza. Fontaine d irá todavía unas líneas m ás aba­ jo: «Nés (Les États-Unis) d'une guerre de libération. m ientras que las derechis­ tas se in clin arán preferentem ente h acia el pagano. gr. y de vestido. Más va­ lía hab er dejado en paz los dioses en sus cielos y quebrantado. ¡De nom bre h a­ b rán cam biado. leur histoire a été écrite par l'épée». de Progreso o de Futuro.se acerc ará n m ás al m odelo c ristia n o (m artirológico) del culto a la m uerte. con que el arcaico y sangriento Yahvé-Señor-de-los-Ejércitos. Fontaine se ha desplazado a o tro terreno. sería la de un pueblo o una nación que no fuese producto de la es­ pada. sino que es la perp etu ació n del sacrificio lo que dem ues­ tra que los dioses no han cam biado. en vez de reflorecer y renovar sobre nosotros su cruento señorío. la m ítica conexión del sacrificio. no es que el sacrificio haya sobrevivido al cam bio de los antiguos dioses. de D esarrollo o de Tec­ nología. antes. XVII. h asta hoy no conocida. vestidos de paisano. sino los sacrificios de los hom bres de la tie rra los que pusieron dioses en el cielo. La prueba de que no es el dios el que dem anda el sacrificio. Com m e celle de la France selon de Gaulle. el sacrificio. A fin de hacernos acep­ ta r la idea del accidente com o prix de sang. el d isfraz y el m aquillaje. con los nom bres de H istoria o de Revolu­ ción. Los m ism os perros sangrientos con distintos aunque no m enos ensangrentados collares. en m odo alguno. El paso es im portante: la noción general de sacrificio es tra n sfe rid a de la ficción que la aplica a tra n sfo r­ m ar el accidente en trib u to que hay que p ag ar po r el Progreso a la constatación que la reconoce por su­ prem a gestora de la H istoria. Los pueblos no pueden ser más que productos de la sangre y las naciones no han llegado a ser jam ás sino creaciones de la espada. dado que son lo que Fon­ taine designa com o «ideologías nacionalistas o co­ lectivistas que. por los salones de m oda del agnosticism o. ya no se tra ta de la fra u ­ dulenta transfiguración del accidente en prix de sang o en sacrifice: entre la sangre d e rra m a d a p o r la es­ pada y la creación de pueblos y naciones no hay ya una relación accidental. que era la fuerza que los sustentaba. los dioses de los cielos los que im pusieron sacrificios a los hom bres en la tierra. ya ellos solos se h a b ría n venido abajo desde las a ltu ­ ras. Y las C ausas tienen el lu g ar de dioses. ils ne sont vraiem ent devenus une nation qu'après la terrible épreuve de la guerre de Sécession. han venido a reem plazar a las religiones». Fontaine quiere ofu scarn o s con la contem plación de cóm o 377 . XVIII. N adie lo pone en duda salvo que. El sacrificio es el que crea. la Causa. p o r el contrario. ciertam ente. pues. Pero el can d o r de Fontaine está en h a b e r dado irreflexivam ente por supuesto que los dioses han cam biado. desde hace un p a r de siglos. Y los dioses no han cam biado. circu la y se las bandea hoy en día im punem ente. sino que es. no de condición.: «precio o trib u to que hay que p a g a r po r el progreso»). tan pudorosa com o frau d u len tam en te laicos. el sacrificio el que postula al dios la hallam os m ás a rrib a en el pasaje en que se o b se r­ va cóm o nu n ca es la C ausa lo que se esgrim e p a ra ju stific a r el sacrificio y la sangre derram ad a. nos hallam os ante una suerte de ra­ reza o de cu rio sid ad histórica. como un viejo verde. La H istoria Universal no es sino el nom bre. iam senex sed deo uiridisque senectus. la sangre derram ada. p ara los prim ero s el sacrificio es redentor. lo que se esgrim e para legitim ar la Cau­ sa. por el co n tra­ rio. 376 po r el contrario. com o d em uestra la renovada aceptación del sacrificio! Si­ guen siendo los viejos dioses carroñeros. en cambio. no ya la C ausa la que prom ueve el sacrificio. En esta apelación al sacrificio. En el principio no fueron. pues la H istoria es. h asta dejarlas in d istin tam en te hom ologadas en orden de razón tan to ap licad as al accidente técnico del Cha­ llenger com o aplicadas a la h isto ria de los pueblos y la creación de las naciones. El ya referido ejem plo del ex com batiente es nòlo un caso extrem oso.toda creación. sangre y m uerte de cien ge­ neraciones p re c u rso ra s— tom a. El artificioso giro de p a s a r­ se sin m ás de la invención. La fun­ ción de intercam bio sacrificial entre la p a tria y sus m iem bros constituye. m ucho m ás am plio y generaliza­ do. pues. y sobre todo la H istoria Universal. ra378 tifica y legitim a la concepción. XIX. p o r ta n ­ to. no acciden­ ta. una especie de flujo continuado y reciclante. acreedores de nuestros descendientes. Los sacrificados son ya la p a tria m ism a. si fuese preciso. en m odo alguno.privaciones. El derram am ien to de sangre que ha inundado —y. de que todo p a trio ta suela en carecer su p a tria pix-cisamente en nom bre de los inm ensos sacrificios que. Quiero decir que aquí estam os ante una verdadera relación de cau sa a efecto y una verdade­ ra relación de m edio a fin entre la sangre d e rra m a ­ da y la p a tria construida. contundente e indiscutiblem ente abona. ap rem iante y personal del peculiar fenómeno. sino el im pulso. La esp ad a no fue un peligro al que hubieron de exponerse cuantos tom aron parte en levantar a Fran­ cia. Las heridas que se reciben y se infieren d u ran te la b a ta ­ lla no son el precio que hay que p a g a r p o r la victo­ ria. toda grandeza hum ana —y la grandeur de la France en especial— se han levantado sobre el sacrificio. dado que es bien patente hasta qué punto se habla de «sacrificios» con respecto a los su­ frim ientos p o r la patria. Entonces nosotros m ism os pasaríam os. haciéndola acreedora. lleva tal vez por único designio el de hacernos sen tir m ás apropiadas y m enos sospechosas las dichas expresiones. el procedim iento y la arg am asa con que ha sido creada. esfuerzos. los sacrificados. a la vez. pues. sino el propio in stru m en to con que fue edifica­ da. sino el m edio de g an arla o de perderla. y tal com o sobre el crédito de la m aterna leche que m am am os se nos reclam a el am or debido para con nuestras m adres. universalm ente ac a ­ tada. m u rien ­ do po r ella. no obstante. la relación sacrificial. aquí. conjuntam ente cyh la pa­ tria. la relación de intercam bio. entonces la función de intercam bio creadora de 379 . la h isto ria de la p a tria no es sino la h isto ria de sus sacrificios. ha hecho— su historia no es el precio que ha ha­ bido que p a g a r po r la creación de Francia. su ­ brepticiam ente unívocas respecto de am bos casos las expresiones p rix de sang y sacrifice. el valor del sacrificio . fabricación y p ru eb a de artefactos pirotécnicos a la form ación h istó ric a de pueblos y naciones. haciéndonos. form a de crédito. y aun. de la necesidad del sacrificio. «por verla tem ida y honrada. bajo las m ú lti­ ples y tan diversas fó rm u las de su interpretación. m anteniendo. a nuestra vez. cifrando en ellos tanto lo que la hace a sus ojos tan valiosa com o lo que m otiva su d eb er de a m a r­ la y respetarla. a en g ro sa r el m onto total del crédito. Los golpes de la espada no son. sino la propia y norm al ac­ tividad del in stru m en to idóneo para levantarla. así pues. con toda precisión. la p a tria y la recrea. al trib u to de n u estras propias vidas. por cierto. no sustituye sino que se superpone. contentos tach u n d a chim pún a la m u e r­ te». yendo. Pero la espada hiere o m ata. y el sacrificio co m p o rta la creación de un saldo acree­ dor. así tam bién el cré­ dito de inm em oriales sangres d e rra m a d a s hace a la p a tria que aún hoy les sobrevive acreedora a un triliuto de a m o r y reverencia p o r p a rte de quienes hoy somos sus hijos. Mas si la p a tria es una creación del sacrificio. Aquí. costó construirla a lo largo de su his­ toria. pasan a form ar parte de tal divinidad. según dice. El sacrificio crea. accidentes que o curran durante los trabajos de cons­ trucción de u n a nación. la que m ás generosa. en com pensación. y que. etcétera. al conseguir por fin hacerse con el puesto. si es que de alguna form a es posible se g u ir hablando de fines (el texto alude a los m óviles de una lucha irre d en tista com o la del IRA irlandés). La diferencia con el designio reside en que e sta estrella no está p ara 381 . No en vano ese m ism o F utu­ ro es la m orada perenne de esos designios ideales que precisam ente denom inam os Causas (v. Mas. E sa historia. en un sentido b astan te p areci­ do al que se dijo antaño en referencia con la religión. «la Causa de la H um anidad». o a cifra del pasado com o saldo acreedor. La titánica y vertiginosa tu rb in a del Fu­ turo asp ira a sus en trañ as h asta las últim as y m ás m enudas b riz n a s de h ierb a del presente. El hom bre que tiene p a tria y tiene h isto ria es el que reconoce en su p a sa ­ do algún saldo acreedor. siem pre. el pueblo que req u ería de los poderes de sus dioses el terren al dom inio de un im perio. El Futuro ha acabado definitivam ente con los dioses. com o cuando se dice de una Causa: "E s la es­ trella que ha m arcado el sentido de mi vida. no lo ^ e rá en el sentido específico de unos designios prospectados. de P rim e r Pagador Universal. hubiese ido a colocarse en el cénit. por rem oto que sea. a contabilidad de víctim as de sangre. Y p erm ítasem e ilu stra rlo con una cita de otro texto m ío («Notas sobre el terrorism o». la luz míe ha a lu m b rad o mi cam ino. en la p articu lar equidistancia de todo lo virtual. se tuvo conocim iento ni noticia de o tra m a­ yor m iseria del presente com o la que al presente 380 padecem os. que dice así: «Así pues. conform e a las m ás diversas operaciones crediticias con las que los hum anos le confían h a s­ ta el p o stre r m aravedí de sus ahorros. gr. sino m ás bien com o si el punto ideal del fin se hubiese levantado del horizon­ te y. «la Causa del Proletariado». algo que. El m onto de los depósitos confiados a las inm ensas cám aras aco­ razadas de los su b te rrá n e o s de sus S usas y sus Persépolis. la con tab ilid ad de tales víctim as c o n stitu iría a la vez la h isto ria del im perio y el registro de su ad ­ m inistración. en otro siglo alguno co­ nocido. respecto de estas luchas. se representa de­ lante. el norte que ha d irig i­ do todas m is acciones". las cuales nun­ ca son exactam ente fines. puesto que la sangre ha sido. pues. com o una estrella polar. 1980). por rem otam ente que sea.la p a tria se ría u n a form a de conexión m ítica del hom bre con tal o cual pasado que reconoce com o su acreedor. sobre el horizonte. Nunca ha sido el Futuro tan causa del presente com o ha llegado a serlo hoy. hoy. la única genuina c read o ra del de­ recho y legitim adora del poder. Jam ás. el opio de los pueblos. que ya no es nunca p ro p ia­ m ente un fin. a su vez. pero que lo reem plaza en lo que tiene de térm ino de referencia de una intención y una con­ ducta. podría m u lti­ plicar m il veces m il los tesoros en cu a lq u ier tiem po acum ulados en los tem plos de todos los dioses de la tierra. sino m ás bien com o representaciones siem pre igualm ente a u sen ­ tes y presentes. Cuán sum am ente lábiles llegan a ser —con­ form e a lo que de ello se d esp ren d e— los lím ites en­ tre p a tria e h isto ria de la p a tria nos lo m o stró De Gaulle. no difiere tal vez de la contabilidad de un tem ­ plo azteca. al igual que to d as las h isto ria s nacio­ nales. situados en el horizonte. com o acreedor respec­ to del futuro. recorriendo un arco de noventa grados en el m e­ ridiano celeste. tan to en O riente com o en Occidente. se reconoce a sí mismo. tan de antiguo y tan encarnizadam ente d is­ putado. de lo alcanzable. esencialm ente. nada tiene de ex tra­ ño que toda h isto ria se vea reducida. q u e p o r d ecir que Francia e ra obra de la es­ pada. los fue haciendo insaciables acreedores de víctim as hu m a­ nas.: «la Causa de la Libertad». ap elando a un m añana en el que volverán al acreed o r hechas pradera de verdor perenne. a la postre. anteriorm ente. El Futuro se ha vuelto. etcétera). prefirió el giro m etoním ico del enunciado «La histo ria de Francia ha sido e scrita con la espada». pero la m uerte enseña a b u sc a r y e n c o n trar la vida. el único au tén tico in teg rad o r de pueblos y hacedor de naciones. Bien es verdad que Fanón estim aba que no cabía p e n sar en o tra form a a u té n ­ tica de independencia que la que fuese a la vez so c ia lm e n te re v o lu c io n a ria : «El c a m p e sin o . dijo aquello de que la h isto ria de Francia había sido escrita con la espada. en las m ás diver­ sas e incontables arengas. entre los oprim idos. No hay propaganda encubierta.ser alcanzada. a su vez. usaron la expresión «san­ gre fecunda» estaban pensando en la del enemigo. a m enudo. prag­ m ática. 2 de abril de 1984—. no ya com o única vía restante. era el único ins­ trum ento idóneo p ara h acer definitiva. pero que rige. de aquí que postule la sangre. principal ideólogo tan to de aquel m ovim iento irre d en tista com o de la organización revolucionaria que lo pro­ tagonizó. subrayados p o r mí —no de una cita literal de Fanón. la violencia. Ja m á s quienes. N un­ ca es. m enoscaban. Si De Gaulle. se­ m ejante inscripción: no un m edio a falta de otros m ás benignos. supuesto que lince. En el es­ c rito r uruguayo M ario Benedetti. el a rd o r sacrificial entona acentos todavía m ás drásticos: «En Am érica Central» —dice en un artículo: «C uatro años después». ni penetración cultural.». pero educa a los sobrevivientes. que logró d a r salida a la revo­ lución argelina. N a tu ra l­ mente. sino a la padeci­ da a la que se le atribuye la capacidad creadora. recordemos ahora cómo. al hacerlas copartícipes en el esfuerzo de la liberación. dando así a la fu tu ra nación independiente la g aran tía de « estar fundada en el sufrim ien to y la esperanza (subrayado mío) de todos los antiguos colonizados». de querencias iz­ quierdistas. «la m uerte devasta los pueblos. hacen m ella. el desclasado. venía a concebir en térm inos p rá c ­ ticam ente idénticos el m odo en que debía c rearse la nueva Argelia independiente. accediendo po r fin a la independen­ cia de Argelia. el FLN. el m artiniqués Fanón. la violencia tan enfáticam ente propugnada como única vía realm ente cread o ra y rem u n erad o ra no podía ser ya la m era violencia instrum ental. El ham bre y la m iseria debilitan. las h erid as recibidas. sino el único m edio propio de la H is­ toria.. d e rra m a n ­ do por fin en to rno suyo el cum plim iento de su re­ dención. u n a vez fracasad as las de­ más. esta violencia d estin ad a a a g lu tin a r m ísticam ente a linos com batientes para hacer de ellos un pueblo uni­ tario y fu n d a r una nación no podía p o n er el acento sobre los daños inferidos —que pertenecen al orden de lo in stru m en tal— sino sobre los sufrim ientos pa­ decidos. el propio sacrificio. el prim ero que descubre cóm o tan sólo la violencia es rem uneradora ». histórica. en La rivoluzione n e ll’A frica ñera—. ni lim osna desem bozada. ni 383 .. o en una palabra. sino com o positivam ente recom endable y pre­ ferente sobre cu a lq u ier otra. com o a su m ism o yugo. y ¿i m enudo bajo la im agen de un aporte de sangre que se fuese acum ulando y acum ulando en un caudal que no puede volver a descender y está abocado por ende u colm ar un día la vasija y desb o rd arla. tam bién p ara Fanón solam ente la espada. XX. el ham b rien to es. con convicción de realidad. en la que lo que c u en ta es exclusivam ente el saldo del daño producido sobre el enemigo. sino tan sólo p ara ser ap u n tad a com o una referencia v irtu al perm anente. com o nación in scrita en los registros de la H istoria. sino en la d e rra m a d a po r las propias huestes. En esa unión del su­ frim iento y la esperanza. a la violencia inferida. Es la lección más im borrable. en una especie de fu tu ro perpetuo. sino de su glosador Caichi 382 Novati. Es una representación sublim inar. pues. la esperanza. vemos lácitam ente im plicada la concepción del sacrificio como cread o r de un saldo acreedor. El País. p o r ser el único m edio capaz de co n so lid ar com o un solo y el m ism o pue­ blo las élites y las m asas. no. interpelando a los que c ritican d e te r­ minadas intransigencias y rigores en las que él llam a «revoluciones triunfantes». Pero ya en esta M archa de la H um anidad ha­ cia el Futuro estam os de nuevo en el plano altam en ­ te alegórico de La Aventura H um ana. que nunca sería bastante. sin em bargo. la fe incondicional en su v irtu d purificadora. que deja en la am bigüedad la cuestión de si la diosa Francia es ella m ism a creai ión del sacrificio. angoleña o vietnam ita. fren­ te a la m agnitud de Dios. capaces de conseguir que un pueblo olvide lo que le ha enseñado la m uerte». En otro texto a n te rio r («El discreto encanto de la derrota». dice: «Si la hum anidad lia dado pasos hacia adelante. el m is­ mo Benedetti. la divi­ nidad da siem pre gratis el amore. el sacrificio. Y cabe preguntarse: si a estos puros y estricto s de hoy les m erecen tan tas objeciones las gestas cubana o sandinista. E l País. que m arcó su época a golpes de guillotina? Y. La aceptación de la necesidad del sacrificio y aun el culto. sino que espera la bienaventuranza no com o pago sino com o premio. la obs­ tin ad a confianza en el valor de la m uerte p o r sí m is­ ma. de tal su erte que el venal m ercado del do ut des que predom ina en la concepción sacrificial p a ­ gana se tru e c a en el c ristian ism o en una especie de libre y gratu ito intercam bio de generosidades. ¿qué les h a b ría p a ­ recido la Revolución Francesa. en los dom inios 385 . y siem pre se rá b astan te como oblación dirigida a su m isericordia. las ten­ dencias izquierdistas propenden m ás hacia la in­ condicional generosidad del m odelo m artirológico cristiano. no d es­ mienten aquí su filiación cristian a. liberadora. ni naciones. ilum inadora. que no pesa su sangre p a ra c o n m en su rar la equivalencia de una felicidad com prada. o tam bién puede ilus­ tra r lo dicho m ás a rrib a sobre cóm o m ientras las ten­ dencias d erechistas se a rrim a b a n m ás al m odelo pagano del sacrificio. égalité. com putado com o precio. ello se ha debido a esas sacudidas inconfortables pero victoriosas. que no creo injusto poder e x trap o lar de la enfática apología de Benedetti de esa «m uerte (que) enseña a b u sc a r y e n c o n trar la vida». fraternité) que desde entoni es invade y tran sfo rm a la historia?» (hasta aquí la i ita).) Este a rre b a ta d o c á n ti­ co a la m u erte com o m agistra vitae m u estra cóm o la concepción revolucionaria puede h a c e r resu c ita r los m ás arcaicos dioses cruentos. sino com o gestor y gestador de la h isto ria en general. cualquiera que sea el peso del sacrificio ofrecido p o r el hom bre. inversam ente. sino que parece que incluso quieren que lo sea y no deje de serlo. sin que. XXI. Así. según él «la hum anidad ha dado pasos hacia adelante».elecciones ridiculas. don­ de ninguna de las p a rte s a n d a rá m irando en quién da más. concebida en cuanto M archa ile la H um anidad hacia el Futuro. Pero Benedetti refiere el sacrificio a las revoluciones. ¿acaso esa in­ clem encia poco m enos que institucionalizada hizo que fuera m enos cierto e influyente el m em orable tríptico (liberté. (Has­ ta aquí la cita de Benedetti. ponien­ do. no sólo al 384 mero sacrificio. 19 de septiem bre de 1983). o. pues. el sacrificio el precio de sangre por ella im puesto a quienes quisie­ ron ser sus hijos. Los hom bres no solo aceptan que el sacrificio sea necesario. puestos en sem ejante tesitura. Nos encontram os nuevam ente en la argum en­ tación de André Fontaine: sin sacrificio no habría po­ dido h a b e r ni historia. p o r el contrario. A eso se refiere la noción de Gracia. al cu asi c o n tractu al do u t des del precio o del tributo. sino incluso a su necesidad. rem iten fuertem ente a la concepción c ristia ­ na del sacrificio com o vía de redención. con sus a lta re s siem pre sedientos de sangre. según la fam osa liase de De Gaulle. im porte ya m ucho que se trate de la redención individual u ltra te rre n a o de una redención colectiva terrenal. no ya en la h isto ria y form a­ ción de las naciones. g racias a las cuales. Engels en vez de co n d en ar los pro­ c e s o s económ icos que sólo la esclavitud hizo. al h a b la r de la equivocada paranoia de los portavoces de la ideología oficial. en fin. por el contrario. com o los dioses quienes dem andan sacrificios hace difícil a d iv in ar si lo que. Il. |tr 11 >nunca m irará. se defiende es la grandeza de los dioses o la necesidad del sacrificio. o. en cambio. con m alos ojos a Frani I m por h ab er sido e scrita su h isto ria con la espada. Lo que se ha p retendido poner a salvo de entredicho no ha sido tanto la em presa del espacio o la tecnología. del Futuro. com o sistem a inexorable de la propia H istoria Universal. po r silencio. repercutir sobre el prin cip io m ism o de la ideología oficial que tiene concedido. pero. Y en general. a u n cuando. sin em bargo. tan incontables m uertes y en fin tan enorm es •iic rificios. de La Aventura H um ana. una excepción. mientras que nos e stá totalm ente prohibido decir: • lo s dioses son m alos porque se com placen con el •ni i il icio». lo que sí pue­ de decirse es que la cuestión está. difiere de la ideología oficial en que. XXII. no co m p arte ni la valoración ni el sum iso acatam iento. en efecto. Com o ya he señ ala­ do m ás a rrib a . por tem or al me noscabo que ello pudiese a c a rre a rle a la industria pirotécnica en sus actuales térm inos concretos. que com prende tan to la sucesión de las c u ltu ras —siem pre en pretendida progresión autosuperadora— com o los progresos po líticos. perdona a la esclavitud p o r h a b e r pro|ili lado esos progresos. Pero la circularidad de cir­ cu n stan cias de que sea tan to el sacrificio quien de­ m anda dioses. Pues. el sacrificio por h a b e r propiciado las Revolucio­ nes. Con todo. tan sólo nos es lícito decir: «El sai t l i n i o es bueno porque com place a los dioses»./q u e la m a r es traicio ­ 387 . de una tal ra­ cionalización pudiese. no fue tanto por la preocupación de racionalizar aquel caso p articu lar de accidente tecnológico. Así De G aulle m ira rá con buenos ojos a Im espada p o r h a b e r escrito la h isto ria de Francia. bajo otro aspecto. He oído. por la indio de un taxi. la sa n ­ óle. posibles. cuan to por lo que la ausencia. no hay ra/ón para e sp e ra r que la ideología p o p u la r deje de 11 im p artir la m ism a concepción en lo que atañ e a la conexión m ítica del sacrificio con que in te rp re ta todo sufrim iento habitual. cuanto el principio sacrificial com o condición m ism a del Pro­ greso H um ano en general. en su irre p ara b le e incon solable contingencia de «cosas que pasan»).de una H isto ria Universal. Si la racio nalización del accidente del C hallenger se hizo m ediante el recurso h ab itu al p a ra racionalizar todo sufrim iento. cui losam ente. com o p a rtic u la re s ram as del Progreso. en fin. hum anísticos y h asta científicos. a p risio n a d a en el m ás riguroso dogm atism o. La dirección del signo de la preferencia e stá excluida de la matei la opinable. según #1. en contados casos. la copla po­ pular que voy a c ita r reconoce del todo la conexión m ítica del sacrificio y acepta su necesidad. el Progreso y la H istoria Universal. en últim a instancia. de una vez por todas. su tri­ buto en vidas hum anas o. en vez de po­ lín reparos a las Revoluciones o al Progreso o a la H istoria Universal p o r h a b e r costado tantos ríos de «migre. hace pocos días —cuando ya iba adelante con estos papeles—. ja m á s se nos tolera la inverllOn jerárquica. Así. se nos ad m ita la re386 VflHÍbilidad genética. perjudicialm ente. Dice así: «Los im puestos de la m ar/n o se pagan con d in ero . se bendicen y ensalzan la m uerte. al Progreso el privilegio de c o b rarse su precio de sangre.-I m ism o modo. luego la aceptación del intercam bio es i Igurosam ente dogm ática. o sea a través de su reconducción a la conexión m ítica del intercam bio sacrificial (y para h acer h onor a quien se lo m erece convendrá recor­ d a r las excepciones de m uchos accidentes p a rtic u ­ lares que son im píam ente aceptados en su absoluta facticidad de desgracias. su sacrificio. pero tan sólo a cam bio de cobrarse alguna vez el precio en sangre de su vida. increpando de traicioneros. sabem os que las facto rías de la Union C arbide no ejercen ac­ tividades en vías de experim entación. au n aceptando la necesi­ dad del sacrificio. al m enos en un día de m alhu­ mor. Por lo pronto. sino que es­ tán en fase de plena producción. que es com o se designa aquí a Neptuno. ya que «la m ar». puesto que esos esfuerzos se dan p o r bien intencionados y orientados a m ejorar la vida de los hom bres. XXIII. celebrando en M angalore una M isa p o r los 2. Lo m ás probable es que se le escapase ni Papa como una m uletilla. com o nlgo en lo que ya. ni aun rem otam ente. Ya sería.500 m uertos envene388 liados p o r la fuga de gas de la facto ría de Bhopal de lu em presa norteam erican a Union Carbide. Ya. la expresión ■tragedia que acom paña» está bien lejos de la de «tri­ buto que hay que pagar» y. en esta frase. Y así. la racio­ nalización del accidente m ediante u na interpretación fiscal —«los im puestos de la m ar»— subsiste idén­ tica a la de la m ás sofisticada ideología oficial. en el Instante m ism o en el que la m oneda deje de p resen­ tarse escru p u lo sam en te p o r su anverso y se deje m ínim am ente entrever por el reverso. No noy tan m al pensado com o p ara so sp ech ar siquiera que las intenciones pontificias fuesen. se tenía m ucho m ás que me­ recido. de cuantos dioses antiguos o mo­ dernos sigan queriendo cobrarse su precio de sangre a cam bio de sus tan dudosos dones. sei la injusto decir que busque expresa y positivam ente ln conform idad de las víctim as. creo que ni tan siquiera el m ism o Hegel. y al párroco de esta m odesta p arroquia de Cracovia en que hoy se ha con­ vertido la C ristiandad Universal no se le va a p edir uno haga cuestión teológica de si el om nipotente y desenfrenado progreso tecnológico es o bra acepta a los ojos del S eñor o tiene m ás de p erversa y engaño­ sa m aquinación de Lucifer. a lla m a r hija de p u ta a la H istoria Universal. sin em ­ bargo. su pretendido derecho a cobrarse ese im pues­ to en vidas de hom bres com o c o n tra p a rtid a de la riqueza en peces que concede. de quien se dice h a b e r llegado a conocerla íntim am en­ te. ni se detiene siquiera el pensam iento. de injustos a sus dioses. inevita­ blem ente presentado com o positivo. un gran paso para la alta ideología oficial el que. lo que equivale a im p u g n ar com o malvado. la palabra 389 . las de s a c a r la c a ra p o r la em ­ presa Union Carbide. la apelación a «los esfuerzos del progreso hum ano». del Progreso. com o u s u rp a ­ torio. y este elem ento de la tragedia. de tan acep tad o y recibido. la in ju sticia del sistem a. de tiránicos. osase tan siquiera to m a r ejem plo de la copla. consiguientem ente. cu ando m e­ nos. de la Tec­ nología. se haya atrevido. no se le ocurre o tra cosa que decir en su hom ilía sino que no tratab a de «víctim as de la tragedia que acom pa­ ña a veces los esfuerzos del progreso hum ano». Había pasado apenas una sem ana larga del naufragio del Challenger. tal como. aun m anteniendo la superstición sacrificial. de creerle a él. blasfem ando de la H istoria. de viaje p o r la India. La diferencia con la ideología oficial está en el hecho de que esta copla popular. Mas. se niega a d a r po r buena. com o un comodín. po r lo pronto. Como se ve. Q ueda en pie. es claram ente in su ltad a com o «traicionera». po r lo poco que sé. y que su instalación en un país com o la India responde al hecho de que países m ás ricos las rechacen. aquí tam bién el accidente se racionaliza com o un in ter­ cam bio: el dios N eptuno concede al pescad o r el be­ neficio de sus peces. por no reu n ir las con­ diciones de seguridad que sólo esos países m enos necesitados pueden p erm itirse exigir. aun sin salirse de la racionalización trib u ta ria . del Futuro.n e ra /y se cobra en m arineros». a reco­ nocer com o ju sta . cuando héte aquí que al Santo Padre. sí que hiede n atenuante. H ablando m ás adelante de la Ulan ab u n d an cia de cachalotes en las costas del Pa­ rtí ico y lam entando que los h ab itan tes de las colo­ nias españolas no aprovechen las ventajas que. lo que hace hoy casi im posible ra stre a r hasta qué punto la noción m ism a de progreso nació ya com o c o a rtad a del fu ro r del lucro. com o ju stifi­ cación del sacrificio y m otivante de su aceptación. cap. que aun de la­ bios del Papa a los católicos indios de Goa no pudo sonarles sino a m ala pata. C om oquiera que sea. tenían nuil. tra s h ab er elogiado po r encim a de toda ponderación las c u a ­ lidades n u tritiv as y la facilidad de cultivo de los píntanos. escrito en gran m edida a p a rtir de los estudios y averiguaciones hechos en aquel viaje. po r lo visto. en aquel tiempo. si fuese m ayor el núm ero de los colonos y si su desidia. se rem on­ ta casi a los albores del culto al dios Progreso. esta su b stan cia p o d ría ser en lo venidero un a rtícu lo de exportación casi tan im p o r­ tante com o el cacao de G uayaquil y el cobre de ( oquimbo. En otro lugar. C ita­ ré ahora unos párrafos de su Ensayo político sobre el reino de Nueva España. la desidia de los h ab itan tes es un o b stácu ­ lo para la ejecución de estos proyectos. ¿cómo se pueden en c o n trar m arin ero s que quieran dedicarse a un oficio tan duro. Así parece h a b e r pasado con «progreso». efecto de la m ism a benefi390 in ic ia de la naturaleza y de la facilidad con que pro­ veen sin tra b a jo a las p rim eras necesidades de la villa. concluye: «Sólo esta inten­ dencia b a s ta ría p ara vivificar el com ercio del p u e r­ to de Veracruz. XXIV. no entorpeciese los progresos de la industria» (libro tercero.«progreso» tiene ya tan indelebles connotaciones de coartada. En el estado actu al de las colonias esp a­ ñolas. La estan cia de A lejandro de H um boldt en Nueva España. de casi un año de duración. ten d rían sobre los ingleses y los norteam ei n a n o s (ya que éstos. hay progresos y progresos). En efecto. nos cuenta lo siguiente: «En las colonias i'ftpañolas se oye rep e tir m uy a m enudo que los h a­ bitantes de las tierras calientes no sald rán de la a p a ­ tía en que hace siglos están sum ergidos h a sta que una real cédula m ande d e s tru ir los platanares. es curiosa la contradictoria m ultivocidad que puede lle­ g ar a ten er u n a p alab ra cu ando las vicisitudes de su em pleo ideológico han sido lo b a sta n te habilidosas com o p ara conseguir que tenga siem pre y en todas p artes bu en a prensa. com enta: «No es la falta de brazos la que podría im pedir a los h a b ita n te s de México el dedicarse a la pesca del cachalote. cap. a una vida tan miserable cual es la de los pescadores de cachalote? 391 . IX). al que quieren ha«oí trab ajar aum entando la m asa de sus necesidades. VIII). H ablando de la gran v ariedad de vegeta­ les susceptibles de elaboración in d u stria l y com er­ cialización que ha podido o b serv ar silvestres en la Intendencia de Veracruz. apesta tanto a justificación. que el m ism o día presentó un com uni­ cado co n tra las m ultinacionales que financian en Goa progresos tipo Carbide. I sperem os que la in d u stria progresará entre los meIaa n o s sin que se em pleen m edios destructivos» (li­ nio cuarto. que ro d ear el continente des­ de el Atlántico). Lo pintoresco fue que quienes pro­ testaron de este m entar la soga en casa del ahorca do en que venía a red u n d a r la em isión por los labios pontificios de la p a la b ra «progreso» en aquellas c ir­ cu n stan cias fueron los m iem bros de u n a asociación de Goa denom inada ju sta m e n te Unión de E studian tes Progresistas (pues. para su pesca. como quien les dijese «son gajes del oficio». doscientos hom ­ bres b a sta ría n p ara a rm a r diez barcos pescadores v recoger anualm ente cerca de m il toneladas de es­ perm a de ballena. p ara llegar al Pacífico. A la vendad el rem edio es violento y los que lo proponen t o n tanto a rd o r generalm ente no despliegan m ás ac­ tividad que el com ún del pueblo. pues tra n sc u rrió a caballo de los años 1803 y 1804. a lo que. p alab ra po r palabra. p rotagonista ad hoc de la grandiosa alegoría de La Aventura H um ana. o aun el buen conform ar. XXV. aun m ostrándose el mismo consciente de la obviedad del quid pro quo que com portaban. bajo una zona en donde la llené! ica natu raleza ofrece al hom bre m il m edios de procurarse una existencia cóm oda y tranquila. una ham aca y una g u itarra? La esperanza de la ganancia es un estím u ­ lo m uy débil. tal como. para tom ar un ul icio tan d uro y una vida tan m iserable com o la del liallenero e ir a e n fren tarse con los m o n stru o s del l >i cano? Alejandro de H um boldt no era ni un naviem que necesitase «vivificar el com ercio del Puerto • le Veracruz». ciegas. Ya he dicho m ás a rrib a que la ale­ a r í a de La Aventura H um ana. des­ precia y deja a trá s al hijo del presente. podem os agregar. según la opi­ nión del com ún del pueblo. la últim a ilc la tercera cita: «La esperanza de la ganancia es lili estím ulo m uy débil. sin a p a rtarse del pro­ pio país ni lu ch a r con los m onstruos del Océano» (li­ bro cuarto. a las que esos c rio llo s de « esto -lo -arreg lab a-y o -en -v ein ticu atro horas» (de e stilo tan español. de su e r­ te que éste se ría el p rim e r insulto con que el neófito de la in d u stria y el progreso. probablem ente indias en su m ayoría. sin iipartarse del propio país ni lu ch ar con los monsli nos del Océano». de los a p la tan a ­ dos sea un entorpecim iento para los progresos de la Industria? ¿Por qué ¡en nom bre del Cielo! sería prelefible que el estím ulo de la ganancia fuese lo basm nte fuerte com o para m over a quien se siente feliz i mi unos plátanos. ni nada podía e s ta r m ás lejos de su m ente i|iio la idea de c re a r alguna su erte de Compañía M r\icano-Prusiana de M anufacturas de Esperm a de ñallena’. com o en un chispazo. cap. X). la grandiosa y solem393 . pone en evidencia el sinsentido y el contrasentido que. lejos de ser el extrem o deliran te —com o sin duda pensaba ingenuam ente H um boldt—. pero. a com eter el atropello de ilistru ir los platanares para proveer de m ano de obra Iiis actividades industriales. lina ham aca y una g u ita rra a a p a rta rse de una exis­ tencia cóm oda y tranquila en su país. realm ente contenida en la letra y el esp íritu del texto: «La m ism a beneficencia de la na392 lin aleza y la facilidad con que proveen sin tra b a jo n las necesidades de la vida entorpecen los progre­ sos de la industria». ¿ p o rq u é ¡en nom ­ ine del Cielo! sigue siendo una pena para él que el lilenestar. sin m odificación alguint. po r lo dem ás) querían ec h ar al tajo de la m ano de obra asala ria d a m edian­ te la coacción de un ham b re artificialm en te p rodu­ cida. sin a lte ra r u n a palabra. El caso es que de la prim era cita de H um boldt podem os ex tra­ polar. i mivicciones pro g resistas las que lo obligasen a sa­ ber siem pre a qué atenerse ante a p o ría s de tan desi iincertante y tu rb ad o ra gratuidad. con c ru ­ dísim a evidencia.¿Cómo hallarlo s en un país en donde. unos tasajos de carn e en salazón. se m o straría m ás tarde. H um boldt no se avendría. son la ver­ dad p ro fu n d a del Progreso todo. a teinn de sus palabras. la siguiente a firm a ­ ción de hecho. Si Alejandro de H um boldt parece m o strar todavía el grado de hum anidad y buen sen­ tido suficiente com o p ara rechazar el dem asiado evidente exceso de la creación de m ano de obra m ediante la destrucción de los p latan ares p o r real cédula. d esgraciadam ente apenas instantáneo. no son sino las que han dado lugar a la palabra o rig in ariam en te a m erican a «aplatanado». De paso diré que creo que esas poblaciones. ello es porque tan sólo en su extrem o escan­ daloso se c ie rra el co rtocircuito que. no habían de s e r m ás que sus puras. c a rn e salada. bajo una zona en donde la benéfica n aturaleza ofrece mil m edios de p ro cu rarse una existencia cóm oda y tranquila. con m iras a fu n d ar ninguna Sociedad I'i lisiaría Transatlántica de Im portación y E xporta­ ción. el hom bre es feliz sólo con ten e r plátanos. de la em presa del em presario sino de la Em presa de la H u­ m anidad. y la segunda de ellas especialm ente relacio­ nada con el prim er em pleo de juventud de Alejandro: intendente de m inas. Pero las representaciones generales capaces de h a ­ cer ju stic ia a la nueva situación y adecuadas a d ar razón de ella se elaboraron y difundieron m uy a p ri­ sa. a cam uflarse tras su correspondiente universalización. indiscrim inadam en­ te. m odernam ente. etnológica. en tre el a rm a d o r Vel arponero. coincide justam ente con la fecha de la invención de la rueca h id rá u lic a de A rckw right y con el año en que Watt p a te n ta su m áquina de vapor de doble efecto. es una com edia vieja. «el hom bre que progresa». 1769. me cusía m ás la tierra»). «el anim al que inventa. H abida cuen­ ta. sin em bargo. igual­ mente benéfico p ara todos. Y así com o fue unlversalizado el sujeto con sus intereses tam bién lo fue su dios: el auge de la em presa se trocó en El Progreso. tom ando la alegórica veste de La G ran E m presa de la H um anidad. esto es. el pro­ pio e m p re sario burgués quedó escondido d e trá s de su universalización en el personaje alegórico de El Hom bre. y p ara los años de la juventud de H um boldt ha­ cía ya tiem po que d e trá s de un defensor a ultranza del Progreso no había p o r qué b u s c a r un em p resa­ rio. casi al com pás de la revolución industrial. com o un interés universal hu­ 394 mano. aprovechasen m ediante el progreso las riquezas inexplotadas de la corteza terrestre. honesto y desinteresado. p a ra Humboldt se tra ta b a ya de que las naciones. señalando cóm o el p rotagonista ad hoc. la em presa del em p resario pasó. com o una diferencia caiai teriológica. por su convergencia esencial en un univoco y universal program a hum ano (convergen­ cia que se vería reducida en el m ejor de los casos a /meto social. XXVI. de que se razonaba en tal su erte de té rm i­ nos universales y no se tratab a. la creación de rique:a. sino que podía perfectam ente hallarse un joven científico hum ano. cuando la evidencia de la lucha de cla­ ses. o —p o r no u sa r p alab ras escab ro sas— de c ie r­ tos conflictos de intereses entre el a rm a d o r y el arponero. sin m ás determ inaciones.ne ópera del Progreso. Se ha cria d o y ha crecido. Una vez que los rasgos del burgués em ­ pren d ed o r h ab ían sido universalizados sincrónica y diacrònicam ente como los rasgos del hom bre. que tiene que a b a rc a r en un solo sujeto desde el caverní­ cola d e scu b rid o r del fuego h asta el pirotécnico de Cabo Cañaveral. unidos p o r algo m uy su p erio r a lo que. pol­ lo tanto. geográfica o cultural («No tengo vocación de ballenero. ab straíd o • le c u alq u ier determ inación de destinatario. o a u n la h u m a n id a d . com o p rincipio autosuficiente. falsa y m ala. era milada p o r él com o una em presa com ún a todos los hom bres. pues. dios de todos. sino com o una deficiencia hu­ mana en general: a aquel hom bre le pasaba alguna 395 . construido sobre un m odelo ideológico de hom bre tanto histó rica como geográfica y socialm ente m uy determ inado: el burgués europeo de la revolución in d u stria l del si­ glo XVIII. em prende y se su ­ pera». extraindivid u a lm e n te c o n s id e ra d a s . Puesto que el universal se había erigido en instan cia dirim ente. a su vez. em pezando por el hecho de que éste se ju ­ gaba la vida en cada lanzam iento de arpón. El año del nacim iento de A lejandro de Hum boldt. está. dos piezas im p o rtan tes de tal revo­ lución. a la que se sub o rd in ab an com o m eras ciri (instancias contingentes las diferencias de papel enl re el em p resario y el asalariado. no me tira la mar. p o r tanto. vino a i esq u eb rajar un tan to el panoram a). la falta de ductilidad del a p latan ad o para i (invertirse en m ano de obra de actividades hasta en­ tonces ex trañ as a su vida no podía ser considerada i orno una m era condición. todos a una eran. y el enriquecim iento em presarial fue despersonalizado com o «creación de riqueza». entendem os por un «pacto social». haciéndolos. los trapiches y los in­ genios para la fabricación del azúcar de caña. com o el plátano artó n de Nueva España) los 396 españoles habían notado la falta de am bición de m e­ tí ro en los tain o s de La E spañola y en los restantes pueblos caribeños. ya sea com o una ta ra o un estigm a que testi­ m oniaba su degradación. incapaces para gobernarse p o r sí m is­ mos. la ganancia (. K arl Polanyi. Así pues. Pese a lo cual. su ductilidad para servir de m ano de obra cu actividades ajenas a sus hábitos de vida y ex tra­ ñas a las necesidades que podían se n tir y percib ir tom o propias e inm ediatas. de «apa­ tía»: «la ap atía en que hace siglos están sumergidos». a saber. d escubriendo su íntim a verdad. ap resu rán d o se a co n sid erarla ya »»•a com o una falta que indicaba su m in o rid ad hu­ mana. el c rite rio de m edida para dictam in ar de la m adurez hum ana de los indios Vde su capacidad para auto g o b ern arse sin la tutela do los blancos fue. un estad o de hum anidad enferm a del que había que sa ca r a esas poblaciones. a saber. entre otros. la ab erració n que d esb o rd ab a unos presuntos lím ites «sanos» del Progreso. au nque se detuviese ante el extrem o de sem ejante cirugía. dice H um boldt. de la destrucción dem ográfica y social. a diferencia del continente. tanto peor p ara el aplatanado. Se esta b a todavía m uy lejos de la Revolución Industrial. el m odelo tenía que perm a­ necer incuestionable. De m anera que si el aplatanado hijo del presente des­ m entía con sus rasgos el m odelo universal. se hablaba de «desidia». incluso quirúrgicam ente. y la única for­ ma de in d u stria no extractiva que h a b ría por m ucho tiempo en las Antillas.) El met . en un p a­ saje de su obra La gran transform ación. o tra s espe­ cies. en cualquiera tie los casos.cosa. y que ciertam en te nunca fue elevado an­ tes al nivel de un ju stificativ o de acción y conducta en la vida cotidiana. donde se co­ nocían y com ían. escribe lo siguiente: «Sólo la civilización del siglo XIX fue económ ica en un sentido diferente y distintivo. Pero ya unos 300 años antes de Hum boldt (y sin que se hubiese im portado aún el plátano ca­ n ario o c a m b u ri en las grandes Antillas. XXVII. no era la excepción sino la re­ gla. h asta qué punto la Revolución In d u strial ha lle­ vado adelante su program a precisam ente a golpes de sem ejante cirugía. pero que no debía de e x asp erar m enos a H um boldt. sino la zona c rítica en que el p rogra­ m a en tero del Progreso se ponía en evidencia.. tenían que h a b e rle sentado m al los plátanos. po r cierto. lo que q u e ría d ecir sin la tu tela de los españo­ les. De­ jando al m argen la observación general de que el li­ bro de Polanyi parece retrasa r sus fechas —al m enos |>or lo poco que un profano com o yo cree sab er de 397 . porque no respondía a los rasgos p rescrito s y pre­ conizados com o propios de la hum anidad universal. y los hechos se han encargado de d em o strar después h asta qué punto la cirugía del d esarraigo obligatorio. com o en tiem pos de Humboldt. como un estad o anóm alo. C irugía que no era. com o pretendían los crio­ llos que prescrib ían com o rem edio la tala de los pla­ tanares. com o probablem ente im agina­ ba H um boldt..mismo que el m otivo ganancia puso en m ovim ien­ to fue com parable en eficacia sólo a los estallidos tie fervor religioso m ás violentos de la historia». no siem pre cultivadas. con plena convicción. un estad o de postración o de de­ gradación. Y así el aplatan am ien to era efectivamente concebido. donde no hay noticia de que se conociese ninguna especie autóctona. portpie eligió b asarse en un motivo que rara vez es re­ conocido com o válido en la historia de las sociedades hum anas. Se h ablaba de él com o de una especie de enferm edad social. cubrió t asi toda su necesidad de m ano de o b ra con negros Im portados del otro lado del A tlántico en régim en de esclavitud. que h a b ría de req u e rir grandes m asas de mano de obra para la actividad fabril. la indeterm inación. La lucha española p o r la justicia en la lonquista de A m érica) «consideraba que. Por lo dem ás. a este respec­ to. o sea la independencia del móvil económ ico fren­ te a d e te rm in a d as concreciones de vida y sociedad. la cuestión? ¿En qué sentido el estím ulo del lui it> había sido elevado a criterio decisivo de la igual­ dad o la inferio rid ad de los indios respecto de los españoles? Interp retan d o las cosas a tenor de las ob­ servaciones de Polanyi —si es que las he entendido i orrectam en te—.. y que cada uno de ellos p o d rá vivir políticam ente. l a pretendida inferioridad del indio.) que sean para ponerlos en libertad entera..) o c o g ié n d o se [em­ pleándose] p o r jo rn a les o de cu a lq u ie r o tra m anera. en tre las diversas res­ puestas al in terro g ato rio de los jerónim os. con m ejor castellano. con­ form e el a u to r m ism o nos señala. ¿cóm o com pagi­ n a r esto con el hecho de que ya apenas a principios del siglo XVI ese m ism o «m otivo ganancia» o. y que sepan g u ar­ d a r lo que así ad q uiriesen. sin em bargo. no ya en­ tre los m uchos y diversos ítem s recogidos en una n eutral y d esinteresada caracterización descriptiva de la índole n atu ral de los nuevos pueblos descu­ biertos.. el cual (cito de Hanke. aparece la de un licenciado C ristóbal Serrano. y. haya ocupado quizá el lugar m ás relevante. po r ejemplo. no era el estím ulo del lucro. la conducta y la perso­ na sólo llega tal vez a cum plirse plenam ente en el protagonista de la revolución industrial. creen. ¿cuál era. vieron y oyeron decir que los tales indios (. eso no quiere de­ c ir que no haya sido reconocido com o uno de tantos m óviles posibles del co m portam iento hum ano ya desde A ristóteles. lo que se echaba de m enos en los indios. inevitablem ente care­ cerían de lo n ecesario en la vida si no los vigilaban los españoles». tam b ién se ría preciso c irc u n sta n c ia r o relativizar la precedente afirm ación.. a u n referido a diferentes térm inos de situación y de personas.) son de tal s a b e r y capacidad (. a tra b a ja r y a d q u irir bienes—.. C ierto que lo que Polanyi denom ina «m otivo ganancia» com o dim en­ sión d eterm inante de la vida. sino la ductilidad. no era sino su denodada resistencia a salirse de 399 . «estím ulo del lucro». a nadie a quien se haya requerido para mano de o b ra a sa la ria d a se le han pedido m ayores ambiciones. aunque.. sino entre las siete e stric tas e ineludibles preguntas consideradas com o pertinentes en el cues­ tio n ario de la en cu esta que h ab ía de d ecidir de la capacidad o la incapacidad de aquellos pueblos p ara p o d er regirse p o r sí m ism os o ten e r que que­ d a r sujetos a tu tela? E x tra c ta ré la tercera pregunta del c u estio n ario de 1517 m andado h a c er p o r los jerónim os enviados a La E spañola po r el cardenal Cisneros: «Si saben. según el licenciado. de poder d ejar m edianam ente heredados a sus hijos. por sí mismo. en el propio párrafo citado. com o lo p ru eb a la propia su p e r­ vivencia y aun bu en a vida de los tain o s antes de la llegada de los españoles. la dosis de estím ulo del lucro req u erid a p ara p a s a r los exám e­ nes de m adurez hum ana era sum am ente m odesta: la que pudiese ten e r un lab ra d o r castellano deseoso de un buen p a s a r y de una vida holgada y. Con todo. de los que en ( a stilla viven». en el fondo de todo. según acá los castellanos viven. sabiendo adqui­ r ir p o r sus m anos de qué se m antengan. ni m enos todavía algo que pueda llam ar­ se afán de medro. p ara lo g a s ta r en sus ne­ 398 cesidades. ahora sa c a n d o o ro p o r su b a te a (. Si la conclusión de S e rra n o era desi aradam ente falaz. Como puede observarse.ello— en unos tres cu arto s de siglo (de tal suerte que. la disponibilidad individual que tan c a racterísticam en te lo acom pa­ ña. donde él es­ cribe «siglo XIX» yo h a b ría esp erad o leer «siglo XVIII»). conform e a la m an era que lo h a ría un hom bre la b ra d o r de razonable saber. a lo sumo. puesto que los indios no m ostraban am bición o deseo de ri­ queza —siendo éstos los principales m óviles que im ­ pulsaban a los hom bres. poeo m ás adelante. ¿no parece. para desgajarse individualm ente de él e ir a engranar. en el sistem a de circulación econó­ m ic a de lo s e s p a ñ o le s . Pero la desaparición de esos circuitos económ icos autónom os no era una m era di­ solución de cooperativas agrícolas. p o r cuya falta catearon los españoles a los indios en sus exám enes de m adurez hum ana. Pero. m u ta tis m utandis y a escala reducida una imagen en que se prefigura la ulterior. el lustre de las Indias y la siem pre en d eu d ad a hacienda real. Así. tal vez el dom inio del univer­ so». las críticas que. pue­ den hacerse extensivas a los españoles de principios del xvi. Polanyi refiere al siglo XIX. así pues. so p ena de ivnunciar a ser él mismo: ayer. y el p resu n to rem edio fue la tutela que vino a re­ ducirlos a siervos de la gleba. por cuanto éstos anticipan. entre los pueblos m ás dúctiles de E uro­ pa —com o p o d ría m ostrarlo. los rasgos que l'olanyi refiere a la filosofía liberal: «En punto algu­ no ha fallado tan notablem ente la filosofía liberal • orno en la com prensión del problem a del cambio. tal incorporación pretendida y fracasada de los indios a la im posible sociedad colonial que reque­ rían la p ro sp e rid a d de los colonos. ya tom em os el de la encues­ ta de 1517. No fueron los indios capaces de a p ro b a r este exam en de m adurez hum a­ na. m añana. que ha traicionado su identidad hum ana. la disponibili­ dad. ya el del progresism o hum boldtiano. tal vez convenga se ñ ala r que la com paración puede e s ta r m uy favorecida tan to por el hecho de que los castellanos de la época del des­ 400 cubrim iento y la conquista de Am érica estaban. único y centrípeto turbión de circulación económ ica que exigirá el Progreso? ¿No son precisam ente el desarraigo. hoy. tendrem os que co n clu ir que tanto los tainos de la encuesta de 1517. para p o d er in co rp o rar a toda la población indígena com o m ano de obra en su propio sistem a de in te r­ cam bios económ icos. la inm ensa proporción de hom bres de tie rra adentro que se lan­ zaron a un m a r que m uchos veían po r vez prim era. XXVIII. las cu a tro p rim e rísim as v irtu ­ des que h a de reu n ir el hom bre de la sociedad indus­ tria l? Por últim o. el advenim iento de los transportes aéreos v terrestres. a identificarse. atom ización y reintegración de toda sociedad hum ana en el homogéneo. la versatilidad y la adaptación. E s to s n e c e s ita b a n h a c e r d esap arecer tales circuitos económ icos autónom os. representan la triste y malofia d a grey del hom bre «que ha renunciado a se r él mismo». y esta vez exi­ tosa. Si recordam os ahora la grandilocuente banalidad exudada po r el editorialista de Le Monde: «La conquista de esta "nueva fro n te ra ” que es para nosotros el espacio figura en esa clase de aventuras ¡i las que el hom bre no puede sustraerse.su propio. para ir a enfrentarse con los m onstruos del Océano. el descubrim iento del luego. sin más. autónom o y autosuficiente circuito de autorreproducción socio-económica. 401 . tam bién indi­ vidualm ente. S er capaces de civilización venía. según los españoles —y aunque perm aneciesen inconscientes de ello—. individuo a in­ dividuo. ya el del ed itorialista de Le Monde. a se r capaces de d e sin te g ra r la propia so­ ciedad autóctona y venir a integrarse. supuesto que sus rasgos no se co rresponden con los •I«. que no q u erían enrolarse de arponeros. sin m arc ar diferencia relevante con los o riu n d o s de la costa—. que no querían «cogerse por jo r ­ nales» com o m ano de obra de los españoles. o sea. pro­ bablem ente. com o po r el de que las expediciones se nutriesen de una población ya preseleccionada en cuanto al porcentaje de individuos im pulsados po r el estím ulo de la ganancia.su m odelo universal. com o los a p la tan a d o s m ejicanos de 1803. la encom ienda. a la nueva to talid ad económ ica u n ita ria establecida po r los españoles. aunque fuese en la situación especial de las Indias. sino la franca destrucción de una entera sociedad. Polanyi retrasa. fueron b o rra d a s (. En todo esto... con el ácido de un crudo u tilita rism o com binado con una confian­ za poco c rític a en las su p u e sta s v irtudes curativas del crecim iento inconsciente». y de «un lab ra d o r castellano de razona­ ble saber» po r la otra. pues fue este el punto con­ creto de la com paración en el que el indio no su p eró la prueba. tam poco ausentes en la conform ación de la ideología liberal) pretendían c o n stru ir en las Indias y. Así. elem entos. de su m undo— fue in te rp re ta d a y valorada h asta p o r los españoles m ás d esintere­ sados y de m enos m ala fe com o un estigm a que certificab a su inferioridad hum ana. d estru ían . viene siendo vigente desde los tiem pos de H um boldt h asta hoy. quizá en su m ayor parte. al siglo XIX la generalización de lo que él llam a el «motivo ganancia». sí es obligado reconocer. con su ignoran­ cia de lo que.) . De donde se concluye que aun aceptando en sus té r ­ m inos extrem os el dictam en de Polanyi. ya al m enos en el siglo XVI tenía que percibirse una notable di­ ferencia. en su dic­ tam en al cu estionario de 1517. XXIX. lo que yo no soy capaz de d efin ir en concreto es ju stam en te el quid de la cuestión. equivalían a la d e stru c ­ ción de un m undo.. cualesquiera que fuesen (. la resistencia que los indios opusieron a esos cam bios —cam bios que.. Parece fuera de dudas que el p rim ero esta b a al m enos b astan te m ás próxim o a la a c titu d que Polanyi quiere h acer propia sólo del siglo XIX. para ellos. aun m ás. al lugar que ocupa en ella la tecnología—. Pero de nuevo c ita ré a Polanyi: «El d escu­ brim iento sobresaliente de las recientes investigacio­ nes h istó ricas y antropológicas es que la econom ía del hom bre. «que ciertam en te nunca fue ele­ vado antes al nivel de un ju stificativo de acción y de conducta en la vida cotidiana». En 1517 no existía todavía El Progreso. por regla general. en cam bio.) Esos inte­ reses serán m uy distintos en una pequeña com uni­ dad pesquera o cazadora de los existentes en una vasta sociedad despótica. pero la explicación del cóm o y el porqué sólo podría sacarse de una m inu­ ciosa com paración en tre am bas sociedades. No obra p ara proteger su 402 interés individual en la posesión de bienes m a te ria ­ les. dice que estos son los principales m óviles que im ­ pulsan a los hom bres a tra b a ja r y a d q u irir bienes. sus am biciones sociales. queda sum ergida en­ tre sus relaciones sociales. bajo el m ism o golpe. no sin c ie rta s variacio­ nes —relativas.. naturalm ente. no ob stan te lo cual. obra en form a de proteger su posición social.. con las respectivas actitu d es económ icas resultantes. entre el «labrador castellano de razonable saber» y el indio de las G randes Antillas..verdades elem entales del arte de g obernar tradicional. que había una es403 . com o ya he señalado. su cau dal social (. q uiero decir que no se hab ía fraguado una noción de progreso tal com o la que. pero en cada caso el siste­ m a económ ico se rá regido conform e a m otivos no económ icos». que con frecuencia reflejaban las enseñanzas de u n a filosofía social he­ redada de los antiguos.) de los pensam ientos de la gente educada. por una parte. No hay p o r qué en­ carecer h asta qué punto cu a d ra esto con lo que los españoles (aun d escartan d o el factor de m ala fe y el valor de c o a rta d a del fu ro r del lucro que todo ello tenía. ya hem os visto cómo el licenciado Serrano. la actitud de sentido com ún hacia el cam bio fue des­ cartada en favor de una disposición m ística a aceptar las consecuencias sociales de la m ejora económ ica.. este quid h a b ría que b u scarlo en el análisis de los res­ pectivos sistem as de vida específicos de un taino. tra s se ñ ala r que los indios no m ostraban am bición o deseo de riqueza.I Inflam ada por una fe emocional en la espontaneidad. po r lo dem ás. Pero. en cu an to al aislam iento y a la asunción individual del estím ulo de la ganancia «como ju sti­ ficativo de acción y de co nducta en la vida co tid ia­ na». filogenèticamente. com o un español de unos diez o doce años. sino que ningún individuo pudiese siquiera conce­ b irse a sí mismo.. Pero la proyección hacia el m añana. Así. p o r supuesto. u n a y o tra vez. carn e salada. ha sido el n e r­ vio y la dem encia del Progreso desde la Revolución In d u strial h asta hoy. tendrem os un motivo en el que si los indios continstaban ya notablem ente con «un lab ra d o r caste­ llano de razonable saber». el hom bre es feliz sólo con ten er plátanos. una ham aca y una g uitarra». p o r regla general. p orque no se ha a b stra íd o todavía la idea del ahorro capitalizador). un hom bre de razón. ¿qué significa o a p a re ja el hecho de que el sistem a econó­ mico estuviese incrustado en las relaciones sociales. aun los m ejor intencionados —que. com o la p siq u iatría m oderna. aisladam ente. lo p rim ero que faltaba p ara que sim plem ente se diese la posibilidad de esa am bición o deseo de riqueza era el sujeto idóneo. que todo ahorro im plica. puede form arse todo un abanico de im ágenes privadas que reflejan o im itan el espectro de la re­ nuncia universal. habrían de c o n trastar diez veces m ás con la población preseleccionada de es­ pañoles m ovidos a c ru z a r el Océano Atlántico por el estím ulo del enriquecim iento. pues. en aquellos tiem pos. al p a recem o s obvia la actitu d de los hijos del presente. el presente. ni siq u iera en la m edida en que podía serlo «un la­ b ra d o r castellan o de razonable saber» (un hom bre. ob stru ía igualm en­ 405 . se añade. según la opinión co­ m ún del pueblo.. Desde el presente de que se priva el a h o rra d o r p o r m ejo rar de casa y vecin­ dad hasta el presente que se va robando a sí m ism o el asegurado po r un e n tie rro y un a ta ú d m ás osten­ tosos. y el prim ero y tal vez el m ás alto «precio que ha habido que p ag ar por el progre­ so» es. la d istrib u ­ ción de bienes m ateriales es asegurada po r m otivos no económ icos». Y H um boldt describe bien la persistencia de esta falta de proyección todavía en los m ejicanos de 1804. Pues. a una vida tan m iserable com o es la del pescador de ca­ chalotes (. Pero fijém onos una vez m ás en el c rite rio distintivo: el indio no m u estra am bición o deseo de riqueza y es incapaz de a h o rra r («para sus necesidades». p recisan d o a veces. al ec h ar de m enos. si las sociedades in­ dias respondían al siguiente p o stulado de Polanyi: «Los sistem as económ icos. sin duda. La m ism a subsunción de la econo­ m ía del indio en la to talid ad de sus relaciones sociales que im pedía la extrapolación individual de un sujeto económ ico consciente de sí mismo.) en un país donde. frecuentem ente analfabeto).pecie de concepción filogenètica del crecim iento o desarrollo hum ano de los pueblos. h a sta la edad m ental que de­ bía atrib u írseles. y la del arp o n ero sólo una opción para desesperados. a im itación del c rite rio com únm en­ te aplicado al d esarro llo ontogenético del niño des­ de la infancia h a sta la m adurez. y en consecuencia de un sujeto p a ra el deseo de riqueza o la am bición de m edro personal. po r ejemplo. que no salgan siquiera doscientos hom bres capaces de «dedicarse a un oficio tan duro. Dicho con la franqueza y la ingenuidad con que lo dice H um boldt. re­ husaban a c h a c a r la condición del indio a un p ro ­ ceso de degeneración— coincidían en d e c ir que los indios eran «como niños». es la proyección del alm a hacia el m añana. están in cru stad o s en las relaciones sociales. acaso am b ig u a­ m ente situ ad o entre lo biológico y lo cultural. y de­ finido sobre todo en térm inos de m ayor o m enor «uso de razón». No era. Pues bien. Ese motivo. el ad u lto indio venía a ser. la etern a renovación de los futuros. com o individuo eco­ nómico. no sin un cierto deje de desdén. requisito absolutam ente indispensable para d o tar m eram ente de sujeto a m óviles o pasiones in­ dividuales com o el deseo de riqueza o la am bición? Si ahora ponem os el acento de la am bición en el aho- i ix). puede hacernos incluso sonreír. para a p a rtarse de él e ir «a luchar con los m onstruos del Océano». para protagonista de «l’Aventu re H um aine»: «Mais l ’h u m a n ité est ainsi faite qu'elle a besoin de regarder au loin. po r se r m ás fuerte. que al ver la resistencia de los indios a em plearse. al m enos en su m ayor parte. sigue al a rp ó n del a rp o ­ nero que ha hecho blanco en el ojo o en la cerviz del cachalote. m ediante el sistem a de adscrip­ ción personal de las encom iendas. No habiéndolo encontrado suficiente en «uso de razón» y m ayoría de edad. el a p re c ia r cuán o b sti­ nada y em inentem ente proyectivo sigue siendo el mo­ nigote m odelado en m iga de pan de sobrem esa por el director de Le Monde. en el terren o de los hechos. y perm itía a los indios autopertenecerse en su presente. sin el trab ajo de los indios hab rían tenido que volverse a E spaña (lo cual indica ya un rep a rto de papeles prefijado. tiem po tenso al igual que la m arom a que. en avant et audessus d ’e lle. Sea de ello lo que fuere. lo incapacitó com o a un m enor y optó por su je ta rlo a su tutela. p erm a­ necer quedos en sí. después de tantas y tan grandes catástrofes com o las que han resq u eb rajad o el propio pedestal de la no o bstante im p e rté rrita e sta tu a del Progreso. en el que los españoles se reservaban el de patronos. Lo que los españoles concibieron com o una diferencia de edad filogenètica entre ellos m ism os y los nuevos pueblos conocidos era. al m enos en ciertas partes.te la posibilidad de la tensión proyectiva del alm a hacia el m añana. XXX. com o lo dem u estra el que tres siglos después H um boldt hallase todavía verdaderos hijos del presente. vendido o hipotecado a su propio porvenir. el caso es que. un cierto estado m órbido de postración social. Cosa d istin ta es que esto no resultase. una distinta configuración tanto del tiem po com o del in­ dividuo. y así pudo autoproclam arse tam bién el m ás adulto y cons­ titu irse en exam inador de la m adurez del indio. de d a r po r váli­ das las apreciaciones de Polanyi. sin­ tom áticam ente caracterizad o po r una denonada fo­ bia hacia un oficio com o el de arp o n ero o c u alq u ier otro que se le asem ejase. m ás que un pretexto para la m ás despiadada explotación. con enco­ m iendas o sin ellas. presentes a sí mismos. el español. individualm ente. en consecuencia. asig n an ­ do a los indios el de trabajadores). com o m ano de obra de los españoles. no hallaron otro m odo de ponerlos a su servicio que el de reducirlos a siervos de la gleba. nom inalm ente ju s ­ tificado com o una form a de tutela. en la que el indio hallaría la guía y la protección del español hasta que llegase a a lcan zar la m adurez de «un lab ra d o r c as­ tellano de razonable saber». 407 . la enajenación del hoy. una diferencia de inserción de lo económ ico en la vida social y coti­ diana de los unos y los otros y. quienes. A esta for­ ma de tiem po distenso y sin fu tu ro del taino o del a p latan ad o se contrapone la form a del tiem po proyectivo. p a ra ir a «luchar con los m onstruos del Océano». y o tra tercera cosa es su total ineficacia pedagógi­ ca. fue el tiem po de los españoles. desenro­ llándose vertiginosam ente. Le progrès a besoin d'un moteur». No ha de e x tra ñ ar que la idiosincrasia del hijo del presente fuese m irada como una enferm edad. si reparam os en cóm o todavía hoy. Venció. p o r sa­ lario. entre los que un a rm a ­ d o r de balleneros no e n c o n traría ni diez trip u la c io ­ nes de a 20 hom bres cada una. Esto quiere decir. aq uella p a rtic u la r idiosincrasia de los indios a la que los españoles h a ­ bían calificado únicam ente com o m inoría de edad filogenètica se h a b ría de ver diagnosticada ahora —conform e al taxativo y excluyente c riterio de sa­ lud hum ana universal— com o una especie de e n fer­ medad colectiva en que podían caer algunos pueblos. p a ra buena m uestra. Pero habiendo ya im ­ puesto el progreso su particu lar m odelo hum ano por m odelo del hom bre universal. se nos ofrece. según declararon m uchas veces. y retom ando el hilo del d escu­ brim iento y la conquista. analógica­ mente. al fin. tácitam ente. ya. frente a frente. y sin posi­ ble escapatoria. que había sido tam bién. m enos ideológicos. m enos torticero s y. Un rasgo que h asta la fecha he hallado p rácticam ente com ún a todas las h odiernas con­ sideraciones o valoraciones sobre hechos del pasado es el de e s ta r regidas p o r el su p u esto tácito de una concepción proyectiva de la H istoria. com o éxito o fracaso. Hechos y ac­ ciones son siem pre ponderados en función ya de aquello que subjetivam ente se cree que pretendían. Pero viniendo a p a ra r a la dom inación. no voy a c o n sid e rar los ju icio s y las actitu d es de los de aquel tiem po. con la índole em inentem ente proyectiva del individuo m oderno y de la form a de tiem po en que respira. de aquello que objetivam ente tenían prefigurado y a lo que objetivam ente a c ab a ­ ron conduciendo. Mas preguntábam os p o r los sufrim ientos de los pueblos de u ltra m a r cuando las g arras del águila bicéfala se clavaron sobre ellos y los arreb ataro n de sus vidas para sojuzgarlos y u n ir­ los bajo u n a nueva ley. al no gravar sobre ellas la pre­ sión de intereses inm ediatos. La razón de ello es que las apreciaciones de los hom bres de hoy sobre hechos del pasado. m ejores o peores. a p e sar de ello. del 409 . y no hay m ás H istoria que la H istoria de la dom ina­ ción. En su ensayo «Vito­ ria y Las Casas». a mi jui­ cio. pero todos sus hechos son m irados en función de una tal actividad. sino po r el que a mí m ás me convenga. ya el vendaval de la dom ina­ ción p rep arab a los cam inos de este nuevo S eñor y hacía rectas sus sendas. un nuevo Dios y un nuevo Im ­ perio. Con respecto al inm en­ so m a rtirio que cayó sobre A m érica cuando. p o r decirlo de una vez. vio venírsele encim a el viejo m undo con todo el ingente peso de la H istoria. Me pregunto si sem ejante concepción proyectiva de la H istoria se corresponde. vol­ vemos a d a rn o s de lleno. aunque no voy a espigarlos por el orden en que se suceden. pues. cuestiones todas la cuales van a la postre a parar. siem pre m ás honestos. Para lo que aquí interesa. Cito. com o el único y verdadero p u n c tu m pruriens que mueve el texto entero. La H istoria es vista com o una inlatigable elab o rad o ra de proyectos y fab rican te de cosas m ás grandes o m ás chicas. Si el dios Progreso no había aso ­ m ado aún al horizonte. parece que deberían tom ar m ás librem ente el c a rá c te r de p u ras con­ cepciones. es la cuestión que para sí sola acapara la preocupación del propio M enéndez Pidal. La rea­ lidad y la atrib u ció n de ese m artirio. y única. El d escubrim iento de Amé­ rica fue verdaderam ente una nueva p u esta en m a r­ cha de la H istoria. La concepción proyectiva de la H istoria es la que ofrece a M enéndez Pidal el fundam ento p ara su apología del Im perio Español. la coloniza­ ción y la conquista. a vueltas de lo escrito y lo callado. en fin. ya de lo q ue efectivam ente consiguieron. Menéndez Pidal contrapone las res­ pectivas actitu d es de esos dos personajes en lo que atañe a cuestiones del descubrim iento. XXXI. porque ofreció de pronto infinitos territo rio s e innum erables pueblos a la dom inación. que los de los hom bres de hoy. tem a exclusivo de toda la lar­ ga vida de Las Casas. con frecuencia d isp ares hasta lo irre ­ conciliable y. con la persecución y el sufrim iento. a la m ás tenebrosa y escabrosa. todos los cuales fi­ guran bajo el últim o epígrafe del ensayo. trascendental: el m a rti­ rio de los indios. con la sangre y la m uerte. por m ano de los españoles. los que se refieren a la actitu d de cada uno de ellos frente al Im perio Romano.el tiem po adquisitivo —en que se prefiguraba ya el tiem po del progreso— el que se im puso a sangre y fuego sobre el tiem po consuntivo en que vivían los hijos del presente. los pasajes m ás útiles de la com paración entre am bos personajes son. sino los de estos últim os precisam ente. una vez más. Este se deja adivinar. por lo demás. aun a despecho de su paganism o. conform es en corazón y en mente. com o por tran sp aren cia. los germ a­ nos. a p e la r a la opinión y a la valoración de los m itiguos Padres de la Iglesia con respecto al Impei io en que vivieron.. los aduáticos. Tom ando en fin p o r m odelo el ejem plo de g ratitud de estos c ristia n o s provinciales (hijos. m ientras Las Casas lo recuerda para condenarlo ju n ­ tam ente con el im perio hispano». la presión b ru ta l con que e stru jan a los pueblos p ara sacarles m iles a m iles las libras de la codiciada p lata hispana y oscense y del m ás codicia­ do oro galaico. Diodoro Sículo refiere el agotador la­ boreo de las m inas.. Casi inm ediata­ m ente antes leem os lo siguiente: «Los h istoriadores [rom anos] refieren fríam ente las crueldades y las fe­ lonías de cónsules o pretores que degüellan m illa­ res de indefensos iberos rendidos.»). parece su­ g erir que el m ism o fundam ento proyectivo —la creación de la C ristiandad universal— que su stenta la indulgencia de los Padres de la Iglesia con las atro­ cidades de la conquista y la dom inación rom anas. estab a P edrarias m i­ rándolos p o r entre las cañas de la pared de la casa o buhío. les concedió el m agno im perio. sino irrita n y d es­ m esuran con pasión a Las Casas».. p o r el comercio. piensa que el im perio tuvo el alto destino de u n ir m u ltitud di­ versa de pueblos. uno a p a r de otro. com o prem io terren al debido a las grandes v irtudes terren a s que ellos m ostraron en su a m o r a la patria. a la gloria. Aún m ás claram ente 411 . donde los esclavos ibéricos perecían a m ontones. con cabal percepción del sentido de la H istoria. y por ahí adelante.e desde una casa que estaba diez o doce passos de donde los degollaban. en­ grandeció con sus v irtu d es terrenas. ha de serv ir de c riterio de valor p ara enjuiciar. de pueblos sojuzgados) hacia el Im perio Ro­ mano. de modo que la fraternidad rom ana pre­ paró el m undo p ara la venida de Cristo.. las de los españoles (un poco al m odo en que. no pudiendo d a r su Ciudad ce­ laste a los antiguos rom anos por su paganism o. contem pló P edrarias la ejecución de B alboa y sus com pañeros: «.. los vénetos. por los m atrim onios. com o a carneros. m intiéndoles el seguro dado. Camilos. añade todavía: «César refiere del modo m ás natural toda la dureza d estru c­ tora de la guerra. los n e r­ vios aniquilados. Vuelvo a c ita r del texto: «Vito­ ria invoca a San Agustín cu ando el santo obispo de llipona a p ru e b a com o legítim o el im perio romano. el im pe­ rio creado p o r los españoles.autor: «Vitoria lo recuerda [el Im perio Romano] para tom arlo com o guía al ju zg a r el im perio español. Drusos. En otro lugar apela al testim onio de Prudencio: «Prudencio adm irando a Fabricios. las m ujeres y los niños.. escribiendo que Dios. en las que la intención de M enéndez Pidal parece ser la de que s ir­ van de rejilla tras la cual el lector pueda entrever. según cu enta Fernández de Oviedo. los aváricos acuchillados h a sta los viejos. igualándolos po r las leyes. y m ás a trá s ya ha dicho: «César es considerado por San Agustín com o uno de los in­ signes paganos que am bicionando un gran poder m ilitar y una gran g u e rra p ara ganarse gloria. Y un poco m ás abajo del p rim e r texto citado. p ara poder. a la dominación. el im perio otorgado p o r Dios a Roma». sobre el 410 fundam ento m ism o de tan negros y horrendos testi­ monios. D entro de e sta elevada concep­ ción no queda lugar p a ra ningún criticism o de ren­ cor».».». en quien to­ dos los hom bres han de herm anarse. trabajando día y noche sin res­ piro bajo el látigo del capataz. los helvecios diezm ados. los eburones vendidos todos com o esclavos. nada c ris tia ­ nas. enum eraciones de c ru e ld a ­ des e iniquidades de la antigua Roma. com poniendo com o un palim psesto que haga a la vez coincidir y c o n tra sta r en una sola las im ágenes de los dos Im perios. por tanto. unidos todos en una sola fam ilia. otras m uchas inhum anas atro cid ad es sem ejantes a las que no ya indignan con razón... bajo las ad m irab les leyes h u m an ita ria s de los Reyes Católicos y del Consejo 412 de Indias. los latrocinios de guerrero s y de gobernan­ tes. la civilización m oderna. propende m ás a la im agen instru m en tal del su fri­ m iento h istó rico —la sangre en la b a ta lla —. llegam os a leer: «Los im perios. a los respectos que aquí nos in­ teresan. La grandeza del fin m i­ nim iza la m aldad accidental que consigo pueden lle­ var los m edios em pleados». que a 413 . a p e sar de todo. Lo que se dice de aquel de quien se h ab la va referido a aquel de quien se ca­ lla. entiéndelo tú. el inicuo despojo de tan to s reyes. porque el éxito de éstos en su im perio. los perjurios. e s ta ría ­ m os tocando con la conexión m ítica del sacrificio. si las utópicas n o r­ m as ju ríd ic a s excogitadas por Las Casas hubiesen sido acep tad as po r E spaña en lu g ar de las de Vito­ ria». el sufrim iento de los pueblos som etidos a la dom inación rom ana y española se encuentra. por su tan innegable com o intensa concepción proyectiva de la historia. A la d octrina de San Agustín pertenece. hijuela. Y aun rem ata M enéndez Pidal su ensayo con es­ tas últim as palabras: «.nos p erm ite a p re c ia r tal connivencia entre la valo­ ración de cada acontecer y la ya dicha concepción proyectiva de la H istoria. com o fuerzas preponderantem ente po­ sitivas y creadoras. p ara luego aleg ar la. «A ti te lo digo. a veces. las p a la b ras «tributo». favora­ ble apreciación de los cristianos. pero. que yo sepa. el cristianism o. sino que pasa directam ente a sa ca r las conclusiones. En su libro El padre Las Casas. en cam bio. en el peor de los ca­ sos. a p a rtá n ­ dolas de las Indias del O riente asiático». XXXII. Dominación y sufrim iento están de todos m odos en el centro de su im agen de la H istoria. porque no ap ru e b a las de los rom anos. por lo demás. razón en su condena de las acciones de los es­ pañoles en Am érica. nació p ara las Indias de América. la opresión de tantos pueblos. siem pre según la concepción proyectiva de la H istoria. a p esar de las vitandas injusticias y calam idades de m uerte inherentes a toda vida hum ana. lo que p ara M enéndez Pidal parece indiscutible es que el único m edio pro­ pio de la H isto ria es la dom inación. pues. el p á rra fo siguiente: «Se­ gún este grandioso y firm e providencialism o de P ru ­ dencio y de San Agustín. o. son en la Bi­ blia y en la teología c ristia n a el grandioso in stru ­ m ento con que la Providencia divina gobierna a los pueblos». Como quiera que sea. a efectos prácticos. pero. las alevosas m a­ tanzas. nada significa el catalo g ar las crueldades del dom inio romano. com o un a priori.. uniéndolas al O ccidente europeo. con Rom a— la prem isa de los he­ chos. lengua y c u ltu ra jam ás. o com o dice el refrán. al rep resen tarse el ejercicio h istórico especialm ente com o dom inación. d em uestra el grave yerro de Las Ca­ sas en su valoración de los hechos de las Indias. mi nuera». adem ás. al m enos necesarias. y en un p asaje a n te rio r recoge tam bién la idea del im perio «como clave en el desarro llo provi­ dencial de la hum anidad». Pero. falsías y deslealtades que en la form ación republicana del im perio de Roma denuncia Paulo Orosio. y cito una vez m ás: «Evidente es que los m il pueblos de todo el Nuevo M undo no se h a b ría n unificado en religión. «pre­ cio» o «sacrificio». la idea de que el Señor gobierna la His­ toria m ediante el sufrim iento. c o n tra ria s a la teo ría ju ríd ic a de Las Ca­ sas y conform es con la de V itoria.. en relación de intercam bio con las tan m agnificadas creaciones de la H istoria conseguidas p o r tal dom i­ nación. Bien es verdad que M enéndez Pidal no dice. Menéndez Pidal se abstiene de a p o rta r —como hace. com o si la va­ lidez de lo que atañ e al Im perio Español se d esp ren ­ diese de lo arg um entado acerca del Rom ano con el autorizado apoyo de Vitoria: Las Casas no tendría. en p a rte alguna. Si tal idea tendiese a funcionar gratuitam ente. Con respecto al Im perio Es­ pañol. Bien es verdad que en la H istoria Uni­ versal se da lo que entendem os por satisfacción. pero han renunciado . 415 . infundado e irreparable. sobre la m ism a línea apologéti­ ca de M enéndez Pidal.1 la felicid ad ». se han congregado San Agus­ tín y Fanón. con m ás o m enos explícita connotación sacrificial. que dé pábulo a sentim ientos n arcisistas.1 Hegel para de hablar. No obstante. que han perseguido fines sem ejantes. pero la H istoria no es buena tie rra p ara que brote la felicidad. impacientes: «¿Vendrá esta noche él? —se pregunta cada uno de ellos en silencio—. po r fantasm agórico que­ sea. cuanto m ayor intensidad llegue a c o b ra r el rasgo proyectivo en la m an era de sen tirla y entenderla. que no calienta a nadie.indo Savater. < itán tomadas ii. Mas parece que todos. ¡Sólo faltaba esta abyección suprem a de venerar a la san g rien ta diosa bajo nom bre y con tí­ tulo de m adre que con dolor da a luz im perios o cu l­ tu ra s o naciones! C om oquiera que sea. ¡tiene que ser creador y m otivado! ¡tie­ ne que tener sentido!. pero ésta nada tiene que ver con la felicidad. A lrededor de esta hoguera fantasm al. así com o la general aceptación de su necesidad. a derecha e izquierda. especialm ente si m e­ dia en ello un lazo personal. Pero. necesitan ju stific a r el s u fri­ m iento h istórico y a m enudo tam bién rendirle cul­ to: el su frim ien to no puede ser gratuito. la idea del sufrim iento. com o un m ero autom atism o.la sacrificial. y apenas. Los tiem pos felices son en la H istoria páginas vacías. Saluda el recién llegado a los presentes con un leve a se n tir de la cabeza. com o algo siem pre positivam ente vincu­ lado al devenir h istó rico (y digo «positivam ente» porque siem pre es cargado a su favor). así parecen c lam ar los m ás sin­ ceros. por el ayer 414 com o por el m añana. han pro­ bado sin duda una satisfacción. pues la sa­ tisfacción lo es siem pre sólo de fines que rebasan cualquier interés particular. I. m entes de m ás b arro ca fan­ tasía que el sobrio Don Ram ón han alcanzado. se sacude la nieve de sobre la esclavina. en ese m ism o intento de en ju g ar todo un O céano y todo un Continente de m a rtirio m ediante el a rte de la alego­ ría. para ser llevados adelante. Las posi­ ciones revolucionarias serán. y tan to m ás acentuada. XXXIII. los cu a tro están inquietos. habla po r fin: «Al co n tem p lar la H istoria tam ­ bién se puede tom ar la felicidad como punto de vista. ¿No es ya m ás de la hora? ¡Parece retrasarse! ¡Qué no­ che negra y glacial si él no viniera! Mas. es algo asom bro­ sam ente com partido por las ideologías m ás distantes y las m entalidades m ás dispares. extrem os del m ás hediondo virtuosism o. las que rindan m ás culto al sacrificio y se m uestren m ás prontas a aceptarlo y a justificarlo. e indiferente a q u ed ar m ás lejos de la lum ­ bre. en cuanto m ás fuertem ente proyectivas. B enedetti y M enéndez Pidal. y los dem ás. Se presen ta com o una condición connatural a la índole m ism a de la His­ toria. ha osado representárselos com o los inm ensos dolores del plurise c u la r y gigantesco p a rto que la M adre H istoria hubo de padecer para poder llegar a d a r a luz la gran­ diosa y u b é rrim a prole de naciones h erm an as de la Hispanidad. Los fines que tienen im ­ portancia p a ra la H istoria Universal exigen volun­ tad abstracta. pues. energía. no le van m uy a la zaga en indulgencia frente al su frim ien to las predisposi­ ciones m otivadas po r c ie rta debilidad sentim ental hacia la apología de un pasado. pero a todos les hace im agi­ n a r que se calientan. com o ha de­ m ostrado M enéndez Pidal. a mi entender. naturalm ente. Tanto esta cita de Hegel como la que más adelante se verá del ensayo «La revocación de la historia» de Fercuya lectura no ha dejado de ser provechosa para rulas mismas páginas. ¡bendito sea Dios! que ya se oye el gem ir de la cancela: ¡Hegel está ya aquí!». com o el de quien ju n ta n d o en uno todas las m u ertes y to­ dos los torm entos de indios y españoles. Los individuos con significación para la H istoria Univer­ sal. m ás en su lu g ar—. Hegel se preocupa expresamente de excluir el teleologismo. el plan de que se ha servido la Fortuna para el cum plim iento de la totalidad de los hechos». c o n c en tra r bajo un único p unto de vista sinóptico. he ahí el ave rapaz que hace la H istoria. singularm ente en cierto pasaje ina­ pelable. alcanza su coronación en Hegel —el cual.ahora m ás confortados. que resu lta obligado tra n sc rib ir: «La pecu­ liaridad de n u e stra o b ra y la m aravilla de n uestra época consisten en esto: en que según la Fortuna ha hecho inclinar a una sola p arte prácticam ente todos los hechos del m undo. la concepción proyectiva (y acaso teleológica2) de la H istoria. cronológicam ente. Que los tiem pos felices sean en la H istoria páginas vacías no quiere decir sino que en ellos no se ejerce ningún nuevo proyecto de la dom inación. aun dando por su p u esta la verdad de todas y cada una de las proposiciones de que el texto se com pone. secreto tra s la p ú rp u ra im pasi­ ble. ¿Quién fue aquella figura vertical. haciendo inmanente el proceso de despliegue de la Historia Uni­ versal. 417 . aquella frente al­ tiva. una ver­ dad o falsedad que. sin equívoco po­ sible. quien ya en el siglo II antes de Cristo form uló expressis uerbis. Y de ello tiene la cu lp a (si es que no 416 longo m ás bien que agradecerle el haberm e salva­ do. del m ism o m odo tam bién (es nece­ sario) al valerse de la historia. inmóvil. XXXIV: Si la autoconcepción em inentem ente proyectiva del individuo del Progreso (hoy presunto m o­ delo del hom bre universal). a este respecto. m adurado del todo con la Revolución In d u stria l del XVIII. Aquí nos encontram os. Con arreg lo a este aspecto de la veracidad indicado por Polibio. no se cum ­ ple ninguna nueva etap a del Progreso. Que el c ri­ terio de la felicidad no sea un criterio pertinente para evaluar los hechos de la H isto ria se d esprende del propio com ponente histó rico de la dom inación. que. es algo que ni siquiera mi ya m ás que sobrado atrevi­ m iento osaría. la que m ejor me cu ad ra con la im agen que sugiere Hegel. quienquiera que en cu a lq u ier tiem po habló de H is­ toria dio ya tácitam ente p o r supuesto que el único m etro idóneo que tenía que to m a r p a ra ev alu ar sus hechos no podía se r m ás que el de la dom inación. c re a d o r de Francia. aquel cuerpo todo él com o un solo y continuo dolor sobreviviente. en beneficio de los lectores. En Polibio no hay un grado de determinación equivalente. En segundo lugar nos encontram os con que Polibio al establecer tal correspondencia entre la historia de 2. establecer. he ahí el ejem plo de la satisfacción sin m ezcla alguna de felicidad. del m ás fatídico de los deslizam ien­ tos) el ab so lu tam en te anóm alo y desconcertante antecedente de Polibio. creen p e rc ib ir algo m enos vagam ente el calo r nebuloso de las llam as. ca rd e ­ nal. por lo visto. po r lo pronto. no podría en­ contrarse. ni aun con el m áxim o grado de rese r­ va. en realidad. obligándolos a ten d er a un solo y único fin. Pero antes de seguir con la actitu d de Hegel respecto al sufrim ien­ to. p endería aún de la p a rtic u ­ lar organización expositiva que haya adoptado la to­ talidad textual. tengo que in te rp o n er o tra cuestión. que jam á s conoció felicidad? Richelieu. y p ara que nos cuadrasen bien las cosas. por lo dem ás. tiene o no tiene algo que ver —en analogía con o tra s ya com entadas universalizaciones— con la concepción proyectiva de la H istoria. la historia podrá tam ­ bién ser falsa o verdadera según la exposición res­ ponda o no «al plan de que se ha servido la Fortuna para el cum plim iento de la totalidad de los hechos». los ojos aquilinos en la qu ietu d segura del do­ minio. para excluir una interpretación teleológica. con una form a de veracidad —o una dim ensión de la verdad— tan nue­ va com o insólita: una veracidad que h a ría resid ir su verdad o falsedad fuera de cualesq u iera proposicio­ nes o grupos de proposiciones singulares. en cu an to a su concepción radi cálm ente proyectiva de la H istoria. pero a la vez. que aun se agrava si consideram os su fecha tan holga­ dam ente p recristian a. que le lue cinco siglos posterior. XXXV. paso a paso. pues para d a r razón del hecho indiscutible de la analogía en­ tre Polibio y Hegel. al m a rra r su garganta la m ortal dentellada de los lobos. ni a él ni a nadie sería dado p ro b a r nunca. esto es. o bien.los hechos y los hechos de la historia. tam bién tendrán que quedar en mayor o m e­ nor grado de entredicho todos los dem ás ejem plos de «universalización» propuestos m ás a trá s en estas m ism as páginas. de un m odo o de otro. 419 . por cuanto ni siquiera po­ dem os apoyarlo en el teleologism o sobrenatural i l istiano. com o casos en los que el hom bre ile cada época alza sus propios rasgos históricos parliculares p o r m odelo de un hom bre pan-histórico universal. de m odo fidedigno. Le progrès a besoin d ’un m o te u r»? ¿Cómo no ver en sem ejante estupidez el producto retórico y ce­ g a t o de una incoercible necesidad de autoapología de la propia época? Pero quede aquí en pie. el m isterio de Polibio. en avant et au-dessus d'elle. Reconoceré. viene a su rg ir precisam ente en el m om ento m ism o en que la autoconcepción proyectiva del individuo incoada p o r la Revolución In d u strial ha alcanzado su coronación. se com prom etió en el grado m ás superlativo a ser in térp rete bajo la sola in co n tras­ table fe de su palabra: ni nadie le podría nunca refu tar que el orden de su exposición venía a c o rre s­ ponderse con el verdadero plan de la Fortuna. con su «plan de la Fortuna». probable inspirador de San Agustín. en este estado de terrib le duda. p o stu ­ lan una c ie rta relación de necesidad en tre las condi­ ciones h istó ric a s de una época y los pensam ientos que en tal época llegan a se r form ulados. pero al cabo profundam ente incom parable. com o m áxim o rep resen tan te de la concepción proyectiva de la H istoria. o sea rechazar la tesis m ism a. siendo m ás bien Polibio. El m isterio es el m ism o que golpea al refrán: «El potro que ha de ir a la guerra. o bien tendrían que b u sc ar ad hoc en los tiem pos de Polibio una si­ tuación h istó ric a suficientem ente análoga a la que caracterizó el entorno histórico de Hegel com o para ju stific a r la enorm e sem ejanza. p o d ría re fu ta r jam á s a quienes le acha­ casen h a b e r a trib u id o al plan de la F ortuna lo que no era o tra cosa que el orden adoptado a su albedrío p ara la exposición: aun m ás. si la F ortu­ na tenía siq u iera un plan —fuese éste o cu alq u ier otro— o no tenía ninguno. ni él. ¿Quién p o d rá d e m o stra r si había ya todo un perver­ so plan de la Fortuna al p ropiciarle el buen p arto de la m adre. Venía esto a cuento de un caso tan e x trao rd in ariam en te sólido y congruente com o el de Hegel p ara c o n firm a r la te­ sis. va de lo que efectivam ente se estim a que alcanzaron. que si la duda recae sobre este ejemplo. la presencia de una concepción com o la de Polibio en el siglo II an tes de Cristo pone en graves dificultades a quienes q u iera que. ni lo com e el lobo ni lo a b o rta la yegua». relati vizar fuertem ente o ren u n c iar del todo a la prem isa 418 m ism a de tal relación de necesidad en tre los p en sa­ m ientos de u n a época y el entorno h istórico en que surgen. para ir llevando. ¿cóm o d e ja r de sospecharlo I uertem ente ante proclam aciones com o la ya repeti­ da de Fontaine: «L'hum anité est ainsi faite q u ’e lle a besoin de regarder au loin. o bien red u cir esa sem ejanza a una apariencia superficial. a su vez. en fin. al agre­ garle a la correspondencia el com ponente proyectivo o teleológico. al potro hasta el h o rro r de la b atalla a m o rir d esp an zu rrad o p or una bala de cañón? Sea de ello lo que fuere. po r cuanto él. La concepción proyectiva de la H istoria la lie descrito m ás a trá s com o aquella en que hechos V acciones son siem pre ponderados en función ya de aquello que subjetivam ente se cree que pretendían. pues. distin ­ guía com o «satisfacción». «Cí­ neas. podrá h a b e r alguna duda de que nadie nos opondi a resistencia de los enem igos que ahora nos insul­ tan?". "Dios nos dé vencer y triu n fa r —dijo P irro—. sino que es muy 421 . si Dios nos concediese sujetarlos. Antes conviene. por tanto. com o d istin ta y casi in­ com patible con la «felicidad»! El deportista renuncia literalm ente a la felicidad corporal y sacrifica su 420 cuerpo a la satisfacción em ulativa de un agonism o lúdico. o sea. ni griega. pues —sigue literalm ente Plutarco—•. Y Pirro. oh Rey. un in­ vento interpretativo de los historiadores. porque ¿quién po­ dría no p e n sar después en África y en Cartago. ¿pero se rá ya el térm in o de n u estra expedición to m ar a Sicilia?”. Detúvose un poco Cíneas y luego continuó: "Bien. com o si fuese su pro­ pio caballo de carreras. estuvo casi en liada el que la tom ase? Y dueños de todo lo referido. cum plir designios prefijados. ni b árbara. siendo un fugitivo de S iracusa y habiéndose dirigido a ella 01 ultam ente con m uy pocas naves. “Tiene bastante probabilidad lo que propones —con­ testó C íneas—. en el p á rrafo citado. que no o frecería dificultad. porque. el arquitecto no h a b ría dispuesto jam á s de p resupuestos que le perm itiesen llevar su a rte a mayores esplendores. como vie­ se a Pirro acalorado con la idea de m a rc h a r a Italia. oh Cíneas. de aquello que objetivam ente tenían p re­ figurado y a lo que objetivam ente acabaron co n d u ­ ciendo. no obstante. quiero decir que ya en algo tan conveniente y tan sensato com o el pro­ yecto de hacerse una casa. Y que Pirro le respon­ dió: "Preguntas. fuerza y po­ der menos pueden ocultársete a ti que a ningún otro”. en la m ayor estim a. po r su talento. . que todavía no echaba de ver adonde iba a p arar: "Allí cerca —le dijo — nos alarga las m anos Sicilia. ¿qué harem os?”. y. el rey de Epiro. sino que inm ediatam ente serem os dueños de toda Italia. en fin. ni que sólo en la h isto ria y no en la vida cotidiana los hom bres se vean sujetos y aun se m uestren dispuestos a acep­ ta r trab ajo s y fatigas para a lcan zar proyectos. vencidos los rom anos. hoy m ás que nunca conocem os el caso de m illares y m illares de d e p o rtista s que se som eten denodadam ente a la co tidiana m ortificación de los entrenam ientos. pues que Agatocles. Pirro. Pero ya en este te rre ­ no individual aparece toda una gradación de los dis­ tintos com ponentes de un designio. ¿qué fruto sacaríam os de esta victoria?”. tenía —según cuenta Plutarco en la vida que le dedica— un am igo tesaliano llam ado Cíneas. oh Pirro. m uy poblada y fácil de tom ar. una cosa bien m anifies­ ta. isla i ica. puede e n tra r un m ayor o m enor suplem ento de gastos y fatigas destinado exclusivam ente a satisfacer im pulsos antagónicos de em ulación con el vecino: ese lujo o sten tato rio que T hornstein Veblen supo ver com o sustitutivo de la dom inación. Por otra parte. que pue­ da oponérsenos. en ocasión de hallarle desocupado le movió esta con­ versación: “Dícese. porque todo en ella es sedición. y tom ada Italia. a quien tenía.ya. naturalm ente. "N inguna —replicó C íneas—. cuando consiste justam ente en som eterlo al m ayor grado de opresión. tratando. dejar dicho que. su propio cuerpo a p uro golpe de fusta. po r sí m ism os. sin el cual. que los rom anos son guerreros e im peran a m uchas naciones belicosas. an a rq u ía de las ciudades e im p ru ­ dencia de los dem agogos desde que faltó Agatocles”. A som bra que el deporte se llame culto al cuerpo. Sólo e sta concepción —y este es aquí el a sunto— se p resta de un m odo u otro a d a r razón del sufrim iento. privación y explotación posible. que al fin rem ite a la dom inación. no obstante. no pretendo que ni la pro­ yección ni los proyectos sean. ¡Hay que ver h asta qué punto la victoria deportiva recuerda lo que Hegel. p o r así decirlo. que tendrem os m ucho ad e­ lantado p a ra m ayores em presas. cuya extensión. ya no nos q u e d a rá allí ciudad ninguna. sacrificándolo p o r com pleto al solo fin de llevar h asta la m eta al Yo que lo cabalga. ¿qué h a re ­ mos?". "D escansa­ rem os largam ente —le dijo— y p asando la vida en continuos festines y en m utuos coloquios. aviados estaríam o s y bien aviados que e sta­ mos. Un tipo de «condottiero» com o Pirro. la sangre derram ad a. y hay que q u ita rlo de esa galería de los hom bres serios.i verse en el espejo de las víctim as de Pirro com o gratu itas com parsas de un capricho y se les venga de pronto abajo la convicción de la necesidad histói ica de sus propios sufrim ientos.» H asta aquí Plutarco. echándose a reír. defendiendo el prestigio de la H is­ toria junto con la esencial seriedad de la dom inación. la dom i­ nación ha conseguido hacerse to m ar en serio po r la H istoria. pero después de que todos nos esté sujeto. "Pues ¿quién nos estorba —le dijo— si querem os. Entonces Pirro. supuesto que tenem os sin afán esas m ism as cosas a que habrem os de lle­ gar e ntre sangre y entre m uchos y grandes trab ajo s y peligros. en la galería de retratos. ningún historiador está hoy dispuesto a tom ar en serio a Pirro (quien apenas si debe algún renom bre al hecho de habérselo p restado proverbialm ente a las victorias m uy desventajosas). sí. XXXVI. un rey que. Ya antes he dicho cóm o sólo la concep­ ción proyectiva de la H istoria se p resta a fundam en­ tar la justificación del sufrim iento. las m uertes infligidas. com o el incontenible c a rro de bronce que la lleva. la ocultación o el cam uflaje de ese elem ento lúdico hace desde el principio fra c a sa r cu a lq u ier intento de com prender y d e sen m a sca rar la n aturaleza m ism a del im pulso de dom inación. el dolor y el estrago producidos en todas sus cam pañas no clam an al cie­ lo con voz ni con p alab ra diferentes de las de otro cu alq u ier episodio del principio de dom inación por históricam ente respetable que se lo considere. contie­ nen ya cu an to pueda h acer falta p a ra sostener la dualidad en tre la «felicidad» y la «satisfacción» de la frase de Hegel. ¡Aviados e sta ría m o s si hubiésem os de a c e p ta r y de incluir en la cadena de la causación h istó rica móvi­ les tan poco serios com o las lúdicas fan tasías heroi cas de un joven rey am igo de las arm as! Pues. D espués que Cíneas trajo a Pirro a este punto de la conversación. porque iría en d etrim en to de la a u to rid ad que hoy la H istoria pretende m antener. La p u e rilid a d del P irro de la anéc­ dota puede incluso se rv ir de buen antídoto frente al h isto riad o r que. el que desde ahora gocemos de esos festines y coloquios.claro que con facilidad se reco b rará la M acedonia y se d ará la ley a Grecia con sem ejantes fuerzas. ya que precisam ente la exclusión. el pe­ ligro está en que las víctim as de esa dom inación te­ nida por históricam ente respetable se miren y lleguen . com o se ha visto i|ue hacía M enéndez Pidal al d a r por bien em plea­ dos todas las m uertes y todos los torm entos de la do­ m inación rom ana por h ab er hecho posible la m agna 423 . ya en principio. Los goces de los presentes festines y coloquios que Cíneas encarecía ante los ojos de Pirro. Richelieu hizo a Francia. Pirro desacredita. hace un auténtico deporte del ejer­ cicio de la dom inación es. se­ gún la anécdota. una figura que la h istoriografía m oderna no puede to le rar en­ tre sus páginas. Por tan terrible renuncia a la felicidad com o la que en estos dos veracísim os retrato s queda m anifiesta. p o r infantil y jo­ 422 cosa o legendaria que pueda ser la anécdota. N aturalm ente. d e sau to ri­ za el principio de la dom inación a causa de su livian­ dad de «condottiero». haciendo o padeciendo innum erables m a­ les?". y m enos todavía si tuviese que a c ep ta r com o no legendaria la anécdota tran scrita. en efecto. nos hol­ garem os”. a la vez. B ism arck creó el II Reich. pero. nos señale. P irro no fue m ás que un aventurero —d iría un h isto ria d o r—•. la a d u sta e im ­ placable serenidad de Richelieu o el fatigado e infa­ tigable ceño de águila im perial de Bism arck. frente a las gu erras y los innum erables trabajos y peligros que éste le prospectaba. injusticia y sufrim iento. Pero parece h ab er considerado y pon­ derado antes los resultados institucionales de tal 424 dom inación. Si p o r el c o n tra rio . no es la perfección de la belleza actualm ente presente y p a­ cíficam ente poseída de lo s cu atro caballos de b ron­ ce del estadio de C onstantinopla instalados en la lachada de San M arcos de Venecia lo que p odría d a r razón del a u ra de incom parable gallardía que pone en el corazón de quien los m ira una em oción que no puede resistir. en fin. los hom bres son tan sensibles a la du­ dosa em oción. m ás que o tra cualquier cosa. cread o r constante de desequilibrio. inabarcable. anquilosado casi h asta la p a­ rálisis. de los do­ cumentos. ingobernable. a su presente actu alid ad de informe y gigantesco m o n stru o antediluviano. u n a construcción detestable. Sospecho que esa d o rad a aureola de «grandeza» que deja tan boquiabiertos a los espectadores de un im perio no se refiere. A despecho del hondo y clarividentc análisis de T hornstein Veblen. sino a su todavía no apagado resplandor de trofeo de una em presa de dom inación. ninguna sincera y l)ien asim ilada voluntad m oral podrá por sí sola raer de la em oción estética ese m aligno ingrediente de 425 . que todo im perio suele d e ja r d etrás de sí. que fuese ya el Im perio Español lo que se estaba edificando en los prim eros atropellos infligidos a los tainos de H aití en modo alguno parece una declaración fundada en la nece­ sidad de ex p licar cóm o surgió ese im perio. sólo su m ala calidad com o dom inador o su mal tino en determ inado trance contingente dis­ tinguiría el proyecto de dom inación de Pirro de otros p ro y ecto s m á s a fo rtu n a d o s . Si los proyectos de la proyección h istó rica naciesen en la consciente voluntad de un individuo com o sujeto agente. entonces Pirro no alcanzó sus designios de dom inación porque no estab a entre los elegidos para d a r cum plim iento al plan de la Fortuna. lo que ha suscitado en él u n a im borrable sensación de «grandeza». no han podido ten er otro in stru m en to que el de la do­ m inación. casi com o si la propia proyectividad histórica hu­ biese sido excogitada ad hoc p a ra h a c er a c ep ta r el su frim iento y su necesidad. sobre lodo. al sospechoso sentim iento que soli­ cita en ellos la cu alid ad difícilm ente objetivable de «grandeza». en vez de responder —com o decía Polibio— a un «plan de la Fortuna». y. en­ cañando a la entera C ristiandad. (De igual m anera. se tiene la m aloliente sensación de e sta r ante un rastre ro y m endaz acto de reparación o d esag ra­ vio. desvió la C uarta Cruzada y capitaneó con sus galeras el asalto y la loma de Bizancio. incluso desde el punto de vis­ ta político. ha sido la im ponente m ole de las re­ liquias testim oniales de c u alq u ier orden. Pero este quid pro quo puede d epender del hecho de que M enéndez Pidal se en cu en tra ya en la posición de un apologista de dos m undos cu ltu rales en los que cree y cuyas instituciones. los proyectos de la H isto ria responden sólo a un «plan de la Fortuna». sino su n aturaleza de trofeo dep red a­ do por la violencia de las arm as. En uno u otro caso. tam po­ co se le escapa que esos m undos han surgido los dos bajo la fó rm u la de im perios y. cuando Venecia. en consecuencia. a p ru e b a y hasta adm ira. Tal vez. de las que es un buen conocedor. que el ejercicio de la dom inación m is­ ma com o un acontecer p o r separado. anárquico y.creación h istó rica del Im perio Romano. en el fondo. que llega a cegarlos h a sta el punto de no ver tan siquiera cóm o la configuración de un gran im perio es siem pre la de un m on stru o ad m in istra ti­ vo arterioesclerótico. y po r igual­ m ente bien em pleados todas las m u ertes y todos los m artirio s de la dom inación hispánica en Am érica p or h a b e r hecho posible la no m enos m agna c re a ­ ción h istó rica del Im perio Español. ya en su d ecu r­ so. com o siem pre hay que e sp era r al porvenir para d a r razón de los padecim ientos del pasado. sino en la voluntad de exonerar a los autores de tales a tro ­ pellos. ya en su asentam iento. todos los disim ulos. a la devoción his­ tórica que. se originan en esta universal m ala conciencia y en el denodado em ­ peño p o r re h u ir el trance de m ira r cara a cara el es­ pantoso rostro del dolor. el grado en que esa afección del alm a. a fin de cuentas. de q u itarle infam ia y d arle dignidad? Es posible que en un determ inado estrato de su con­ ciencia le tu rb a se n a M enéndez Pidal las tribuía ciones de los indios.violencia y de depredación. todas las rebeliones. Mas esta apelación a lo creado. pues en tal caso nada h a b ría tenido que reconciliar en su conciencia.) Así. que clam an p o r la ju sticia de sus sufrim ientos. todas las neurosis. y por ende capaz de sancionarlo. pretendiendo —por poner un ejem plo m ás pal­ m ario— que la universal predilección estética por las rapaces y po r los felinos —fam ilias depredado­ ras por antonom asia y m ás ostensiblem ente dotadas para la agresión— sea sustituida. no es sino una m uestra m ás de que el dolor jam ás d ejará de ocu­ par el p rim e r puesto en la m ala conciencia univer­ sal. el m áxim o rapsoda de la diosa. la fam a de su pasado. I I mismo. Pero el hecho de que necesitase. todas las hipocresías. con toda la torpeza que se quiera. sino que sin m ás ha procedido a e ch arla fuera tle las p u ertas de la cátedra: la felicidad no es un c ri­ terio de m edida pertin en te en la ponderación de las cosas de la H istoria. reconciliando. de salvar la gesta m ism a. todos los dogm atism os. p o r preferencias regidas po r im pulsos más pacíficos. im pertérritam en te. que sólo él ha establecido que sean dos distintas. m enor parece ser. como el m ás próxim o cóm plice— no m antiene reservas en reco­ nocer todo el espanto de la H istoria. con e sta separación com pletam ente artificiosa pretende a b rir el hiato que haga sitio para la rela­ ción proyectiva entre u n a y o tra cosa. aquellos sufrim ientos. de la noche a la m añana. fue |xjrque verdaderam ente se le interponían. que no com porte un elem ento principal retrospectivo de adm iración por el im perio en cuanto «gesta de la dom inación». todos los rencores. sin dársele un comi 426 no de los indios. su buen nom bre. la realidad innegable del m a rtirio am erican o con su acendrado deseo de salvación m oral de aquello que él m ás estim aba: la im agen h istó ric a de E spaña. No se puede decir que sólo esto le im portase y quisiese defender. en modo alguno. como muy espinosas objeciones de conciencia. el infinito suplicio de la dom inación. o lo que viene a ser lo mismo. cu alq u ier suerte de hueco en que los sufrim ientos de los inilios encontrasen cobijo y acom odo. Sólo cuando ha de enfren tarse a las víctim as del ejercicio de la dom inación. com o Dios le diese a entender. si justificó. hallar. referida a los hechos de la H istoria. no puedo llegar a creerm e plenam ente que la p retendida adm iración por las «m agnas crea­ ciones de la H istoria» sea ajen a a su c a rá c te r de tro ­ feo. Mas. Im pa­ sible. XXXVII. com o el m ás distanciado espectador —o tal vez implacablem ente. quería m enoscabar. Lo creado se ha extrapolado del conjunto y se refleja ahora sobre lo restante com o ya im plícito desde el principio en ello. com o la lum inosidad no es una dim ensión que pertenezca a la evaluación de los so­ 427 . todas las supersticiones. ya hem os visto cóm o ni tan siq u iera ha accedido a bu scarle el más m odesto banco a la felicidad en el aula de la His­ toria. o sea. p o r falaz y am añado que til cabo resultara. ninguna m oral podrá jam ás te n e r éxito alguno con adm oniciones perfec­ tam ente razonadas de «esto debe g u starte y esto no». llegó a a fectar a Hegel. en su conciencia. si no le hubiesen qu itad o en absoluto el sueño no h a b ría tenido necesidad de re­ c o b ra r su eq uilibrio de conciencia. en c u alq u ier caso. todos los cinismos. no. sea cual fuere el grado en que a Menendez Pidal pudo tu rb arle la irreparable imagen del dolor pasado. Todas las tram pas. ¿no trata. se­ para M enéndez Pidal el acto de creación de lo crea do. d a r sentido es. el pre­ g u n tar p o r él. pero le prestó sentido. a p a rtir de la cual se procede a preguntar. sino que ha qu erid o elaborarse. la p rim era que realm ente m erece se r llam ada así). La pregunta. se sintió. según el «plan de la Fortuna». cuyo fin últim o tam poco es nada m ás apacible y m ás risueño que aquel im pe­ rio que Polibio supo tan clarividentem ente ver venir. sin que al que ha de resp o n d er se le perm ita volver a trá s la propia alegoría. El previo condicio­ nam iento que la alegoría sacrificial im pone a la pregunta subsiguiente reside en el hecho de que sien­ do el sacrificio una m uerte definida por e s ta r a rti­ culada y tra m ita r una relación de intercam bio. un fin últim o para la H istoria tan sólo porque a la alegoría se le ha antojado suponerle a la infinitud de su h o rro r y su m artirio una función sacrificial. ya en su a rran q u e m ism o pre­ senta una alegoría sum am ente elaborada: la H isto­ ria no es solam ente una p ied ra cualquiera. sin necesidad de m ás explicaciones. obligado a d a r alguna razón del sufrim iento? No le ofreció consuelo. ¿Por qué Hegel. esta m ism a especialización dem an­ da ya m etoním icam ente que la sangre que sobre ella se d erram e no sea efecto de un «m atar» todavía in­ definido. Polibio.nidos. y para el m iserable estado de la condición hum ana en la era del Progreso. Tiene que haber. pues. ¿y si la ale­ goría fuese m endaz? C areceríam os entonces de todo fundam ento p ara p reg u n ta r po r fin últim o alguno.». la pregunta «¿para qué últim o fin han sido ofrecidos tales y tan enorm es sacrificios?» sólo cobra sentido y legitim i­ 428 dad dentro del precedente contextual de la alegoría del ara. el co­ m etido de a ta r el sufrim iento a la necesidad. XXXVIII. Si la infinita sucesión de ejecuciones consu­ m adas sobre el tajuelo de la H istoria p o r el hacha de la dom inación no hubiese sido previam ente in ter­ pretada po r la alegoría bajo la idea de una intención sacrificial. En efecto. la coronación del Im perio Ro­ mano. sino de un «m atar» igualm ente especiali­ zado. y será todavía p o r m uchos siglos. dicho concretam ente. en cambio. por lo demás. la sa b id u ría de los E stados y la virtu d de los individuos. La alegoría del ara ejerce. n ad a p o d ría h a b e r condicionado la pre­ gunta acerca de un «fin últim o».. Quien viene dan­ do sentido al sufrim iento se hace m arcadam ente sos­ 429 . tam bién d a r consuelo. Hegel se hace la pregunta: «Cuando co n sid era­ m os la H isto ria com o el a ra sobre la cual han sido sacrificad as la dicha de los pueblos. El que expulsó de la H istoria a la felicidad. así pues. en esta alegoría toda una interpretación m uy determ inada de la H istoria. d eterm in arse y esp ecializar­ se h a sta la alegoría de «ara sobre la que se sa crifi­ ca». Ya se adelanta. Pero. da por supuesto el otro térm in o de la función y hace le­ gítimo. diciendo: «No. m ayor preocupación— puso por fin úl­ tim o de su H istoria Universal (pues verdaderam en­ te es. un «sacrificar». inevitable­ m ente surge la pregunta: ¿p ara qué últim o fin han sido ofrecidos tales y tan enorm es sacrificios?». por desgracia. una vez más. Pero después de c o n sta ta r el absoluto h o rro r que ofrece a nuestros ojos el p anoram a de la H isto­ ria. La imagen no ha querido quedarse en «piedra sobre la que se m ata». capciosa. por lo menos así aislada. Así. hacia el que. hubo de hacer rentable para esa m ism a H istoria el sufrim iento.. un ara. es ya desde la pre­ m isa com pletam ente fraudulenta. o sea. ¿por qué un ara? So­ lam ente una piedra todavía. sino una piedra extrem am ente especializada: u n a piedra sa­ crificial. convergían todas las historias particulares. pues. que tan sólo resu l­ ta postulado po r la función de intercam bio inherente al sacrificio. cuya concepción proyectiva de la H istoria se distingue de las de los m odernos en se r totalm ente ajena a la necesidad de d a r papel a l­ guno al su frim iento —por el que no parece m ostrar. y sería fulm inantem ente rechazada en c u alq u ier trib u n al anglosajón. sin em bargo.) No im por­ ta. Jam ás se le h a b ría ocurrido.pechoso de tra e r po r secreto com etido el de im pedir que el doliente se rebele. sencillamente. ¿por qué. esta tendencia centrípeta.3 3. que el ídolo haya q u erid o a le g rar y alige­ ra r sus rasgos. únicam ente al hecho de que toda historia es. despojada en él de su personalidad y de todos sus a trib u to s de providencia y gracia. pues. irreparable». pues. y. que el Idolo que parecía q u e re r d e ia r de serlo se vio forza­ do a renovar su condición de ídolo p o r el poder del acto de la ofrenda. a d á r­ selo al dolor. po r ejem plo. sino. Sea de ello lo que fuere. No es de c re e r que. Si tanto la convergencia centrípeta hacia la unidad como el pro­ pio carácter proyectivo resultasen rasgos necesarios de la domi nación antes que de la Historia. cuando. Los hom bres están siem ­ pre dispuestos a creer a m uchos que les dicen «vues­ tro dolor será fecundo». tal vez. ha de haber. No q u e rría Hegel in tro d u c ir la idea del sacrificio bajo l. a despecho de ello. Hegel quisiese conscien­ tem ente aproxim arse a n ad a que com portase algu­ na form a de restauración de la conexión m ítica. algún m otivo profundo y bien fu n d a ­ do. im placables rasgos del acatam iento p restado al sacrificio y a la necesidad del sacrificio los que al fin determ inen el c a rá c te r de la relación. fu ertem en te a u to rita rio y taxativo en tocante a a firm a r la necesidad de ese sacrificio y a d e m a n d a r la aceptación de tal necesidad. No obstante. hay que notar cómo. la propia fiso­ nom ía del ídolo. pero las m anos son las de Esaú». («El concepto de E sp íritu univer­ sal —dice T heodor W. está bien lejos de m ostrarse hipotético o titubeante. un pliegue conceptual com o el de la astu cia de la ra­ zón. esta querencia por la uni­ cidad. p ara que sólo el viejo Polibio —de en tre los his­ toriadores que adoptaron la concepción proyectiva de la H isto ria— no se sintiese m ínim am ente obliga­ do a d a r cu en tas a nadie de los infinitos su frim ien ­ tos infligidos. pero pidió para él y para su necesidad tan ciego acatam iento.. a lo largo de la H istoria. por el contrario. pero la categórica e im placable severidad con que su necesidad se nos im pone recobra todo el tono 430 «le inapelables m andatos ancestrales: «La voz es la v<>/ de Jacob. (. y con un énfasis p a r­ ticular. p o r el azote de la dom inación. M enéndez Pidal m ira la instrum entalidad de la dom inación para las «grandes crea­ ciones de la H istoria» con un racionalism o práctico y casero..) . se podría concluir aue la Historia es centrípeta y proyectiva porque es siempre historia ae la dominación. 431 .. ¿Acaso pide la felicidad tener sentido? Niégate. podría. por el contrario.t form a ciega de la conexión m ítica. las dem ás concepciones proyectivas de la H istoria cabalgan siem pre. el plan del m undo en un acontecer im ­ placable. Lo p ri­ m ero no casa nada bien con lo segundo: su idea de «sacrificio» podrá e s ta r todo lo lejos que se quiera de la inhum ana. Pero. con ella. sobre la m uerte y sobre el sufrim iento? ¿Se debe ello. historia de la dom inación. deberían confiar en quien les dice: «Vuestro dolor es absolutam ente inútil.el e sp íritu desdem onizado y conservado se acopla al m ito o retrocede hasta convertirse en el te rro r sagrado ante lo que es tan gigantescam ente su p erio r como amorfo». irracio n al y tenebrosa tira n ía del mito. gratuito. El E sp íritu universal d isfru ta de la vene­ ración que correspondió a la divinidad. p a ra d a r lu g ar al sufrim iento. Adorno— secularizó el p rin ­ cipio de la om nipotencia divina en el principio unificador. Tal vez precisam ente porque en Hegel la obra de la H istoria tiene un tinglado de d esarro llo y c a u ­ sación infinitam ente m ás indirecto y m ás com plejo es por lo que no puede recurrir.. y a la dom inación siem pre acom pañan m uerte y su ­ frim iento? Estos historiadores organizan proyectivam ente el haz disperso de las dom inaciones singulares en una convergencia polarizada hacia un único punto. por naturaleza. salvando a su inven­ tor Polibio. no ser m ás que una cua­ lidad unida a la esencia m ism a de la dom inación. a nada m ás inm ediato y tra n sp aren te que a la alegoría del sacrificio. bajo la idea de «sacrificio». serán los tenebrosos. Así podrían decir las e sc ritu ra s de cualquier mito de dom inación. ju n to a lo ine­ luctable de su necesidad. hacedor • lo imperios? ¿No es acaso aquel m ism o cruento Huii liilobos. cu an ­ do el gran H uichilobos recibía. Ni d ista ría tam poco dem asiado. cam peones de la H istoria y la do­ m inación. este dios de la H istoria que invocáis y en cuyo nombre acatáis el sacrificio y su necesidad? ¡En esto 433 . un m ito así tam poco d ife riría esencialm ente del pa­ pel que M enéndez Pidal le reserva al su frim iento y a la necesidad del su frim ien to en la creación de ese grandioso instrum ento de la divina providencia para el gobierno de los pueblos que. si al sacrificio m ism o h a ­ céis ya activo m ediador. m anteniendo sus planes de extenderla a nuevas tie rra s y sobre nuevos pueblos. por toda la extensión del agua inmóvil de la laguna en som bra. saltando de un co ra­ zón recién partido. son los im perios. E ntre esos dioses. pudo agraviaros. Sea com o fuere. aleg raría su corazón noche tras noche. en cierto m odo la form a propia de la concepción proyectiva de la H istoria. H uichilobos era el fiad o r del altísim o desti no reservado a los aztecas. lo que me hace p e n sar en la posibilidad de si la concepción proyectiva de la H is­ to ria no pueda ser tam bién algo inducido de la na­ turaleza m ism a de la dom inación. Pero él se gozaría en el sacrificio. un m ito sem ejante. el que g u iaría las arm as 432 del naciente im perio de victoria en victoria h a sta su coronación. que tom aría tam bién. la incom parable Venecia de U ltram ar? ¿Qué Dios haced o r de im perios com o instrum entos de su providencia invocáis por consen­ tidor de tan incontables m uertes y m artirios por ejer­ cicio de la dom inación. h a sta llegar a coro­ n ar su frente con el altísim o destino que le tiene re­ servado en el fin últim o de h acer de todo un solo y vasto im perio. ¡por Dios crucificado!. hoy viejo. Uno de los m otivos que m ás cla­ m orosam ente se esgrim ieron por justificación de la conquista y la destrucción del Im perio Azteca por el ejército de H ernán C ortés fue el de a c a b a r con el h o rro r de los sacrificios hum anos que aquellos pueblos ofren d ab an a sus dioses. su oblación de sangre. la ferviente oblación de sangre d e rra m a ­ da sobre el ara de aquel gran H uichilobos. ¿En nom bre de qué d e stru iste is la gran ciudad de la laguna. de la im placable exigencia de infi­ nitos sacrificios que el a ra de la H istoria reclam a de los hom bres p ara poder llevar a cum plim iento su propio últim o fin. M ientras la ofrenda de víctim as h u m a­ nas no deje de b a ñ a r de sangre el a ra de la H istoria. pa rece se r que p o r patrono especial de la victoria do las a rm a s y pro tecto r de la dom inación e ra consido rad o y venerado H uichilobos. extende ría las lindes del im perio hasta hacerlo llegar de mai a mar. m ultiplicada por mil su sed de sangre. Dios g u a rd a rá y renovará a su pueblo su p a la b ra de victoria y de engrandecim iento de su dom inación. desde el altiplano. según su opinión. y un día les concedería todo un im perio. La in q uebrantable fe de los aztecas en la conexión m ítica p o r la que se tra m itab a la función de in te r­ cam bio en tre aquellos sacrificios de víctim as hum a­ nas y el im perio que aquel gran H uichilobos pondría al fin en sus m anos convirtió la defensa y la resis­ tencia de Tenotichlán en una de las m ás heroicas y m ás desesperadas epopeyas que se conozcan de un pueblo vencido. ya positivo instru m en to im prescindible de las grandes creaciones de la Historia. H uichilobos propicia ría la dom inación de los aztecas sobre todos I o n pueblos circu n d an tes y. repercutía el oscuro y lúgubre zu m b ar de los tam bores. designada para autora de las grandes creaciones de la H istoria? ¿En qué a ra sa­ crosanta de la H istoria pudo verse inm olada con sus gentes nada m enos que la en tera ciudad de Tenotich­ lán? Si a la condición m ism a de la H istoria hacéis pertenecer la etern id ad del sacrificio. aniquilado y recam biado de nom ­ ino y de figura.XXXIX. N oche tra s noche. ¿en nom bre de qué. . según vengo diciendo.ha venido a d a r tanto aspaviento. carecían de sentido po r sí m ism as y sólo lo recibían sub o rd i­ nada y delegadam ente del cum plim iento del d esti­ no del gran sujeto total. tal com o veinte siglos antes había hecho Polibio. al re­ d u cir todas las d ispersas h isto rias p a rticu la re s de las gentes y pueblos del m undo entonces conocido a m eros episodios m oleculares o avatares anecdóti­ cos. a la m anera de las irreconocibles piezas de un rom pecabezas (y él m ism o usa la m etáfora de las partes sueltas de un cuerpo desm em brado). tanto m a rtirio sobre el pueblo azteca. Corolarios Corolario 1? En otro ensayo. cuya alegórica anim ación es encarn ad a 434 435 . de lo religioso— y rescató el principio de realidad h asta el extrem o de hacer de la facticidad histórica el gran­ dioso p eriplo o epopeya de lo que él llam aba E spí­ ritu en su autocum plim iento y autorrealización. único y verdadero. E ste fetiche. tan ta saña contra la gran Tenotichlán! En que al cabo los dioses no han cam biado.. titulado «O Religión o H istoria» se dice en cierto lugar: «Hegel vino a reducir la radical heteronom ía entre realidad y es­ píritu —fundam ento. tanto h o rro r al san­ griento H uichilobos. que. ni n ad a haya cam biado. hacia el que de consuno convergían y en cuyo grandioso plan o ciclo histó rico total habían de insertarse: Roma o el Im perio Romano. este prosopónim o retórico. Este to tali­ tarism o histórico desdeña com o una especie de m io­ pía h istó rica el d etenerse en el detalle de cada singular m artirio infligido en m iríadas de puntos di­ m inutos p o r el vendaval transoceánico de la dom i­ nación: quien. una actitu d sustancialm ente parecida: sólo el todo. se la convierte en ges­ tora universal del interés unificado que de tal suerte a d m in istra y en instancia exclusiva de legitim ación de cada acto de aplicación p a rtic u la r del derecho atribuido a los adm inistrados. e ri­ gido en único sujeto a p a rtir de cuya autorrealización habían de explicarse todos los destinos particulares. los intereses de los particulares. virtualm ente postulado como la escala p ropia de la pretendida «realidad». así. 436 Así com o siem pre tuvo en tre sus funciones la de de­ term in a r la validez de la m oneda. en uno y otro caso nos topam os con la im posición de un orden de m agnitud. m ás aun que privilegiado. la única eva­ luación legítim a de lo m enor es la que lo conm ensu­ ra al orden de las unidades m áxim as. de « to talitarism o diacrònico». se convertía de esta m anera en único legítim o p o rta d o r y d a d o r de sentido» (hasta aquí la cita). viene a ser com o in c u rrir diacròni­ cam ente en el m ism o achaque cuya form a sincróni­ ca tanto se les afea a los totalitarism os. tal como hacía M enéndez Pidal. El Im perio Romano. excluyente de cualquier otro posible. adem ás. Cada p a rticu la r situ a­ ción de hecho ve. a u n a ú ltim a y única to tali­ dad. rep resen tad a p o r el Estado. o tro orden que no fuese el de la to talid ad del Im ­ perio Rom ano o del Im perio Español. Una vez m ás repite el conocido re­ curso co n tra la contingencia puntual del su frim ien ­ to: su p e d ita rlo a un sentido. pues po r reales sólo le son reconocidos los que lo evalúen conform e al o r­ den de conm ensuración de la totalidad establecida. com o estim aciones no válidas o erróneas de su valor y m agnitud reales.). la totalidad histórica hacia la que d eterm inados avatares de un m ovim iento de dom inación han acabado por conver­ ger y red u n d a r tiene derecho a e rig irse en instancia p o rtad o ra y dad o ra de sentido y a cuya luz ha de m i­ rarse y evaluarse todo el resto. con respecto al cual tom ase proporciones tal o cual hecho p a rtic u la r considera­ do. de m anera que. que tan sólo aparece bajo la perspectiva de una m ayor distancia. p e rm itiría hablar. contem plado en la cim a de su plenitud. y sep arad a pero com paradam ente para el Im perio Rom ano y para el E spañol. d esautorizados sus inm edia­ tos o m ás próxim os c riterio s de sentido y órdenes de m edida. con respecto a tales form as de ponderación histórica. en la que. así el Estado. ya como gru­ pos m ayores o m enores. unifi­ c a r y d a r vigencia obligatoria a los sistem as de pesos y m edidas. p are­ ce a rro g arse tam bién. hacia los intereses p a rticu la re s en cuya titu la rid a d se ha subrogado. cuando es totalitario. pues.. ya como individuos. la de fijar. que queda así su b o r­ dinado y reducido a episódico y a circunstancial. a rrim a n d o la lupa y la m irada a cada uno de ellos. sin in stru m en to in term ed iario alguno. m ás que otro E stado alguno. resulta im puesta una tal escala exclusiva. fue. no p ercib irá el sentido del m ovim iento ge­ neral.. va recorriendo uno a uno todos esos puntos. en uno y otro caso. Pues bien.frau d u len tam en te en realidad (. así pues. al suponérsele a esta totalidad la facu ltad y el com eti­ do de diverger de nuevo. tal com o ya he 437 . La m a­ nera en que. centrífuga y redistributivamente. Pero invali­ d a r cu a lq u ier apreciación h istó rica que no tuviese por orden de m agnitud. una de las tach as m ás com unes que sue­ len afeársele a los regím enes políticos genéricam ente designados com o «totalitarios» es la de subordinar. la de convalidar po r única y exclusiva m edida de cuanto aspire a ser tenido p o r «real» —sea lo que fue­ re lo que p o r tal se entien d a— la que lo conm ensure al orden de m agnitud de la «totalidad». Ya se ha visto cóm o M enéndez Pidal vie­ ne a to m ar —aunque con m enos declaraciones de p rincipio—. sin referencia al valor de la sum a en que se integren. En lo que atañ e a la felicidad. sino tan sólo en el tiem po consuntivo. por no decir. sino com o de am ane­ ceres a cuya luz se ab ren las p u e rta s de la casa para que cada día entre con su presente a h a b ita rla y consum irse en ella. im paciencia y expectación acum uladas y al fin depositadas donde la proyección pierde su im pulso. no han podido d e ja r de sí ninguna saciedad capaz de «colm ar» la vida. aparecen de pronto com o un saco de años m uertos cargado a las esp ald as del ancia­ no. Corolario 2? Es muy notable la indefectibilidad y la constancia de rasgos de la reacción. enhebrados en la tensión del tiem po adquisitivo. del reflejo. p ara las personas próxim as tan sólo h a b rá servido en la m edida en que haya logra­ do fu n cio n ar com o el engaño que es. años que sólo pesan y no colm an. ni de núm ero de leguas recorridas. «Mo­ r ir lleno de días». que desencadena en el universo periodístico un tipo de sucesos com o el del n a u fra ­ gio del Challenger. o. en el que en su propio presente se cum ple y se consum e. C uando el ú n i­ co consuelo no engañoso que hay frente a una m uerte —si es que consuelo puede se r llam ado— nunca es­ ta rá en el tiem po adquisitivo o proyectivo. com o flor del tiem po consuntivo. «m o rir colm ado de días». le haya sido gu ard ad o el privilegio de ser fin en sí m ism a. tan opuesta. El consuelo de una m u erte —que la m entalidad del tiem po ad ­ quisitivo busca en el h a b e r servido la m uerte m is­ m a p ara algo. que es lo que entiende por «tener sentido»— la m entalidad del tiem po consuntivo lo b u scará en la generosidad con que a esa vida aquí acabada le haya sido respetado el derecho a no h a ­ b er servido p ara nada. El con­ suelo que ante una m uerte b u sca la m entalidad del tiem po consuntivo d em uestra —en la m edida en que lo irreparable pueda su sten tarlo —. Hoy la longevidad se in terp reta m ediante la expresión. pues al fin rem ite la m uerte sólo a la p ro p ia vida que tru n c a o que consum e. Ahora los días de ¡a vida no vivida. d a r sentido es. D ar se n ti­ do a las m u ertes de los náufragos del C hallenger ha sido. privados de detenerse cada uno en su presente. incluso. dicho de otro modo. ni nadie se ha puesto a buscarle algún sentido que constituya el fundam en­ to de su índole de felicidad. ni de sucesivos hitos alcanzados. puestos cada uno de ellos en función del a n ­ terio r y el subsiguiente. com o cum plim ien­ tos autosuficientes. y han acabado por agolparse en años sobre las espaldas. La im presión m ás saliente del movimiento prácticam ente com ún a todos los p erió­ dicos es cierto rasgo urgente que p odría d escrib irse 439 . Los días que polarizados por algún sentido. por su propio ca­ rácter. de «m orir c a r­ gado de años».dicho en el texto. com o hija del pre­ sente. grum os de pura tem poralidad vacía. la principal de las pías ficciones ofre­ cidas po r consuelo. no se r engañoso. le pertenece 438 por esencia el no tenerlo. «no ten e r sentido». p o r desgracia. en la era del Progreso. com o el g laciar deposita inerte su m orrena donde la lengua de hielo se deshace y pierde su capacidad de arrastre. en efecto. ni nadie le ha exigido jam ás ten er sentido. lo que im plica que cada m uerte b u sc a rá su consuelo en lo que tuvo la vida que por ella ha concluido: «m urió lleno de días» es la expresión que p a ra la m u erte del hom bre ven­ turoso reserva el Antiguo Testam ento. parece a trib u ir a tales días la vir­ tud de saciar cada uno po r sí solo. Para el público en general h a b rá servido com o un ingrediente m ás del convencional artificio emotivo. la vida desvivida en la insaciable fuga del sentido. y m ide esa vida po r el rasero propio de la felicidad. el se r fin en sí m ism a. tam bién d a r consuelo. rem ite en p rim e r lu g ar a la m era dim ensión de la longevi­ dad. lo que es. porque a ella. com o m orían los p atriarcas del Antiguo Testamento. precisam ente. pero su representación no com o de pasos que se suceden. donde el carácter de blasfemia lo indica el hecho de que el rechazo que produce no sea un simple disentir en materia opinable. ciertam ente. tal vez podríam os p e n sa r que haya efeclivam ente en torno a ella com o una c ie rta atm ósfe­ ra. lo m ás en auge y m ás en candelero en cada c irc u n s­ tancia sea justam ente el objeto de los m ás unánim es. Como quiera que sea. En efecto.1 es el u ltra je a la tecno1. Al m ism o tiem po pode­ m os o b serv ar que si algo hoy puede todavía llevar alguna carga de blasfem ia. ni m u­ cho m enos todavía en el de los hechos. po r n a ­ turaleza. no se d iría sino que la tecno­ logía. com o digo. N unca com o en tales casos el pe­ riódico aparece com o el portavoz de la ideología vi­ gente y ortodoxa. No llego a en ten d er porqué. que el trono m ism o de todo e m p e rad o r sea. no digo religiosa. en tales trances. una vez m ás me ha re­ sultado sorp ren d en te que el m áxim o grado de sen­ sibilidad del tem or com ún de los periódicos a la opinión pública sea el referido a asu n to s relaciona­ dos con la tecnología. si hubiese que ju zg a r p o r la reacción tan ce­ rra d a y beligerantem ente defensiva de la p rensa a cuanto le concierne. Todavía no le han perdonado la suya a Miguel de Unamuno («que inventen ellos»). Q ueda entonces po r reg istrar este p a r­ tic u la r fenóm eno social de que lo m enos discutido. de la condición del traje nuevo del em pe­ rad o r del cuento. in d isp u tad a e indestronablem ente se halla seguro sobre el trono el que se m uestra m ás intolerante frente a c u alq u ier crítica y m ás exigente al debido acatam iento. la tecnología. diciéndole que ha escrito un largo discurso en defensa de M arte. estos desm elenados arrebatos de defensa de la tecnología tienen no poco de ridículo y me traen a la m em oria aquella anéc­ dota (no sé ya si leída en el Diógenes Laercio) del jo ­ ven o rador que se acerca a Alejandro. si algo hay hoy particularm ente a salvo de que nadie se m eta con ello y. lejos de se r uno de los em belecos hoy m ás unánim e e incondicionalm ente respetados po r toda suerte de personas. A la velocidad con que el p árroco m anda repicar y corre a subirse al púlpito vuelan los d iarios m atu tin o s a a n ticip arse o a a b o rta r ab ovo cu alq u ier posible opinión que pueda iniciarse en los corrillos. sino un disentir escandalizado. ¿R esponderá tal vez a una especie de os­ cura necesidad de p ed ir disculpas a diestro y sinies­ tro incesantem ente y sin saber bien a quién por parte de quienes han entregado sus alm as a tal ídolo y lo han entronizado en el a lta r mayor. siendo preci­ sam ente el que m ejor podría h a c er frente a las p ri­ m eras y prescin d ir del segundo. sentirse ante su público un poco com o un p árroco ante sus feligreses cuando p ú b li­ cam ente sobreviene algún escándalo o sim plem ente caso inesperado: hay que c o rre r a o rie n ta r a la opi­ nión.com o «gesto de sa lir al paso». p o r lo tanto. con la Fe: cuando m ás pú­ blica. Tampoco me gusta decirlo de este modo. El perio d ista parece. No ha sido así. a lo que A lejandro contesta: «Quis eu m uituperat?» («¿Pues quién se m ete con él?»). acalorados y reiterativos m ovim ientos de aplauso y de defensa. reiterad a y expresivam ente se la defendía iue ju stam en te cu ando de m odo m ás absoluto e indis­ cutible señoreaba en lo a b ie rto de las calles y en lo in terio r de las conciencias. es. pero algo así com o religionosa. 441 . pero es po­ sible que la configuración actual del m undo necesi­ te esa Fe. 440 logia. ad elan tán d o se a c u alq u ier sesgo torcido que pueda desviarla. no necesitado de defensa alguna ni en el cam po de la opinión y las palabras. poderosa. En cu an to al tem a. Pero mi sorpresa ante esto viene probablem ente del e rro r de p e n sar que lo que m ás denodadam en­ te se defiende ha de ser lo que corre m ás peligro. A menos. claro está. e sta ría entre los dos o tres asu n ­ tos m ás escabrosa y h asta explosivam ente im popula­ res. y la m ala concien­ cia de quienes lo saben un ídolo tan falso y d espre­ ciable com o cu a lq u ier otro? Pero es el e m p e ra d o r’ que m ás firm e. pero. y así. en verdad. únicam ente en esa im presentable bi­ su tería em ocional donde realm ente halla arra ig o en la convicción de cada uno el im ponente tinglado uni­ versal que se defiende. yo al m enos me e sp era ría un com ienzo com o este: «Si los hom bres no conviniésem os n o r­ m as de tra to de alcance general. con sem ejante clase de memez?». m is queridos m uchachos y m ucha­ chas. estos ap a re n ­ tes convictos y en tu sia sta s de la m arch a del m undo. siem pre hacia adelante y siem pre p o r encim a de sí m ism a»? Pero es u na vieja exclam ación de a la rm a de señorones de club b ritá ­ nico o de casino nacional esta de p reg u n tarse com o quien cae ahora de pronto de las nubes: «¿En m a­ nos de qué raza de ineptos e irresp o n sab les está. abandonado a la to rtí­ sim a co rrien te de su propia inercia.. al fin. en sem e­ jantes circunstancias. incluso en plum as que cotidianam ente m uestran bas­ tante m ás elevados coeficientes de agudeza y de sa­ gacidad. ¿Cómo es posible que no se les o c u rra una p alab ra m ínim am ente m enos ingrávida y m ás con­ vincente? ¿Será verdad.». las m ás difícilm ente discutibles concepcio­ nes. Tal vez sea un rasgo propio de toda ideología este de ser sum am ente desm oronable y andrajosa en sus úl­ tim as y m ás íntim as razones.. nos en tre ch o c a ría ­ mos constantem ente de un lado p a ra otro y nos d isp u ta ría m o s las cosas lo m ism o que animales. a este segundo tono es al que tira poderosam ente la verborrea que los periódicos desencadenan en las circu n stan cias en cuestión. ignorar que lo m áxim o corre. el m ás resistente núcleo de la convicción.».. com o lo que puedan q u e re r d ecir las p alab ras «la hu m an i­ dad e stá co n stitu id a de tal form a que necesita m i­ ra r siem pre a lo lejos. Pues bien. fue siem pre la flor. otra respuesta que esa es­ pecie de balbuceo em ocional. En la lección m agistral. sus pom pas y sus o b ras no encuentran. de la asig n a tu ra «Cortesía». cuando parece que el lenguaje debería esm erarse en el m ás cu id a ­ do registro conceptual. los m ás serios y profundos a rg u ­ m entos. frente a la interpelación del suspicaz. qué ex­ plicación p o d ría ten er la señalada indigencia de 442 estos discursos suscitados p o r ocasiones m áxim as. entonces. por el contrario. Creo que lo equivocado es el su p u esto tácito que subyace a tan sú b itas explosiones de sorpresa: p e n sar que algo está realm ente en m anos de alguien. es cuando. Se e sp era ría siquiera. n u e stra existencia. De lo contrario.! La cortesía. puestos a la prueba. ver esgrim ir los últim os y m ás sólidos principios.Pero no m enos notable que esta reacción com ún de los periódicos es la clase de jerga que p ara tal oca­ sión se desenfunda. que las responsa­ bilidades directas o in d irectas que conciernen a las m últiples opciones o determ inaciones que gobiernan el curso de la tecnología están depositadas en p e r­ sonas cuyas ú ltim as convicciones se resuelven al cabo en algo tan infantil y elem entalm ente vaporo­ so.. Precisam ente entonces.. una corrien te a la que los pretendidos fautores y propugnadores no hacen a fin de cu en tas o tra cosa que integrarse. pues. se abandona a los m ás sobados com odines de la re­ tórica com ún y a las m ás indignas b a ra tija s de la im aginería emotiva. ante una preocupación de tal calibre. De m anera que. en algo que excede incluso la penosa b a ra tu ra em ocional de c u alq u ier frase de borracho. pongo p o r caso. pero ja m á s ninguno del tenor siguiente: «¡La C orte­ sía. h asta el extrem o de que no deja de a s a lta rle a uno poderosam ente la sospecha de si no será.. inconsistente com o la espum a de agua jab o n o sa que se hincha y se suelta 443 . la gala y la m edida de la exquisitez de un alma. cuando el propio directo r de uno de los m ás respetados órganos de opinión europea sólo sabe salim os. de si esa vagorosa m úsica ce­ lestial de «¡’a venture h u m a in e » se rá efectivam ente la ultim a ratio que su sten ta el sistem a de conviccio­ nes personales de quienes prestan incondicional apo­ yo a la tecnología y ju ra n y p erju ran en su nom bre. C uan­ to m ás a rra stra d o s nos vemos por la incontrolable necesidad de auto rrep ro d u cció n del capital. Un tren u ltram o d er­ no. pero por unas vías tan absolutam ente m achacadas y h e rru m b ro sa s que si no d e sc a rrila en c u alq u ier curva. o sea. de ahí que no sólo sean los tiranos personales (los únicos res­ pecto de los cuales la adhesión puede e s ta r m otiva­ da por la espera de cu a lq u ier beneficio m aterial). al m enos a ju z g a r po r el te rro r a p erderlo que d em uestran países com o el nuestro. Realm ente un tren robot descontrolado. corre cada vez m ás inevitable e insensatam ente acelerado. Pero no. Quien no acoge con nueva fe teológica la su p e rsti­ ción tecnologista suele verse acusado de cobarde ante el futuro. volando en mil pedazos p o r la propia n a tu ra ­ leza de su carga. contra-acusado de te rro r a m i­ rar cara a c a ra el tenebroso porvenir. y hay que cogerlo en m archa y el que lo pierde ya no lo coge más. p e rd e r la fe en el porvenir de algo que ha llegado a se r tan invencible com o la tec­ nología. La defensa del poder de aquello que ya tiene todo el que le hace falta para m an d a r y aun m ás sólo m ínim a­ m ente tiene por motivo en las personas el interés m a­ terial que puedan rec a b a r de se r tenidos po r leales. capaz de dem ostrar. siq u iera coño un m ínim o de consideración con los viajeros.al aire en levitantes e irisad as pom pas de jabón. La farsa ha disfrazado de anim osa energía del alpinista que sube a la m ontaña lo que no es m ás que inerte aceleración del que viene rodando po r la pen­ diente abajo. para nu estro caso. a su vez. los que im ponen tan g ratu ita ac­ titud de acatam iento: sería dem asiado intranquilizador. ¿No tem e sem ejante a c u sa d o r que él podría ser. parece que ese tren no espera a nadie. m ayoritariam ente es la trem enda tu rb a c ió n del án i­ mo que se sigue de c u alq u ier pérdida de confianza en lo que tan om nipotentem ente im pera. por cuanto aún defiende su sosie­ 445 . Así. P resu m ir la pre­ sencia de algún sujeto hum ano —conciencia y voluntad— tras el gobierno de la Tecnología no es sino h a c er el avestruz con respecto a la evidencia de que el fam oso tren ni va ya adonde quiere ni a la ve­ locidad que quiere ni lleva las m ercancías que serían de desear. que —si es que se me perm ite lo escabroso de la expresión—. com o el Progreso o la Tecnología (de quienes n ues­ tra adhesión m al podría e sp e ra r la recom pensa de prebenda alguna). de m iserable w ishful thinking. sino. «por su propia dinám ica interna». tam poco alcan zará jam ás destino alguno —ya que no puede tra n sfo rm a r sus m ercan­ cías en m archa— donde sea recibido com o quien vie­ ne a sa tisfa c er necesidades hum anas verdaderas. los im personales. De esta m anera es com o vienen a o rq u estarse y a ponerse en escena las falacias m ás hediondas. La propia alegoría del Tren de la Tecnolo­ gía desm iente sin q u ererlo cu alq u ier control que de­ 444 note la presencia de un sujeto hum ano que lo lleve y lo gobierne. nous savons que rien ne décourage l h u m a n ité dans sa m arche en avant es la versión poética que el p residente M itterrand ha dado de lo que en lenguaje propio expresaríam os con las palabras: «No hay m ás rem edio que a d m itir que nadie puede d eten er al cap ital en su fuga hacia ade­ lante». con una ris tra de cincuenta vago­ nes blindados. po r ejem plo. a e sta s alturas. y dos furgones de cola con quin callería de plástico y caram elitos de bazofia p ara a rro ja r al paso a los chiquillos de la población civil. por rigurosos que fuesen sus horarios. repletos de arm am en to y explosivos. La m agnificación del sujeto del Progre­ so está sirviendo para escam o tear su real carencia de sujeto. en m ucho m ás alto grado. sino que se parece cada vez m ás al tren de «La Adelita». pasa una vez tan sólo y sin parar. un m aquinis­ ta consciente y responsable. que están a si lo co g en /n o lo cogen. tanto m ás a tro n a rá n nuestros oídos con la gran tachunda de la indom able voluntad de autosuperación del ser hum ano. com o los que. su scita fu e r­ tem ente la sospecha de una total falta de convicción en quienes lo han excogitado. son apaciguados por las pro­ m esas de la tecnología. mas. Así lo atestiguaba Em ilio M enéndez del Valle en su a rtícu lo «El h am ­ bre com o ca u sa de la guerra» (El País. cada vez m ás palm aria. Este procedim iento de denotación que evita servirse de la designación directa de lo que actualm ente es un país («país subdesarrollado») m e­ diante un circum loquio que rodea po r el punto de vista su p u esto de un m añana.) su egoísta. nadie le h a ría m elindres ni m o straría tem or a la franqueza de la expresión «paí­ ses subdesarrollados». Y sobre la p e r­ versión sem ántica en c errad a en sem ejante identifi­ cación d eb erían rec a p a citar tanto los que. donde los ham brientos resultan concebidos com o si los de m añana fuesen los m ism os q u e hoy ag u ard an a la pu erta.. de países está siem pre im plícitam ente abocado a p e n sar en térm inos de fu­ turo y a a ñ a d ir a los riesgos de falacia que ya la sim ­ ple unificación sincrónica supone. suelen co n testar éstos que la pau latin a pero co n stan te recuperación económ ica a cab ará contagiando beneficiosam ente a las econom ías subdesarrolladas» (hasta aquí la cita). con la es­ cudilla en la mano. y no necesita­ ría su stitu irla po r el eufem ism o de una designación 446 desde el futuro. cada vez m ás ciego. O ír «países en vías de desarrollo» suena tan ridiculam ente deshonesto com o oír llam ar a los parados «trabajadores en vísperas de empleo». y que al cabo serán hartos. de la d esesp erad a fuga h a­ cia adelante de la econom ía m undial en que consis­ te el auge. y no los descendientes —¿hijos. ¿qué será. a ofrecerse al m a rtirio de la revolución. en cuanto que la propia necesidad de ex p licitar la prom esa en el sustitutivo traicio n a­ ba la secreta conciencia de la incertid u m b re de la prom esa m ism a. Una exaltación de la m uerte com o la que m ás a rrib a he recogido con la cita de M ario B enedetti sólo se hace aceptable extrem ando la ficción sem ántica de la p a la b ra «pueblo» hasta el 447 .go y confianza con el recurso infantil de tap a rse la cara con el embozo de las sábanas ante la evidencia. que es com o d isfra ­ z ar su m al presente con su bien futuro.. fiel al presente. «un país ham briento»? Ya el m ero rep resen tarse a los h am brientos (aun su ­ poniendo ciertas o por lo m enos sinceras —que sin duda no son ni lo uno ni lo otro — las calendas g rie­ gas de ese «en vías de desarrollo») en térm inos de países y no de individuos se abre paso a una iden­ tificación a distancia. com ­ pletam ente fraudulenta. El a u to r dem os­ trab a después un fino oído ideológico al d en u n ciar la acuñación de la expresión «países en vías de de­ sarrollo». cito literalm ente: «Cuando se reprocha a al­ gunos dirigentes occidentales (. fraudes aun m ás incontestables en todo lo que a la m uerte y al su frim iento se refiera. com o su stitu tiv a de la de «países subdesarrollados». totalm ente falaz. com o «pue­ blo». Así. Entre los llamados «paí­ ses en vías de desarrollo» e sta ría n los llam ados «países en vísperas de com er» o «países h a m b rien ­ tos». insolidaria y excluyente preocupación po r su propia econom ía. de la tecnología? La coartada. son incitados. del fu tu ro al presente. del desarro llo tecno­ lógico es la de que el continuado progreso y e n ri­ quecim iento de los países ricos a c a b a rá algún día beneficiando a los m ás pobres. nietos. ya que si fuese hones­ tam ente sincera la confianza en que el aum ento de la riqueza de los ricos va a red u n d a r pronto en be­ neficio de los pobres. incluso. pen­ s a r en térm in o s de pueblos. Pero veamos ahora cómo pensar en térm inos de «paí­ ses» o de «pueblos» es ya p e n sa r en térm in o s de fu­ turo y las falacias a que la co rrespondiente identifi­ cación equívoca puede llevar. los aun m ayores fraudes derivados de toda identificación diacrònica. biznietos?— de to­ dos los que e n tre ta n to se h a b rá n m uerto. com o «pueblo». 20 de enero de 1984). por la exaltación del sacrificio. Las esperanzas que se levantaron en el Tercer M undo después de la cum bre de Cancún. la últim a esperanza. centrado en los problem as de Áfri­ ca. se lee: «La actitu d de los países ricos en la A sam blea General de la ONU ha com binado frases m ás bien positivas ante los proyectos africanos. com o Canadá. que im plica que ésta conserva al m enos el resto de luerza suficiente p ara im ponerle al vicio sem ejante disim ulo. Pero ni siq u iera un esfuerzo m ás l¡ m itado y concreto. m ientras se declaran incapaces de a b o rd a r en serio un plan para sa c a r a África del ham bre. parece ser que la tecnología em pieza incluso a c a n sa rse un poco de sus falsas prom esas. y com o un cuerpo sano se cu ra rá ­ pidam ente de un rasguño. Cuando la nicnología no necesite ya ni siquiera la hipocresía de decir «países en vías de desarrollo» es cuando ya no i ab rá confiar siquiera en un últim o residuo de m ala conciencia o de vergüenza del que quepa esperar una . Por aquello de que la hi­ pocresía es el hom enaje que el vicio rinde a la virtud. parece te n e r posibilidades de provocar una revisión de las políticas de los países ricos. presen tan d o la em presa privada com o la única panacea para resolver todos los pro­ blemas. porque p ara él Francia era el único sujeto real. Pero lo m ás grave ha sido su negativa a co n sid erar la deuda com o un problem a político y general y su declaración de que a d u ras penas m an ten d rán su nivel actual de ayuda. es o tra form a de elu d ir la res­ ponsabilidad de todos los países in d u strializados ante un problem a com o el ham bre de África. han 448 sido una excepción y han asum ido com prom isos con­ cretos de m orato ria en la cuestión de la d euda. en un editorial de El País de hoy 31 de mayo de 1986. nunca se sabe h asta qué punto no es. A veces en la m entira es donde está. «Todo esto lo rem edia una noche de París». en efecto. la cifra c e n sitaria m erm ada p o r las m u ertes sería rá ­ pidam ente realcanzada po r los nacim ientos. al se r conse­ cuencia del colonialism o y del im perialism o. precisa­ mente. afirm aciones generales en favor de la solidaridad. ignora una realidad africana en la que el Es­ tado asum ió funciones económ icas no por doctrinas. H olanda y D inam arca. El hecho es grave. porque no había o tra cosa. ha sido la actitud del delegado soviético. titulado «El continente del hambre» y a propósito de una sesión de la A sam blea General de la ONU dedicada al ham bre en África. en efecto. en 1982. p o r lo que hoy puedo ver. Felizmente. que ha reiterado la tesis de la URSS según la cual los pro­ blem as del m undo subdesarrollado. aunque se acom pañe con frases de so lidaridad con el Ter­ cer M undo y de crític a a las potencias occidentales» (hasta aquí la cita). m ás tem ible que se deje de m entir. com o ha escrito el antiguo m inistro francés E dgar Pisani. no conciernen a la URSS. Peor aún. En térm inos de His­ toria esa era. En verdad./L a a ctitu d de EEUU. de un esfuerzo serio para red u cir las injusticias radicales de la relación N orte-Sur han sido e n terrad as. p o r propagandística. dijo N apoleón ante el gran núm ero de franceses m u erto s que yacían en el cam po de batalla. la hipocresía se convierte en un últim o in­ dicio de esperanza de que la virtu d podría volver a ser tom ada en serio. incluso. la única dim ensión real. C uando el lobo no necesita ya ni siquiera disfrazarse con pieles de cordero es cuan­ tío podem os d ecir que todo está perdido. así ella se repondría en una sola noche del m enoscabo su frid o en su pobla­ ción por lo cruento del com bate. en los cuales el increm ento de los gastos de arm am en to es una constante —salvo escasísim os casos—. ya que necesitan reducir el déI icit de su presupuesto.punto de fraude en que vengan a ser uno y el m ism o el sujeto de la m uerte y el de la liberación. Así. pero una negativa poco d isim ulada a a su m ir com prom isos concretos tanto en cuanto a la ayuda com o en el tem a de la deuda. No ob stan te —y volviendo al tem a—. algunos países. sino por necesidad. y sin dejar. la em ulación y la preponde­ rancia. La vieja du alid ad entre el com erciante y 450 el caballero. sin embargo. de interdicción m oral. «el atrevim iento del progreso» y «la arro g an cia de la conquista». im pugna la solución aristotélica y m enéndezpidaliana. La m uerte ha sido. I-a em presa del tecnólogo su fría ante el público del m enoscabo estético de no e s ta r a d o rn a d a por el va­ lor caballeresco de la generosidad. en plena form ación del Im p erio Romano. com o un opio b a ra to para en g añ ar la cerrazón total del horizonte y el senti­ m iento de esa cerrazón en quien se sabe a la vez pro­ tegido y asfixiado en una seguridad de la que. que ligaba al prim ero al interés y al segundo a la generosidad. aún m ucho después de que el interés ya no avergüence. con lo que éste venía a que­ d ar m uy m ejorado. hay que re­ c o rd a r que no sólo fue ya un dictam en de A ristóte­ les. de seg u ir siendo cul­ tivadas. la respuesta de Posidonio a la cuestión p ropuesta p o r Carnéades: «¿Puede el c o n q u ista d o r ser justo?». dism inuya ni acom pleje a nadie. la que d em ostrando el riesgo ha p erm itido reco n d u cir la em presa del tecnólogo a la estética cab alleresca o de la dom inación. Corolario 3. pero aludiendo a éste po r vía de reflejo o caram bola. van esas em ociones vagando ociosas como ex com batientes tra s el p erp etu o anhelo de un obje­ to sobre el que fingirse o desencadenarse. al que se agarraron en el siglo XVI los defensores teóricos del Im perio Carolino (tam bién llam ado Im ­ perio Español) en las Indias. no obstante. Así lo hemos visto en la evocación de los pioneers de «la frontera». ha pervivido in ta c ta com o d u a ­ lidad estética. unos sentim ientos com o los de la civilización actual predom inantem ente educados p ara las em o­ ciones del agonism o. al fin. por otra. a su vez. Sepúlveda. Ya se sabe lo que «La Frontera» significa en la im aginería nacional de los n o rteam e­ ricanos y lo que se ha ido a b u s c a r y a ex p lo tar en tal representación: la ilusión de un ám bito de pro­ yección heroica para un g ratu ito y nuevo vívere pericolosamente servido a la m edida y en la inm unidad de los sueños de butaca. a través de la conquista p o rtu ­ 451 . por una parte. sino que tam bién había sido. Corolario 4? A propósito de la justificació n de las guerras de conquista p o r M enéndez Pidal. La fruición con que se ha exclam ado «¡Se acabó la rutina!» res­ pondía a la evidencia de que el accidente perm itiría a c re d ita r de nuevo con u n a sim ulada au reo la de aventura los proyectos espaciales. Y el riesgo era lo que au reolaba de generosidad al caballero. en plena for­ m ación del Im perio C arolino (tam bién llam ado Im ­ perio Español). Es graciosa la form a en que Vázquez de Menchaca. volviendo a a tra er sobre ellos la participación de los sentim ientos pú­ blicos. en la invocación del m undo com o «lugar peligroso». ni q u e rría ni sab ría prescindir.° O tra de las indecentes com edias pues­ tas en escena p ara exprim irle el jugo a los sentim ien­ tos públicos con las víctim as del naufragio del Challenger ha sido la representación del espacio bajo figura de frontera. preem inente­ mente. m ientras sufre. La indig­ na farsa no responde sino a la am bigüedad crucial de un m undo em ocionalm ente educado en los valo­ res y en la estética de la dom inación y al m ism o tiem ­ po en ¡a p roscripción m oral de cu a lq u ier acto de agresión. de objeto sobre el que ejercerse. como. tam bién. en su Controuersiarum lllu striu m .reacción co n tra sí m ism a y su propia falacia y p er­ versión. V eteranas de la dom inación en tiem pos en que ésta carece. en nom ­ bre de los fines de u n a sedicente civilización su ­ perio r que se siente au to rizad a p a ra im poner su dom inación a la que le parece inferior. así finalm ente en las ya c ita d as efusio­ nes de Diario 16 sobre «la osadía de descubrir». según la fórm ula «A ti te lo digo. y que a continuación transcribo: «Muy a propó­ sito de todo esto es la resp u esta del Rey Antígono caudillo de los lacedem onios. a violar donce­ llas y a d a r cruel m uerte a ancianos. si no./M as por lo que hace a los infieles y m oradores del Nue­ vo M undo. pueden ju stam en te ser som etidos. sobre lo cual tra ta Domingo Soto en su opúscu­ lo sobre el m odo de p ro m u lg a r el Evangelio. a innum erables m illares de hom bres. hijuela. ni tienen vo­ luntad de proteger las leyes de la justicia. a in­ cendiar ciudades. es tam bién cla ra la resp u es­ ta acerca de la g uerra que suele h a c er el Serenísim o Rey de Portugal a los pueblos y regiones de las In­ dias. niños y m ujeres sin avergonzarse de d a r el nom bre de beneficio a to­ llos estos crím enes y a otros aun m ucho peores. m ás nefandos y dignos de m ayor execración. quisiéram os decir que aquel p rín ­ cipe. que si no están dispuestos a servir al m uy poderoso Rey de las E sp añ as y señ o r nues­ tro. que llevaba la g uerra a regiones extrañas. defiende Alonso G uerrero en su o b ra Es­ pejo de Príncipes. «no hay ocasión». a lanzar a las som bras del Erebo. M enchaca dice. aunque pre­ textando m ás noble causa. O tam ­ bién con Ovidio: Viejo y o rd in ario recurso es el en453 . que el fu ro r y la locura arrastran. com o se ría en nu estro caso si siguiendo el ejem plo de Aristóteles. De un p rín ­ cipe sem ejante bien podem os decir con Terencio: Te engañas si juzgas que no conozco tu intención. uno tra s otro el rey de Portugal. si viéndom e d e s tru ir con m is arm as ciudades ajenas. de torm entos. lo ha­ cía solam ente para p ro c u ra r el bien de aquellas regiones y habitantes. se a p re su ra po r m edio de todo género de ex­ term inios. donde difícilm ente po­ d ría h a lla rse un m atiz diferencial que sep arase las pretensiones y los com portam ientos del rey de Por tugal y del de E spaña. p á rra fo s que el com ienzo de 2. m aestro y en esta m ateria bien poco d isim ulado a d u la d o r de Alejandro Magno.2 ¿Qué excusa p o d ría se r m ás evidentem ente y h a sta más irónicam ente excusa? Y sobre todo si se tiene en cuenta que el im personal non uacat puede h a c er re­ so n ar po r afinidad el igualm ente im personal non ticet. donde «non uacat» es sim plem ente «no hay tiem po». En el libro prim ero. sino que se a p re su ra a ello y que con m ultitud desenfrenada. com o heridos por un rayo. sino que la m ayor p a rte de las veces se g u e rre a por el ansia de a g ra n d a r la dom inación y la gloria. 452 los dos citados recoge con la expresión «de lo expues­ to». No estás en tu juicio —le respondió Antígono—. Oh dulce. de quien en cam bio no h a b ría habido tiem po de lo m ism o? Y m ás au n si se consideran los párrafos inm ediatam ente a n te rio re s (8 y 9 del m is­ mo capítulo y el m ism o libro). que hacen tam bién suya Plutarco y E rasm o en las anotaciones a los Apophoreta: com o cierto ju ris ta le p resen tase un li­ bro acerca de la justicia. tan to m ás si se considera que el giro personal subrayado «al presente no tengo tiempo» traduce dos solas p a la b ras del latín y con form a im personal: «quia non u acat inuestigare aut scribere». así: «De lo expuesto. de m u ertes y de incendios. o sea «no está perm itido». Y adem ás ¿a qué nom brar. La indirecta es com pletam ente evi­ dente. «no hay posibi lidad». Y también «no hay lugar». en efec­ to. a a rr a s a r cam pos. Porque sabía en verdad que cuantos hacen g u e rra ni pueden. cap ítu lo décimo. h u ­ mano y caritativ o a m o r que no se avergüenza de violar los derechos del n a tu ra l parentesco que liga a los hom bres. te atreves a d ise rta r en mi presencia sobre la ju sticia. de quien sí h a b ría habido tiem po de ocuparse. y el rey de E spaña. O pinión que ni a p ru e b o ni repruebo. en­ tiéndelo tú. p arágrafos 10 y 11. a fin de que en lo sucesivo pu­ dieran llevar una vida m ás civilizada.guesa. pues al presente no tengo tiem po p ara e stu d ia rla o para e sc rib ir sobre ella» (subrayado mío). mi nuera». Madrid. Ra­ món Tamames decía que Fraga había fracasado «por ir co n tra la historia». / Tercera conclusión. entre un blanco y fragoroso borbollón 1. porque sem ejante género de vida es acaso m ás parecido y allegado a aquella edad dorada no sólo celebrada y alabada p o r antiguos y m odernos. Fraga en el agua.ga n a r bajo títu lo de am istad. sin ren u n c iar a lanzarle la m ás clara acusación. tra ta n con todo de a p a re c er com o hom bres honrados. en apéndice. (H asta aquí la cita de M enchaca. abril y mayo de 1986 Apéndice La m entalidad ex p ia to ria 1 I. H asta aquí.) Como se ve. fue esto que Tam am es añadía a renglón seguido: «¡y m ira que se lo advertim os!». Y con Cicerón cuando dice que no hay peste m ás funesta de toda ju sticia que la de aquellos hom bres que en el m ism o m om en­ to en que com eten los m ayores fraudes. Lo inesperado. com o di­ cen en Bilbao. este texto inédito anterior (de 1982). no hay aquí nada específico que p erm ita in cluir la co n q u ista po rtu g u esa y sus­ pender el juicio sobre la española. no h ab er sido sojuzgados con derecho por Alejandro Magno todas aquellas regiones que de todos son co­ nocidas. haya pretendido ju stifica rla s pretextan­ do un deseo ardiente de a tra e r aquellos pueblos a una vida m ás cu lta y a m ás hum anas costum bres. Por parecerm e muy concurrente con el texto principal. De lo expuesto antes dedúcese tam bién. En una entrevista de hace ya algunos años. lo que hizo d isp a ra rse de repente. marzo. todos los tim b res y todas las bom billas de m is entendederas. que el género de vida que A lejandro les ense­ ñó e intro d u jo entre ellos». com o quien oye llover. llevadas a cabo en realidad sólo p o r la pasión de dom inar. eso de ir a favor o en co n tra de la h is­ toria es un d ecir al que estam os acostum brados desde hace largo tiem po y que ya oím os sin h acer m ucho caso. que p ara p e r­ seguir la referencia donde Tam am es parecía llevar­ la tuve que im aginárm elos a los dos en el Alberche. enérgico y tozudo tratando de avan­ zar contra la ráp id a c o rrien te con todo el vigor de sus brazadas. norm al. Así ya desde el si­ glo XVI contestaba M enchaca anticipadam ente a Menéndez Pidal. en la primera publicación de este ensayo agregué aquí. aunque aquellas m em orables y célebres ha­ zañas. 454 455 . com o en un flipper loco. Un com entario así ab atía de tal m odo la frase preceden­ te de «ir co n tra la historia» desde el consueto regis­ tro celestial de la p u ra alegoría h a sta el nivel de lo inm ediatam ente sensible y cotidiano. p ru d en cia que le induce a salv ag u ard ar su im punidad form al tras la indirecta. y aunque h u b iera obligado a dichos pueblos a ab an ­ d o n a r ritos y costum bres propios de fieras. sino tam bién llo­ rada. com o no sea la prudencia personal del a u to r frente a su propio so­ berano. su valor cardinal. La perfecta aeronave de la h isto ria no puede. hombre. He de observar tam bién que aquello que realm ente alim enta y da Iticrza al escándalo inherente a tan típicas protes­ ta s c alendario en m ano no es la referencia m eram en­ te externa del veinte en «siglo XX». son los que dicen: «¡Y que tenga que o ír uno estas cosas en pleno siglo xx!». p o r su obstinado com ­ pañero. Pero sea lo que fuere de tan insospechable intim i­ dad en tre Ram ón Tam am es y la san g rien ta Clío. ociosos. por lo visto. entre el estrépito del agua ferozmente batida por éste con sus brazos: «¡Manolo. siem pre e stá en su hora en punto. según Tam am es. entonces no tengo mas rem edio que decir que los pilotos. y Tamames. si todo I r ha de a c h a c a r a fallo hum ano. p a ra ponerm e en el fue­ ro interno de Tam am es tenía que esforzarm e en en­ c a rn a r en mí m ism o una m irada para la cual el curso de la h isto ria fuese algo tan obvio. sino de que su m edida sea de m ag­ nitud inferior a la del grado en que osa presentarse.n cuanto a lo que m ide esa m edida. com o índice ni dinal. de caracterizaciones o rdenadas de m enor 457 . tan em pírico y tan sensible com o p a ra los ojos de los dem ás m o rta­ les es el c o rre r de un río y el sentido de sus aguas. Entre los m uchos adictos a la droga del escán­ dalo. en su altitu d exacta. aun echándole una rápida m irada pano­ rám ica al pasado. Las alm as pecadoras no acabam os de hacernos a la teresian a idea de que tam bién en tre los puche­ ros anda el Señor. están los que —a sem ejanza de quienes van •lem pre a los toros con el reglam ento en el bolsillo— llevan siem pre consigo el siglo XX. el caso es que em pecé a p e n sar con inquietud en la ap retad a realidad que acaso en la fe de m uchos ad­ quiría lo que yo había tenido desde siem pre p o r áuli­ cos. no se me quiere tolerar poner fran­ cam ente en d u d a que la h isto ria sea y haya sido »lempre un a p a ra to técnicam ente infalible. sino el valor cum ulativo del veinte en cu an ­ to veinte veces uno. La frase paiece indicar que indefectiblem ente ha de tra tarse de lo que en los accidentes de aviación se llam a un fa­ llíi hum ano. equivocarse. ha de tratarse. p o r favor! ¡Pero Manolo! ¡Parael otro lado. II.de espum a y salpicones. copilotos y ayudantes de vuelo jam á s han estado a la a ltu ra de la m aravilla técnica que m anejaban. m eneando la cabeza con una bonda­ dosa sonrisa de adversario leal e intentando hacerse oír. de m odo que si q u ería yo in te r­ p re ta r debidam ente ese tan cotidiano y pucheril «y m ira que se lo advertim os». De lo íiue se escandalizan no es de que el objeto del escán­ dalo se halle en un lugar de orden diferente del que Ir corresponde. apolíneo y elásti­ co en la orilla. es decir. com o quien llevu un detector de m ercancías trasfech ad as y p a sa ­ das de sazón. con las m anos en bocina. para el otro lado!». I'. nunca un e rro r del principio que •Ktablece que en D usseldorf no hay ni puede h a b e r Irones. Ahora tenía que en­ fren tarm e con la posibilidad terrib lem en te peligro sa de q u e «el sentido de la historia» fuese algo percibido p o r algunos con una fe tan sólida com o la que se p resta a lo que ven los ojos de la c a ra ante el c o rre r de un río. fan tasm ales y nada convencidos ni com prom etedores figurantes de alta alegoría. Aho­ ra tenía que vivir yo m enos tranquilo que cuando me d istraía en la im prudente confianza de que eso del «sentido de la historia»— siem pre de peor a m ejor— no era m ás que un retorem a destinado en el fondo tan sólo a a lim en tar las esperanzas —o m ás bien ali viar las desesperanzas— de quien lo profería. Si. en la velocidad de cru c e ­ ro prefijada. 456 III. jam ás de lo que se llam a un fallo técni• i*. La ap arició n de un león en D usseldorf tft un erro r del león. sin que por eso tuviese convicción alguna de que todo esto vaya realm ente a alguna parte. tal com o a fallo e stric tam e n te h u m an o teníam os «iiic achacar. ni parecer. el fracaso político de l laga. que. IV. El hecho de que. Por tra u ­ m áticas que lleguen a se r tales contradicciones en su m om ento de explosión. traum a. pero a su vez el que los fallos técnicos estén. com o es el del sistem a am pliado de los nú­ meros enteros (y otro tanto puede decirse de la am pliación siguiente. venaría a d e sca rta r en cierto m odo que la historia esté ya escrita en el detalle de lo que. el siglo XX vendría a se r nada m enos que el vigésim o c u rso de h isto ria universal. sin duda. el de m otor o com bustible de lo que los m arx ista s g u stan de llam ar «la dinám ica interna de la historia»—■. y el m otivo de su escándalo e s ta ría esencialm ente en la vergüenza académ ica q u e supone el h a c e r o el d e c ir cosas que indican un nivel de conocim ientos in ferio r al del si­ glo en que se vive. para encon­ tra rn o s el día de m añana. siendo así que es en ésta ju s­ tam ente donde se le reserva un papel prin cip alísi­ mo a la contradicción —casi. i*n el m om ento en que. com o yo. la preten d id a ciencia de la histo 458 l ia la que. que perm ite p a s a r de los en­ teros a los racionales y así sucesivam ente). com o quien no quiere la cosa. tiende más bien a im ag in ar tal m agisterio en el m ejor de los ca­ sos com o una sucesión a b ie rta y contingente de es­ carm ientos y rectificaciones. po r lo tanto. o incluso. a sem ejanza de una asig n atu ­ ra: de N eanderthal a K issinger. los propios núm eros n atu rales cuando se los somete al violento sinsentido de una resta con m i­ nuendo m enor que el sustraendo. ni vías m u ertas ni productos o electos residuales. p o r lo visto. no sin alguna excesiva tr u ­ culencia. et­ cétera. quedaría reducido a trances anecdóticos o superestructurales. de Cro-Magnon a Brzezinsky. probablem ente a fin de que podam os es­ tu d ia r h isto ria al tiem po que nos pasa. Cabe. se pretende que form an parte del sistem a mismo. im ponderable y conflict i va. v por lo tanto alum nos borricos ju nto a chicos listos. ya que no de obcecadas reincidencias. siem pre sujeta a la probabilidad y a la fo rtuna y. que se halla prep arad o p ara nacerles frente sin la m enor fisura ni el m enor que­ branto p ara sus propios supuestos estratégicos: la contradicción —traum a— no es expulsada afuera del decurso h istó rico com o un cuerpo extraño irrestanable e irreductible. pueda hab er fallos hum anos. sin sorpresas. sin ir m ás lejos. com o quien dice. h a sta con una licenciatura o doctorado. la c o n tra ­ dicción es reab so rb id a y reintegrada —o reparado el tra u m a — m ediante un desarro llo regulado y con­ gruente. No faltarían probablem ente aquí hegelianos o m arxistas que rechazasen la idea de te­ ner por conflictiva la concepción ingenua y p o r no conflictiva la científica. qu erría decir que sí estaría.Pero ni la contradicción ni ta n siquiera el trau m a com ­ idortan necesariam ente lo que yo q u e rría aquí enten­ der por realm ente conflictivo. por definición. Es. pero no llega a h a­ ber conflicto en el sentido fuerte que quiero reservar. en cambio. sin intentos fallidos. E ntonces la m ateria de la his­ to ria re su lta ría e s ta r ya de antem ano pedagógica­ m ente organizada. sino qu e en cu en tra tam bién su hueco y su acom odo en las en tra ñ as del sistem a. llam ar contradicción. parece concebirla com o un curso orgánicam ente program ado ab initio desde lo más elem ental hacia lo m ás complejo. po r lo demás. es decir. com o algo ya de antem ano previsto p o r el m ando. p ara ir aconteciendo de lo m ás fácil a lo m ás difícil. es lo m ism o que decir el cu rso en que se e stá m atriculado. efectivamente. en cam bio.a m ayor com plejidad. total y rigurosam ente escrita en cuanto asignatura. com pletam ente excluidos de en tre lo posible. Para los del «parece m entira q u e en pleno siglo XX». a lo que han de sufrir. C uando piensa en la h isto ria com o «m aestra de la vida» el no iniciado. to­ 459 . el que no ha llegado a ten er intim idad alguna con la san grienta Clío o no ha tenido acceso a los secretos de la caja negra de su olím pica aeronave. tal com o sucede. no obstante. naturalm ente. Tam am es se m a­ nifieste. sino que iiiiii tuvo que e x tre m a r su abuso sobre la buena vo­ luntad de los creyentes y su abnegada predisposición para el acatam iento. si es que no com o ejemplo. que a su vez trae consigo. No le bastó a M iguel Ángel Buonarroti con dejar bien apisonadas las cabezas y eni ogidas las en tra ñ as de la entera C ristiandad con la corilácea m ole de ese im ponente y conm inatorio a s­ paviento de p o d er que es la basílica de San Pietro ¡11 Vaticano. no puede su g erir nada m ás protu n o que la preocupación del c u ltu rista por sacarse l*i iIlo em b ad u rn án d o se de grasa. Por eso no tiene nada de inco­ herente que. form idable núm ero de halterofilia. sino a cumplirla» (y aun aquí el «cumplimiento» puede recogerse justam ente como el acto de li quidación y realización cash del inmenso saldo acreedor acumu lado por los tristes destinos de los hombres bajo la ley antigua). sí al m enos por m etáfora de la noción de «Aufhebung». el claroscuro.m ando en él una función determ in ad a com o m iem ­ bro operativo y factor de equivalencia. a m odelos m atem áticos. la noción de arm onía universal. aun sin poder acreditarlo por falta de lectura. p o r el de la historia. in­ discutible p rim e r prem io en todo concurso m undial de cu ltu rism o o titanom anía. h asta el extrem o de excluir de m an era taxativa que ninguno tic sus innum erables accidentes pueda jam ás se r de­ bido a «fallo técnico». pues la o cu rren cia de au m en tar desde los ciento ochenta a los doscientos cuarenta grados la sección de las p arejas de colum ­ nas adosadas. Creo que la inspiración evangélica de los arranques de He gel —y en especial respecto del initium de San Juan: «In princi pió eral uerbum. en toda su erte de contabilidades. de una intervención externa. desde la del negocio de la banca h asta la del negocio de la sal­ vación pasando. presentándoles. en la m ism a entrevista. pero creo que la form ación de los nú­ m eros enteros a p a rtir de la contradicción su scita­ da en los naturales por la resta con sustraendo mayor que el m inuendo podría servir. En la m edida en que sólo la invención de los enteros hizo posible la concepción y represen­ tación del Debe. circu n d an todo el tam b o r del cupulón. p o r cereza gem ela. la im agen de la historia como aeronave totalm ente perfecta e indefectible. sino m ero cum plim iento de una prefiguración virtu alm en te inducida en las determ inaciones m ism as del sistem a y en segundo lugar porque la paz y la coherencia quedan restable­ cidas sin aniquilam iento ni m enoscabo alguno de uno de los opuestos a expensas del contrario. por el doble m otivo de que en p rim e r lugar el arreglo no es obra de ningún deus ex m achina. expressis uerbis. no le b astó a Miguel Ángel con d e ja r­ nos ese aún nunca batido ni igualado récord de la que podría llam arse arq u itectu ra m uscular. p a ra la fotografía lie la pose. alternando con los ya retrancados ventanales. sino siem pre a «fallo hu m a­ no». ya que los núm eros n atu rales se ven. m ás abajo. es u n a idea que se aproxim a m ucho a la idea religiosa de un m undo o un universo bien creado. su p erad o s a la vez que conservados en los nú­ m eros enteros.2 2. E ntretanto. con c u alq u ier ángulo de luz. y p a ra d e ja r al pacientísim o Tamames de u n a vez en paz. en conform idad con la exigencia del concepto hegeliano. Vcon el único fin de acentuar. p a ra e n tra r en com bate a su debido tiem po. 460 V. en la concepción de su dialéctica. dando a la vez a la ilum inación el sesgo iiplimo p a ra el m ayor resalte de la pro tu b eran cia de m i s m úsculos. la contraposición entre núm eros n a tu ra le s y núm e­ ros enteros queda aquí de reserva. con el ahora inevitable correlato del Haber. señ alaré que la idea de u n a «historia con sentido». No hay con­ flicto. creyente en la arm onía universal. Mis pocos conocim ientos al respecto no alcanzan tan si­ quiera p a ra sab er si Hegel llegó a h a c er alguna refe­ rencia. que la inspiración más directa para su noción de Aufhebung la recibió Hegel con toda probabilidad de las palabras de Cristo: «No In­ venido a derogar la ley antigua.»— es un dato comúnmente reconocido Sospecho. que. con toda la iiuloridad de una brocha m agistral pero tam bién 461 . etc. sino más bien apenas un hosco y voluntarioso acatam iento de su ju stic ia y su poder.pero no deja de consignar la incom prensión. leal a los hom bres. la creación y todo el ciclo hum ano de la alfa a la om ega de tan total e im p e rtu rb ab le tra n sp a re n ­ cia y arm o n ía com o la que el pincel ’ ' Miguel Ángel consiguió ilum inando aquellos altos techos. con que decoró los techos de la C apilla Sixtina. la representación m ás antagónica que podría oponér­ sele a la de la Sixtina— son. el nudo m ism o de su incom prensión era la o scura y denodada resistencia a com ulgar. de un m undo bien creado. ju n to con la infinita bondad del S er Su­ premo. para cualquier imagen de un universo arm ónico. de a c a b a r de o rq u esta r sin disonancia alg u ­ na la gran tach u n d a de la arm o n ía universal. con la negra y h o rren d a ru ed a de m olino del dolor. haciéndose. en vez de «medieval». ¿Qué modo podría h a b e r de rein teg ra r al orden a tan obs­ tinadam ente irre d u ctib le m arginado? Darle un sen­ tido. una ab erración analógicam en­ . p o r lo m e­ nos lo que. el prim ero. sino una autoim posición forzada y exterior. no obstante. seguía siendo. Los pecadores pagan con su condenación la bienaventu­ ranza de los justos.toda la a stu cia de un alm a pedagógica. a trib u irle una función p ara la perfección del todo. fiel al hom bre. y toda piedad tiene que n a b e r m uerto.is fácil sería haber puesto aquí. esta a c titu d de la Baja Edad M edia se vería. com o casi todas sus repre­ sentaciones parecen señalar. Su re­ conocim iento de la bondad de Dios no era ninguna convicción íntim a y sentida. En la Lucha Final ten d rá que rea­ p arecer el m ism o criterio: los condenados son nonom bres. simplemente «no humanista» (nota del 7 de enero de 1992). tal vez. m agníficam ente rep resen ta­ do en la Divina Comedia. porque ante el juicio de Dios. en ocasiones a las m ás inhum anas actitu d es—. el resonante cartelón p u b licitario o p ó ste r propagandístico. La idea. po r vaga que pueda ser. un negro y deform e absceso. p a ra m ayor dificultad. apenas quin­ ce años m ás m ayor que M iguel Ángel. con todo. ¡Qué manía historicista de temporizar las cosas! Mucho m. ya que b asta c o n sid e rar que el Bosco y B ruegel el Viejo —cuyas respectivas tab la s de E l Jardín de las Deli cias y E l Triunfo de la M uerte nos ofrecen. si el dolor era. con la m ás incondicional apología del c re a d o r y su c re a ­ ción. todo intento de organi­ zar una configuración plausible de un m undo bien creado. po r el episodio en el que Dante llora de com pasión ante el torm ento inventa­ do para los adivinos. largam ente prolonga­ da y encabalgada sobre la época renacentista. Como se ve. El dolor era la torva peña inquebrantable con­ tra la que u n a y o tra vez tenía que estre llarse todo intento de en te n d e r y a c e p ta r de corazón la idea de la infinita bondad de Dios. un cu ajaro n de sangre irrestañ ab le. A falta de u n a exploración suficiente del asunto. repren­ d er por Virgilio. 462 obediente pero tam bién m ucho m enos com prensivo con respecto a los altos designios del Señor. pese a su acatam iento —que no dejó de llevarlo. y el segundo se estim a que nació cu ando éste era ya un hom bre adulto. no puede ser p ara mí m ás que una im presión m al definida —y no una co n statació n c irc u n sta n c ia d a — la sospecha de que el c ristian ism o de la Baja Edad M edia carecía enteram ente de cu a lq u ier firm e con­ vicción interna acerca de la bondad de Dios. La operación ya he dicho que al fin fue la m is­ ma que la que hizo p a s a r de los núm eros n atu rales a los núm eros enteros. VI. desde luego. me resu lta im posible im agi­ n ar es que la B aja Edad M edia hubiese podido jam ás im aginar ni m enos a c ep ta r una representación del Creador. es la de que el c ristia n ism o m edieval3 e ra tal vez más 3. la com pasión ofende a su ju sticia. en fin. pues. puesto que han sido negados p o r Dios. Pero sea com o fuere. Por lo dem ás. Dante propugna aquí el acatam iento —y hasta con intenciones pedagógi­ cas—■. El c ris ­ tianism o medieval. otorga un nuevo vigor universal a la m iserable ideología que justifica el dolor como ne­ cesidad de capitalización. a u to rita ria m e n te im puesta po r aquel verdadero cóm plice del poder de Dios en la apolo­ gía de la Sixtina. que le será liquidado a su debido tiem po. pictóricam ente hecha luz. para fungir de titu la r constante de las colum nas com binadas de un HABER y un DEBE que haga de am bas una m ism a cuenta corriente. porque ten d réis ham bre!//¡A y de los que ahora reís. las que da­ rían sentido al sacrificio de sus antecesoras. en las bienaventuranzas. en cambio. po r fin. Entonces em pieza a inventarse toda su erte de sujetos ya rig u ­ rosam ente ficticios y fantasm agóricos. inadverti­ d a— les pospone. extrem am ente m ás esca­ brosa cuando el dolor de unos ha de considerarse re­ sarcido y saldado en la felicidad de otros. a fin de que tal co n tabilidad com pensatoria pueda seguir m a r­ chando. y hace de aquellos frescos el m ás rotundo y form idable m anifiesto inaugural de todo conform is­ mo. un saldo acreed o r en la c u en ta co rrien te del individuo. m úsica celestial. com o inversión rentable para la gran em presa de la h isto ria y de la hum ani­ dad. en las m alaventuranzas. un saldo deudor. A c u alq u ier tanto de dolor —que com o saldo acreed o r llevaría signo m ás— se h aría c o rre sp o n d er un tan to equivalente de ventu­ ra. El do­ lor queda así reintegrado com o en co n trap u n to a la m úsica del Todo. un DEBE. Unas generaciones posteriores serían en su felicidad las beneficiarias de las ren tas acum uladas por los sufrim ientos de las precedentes. 464 VIL Pero nótese que p ara que esto tenga siquiera una coherencia in tern a hay que c o n stitu ir una u n i­ dad o identidad cualquiera del sujeto. entonces p a ra fu n d a r la po­ sibilidad de esa arm o n ía b astab a proceder con los achaques de la vida com o se había procedido con los de la aritm ética. pues ya habéis go­ zado v uestra p arte!//¡A y de vosotros los que ahora estáis hartos. un HA BER. en la Sixtina. La integración del su frim ien to en la a rm o ­ nía universal. reducido a com pás arm ónico. con el paralelism o m ás completo. VIII. por­ que así hacían sus p adres con los falsos profetas!» Aquí se ve rigurosam ente aplicado a los destinos in­ dividuales el c riterio de los núm eros enteros y el sis­ tem a de contabilidad del HABER y el DEBE. pero tan sólo Lucas —cosa que h a sta hace poco se me h ab ía pasado. toda luz. haciendo de la felicidad y e! frim iento una sustancia única. inexplicablem ente. la im p e rtu rb a d a y reconciliada trasparencia.te equiparable a la contradicción y al sinsentido que en el cam po de los núm eros naturales suponía la res­ ta con m inuendo m enor que el su straen d o (y en la m etábasis eis alio genos de esta equiparación ya es­ taba incoado el fraude). Los tres evangelis­ tas sinópticos recogen las llam adas bienaventuran­ zas. haciendo realm ente d u d a r si el pretendido h u ­ 465 . un a h o rro en el cielo o en la tierra. Toda felicidad anticipada es. A c u a lq u ier tanto de felicidad —que com o saldo deudor llevaría signo m enos— se haría corresponder otro tan to equivalente de dolor. un nu­ m erario intercam biable. la invención de los núm eros en­ teros fue analógicam ente aplicada a los opuestos avatares de unos y otros hom bres. La cosa pasa a ser. divina luz sin som bra. a acorde al fin ya no disonante en la grandiosa y sin­ fónica tach u n d a de la arm o n ía universal. en cam bio. porque gem iréis y lloraréis! / / ¡Ay de vosotros cu ando todos los hom bres os alaben. núm eros rojos que se le ha rán pag ar en llam a viva en los infiernos. Todo dolor adelantado es. las que podríam os lla m a r las m alaventuranzas: «Pero ¡ay de vosotros los ricos!. Los ya p reh istó rico s prejuicios acerca de la u n id ad de persona y a u to ría de los indi­ viduos nos lo h a rá n a d m itir com o m ás o m enos ra ­ zonable m ien tras tal titu la rid a d se lim ite a atenerse estrictam en te a ellos («el que la hace la paga»). que alcan ­ za así. en el cultivo de las p la n ta ­ ciones. IX. bajo la condición de esclavos. entre las que el sacrificio de las p rim e ra s sólo se rá saldado en cu an to beneficio de las subsiguientes? A Jovellanos cabe. De hab erlo adverti­ do así. com o explica­ ción —ya que no ju stificació n — del sufrim iento. tales com o el de que cada p a tria gus­ 467 . m ientras el séptim o com enta: «¡Ad­ m irable ju stic ia la tuya. C ausa Prim era! Tú no has perm itido que ninguna fuerza falte al orden y cali­ dad de sus efectos necesarios». hacia el actual aspecto laico. El prim ero de ellos enuncia el prin cip io expiatorio o contable de un in­ tercam bio de opuestos. ta n ­ to le repelía en la sección sincrónica. haciéndole p e n sar cóm o el inm enso m a rtirio de sus antepasados. ciertam ente. El sex­ to aforism o de Leonardo da Vinci dice: «Tú vendes ¡oh. la noción del su frim ien to se veía ya lista para deslizarse desde el aspecto y el con­ texto religioso. con toda justicia. a rre ­ batados al África natal y a rre a d o s a latigazos. com o se adm ite. que el de la ne­ cesidad histórica. donde era al m enos considerado com o m aldición y rem itido a una desgracia originaria. a otros. considero m ás aceptable la del mito del pecado origi­ nal. en que se c o n fig u raría la a rm o n ía universal. en la que. en cambio. los bienes son vendidos a los hom bres a cam bio de un esfuerzo o tra b a jo que se considera com o su c o n tra p artid a natural. Ahora puede llegarse hasta la cín ica indignidad de so licitar —com o se ha 466 visto en un reciente serial televisivo— el orgullo pa­ triótico de un negro am ericano. el honor de h a b e r dicho alguna vez: «Jam ás sa crifi­ caría a la generación presente en beneficio de las ve­ nideras». el ya alto grado de su inhum anidad. Dios! todos los bienes a los hom bres al precio de su esfuerzo». que pretendió tal vez ta p a r la boca de una vez p o r todas a todo sentim iento de in ju sti­ cia y a todas las blasfem ias. en el intento de incoar realm ente en este m undo un nuevo esp íritu de hum anidad. nótese bien. V erdaderam ente. irrita ­ ción la imagen del Estado como «órganon» presentada por Platón. en cam ­ bio. de la que él m ism o usufructúa ahora el alto privilegio de ser ciudadano. se les reservaban las funciones m ás sacrificadas y serviles. No se dio cu en ta M arx de que la objeción m ás fu erte contra la concepción p latónica del E sta­ do com o un id ad orgánica estab a ya en la m era elec­ ción de la figura: la única representación posible del E stado com o sujeto orgánico y u n ita rio era ponerlo bajo la figura del único sujeto realm ente existente: el individuo hum ano o anim al. Y desde aquel momento. m ientras a unos determ inados ciudadanos les estab an asignadas funciones nobles y m ás placenteras que m ortificantes. Huelga aquí recordar en cuántos y cuántos tópicos retóricos y hueros se expresa esta m entali­ dad expiatoria. positivo y saludable. bajo tal capa. no co n sis­ tió m ás bien en p in ta r con colores m ás falazm ente hum anos un m undo sólo dispuesto a acrecentar. A Carlos Marx le producía. po r lo m enos negativo y lam entable. en vez de consistir. ¿Qué diferen­ cia puede hab er entre el carácter ficticio de la unidad de sujeto cuenta-co rren tista de un m ism o HABER y DEBE y SALDO com puesta por clases diferentes de una com unidad sincrónica y la co n stitu id a p o r ge­ neraciones sucesivas. el conflic­ tivo deseq u ilib rio del tra b a jo com o m aldición ha sido reconducido a este arm ónico balance de com ­ pensación de los opuestos. acaso M arx no h a b ría in cu rrid o en la tro p e­ lía —no sólo teórica— de a c ep ta r y racionalizar p a ia la sucesión d iacrò n ica lo que. El segundo de los afo ris­ m os citados es una exclam ación adm irativam ente ponderativa de un orden cósm ico organizado com o un sistem a de tal tipo de eq u ilib rio s calculables conform e a la m ecánica de la necesidad.m anism o renacentista. de gran g en erad o r de energías de civilización y de pro­ greso. con trib u y ó de m odo decisivo en la creación de la G ran P atria de la L ibertad. p o r mi parte. etcétera. m ás bien. un HABER que ha de ser acre­ 468 ditado no ya a ellos m ism os. y. léase M argaret T hatcher et ulii. u n a inversión que tie­ ne que p ro d u cir su beneficio. y. de valor adquisitivo p ara com ­ p ra r los bienes. pobrecitos. Si los m uertos son. En este sentido. los bienes ten­ gan que su rg ir del sacrificio. X. y de m anera im plícita la frase (que bien p odría p resen tarse com o m odelo de c irc u la rid a d a la crític a de la escuela lógica de Oxford) de Cecil Parkinson. com o o bservaré m ás adelante. de otro. La fobia anti4. po­ niéndola. en fin. es porque m erecen p erm a n ec e r bajo soberanía británica». son un m érito. es evidente que todo intento de volver juríd icam en te sobre el pleito de las M alvinas después de la victoria. con­ cepción ab so lu ta y plenam ente vigente: «Ahora las Falkland son n u estras porque las hem os pagado con vidas de jóvenes británicos. con la concep­ ción de la g u e rra com o cread o ra de derecho. se ría una intolera­ ble ofensa a los m uertos —de conform idad con el sen tir de M oore— en cuanto que significaría consi­ d e ra r económ icam ente nulo el valor de su sangre. que dijo: «Si las Falkland me­ recen el sacrificio de m o rir p o r ellas. Así lo ha form ulado. sino a los que la ficción contable ha co n stituido en co titulares de su cu en ta corriente. La canción que dice: «Siempre hay/por qué vivir. una sangre a la que se ofendería ju stam en te en su valor adquisitivo. tiene m ucho que ver con la gran com odidad de res­ ponsabilidad y de conciencia que proporciona el ac­ tual blanco-o-negro de la bipolarización universal) se cita una siniestra frase de Cam us —ya p arafrasea­ da. ya conocen ustedes la jerga. pues. o com o el de que se ju stifiq u en infinitos dolores. de la superstición y m ixtificación constituyente de la m entalidad expiatoria. sino responder a la m ás profunda convicción de la real hom ogeneidad y equivalencia de la sangre y el derecho com o u n ita ­ ria su stan cia de valor que su ste n ta los signos m ás o menos. todo intento de cuestio­ n a r ese derecho es. En estas protestas de Parkinson y Moore (que no parecen ficciones retóricas. presidente del partid o conservador británico. el general Jerem y Moore. sin más. una in­ versión. po r cierto. como saldo acreedor y saldo deudor) se m a­ nifiesta la a p lastan te vigencia. hace unos años en uno de los siem pre detestables hit-parade de Julio Iglesias—4 en la que nuevam ente se esgrim e la m entalidad expiatoria. XI. com o resultado. 469 . de un lado. p o r su parte. en directa relación con el esp íritu de la m oral del com prom iso. aún en el día de hoy. al no ap arejársele ren tab ilid ad a l­ guna. in ju sticias y m u er­ tes com o el necesario trib u to que era preciso pagar p o r el progreso de la civilización o la grandeza de 1a hum anidad. o de valor en el sentido de crédito m oral o de sem illa que g erm in ará («sangre fecun­ da»). literalm ente. que los sacrificios sean n ecesariam ente p o r sí m ism os ge­ neradores de valor. porqué lucharly a quien amar». los m uertos. m entalidad expiatoria a esta inve­ terada obstinación de que. En un reciente artícu lo en que Javier Tussell no a cierta a d isim u la r la típica reacción neurótica que suscita hoy en día el pacifism o en algunos sec­ tores (reacción que. los que han hecho el m ayor sacrificio. en este caso. Se­ gún la m entalidad expiatoria. una ofensa a los m u er­ tos». Llamo.te de e n carecer su grandeza y abolengo y legitim e su p erm anencia en nom bre de los inm ensos sa crifi­ cios de tan tas y tantas generaciones com o fueron ne­ cesarios p a ra forjarla y construirla. ya com o origen. tan sólo una gran falta de im a­ ginación teológica puede h a b e r im pedido que se vie­ se el com unism o como el heredero legítimo y natural del cristianism o. ya acaso. com o tal. E sto tiene que ver sin duda. pues. no podía ajustarse. la colum na continuó su 470 avance por los Cam pos Elíseos y se dirigió hacia la tribuna preparada a los efectos. XII. inevita­ ble exudación del ecum enism o moral. repárese bien. 471 . se alcanzó en el fam oso desfile de la vic­ toria celebrado en París el 14 de ju lio de 1919. el te rro r a que se quiebre la inhibición de conciencia que p e r­ m ite la neta división del m undo en bloques. la relación de intercam bio no puede a p a re c er m ás evidente. co n tinúa así: «Con paso doloroso y titubeante. con arreglo a la m entalidad expiatoria. total. u rdido con la m ás repelente astu cia pedagógica.» (corregiría yo aquí al a u to r interpretando este grito com o la evidente explosión que coronaba el efecto de catarsis deliberadam ente urdido por los o r­ ganizadores).. Los organizadores del desfile habían echa­ do desaforadam ente m ano de la tan honda y univer­ salm ente acrisolada concepción del sacrificio com o creador de valor. D urante un breve m o­ mento. Pero si un triu n fo rom ano de la época im perial era tan repugnante es­ pectáculo. Un triu n fo rom ano era sin duda un repugnan­ te espectáculo de exaltación de la soberbia de la fuer­ za (gorila que tam borea su hercúleo y resonante pecho con los puños). ju n to con el m ás pleno. Es extraordinario ob­ servar hasta qué punto el poder del efecto catártico. com o ya digo. s u r­ gió de la m ultitud. cuarenta me­ tros m ás a trá s cabalgaban Joffre y Foch». bajo el signo de la m entalidad expiatoria. costum bre desconocida para nuestros an­ tepasados. Más adelante el m encionado a u to r pro­ sigue «hubo una larga pausa en el desfile como para perm itim os un respiro o para que enjugásem os nues­ tras lágrim as. La frase citada es: «Si no hay u n a buena cau sa p o r la que m orir.. añade lo siguiente]. El orden de sucesión lo dice todo: la relación de intercam bio en­ tre la enorm idad del sacrificio y la em briaguez inmen­ sa de la G loria así alcanzada. Entonces un inm enso grito. fue encabezado por la escalo­ friante parada de toda suerte de m utilados de guerra. Como es sabido este desfile. sobre las que colocaron trofeos form ados con las a r ­ m as enem igas [a lo que. con este p á rrafo del epítom e de Floro: «Puede form arse idea de la alegría p ro d u ­ cida po r una y o tra victoria p o r el cuidado que tu ­ vieron Domicio Aenobarbo y Fabio M áximo de erig ir en los m ism os cam pos de b atalla to rre s de piedra. Pero tam bién es de ju sticia re­ c o rd a r cóm o h ab ían sabido se r los rom anos en su p rim e r florecim iento. en esta form ulación. refrendando en las alm as y en la so­ ciedad francesa una poderosísim a convicción de ha­ ber acum ulado en sí un inconm ensurable capital moral. que describe este episodio. que parecía surgir de las m ism as entrañas de la raza. m ás que al orden en que el HABER precede al DEBE. la inversión a la ganancia. Un sagaz escritor. un grito que era a la vez saludo y plegaria. el sentim iento de un inm enso saldo acreedor. atravesó el Arco de Triunfo un escuadrón de los magníficos guardias republicanos. citad a al m enos aquí con intenciones de ejem p larid ad m oral. Acompaña­ do po r un fabuloso so n ar de cornetas y tro n ar de tam bores. hom bres despedazados y llevados en c a rrito s con las m ás espeluznantes y variadas reliquias del h o rro r de los com bates. A listair Horne. después llegó LA GLOIRE.p acifista expresaría aquí. pues nunca insu ltó el pueblo rom ano la d erro ta de un enem igo vencido». de m om ento ideal p ara el alborear de una nueva era histórica santificada y venturosa. inapelable autoconvencim iento de tener razón. no hay tam poco una bu en a razón p ara vivir». tam poco entonces llegó Roma al grado de abyección m oral que. suscita en las posguerras —a despecho de un estado de des­ trucción m oral com parable al de destrucción física y m aterial del pueblo entero— esa delirante sensación de renacim iento. el terrib le espectáculo de aquellos hom bres destrozados tropezó con una especie de silencio c a r­ gado de conmoción. siem pre ca­ pa/ de a rro ja r un resultado. v le prohibía sujetarse al principio positivista de miiai los conceptos com o operadores y. com o si fuese el m ayor de los bienes que los cielos hubiesen podido d e rra m a r sobre las frentes de los franceses (cosa que. lo que ya se ofrecía desde siem pre en todas las icligiones y d o ctrin as positivas. en el infierno. p o r el contrario. C uadrar. Yo he denom inado esta actitu d com o «farisaísm o». y no se m e en tienda p o r dem asiado irónico el decirlo. a recru d ecerlo h a sta ponerlo lm andescente o com o en carn e viva. de • Unirlos según aquel c rite rio de copertenencia. con vistas a una 472 »"luí ion. al lm. y que en vez de ir allanando y apaciguando • I problem a. La • nestión ética por excelencia es ju stam en te desm on­ t a r de una vez esta m entalidad contable (en que el m arxism o y otras doctrinas laicas se m uestran. m ia de las cosas m ism as— hasta los térm inos más • ^diabladam ente inm anejables (me refiero a los de »•Mica de la convicción» y «ética de la responsabili­ dad»). Así el inconm ensurable efecto ca­ tártic o de aquella g u e rra en los franceses se n u tría p o r igual del resorte de la m entalidad expiatoria y del resorte del farisaísm o. por el contrario. Quien tenga la curiosidad de releer los textos franceses de la guerra del catorce no sa ld rá de su aso m b ro al o b serv ar a qué extrem os de d elirio llegaron los franceses en el encarecim iento de lo terriblem ente execrable del c ri­ men que los boches h ab ían com etido co n tra ellos y sim ultáneam ente hasta qué excelso punto dem ostra­ ban sentirse ellos m ism os elevados. lealtad hacia los hom bres. res­ tituyendo el sentido riguroso que debe recobrar esta p a la b ra a te n o r de la p a rá b o la evangélica: «Te doy gracias. ya sea en la tierra. inti i penetrabilidad. como va he dicho. La cuestión ética es escu ch ar 473 . lo que se dice cuadrar. porque no soy com o ese publicano».nl que perm ite e n g ran arlo s en el razonam iento • orno en un d esarro llo de contabilidad. en expresión de We­ ber. que se va haciendo. en el cielo. sin m ás ni m ás. aceptase. donde se ve cóm o el farisaísm o con­ siste en construir. d ab a Max W eber la conferencia —recogida después en su texto de E l Político— en la que tach a de abyecta «la m anía clerical de u tili­ za r la ética com o in stru m e n to p ara te n e r razón». tal com o he venido rem achando ya soInadam ente desde que arre m e tí con B uonarroti. en­ grandecidos y p u rificados p o r la guerra. com o po r arte de contraste. tra n sp a re n c ia y conm ensurabiliil. H onra extraordinariam en­ te a Max W eber el que. difícilm ente p odría h allarse m uestra m ás paradigm ática de farisaísm o o. lejos de concederse la m e­ n o r com odidad de planteam iento. XIV.XIII. en cuya m ás a c riso ­ lada tradición está ese arreglo contable de sa ld a r el dolor de los sacrificados con la felicidad de los bie­ naventurados. o m ás bien ya se ha hecho. P recisam ente p o r aquellas m ism as fechas y asqueado ante el espectáculo que tan to franceses com o alem anes habían ofrecido en las conversacio­ nes de arm isticio. ve­ nían. en el se r o en el m a­ ñana. S eñor —es lo que dice el fariseo —. la lealtad a la cues­ tión era. porque no soy com o los otros hom bres. En su extrem a honradez científica y m oral supo o sintió que en este •i »unto. para acercarlo a solución alguna. al ponerse el problem a de la m oral del hom bre público. los m ás legítim os y rigurosos heredeio s del cristianism o). ennoblecidos. la form a m ás universal de la concien­ cia hum ana y que consiste en h acer de la felicidad Vdel dolor p a rtid as m utuam ente reductibles por re­ lación de intercam bio. al fin. m ás que en ningún otro. llevar la cueslliin -conform e a lo que debía de p arecerle la exii'. las cuentas de la felicidad y del dolor era. po r tanto. de «utilización de la m oral com o in stru m en to para ten er razón». ten d ría que haberles sugerido a l­ guna suerte siquiera paradójica de g ratitud hacia los alemanes). la pro­ pia bondad con la perversidad ajena. es ro m p er de una vez en mil pedazos. de tributo. p o r el co n trario parecían haberI. po r tanto. tiene que p a r tir 1 1. al parecer. p o r en­ contrarse sólo en seres vivos. y m ás todavía. C uando hable aquí de «síntesis de la fatalidad» debe entenderse síntesis en la acepción que se aplicó en su día al d esignar la operación em p írica llam ada «síntesis de la urea». ( uando la flecha está en el arco. a su recom posición a p a rtir de esos m ism os com po­ nentes individuados y reconocidos m ediante el análisis—. 474 475 . a la llam ada síntesis —esto es. siquiera. de expiación. el 2 5 d e m arzo d e 1988. de pago. ni aún. se co n trap esan olím pica­ m ente dolores con venturas. propiam ente. el espejo de la ném esis como criterio de conciencia. C o n fe re n c ia le íd a en la 5 * Semana de ética y filosofía polítini en el In stitu to d e filo s o fía d el C S IC . si bien eran suscepti­ bles al análisis —esto es. en cam bio. p ara ree q u ilib ra r la seriación histórica. en cam bio a la operación inversa. y no sólo per­ sonal. el irresignado lam ento del dolor contra la idea de aceptarse a sí m ism o com o Saldo Acreedor. sin a trib u ció n de culpa. se había su p u esto —y quizá h a sta negado dogmáticam ente p o r algunos o. sea en figura de ahorro. cuestión que m al p o d ría se r resuelta reateniéndose a reglas de contabilidad —com o se ría el elegir los conceptos con arreglo a su capacidad operativa—. es m ira r el abism o que hay d e trá s de tan confiada y ru tin a ria contabilidad. sim plem ente dudado o tem ido po r los m ás p ru d en te s— que las sustancias quím icas llam adas «orgánicas». se r resuelta. H asta entonces. a su descom posición en com ponentes sim ples—.la resistente p ro testa de la felicidad co n tra ese se r concebida como Saldo Deudor. com o cuando. de m érito. La experiencia h asta entonces alcanzada hacía tem er que si bien Dios o La N aturaleza h abían concedido a los hom bres el doble p o d er de h a c er y deshacer en el inerte m undo de las m aterias inorgá­ nicas o m inerales. en el sen­ tido siem pre form alm ente contable que parece inhe­ rente a la noción de todo resolver. no lo eran. sino m ás todavía im personal. lo que. A ningún astrólogo se le ha pasado nunca por las m ien­ tes pretensión tan c o n tra ria a la índole m ism a de lo que tiene por objeto propio de su ciencia: la fata li­ dad. prim e­ ra recom posición artificial de una su stan cia orgáni­ ca. Es un refrán chino que llegó a mi conoci­ m iento hace bastantes años por una recopilación parem iológica b a ra ta que com pré en un quiosco de periódicos. de paso. en esa especie de ciencia del acontecer de la que la astrología pretende fo rm ar iarte. y así sucesivam ente h asta co m p letar la configuración as­ tral correspondiente a tal o cual destino elegido a su alb ed río y con arreg lo a los deseos del cliente. viniendo así a o c u p a r la fatalidad. a través de la descom posición en relaciones sim ples —y de un valor ya p refijado— de una com binación astral com pleja. im plica la negación de cu alq u ier posibilidad de construcción sintética. La noción de ésta se ha definido siem pre ju s ta ­ m ente p o r contraposición al albedrío. allí o tro en conjunción con él. se m e antojó com o u n a réplica de la m áxim a latin a «Si uis pacem para b e llu m » (cuya ne­ cedad. La síntesis de la urea. puede llegar a leerse la significación prem onitoria de tal conjunto astrológico d eterm in a­ do y conocer el destino fatal que prefigura. no ha tenido em pacho en consa­ g rar h asta una m arca de pistolas: las tristem en te fam osas Parabellum). a m uchos asu stó ver puesto ahora en las m anos de los hom bres y de m odo notorio a M ary Shelley. lo que. con su o b ra E l doctor Frankenstein o el Prometeo moderno. lo que im p licaría un poder equivalente a la facultad de d istrib u ir y disponer so­ bre la su perficie negriazul del firm am ento. m ediante el an álisis de ésta o aquella configuración astrológica dada. Al hom bre del labo­ ratorio le era ciertam en te dado descom poner estas sustancias en sus ingredientes m inerales. Al punto. no es sólo un enunciado del tem a. aquí un planeta. «Cuando la flecha está en el arco. o sea. Tal contraposición a la voluntad del hom bre queda expresa en el hecho de que la fatali­ dad sea rep u tad a por algunos —y no im porta en qué grado de personificación o alegoría— com o «volun­ tad del cielo». allá un tercero en oposición con el segundo. La frase que he puesto p o r títu lo de estos pape­ les. o sea.se reservado p ara sí solos el sum o privilegio de cons­ tru ir las su stan cias de la vida. cognosci­ ble m ediante el análisis de la com posición estelar en 476 que se a n u n c ia — pu ed a tam bién fab rica rse a volun­ tad. Lo que jam ás han pretendido los astrólogos es que la fata­ lidad —p a ra ellos. pero le era negado reconstituirlas. V ulgarm ente solem os llam ar «fatalidad» a la ca­ tegoría de aquello que pretendidam ente sobreviene al m argen y a despecho de toda intervención de vo­ luntad hum ana. p o r arbitrio. lo m ás que han pretendido nunca los astrólogos es que. C 3. del modo m ás directo. contraponiendo a tan unívoca tosquedad la sabia circunspección de quien a c ie rta a decir y e n señ a r m ucho m ás precisam ente aconse­ jando m enos. Ju sta m en te por tan enfatizada inm unidad frente a cu alq u ier posible intervención hum ana. un lu g ar hom ólogo al que h asta la síntesis de a urea habían ocupado las su sta n c ia s orgánicas en la ciencia de la naturaleza. inventó un género litera rio destinado a alcanzar ulterio rm en te el m ayor predicam ento: la cienciaficción. Poder que. no sólo expresó su susto sino que. por síntesis. que. com o quien hace crucecitas de tiza en la p izarra totalm ente vacía. por cierto. 477 . Ya el paso a trá s que com porta pasar. tiene que p a r­ tir». fue la señal de que el laboratorio había logrado ro b ar a Dios o a La N aturaleza tam bién este últim o poder. tenido h a sta entonces po r divino. les lleva a e sc u d riñ a r su signo en las e strellas. 2. com o vengo diciendo. p o r ley o por a z ar de resonancias. consiguientem ente. sino el tem a mismo. la fuerza que d a rá im pulso a la flecha ha dejado de e s ta r en los brazos del arq u ero y está ya en el arco mismo. Así pues. cual si les su su rrase: «Dejadm e va partir». por definición. que 478 lio por e s ta r su jeta es m enos voluntad. aun m ás di rectam ente. com o suele decirse. sino h a sta un im pera­ tivo. contra el propio sujeto que la ha em ancipado y generado. Tensado el arco. en cuanto tal sujeto. sino la confiada p re­ sunción de que el sujeto hum ano es —al m enos en los térm inos y dentro de los lím ites que la cotidiani­ dad reputa suficientes—. frente a la im pasibilidad del refrán chino. El refrán 479 . a se r fuerza del arco. en verdad. ya la m era descripción. volun­ tad delegada y lib ertad enajenada rem ite. si la fuerza de los brazos del arq u e ­ ro ha sido tra n sm itid a al arco tenso y ha pasado. urgiendo y aprem iando. que se lim ita a a firm a r ese ap rem iante «tiene que p artir». «due­ ño de sí m ism o». no sólo com o fuerza que em barga lu erz a. en efecto. el refrán castellano. «tener que p a rtir» es la condición que afecta a la fle­ cha «cuando e stá en el arco». Pero verem os cómo entre las direcciones de sentido del refrán del arco queda im plícitam ente envuelto no sólo un consejo. directa. de la segunda p ersona a la tercera y del im perativo al indicativo renuncia a la form a expresa del consejo. que mi an álisis va a c o n sid e rar son la n o r­ m ativa y la adm onitoria. está en el c ru d o choque de ju n ta r un predicado tan hum ano com o «m andar» con un sujeto inanim ado i orno «el cuchillo». La descripción nos dice que el arq u ero que tiende el arco tra n sfie re a éste y acu ­ m ula en él la fuerza de sus brazos. esta vez im plícitas e in­ directas. Al m ism o tran ce de fuerza em bargada. nos hace p a ra r m ientes en el hecho de que el arq u e ­ ro que tiende el arco bien p o d ría s e r concebido. La fuerza se ha sep arad o del cu erp o del su ­ jeto y se ha objetivado en su instrum ento. es una d escripción de la condición que afecta a las cosas n o m b rad as en el tran ce expuesto. que en principio am bas cosas pueden ser plausibles. La dirección d e scrip ­ tiva es la dirección de sentido form alm ente explícita. V oluntad i|u e el arq u ero ha de se n tir tal vez a través de la plu­ ma de la flecha que cosquillea los dedos con los que todavía la retiene. Una voluntad que se revuelve. no m enos descrip­ tivo. Pero su prim a facies. 4. com o no po r e s ta r som etida al freno y a la b rid a del jinete d ejará de serlo la del caballo ansioso de correr. «dueño de sus actos». su presentación explícita. sino tam bién com o voluntad que delega vo­ lu n ta d y lib ertad que enajena libertad. toda m etáfora— a los usos reconoci­ dos com o propios y congruentes del acervo es p ara d a r expresión a una experiencia que violenta en m e­ dida sem ejante los supuestos y las expectativas en t uva constancia querem os y creem os poder descui­ dadam ente confiar. 5. Pero de ningún m odo creo que el refranero q u iera aquí d ivertirse a n u e stra costa Inventando tru c u len c ias para am ed ren tarn o s: si la I igura del cuchillo que m anda hace violencia —como. Diré por adelantado que las otras dos direcciones de sentido. Lo que tan agresivam ente resu l­ ta puesto en entredicho p o r la experiencia que el icfrán señala no es. ya no podem os neg ar­ le algún sentido válido a quien ose d ecir que ta m ­ bién la voluntad que ha regido el m ovim iento de los brazos que han tensado el arco ha pasado a ser. en la form a que fuere. del refrán. obviamente. La diferencia retóricam ente i elevante. voluntad del arco. que reza com o sigue: «Puestos a reñir. No im porta ahora la p ecu liar naturaleza de las prótesis y los ins­ trum entos ni según qué supuestos puede ser legítimo o ilegítim o incluirlos en el sujeto hum ano o excluir­ los de él. el cuchi­ llo es el que m anda». Mas.frente a la m áxim a latina. ya que lo propio de éste es d icta r directam ente la conducta ú til p a ra un de­ signio dado. com o los rayos que les caen del cielo. 6. se han arro g ad o el poder de d e c id ir po r ellos el trágico final. m e cuesta. Por lo demás.remite. <i bien condicionarlas y h asta c o n fig u rarlas de muy diversas form as. im ag in ar a alguien realm ente dispuesto a en treg ar el últim o bastión de resistencia frente a un determ inism o tan desesperado que haga tabula rasa 480 de c u alq u ier diferencia capaz de h a lla r m ás motivo de queja o de protesta ante fatalid ad es en que el su ­ jeto hum ano ha jugado algún papel. puesto al uso. 7. sin em bargo. p o r m ucho que los su p u esto s tácitam en te vigentes en torno al alb ed río m erezcan toda la desconfianza y el descréd ito que pueda a c a rre a rle s su concomí tancia con una tradición p uesta al servicio de las ne­ cesidades de legitim ación de las instituciones de ju sticia —un albedrío. El refrán del cuchillo nos previene contra la p ar­ ticular capacidad de las a rm a s p ara erigirse en fau(oras de las fatalidades que llam o aq u í «sintéticas». pero de paso nos lleva de la m ano a la reflexión ge­ neral sobre cómo los instrum entos no sólo potencian y especializan las acciones de los hom bres. por grande. al cabo de ta n ta s y ta n ta s desazones. como suele decirse. el carácter fatal aparece a posteriori como pro­ ducido de artificio. virtualidades im previstas que exceden las funciones asignadas por el inventor. sen tir con traria al buen sentido una actitu d distinta de la resignación. sino que tam bién pueden desviarlas de sus propios designios. en real i dad perm ite inventar cu lp ab les capaces de a ju s ta r­ se a la m edida del castigo—. haya podido h a c er­ se. en la que el in stru m e n to inventado se lim itase a se rv ir pasivam ente a la e stric ta intención de su inventor. Por m uy en entredicho que podam os poner la presunción co tid ian a de que el hom bre es. Ya he dicho que en tien d o po r « fatalidad sin téti­ ca» esta clase de «fatalidades» en las que. que. sobre esta cuestión del albedrío. en fin. com o sacándoselo de e ntre los dedos. sino que m ás bien ab undan los datos que hacen m u­ cho m ás verosím il la im agen de un m ovim iento de vaivén. Lo que ya no es tan com ún es la consideración com plem enta­ ria de que el reflejo del in stru m en to sobre la in­ ventiva del u su a rio no tiene po r qué se r siem pre unívocam ente a lu m b rad o r de posibilidades nuevas. pero en la que las arm as. p o r tanto. pues. en cambio. La tragedia del refrán es una fatalid ad que ellos han visto origi­ narse en sus propias voluntades. hicieron. su p ed itad o a la función de su ste n tar la plausible apariencia de un castigo a ju sta d o a la m edida del culpable. el alcance de n u e stra s vacilaciones y reservas. al arre b a ta rle s. como el terrem oto de Lisboa de 1750. se les im pone con los rasgos propios de c u a lq u ier fatalidad. p u e sta s p o r gestoras de su a su n to y su que­ rella. Yéndome ahora a otro extrem o muy rem oto de esta m ism a relación general entre los hom bres y su s instrum entos. «dueño de sí mismo». pero que ellos sienten diferente de las fatalid ad es que llegan claram ente desde fue ra. reactuando sobre éste. en la que el in stru m en to —natu ralm en te en muy diverso grado según qué in stru m e n to — revela. el dom inio de los hechos. que han tenido o han creído ten e r entre sus m anos. que ante las que. sino que es la m ás com únm ente aceptada. m e im p o rta se ñ ala r cómo la h isto ria m ism a de las invenciones parece que rechazaría una representación unidireccional. a la larga experiencia de los casos en que los hom bres se han visto de pronto frente a una tragedia que nadie preveía ni deseaba y que. p o r haber intervenido de uno u otro m odo la subjetividad hu mana. que. 481 . u n a ve/ sobrevenida. com o si solicitase su inventiva con la su ­ gerencia de una nueva aplicación. nada tiene de nuevo e sta m anera de rep resen tarse la h is­ toria de las invenciones —quiero decir com o un pro­ ceso de interacción entre el inventor y lo inventado—. gratuito respecto de cualquier motivación posible del antagonism o. Pero a c ep ta r que los antagonism os hu m a­ nos puedan verse condicionados o alterados p o r la interferencia de repercusiones em itidas desde las a r ­ m as en sí m ism as es nada m enos que reconocer la posibilidad de un ingrediente exógeno y. pero b a sta con re p a ra r en el m u estra rio que la h istoria m undial de la cerám ica nos puede presentar.sino que a m enudo puede e s ta r acom pañado p o r un efecto condicionante en sentido restrictivo. panoplias y arsenales que los hom ­ b res han inventado. nadie duda del im pulso enorm e con que su invención pudo reactiv ar la inventiva de los alfareros. y su p lanta a los hom bres en el dom inio de los hechos. L a ex c e p c ió n im p o rtan te es. Pero H om ero ya dijo: «El hierro p o r sí solo a tra e al hom ­ bre». p o r c u a n to yo sep a. m ás inequívoca y a la vez m ás pedestre en el panfleto —integrado. por lo tanto. por tanto. para ad v e rtir en qué extrem a m edida la cerám ica de re­ volución hecha posible po r el torno privilegió las for­ m as de sección circular. sino que tam bién pueden s e r com prom etedores p a ra el inventor. la d e la é p o c a de c e r á m ic a c h in a co n v a s ija s d e s e c c ió n c u a d ra d a . fab ricad o y em pleado como instrum entos de sus antagonism os. en el co rp u s e sc ritu ra rio c a­ nónico de la ortodoxia tradicional m arx ista — in ti­ tulado A n tid ü h ñ n g . a la plum a de Engels. La hipótesis sería. Y ahora ya puede verse cóm o este rodeo po r la histo ria de los inventos ha sido urdido ad hoc: se tra ta b a de p ro sp e c tar la posibilidad de a p licar el refrán del cuchillo a la h isto ria m ism a de las a rm a s y correlativam ente a la de los antagonis­ mos hum anos. en el sentido de co m p o rtar un condiciona­ m iento restrictivo. de Thornstein Veblen. com o es notorio. Por ilu s­ tra rlo con el que es tradicionalm ente usado com o a r­ quetipo de todos los inventos. queda propuesto aquí por paradigm a de to das las arm as. 483 . Ya h a b rá podido advertirse claram ente cuál es la teoría m ás directam ente afectada p o r tal suposi­ ción: la que halló su expresión m ás célebre. en la riñ a interindividual y ta b e rn a ria del refrán. debido. 482 gran 8. Ese cuchillo que de pronto m anda. lo que po n d ría inm ediatam ente en en­ tredicho la presunción de una iniciativa totalm ente engendrada y configurada en el seno del sujeto. h asta llevarlos a una fata lid a d que nadie preveía ni deseaba. el torn o de alfarero. al A n tid ü h ñ n g es porque m e perm ite se­ ñalar el punto de incidencia en que la aceptación de mi factor de g ratuidad com o ingrediente del antago­ nism o pone en cuestión la concepción general —en modo alguno exclusiva de E ngels— que da por des­ contada la racionalidad subjetiva de la guerra. 2. Pero la fácil hazaña de desacredi­ ta r un texto tan vulnerable no puede hacerse p a sa r por la confutación definitiva de una teoría que po­ d ría h a lla r defensa en una argum entación m ucho más inteligente y m ás circu n stan ciad a. ya que va a ser echando a reñir directam ente al A n tid ü h ñ n g con la Teoría de la clase ociosa. únicas accesibles al em pleo del torno. p o r cierto. como voy a intentar que el público vea saltar las chis­ pas que denuncian el conflicto. pero me b a sta con que se lo dé p o r bueno en cuanto sim ple ilustración del m odo en que esti­ mo que los inventos no tienen siem pre por qué a b rir un abanico incondicionado de posibilidades. Si recurro. por tanto. la de que la relación tan to sincrónica com o d iacrò n ica en tre las arm as y los antagonism os a los que sirven de in stru ­ m ento puede considerarse som etida a un proceso de interacción análogo al que he supuesto entre los fi­ nes iniciales del a rtesan o y el reflejo de sus propios inventos.2 La ab so lu ta im posibilidad de averiguar el significado y el valor que esto haya podido tener para la h isto ria de la cerám ica nos im pide tam bién sab er h a sta qué punto el ejem plo es válido com o tal ejemplo. sin embargo. el puro ejercicio del antagonism o engendra y da a luz un valor enteram ente nuevo: el valor de trofeo. p ero en el sentido psicoanalítico. fu n d a m e n ­ talm ente el papel de «com adrona» de las sucesivas preñeces de la racionalidad económ ica que había sido asignado a la violencia en el m undo bien crea­ do de Engels y de M arx el que se vio puesto en en­ tredicho p o r la irred u ctib le y autó cto n a g ratuidad que el trofeo p resen tab a en relación con sem ejante cuadro. com o tales 485 . p o r preciosa que sea. por pura exigencia teórica. com o «el chocolate del loro». 484 un ítem m arginal en el resto de la econom ía. pues sin necesidad de que. 10. en m odo alguno.9. el lujo no puede considerarse. de la p alab ra «racionali­ zar». Pero el e squinado Veblen no ac ertó a ver por p a rte alguna un m undo tan sensato com o el que. el pe­ queño paquete de acciones que el control de la p ú rp u ra representaba fue decisivo en la econom ía del M editerráneo y perm itió a los fenicios cinco si­ glos de hegem onía m ercantil. En nom bre del autor. No es sino re p e tir un tópico que goza hoy de la m ayor circulación d ecir que nada pudo nunca ofrecerles a los hom bres la m enor garan tía de inm u­ nidad frente al uso de instrum entos. pues donde q u iera que se haya rebasado la econom ía de consum o y se haya establecido la de m ercado —con lo que podem os rem o n tarn o s hasta los su m erio s—. en donde dice así: «El ejem plo pueril inventado expresam ente por el señor D ühring para p ro b ar que la violencia es el factor "h istó ricam en te fu n d am en tal" d em u estra en reali­ dad que la violencia no es m ás que el m edio y que el fin es. y lo que torp em en te pretendió en el A ntidühring fue lo que ya m uchos habían hecho antes y aún otros m uchos h a b ría n de h acer después: racio n alizar la g u erra y la dom inación. una connotación prehis­ tóricam ente im plicada en la concepción m ism a del valor y una dim ensión fundam ental de su actuación V su vigencia. sin m irar. el provecho económ ico. inm unidad. fraudulento. Este valor no lo tiene por sí ninguna cosa inerte. Y del m ism o m odo que el fin es "m ás fu n d am e n ta l” que los m edios utilizados p a ra lograrlo. la com adrona se nos hizo m adre. es. Engels necesitaba que la guerra y las relaciones de dom inación no contuviesen factores de irracio n a­ lidad totalm ente irred u ctib les al cu ad ro general de una teoría fundada en el supuesto de una racionali­ dad económ ica que no podía p e rm itir cosa alguna de que ella fuese incapaz de d a r explicaciones. Fue. dio por supuesto el a u to r del Antidühring. o sea. pero a salvo del riesgo de que. Pues el c a rá c te r de trofeo. que dignificaría poder servirse de ellos como prótesis que potencian y especializan al cu erp o en una u o tra ac­ tividad. tuviese un va­ lor preponderante en el total de los tráficos. La m otivación em ulativa y la función o sten tato ria que Veblen señaló en la adquisición y la posesión de la riqueza rem itían a algo in trín se c a ­ m ente generado en el propio ejercicio del antagonis­ mo: el trofeo. y aun su influencia ha podido se r la dom inante. La violencia en sí m ism a se revela de pronto creadora de valor. No hace objeción a esto el hecho de que Veblen se centre en el lujo. la p artera de M arx resultó ser p ar­ turienta. sino que le es conlerido únicam ente po r la hazaña predatoria que llevó « su adquisición y de la que es fehaciente testim o­ nio. pues. en cifras absolutas. sustrayéndolo a c u alq u ier posible inten­ to de reconducción al contexto de la racionalidad económica. Así. en la h isto ria es m ás fundam ental el aspecto económ ico de las rela­ ciones que el político» (hasta aquí Engels). pido disculpas po r lo burdo de la prosa. en cambio. pero ah o ra no tengo m ás rem e­ dio que c ita r del Antidühring. q u e la vertigino­ sa rotación de la violencia había dejado escap ar por la tangente. La h isto ria de la riqueza se m anifestó en gran m edida com o la h isto ria del trofeo. esto es. en la autoconcepción del hom bre. en un fin en sí m ism o. a p a rtir de arcaicos actos arbitrai los con que fue asum ido el poder. 11. 1984): «No son su p e rflu a s las especulaciones sobre si el ttfilagonisino originario de la sociedad hum ana es un iiedazo de histo ria natu ral prolongada. La en tera ciudada nía e sp a rta n a era. de dom inación. Para p o d er ex p licitar h a sta qué punto el ulcance de la cuestión no es baladí. la lógica de las cosas que se condensa en la necesidad de la tendencia de conjunto. así. relaciones de ex trao rd in aria proyec ción h istó ric a —figuras de poder. y de m odo especial los E sp a rta ­ nos. La esp ad a com unica y extiende su instrum entalidad a la m ano que la em puña y al brazo que la esgrime: el hom bre entero acaba p o r se r rem odelado po r las arm as y convertido en órgano del antagonism o. en caso de nei un producto. M adrid. de su Dialéctica negativa. Tal desarro llo va configurando. de territorialidad. si. C iertam ente en este últim o caso la construcción del E sp íritu univermtl se desm oronaría. No sólo Hegel. dotando a la victoria de igual capacidad para erigirse. en am plia variedad de concreciones— pueden no h ab er surgido. o *1 ha sido producido. m ás que como algo análogo a las rayas que van npareciendo sobre las c an ch as de tal o cual deporte. cam ada y nicho ecológico de la falange hoplita. del m ero antagonism o pura convertirse en un contenido pleno y autosufii lente. un mun do a su m edida. Lo universal históricam ente. po r el contrario. ya apenas puede decirse que haya hom bres que se sirvan de las arm as. probablem ente. la m ás estre­ cha connivencia con el descom edido predom inio que. no se h a b ría originado necesai lamente. capaz de constituir se en un contenido pleno y autosuficiente. nada m ejor que ¿ lla r las p alab ras con que. en torn o suyo. guarda. desviándolos de la intención o rig in a ria y reconstituyéndolos a su pro­ pia m edida.m edios. puede apelarse a la m era existencia del deporte com petitivo com o un dato difícilm ente con­ testable en cuanto m u estra fehaciente de la capaci­ dad. In v in ien d o el sentido de la relación que acabo de insinuar. en su Excurso sobre He\lf! y bajo el epígrafe inquietantem ente interrogativo Es contingente el antagonism o?». El trofeo es la credencial de g ratuidad en que cobra expresión la red undante autocom placencia del sujeto en tanto que órgano del antagonism o. en el que los Helenos. se prodigaron hasta el m ás repugnante extremo de abyección. Y la posibilidad de sem ejante garantía parece revelarse tanto m ás rem ota respecto de las arm as. se b a sa ría en algo ca­ m al y externo a ella. A ntagonis­ mo y victoria son bienes de consum o que gozan de In dem anda m ás acriso lad a en el m ercado hum ano universal. Tal órgano h ip ertro ­ fiado dem anda gratu itam en te su ejercicio y da lugar a la autoestim ulación inm otivada del antagonism o. inducen y suscitan el sentim ien to y la concepción in stru m en tal del cu erp o mismo. en un prin 486 i Ipio. nos lo plantea Theodor W. cuasii o n t ingentemente. Pero una tal especialización e stá inevitablem ente aboca­ da a la hipertrofia. Adorno (versión castellana de José M aría R ipalda. El antagonism o se m uestra. Así. sino tam bién Marx y Engels 487 . uniform e se perfecciona el sistem a de reglas que lo i onfigura. a su vez. en cuanto instrum entos que confieren al cuer­ po el que es sentido com o el m ayor de todos los po deres: el poder de vida o m uerte. reactúen sobre los fines. El culto al cuerpo. y la victoria llega a e m an cip arse com o fin en sí mismo. Taurus Ediciones. ya indicada m ás a rrib a. matriz. alcanzó el carác ter de órgano del antagonism o. como prótesis del cuerpo. que hem os heredado según el p rincipio hom o ho m in i lupus. de frontera. o tam bién. casi exclusivam ente. sino tan sólo a rm a s que usan a los hom bres. zésev. surgió de las necesidades de la su ­ pervivencia de la especie o. las arm as. la reflexión ten d rá que proyectarse del m odo m ás provocativam ente indistinto. porque el arq u ero es el arco y el arco es i*l arquero. en i|Ue el hom bre ha entregado. su vo­ luntad al destino y se h a resuelto a se r cóm plice de la fatalidad. era a su vez precisa­ m ente política». sobre todo en Engels. en ella h ab rían visto no un ata que m ortal al sistem a dom inante. po r m ás que la intención de c a m b iar el m undo no pueda sacudírsela. Si tras h a b e r tensado el arco. Sin embargo.i todo hiato de discontinuidad en tre el arco y el ni quero. por así decirlo. aunque no fuera m ás que po r aquello de excusatio non petita. sino al suyo pro pió. que si la flecha que e stá en el arco tenso tiene en sí m ism a fuerza y voluntad m ortal. sino el sujeto en i uanto identidad. considero abocada a la im po­ tencia cu a lq u ier polem ología que no tom e ya com o punto de partida. que ya no es el sujeto en cu ando libertad. a circunstancias. deja de serlo en m ayor o memu grado. un ru n rú n cada vez m ás parecido a un gim oteo de p ed ir perdón.. Del m ism o sentido descriptivo del refrán de la flecha se desprende. los aproxim a h a sta fundirlos. esta intención norm ativa dirigida al guerrero no deja de rem itir de mi puesto 489 . porque ha renunciado a su subjetividad y la ha em peñado en la consecución de la victoria. A la acción de te n s a r el arco tiene que seguir la decisión de dispararlo. la justicia o injusticia de la guerra.—seguram ente en nada tan id ealistas com o en la ab­ lación con la to ta lid a d — h ab rían rechazado cual q u ier sospecha de fatalid ad respecto de la historia. porque esta es la secuencia en que el Yo cum ple su ley de m antenerse Idéntico a sí mismo. cual si de u na m ism a cosa se tra tara . Y así. sino que ella pondrá en la decisión la p a r­ te de voluntad que le h a s cedido». la racionalidad. habría hecho sucederse dos acciones de intención in­ versa. éste no puede ya m o n ta r el arco rn vano. 12. el sentido norm ativo atañ e a circunstan• las.. A tenor de lo cual. sobre la g u e rra y el de­ porte. de la form a m ás llana. M ientras este sen488 liiloadm onitorio se dirige todavía al sujeto que quieic seguir siendo..) De la divinización de la h isto ria era de lo que se tratab a incluso en los hegelianos ateos Marx y Engels. La g u e rra es el dom inio del Yo. N aturalm ente. haciendo retro ced er el arco a su reposo. po r la naturaleza de las cosas. aun entre signos de interrogación si lo prefiere. la intransigencia de la doctrina. Huele que apesta ya toda la flora de las explicaciones sobre la necesidad. 13. «dueño de sí mismo» y le advierte cómo. siendo la segunda de ellas contradicción de la prim era. (. su inten­ ción adm onitoria: «Mira. El prim ado de la econom ía tiene que fundam en­ ta r con rig o r histó rico el final feliz com o inm anente a ella. La intención n orm ativa del refrán se refiere al de la hostilidad o la guerra ya aceptada.. la cuestión de la contingencia del an­ tagonism o. o sea una sucesión de acciones que com ­ portaría la m ás flagrante negación de la identidad del Yo consigo mismo. en lugar de disparar. rl guerrero. el proceso económ ico produce según eso las relaciones políticas de dom inación y las derrib a has­ ta llegar a la liberación coactiva de la im posición de la econom ía.. com o suele decirse. aflojase de nuevo la tensión. el «tiene que p a rtir» ignora ahoi . dei ulida o entablada. po r la objetivación que entraña el arco tenso. Ahoi . en que.i la objetividad del arco se ha apropiado del arquei o mismo y no puede h ab er lapso entre ten sar el arco Vdisparar. el hom bre lia depuesto toda pretensión de seg u ir siendo árbiHo de cada una de sus acciones. ello no es sin d etrim en to de tu propio albe­ d río y voluntad. ya no serás enteram ente tú el que la dispare. y es un im pe­ ditivo dirigido al sujeto convertido en g u e rre ro y en lauto que guerrero. a la postre.. sino com o sintética la fatalidad con 1. ya en cuanto convl» ción. N ada m ás expresivo de una tal clase de conciencia que la frase «Alea iacta est». pues al en c arecer com o condición inexorable del guerrero el im perativo de p erm a n ec e r encadenado a su propia identidad. el m om ento m ás c aracterístico de la atención a cu a lq u ier señal p rem o n ito ria y de la in­ tervención de augures y adivinos. quedando equiparado y con1nndido con c u alq u ier fuerza de la naturaleza. ya en cuanto voluntad. y hasta qué punto quedaba echado al tablero. el «cuchillo que m anda» salta de pronto bañado en san­ gre ante los ojos. ello se debe al hecho de que a C ésar ni siq u iera se le p a sara po r las m ientes la idea de p o n er en cuestión la com ponente subjetiva de la síntesis de la fatalid ad (o sea. de entre las concurrentes lucí/. pone vividam ente ante los ojos la inm u­ nidad de la g u erra frente a cu a lq u ier intervención de voluntad o lib ertad hum ana. Pero si esto era. el dado del destino. que la leyenda de C ésar le atribuye h a b e r dicho al p a sar el Rubicon. de los que tienen ju stam en te a la fatalid ad p o r objeto de su ciencia. el c a rá c te r de sintética): la inamovilidad ab so lu ta del principio de identidad con490 •<!pi mismo. como el solo acto inicial de p roferirla. en el seno de 1. Y hay que n o tar hasta qué punto los días o las h o ras que preceden inme diatam ente al trance de tra b a r una b a ta lla son. Pero si en la tragedia del refrán castellano. la opción de rescindir. com o la p ro p ia ley del se r del Yo. de m anera que la p rim era p a rte tendrá para sí dos de esos tre s tu rn o s —el prim ero y el tercero—. Con esa frase d em ostraba sa b er en qué preciso in stan te su lib ertad de acción cedía irrever­ siblem ente el puesto a los designios de la fatalidad. y la segunda ten d rá para sí sólo el segun­ 491 .1 latalidad que desencadenaba. Me refiero. al sujeto en cu an to lib e rta d — h a s ta el extre­ mo de no se r ya reconocido com o tal com ponente subjetiva de la fatalidad. La fatal irreversilillidad que se expresaba en el «Alea iacta est» nos lleva. el com prom iso de identidad del Yo consigo mismo. es quizá el paladigm a en que m ás nítidam ente quedan dibujados los resortes de acción y de reacción capaces de pro­ ducir la síntesis de la fatalidad. y con su doble alternativa v conclusión. según suele entender­ se. su c a rá c te r de acon­ tecer sustraído a toda subjetividad.. no natural. Si "'m otam ente le hubiese sido posible im aginar. de for­ m a irrecuperable. n a tu ra l­ mente.. com o una facu ltad existente en él com o su|< l<>. ello no excluye que haya habido infinidad de casos en que los fautores hayan tenido la m ás clara conciencia del acto p o r el que desencadenaban el proceso de la fatalidad y del m om ento exacto en que lo hacían irreversible. frente a otras. 15.1 que se enfrentaba. El pragm a de la am enaza.nuevo al sentido descriptivo del refrán. en c u alq u ier m om ento tliulo.as de la n aturaleza y la fortuna. 14. en conclusión. en la tradición. com o la m ás inesperada y fatal apa­ rición. el sujeto hum ano en cuanto identidad por contraposición al sujeto en cuanto lib e rta d — 0 objetivarse de modo tan im ponentem ente constric­ tivo com o p a ra esconderse a la conciencia —o. no a la am enaza. no le era dado distinguirse a sí m ism o. se le h a b ría m o strad o —a través de tal de»(Mimascaramiento de la com ponente subjetiva— . Pero al e s ta r la dicha com po­ nente subjetiva objetivada en él. efectivam ente. al pragm a entero. así. o sea.. En este simple y estereotipado d ram a en tran en juego dos partes a ntagónicas y tres tu rn o s de acción en que se alternan. com o an tiquísim a fórm ula de relación hostil hum ana. a p reg u n tarn o s cóm o ha llega­ do el Yo. . o sea. precisam ente aquella com ponente p o r la que tal o cual fatalidad recibe. es decir. plenam en­ te objetivado com o fatalidad. en i mibio. conform e a lo anunciado. en cuanto órgano aním ico del antagonism o. que la hace ajena a su propia responsabilidad y la rem ite a la del amenazado. proyectando la responsabilidad sobre el am enazado. la del am enazado —esto es. co n q u e se a s e g u r a el c u m p lim ie n to d e la am e n aza . A PEN D ICE III. Pero lo que m ás d em u estra la índole de necesidad y no li­ b e rta d del p rin cip io de la identidad del Yo consigo m ism o es la conocida proyección sobre el am enaza­ do que no se doblega de la responsabilidad del cum ­ plim iento de la am enaza po r el am enazador. si el am enazado se doblega a cu m p lir la condición im puesta p o r el o tro p a ra d e sistir de la hostilización. sustentándose é sta sobre la im ponente fuerza de la identidad del Yo consigo mismo. ton su consentim iento en hacerse responsable. porque una vez p roferida la am ena­ za. E sta tan ex tra o rd in a ria circuns­ tancia de que la víctim a m ism a llegue a legitim ar.i responsabilidad del cum plim iento de la am enaza que sobre él proyecta el propio ejecutor. L a fó r m u la « C o m o m e lla m o F u la n o » . 16. éste parece s e n tir com o tan necesaria. él ya se tiene po r tan poco libre ante cu a lq u ier acción que tal identi­ dad pueda exigirle. acep ta a su m ir la lesponsabilidad que el propio e jecu to r de la violeni i.i poner a cargo de su conciencia la acción violenI» que sobre sí m ism o ha tenido que sufrir. com o si de una fuerza de la natu raleza se (i atara. 6 19 . y en que una ceguera voluntaria inflige tan sólo otra más ciega voluntad. aviniéndom . por tan irresponsable con respec3. un el am enazador. a la vez. sale por garante de la indefectibilidad del nexo de am enaza. puesto qu e el am en azad o r ha encade­ nado su p ropia identidad a la indefectibilidad del nexo de am enaza. Sólo el conocim iento del sobrehum ano e irrenunciable com prom iso de la identidad del Yo consigo m ism o' constituye la presunción que hace posible el prag­ m a de la am enaza. El amenazado. pero. El Yo de identidad. n o ta a p ie de p á g in a n ? 7. C onsiderar la suposición de que alguien no cum pla la am enaza com o algo casi tan im pensable como que una piedra se detenga en el aire en m itad de su c aíd a y no llegue h a sta el suelo. que es un anuncio de hostilización con­ dicionado. en la p á g . V é ase « E s a s Y n d ia s e q u iv o c a d a s y m a ld ita s» . La indefectibilidad del nexo en­ tre la am enaza proferida y su eventual cum plim iento ejecutivo se constituye en c riterio y credencial del Yo y en in stru m en to de su autoafirm ación. la propia ley que ciegam ente abate su saña sobre él. una vez proferida la am enaza. como si le dijese: «Tú eres el responsable ante la H istoria. es libre. tan inexorable su propia acción de c u m p lir lo am enazado. a lu d e en fá tic a m e n te a la id en tid ad . ya sólo su respuesta.4 El am enazad or rechaza hacerse responsable de su propia acción. pone escandalosam ente de re­ lieve hasta qué punto el Yo de identidad confuta cual­ quier confianza sobre el albedrío. Pero todo esto es obvio. El am en azad o r profiero la am enaza. porque reco­ noce que —según la ley de h ierro del Yo de ¡den­ udad—. conce­ der a la fatalid ad sintética —y a la constricción de 493 . con el desistim iento. 492 lo it olla. re p re se n ta d a p o r e l n o m b re p r o p ia 4. o sea.do. acepta hacerse responsable de uua acción ajena p e rp e tra d a c o n tra él. Pero lo que ya toca el colm o del asom bro i que el am enazado m ism o se m uestre com prensivo . porque tenías en tu m ano la facul­ tad de cu m p lir m is condiciones. reconociéndole la indefectibilii|ud del nexo de am enaza que lo obliga y asum iendo l.i proyecta sobre él. ce d er o resis­ tir—. el am enazador corresponde a su vez. hecho ya víctim a de la violencia que ha iludo cum plim iento a la am enaza. y no cum pliéndolas me has obligado a h acer ejecutiva mi am enaza». la indefectibilidad del nexo de am ena­ za se constituye en credencial del Yo de identidad y en in stru m en to de su autoafirm ación. m ás explícitam ente. Ha habido. o. no en una relación del individuo ais­ lado respecto de sí mismo. al fin. se ha hecho un solo cu e rp o con el sujeto hum ano.la identidad del Yo. incluso individual. tal com o se ha corroborado que lo era una de sus m anifestaciones: la venganza. a m i entender. Como q u iera que la venganza V su fu ro r (tema. o sea. com o en 495 . aunque m oder­ nam ente nos suela se r representada —p o r ejemplo. El im ponente d e r de la presión que el Yo —y de m odo particu• si es colectivo—. lo que. por lo dem ás. com o com ponente su b jeti­ va. S e ñ a la r com o una deform idad o com o un síndrom e patológico un rasgo constitutivo del m o­ delo a p a rtir del cual la ciencia ha conform ado sus ideas de salu d y enferm edad es in c u rrir en un equí­ voco análogo al del cuento del p atito feo. pretende se r algo m ás que una am arga e hiperbólica ironía sobre la presun­ ción de lib ertad del se r hum ano. equivale a preg u n tarse si el Yo mismo. en principio. que es el afecto y el im pulso de la ley de identidad del Yo consigo mismo. pero eso no es objeción bastante. la su ste n ta — un e statu to de necesidad e q u ip a ra ­ ble al de la ley gravitatoria. o sea. p ro b a­ blem ente. puede llegar a ejercer so­ bre el sujeto hum ano.es algo que rebasa por com pleto los alcances de la psicología. com o pasión e im pulso de la identidad. origen. la confianza cuanto m ás fam iliar nos sea el objeto. Tanto m enos recom endable es. no se rá la reliquia o el estigm a de lo que no fue. sin em bargo. com o el h ip ertrofiado órgano aním ico del antagonism o. que hoy suele m anifestarse com o u n a autoconstricción del individuo aislado. K 494 17. El Yo —siem pre en la referida caracterización como el sujeto hum ano en cuanto identidad— ha po­ dido surgir filogenèticam ente como el órgano aním i­ co del antagonism o. tiene. De ahí que se haga un solo cuerpo con el in stru m en to y que conciba com o in stru m e n ­ to el c u erp o mismo. en el decim onónico teatro de tesis co n tra el duelo— en relación con la pasión personal de la soberbia. sino la cons­ tricción difu sa del linaje sobre c ad a uno de sus m iem bros. que el célebre ortegajo: «Yo soy yo y mi circunstancia» deb ería sin m ás se r corregi­ do y renovado con la fórm ula: «Yo somos un servidor y su soberbia». en la tu p id a red de relaciones y trances antagónicos —que aquella m ism a hipertro ­ fia m ultiplica—■. no ha de h a b e r sido u n a in stitu ­ ción colectiva antes que individual. con algo así com o con pinzas de biólo­ go y una m irad a form alm ente afín a la del n a tu ra ­ lista. pues a tanto com o eso —quiero de­ c ir a tan to com o p ara q u e d a r explicitada en su definición— llega el grado en el que la soberbia. com o sujeto en cu an to identidad (y nó­ tese que al exam inar la identidad. uno se siente tentado a preguntarse si lo im perioso de la ley del Yo. sino del individuo en cuanto m iem bro de un linaje com o un deb er hacia el linaje entero (y en sociedades acéfalas. que. c aracterístico de la literatu ra del destino y la fatalidad). y en cuanto fundam ento de la síntesis de la fatalidad. con­ tra la legitim idad de tra ta r la configuración a n tro ­ pológica del Yo —que no es lo m ism o que d ecir «del hom bre»—. el órgano destinado a la función de c o n c en tra r y de regir las fuerzas p u estas en juego en toda su erte de situacio­ nes antagónicas. en cuanto deber. es bien difícil y suele re s u lta r artificioso soslayar el i am ino que acab a rem itiéndola de un m odo u otro a la pertenencia). La identidad del Yo. el im placable im perativo de ser idéntico a sí mismo. c u alq u ier form a de interpretación y exam en bajo el supuesto de «de­ form aciones» individualm ente reductibles y localizables. en las que los vínculos de sangre ejercían una función de cohe­ sión y p ertenencia análoga a la que m ás tard e ejer­ cería la ordenación jerárquica). ¿Y qué hay m ás fam iliar que la soberbia? Nos lo es hasta tal punto. a la que. m ás casos de am enazas que no se hayan cum plido que de p ied ra s que hayan dejado de caer. en determ inados casos. o sea. generando el que hoy nos aparece com o Yo individual. E stas pala­ bras de Jesús de Nazaret han sido casi siem pre oídas com o una invitación a la ab stin en cia y la autorrepresión —y aun ap licad as p o r los a d m in istrad o ­ res oficiales del m ensaje de Je sú s a la represión de otros afectos. esto es. la condición plena de persona. en la com u­ nidad de p ertenencia la función del antagonism o se concentraba en el Yo de identidad. am én de que el propio ius loci se ha m ostrado bien capaz de ge­ n erar una nueva pertenencia.) Como quiera que sea. como una m arca carism àtica. el sujeto ha de sa crifica r su propia vida. seria testigo de esa pertenencia al linaje. como sujeto en cuanto identidad. la identidad. o. conform e a lo ya dicho m ás arriba. Al patroním ico y el gentilicio. o sea. y en ella te­ nia la com unidad la g aran tía de que el guerrero 497 . puesto que el Yo co­ lectivo de una com unidad de pertenencia está nega­ tiva y antagónicam ente definido respecto de otro ajeno. fuese sentida com o autonegación. Sea de ello lo que fuere. La ven­ ganza era el deber de restauración autoafirm ativa de un linaje. po r cu an to se me alcan ­ za. puesto en cuestión po r cu a lq u ier agravio recibido. en teram en te ajenos a la única pasión propia del Yo. c o b ró alguna vigencia en cuanto com ponente del e sta tu to de persona (y digo «alguna vigencia». o sea. en el d eb er de la vengan­ za. y quien de hecho se atrevió a p red ic ar esa renuncia. que hacían al hom bre fatalm ente esclavo de 496 un destino. venían a a b rir de p a r en p a r las p u e rta s al sujeto hum ano en cuanto libertad. La soberbia era el m úsculo aním ico del Yo de identidad. o tra fó rm u la m e­ nos categórica que «Niégate a ti mismo». La autoconstricción m oral que Kant llam aba voz de la conciencia y Freud designó com o superego ha sido reconocida com o asunción y apropiación de la constricción social po r p a rte del individuo en el proceso de su crianza y educación. haya podido convertirse en au toconstricción in­ terna del individuo aislado. la so b erb ia—■. haya podido h ip ertro fiarse m ás allá de la m edida a ju sta d a a los antagonism os digam os «m otivados» y haya dado lugar al quid pro quo de su sc ita r antagonism os gratuitos. según mi supuesto. com o situ a ­ ciones funcionalm ente idóneas para descargar el ex­ cedente ocioso de su potencial. ju stam en te al q u e b ra n ta r las cad en as de la identidad consigo mismo. 18. tal vez vino a añ ad irse el toponím ico sólo cuando el lugar. com o código de conducta p ara con los propios. en efecto. (Que la constricción del Yo colectivo del linaje sobre cada uno de sus m iem bros. de reafirm ación de la identidad del Yo consigo mismo. tal com o se da en ¡a form ación de la b urguesía m edieval. de un «Yo colectivo». Sólo la pertenencia confería a los individuos. no sería un fenóm eno m ás extraño que el de que el Yo. porque. el perdón. es sólo un caso extremo. que conservó la venganza incluso en su u lte rio r form a individual hizo que la renuncia a la venganza. com o determ inaciones de pertenencia según el ius san­ guinis. el m encio­ nado ca rá c te r autoafirm ativo. y de ahí que sea un sentim iento antagónico. com o órgano a n í­ mico del antagonism o. el ejem plo de un ius loci totalm ente suficiente con independencia del ius sanguinis para conferir al in­ dividuo la ciudadanía. po r el contrario.la ley de honor. que quien o sase p roponer la renuncia a la venganza tenía que s a b e r que proponía a los hom bres nada m enos que la autonegación del Yo. com o renuncia a la autoafirm ación. que incluso se busca o inventa raíces o identidades en todo afines a las del ius sanguinis). al extraño. la ciudad. los m andatos de la segunda surgieron como referencia al exterior. El parentesco entre el llam ado superego y la soberbia puede e s ta r en que m ientras los m andatos del prim ero se refieren al in terio r social. no usó. De ahí. sin la cual no adquirían en toda su plenitud la condición hum a­ na de persona.cuando. es decir. apéndice XI). hayan podido s u frir la so­ ciedad y el individuo. se deriva pro ­ bablem ente el que la tran sacció n ju ríd ic a que se rep resen tab a —fuese o no p o r ficción— com o su b ­ yacente al e statu to de la esclavitud fuese la de la 498 conm utación de una m u erte de hom bre por una supervivencia de anim al. casi autom áticam ente. y así mismo. en el naciona­ lism o y en el auge p articip a to rio en los llam ados deportes de m asas. tal capitidism inución. cubierto. Por «población» y «territorio» entiendo el resultado de la acción abs­ tractiva de la dom inación sobre los h ab itan tes y el hábitat. puede hoy re­ volverse antagónicam ente co n tra los propios. y p o r tan to la pérdida de la identidad y de la propia condición de persona. Quien elegía la m u erte conservaba su entera condición de persona. el có­ digo de honor del sam urai. con idénticos rasgos. sobrevivió ju n to a la en­ com ienda clásica (según la term inología de Silvio Zavala). incluso. en efecto. de cadáveres de franceses: «Todo esto lo rem edia una noche de París». la condición de persona. donde los fra n ­ 499 . com o es el caso actu al de la nación. perdían a su encom endero español se di­ jese que quedaban «vacos». de m odo que el efecto de é sta sobre los in­ dios fue la transform ación de su h á b ita t en te rrito ­ rio y de los habitantes en población. La población es la ab stracció n de los habi­ tantes. pese a su victoria. o sea la separación de la pertenencia. 19. que confería al individuo. lo que éste llam aba «el honroso cam ino de salida». en el bushido. La institución de la encom ienda se instaura. el jara-kiri. Nadie expresó m ejor esta abstracción que N a­ poleón en el cam po de b a ta lla de Eylau. m aterializaba. tan sólo raram ente es en tales casos ap robada com o dig­ nidad o sentido del honor. por se r colectiva— es lo que pue­ de distinguirse. en la soberbia —com o en el superego—. ya al com ienzo de la dom inación española. artificiosas y ab stractas reconstituciones del Yo colectivo. com o lo m u estra el hecho de que carez­ ca de un signo m oral unívoco. desde e sta p rehistoria. según cita de Hannah Arendt («Sobre la violencia». que la últim a form a de aparició n de la soberbia —lícita. que en algunas partes. el hecho de que de los indios de las encom iendas que. em ancipado el individuo. es encom iásticam ente encarecida como patriotism o. en toda su plenitud. com o en Venezuela. el clásico suicidio del general rom ano derrotado. o sea. la soberbia que. En la colonización española de América. A ello responde la que seguram ente es la m ás prim itiva form a del suicidio: el suicidio de honor.a fro n taría la m uerte física antes que s u frir la m u e r­ te civil de se r excluido de la com unidad de perten en ­ cia. El estad o p u ro de tal clase de com unidades puede e s ta r representado p o r aquellas en las que la moral de honor bastaba como única constricción que sujetase al individuo. de la form a que fuere. De modo. vacantes (situación en la cual quedaban a disposición de otro encom en­ dero que los reclam ase p ara sí). La disolución de las u ni­ dades dem ográficas por los repartos de la encom ien­ da prim itiva. Del hecho de que por la pertenencia se ad q u i­ riese la identidad. m ien tras que en las m o­ dernas. Por m uchas aventuras y desventuras que. esto es. Pues. el Yo individualizado con­ serva la huella de esta acuñación o rig in a ria p o r el Yo colectivo. definidos po r vínculos de pertenencia y de asentam iento. con su identidad y su pertenencia. o de trab ajo s forzados. el úni­ co castigo p ara el delincuente era la proscripción. pues. cuyo d esarro llo se ha c a ra c te ri­ zado tam bién com o «narcisism o colectivo». en puro censo total fungible y desplazable. se d iría que. aquellas sociedades de que h ab la Jouvenel en las que. no significa o tra cosa sino que los indios en general habían perdido la m era capacidad de c o n stitu ir p ertenencias que confiriesen a sus m iem bros la identidad vinculada a la condición de persona. m u­ cho de qué defenderse— un carácter descarriado. (El C ristianism o debió de desplegarse en u n a si­ tuación parecida a la nuestra: la producida por la territorialización. im­ posible y regresivo. so­ bre todo. después de la individuali­ zación del Yo o. ya desde Nicea o desde an ­ tes. que traían los m isioneros. el desnivel que ha­ bía en tre el grado de individualización b urguesa de los españoles y el grado en que. nace de la p ertenencia y q u e rría volver a ella. ya se puede en te n d e r que es la c o rre la ti­ va desconcreción del país descriptivam ente caracte­ rizado p o r cualidades físicas y biológicas que son su stitu id a s p o r factores de control p o r la dom ina­ ción. que no es sino la disolución de todos los vínculos en la fungibilidad 500 y la eq u id istan cia universal. La disolución del há­ b itat y la dispersión de las pertenencias fueron. com o son la determ inación de en cru cijad as estratégicas. En América. po r la inop o rtu n id ad histórica de in te n ta r prosperar: 1?. la fuerza fósil del Yo colectivo. pero lo últim o que uno q u e rría ten er que o ír com o defen­ sa es ese grito. d esn a­ turalización y fungibilización m acedónico-rom ana había p e rp e tra d o contra los hom bres de todas las m aneras. in d istin tam en te vigente p a ra todos los h u ­ m anos. tal vez? Hay. en m edio de la anónim a m ultitud m etropolitana. Los actuales intentos de reconstrucción de la identidad y. ciertam ente. La pertenencia. 20. el éxito del «N iégate a ti m ism o» podría tam bién a trib u irse m aliciosam ente al hecho de que convertía en prin cip io ético y en vía de salva­ ción lo que ya la universal territorialización.) 21. En cuanto a la territorialización del h ábitat. rara vez ha podido ser un sarcasm o m ás sangriento. que quiere restablecerse com o fundam ento orgánico de identidad bajo el principio «Los buenos son los nues­ tros» es tan m alignam ente regresiva porque a rra s a con su enyosam iento lo único h ab itable que ha deja­ do la territo rializació n universal: un concepto de la bondad desvinculado de toda relatividad de p e rte ­ nencia. en el A nlidühring. especialm ente los tainos.°. corrom pieron al C ristianism o. de m odo que la for­ zada individualización im puesta po r las encom ien­ das debió de re su lta r p ara los tainos una pesadilla incom prensible. com o dicen los filósofos. com ún y. Y del hecho de h a b e r edificado sobre tan mal so la r p odrían venir tam b ién los gérm enes de m ala universalidad que. Tam bién p o d ría ser interesante b u s c a r a ver si en el cosm opolitism o surgido de la dom inación m acedónico-rom ana nacie­ ron igualm ente m ovim ientos de regresión hacia la pertenencia. po r las que se rige ahora la red de cam inos y la precisa determ inación de fronteras y el ajedrezado interno en unidades de adm inistración y guarnición m ilitar. ofrece. La soberbia. por lo tanto. g racias a ellas pudo llegar a concebirse una ética com o la c ristia n a. de la cons­ titución del individuo em ancipado. de que «la introducción de la pólvora y las arm as de fue­ go no fue en m odo alguno un acto de violencia. casi instantáneas. p erm an ecían configurados bajo una form a muy estable y vivaz de sociedad de p ertenencia de­ bió de ag ig a n tar la desventaja. la dispersión y la desn atu raliza­ ción iniciadas por el im perio m acedonio y corona­ das p o r el rom ano. sino 501 . que ya no puede se r m ás que consig­ na de regresión a la b arb arie: «Los buenos son los nuestros». y 2. en efecto. en las Antillas. El m ensaje «Niégate a ti mismo».ceses son concebidos com o m eras unidades censitarias de la población. La afirm ación de Engels. ¿Los zelotes. com o el de hoy. Si bien. de la pertenencia com portan —por muy com prensibles que aparezcan en cuanto movi­ m ientos defensivos frente a la m ala universalidad de un m undo que. m ucho de qué defenderse en este m undo de hoy. o sea. sin d isp a ra r un tiro. la aceleración de la obsolescencia en el a rm a ­ m ento consiste. acentuando la m ovilidad de su valor com ­ parativo. en cuanto voluntad delegada y libertad enajenada. Y en este punto. a u n q u e una c ie rta golosinería infantil de los m ilitares ante los nuevos juguetes tecnológicos da tam bién qué pensar. con­ form e a lo ya dicho m ás a rrib a en relación con la cerám ica. que es pasado en relación con el día en que se hayan cum ­ plido los proyectos. hace volar de un soplo de en­ cim a de la m esa del m agnate industrial otro contrato m ultim illonario. aquí no tienen cabida. se m u estra com o el factor m ás activo p ara la síntesis de la fatalidad. m ientras. p o r su costado tecnológico. en es­ tado de puro prototipo. no es aplicable a la in d u stria de arm am ento. La aceleración de la obsolescencia de­ liberadam ente prom ovida por los productores. bajo este aspecto. privilegiando inm ensam ente la cerám ica de revolución. en principio. los caprichos. el 60% de la escuadra de un país. sino B» se p resta a ello. sino tam ­ bién hacia el pasado. La prevención. Pero tal falsedad se ha ido m ultiplicando conform e se ha agilizado la po­ sibilidad de los rearm es. en consecuencia. ya el m ero esquem a «no fue A. o sea. La experiencia de otros cam pos económ icos no es aplicable a la in d u stria de arm am entos. La obso­ lescencia individual. la volun­ tad delegada y la lib ertad enajenada referentes a la objetivación de la fuerza del sujeto p o r el em bargo de fuerzas que ha co n stituido el arsenal. con el ejem plo de cóm o la invención del torno. El fa­ bricante de arm am entos tam poco se alegra o se entristece al unísono con su propio país. delirios al margen. que ve a b rirse ante sus ojos la ocasión de un contrato m ultim illo­ n ario p a ra renovar ese 60% de la escuadra. com o en ningún otro. Una in­ novación en tal o cual artilu g io lograda por una in d u stria a rm a m e n tístic a extranjera puede poner fuera de com bate. puede h ab er supuesto el m ás grave d etri­ m ento p ara o tra s form as de cerám ica posibles. obsolescido de un golpe p o r la invención ex tran jera de un nuevo m isil. pero hay que c o n sid e rar el efecto retroactivo tanto del arse ­ nal existente com o del proyectado o com enzado.un progreso in d u strial y. valga lo que valiere este factor. por cu an to presupone ya d eterm in ad a la relación lógico-conceptual entre A y B. La obsolescencia de las arm as 502 propias puede caerle a un país en la cabeza como una repentina catástrofe desencad enada desde la im a­ ginación de un ingeniero de un país remoto. otro m isil. A veces. hacia hoy mismo. que exige la antelación con que hay que poner en m archa los proyectos. inversam ente. a veces lo que es una catástrofe p ara el país puede se r una autén tica fo rtu n a para el fabricante. innovación com parativa. fundam entalm en­ te en perfeccionam ientos tecnológicos efectivos. económ ico» es un ejem plo ideal de falsedad por univocidad. p o r lo tanto. pierde im p o rtan cia en beneficio de la obsolescencia especifica. com o condicionam iento negativo. 503 . el desgaste de cada ca­ ch arro singular. donde las a rb itra ria s m utaciones de la m oda sirven de ace­ lerador de una obsolescencia que sería m ucho m ás lenta si se supeditase al desgaste m aterial de las prendas singulares. encaja la res­ tricción com plem entaria. Pero. pero aquí no sólo hacia el futuro. dada la enorm e p reponderancia alcanzada por la obsolescencia específica sobre la individual. ha alterad o y h a sta descabalado las condiciones de obsolescencia de las arm as. señalada respecto de la his­ toria de las invenciones. increm entando su función de gesto. tal com o en el clásico cam po de la vestim enta. La actual industria de arm am en­ tos deja al desnudo toda la falsedad y la indigencia conceptual de la citad a afirm ación de Engels. en la m edida en que todo rearm e a p a re ja hoy alguna invención su p e ra d o ra y. acrecentando ex traordinariam ente su peso diplom ático. la propia necesidad de previsión. El «tiene que p artir» sería. rebasado ese «punto de no retorno». Veamos ahora. la bú sq u ed a de un aum ento en el sentim iento narcisista del propio poder. por fin. no sea ya el interés pú­ blico y objetivo del producto final (ía defensa e stra ­ tégica) lo que. Es decir. obsesiones.5 Si es un determ inado 5. N o sé si m i ig n o ra n c ia e c o n ó m ic a e s tan su p in a c o m o p a ra no c o n s id e ra r e q u iv o c a d a . teorías. la deform ación funcionalista de los expertos en tecnología arm a m e n tista o en geoestrategia. doctrinas. M ientras el interés del capital inversor no e sté com prom etido con el proyecto IDE hasta ese «punto de no retorno» en que cualquier de­ sistim iento com porte una am enaza sustancial de rui­ na.22. la ú ltim a palabra. en el sentido de que a p a rtir de una determ inada cifra la renuncia al pro­ yecto no pueda ser económ icam ente reabsorbida. su m otivación quedase desplazada de m odo dom inante al interés particular. incluso a pe­ s a r de que las autoridades n o rteam erican as y los le­ gisladores son conscientes de que existe una enorm e confusión en torno a cuáles son los propósitos y las consecuencias de la Iniciativa de Defensa E stratég i­ ca tal y com o ahora se reconoce (. com o propugnan los m ás puros principios del liberalism o económico. al m enos con un grado todavía so p ortable de pérdidas o no ganancias. una vez que. sin conllevar una m ayor o m enor ca­ tástrofe económ ica.) Supongo que el «punto de no retorno» que se de­ sea a lcan zar e sta rá determ in ad o po r el volum en del capital invertido en el proyecto. s in o s ó lo en e l c a s o d e q u e é ste re c o n s i­ derase el pro yecto y d e s istie se d e él u n a vez h e c h as la s in version es v a m ed io c o n s t r u ir la s im p o n en tes in s ta la c io n e s . ejem plo al que le ven­ d ría com o de m olde aquella expresión orteguianofalangista de «voluntad de destino». el porve­ n ir del proyecto en cuestión no e stá asegurado. una preocu­ pación m ás o m enos delirante p o r la defensa nacio­ nal. u opiniones políticas o geoestratégicas so­ bre el asunto tendrán todavía alguna fuerza en el por­ venir del proyecto. etcétera. Así. co n d e s c o m u n a le s re c ip ie n te s p a ra co n te ­ n e rlo y c o n s e r v a r lo — ig u a lm en te c a rís im o s . en­ tonces éste e sta rá plenam ente asegurado. Cuando. sino el interés privado de los inversores m axim izadores com prom etidos con el proyecto. h ab ría quedado definitivam ente excluido cu al­ q uier cam bio de opción. el ejem plo m ás cons­ picuo de em pecinam iento consciente y voluntario en la síntesis de la fatalidad. d a n d o lu g a r a una q u ie b r a p lu r ib illo n a r ia d el holding c o n stitu id o y d e s tru y e n ­ do d e c e n a s o c e n te n a re s d e m ile s d e p u e sto s de t r a b a ja . las distintas ideas. m ien tras el ilusorio o real fin objetivo del proyecto IDE en cuanto tal pue­ 504 d a tener. com o beneficio colectivo de la entera sociedad. del que en tresaco lo si­ guiente: «La idea que ahora prevalece es que cada vez será m ás difícil d a r m archa atrás. de un m odo u otro. de form a que su sucesor quede m ás o m enos obligado a seg u ir adelante con él». ap asionada o d esap a­ sionadam ente. caprichos. con arreglo a las exigencias del m erca­ do... Se tra ta de un texto del New York Tim es reproducido p o r el ABC del 20 de diciem bre de 1985. (H asta aquí el N ew York Times. ir r e a l o a l m en o s h ip e r b ó lic a la s u p o ­ sición de q u e u n a in versión de c a p ita le s c o m p ro m e tid o s en un g i­ gan tesco p ro yec to e s ta ta l p a ra c o n s t r u ir c a r ís im a s p la n ta s d e p ro d u cc ió n d e v a cío . que les hace b u sc ar lúdicam ente com placencias ajenas a cualquier ponderación de verosimilitud). h a b id a c u e n ta del g r o s o r y la p e r fe c c ió n d e u n a s p a re d e s c a p a c e s d e s u je ta r la titá ­ nica fu e r z a im p lo siv a d e l v a c ío — n o te n d ría p o r q u é d a r lu g a r -al m en o s en un p r in c ip io — a n in gu n a c a tá s tro fe ec o n ó m ic a p o r »•I m ero h ech o d e q u e ta l v a c ío fu e s e to talm e n te in ú til a la s o c ie ­ dad y a l p ro p io E sta d o .) Altos cargos N or­ team ericanos creen que el program a no ha alcanzado aún el p u n to de no retom o (subrayado mío). Dicen que están esp eran d o la ocasión p ara conseguir que el presidente a u to rice las m edidas que com prom e­ tan aún m ás el proyecto (subrayado mío) antes de que abandone el cargo en 1989. c u a l­ quiera que fuese el origen de la Iniciativa de Defensa ^ stratèg ica (la paranoica obsesión de un sector de opinión política. tenga la p rim acía en las consideraciones decisorias. pone. a p a rte de la adm onitoria. También. Y si la destrucción de las a rm a s es un acto de paz. conviene su ­ brayar la m aligna divergencia connivente al hecho de que el fu tu ro proyecto IDE busque d elib erad a­ m ente convertirse. puede m overse el análisis del refrán de la flecha. m ediante una deliberada falta de tra n sp a re n c ia en­ tre el designio y su instrum ento. sim ultáneam ente. La espontánea presión del interés p a r­ ticular. la conveniencia. al de llevarlo. fuera de juego c u a ­ lesquiera consideraciones sobre el contenido propio del proyecto. al h a c er inviables las restantes. com o suele decirse. la norm ativa nos lle­ va. el inte­ rés p a rtic u la r de los m agnates in d u stria le s en un grado de inversiones anticipadas suficiente para que cu alq u ier posible suspensión del proyecto apareje una catástrofe económ ica de tales proporciones que toda la nación se vea obligada a a c ep ta r y hasta apo­ yar la continuación. que cu a lq u ier o tra opción se haya vuelto ruinosa. tal com o ha podido contem plarse sobre todo en el pragm a de la am enaza. en intere­ sante coincidencia con la im agen del arco). Según esta dirección des­ criptiva. de p ro d u cir una rotunda fatalid ad sintética. intrínseco. una in te rp re ­ tación de la situación del mundo. p o r lo tanto. de tal su erte que ya los arsenales de a rm a s son intención hu m an a objetiva­ da. o sea. en subjetividad hum ana objetivada y. que el liberalism o tradicional consideraba la 507 . a este respecto. en fin. Y. a la petrificación del sujeto en el com prom iso consigo m ism o del Yo de identi­ dad. «distensión» (y. com o hem os visto. es un m odo de ten e r razón por elim inación de las condiciones de posibilidad para cualquier opción de los contradictores. ya desde el estado de m ero pro­ yecto. y la descriptiva es la que estoy desarrollando ahora. por supuesto. toda discusión sobre la necesidad. Así. en contra de la afirm ación de Engels. tal com o ya he descrito. actos de guerra. sobre todo considerados a la luz de la diabólica am ­ bivalencia de lo que E isenhow er llam ó «el com plejo m ilitar-industrial». p o r económ icam ente ca­ tastrófica. o. cu a lq u ier o tra opción. Cuando el m erca­ do y el cap ital estén tan com prom etidos por las inversiones avanzadas y las expectativas concebidas. 506 poseerlo y h asta fabricarlo.partido. su construcción y aun la invención que hoy general­ m ente la acom paña son virtualm ente. en fatalid ad sintética. fin. la o p o rtu n id ad de la defensa estratégica h a b rá que­ dado excluida del d iscurso p o r con tem p lar a lte rn a ­ tivas que se han vuelto económ icam ente inaccesibles. y lo son h a sta el punto de que las buenas inten­ ciones internacionales de apaciguam iento. lo que de­ fiende la conveniencia de la IDE. u n a ideología. y. al m ovilizar com o instrum ento objetivador intereses y fines ajenos a los específicos del proyecto. el em peño en la objetivación. Llegar a ese «punto de no retorno». p o r cierto. hechos económicos. que m ás bien suele no ser n in g u n a— a excluir. el sujeto objetiva su intención. una doctrina. que ap areja p e r­ d er la lib ertad de opción. pero esta objetivación puede re­ troceder al acto de e m p u ñ a r el arco. etcétera. que es com prensiva. precisam ente a través del m ercado. necesi­ tan cum plirse en la d estrucción m aterial de los arsenales. De las dos direcciones en que. al tra n s ­ ferir su fuerza m u sc u la r a la tensión del arco y ac u m u larla en éste. el deseo de llegar al «punto de no retorno» se apoya en una denodada voluntad de h a c er p revalecer esa d o ctrin a sobre sus contradictores y se vale del expediente objetivador de llegar a com prom eter al m ercado y al capital h a s­ ta que éstos m ism os se vean forzados —cualquiera que sea su opinión sobre la IDE. al tra ­ ta r de com prom eter. viene a ser un m odo de h a ­ cer triu n fa r por fuerza la propia opinión. a través de intereses y fines en principio ajenos a su propio. 23. dem ostrando con ello h a sta qué punto és­ tos son depositarios reales de intenciones hum anas. el Yo del E stado sea. a la que ha desposeído. a través de las am plificaciones institucionales y hasta estatales por la que vengo llam ando dirección objetiva de sentido del refrán de la flecha. y en quien se 509 . dirección de sentido subjetiva. Dicho esto. en c u a n ­ to sujeto. sino a sujetos que. desde cierto punto de vista. Conviene. sin em bargo. si pare­ ce b a sta n te verosím il que. realm ente lo encarnan. como un vampiro. por el contrario. a p esar suyo. denota. refiriésem os cosas com o la am enaza o la ven­ ganza. sin embargo. no sólo cu an titativ a sino tam bién cualitativam ente in­ com parable con lo que —aun dando por buena la de­ sacred itad a figura de un c o n tra to — el conjunto de subjetividades vivas y verdaderas de u n a colectivi­ dad hum ana enajena y objetiva en el arco tenso de un Estado. Visto. La indefectibilidad de la ju sticia estatal reside en esa actuación constante que llam am os «vigencia» y que consiste en e s ta r y m antenerse operando aun fuera de ocasión y al m argen de c u a lq u ier positiva solicitación p o r el agravio. m ien tras con respecto al Yo individual todavía podía ca b er la duda sobre la suficiencia de la psicología y no disonaban p alab ras psicológicas.involuntaria pero a la vez m ás certera prom otora del beneficio público. hasta aquí. como. pues. El gran Yo del Es­ tado vive. es solicitada y p u e sta en juego aquí para d e s tru ir las sim ples condiciones de posi­ bilidad de cu a lq u ier o tra opción que no sea la ya de­ cidida de antem ano. cuando. p o r ejemplo. un ídolo del teatro. p aralela­ mente. en el sentido gram atical de la palabra. pongam os p o r caso. considérese ahora que. o deb erían serlo. el Estado tan sólo tom aría atribuciones gra­ m aticales de sujeto com o abstracción de los sujetos hum anos que. a su vez. es. lo que incluso en las en trañ as de esos sujetos está desencarnado. La subjetividad del Estado. con respecto al Yo del Estado resu lta ría totalm ente risible tan sólo conje­ tu ra r la eventual aplicabilidad de la psicología a m a­ nifestaciones com o la necesidad de indefectibilidad de su justicia. la indefectibilidad con que el Yo del Estado necesita ha­ c er c a er el peso de su a p a ra to de ju sticia sobre la cerviz del delincuente tenga po r fundam ento un prin­ cipio análogo al del Yo individual: la identidad. m ás bien sería sujeto ju s ­ tam ente en cu an to plasm ación autónom a v irtu a l­ m ente resu ltan te de la vam piresca des-encarnación de esos m ism os sujetos en quienes se pretende en­ carnada. adonde hem os ido y adonde todavía podríam os ir a dar. por el contrario. si. 24. lejos de rem i­ tir a nada que lo encarne en cada sujeto singular. Lo p ri­ m ero que el cam bio me suscita es la im presión de que lo que el arq u ero individual enajena y objetiva en el arco y la flecha. en cam bio. Su indefectibilidad nada tiene que ver con la venganza de parte. tan sólo lo serían. en principio. Para tal clase de nom i­ nalistas. a la que ha desencarnado. de la desencarnación de los sujetos en los que se pretende legítim am ente sub­ rogado. según ellos. com o «soberbia». esbozaré tan siquiera una vis­ lum bre de lo que parece a so m a r por la que llamo. y —com o si tal a trib u ció n pudiese ser in508 m uñe a indeseables consecuencias— volver a rem i­ tirla sin residuo a los sujetos hum anos en quienes pretendidam ente se encarna. el Estado. por soberano a rb itrio del poder. 25. po r m ucho que. tan sólo la m iopía de un nom inalism o obstinadam en­ te ingenuo puede d e sd eñ a r la realidad autónom a operante de esa p ersonalidad subjetiva m eram ente atrib u id a. no ya a sujetos personales —únicos sujetos vivos y ver­ daderos—. una ficción gram atical. como la m ás beneficiosa p ara el in terés público de la entera sociedad. con su terrib le lem a «Identidad obliga». in tercalar en este punto la advertencia de que. aun sin d e ja r de se r genética y fisonóm icam ente relacionable. y en esta relación an ticipada tiene que considerarlos com o sim ultáneam ente dados. se lim ita a rep etir la ejecución de aquella única senten­ cia ya fallada. sino que es la indefectibilidad de algo estatu id o en form a de cum plim iento perm anente. p o r h a c er caso om iso del orden tem ­ poral. este orden lógico m ism o estaba inm erso y confundido en el orden tem poral en el que se fun­ daba y del que no podía ser desglosado. Esta ju sticia es desencarnación de la venganza. com o la tu rb in a del molino.ha subrogado. incom pleto. algún resor­ te oculto. A sem e­ janza de este a u tó m ata de feria que no escapó a la m irada siem pre atenta del m alogrado Don Jacinto. uno se habría esperado hallar otro muñeco. en­ tre otras cosas. de los sujetos anim ados. Pues. en 1938. tuve ocasión de ver un insólito a u tó m a ta de b a rra ­ ca: una figura algo m ayor que el n atu ral. p ara la cual no hay ya nada nuevo: ninguna nueva pasión de vengador ante cada nuevo agravio. La ceguera de los ojos ven­ dados con que la trad icio n al alegoría la representa es m ucho m ás que la ceguera ante la p articu la rid a d de cada reo. pero a e sta pérdida del personaje que sin duda había com pletado en un principio el conjunto del ju ­ guete suplían ahora. po r m uy repintada de p u rp u rin a im itación-acero que estuviese. porque. tam po­ co podría haberles hecho dem asiado daño». lógicam en­ te. o sea. pues obviam ente el propio concepto 511 . encim a del tajuelo. todo ello a intervalos regulares. v irtu a l venganza ya cum plida en vacío y p ara siem pre —y p o r tanto. con el cuello apoyado en el tajuelo. cuyo eje se dejaba entrever en las axilas. Y. algo m anchadas de lubrificante negro y oleoso. 510 la indefectibilidad de la ju sticia parece c o n sistir en un autom atism o que hace c a er sobre el tajuelo el gol­ pe de la espada con intervalos m ínim os y siem pre idénticos e independientem ente de que halle o no un cuello de reo bajo su filo. que tenía vendados am bos ojos. sino la an tici­ pada desencarnación de todas las pasiones vengado­ ras en u n a única. igual­ m ente autom ático. La ju stic ia codificada del Yo estatal. por entonces. sin tra u m a ni pasión— por la sola in stauración de un a p a ra to de justicia. al se r é sta de m adera. re­ duciendo la sucesión al orden m eram ente lógico. los chiquillos que. que. y en la que el ejecutado es siem pre el m ism o reo: el que aparece m entado una vez sola y de una vez p o r todas en el código. E ste a u tó m ata debía de estar. tal relación perm anecía inm anente al orden tem poral. aunque. y que dice así: «En la feria de Querétaro. haya o no haya grano que moler. en talla policrom ada. le ha­ cía b a ja r los brazos de m odo que la esp ad a fuese a d a r sobre el tajuelo que tenía delante. a este respecto. y la espada em puñada con las dos manos. y con éste. a n te rio r a cu alq u ier posible agravio. para luego vol­ ver a levantarse pesadam ente y rep etir el golpe. 26. y que p o r resortes pro­ pios separase la cabeza del tronco a cada tajo de la espada. si bien puede decirse que el nexo de necesidad que unía la venganza con el agravio co m p o rtab a tam bién un orden lógico. ju g a ­ ban a poner un brazo. no deja de es­ ta r g irando noche y día. E stam pas m ejica­ nas. m e viene a la m em oria cier­ to pasaje que mi inolvidable y m alogrado am igo don Jacinto B atalla y Valbellido dejó escrito en el orig i­ nal inacabado de su libro inédito. com o desafiándose a ver quién a g u an tab a m ás antes de que la esp ad a lo alcanzase. que representase al reo. en c ie rta m anera. el derecho. para volverlos a ju n ta r en espera del siguien­ te. an ticip a la relación entre delito y castigo (incluso puede decirse que el delito es el agravio re­ trospectivam ente considerado desde el juicio o des­ de la sentencia). algo que. y alguno incluso el cuello. cuando el dueño de la b a rra c a no m iraba. es la ceguera de la anticipación. que­ riendo indudablem ente rep re sen ta r a la Justicia. pues al tener la relación de la venganza con el agravio el c a rá c te r de reacción. puede decirse que la necesidad de que toda reacción suceda a una provocación sólo quiere decir que ese es el orden lógico en que. a causa de su inm anencia al orden tem poral. un verdadero incum plim ien 512 to. El derecho ha codificado com o relaciones lógicas las correspondencias en tre delitos y castigos. En el derecho. han de considerarse com o sim ultáneam ente d a d o s—. Pero al considerar tan sólo el orden lógico de la relación —donde am ­ bos correlatos. p ara el punto de vista del derecho. respecto de la cual no ha lugar a h a c er cuestión de que el derecho m ism o pueda h a b e r fallado.de reacción ni tan siquiera puede ser pensado al m ar­ gen del orden tem poral. fijado a su destino. p ara llevar a cabo sus propias actúa ciones. com o la del au tó ­ m ata de feria que vio en Q uerétaro el llorado Don Jacinto. El derecho no tiene tam poco la inexorabilidad activa y pasio­ nal de la venganza. al ten e r p erm anentem ente en juego la relación lógica preestablecida. no es. Por el contrario. po r cu a n ­ to la inm anencia al orden tem poral de la reacción. aun antes de delinquir. Madrid. de la que se pretende sucesor. con­ tingencias entre las cuales no está dicho que no pue­ dan incluirse la com pasión sobrevenida y el perdón. un órgano pre­ ventivo contra la delincuencia. evidentem ente. sencillam ente actúa. despojándola del carácter de reacción. el gran Yo del E stado q u e rría deliberadam ente h a b e r elaborado un sistem a de fa­ talidad sobre las cabezas de los reos. pero no para im pedir el delito antes de que se cum pla. no reacciona frente a él. ab ría una grieta po r la que las contingencias p odrían in te rfe rir el cum pli­ miento. ni tan siquiera su de term inación. pues el que alguno se su straig a de hecho al cum plim ien to ejecutivo. febrero de 1987 y enero de 1988 . delito y castigo. Casi com o ilustración esco­ lar de ello. El derecho. La inm anencia al orden tem poral. h a b rá n de sucederse. am asado con el producto de la desencarna­ ción y expropiación de todos los im pulsos vengati­ vos. com pensa a los despojados garantizando la fatalidad p ara los reos. sino porque siente vengada su impotencia. en cada caso. que. sino para ten er al reo. con la consiguiente necesidad de encarnación en la subjetividad. pero no quiere. com o lo p ru eb a el que éste no precise la presencia del reo. a su actuación no escapa nunca ningún reo. a u n q u e a p rim era vista parezca lo co n tra­ rio. a su vez. que el a u to r de un agravio acreedor a la venganza acabase h u rtán d o se de lu­ cho a la persecución del vengador suponía un fallo de la venganza m ism a. com o tran ce interm ediario. m ás que una serví dum bre de orden técnico. d e c ir que a toda provocación suceda necesariam ente una reacción. po r cu an to la venganza era inm anente al orden tem poral y sólo podía cum plirse en su facticidad. La no necesidad de que aquí goza el segundo de los té r­ m inos es el privilegio c aracterístico del orden tem ­ poral que llam am os contingencia. Por eso el pueblo que acude a las ejecuciones públicas no ap lau d e porque en la fatalidad que el derecho culm ina sobre la cerviz del reo sienta cum plido su propio poder. sino la inexorabilidad inerte y ciega de un organism o inanim ado. la síntesis de la fatalidad. El derecho no es provocado p o r el delito. supe­ d itaba el nexo de necesidad entre el agravio y la venganza a las contingencias de la facticidad. ello no es sino una contingencia relega da al cam po de la facticidad. el derecho desen­ carn a a la venganza. el derecho es ya fatalidad sin­ tetizada en el autom atism o anticip ad o de sus presi ripciones. Si la venganza de parte tenía que p ro d u cir activam ente. C u a r ta p a r te E s a s Y n d ia s e q u iv o c a d a s y m a ld ita s . I. 12 años después tic su p rim era aplicación. R equirim iento Ignoro si en el año 1525. C ortés hacía las cosas con i uidado y con rigor. Sea de ello lo que fuere. Transcribo sus palabras: «Y ofrecióse que un espanol halló un indio de los que traía en su com pa­ ñía. de hecho. H ern án Cortés era m ucho m ás escru p u lo so y concienzudo que sus pre­ decesores. tan escan d a­ losam ente form alista. aun a sabiendas de que los destin atario s no lo oían o no lo entendían. o sea. donde da » uenta de su expedición a las H ibueras. natural d estas p artes de Méjico [extranjero. co m p o rta un ejem plo de apli«ación del requirim iento por parte de Cortés. com iendo un pe­ dazo de ca rn e de un indio que m ataron en aquel pue­ blo cuando en traro n en él y vínom elo a decir. y es difícil p e n sar que se contentase con i um plir form alm ente. la práctica. en la región que atravesaban]. po r tanto. y en presencia de aquel señ o r [un pequeño cacique maya que se había presentado a los expedicionarios] le hice 517 » . del «requirim iento» había caí­ do en tal descrédito que hubiese precipitado en el desuso. así en la c a rta Va. nos relata un caso que. el m an­ dato del requirim iento. que era po r­ que había m u erto 1[esto no concuerda con lo de m ás a rriba: “que m ataron en aquel pueblo cuando e n tra ­ ron en é l”. 518 ilo así se procedería co n tra ellos y se ría n castigados conform e a justicia». y que ellos asim ism o se habían de som eter y e s ta r debajo de su im perial yugo y h a c er lo que en su real nom bre los que acá po r m inistros de v uestra m ajestad estam os les m andásem os. ho y se p re fii n «yo lo he m atad o » . y por mí en su real nom bre les hab ía sido requerido y m andado que no lo hiciesen. vienen a confundirse. y que así. le m andaba quem ar. «M u erto» se ha u sa d o h a s ta h ace p o co com o p a rtic ip io d e mu lar. ellos se rían muy bien tra tad o s y m antenidos en ju sticia y a m p arad as sus personas y hacienda. enem igo de la na turaleza hum ana. pero bien puede apreciarse en lo citado con qué a stu c ia y qué sutileza Cortés usa la religión com o instru m en to de dom inación: prim e­ ro. y p o r los a p a rta r del conoscim iento de Dios.2 C ortés encarece el cuidado y la paciencia con que se extendió en estas y otras consideraciones. a su vez. y h acerles sa b e r cóm o habían de te­ ner y a d o ra r un solo Dios. por una doble subrogación paralela con rl torm ento de m o rir quem ado que ha padecido el Indio. que está en los cielos. antes iba po r m andato de su m ajestad a am p a rarlo s y defenderlos. p o r providencia divina. a su vez en la divinidad. y dejar todos sus ído­ los y ritos que b asta allí habían tenido.3 puso todo el e scrú p u lo del m u n ­ do en que el cacique se enterase bien de todo a tra ­ vés de los intérpretes. así sus personas como sus haciendas.quem ar. que era defendi­ do por v uestra m ajestad. porque eran m entiras y engaños que el diablo. a diferencia del m odo form alista y ruIinario con que en un principio había sido aplicado el «requirim iento». y éste. por le h ab er m uerto y com ido dél. a quien el univer so. el preám bulo a te rra d o r del indio quem ado vivo en presencia del cacique. obedei f y sirve». La infracción del m andato de C ortés contra la anliopofagia es infracción del m andato del em perador rn quien C ortés se subroga e infracción del m an d a­ to de Dios en quien. com o ha hecho el indio quem ado vivo por practicar el rito de com er c a rn e hum ana. en el p re té rito co m p u e sto : «yo lo he m u erto ». 519 . por quien todas las c ria tu ra s viven y se gobiernan. C a r ta V. c ria­ d o r y hacedor de todas las cosas. I Véase la N o ta 1. y no lo hacien 1. y así el castigo de m o rir quem ado vivo a que C ortés condena al in fracto r aparece a los ojos d d cacique confusam ente relacionado o identifica­ do con los «m uy grandes y espantosos torm entos» i Cartas de relación. po r providencia divina. de su erte que los «muy grandes y es­ pantosos torm entos» que am enazan a los que no se avienen a d e ja r los ídolos y ritos que h asta allí han tenido. enseguida la explicación ild motivo de un castigo sem ejante y la doble subro­ gación p o r la que C ortés se subroga en el em p era­ dor. se subroga el em pera­ dor. porque no se salvasen y fuesen a gozar de la gloria y bienaventuranza que Dios prom etió y tiene ap a re ja d a a los que en él ere yeren. La a stu ta coordinación su b ro g ato ria de las tres autoridades confunde en uno el m andato contra la mil m pofagia. porque yo no q u e ría que m ata­ sen a nadie. y haciéndolo así. 3 d e se p tie m b re d e 15 2 6 . donde tengan muy grandes y espantosos torm entos. obedesce y sirve. donde parece tra ta rs e de u n a m uerte en com bate] aquel indio y com ido dél. y que así m ism o les venía a h a c er sab er cómo en la tie rra e stá v uestra m ajestad. la cual el diablo perdió por su m alicia y mal dad. dándole a e n ten d er la causa. les hacía p ara los en g a ñ ar y lle­ varlos a condenación p erpetua. y no hay iluda de que. en cuanto aquel «a quien el universo. hombre! ¿Cómo puedes envenenarte h asta tal punto la sangre con los pobres cu ras? Tendrán todos las nuñeterías y m ezquindades que tú quieras. No cabe duda de que. com o de m olde para lo g rar la sumi sión del cacique maya y de su pueblo. acep­ tando tan sólo la realidad del sujeto em pírico y re­ chazando —tal com o el dogm a nom inalista obliga— cualquier posible realidad u operatividad que no sea pura m etáfora al universal. no obstante. el puro instinto ciego —especialm ente receptivo en un hom ­ bre com o H ernán C ortés—> de su erte que acertase en cada caso exactam ente con lo que había que hacer. tal com o es propio de lo que me he lim itado a lla m a r perverso instinto. digo. a este infantil rep a rto de papeles. El m ism o cuento puede ap licárse­ 521 . Es esta dualidad de planos lo que el nom inalism o del positivism o h istórico se niega a reconocer. peto es injusto y cruel condenarlos como m onstruos tle m aldad. contra la clam orosa evidencia estadística del condicionam ien­ to sociológico de las conductas delictivas. com o sujeto em pírico. Para lo que trato de d e c ir puede re su lta r ilu stra ti­ va la anécdota de aquel que le rep rochaba a otro la lerocidad de su anticlericalism o. con toda la agudeza y todo el tino del m ás perverso ins tinto de dom inación. o sea. esto es: el plano de lo claram ente m anifiesto a la conciencia de Cortés. y Cortés. el único que es verdaderam en­ te m alo es Dios». diciéndole: «¡Pero. las delorm aciones de su ya de p o r sí deform e profesión. pero que dirigía. bueno y malo. no pretendo en m odo alguno que esta descripción del uso de la religión com o in stru ­ m ento de dom inación se corresponda con la repre­ sentación patente a la conciencia de Cortés. la diana del designio 2. el univer­ sal h istórico de la dom inación. com prendo que a m uchos pueda re­ su ltar tan a rd u o com o tu rb a d o r c u a lq u ier punto de vista que dism inuya en algún grado la responsabili­ dad de los autores de tan trem endos e incontables crím enes com o los que constituyen la tram a dom i­ nante en la conquista y colonización de Am érica. El pecado de antropofagia del indio ha venido ello por ello —com o se dice en Ex­ trem ad u ra y p o d ría h ab er dicho el propio H ernán C ortés—. acos­ tum brados. pero en esto consiste ju stam en te el m ayor espanto de la H istoria Universal. Aunque no pueda pensarse que no fuese consciente de su pragm atism o —tal com o lo evidencia la palabra «ofrecióse»—. apurando h asta la ú ltim a gota la posibilidad del caso que tan o p o rtu n am en te se le ha ofrecido. im provisa exactam ente el es­ pectáculo que conviene a sus designios. N aturalm ente. El m al sin m alo He establecido. y 520 el plano de una realidad ultraindividual. cei tero com o un tiro de ballesta. porque ellos no son al fin m ás que unos Infelices m andatarios. una dualidad de planos. lo dem ás apenas llegaría tal ve/ a sospecharlo. su p e rio r y oculto a esa conciencia. que no precisa ninguna clara conciencia racional para alcanzar.que ag u ard an a quienes no «dejan los ídolos y ritos que h asta allí han tenido». inculpan v condenan com o si el libre alb ed río no fuese uno de los recursos m ás escasos entre los hum anos. El verbo ofrecerse indica bien a las c laras que el caso es considerado com o ocasión o p o rtu n am en te aprovechable para un propósito en principio ajeno a él. por consiguiente. de su orien tació n de las cosas con arreglo a unos fines. acostum brados com o e sta ­ mos a unas instituciones de ju sticia que. La deliberación con que C ortés u rd e y dirige todo el episodio de form a tal que la religión le rinda el m áxim o provecho com o instrum ento de dom inación viene ya su gerida po r la p alab ra con que em pieza el relato: «y ofrecióse». g ratu ito . un desencadenam iento de 522 los peores instintos de profanación. que hacen n los hom bres agentes o in stru m en to s de su ejecu­ 523 . La teoría se h a ría así inca­ paz de co m p ren d er tan to la funesta hegem onía de lo universal en lo establecido. la esencia de lo que se pretende festivam ente conm em orar en la D isneylandia sevillana de 1992. al verse re­ ducida al m ero registro de los datos. im p e rio s a p a ra q u ien n tien d a al ru id o de fo n d o de los testim o n io s. la H istoria Universal. sin poder e m itir una sola palabra i utica y. m ucho m ás execrable y m ás fatí­ dica que si pudiese d ársele rostro y nom bre hum a nos. para p asarse de rosca. capaz de lesponder satisfacto riam en te a la pregunta: «¿De tlúnde sale de pronto este delirio?». a la que tra ta ría de con futar. la c o n q u is ta y la i olonización la co m p re n sib le re sisten c ia de q u ien se ve an te la tu rb a d o r a situ a c ió n de q u e todo. las im ágenes de los dioses aún p o r d e rrib a r de lo alto de los tem plos». despojaría a lo universal de su m ala par ticularidad. de ultraje. en cuanto representación consciente. tan falsa e ingenua com o la prim era.les a los que frente a la fam osa «historia escrita des de el p u n to de vista de los vencedores» pretenden oponer u n a «historia e scrita desde el punto de vista de los vencidos». Pero la capacidad teórica del conocim iento histót Ico quedaría lam entablem ente castrada. enajenados y com o a rre b a ta d o s de sí mismos p o r el fu ro r de la dom inación. Pero el factor desencadenante. las tum bas sin a b rir para sa c a r el oro. Como puede apreciarse. c ie rta m e n te d u d o so y d iscu tib le . «H istoria Universal». la faz de la tierra sin rom per. p o d ría v a n a g lo ria rs e p o r el mét tto. que. o. com o una efeméi Ide que tuviese algo que ver con lo que desearíam os que se considerase hum ano. esca m otearía la percepción teórica fundam ental: que el verdaderam ente m alo es Dios. com paración y clasificación. capaz de h a c e r —por una vez acaso con razón— las delicias de cu a lq u ier psicoanalista: «La Guayana es una tierra que tiene todavía intacta su virginidad. sólo con despreciables m andatarios. so b re h u m a n o . es m u ch o m ás Inexplicable. tiene los rasgos infor­ mes de un mal sin malo. timen de m u ch o m ás sórdido. En u n a p a la b ra . pues. com o m i­ tología. c u a n d o m enos. de o s te n ta r el ten eb ro so re s p la n d o r d e la m ald ad . feneciendo en m i puro análisis. sin d e ja r de se r ig u alm en te h o rrib le y doloroso. in fra h u m a n o . productiva y liberadora que decir. E sta segunda sería. pues el nom inalism o positivista igualm ente im plicado en las p alab ras «vencidos» o «vencedores». «La m ediación dialéctica de lo universa! y p a rti­ c u la r —dice Adorno en su Dialéctica negativa— no autoriza a una teoría que opte por lo particular. pues. tra tan d o lo universal com o si fue se una pom pa de jabón. o sea. de de­ predación. en consecuencia. llegó a se r incluso p ara los m ás perspicaces de sus sujetos em píricos nada llega a expresarlo m ás aguda m ente que el siguiente pasaje de s ir W alter Raleigli. ra s tr e ro y m ise ra b le «le c u a n to p u e d a se rlo in clu so u n a ley en d a n egra. po r ende. a ra d a o trab ajad a. la p é rd id a . El positivism o histórico desprecia. lo que viene a ser lo mismo. la p é r­ dida de u n su jeto e m p íric o co m o ú ltim o re sp o n ­ sable a q u ie n in c rim in a r de ta n a n c h a y ta n larg a I rag ed ia —co n fo rm e a la c o n fia d a v ersió n con q u e «•I n o m in a lism o h a b ía lo g rad o q u itá rs e la d e e n c i­ m a— h a d e e n c o n tr a r ta n to en ap o lo g e ta s co m o en d e tra c to re s del d e sc u b rim ie n to . la virtud y la sal del suelo sin g a sta r poi el abono. en cuanto h istoria. Lo que. y. ja m ás saqueada. la presunción de que haya realm ente «desig­ nios del Altísimo». haciendo d e scu b rir a los individuos su verdad.» La cosa es. com o la idea de una situación que. que enten d ería las cosas com o si los sujetos em píri eos fuesen los únicos p rotagonistas efectivos. aun n acida del hechizo de Moisés. al m atad ero del cam po de batalla. nunca afilará n el aguijón teórico precl so para d e sp a n z u rra r la m uy real diosa siem pre se dienta de sangre que lleva po r nom bre lo que un nom inalism o. el recuerdo escolar que los de mi edad tenemos de la enseñanza de la historia patria se pue­ de su p e rp o n e r p erfectam ente a c u alq u ier h isto rieta Ilustrada de tebeo. a mi entender. contra toda evidencia. 524 Pero mi objeción acerca de una «historia e scrita desde el punto de vista del vencido» no se lim ita a su falsedad en cuanto h isto ria planteada. se h a b ría llevado a cabo con una resolución y una eficiencia tan definitivas la conquista y dom inación de Palestina? M ientras sigan diciendo. c o m p o rta im plít ita m e n te un ju ic io de los h e c h o s q u e p a re c e en ciertos casos no a c a b a r de atreverse a ser d eclara­ damente ético. con la h isto ria concebida rom o m isterio glorioso. se caracteriza por hacer a los singulares sujetos em píricos hum anos in­ discutibles protagonistas de gloriosas hazañas. no sólo no lograrán nunca explicarnos com o es qui­ los sujetos em píricos que son los soldados individua les se dejan llevar com o un solo hom bre (tal como gustan de d e c ir los oficiales y com o el propio uní forme pretende sugerir). Y en ese punto es donde con­ sidero que d eb ería desplazarse el acento tan desa­ fortunadam ente colocado por quienes hablan de una posible «historia contada desde el punto de vista del voncido». h asta tro­ carlo en una fuerza real. o sea. pondría rl acento en el punto adecuado. una concom itancia inevitable con lo que miele llam arse «historia co ntada desde el punto de vista del vencedor». a sem ejanza del Yahvé Sabahoz que desde el Sinaí puso M oisés sobre las cabezas del pueblo de Israel. c ircu n stan cia que guarda.ción. com o su propio dueño y señor. po r encim a de sus cabezas. de que no ven H istoria Universal. com o con­ trapolo a la « historia co n tad a desde el punto de vis­ ta del vencedor». a mi entender. Y. y. no es el que pone al 4 Véase a N o ta 2. form alm ente estético. su p erio r y ya com pletam en te su stra íd a al control de su s deseos y voluntades. elaborando los hechos conform e a un tratam ien to que los deja­ ba ya d ispuestos p ara sa lta r directam ente al com ic. a mi entender. Tal c la s e de p re s e n ta c ió n de la s h is to r ia s del D e sc u b rim ie n to 4 y la c o n q u ista . que. ciertam ente. cantando ese sacrosanto lia tus uocis. extrapolándolo y enajenándolo de sí y poniéndolo. sino. ya sospechosam ente pertin az y resis­ tente a la evidencia. El intercam bio que. 525 . pero •in ren u n ciar a propugnarse tácitam en te com o éti­ co Por supuesto su categoría estética casi exclusiva m la de la «grandeza». sigue despachando com o puní flatus uocis. ajeno al tono dom inante en los cronistas del siglo XVI. que el nom bre de la p a tria es un m ero flatus uocis. lo que es peor. a ten o r de la intención que su propio nom bre indica. ajena y su p e rio r a la plu ralid ad de los su jetos em píricos que form aban las 12 trib u s de Israel. surgido especialm ente en los textos esco­ lares del siglo XIX y principios del XX. la acción y el pro­ tagonism o de esos m ism os sujetos em píricos se do­ blegan a las consignas del universal. La afirm ación nom inalista de que los ojos no ven al Altísimo. con­ forme a un m odelo épico m ás bien tardío. ¿Se atreverá algún nom inalista a a firm a r que si Yahvé Sabahoz no hu biese sido una fuerza real. de que no ven m ás que individuos hum anos m ás o m e­ nos racionales o irracionales com o agentes de la histo ria es em píricam ente indiscutible. como si un resto de pudor lo retuviese en cierto lugar am biguo. en efecto. para lanzarlo a rre b a ta d o en puro fu ro r de dom ina­ ción y de exterm inio sobre la tie rra de C anaán y so­ bre los pueblos que la habitaban. pero no es m enos cierto que el m ovim iento. lodos seguim os siendo sensibles a los valores de la dom inación. que. lo in­ dicado. siguen queriendo ser. pero aún le fa lta ría p riv a r de real pro ­ tagonism o al sujeto em pírico del vencedor. en general. De otro modo. pues. V é ase la N o ta 3. po r su p ro p ia intención. justam ente. única for­ m a de p riv a r a la h isto ria m ism a de su justificación por el sentido. te r­ m inada la clase. respecto del otro c riterio de valor que rige la m irad a hacia la historia. la generosidad. lo inten­ tad o p o r S aura en su película E l Dorado. la sinceridad estética los llevará a los sangrientos goces predatorios de películas del oeste y. cuyo c riterio o catego ría principal es la de la grandeza de las hazañas de 5. De modo. etcétera. A ntropológicam ente Inmersos en una h isto ria en que el im pulso de do­ m inación hunde sus raíces en un ayer inm em orial. Dos actitudes De modo. sino el que ponga las nociones «dolor»/«felicidad» en el lugar del p ar «m iserias»/«grandezas». 526 i Itt historia y de sus creaciones. g arras de halcón o zarpas de felino. el no tener sentido. Tenga lo que tuviere de cierto esta sospecha. em pieza uno p o r tropezarse con dos actitu des de principio. renunciando a m e­ no scab ar y p o n er en entredicho el orden m ism o de com prensión en que la h isto ria quiere despacharse com o un aco n tecer siem pre dotado de sentido hu­ mano. la condestendencia. colm illos de carnívo­ ro. Tan honda parece ser tal preferencia estética p ri­ m aria hacia los carnívoros depredadores que no ha (le faltar quien diga que los hom bres descubren a traWs de ella la envidia hacia lo que ellos. aunque sum am ente m ediocre. con respecto a la H istoria Uni versal. que. la grandeza agradecerá secretam ente a su buena estrella el hab er logrado sa­ lir. al m enos en «Ittún rincón de su alm a y a despecho de todas las tttlmoniciones pedagógicas. en su ignorancia. sin duda.vencido en el lu g ar del vencedor. no ha a certad o a d espojar su im agen de la com pensación —estéticam ente tan gratificante com o cu a lq u ier o tra — de poder seguir luciendo p o r los salones el no po r negro m enos ele­ gante atuendo de la perversidad. pues al m ism o tiem po que una volunlul iosa ética se esfuerza p o r negarlos de boquilla. que la m entalidad estética. De lo que puede ser un ejem plo. m ostran d o cóm o en el sentido reside. bien d istante de ser su p erfi­ cial. im plícitam ente. será tal ve/ abstenerse de toda consideración de antigüedad. po r sí o por no. al fin y al cabo. que no tienen nliligación alguna de legitim ar su opción en antigua­ llas o en sinceridades aním icas. a tenor de esto. que casi parecen psicológicam ente determ in ad as po r el c a rá c te r personal. con lo que sólo la d enuncia del sentido puede h a c er ju sticia al sufrim iento. su m alignidad. pues. bien librada de la venganza del do­ lor.‘i A ello tendería. y los animales m ás prestigiosos y adm irados seguirán siendo los que tengan pico de rapaz. es el a trib u to esencial de la felicidad. tillaría. hasta el punto de parecer antropológicam ente pie histórica. que juzga de lit historia según el c riterio de valor de la grandeza. i i | I ¡ 3. pues n i i uanto a represión y heteronom ía nada supera a lo que tal punto de vista tom a por criterio frente al 527 . el m ás m anso de los hom bres se recreará en las bellezas de la depredación. La una es la que llam aré a c titu d estética. el se r fin en sí m is­ ma. m raigo o fundam ento antropológico. la am istad. Como cuando a los niños se les predica en la iglesia (»enseña en las escuelas la m ansedum bre. y correlativam ente cómo el sinsentido. pues quienes ta la n por él juzgan. c u alq u ier «historia co n tad a desde el punto de vista del vencido». ni m enos p edir dis­ culpas por su índole represiva o heterónom a. hechas añicos. esto es. Para M enéndez Pidal ya hem os visto que esa creación se en c arn a bajo la form a de los grandes im perios. ciertam ente. a la v io le n c ia . M enéndez Pidal concede. Aunque piense. que. venía a ser nara él la H istoria Universal no podía detenerse ante las «calam idades de m uerte». incrim i­ nándolo de e s ta r dispuesto a sa crifica r al individuo en beneficio de la totalidad.de la grandeza. «por m edio del cual el m ovim iento se abre cam ino y hace saltar. sino en la diacronia de un proce­ so histórico de form ación de una entidad política. sino que lo es­ cuda a m enudo d e trá s de la c o a rta d a de la fun­ cionalidad política. indudablem ente. creaciones que p ara M enéndez Pidal serían por excelencia los im perios: «Los im perios». para Marx. la violencia es la com adrona de la his­ toria. 529 . las form as políticas fo­ silizadas y m uertas». 4. un papel análogo al que se le concede en las concep­ ciones de Hegel y de Marx: el de in stru m e n to de creación histórica. convalidando los m ás feroces atropellos com o procedim ientos dolorosos pero ne­ cesarios para las grandes creaciones de la histo­ ria. llam a «cala­ m idades de m uerte inherentes a toda vida». que p o r se r «inheren­ tes a toda vida» tenía que a c a rre a r p a ra d a r vida a sus grandes creaciones. o sea. en alguna m edida. Es curio so cóm o pasa M enéndez Pidal por encim a de lo que. la violencia es una necesidad del e sp íritu en la grandiosa epopeya de su autorrealización o bjeti­ va. «a p esar de las vitandas injusticias y calam idades de m uerte inherentes a toda vida. Frase que. según versión de Engels. con expresión to­ davía m ás pintoresca y h a sta retorcida. con pintoresca expresión. la que ayuda a toda vieja sociedad a d a r a luz —se supone que p o r un p arto m ortal p ara la m adre— a la nueva sociedad que lleva en sus e n tra ­ ñas. a la m u e rte de unos hom bres po r m ano de otros hom bres. Y la grandiosa tachunda wag­ neriana. o el «instrum ento». Así que no hay que a m ed ren tarse cuando el que lo sabe todo acerca de las alm as viene a decirnos: «La com pasión que dices sen tir por los esclavos bajo el palo del e sb irro no es en tu alm a m ás que efecto de la represión de un superego heterónom o e im pos­ tor que invierte en com pasión por los esclavos la a d ­ m iración y envidia que en el fondo sientes p o r el esb irro que tú q u e rría s ser». dice tex­ tualm ente. en bien d istin ta clase de engendros de la historia. Totalitarismo diacrónico Pero al c riterio de valoración estético no parece gustarle en m uchos casos confesar el predom inio to­ tal del sentim iento de grandeza que le inspiran las sangrientas hazañas en que se recrea. según él. donde se d iría que alude a lo que de vida. De se r así p a rtic ip a ría a su m an era de las concepcio­ nes hegeliana y m arx ista de la violencia y la m uerte producida p o r unos hom bres a otros hom bres. sin em b arg o . a ten o r de su concepción inconfesadam ente estética (como en el fondo lo eran la de Hegel y. son en la B iblia y en la teología c ristia n a el grandioso instru m en to con que la providencia divina gobierna a los pueblos». tendría. de realización 528 vital. al dolor en relación con quie­ nes lo padecen. p ara Hegel. plantearía las m ás serias dificultades si hubiese que decidir quién ac arrea m ayor d escrédito a la gran epopeya h istó ri­ ca de los españoles. incluso la de Marx). si sus apologetas o sus detrac­ tores. Es curio so o bservar cóm o incluso quienes conde­ nan el totalitarism o com o form a de Estado. la creación de un im perio. no sientan el m ism o es­ cándalo ni ad v iertan lo o p o rtu n o de análoga in cri­ minación cuando no es en la sincronía de un régim en político estatuido. llam a «vitandas injusticias» y de lo que. La física lo ignoia. 4 35 -4 39 de e s te m ism o V olum en. generosam ente des­ proporcionada con el im pulso de la espuela. en la condena de la p a rte co rrespondiente del abuso se absuelve. pero en el reconocim iento de algo que sobró se refrenda la necesidad de todo lo restante. gustan de im aginarla excesiva. La bola de b illa r que choca con o tra tran sm ite a ésta un im pulso. de su erte que el abuso le sea connatural. ni sienten necesidad alguna ile disculpas ni in cu rren en la ingenuidad de h a b la r de abusos. igual al que ella llevaba: el efecto es en la fí­ sica igual a la causa. en una es­ pecie de au tén tico y m ás feroz to ta litarism o h istó ri­ co diacrònico. desbordan­ te. com o im ágenes sin las cuales perm anecería en el lim bo in­ coloro de lo abstracto el esp íritu de dom inación. sino sólo su causa. en p rin ­ cipio. E s t a ¡d e a de « to ta lita r is m o d ia c rò n ic o » e s tá m ás d e s a r r o lla ­ d a en el e n sa y o « M ie n tra s no ca m b ie n lo s d io se s . sino incitación. Apologetas descarados y vergonzantes E ntre la vasta fauna de los apologetas de la gran­ deza histórica tam poco faltan quienes conceden. m ás avisados. que c ie rta ­ m ente hubo grandes abusos. con solícita pero no solicitada generosidad. donde sin el m enor reparo se llevan al m atadero de la h isto ria todos los individuos que requiera la construcción de la totalidad. legiti­ m a y santifica la co n trap arte im plícitam ente aludida com o uso de cuya ju s ta y plausible m edida sobre­ salga. lo que éste tuvo de excesivo. com o O rtega y G asset en su clásico ensayo E l origen deportivo del Estado: «Por esto». Al p u ra sangre le bastan m ínim os pretextos p a ra se r exuberantem en­ te incitado. sobrada de virulencia y energía. el m ín im u m de destrucciones.6 No hace falta ser dem asiado m alicioso p ara sos­ pechar que el criterio. com o h isto ria del im pul­ so de dom inación.im perial o no. Mas cuando el aguijón de la espuela roza apenas el ija r del caballo p u ra sangre. de lacera­ ciones. Sólo en biología tiene este vocablo sentido. com o un tendero. tan necesai ¡ámente consubstanciales a la señorial generosidad de su epopeya. Pocos han acertado a expresar esta concep­ ción estética de la historia. po r el contrario. 530 Otros. p ágs. este da una lanzada m agnífica. «la p a la b ra que m ás sabor de vida tiene p a ra mí y una de las m ás boni­ tas del diccionario es la p a la b ra incitación. porque los reconocen tan inherentes al eslilo de acción de la H istoria Universal. com o categoría dom inante en la valora­ ción de los hechos de la historia. En la física no es una cosa incitación p a ra otra. antes. que constituye el verdadero vino de quienes se e m b ria ­ gan en sentim ientos de grandeza. Q uiero decir que el referente real de la categoría em ocional y estética de la grandeza al fin no es otro que el de la dom ina­ ción y del poder. de torm entos y de m u ertes nei osario p ara a lc a n z ar sus altos fines.°. 531 . Las lanzadas equinas son. com o la única form a posi­ ble de concebir el uso de una m anera acorde con su dignidad. que les parecería hasta indigno de ella el detenerse en la m ezquindad de e sca tim a r e sfu e r­ zos. 5. La es­ puela no es causa. n a d a h a c a m ­ b iad o » . donde ya el m ero em ­ pleo de la p a la b ra abuso co m p o rta un a p a rta r a un lado lo que hubo de so brante innecesario en el esfuerzo. de la grandeza. necesita del estruen­ do de las a rm a s y de la efusión de sangre. sus sentim ientos de grandeza se avergonzarían ile una H istoria Universal atenta a calcular. 6. escrib e Don José. de estragos. Corolario 1. Ahora bien: la diferencia entre causa e incitación es que la ca u sa produce sólo un electo proporcionado a ella. y en él resp o n d er a un im pulso exterior es m ás bien dispararse. inconfesadam ente estético. en verdad una de las im ágenes m ás perfectas de la vida pu jan te y no m enos la testa nerviosa, de ojo in­ quieto y venas tré m u la s del caballo de raza [...] ¡Po­ bre la vida, falta de elásticos resortes que la hagan p ronta al ensayo y al brinco! ¡Triste vida la que, in er­ te, deja p a s a r los in stan tes sin exigir que las horas se acerquen vibrantes com o espadas! ¡Da pena cuan­ do uno piensa que le h a tocado vivir en una etapa de inercia española y recuerda los saltos de corcel o de tigre que en sus tiem pos m ejores fue la histo­ ria de E spaña! ¿Dónde ha ido a p a ra r aq uella vita­ lidad?» Como puede observarse, el biologism o orteguiano, que, con el gusto perfectam ente h o rte ra de un aristo cratism o dandy y deportivo —al que parece hacérsele la boca agua cad a vez que repite «pura sangre»—, se en tu siasm a con la a rra n c a d a del cab a­ llo al acicate de la espuela com o la im agen m ás p e r­ fecta de la pujanza vital, proyecta esta idea ya estética de vida o de vitalidad biológica sobre las re­ presentaciones de la historia, tra n sfig u ran d o en la im agen de los saltos del tigre o del corcel los a rre ­ batos históricos del fu ro r de sojuzgam iento y predo­ minio, convalidando com o generosa efusión y h asta eclosión de vida respecto de la h isto ria precisam en­ te lo que en é sta no es sino el m ás tenebroso y asolado r desencadenam iento de la m uerte. ¡Tan m ala som bra puede llegar a proyectar la im agen de la bio­ logía sobre la historia! Así, m ien tras los apologetas de escuela orteguiana encarecen la grandeza de la H istoria Universal como suprem a m anifestación de la vitalidad m ás ex­ celsam ente hum ana, recargando desafiantem ente las tin tas de engreim iento, virulencia y afán de predo­ m inio de sus epopeyas, y poniendo así el acento m ás en el ejercicio, el esfuerzo y el em peño que en el lo­ gro, los otros, m ás cobardem ente, se contentan con salvar a la H istoria Universal por la bondad y la dig­ 532 nidad de sus últim os designios, sin perjuicio de ir pidiendo a diestro y siniestro las m ás rendidas d is­ culpas por la indudable enorm idad de los abusos que —según ellos— aun la m ás a lta y m ás noble em pre­ sa hum ana se h a lla ría siem pre abocada a perpetrar. Estos son los que in cu rren en la abyección de echarles a indios, negros u o tras cualesquiera gentes de color el brazo po r la espalda, tra tan d o de ven­ derles su propio pasado de m a rtirio y el reconoci­ m iento de la legitim idad de sus autóctonos valores culturales a cam bio de rec a b a r su beneplácito p ara la com ún H istoria Universal, com o en aquel repug­ nante serial televisivo no rteam erican o que llevaba por título Raíces y que recogía la secu lar h istoria de una fam ilia negra desde el ancestro capturado, pues­ to en cadenas y estib ad o en la sen tin a de un navio negrero, que lo a rra n c a b a p ara siem pre del África natal, h asta el descendiente finalm ente libre, con su fam ilia m odesta, pero honrada y feliz, ya en los años de M artin L uther King, pretendiendo m o strar cuán inescrutables son los designios del S eñor y por qué insospechables cam inos y a través de cu án tas fati­ gas, hum illaciones y sacrificios había llegado final­ m ente a cum plirse en este últim o vástago, desde aquella m añana inm em orial de la c ap tu ra en una re­ m ota playa de Guinea, el orgullo de h ab er c o n tri­ buido a lo largo de diez generaciones a la creación de la gran nación am ericana. En esta m ism a abyección —p ara la que, bajo el tí­ tulo «encuentro», no fa lta rá n cultivadores en la ce­ lebración del V cen ten ario — in c u rrirá n cuantos acuden a echarles a los indios el brazo por la esp al­ da, interesándose po r sus tradiciones an cestrales y deplorando la grave pérdida y el irreparable deterio­ ro que, bajo la desconsiderada férula de la cu ltu ra de los dom inadores, han su frid o las esencias y valo­ res constitutivos de su m ás p rístin a y genuina iden­ tidad. 533 6. Oviedo v r \ presión en su relato, aunque no sin sentirse a la / tim oratam ente obligado a disculparse de su proI>1.1 ignorancia de m ortal —que bien podría invertirm en d isculparle su in escru tab ilid ad a la divina |in potencia—: «Yo veo —dice, pues, Fernández de Oviedo— questas m udanzas e cosas de grand caliilnd sem ejantes no todas ve^es an d a con ellas la ra(,nii que a los hom bres pares?e ques ju sta, sino o tra del mición su p e rio r e ju icio de Dios que no alcanganms; y com o él es m ovedor de todo (o m ás servido ili lo que sub^ede) e sin su voluntad ninguna cosa tu puede concluir, tengam os por m ejor lo que vemos . Irluar, pues no se alcan zan los fines p a ra que se Imi fii las cosas; e de la providencia de Dios no nos i uuviene p latic a r ni p e n sar sino que aquello convie­ ne >.7 El sentim iento de la su p e rio r prepotencia de I i H istoria Universal, com o realidad d eterm inante V operante en los sujetos em píricos, ju ram en tad o s i Incontenidos m andatarios, en su com portam iento .1. auténticos y enajenados posesos del fu ro r de do­ minación, es lo que está en la base de la intuitiva cóli i.i de Las Casas y de la tu rb a d o ra experiencia que I f rnández de Oviedo no puede silenciar. Tal reflexión Ml'Uc inm ediatam ente a la narración del episodio de Cortés contra Pám philo de Narváez, que concluye iim «No quiero d ecir m ás en esto, po r no se r odioMi a ninguna de las partes; pero en mi juicio yo no luillo qué lo ar a C ortés en su desobediencia, ni a d le quedó n ad a por u s a r en sus cautelas, p ara se i|iiedar en opinión y en officio ageno,8 co n tra la vo­ luntad de cúyo era e se lo dio y encom endó; ni a r.unphilo de N arváez le faltó la penitencia de su desi uydo, ni a Diego Velázquez quiso la fo rtuna dexar ih destruyrle, ni a C ortés desfavores^erle p ara salir i mi su propóssito, como ha salido». [A esto sigue, tras VI Como se verá, entre las pocas citas que haga, pre­ d o m in arán las de la Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo; en p ri­ m er lugar, por ser, a despecho de la m uy diversa ca­ lidad de los inform adores consultados p ara cada región, la m ás com pleta de todas las crónicas de la época; en segundo lugar p o r h a b e r sido, con el c a r­ go de veedor de la fundición del oro, testigo directo de cuanto o c u rrió en C astilla del Oro, bajo la gober­ nación de P edrarias Dávila, y en últim o, pero no m e­ nos im portante lugar, por h aber sido detractor de los indios, defensor de la conquista com o cro n ista ofi­ cial del em perador, con el cargo de alcaide de la for­ taleza de Santo Domingo, donde residió m uchos años escribiendo su gran historia, y finalm ente, víctim a de Las Casas, que, siem pre rencoroso con sus ene­ migos, lo infam ó en su propia H isto ria y logró, con su enorm e influencia, que se suspendiese tras el p ri­ m er tom o la publicación de la de Oviedo, que no a l­ canzó a verla im presa en vida. A p e s a r de lo cual, la m ism a percepción de una prepotencia sobrehum a­ na com o la que Las C asas intuyó a través de su pa­ sión contra los españoles, y que, sin embargo, nunca logró a b s tra e r de los sujetos em píricos, es tal vez lo que Gonzalo Fernández de Oviedo se ve obligado a reconocer —aun con todo el acatam iento que le ins­ pira su a trib u ció n a la divina voluntad— en hechos que, a sus ojos, rebasan todo alcance de hum ana com prensión. Así, bien puede sospecharse que es la m ism a desbordante sensación de algo in so p o rtab le­ m ente superior lo que, no acertando a rebasar en Las Casas los lím ites de lo intuitivo, se desencadenó en él com o expresivo y público furor, y lo que, sentido bajo la form a de una íntim a experiencia d eprim en­ te y turb ad o ra, G onzalo Fernández de Oviedo no pudo p a sar en silencio, viéndose im pelido a darle voz 534 7, //." gral. y ntral. de las Indias, lib ro X X X I I I , c a p ítu lo X I I. H. V ía s e e l Apéndice II. punto y aparte, el párrafo de la reflexión citada.] Hay que te n e r en c u en ta que Oviedo no escatim a elogios en su relato de la conquista de Nueva E spaña, com o la m ás ad m irab le em presa de Am érica, ni a su pro ­ tagonista H ern án Cortés, a u n q u e no deja de señ alar los rasgos que todos le reconocen, com o aquel, no recuerdo quien, que cuenta cóm o le avisaron a Ve­ lázquez, diciéndole: «Mire, vuesa m erced, que es ex­ trem eño», pues, al parecer, los extrem eños tenían en aquel tiem po fam a de doblez, frente a la lealtad que siem pre se les atribuyó, con motivo o sin él, a los cas­ tellanos. Y el propio Oviedo, en cierto pasaje,9 dice: «E assí, usando del tiem po con los unos e con los otros, m añeaba [Cortés] e a cada p a rte d ab a conten­ tam iento, e les agradesgía sus avisos, e les hagía en­ ten d er que cada qual dellos era creydo e no sus contrarios» y en otro lu g ar10 «sintiendo M onteguma que aquellos halagos de Cortés eran enforrados o dis­ sim u latio n , p ara se en señ o rear con buena m aña de lo que no pu d iera con m anifiesta fuerza...», donde se aprecia cóm o Oviedo, con toda su adm iración h a­ cia el héroe de Nueva E spaña, no e ra ciego, en m odo alguno, p a ra lo que en la vida social cotidiana son despreciables defectos, pero que no eran sino v irtu ­ des para los ciegos designios de la dom inación. Ovie­ do siente la contradicción de que el triu n fa d o r que, co n tra toda justicia, se alza po r cabeza y guía de la em presa, con todas sus m añas y deslealtades, se sal­ ga con la suya, y alcance la cim a de la gloria y el re­ conocimiento, en principio sin trabas, del em perador. La contradicción entre las v irtu d es sólidam ente h u ­ m anas de la lealtad, el respeto a la ju sticia, etcétera, que C ortés no ha vacilado en v iolar con su conducta u n a y o tra vez y, p o r a ñ a d id u ra siem p re con benefi­ cio para el logro de sus fines, y esas virtu d es justa9. L ib r o X X X I I I , c a p ítu lo IV. 10. L ib r o X X X I I I , c a p ítu lo V I. 536 m ente inversas que han d em ostrado su perfecta ido­ neidad p a ra las m iras de la dom inación, es la tu rb a ­ dora experiencia en que Oviedo siente desbordada la com prensión de su conciencia y se ve obligado a form ular una especie de dispensa para cualquier vio­ lación de las virtudes reconocidas com o tales con «otra definición su p e rio r e ju icio de Dios que no al­ canzam os», d istin ta de «la ragón que a los hom bres paresge ques justa»; contradicción que al fin le in­ duce a acatar, con renuncia a todo afán de com pren­ sión, la e stric ta facticidad de la victoria: «tengam os por m ejor lo que vemos efetuar, pues no se alcanzan los fines p a ra que se ha^en las cosas, e de la Provi­ dencia de Dios no nos conviene p la tic a r ni p e n sar sino que aquello conviene».11 Es notable tan to el esfuerzo de acatam iento que hace aquí Oviedo, com o el hecho de que necesite ex­ presarlo públicam ente po r escrito, com o si incons­ cientem ente estuviese ahuyentando los dem onios que le su su rra n al oído el te rrib le pensam iento de la m aldad de Dios, de la H istoria U niversal12 y del fu ro r de dom inación en que enajena y a rre b a ta a los sujetos em píricos, co n tra toda v irtu d y hum anidad, y que, en verdad, m ás que una c o a rta d a o una d is­ pensa para la conducta de los hom bres, es una discul­ pa de la esencial m aldad de Dios. Los terro res del infierno con que la prepotencia del Dios cristian o m antiene am enazados y sujetos a sus fieles no le per­ m itieron al infeliz Oviedo desafiar al S eñor de la Vic­ toria, al cread o r de Im perios que había coronado de laurel las sienes de Cortés, con un desafío com o el 1 1 . V é a se «O R e lig ió n o H is to ria » en e s te m is m o v o lu m en , p á g s. 3 19 -32 0 . 12 . « H isto ria U n iversal» no e s m ás q u e el nom bre, p resu n ta m en ­ te laico, con q u e la m o d e rn id a d p rete n d e c a m u fla r s u r e lig io s o a c a ta m ie n to de la S u m a O m n ip o ten cia y P re p o te n c ia del v ie jo e ira cu n d o S e ñ o r del S in a í, ren a c id o co n nu evo v ig o r y co m o el Ave F é n ix, en la u n iv e rs a liz a c ió n a c tu a l d e l p r in c ip io d e d o m in a ció n . 537 de Lucano a sus dioses, en aquel hexám etro en que puso por encim a de ellos la v irtu d de Catón: « Victrix causa Deis Placuit, sed uicta Catoni». 7. Cortés y Soto Desde luego, hay sujetos em píricos tan especial­ m ente dotados p ara la depredación y el predom inio que han causado en algunos la im presión, p o r lo de­ m ás perfectam ente m ítica y supersticiosa, de que la propia H istoria Universal los ha elegido para sus m ás altos designios, com o le pasó a Hegel cuando, en la m ás vergonzosa clarividencia de su vida, creyó ver en N apoleón al E sp íritu Universal a caballo. Uno de esos sujetos p o d ría ser, desde luego, H ernán Cortés. Y n ad a m ejor que el «ofrecióse», que él m ism o em ­ plea para em pezar a c o n ta r el episodio recogido al principio, nos descubre en toda su m edida la ri­ gurosa funcionalidad de una perspicacia perm anen­ tem ente a le rta a lo que en cada situación pueda ofrecerse com o algo aprovechable p a ra sus propósi­ tos. Al instante advierte la p o sibilidad de explotar la falta com etida po r el indio y la m an era de m on­ ta r sobre ella el espectáculo que le conviene. Es la penetrante m irada instrum ental del pragm ático p er­ fecto: agudísim a p a ra c a p ta r al vuelo cuanto en las cosas pueda in cid ir en el sentido de sus intereses, ciega para cuanto haya en ellas de ajeno o indiferen­ te a sus designios. E sa m ism a p ragm ática am orali­ dad puede ad v ertirse tam bién en su ac titu d h acia la antropofagia. Así, dem ostrándonos de paso cómo las tres grandes abom inaciones: sacrificios hum anos, antropofagia y sodom ía, po r las que los españoles ju stifica b a n su saña hacia los indios, incluso consi­ derando que Dios m ism o los castig ab a a través de sus espadas, no eran m ás que pretextos o co artad as para el frenético ejercicio de la dom inación, en la ter­ 538 cera de sus Cartas de relación, com o guiñándole el ojo a Carlos V, a quien se dirigía, se p erm ite al res­ pecto de la antropofagia un cierto tono sutilm ente festivo, cu ando son sus aliados tlascaltecas los que la practican: «De m anera que de esta celada se m a­ taron m ás de quinientos [entiéndase aztecas], y to­ dos los m ás p rincipales y esforzados y valientes hombres; y aquella noche tuvieron bien que ce n ar nuestros am igos [entiéndase tlascaltecas], porque to­ dos los que se m ataron tom aron y llevaron hechos piezas p a ra com er». Ni siquiera debió de pasársele por la im aginación la idea de que un desenfado se­ mejante, hablando de la antropofagia, podía tal vez escandalizar u ofender los oídos de C arlos V, o parecerle irreverencia hacia su C atólica M ajestad13 tanta franqueza en tan delicada m ateria, de puro ob­ via que, en su incondicionado pragm atism o, debía de re p u ta r C ortés la opción de p e rm itir la an tro p o ­ fagia en unos aliados que, de habérsela prohibido, le habrían retirad o un apoyo ab so lu tam en te indispen­ sable p ara la conquista de la capital azteca. Así, Cortés su b o rd in ab a la proscripción o el consenti­ m iento de la antropofagia a la e stric ta conveniencia ocasional de la conquista, sin m ayor sentim iento de escándalo m oral. En u n a palabra, e ra o llegó a ha­ cerse una prodigiosam ente capacitada bestia preda­ toria, un perfectísim o in stru m en to de dom inación, o sea, un hom bre espeluznantem ente funcional. Pero si Cortés puede rep re sen ta r tal vez, frente a 13 . Q ue lo s a tre v im ie n to s d e C o rté s no d e b ía n d e p r o d u c ir p re ­ c isa m e n te d e lir io s d e e n tu sia s m o en C a r lo s V p o d r ía p ro b a rlo el h ech o de q u e c u a n d o a q u é l le m an d ó u n a c u le b r in a h o n o r ífic a fu n d id a en p la ta de M ich u acán reb a ja d a co n cob re, p ero m u y bien la b ra d a (que, seg ú n G o m a r a co stó 24 000 p e s o s d e oro) y co n un Ave F é n ix en relieve s o b re e s ta ley en d a: « A q u e sta n a c ió sin p a r / Yo en s e r v ir o s sin s e g u n d o / Vos sin ig u a l e n e l m u n d o », Don C a r ­ los se la reg aló en seg u id a a su se c re ta rio C obos, segu ram en te p a ra q u e la fu n d ie se y se q u e d a s e con el v a lo r d el m etal. 539 los dem ás conquistadores, el extrem o de capacidad instrum ental para los em peños del poder (si bien no hay que o lvidar que, en tran d o con buen pie, la for­ tu n a cabalga ya en p a rte sobre sí m ism a ni que el éxito exagera siem pre los prestigios y los m éritos), H ernando de Soto, p o r elegir alguno, podría p o n er­ se como paradigm a de lo opuesto, esto es, de la in­ habilidad y del fracaso (siem pre teniendo en cuenta el efecto de éste en el sentido sim étrico c o n trario de exagerar de form a análoga el dem érito); am bos son, sin em bargo, desde uno y otro extremo, idénticos en cuanto encarnaciones de un único y el m ism o im pul­ so. Con respecto a la expedición de Soto, que, subien­ do desde Florida, parece que alcanzó hasta la actual C arolina del N orte, la crónica de Oviedo dice así: «Preguntando el h istoriador a un hidalgo bien enten­ dido que se halló pressente con este g o b ern ad o r e anduvo con él todo lo que vido de aquella tie rra septentrional que a qué causa pedían aquellos tamem es o indios de carga e porqué tom aban tan tas mugeres, y essas no se ría n viejas ni las m ás feas; y, dándoles lo que tenían, porqué detenían los caciques y principales, y adonde yban que nunca paraban ni sosegaban en p a rte alguna: que aquello no era po­ b la r ni conquistar, sino a lte ra r e a so la r la tie rra e q u ita r a todos los n atu rales la lib ertad e no conver­ tir ni h a ? er a ningún indio c h rip stian o ni amigo, respondió e dixo: que aquellos indios de carga o tam em es los tom aban po r te n e r m ás esclavos o se r­ vidores, e p a ra que les llevassen las cargas de sus m antenim ientos e lo que robaban o les daban; e que algunos se m orían e otros se huían o se cansaban; e assí avían m enester renovar e tom ar más; e que las m ugeres las q u erían tam bién p a ra se serv ir dellas e p ara sus sucios usos e lu x u ria e que las facían b a p tic ar p a ra sus c arn alid ad es m ás que p ara ense­ ñarles la fe, [donde parece que incluso como prostitu­ tas las necesitaban cristian as, tal vez por un tem or 540 supersticioso al com ercio c arn al con paganas o in­ ri uso a q u e d a r m anchados p a ra siem pre por el coi­ to con quienes en c u a lq u ier m om ento estab an expuestas a m o rir sin bautizar, dado que, tra s el ago­ tam iento de su s p restaciones sexuales n o ctu rn as y servicios dom ésticos diurnos, tenían que seguir la expedición u n id as u nas a o tra s en collera, igual que los tam em es con sus cargas]; y que si detenían los caciques e principales, que assí convenía p ara que los otros sus súbditos estoviessen quedos e no les iliessen esto rb o a sus robos e a lo que quisiessen h a­ cer en su tie rra de los tales. Y que adonde yban ni el g obernador ni ellos lo sabían». H asta aquí F ernández de Oviedo, que, poco m ás abajo, tras una cita de San Agustín,14 exclama: «Oid, pues, letor cathólico, y no lloréis m enos los indios conquistados que a los ch rip stian o s co n q uistadores ilellos, o m atadores dessí e dessotros; y atended a los subcesos deste g o b ern ad o r m al gobernado, in stru i­ do en la escuela de P edrarias [Soto llegó a las Indias, con sólo trece o catorce años de edad, com o pajeci­ llo del ya sesentón gobernador], en la disipación y asolación de los indios de C astilla del Oro, g rad u a­ do en las m u ertes de los n atu rales de N icaragua, y canonicado [quiere decir, probablem ente, doctorado en "cánones”] en el Perú, segund la orden de los Picanos; y de todos essos infernales passos librado y ydo a E spaña cargado de oro, ni soltero ni casado supo ni pudo rep o sar sin volver a las In d ias a v erter san ­ gre hum ana». H asta aquí Oviedo, donde los datos nos hacen p reguntárnos qué o tra m oral p o d ría a p ren d er Soto, a rre b a ta d o para la dom inación con apenas tre ­ ce años. Al Perú, se lo llevaba Pizarro p o r p rim e r ca­ 14. « E s t a v id a e s v id a d e m is e ria , c a d u c a e in c ie rta , v id a tr a b a ­ jo sa y no lim p ia, vida, Señ o r, d e m ales, rein a de los sob erb ios, llena d e m is e ria s y de esp an to , q u e no e s v id a ni s e p u e d e d e c ir sin o m u erte, p u e s q u e en un m o m en to se a c a b a p o r v a r ia s m u ta c io ­ n es y d iv e rs o s g é n e ro s d e m u erte» (Meditaciones, c a p itu lo X X I). 541 pitán, y si no tuvo m ás que la tercera p a rte m ayor en el reparto del tesoro fue porque el c o n q u ista d o r lo pospuso a su propio m edio herm ano Fernando, el único legítim o de toda la P izarrada que el ya casi vie­ jo Francisco se trajo de Trujillo con su gobernación. En otro cap ítu lo a n te rio r sobre e sta m ism a expe­ dición, Oviedo escribe de Soto lo siguiente: «Este go­ b e rn a d o r era m uy dado a essa m on tería de m ata r indios, desde el tiem po que anduvo m ilitando con el g o b ern ad o r P edrarias Dávila en las provincias de C astilla del O ro e N icaragua, e tam bién se halló en el Perú y en la prisión de aquel gran p ríncipe Atabáliba, donde se enriquesgió, e fue uno de los que m ás ricos han vuelto a España, porque él llevó e puso en Sevilla sobre gien mili pessos de oro, y acordó de vol­ ver a las In d ias a perd erlo s con la vida, y c o n tin u a r el exergigio ensangrentado del tiem po a trá s que avía u sado en las p a rte s q ues dicho...». H asta aquí Ovie­ do, que unas líneas m ás abajo nos explica lo que ha querido d ecir con lo del «ejercicio ensangrentado» y po r qué ha usado la p alab ra m ontería; dice, pues, así: «Ha de en te n d e r el letor que a p e rre a r es hager que p e rro s le com issen o m atassen, despedazando el indio, porque los con q u istad o res en Indias siem ­ pre han usado en la g u e rra tra e r lebreles e p erro s bravos e denodados; e por tanto se dixo de suso m on­ tería de Indios». De m odo que digo yo que juzgan m al a los conquis­ tadores quienes los incrim inan in d istin tam en te del vil m aterialism o de la codicia del oro; el oro fue en contados casos un m óvil real; generalm ente fue un pretexto p ara la hazaña po r la hazaña y a lo sum o su trofeo, com o lo p ru e b a el que fu eran m uy pocos los casos de quienes, en vez de ju g árselo y d e sp ilfa rra r­ lo al día siguiente, supiesen a p a rta rlo y acu m u larlo p o r despreciable a m o r hacia el dinero y la riqueza; lo que movió a la gran m ayoría de los conquistado­ res fue, p o r el contrario, la p u ra inquietud esp iritu al 542 de co n tin u ar el ejercicio ensan g ren tad o de esa m on­ tería de a p e rre a r indios. H. ¡as perros Ya que h a salido esta cuestión, d iré que me exl raña el hecho de que, frente a tanto com o se ha encarecido la im p o rtan cia de los caballos en las conquistas españolas —anim ales, al m enos al p rin ­ cipio, m uy escasos, p o r su difícil tra n sp o rte m a­ rítimo, útiles sólo en d eterm in ad o s terren o s—, se haya desdeñado, inexplicablem ente, el papel que tu ­ vieron que ten er los perros, las ja u ría s de lebreles o de alanos (cruce de dogo y de mastina), anim ales todo terreno, in su p erab les p a ra la persecución, m enos dóciles que los caballos, pero po rtad o res de sus pro­ pias arm as y, po r tanto, capaces de a c tu a r solos, m ás dúctiles al adiestram iento, lad rad o res —factor psi­ cológicamente decisivo— y, en fin, m ucho menos vul­ nerables, de m odo que su im p o rtan cia en las conquistas pudo se r a m enudo m uy su p e rio r a la de los caballos, com o lo p ru eb a la presencia de p e rro s en todo tiem po y lugar, ya desde el segundo viaje de Colón, según testim onio de su hijo Don Fernando, que sólo sería de oídas, siendo aún m uy niño en la ocasión del hecho que relata: una b a ta lla en La Es­ pañola, en que un ala la llevaron los caballos y la o tra las jau rías. Pero el uso de p erro s no se lim ita­ ba en m odo alguno a las b atallas —siendo, obvia­ mente, ineficaces en las huestes m uy nu m ero sas—, sino m uy a m enudo p a ra d a r caza a indios fugitivos (a los que, p o r s e r esclavos o encom endados de p ro ­ pietarios españoles, los perro s solían volver a tra e r —según se les tenía enseñado— m ordidos por la m u­ ñeca h a sta sus amos, despedazando al fugitivo sólo cuando se resistía), ya sea p a ra ajusticiar, lo m ism o a p risioneros cogidos en com bate, sin que m ediase 543 juicio previo alguno, que a caciques o señores indios condenados form alm ente p o r sentencia, ya, en fin, p ara a rra n c a r inform aciones sobre oro, probable­ m ente ate rro riz a n d o a los que asistía n al despeda­ zam iento de uno de sus com pañeros e n tre las fauces de los perros —procedim iento preferido po r Juan de Ayora, au nque p ara estas averiguaciones era m ás usual el torm ento del fuego aplicado generalm ente a las p lantas de los pies, para que la inform ación la diese el propio torturado. Vasco N úñez de B alboa tuvo en C astillo del Oro un perro de nom bre Leoncico, fam oso p o r su denue­ do, que le ganaba en las b a ta lla s la p a rte de un sol­ dado y a veces hasta dos partes, que Balboa cobraba en oro o en esclavos, y tal vez fuese el jefe de la ja u ­ ría con la que el m ism o Vasco Núñez, tra s la batalla de Cuareca, en que m urió su cacique Torecha con 600 de los suyos, ap erreó sin m ás ni m ás «cincuenta pu­ tos» —com o dice G om ara, po r invertidos—, que, al no h ab er com batido, se habían quedado en el pobla­ do. Más tard e ya de vuelta de la M ar del Sur, a un cacique llam ado Pacra, sospechoso de pecado nefan­ do aunque heterosexual, tra s som eterlo a to rtu ra para que confesase su pecado y p ara que revelase el ¡ugar de los yacim ientos de oro, una vez que hubo confesado el cacique lo prim ero y contestado que ig­ noraba lo segundo, pues ya se habían m uerto los cria­ dos de su padre que lo sabían, y a él no le im p o rtab a el oro ni lo necesitaba, Balboa le echó los alanos, que en un m om ento lo despedazaron. Pasando som eram ente la m irad a por las crónicas antiguas, el ra stro de los p e rro s españoles se sigue desde la Pam pa h asta la actual C arolina del N orte; en Cubagua, la islita de Cum aná fam osa por sus per­ las, en Venezuela, introducidos p o r los alem anes, m erced a la concesión hecha p o r el em p erad o r a los banqueros W elser y en las expediciones de Alfinger, Vascuña, Von Spira y Federm an, que los introdujeron 544 ilc.de el Oeste, en 1539, en el Nuevo Reino de G ra­ nuda —la Colom bia a c tu a l—, poco después de que Melalcázar, teniente de Pizarro, a quien pronto trai..... . hubiese subido al menos hasta Cali con perros drl Perú; en S anta M arta, en una expedición de Pe­ dí arias de 1514, en C artagena, en la expedición de I Icredia de 1533, cuando ya era gobernación indepen­ diente de C astilla del Oro, y no digam os nada, para i ualquier tiem po en el Darién, Panam á y Nicaragua; v, en fin, si por el Este llegaron a su b ir hasta la ac­ tual Carolina del Norte, por el Oeste llegaron m ás arriba de G uadalajara, ya en tiem pos del virrey Men­ doza, a raíz de la guerra de Mixtón, donde se aperrea­ ron in d io s ya a p re s a d o s , en el m ism o ca m p o de batalla, al tiem po que se inauguraba un procedim ien­ to h arto económ ico de ejecución su m arísim a m e­ diante arm a de fuego, que consistía en atravesar con un solo disp aro de cañón cuantos indios dispuestos en hilera tuviese la trayectoria de la bala la fuerza de e n s a rta r.15 9. «Becerrillo» El m ás fam oso de los perros de las Indias fue Be­ cerrillo, padre del Leoncico que Balboa se llevó al Da­ rién. C riado en La E spañola fue llevado a la actual isla de P uerto Rico, «de color berm ejo», nos cuenta Oviedo, «y el bogo de los ojos adelante negro, m edia­ no y no alindado, pero de grande entendim iento e de­ nuedo [...] porque entre doscientos indios sacaba uno que fuesse huydo de los ch rip stian o s [...] e le asía po r un brago e lo constreñía a se venir con él e lo traía al real [...] e si se ponía en resistencia lo hagía peda­ mos [...] E a m edia noche que se soltasse un preso, aun­ que fuesse ya una legua de allí, en diciendo: “Ido es 15. V éase la N o ta 4. el indio” o "b ú scalo ”, luego daba en el rastro e lo ha­ llaba e traía». [...] «La noche que se dixo», sigue Fer­ nández de Oviedo, «de la guagabara o b atalla del cagique M abodom oca [...] acordó el capitán Diego de S a lag a r16 de ec h ar al p erro una india vieja de las prisioneras que allí se avían tom ado; e púsole una c a rta en la m an o a la vieja, e d íx o le el c a p itá n : "Anda, ve, lleva esta c a rta al gobernador, que está en Aymaco", que era una legua pequeña de allí; e debía­ le esto para que assí com o la vieja se partiesse y fuesse salida de entre la gente, soltassen el perro tras ella. E com o fue desviada poco m ás de un tiro de piedra, assí se higo, y ella yba m uy alegre, porque penssaba que por llevar la c arta, la libertaban; mas, soltado el perro, luego la alcangó, y com o la m u jer le vido ir tan denodado p ara ella, assentóse en tie rra y en su lengua com engó a hablar, e degíale: "Perro, señ o r perro, yo voy a llevar esta c a rta al señor gobernador", e m ostrábale la c a rta o papel cogido, e degíale: "N o me hagas m al, perro, señ o r”. Y de hecho el p erro se paró com o la oyó hablar, e m uy m anso se llegó a ella e algó una p iern a e la meó, com o los perros suelen hager en una esquina o quando quieren orinar, sin le hager ningún m al. Lo cual los ch rip stian o s tuvie­ ron por cosa de m isterio, segund el p e rro era fiero e denodado, e assí el capitán, vista la clem engia que el perro avía usado, m andóle a ta r e llam aron a la pobre india, e tornóse p a ra los ch rip stian o s esp an ­ tada penssando que la avían enviado a lla m a r con el perro, y tem blando de m iedo se sentó, y desde a un poco llegó el g o b ern ad o r Johan Ponge; e sabido el caso, no quiso se r m enos piadoso con la india de lo que avía sido el perro, y m andóla dexar librem ente y que se fuesse donde quisiesse, y así lo fizo». De esta m anera fue, pues, cóm o la co stum bre india de sen­ tarse en el suelo ante un su p e rio r a quien se tem e 16. V é ase la N o ta 5. 546 i (»incidió p o r a z ar con la a ctitu d precisa para que la vieja india lograse salvar su vida frente al perro, y cómo los resortes instintivos que inhiben en los cánidos el im pulso de agresión llegaron a d a r una inopinada lección de piedad a las conciencias de hom bres que se decían cristianos. 10. Fusión de razas Resulta asom broso y hasta cínico que todavía haya quien sostenga la falacia h istórica de que en Am éri­ ca hubo fusión de razas y culturas. En lo que toca a la fusión de razas, a raíz del exab ru p to de Fidel Castro, que tanto escandalizó, C arlos Robles P iquer (según citab a entre com illas el Diario 16 del 17 de septiem bre de 1985) no tuvo em pacho en replicar lo siguiente: «Como es sabido, la em presa de E spaña es una obra de m estizaje y cru ce de sangres y, po r tanto, una o b ra de a m o r y no de odio, com o le gusta predicar a Fidel Castro». En un sentido étnico, sólo se puede ha b la r de am or cuando hay connubium , es decir, sim etría o bilateralidad en las uniones sexuales p erm itid as entre dos etn ias o tribus, digam os A y B, o sea, tanto en el sentido varón de A con m u jer de B, com o en el sentido varón de B con m u jer de A. El connubium es la relación fundam ental que establece el recono­ cim iento de la igualdad étnica o trib al entre A y B. La asim etría, esto es, la unicidad de sentido de las uniones sexuales socialm ente a d m itid as (sólo varón A con m u jer de B, nu n ca varón de B con m u jer de A), se opone explícitam ente al connubium , com o negación de la igualdad en tre las dos etnias o tr i­ bus consideradas e indica adem ás el orden je rá rq u i­ co S uperior-Inferior de la desigualdad, al coincidir siem pre —salvo rem otas excepciones de socieda­ des m a tr ilin e a le s — con el o rd e n V arón-M ujer de 547 ya sea c ap tu rad as en en trad as a rm a en mano. pero no podíam os prever que las enferm edades acab arían tan rápidam ente con nuestros catecúm enos. don Carlos Votila. pero. ¿Dónde está. lo m ás que podrían d ecir sería: «N ues­ tra intención de g a n a r nuevas alm as y nuevos pue­ blos p ara la Fe de C risto no pudo se r m ejor. Y por m ucho que en 1514 se autorizase el m atrim onio entre españoles e indias (sin duda m u­ cho m ás po r reconciliar con la Iglesia y poner en paz con Dios a esos españoles en pecado de barraganía. La Cristianización de las Antillas vino. Se ha explicado tan rápida extin­ ción de esta etnia entera. la «obra de am or» de que habló Robles Piquer? ¿Acaso en el prostíbulo am bulante que la ex­ pedición de Soto llevó desde Florida a C arolina del Norte detrás de sí y cuya plantilla de indias tenía que ser constantem ente renovada p o r o tra s de reem pla­ zo. por lo pron­ to. ju n to con los de las otras grandes Antillas que ocupaban. Así que. Es m uy verosím il que la o b ra de estos contagios tuviese la im portancia que se le da. V é a se la N o ta 6. tal sacram entalización tuvo escaso éxito. m ás que p o r las m uertes producidas po r los españoles o p o r la sim ultánea destrucción de sus configuraciones de vida y socie­ dad. otro nom bre que el de violación de los conquistados po r los conquistadores.17 El m estizaje am ericano se atuvo a una relación ri­ gurosam ente asim étrica. los ha­ bitantes tainos. p a ra poner­ se al servicio de los cristianos.las ú n ic a s u n io n e s se x u a le s so c ia lm e n te a d m i­ tid as. pero es una m edida de valor que no puede dejar de contar en el cálculo del térm ino m edio de lo que llegó a va­ ler la m ujer india p ara el varón español en esa «obra de am or» que para Robles P iquer fue el m estizaje. ya recibidas de m anos de caciques m ás atem orizados que am istosos. al seguir a los españoles uncidas unas a otras en colleras. que por d a r alguna protección legal a las indias y a sus hijos frente a irresponsabilidades o abandonos de los am antes blancos). titular de esta m odesta parroquia de Cracovia en que se ha convertido hoy la C ristiandad. así. 17 . p o r la propia llegada de los cristianos. p o r las m uchas que iban m uriendo en el camino. desde el gran co n tu b ern io de Nicea. a reducirse a ponerle una Cruz a la fosa com ún de la entera progenie que. este puede representar un caso ex­ tremo. es m uy difícil se p a ra r su poder m ortífero de la dispersión y d esarraig o de los individuos de sus co­ m unidades y asentam ientos prim itivos. virgen. Decir otra cosa es p e rsistir en la concepción territo rialista que la Iglesia aprendió del Estado. étnicam ente hablando. de m odo que el m esti­ zaje no puede recibir.E l triunfo de la Cruz Al Santo Padre Ju an Pablo II. en que la expansión 549 . por el contagio de enferm edades traídas por los invasores. pues. las únicas uniones sexua­ les que se dieron fueron las de varón blanco con m ujer india. co n tra las que los isleños carecían de de­ fensas orgánicas. pues el casarse con indias fue social­ m ente tenido p o r deshonroso. com o es sabido. tras el agotam iento de sus p resta­ ciones sexuales nocturnas y sus servicios dom ésticos diurnos? Sin duda. aunque éstos hubiesen desplegado un verdadero celo m isionero en las Antillas. así que llegamos a tiem po p ara poco m ás que darles c ristia ­ na sepultura». étnicam ente. no se le o c u rrió m ejor cosa que ir a decir que el descubrim iento. se extinguió. la conquista y colonización de Am érica no habían sido un fracaso sino un triunfo del C ristianism o precisa­ mente a Puerto Rico. de los dom inados p o r los do­ m inadores. se habían extinguido ya del lodo hacia 1540. del que pocos m estizos llegarían a nacer. La hem bra blanca perm aneció. de los siervos po r sus am os. donde. 548 II. hizo m orir. sea por contagio de gérm enes. pero las m eras di­ mensiones territo riales y hasta las dem ográficas son criterio s tan válidos p a ra m edir im perios com o d is­ cutibles p a ra evaluar religiones. indudable­ mente. que la C ristiandad acrecentó com o nunca. lejos de fracasar. en funesta com binación con los establecim ientos p o r­ tugueses del África O ccidental y después tam bién de la O riental. p o r su especial destreza para «nadar a som orm ujo». p ara el destino horrendo de m o rir encadenados y hacinados en las sentinas de los navios negreros. con fundación de nue­ vas sedes episcopales y provisión de los co rresp o n ­ dientes titulares. sino po r la inm en­ sidad de los nuevos te rrito rio s adquiridos. dice: «Ya se desterró S atan ás desta isla. consiste en a ñ a d ir nuevos te rrito rio s a la A dm inistración Rom ana. pero sobre todo. no ya por las gentes que llegase a convertir. y porque los que quedan dellos son ya m uy pocos y en servi­ cio de los c h rip stia n o s» . Es cierto. sino m ás bien nuevos territo rio s para la S anta M adre Iglesia Cató­ lica. sobre todo. lib ra r Amé­ rica del paganism o es hacer que desaparezcan de ella los paganos. cuya población en La Española había censado Colón —con un sistem a censitario probablem ente erró n eo — en un m illón de al­ mas. desencadenó en plena égida cristiana. gran p arte de ellos p o r reventam iento de los pulm ones tra s in­ m ersiones sucesivas en las p esq u erías de p erlas de la islita de Cubagua. triu n fó en toda la línea. com o entonces decían p o r «bucear» los españoles. que hacen creíble a lo sum o un censo del orden de unos 350 000 tainos a la llegada de los españoles. Apostólica. no cabe duda de que. Pues. a cau sa de tal despoblación. m ientras que hacia 1540 se cifraban en unos 500 los que qu ed ab an en todas las Antillas. en estrictos térm inos territoriales. m ás que ganar nuevos pueblos para la fe de Cristo.) Fernández de Oviedo com parte. tal vez m ás piadosa que el calvario en que prolongarían sus vidas los supervivientes que alcanzasen la ori551 . desde la Edad Antigua. en América. bajo el signo de la Cruz. cifras am bas inverosím iles por excesivas. Aparte de que. que nunca habían superado el censo de unos 50 000. se habían reducido a 8 o 10 000 alm as en 1518. el m ás intenso y extenso re­ crudecim iento de la esclavitud. pues. dados los m edios de vida y la extensión de la isla. lá concepción de Juan Pablo II cuando. y Las Casas había estim ado en 2 millones. por tajo de espada o. de la faz de la tie rra . trocado en cem enterio de sus aborígenes. habían d esap are­ cido. la m uerte es. m ucho m enos equívoca y m ás expeditiva que la siem pre dudosa conversión. con grados de inhu­ m anidad desconocidos en la antigüedad pagana. pues lo único que en realidad quedó definitivam ente convertido al C ristianism o fue el puro te rrito rio de las islas. p a ra lo cual. acaso antes. nos encontram os con que la colonización de América. m erced a los m illones de paganos que la m era llegada de los españoles. Si es esto lo que Votila entiende por « triu n far el Cristianism o». avant la lettre. aunque infinitam ente m enos el núm ero de creyentes. no lo olvidemos. «el fondo del Atlántico vio b alizada la ru ta de los vientos alisios con alineaciones de m iles y m iles de cadáveres de negros arra n c ad o s al África natal. con todo. se d ir ía q u e p a ra a lg u n o s p r e v a le c ía la id ea d e d e s t r u ir la s a b o m in a c io n e s d e u n a re lig ió n p e r v e rs a so b re la de p r o p a g a r la Fe c ris tia n a . m uerte. adonde eran d eportados desde las Baham as. (Los Tainos. el te rrito rio de la fe. Ro­ mana.18 Donde claram ente se ve cóm o la cristianización del Nuevo M undo no e ra ga­ 18. ya cesó todo con acabarse la vida de los m ás de los indios. In c lu so .del Cristianismo. en tanto que los Lucayos. 550 nar nuevas gentes p ara la fe de Cristo. a propósito de la extinción de los tainos en La Española. Tal com o ya escribí en o tra ocasión. a ju z g a r p o r e l ton o d e lo q u e le e m o s en el c a p ítu lo C C V III d e la c ró n ic a de B e r n a l D íaz d el C astillo . por explotación. la m ater misericordiae se convirtió en un verdadero black jack im perial.lia am ericana. Por lo que hace a los indios. que tienen su m om ento de m adurez y su punto de sazón. la d o ctrin a a ris ­ totélica según la cual la conquista y dom inación estaban ju stifica d a s si eran im puestas p o r un pue­ blo m ás culto sobre otro m ás inculto y bárbaro. sobre todo. 553 . y. tan atónitos. de p ru d en cia y de respeto.20 El ren acen tista y h u m an ista era el doctor Sepúlveda. com o si los acontecim ientos históricos fue­ sen com o las brevas en la higuera. que resucitaba.19 12. y que se pre­ guntaba incluso si la configuración social de los españoles no sería destructiva p ara los indios. al sab er percibir la diferencia de los in­ dios y respetarla. los únicos que hicieron saltar la chispa del escándalo ante la b arb arie desencadenada del renacentism o fueron los an ticu ad o s continuadores de Tomás de Aquino. tran sfig u rán d o se realm ente en aquella «Inm aculada negra de pólvora y de sangre» del poem a de Rafael Sánchez M azas». a la a ltu ra del des­ cubrim iento. V éase el Apéndice III. sin lenta y p au latin a com paración. Se alega. el m edievalista y retrógrado e ra M elchor Cano. que. « N u e s tra S e ñ o ra d e lo s A u s tria s» (19 19). que negaba. sin em pacho. en realidad fue m ás bien la d e stru c ­ ción de toda m oral pública o civil. E ncuentro entre distantes. sino en la tradición m edieval de la esco­ lástica tardía. determ inación y re20. ¿Encuentro o encontronazo? Un tópico frecuente sobre el D escubrim iento es el de decir que. sin previo y parsim onioso recorrido de aproxim ación. Y esto se dice aquí porque se hizo bajo el signo de la Cruz. en m ucho m ayor grado. se produjo en el m om ento h istórico preciso en que tenía que pro­ ducirse. m oralm en­ te. Lo paradójico y pintoresco del caso fue que las úni­ cas reservas de h um anidad (cosa que no hay que con­ fu n d ir con «hum anism o») y de conciencia capaces de en c ara r la novedad con un m ínim o de responsa­ bilidad. no estaban en el tan cacareado e sp íritu re­ nacentista. Las condiciones tecnológicas no afectaron m ínim a­ m ente al hecho de que el d escubrim iento les pillase a los castellanos totalm ente desprevenidos tanto in­ telectual como. tal éxito ha de in cluir tam bién los centenares de m illares de indios que el solo cerro del Potosí llegó a e n te rra r reventados bajo sus esp o rtillas p a ra h en ch ir de plata du ran te siglo y m edio las insaciables panzas de los galeones es­ pañoles. discí­ pulo predilecto de Vitoria. en cambio. se vieron. Lejos de e s ta r a la a ltu ra del no­ vísim o p an o ram a que se les presentaba. con su verdadero universalism o. P intada en el vasto lienzo de las gavias de esos galeones —com o todavía hoy puede o bservarse en la que se conserva en el M useo de la M arina—. a tal respecto. abriéndoles un horizonte que d esbordaba todo lo concebible y conm ensurable con su conocim iento y 19. y no digam os en cuanto a la ética internacional o derecho de gentes. p o r el contrario. sino tam bién no sé qué e sp íritu h u ­ m anista. dicien­ do textualm ente: «No conviene a los antípodas nues­ tra in d u stria y n u estra form a política». que la su p erio rid ad cultural confiriese ningún dere­ cho de soberanía sobre el m ás primitivo. y ha de incluirse en lo que se tiene p o r éxito del C ristianism o tra s el descubrim iento. con Colón o sin Colón. E sta e ra la delicada tradición capaz de ponerse. el único caudal de sentim ientos u niversalistas que se requería. sú b ita inm ediatez cara a c a ra en tre diferentes. desbordados y a rro ­ llados com o los indios m ism os. no sólo el d esarro llo tecnológico de la navegación. 552 p ara su conciencia. conocim iento de las diferencias jam á s puede ser en­ cuentro sino encontronazo. la arm onía. por p u ra delim i­ tación te rrito ria l de rayas fronterizas echadas des­ de fuera. Pues es caracte­ rístico de los fenóm enos de la dom inación el que las unidades de población co n stitu id as por una so­ beranía integral centralizada tiendan a conservarse eomo tal cuerpo de súbditos. no encontró a m ano otros recursos ni otros expedientes que los de la pura su p e rio rid a d de fuerza y arm as. a s u s in stitu c io ­ nes de p o d er. 555 . La población de un im perio de­ rrotado p o r un co n q u istad o r pasa. aunque el p o d er sea d erro cad o o u s u rp a ­ do. no es. introducida en 2 1. el increíble olvido. sino la extrem a discordancia. a los cam inos que llevaban el m etal h asta los puertos. parecen denuncias. sin d esh acer su unidad. poco m érito tiene quien llega de tan lejos a rro llá n ­ dolo y aplastán d o lo todo a su paso y estableciendo una soberanía nom inal. La otreidad propone autom áticam ente jerarquía. m ás que leyes. con toda la b ru talid ad de un puro choque. desde la m era línea de la costa.21 Por lo que atañe a lo dem ás. cuando no consecuencia de él. que se prolongaron h asta la independencia. el im perio fue sólo un gran m on stru o in ad m in istrab le e inadm inistrado. Las leyes de Burgos de 1512. com o había com probado el propio H ernán Cortés. com o Ju lián M arías. pero después no había m ás que sentarse en el trono del vencido y u su rp a rle el poder sobre una población de súbditos que no se había d ispersado ni disuelto. Así lo p ru eb a el que la dom inación española se ciñese a las ciudades. la p e rtin ac ia de las sublevaciones in­ dias. a u n q u e s u p e d itá n d o s e a la c u ltu ra c h in a p re e x iste n te y a u n . Pero la o treidad es fun­ dam ento de casi inevitable antagonism o. Si algo resa lta en el descubrim iento. la r e la c ió n en tre c u ltu ­ ra s e r a m u c h o m en o s d iferen te. allí. de que la hoy llam ada Baja California no e ra isla. sino península. de la rapidez con que crearon ese p resunto im perio de U ltram ar. C la ro e s tá qu e. e n este c aso . que realm ente no fue m ás que una dom inación a coto ciego. antes de sa b er cosa alguna de las gentes y países que cada linde e n cerrase en su interior. E je m p lo eg re g io de e llo e s el Im p e rio C h in o d e K u b ila i K an . como hem os visto a propósito de la asim etría sexual. o diferencias entre las d istin tas zonas tales com o la del hecho de que la im prenta. y siem pre que no haya un interm edio de vacío. al p ro h ib ir literalm ente llam ar a los indios perros y d arles palos. por lo com ún. no quiso o no supo de­ tenerse ni un instante y se lanzó a la p erentoria ne­ cesidad de im provisar sobre la m archa. q u e in a u g u r ó la d o m in a ció n m o n g ol. la decisión corresponde siem pre al co n traste de las arm as: quien vence es su p e rio r y quien es su p e rio r dom ina. se asom bra ante la velo­ cidad de las hazañas de los españoles. que h a b ría tenido que acom pa­ ñ ar a la teoría del m om ento histórico. com o Tunja y Bo­ gotá o im perios poderosos y adm inistrativam ente centralizados. en g ra n p a rte. sin disolverse o dis­ persarse. com o lo p ru eb an la p ro n ta destrucción de la red de calzadas de los Incas —sobre todo porque sus pavorosas escalin atas eran ú tiles sólo a los pea­ tones indios. que convertirá la diferencia en cie­ ga e im penetrable otreidad. el desconcier­ to y el desorden m ás asoladores y. pero im practicables p a ra los caballos españoles—. hubo que h acer antes una verda­ dera guerra y ganarla. durante m uchos años. y el que prevaleciese con relativa pronti554 i nd tan sólo allí donde había ya reinos relativam enlc grandes y bien organizados. a las m inas. po r lo m enos en el Imperio Azteca. si hubiese sido cierta. am é n de tr a ta r s e d e d o s p u e b lo s q u e se c o n o c ía n d e sd e an tigu o. Hay quien. por un nuevo poder. C iertam ente. c ie rta ­ mente. lo que es real­ m ente lo malo. la m ás m ortífera b ru ta lid a d . frente a lo im previsto. íntegram ente a m anos de éste. Porque quien. se cultivan por vana com inería. sin corresponden cia alguna con un pro­ porcional conocim iento y. im pe­ netrable a cu a lq u ier intento de descom posición en factores diferenciales. C uanto m ás diferentes en tre sí hayan sido los partenaires de un encuentro. percibida desde el p rim e r instante. que a menudo. que ju sta m e n te llam am os chocante. en efecto. se tien e p o r un paso en fal­ so. E sta proporción es la dim ensión en que se funda el concepto m ism o de respeto. cuando no lo entendem os. un verdadero allanam iento. y por lal entiendo irru p ció n de la inm ediatez en el espa­ cio. un choque brutal y destructor. atropellando a largos trancos discontinuos los pasos interm edios. no analizada com o tal diferencia. una actitu d o un paso que an ticip an la proxim idad. es lo que. no llegase a Venezuela h asta 1808. tanto m ás necesaria habría . una indiscreción. sin g u a r­ d ar ni la m ás rem ota proporción con el grado de conocim iento sim ultáneo.Méjico ya en el siglo X V I . in co m p ren d id a. E stas cosas so naran a m uchos a etiq u etas de b u r­ gueses. com o p u ra o treidad abstracta. La rapidez de dom inación que tan to fervor p rodu­ ce en don Ju lián M arías está en la m ás directa pro­ porción tanto con la m ás feroz y desconsiderada falta de reconocim iento hum ano de los pueblos posible­ m ente som etidos p o r sim ple inclusión en fronteras sem ejantes. so­ lam ente extraña. sig­ uí! ¡eaba un tra to que suponía a aquellas alm as lo Instante insensibles y poco delicadas com o para resistir sin m ayor daño el repentino em bate de la pro\im idad m ás inm ediata con los españoles. a la presencia inm ediatade lo extraño. en el uso. pero son expresión de exigencias que rem iten al m is­ mo filum de sensibilidades y delicadezas que condi­ cionan la posibilidad de m ejo rar y elevar todo trato in terh u m an o y son infinitam ente m ás im prescindi­ bles y m ás vulnerables en el trato e n tre sociedades 556 diferentes. reconoci­ miento. sin un aum ento equivalente del conocim iento. pues d etectar la otreidad no es p e rc ib ir ni d istin g u ir lo diferente. lo que hubo fue un encontronazo. po r lo tanto. La inm em orial experiencia cotidiana de las rela­ ciones interpersonales lo sabe todo acerca de la con­ veniencia de c u id a r la constancia de la proporción entre el conocim iento y la proxim idad. sin re c o rre r las transiciones interm edias de la aproxim ación. no fue reco rrid a sino allanada. se presenta. una falta de tacto o una villanía. D etectar no es percibir: el que percibe cualifica. a los que la propia inm edia­ tez. en las rela­ ciones interpersonales. sino a c u sa r el choque producido en uno m ism o p o r lo extraño. así. El desconsiderado allanam iento que su (i norante om isión su p u so en la in stan tán ea irrupi ión de los españoles en m edio de los indios. com o con la abstractiva ignorancia del acceso. en el trato. en la disponibilidad y en el dominio. violentam ente producida de un golpe. La extrem a rapi­ dez de la aproxim ación entre desconocidos no puede desem bocar m ás que en la b ru ta lid a d en la m ism a m edida en que allana y contraviene la proporción de­ bida que han de g u a rd a r entre sí el grado de proxi­ m idad y el de conocim iento. com o superferolíticas gesterías de salón. Lejos de h a b e r encuentro alguno. No g u a rd a r las d istancias con una iniciativa. im pidiendo no sólo la com prensión sino tam bién la ju sta percepción. sal­ tan del m ism o modo. Q uienes irru m p en bruscam ente en lo distante. no ha ajustado siquiera la retina. La diferencia. el que detecta. la diferencia de lo extraño. po r un atrevim iento. La m ayor o m enor rapidez o len titu d de la aproxi­ m ación entre pueblos diferentes y extraños en tre sí es una m agnitud de extrem a relevancia para los ul­ teriores resultados de la relación. como sí. renuentes a todo en­ tusiasm o de dom inación. Luego el indio es un perro». en cambio. a palos. tan ta sangre y tan ta m u erte com o ellos.sido la lentitud de la aproxim ación. así com o los antiguos inven­ taron el bárbaro. no llegó a existir. tan to torm ento. La envidia del im perio Lo que pretende este Q uinto C entenario —ju n to con otros propósitos todavía m ás indignos y su p e r­ fic ia le s — es tal vez in v e n ta rs e a q u in ie n to s a ñ o s de d istancia un Im p erio Español que. un fenóm eno raro o novedoso este de concebir la índo­ le y la condición del otro a p a rtir de datos perten e­ cientes. de la gran ópera w agneriana t|iie hoy m uchos q u e rrían que hubiese sido el Impe11<> Español. conseguir credibilidad ante los 558 espectadores. «A ver. que nos esforzam os tan to com o ellos. Ante ellas los españoles vienen sufriendo silenciosam ente u n a es­ pecie de envidia histórica. La secreta a m a r­ gura de las posteriores generaciones h asta la propia de hoy es que a E spaña nunca le fue reconocido con sincera convicción h a b e r tenido im perio. no nos son concedidos en la H istoria Universal análogos honores im periales? Porque dejasteis —les co n testan — que el gallinero se os a b a rro ta se de rufianes. sino al trato que nosotros le dam os. desde que se alzó el telón hasta que los alguaciles se vieron obli­ gados a d esalo jar la sala. en beneficio de todo el u lte rio r colonialism o blanco. No es. porque hubo todo un pallinero a b a rro ta d o de reventadores que. ¿Por qué a nosotros —dicen los españoles—. es que no pudo llegar a se r creído por los espectadores de su tiem po. así los españoles. Así que ni siq u iera m e refiero a los rasgos reales de c a rá c te r que los indios pudiesen ir adq u irien d o a consecuencia del trato que recibiesen de los esp a­ ñoles. no ya a él p o r sí mismo. La índole de los indios no fue o tra que una inven­ ción refleja del trato im provisado in situ con respecto a ellos po r los españoles. Y así fue com o el Im perio Español nu n ca existió. 13. el espectáculo no existe com o tal. com o a un perro. o —com o dice Oviedo— «poco a poco c a la r y entenderse y enten­ d er la tierra». Me explicaré: todo espectáculo necesita. en m odo alguno. y se respondía: Pues. Y. se le h a b ía reconocido antes a Roma y se le reconocería después a G ran B retaña. Con sem ejante pateo de los reventado­ re s el espectáculo p erdió toda posible credibilidad y se m alogró com o un niño nonato. para serlo. por eso vues­ tra G ran Ó pera Im perial acabó redundando en un fracaso estrepitoso. sino a los rasgos gratu itam en te atrib u id o s a los indios por los españoles. inventaron el indígena. Pero rom anos e ingleses acertaro n a c u id a r sus represen­ taciones im periales y a seleccionar los espectadores. y así la infam ia h u m an a que fueron sus im perios consiguió se r creída y a p lau d id a com o un espec­ táculo grandioso. bien m irado. y tanto m ás lo repentino de la inm e­ diatez ha reducido toda diferencia a la abstracción de la pura otreidad. se p reguntaba inconscien tem ente el español. que desencadenam os tanto furor. porque la envidia tiende a proyectarse sobre las cosas m enos envidiables. carentes de todo sentim iento de grandeza. com o la re­ presentación congruente y n ecesaria que a los ojos del esb irro que lo apalea ha de a d o p ta r el esclavo o el siervo apaleado. Y aun desde el principio dejas­ teis que el argum ento m ism o fuese discutido por esa 559 . ¿cóm o trato yo al indio?. no dejaron de p a te a r un solo instante. insensibles a la sublim idad del sacrificio y el pathos de la sangre. si no es creído p o r los espectadoles. la tragedia del gran espectáculo. com o la im agen virtual que devolvían a sus ojos en cuanto receptores del trato que ellos m ism os les propinaban. y. o r i­ g in a ria m e n te . a veces incluso con m ás intensidad. re su c ita r la noble tradición de los re­ ventadores del Im perio E spañol. sino co n tra la propia H istoria Universal. Y conste que no puede inspirarm e la m e­ nor antipatía. en lu­ gar de una festiva conm em oración. lo indicado sería. 560 después.p artid a de indocum entados. sino todo lo contrario. suscitó protestas en Toledo por el «mal gusto» de m o strar al público. que debían de refle­ ja r la opinión co rrien te de la calle sobre Las Indias. el único logro de aquellos reventadores fue m alo g rar el éxi­ to del espectáculo en el crédito p o p u lar y d e sp re sti­ giarlo ante la crítica. a juzgar por las palabras iniciales del propio Cervan­ tes. como lo m u estra el que lograse im p lan ta r y afian ­ zar esa im perial in d u stria de dom inación y su fri­ m iento que logró se r A m érica y que aún siguió siendo. la sensibilidad que está d e trá s del rechazo de la visión de «lo desa­ gradable». ya ella m ism a. com prensible tan sólo para esp íritu s egre­ gios y elevados? Todo lo cual me sugiere que. no que. 22. Aunque el pateo de los reventadores llegó a se r de tal m agnitud que en 1539 el propio e m perador se vio obligado a intervenir encom endando al prior del con­ vento de San E steban de S alam anca que prohibiese toda discusión o predicación po r p a rte de los dom i­ nicos sobre la cuestión de América y confiscase y en­ tregase c u alq u ier escrito referente a ella. ¿Cómo qu eríais que con esa gentuza a b a rro ­ tando el gallinero saliese adelante el sublim e espec­ táculo h istórico que viene a s e r toda gran ópera im perial. es fácil im aginar el recha­ zo que su scitaría la infiltración de nada sem ejante en la gran D isneylandia sevillana de 1992. « p e rro s d ei S eñ o r» . especializadam ente dedicada a instrum entos de to rtu ra de un ayer p retendidam ente su perado (aun­ que tal vez no tanto. precisam ente. B e rn a r d in o d e M in aya. L a s C a s a s . 561 . un s e n tid o m á s feroz. fue la H istoria Universal la que venció. sino todo lo contrario. Pero lo deseable se ría que tal sensibili­ dad se convirtiese en repudio de la h isto ria m ism a. V ito ria y M e lc h o r Cano. el único logro de los reventadores. com o podría se r cu a lq u ier sala dedicada a presentar. por 2 3. pues. por el contrario. p e ro no s o s p e c h a b a n en c u á n to m ás n o b le s e n tid o — e l d e la d r a d o r e s y n o m o rd e d o re s — lle g a r ía n a s e rlo d e sd e q u e T o m ás d e V io r e su c itó p a ra A m é ric a el iu s n a tu r a lism o to m ista . se au to d en o m in aro n . en todo lo dem ás. pero este fue.22 de frailazos com edores de berzas cocidas con ajo y con sal. V é ase el Apéndice V. en «El celoso extrem eño». no digam os lo u r­ gentes que serían p ara la h isto ria—>y revolverlos de nuevo no sólo co n tra el Im perio Español y los a n te ­ riores y siguientes. de p erro s callejeros. lo cual em ­ pieza p o r e n tra r en colisión con la propia noción de «Centenario» en cuanto connote la de «conm em ora­ ción». lo s d o m in ic o s. algunos aspectos «desagradables» del asunto. si hay que ju zg a r po r la tu r ­ bación pro d u cid a en algunos asistentes). hoy tan alicaída —que si los reventadores de obras m alas siem pre fueron saludables p ara el teatro. y que se le proporcionase el m edio y la ocasión de hacerlo. Domini canes. tales objetos. tal como los pateadores de antaño se revolvieron contra el Rom ano y el Alejandrino. prim ero tam bién la nacional. por u n a reacción p a trió tica de los españo­ les. aun en muy dism inuida proporción y con las consabidas salvedades de «abusos inevitables en toda gran em ­ presa histórica». ha­ c ie n d o un ju e g o fo n ético . q u e fu e re c o g id o p o r M o n tesin o s. después de disolverse el sedicente Im perio en diversas sobe­ ranías criollas independientes. aun sin el m enor afán de apología. ded a . Si una exposición com o la que se p resentó en To­ ledo. d a n d o a la im agen . so b re todo.23 No faltan quienes pretenden posible una actitu d de neu tralid ad o de objetividad crítica. sólo ante la crítica extranjera. com o epopeya de la H istoria Universal. La histo ria es. la h isto ria no adm ite im ­ parcialidades ni puntos interm edios. de lo universal. crítica. «hubo de todo». p a ra in u n d a r el pla­ neta. se p erv ierta en dem anda de que le encubran con lindos colorines los h o rro res de la h isto ria que puedan ofenderla. venció la H istoria y venció. no tiene cantidad. esto es. histo ria de la dom inación. com o caballeros. al igual que otros m uchos. a la hora de ec h ar las cuentas con la historia.. o m ás bien cóm o deben cre e r que están hechos. y que otros se la pre­ senten ya convenientem ente falsificada. que m ira con escándalo situaciones 563 . por consiguiente. m ucho menos. no sólo vuelva a s e r exonerado de toda sospecha crític a m a­ ligna. que reconozca­ m os la san tid ad de Vasco de Quiroga. aunque sea pírrica. Apenas la organización intentase in tro d u c ir en ella un solo elem ento crítico.su propia cobardía. a despecho de todo el pataleo de los reventadores del siglo X V I. ésta. consiguientem ente. el mal. carece de cu alq u ier valor ajeno a la e stric ta a lte rn a ­ tiva de vencido o vencedor. a él.. sino glorificado sin reservas. m ás incultas. po r naturaleza. po r esencia. venció la dom inación. com o el reconocim iento paralelo. en segundo lugar. que nos im pone la triste disyuntiva. que. prepotente y desdeñoso. m ás actualizadam ente regre­ sivas y. Toda conm em oración es. o de su glorificación com o efem éride dig­ na de se r conm em orada. grandes abusos. argum entando. De poco vale que reconozcam os que. a la vera unos de otros. en qué fan tasm as tiene que seg u ir cifrándose su o r­ gullo? ¿Adonde hemos llegado para esta restauración de todo el h o rterism o p atrió tico orteg u ian o (ru b o ri­ zantes ortegajos com o el de «para lan zar la energía española a los cu a tro vientos. sin duda. ni. en efecto. m ediante el expurgo de cuanto puesto ante sus ojos no p o d ría sino provocarle un rechazo radical inapelable. con la m ism a engolada voz de antaño. com o las de quienes dicen «hubo de todo». Ni en uno ni en otro caso lograrán supe­ ra r su efectiva nulidad de p a rtic u la rid a d e s e m p íri­ cas o irrelevantes en el seno. tran sfig u ra­ da y m asticada. Pero. apolo­ gética y. y po r añ ad id u ra que los conm em orantes se identifiquen con los conm e­ m orados por una especie de m ística vía transhistórica. cap. con la de cientos de hom bres religiosos y sacrificados. tal recono­ cim iento vale tan poco. tiene que ser radical. en fin. no neutral. C onm em orar una cosa com porta a p ro b arla y h a sta glorificarla. con entera lógica. que cóm o se le invitaba a conm em orar festi­ vam ente sucesos que repugnan a la sensibilidad y a la m oralidad —o hipocresía— actu ales y vigentes y a identificarse de algún modo con au to res de suce­ sos tales. llenos de la m ejor voluntad. y el m odelo de la dom inación es la batalla. 4 «Tanto m onta») en que el Im perio E spañol. ni siquiera el rechazo puede se r relativo. p ara sen tarse ju n to al fuego central. «como es inevitable en toda gran em presa histórica». po r ejem plo G rijalva o Alvar Núñez Cabeza de Vaca se com portaron. indeseablem ente facciosa. 562 Por lo demás. del rechazo radical de la tragedia. sino tan sólo signo. En Am érica. por parte de la fac­ ción apologética. el público sería el p ri­ m ero que lo rechazaría. p ara c re a r un Im perio a u n m ás am plio [. de incalculablem ente m ultiplicado poder y prepotencia. cóm o están hechos. com o viejas sibilan­ tes en invierno» —de España invertebrada. y en eso está precisam ente el mal. La a c titu d no adm ite am biva­ lencias. bajo las form as aun m ás b á r­ baras. ¿adonde hemos llegado para que otra vez vengan a d ecirles a los españoles. propias de la actu al configura­ ción publicitaria de la sedicente c u ltu ra «m ediática» y aun del m undo mismo. a qué es­ tantiguas tienen que seguir dirigiendo sus plegarias. de que hubo. obispo de Michuacán.] y para ensayar otras m uchas faenas de gran velamen» y no «para vivir juntos. a poco que se repasen las cró n icas con un m í­ nimo de exigencia y honradez. dice B ernal—. h asta la lealtad de convivencia entre españoles se vio re­ bajada a sórdidas com plicidades de truhanes. la epopeya española falla lam entablem en­ te. la am istad afectuosa. com o realm ente fueron en uno u otro grado los conquistadores. Resalta. dueños de sí m ism os. se verá cóm o no puede p ro porcionar satisfacción alguna ni siq u iera a los degustadores de la h isto ria según la estética de la grandeza. cual la que ellos q u errían que hu­ biese sido la del doblem ente p resu n to Im perio Es­ pañol. a la m an era en que el blanco a tra e la flecha y tiende el arco». miembros. p o r fa lta r a toda v irtu d hum ana. sujetos libres. pues no puedo reconocer com o am istades las fre­ cuentes com plicidades de in terés frente a terceros. un m añana im aginario capaz de d iscip lin ar el hoy y de orientarlo. donde hay poca a m istad entre los hom bres». en la crónica. Ira de Dios. azote de vesania y de m a rtirio fue el desatado fu ro r de dom inación con que el huracán de la H istoria Universal. y. dos norm as sublim es». com o una excepción. «Ab ira tua» Estos d eg ustadores de grandezas —acaso con la sola excepción del Hegel m ás genuino y radical— ne­ cesitarían.presentes b astan te m ás benignas. de la H istoria Universal. Y citaré. com o las que con­ cu rre n en la Unión S u d african a o en Israel. que hubiese. se abren de p a r en par. instrum entos. no m eros agentes ejecutores. La celebración del Q uinto C entenario reavivará to­ das las falacias de aquella retó rica orteg u ian a del «proyecto sugestivo de vida en com ún». por eso. que no tuviesen inquinas y q u erellas e n tre sí. de una colectividad g u errera. pero incluso al respecto de las dos n o r­ mas sublim es que O rtega atribuye a la colectividad guerrera. el com entario que hace Fernández de Ovie­ do a propósito de una anécdota concreta: «F altar un herm ano a otro» —dice textualm ente— «en tiem po de nesgessidad se ve pocas veges. Es una lástim a. com o en toda gran ópera w agneriana. que se lleva­ sen bien. y au tén tico s autores de sus grandes hazañas. adem ás. una vez acep tad a la op­ ción estética de la grandeza. y en el que —sigo c ita n ­ do— «la vaga im agen de tales em presas es u n a p a l­ pitación de horizontes que funde tem peram entos antagónicos en un bloque com pacto». donde. 14. sino en aq u estas partes. lis sorprendente que se siga encareciendo la conquis­ ta. Lo que no han acertad o a p ercib ir los prom otores del indigno festival es que. Pero ninguna de sus euforias estetizantes se vería tan desm entida p or una som era lectura de las crónicas antiguas com o la de que —vuelvo a c ita r literalm ente— «en la colectividad g u e rre ra quedan los hom bres inte­ gralm ente solidarizados por el h o n o r y la fidelidad. al respecto. las p u e rta s a la peor literatu ra orteguiano-falangista. ca­ pitán degollado p o r rebelarse a Cortés. en fin. supongo. tan to se preocupa de que no sea confundido con su semi564 homónimo C ristóbal de Olid —Olí. Si algo resalta escandalosa­ m ente en las crónicas de Indias es la extrem a rareza del caso de dos conquistadores españoles. y a los m ás detestables ripios fascistoides del propio Antonio M achado. com o —son sus palabras— «un proyecto incitador de voluntades. m an d atario s o h a sta puros posesos enajenados de su propio ser. aun sin quererlo. de quien. sobre «la E spaña del cincel y de la m aza / con esa e tern a ju ­ ventud que se hace / del pasado m acizo de la raza». confiada y perdurable que hubo entre Cor­ tés y su c ap itán Sandoval o el em ocionante recu er­ do que Bernal Díaz del C astillo guarda de su am igo C ristóbal de Olea. verdaderos pro tag o n istas personales. reactivado p o r un d escu b ri­ 565 . renovado sin alivio. po r quim érico que sea obs­ tinarse en ello. como los que. m ás se aproxim ó a la intuición fundam ental. contador Diego M árquez y factor Juan de Tavira. supuesto que eran los españoles quienes. creo obligado c ita r uno de los párrafos finales de su relato de los hechos de C asti­ lla del Oro. y a veces h asta agravado p o r un aum ento de productividad.m iento que desbordó las conciencias de los descu­ brid o res tan to com o dejó a tó n ita s las de los indios. de redim irlos de no haberlo sido. que como verdaderos m anigoldos . el alcalde mayor. cifra in d udable­ m ente exagerada. dueños de sí m ism os. uno p o r uno. licen­ ciado G aspar de Espinosa. y los tres cargos clásicos de la adm inistración española: tesorero Alonso de la Puente. sobre la falsilla de la ab o rrecid a conquista h isp an a de U ltram ar. no reparase en revolver sus iras contra el im perio Ro­ m ano y el Alejandrino. in tu iti­ vamente. Fernández de Oviedo estim a. com o todas las que redondean en varios ceros. pero en m odo alguno inverosím il p ara un lapso de 28 años. en tre m atados p o r los espa­ ñoles y dep o rtad o s com o esclavos. de los que ha sido du ran te no pocos años testigo de vista. y a tenor de lo dicho m ás a rrib a . u n a despoblación de dos m illones de indios. ju n to con Fernández de Oviedo (véase m ás a rrib a. el obispo Juan de Quevedo. com o tal. sin em bargo. y éstos los p a rticu la re s su ­ jetos em píricos que retuvieron su intuición en los um brales m ism os del universal real: el p rincipio de dom inación en cuanto m al sin m alos. El ab o rrecim iento p o r los españoles era. com o si hubiesen sido los sujetos libres. incluyó hasta 1524 la p o ste rio r gobernación de S anta M arta y h a sta 1532 la de C artagena. precisam ente con la intención postum a. p o r el criollaje que se alzó con la herencia de los p adres fundadores y que aún se cuida periódicam ente de en g ra sa rla aquí y allá como m áquina de infelicidad y de injusticia. paso de que su intuición alcanzase el concepto que le correspondía. adem ás del D arién y Panam á. «Las Casas» —dice M enéndez Pidal— « q uisiera24 d esh acer la h isto ria universal. com o quiere que se deshaga y vuelva a trá s la histo­ ria indiana de España». parágrafo 6). Fue uno de los m enos sim páticos y m ás d iscu ti­ bles d etractores de la im perial em presa quien. Sea com o fuere. B artolom é de Las Casas estuvo a un 24. Mas no p o r eso se ría ju sto d e ja r de hacerles el ho­ no r de ab o rre c erlo s en im agen. para a ñ a d ir después literalm ente: «Pero no quie­ ro ni soy de paresger que se cargue toda la culpa a los seys ques dicho. en lu g a r d e « q u e rría » . desde 1514 h a sta 1542. tratándolos. Don Ram ón se refiere aquí a la circu n stan cia de que Las Casas. D espués de enjuiciar. a los 45 cap i­ tanes que ha conocido allí. En efecto. Tiene razón M enéndez Pidal cuando lo acusa —com o en su tiem po lo h ab ían acusado al­ gunos— de que su pretendido a m o r hacia los indios e ra m ucho m en o r y m enos evidente que su odio ha­ cia los españoles. Para C astilla del Oro. con arreglo al m odelo de cuya construcción los in esc ru ­ tables designios del S eñor de los Ejércitos hicieron ejecutores a los españoles. configurándolo desde el p rincipio com o una p u ra fábrica de su frim ien to s y. ni tam poco absuelvo a los p a r­ ticulares soldados. ab o rrecim iento p o r la H istoria Universal. que. en su triu n ­ fante papel de ejecutores del fu ro r de predom inio. pero las concretas atrocidades de los españoles singulares fueron los árboles que no le dejaron ver el bosque. a rre b a tó a los españoles en la conquista del im pe­ rio de u ltram ar. 566 Sic. hab rían podido ser. aparecían com o la encarnación visible que o sten ta­ ba su representación. y aun en cierta m anera paradó­ jica. se detiene en los seis p er­ sonajes principales: el gobernador P edrarias Dávila. así. . sin preocuparse de la com prensión ni de la presencia ni aun de la m era distancia auditiva de los indios a quienes iba supues­ tam ente dirigido. o sea.». con diferenciadas e innum erables e crueles m uertes que han p e rp etrad o tan incontables com o las estre ­ llas. m ás enconadas esp ad as e a rm a s han usado que son los dientes e ánim os de los tigres e lobos. Tan clam oroso era el vacío form ulism o de tal ficción ju ­ rídica —capaz no obstante. con la gobernación de C astilla del Oro —que entonces com prendía las dem arcaciones de Santa M arta. C artagena. legitim ando la op­ ción de rom per com bate contra los indígenas. el golfo de U rabá con el Darién y todo el istmo. desde el que Balboa había avistado la M ar del S u r y en cuya o rilla P edrarias fu n d aría m uy pronto P anam á—.o buchines o verdugos o sayones o m inistros de S a­ tanás. en la versión literal redactada por el doctor Juan López de Palacios Rubios. de fra n q u e a rles el um ­ 569 . a raíz de la gran expe­ dición de Pedrarias Dávila en 1514 al rincón suroeste del Caribe. siendo a veces el propio Fernández de Oviedo el encargado de leerlo. Nota 1 El escrúpulo de C ortés con trasta fuertem ente con el expeditivo form alism o ju ríd ic o y aun form ulism o ex opere operato con que el requerim iento fue apli­ cado las p rim eras veces. o sea com o un m ero trám ite a eva­ c u a r para salv ar la responsabilidad jurídico-m oral de los españoles an te sí m ism os.. 1851-1855). como en lugar más aparejado para regir el mundo. al texto oficial de Pa­ lacios Rubios. la idea siga sien­ 570 do la de observancia del trám ite del requirim iento. sin hacer la m ás m ínim a m ención del V icario de C risto en la tierra. y en cualquier ley.. poco m ás abajo. moros. con ocasión de un recuen­ tro —en el que no dejaron de ten e r los perros su papel— donde el a u to r y personaje se representa bro­ m eando con P edrarias: «. porqué él avía ordenado aquel R equirim iento... Y m ucho m ás me pudiera yo reir dél e de sus letras [. A este San Pedro obedecieron. y fuese cabeza de todo el linaje humano. salvo que con la asom brosa novedad respecto del texto de Palacios Rubios de p u e n te a r olím pica­ mente al Pontífice.. gentiles y de cualquier otra secta o creencia que fuesen.. sabe h a c er lo sufii icntem ente elaborada.. páginas 31-32 del tom o III de la edición de A m ador de los Ríos.. si qued ab a satisfecha la consgiengia de los ch rip stian o s [. en presencia de todos yo le dixe: "Señor.]. como señor del mundo. sin discurso de años e tiem po [. dondequiera que los hombres viviesen y estuviesen. en absoluto. Mas paresgeme que se reía m uchas veces. Y como quiera que le mandó que pusiese su silla en Roma. el año de m ili e quinientos e diez y seys. Uno de los Pontífices pasados que en lugar de éste su­ cedió en aquella silla e dignidad que he dicho. m ención que. sino po r el contrario la m ás cuidadosa diligencia por asegurarse de que la traducción sea hecha con el m a­ yor y m ás paciente esm ero h a sta alc a n z ar suficien­ te convicción de que el catecúm eno se ha enterado de todo. sino a una im provisación que H ernán ( ortés.bral de la legitim idad para el uso de las a rm a s— que los propios fautores no podían p o r m enos de to m a r­ lo a risa. circu n stan ciad a y circu n s­ pecta. p ara que despacio lo aprehenda.. A éste llamaron Papa. en el m ism o pasaje: «Yo pregun­ té después. para que de to­ dos los hom bres del mundo fuese señor y superior. N ada de esto encontram os en el relato de Cortés. atando los in­ dios después de salteados. naturalm ente. quando yo le conta­ ba lo desta jo rn a d a y otras que algunos capitanes después avían hecho. M adrid. m ande vuesa m er­ ced guardalle. o el señor obispo se lo dé a e n te n d e r”. Adelante se d irá el tiem po que los cap itan es les daban. si se higiesse com o el R equirim iento lo dice. y asimismo han tenido a todos los otros que después de él fueron al Pontificado elegidos. así se ha continuado hasta ahora y se continuará hasta que el m undo se acabe. paresgem e questos indios no quie­ ren escuchar la theología deste Requirim iento.. ni vos teneis quien se la dé a entender. así el m ism o Fernández de Oviedo lo refe­ rirá en su H istoria (libro X. capítulo VII. para com en­ tar. en cam bio. al dotor Palacios Rubios. hizo donación de estas islas y tierra firme del m ar Océano a los Católicos Reyes de Es­ 571 . a ten o r de su relato. en la versión oficial de Pa­ lacios Rubios no puede ser m ás extensa y m ás explí­ cita: «De todas estas gentes Dios Nuestro Señor dio car­ go a uno que fue llamado San Pedro.] e dixom e que sí...».] si penssaba que lo que dige aquel R equirim iento lo avían de en tender los indios. y dio­ le a todo el m undo por su señorío y jurisdicción.». Pero aunque. a quien todos obedeciesen. porque es padre y gobernador de todos ios hombres. y tom aron posesión Rey y superior del universo los que en aquel tiempo vivían. mas tam bién le perm itió que pudiese estar y poner su silla en cualquier otra parte del mundo y juzgar y gobernar todas las gentes: cristianos. judíos. en la discutible m e­ dida en que C ortés pudiese re p u ta r satisfactoria. h a sta que tengam os algún indio des­ tos en una jaula. no se recu rre ya. y en tanto leyéndoles toda aquella capitulación del R equirim iento . com o hom bre instruido. siem pre. pasando —en la sucesión j e r á r ­ quica de las subrogaciones— d irectam ente de Dios al E m perador y del E m perador a él. secta o creencia. que quiere decir ad­ mirable mayor padre y guardador. é se fu é é p a rtió de B en aven te. en a q u e ­ llo s d o n d e el rep o so y a m o r a l p a d re ni á la h ija no m o rab a. [. la de u n a c o p ia reaju stad a d es­ p u é s d e la m u e rte d e F e rn a n d o V. el re yn o d e Ñ a ­ póles. é tuvo q u e n u n ca se lo d e ja ro n ver.1 y sus sucesores en estos reinos. q u e ría n q u e m a n d a se y fir m a s e ju n ta m e n te con e l Rey. no lo q u isie ro n c o n tra d e cir. y á o tro s á lo sem ejan te. p a re c e q u e c o n sin tie ­ ron en a q u e l C o n se jo q u e la R ey n a no fir m a s e . é lo q u e la R e y n a su mug e r le h a b ia m a n d a d o en su testam en to . p u esto c a so q u e lo s R ey n o s e ran d e la R eyn a. de gloriosa m em oria. y 572 I clipe. 3. é su c a s a é fa m ilia . que entonces eran Don Fernando y Doña Isa­ bel. é la R ey n a su fija el reyn o d e G r a n a d a .». m an d aro n y sen ten ciaro n qu e Rey Don F e rn an d o s a lie s e lu eg o de C a s tilla . co n el R e y Don Fern an d o. é d en d e an te s d e se v e r fu e ro n é v in ie ro n lo s E m b a x a d o r e s é m ed ia n te s d el un R ey a o tro. ha m uerto el Rey Fernando de Aragón. no so lía d e s v o s s e r tan g o rd o . ó v ie n d o e l R ey en a q u e lla o p in ió n . é an sí se fizo.paña. no s ig a sie n d o e l texto lite ra l o r ig in a r io del d o c to r L ó p e z de P a la c io s R u b io s. pero de he­ d ió sólo con su hijo— La Casa de Austria: «Cielo del águila bicéfala. en ta l c aso . h a­ b ía h a b id o co n tie n d a en tre m a r id o y m u je r s o b re r e g ir y m a n d a r lo s R ey n o s: q u e la R e y n a y s u s p a rie n te s. en 573 ... y el R ey Don P h e lip e p ro vey ó q u e en n in g u n a m a n e ra la R ey n a no v ie se a su p ad re. y el R ey m o teján d o lo d ijo al D u q u e d e N á je ra : D uque. sa lv o el R ey tan solam en te. é tom ó su m u g e r co n sigo . lo s C o n ­ sejo s del un R ey y o tro se ju n ta r o n co n c o m p ro m is o s de a m b o s Ruyes. é lo i|iie d e m a n d a b a . ante lo cual uno se pregunta: ¿pues qué ha pasado aquí? Lo que ha p asado es sim plem ente que en el ín­ terin de 1514 a 1526. d e oro. (A m en o s q u e «de g lo r io s a m e m o ria » se r e fie r a s o la m e n te a D oña Is a b e l. é o tr a s c u a le s q u ie r a c o s a s q u e re n tase n .. y a llí en p r e s e n c ia d e m u c h o s G ra n d e s e c h ó la b en d ició n á todos. «bon -bon». evidentem ente. é q u ed an d o en c a b e llo se h u m illó a todos. en to d o lo d e m ás. y lo s de su c o n sejo . nuestros señores . é n u n ca d e é l s e h ab ían p a r ­ tido. iiu eaó m ás. consorte de Castilla.». E s ta v ersió n es..3 ha venido —de derecho con éste. pese a los recelos de los nobles castellanos. y lo s q u e m u c h o se a d e la n ta r o n á lo re cib ir. q u e el R ey Don F e rn an d o h ay a y ten ga p o r lo s d ía s tic su v id a en la s A lc a b a la s d e C a s tilla . é d e a llí se d e s ­ pidió de él é de lo s c a b a lle ro s de C a s tilla qu e a llí e stab a n . a l C o n d e d e B en av en te . fic ie ro n la p a rtic ió n en e s ta m a n e ra : q u e e l R ey Don F e rn a n d o o v ie se p o r su y o d e lo a c re c e n ta d o .] y e sto se v in o á p u r if ic a r y a c a b a r en B en aven te. é el D u qu e d e A lva su p rim o .. en sep­ tiem bre del m ism o año. p e ro q u ed an d o . que que se q u e d a se n en b u en h o ra co n s u s R e y n o s. d esq u e fu e ro n d e se m b a rc a d o s. e se fu é a B e n a ­ vente. de la q u a l le d e b ie ra n q u itar. Historia de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel. ta l p o r tal. é no p a ró de rep o so h a s ta q u e se en tró en s u s R e y n o s d e A ragó n . d iez c u e n to s d e m a ra v e ­ dís.. L u ego a m b o s R ey es c o n sin tie ro n la s e n te n c ia e e stu v ie ro n po r ella. é lo s M a estrazg o s.. « L u e g o co m o el R e y Don P h elip e m u rió . d á n d o le s p a lm a d illa s en la s e s p a ld a s . é e l C o n d e d e C ifu e n te s é o tro s C a b a lle ro s é P re la d o s q u e lo am a b an . y con la inefable escena de las palm adillas al duque de Nájera en la entrevista de Benavente del 1 de ju n io de 1506. é se d e sp id ió é v o lv ió la s rie n d a s á un c a b a llo en q u e e s t a ­ ba. é v is ta s la s d iv is io n e s é ju s t ic ia s q u e c a d a u n o ten ia.2 sobre todo después de la m uerte. su p ad re. p o rq u e el R e y Don F e rn a n d o d e m a n d a b a la m itad d e lo g a n a d o é d e lo qu e p o r ju s t ic ia e r a su yo. a rb itro s p a ra e llo eleg id o s.». a lg o con fu so . lo s q u a le s a lg u n o s de e llo s e sta b a n a r m a d o s de c o ra z a s d e b a jo d e lo s sayo s. e se v id o y a b r a z ó co n el R e y D on P h elipe. é con é l e l C o n d e sta b le su y e r ­ no. de su yerno el Rey Don 1. « E an tes q u e a llí lle g a se n . y a b razó ai D u qu e d e N á je r a . a la ta h u ec a. a n sí co m o h a c ía la R e y n a D oña Isa b e l. y la d e ja se lib re y d e ­ s e m b a ra z a d a a l R e y Don P h elip e. D ios o s d é paz. fu é m u y g ra n d e el a lb o ro to sin n e cesid ad en a lg u n o s c a b a lle ro s d e C a stilla . sin q u e h a y a razó n p a ra p e n s a r qu e. é les e n co m en d ó q u e fu e se n le a le s á su Rey.. é d e su Patrim on io . L a jo c u n d a m a lic ia d el C u ra de L o s P a la c io s relu ce co m o n u n c a en el e p is o d io d e l c o m e n ta rio d el R ey a l d u ­ qu e de N á je ra . y q u e d ó q u e la R e y n a D oña J u a n a no e n te n d ie se ni fir m a s e en lo s n e go cio s d el regir. y el R ey Don F e m a n d o e sta b a en Toro. é s e q u itó de la c a b e ­ za un so m b re ro é el bonete. E e sto fech o y s e n te n c ia d o p o r lo s d el C o n s e jo del un R e y y del otro. cap. pero aún influyente. e e l R e y D on F e rn a n d o se m o v ió de Toro. (A n drés B ern á ld e z . m ie n tra s el R ey D on P h e lip e en B en av en te. CCV).. e s e fu e s e a s u s R e y n o s de A ra ­ gón. de g lo r io s a m e m o ria . au n q u e v in iese á su Corte. y en fin. [. é lo q u e p o r B u la s d el S a n to P a d re le e r a c o n c e d id o p o r su v id a . b a jo c u y a s ro p a s se v e ía a b u lt a r el c o s e le te q u e lo h a c ía p a re c e r « tan g o rd o » y de la s « p a lm a d illa s » co n q u e el R ey lo hizo reso n ar. y o tro tanto d ijo a l C o n d e de B e n a v e n ­ te.) 2. é no del R ey Don P h e lip e . y q u ie n b ien la q u e ría . é a n sí se fizo e se p o co de tie m p o q u e el R ey Don P h elip e v iv ió d e d o n d e no p o c a tu rb a c ió n y e n o jo a la R e y n a se s ig u ió .] (incdo m ás q u é p o r to d o s lo s d ía s de su v id a e l R e y Don F e rn a n ­ do llevase la m ita d d e la s re n ta s d e lo s R e y n o s d e la s In d ia s./n u b arro n es llegan del norte . y el R ey Don P h elip e. é á o tro s en la p a rti­ da c u a n d o se d e s p id ió d el R ey Don P h elip e. p e r la s é e s c la v o s.. cap. que en fuerza de todo lo referido. trasp asa ya los lím ites del m ero «patronato». la contraria opinión tiene p o r sí otros. lo u su a l p a ra el P o n tífice e s « V ic a r io de C risto » y no «V ice-D io s» . m ucho antes de llegar al m ovim iento galica­ no o regalista de los B orbones franceses y españo­ les y sin necesidad de un cism a com o el que dio a a lg u n o s q u e p en saro n q u e ya e ra la c o n su m a c ió n d el m undo. (A n d rés B e rn á ld e z . poderes divinos. (Política Indiana. no d ió lu g a r á que. ni en p o co ni en m u ­ cho. libro I. p a ra a n tic ip a r­ se a lo que m ás tard e se desig n aría com o regalismo o galicanism o. hablan­ do específicam ente de la conquista de los Indios. com o en varios siglos ha hecho. M ás N u e stro S e ñ o r en c u y a s m an o s sunl omrtia jura Regnorum y s a b e lo s p e n sa m ie n to s y d e s e o s de lo s c o ra z o n e s d e lo s h o m b re s y la s a fic io n e s in ju s ta s . pues. El E m perador. el V irrey de Dios. ibidem. au nque uno espi­ ritual y el otro secular. se a rrim a se m ás a los precedentes m e­ dievales. lo q u a l m as p a re c ió p o r d iv in o m is te r io q u e p o r h u m an o rep o so . 575 . que son m uchos m ás en núm ero. el Vice-Dios español ha>la y deshacía en lo religioso casi tanto com o en lo i ivil. por A lejandro VI y Julio II p ara América. p o r Inocencio VIII p ara G ranada y las Islas Cana­ rias. esto es. capítulo X. que es­ criben de ella libre. y autoridad. que ponerla en duda. escribe: «Y con añadir. de i|ite tratam os. Tal era. é c a d a u no e r a R ey d e su tie rra .4 Y decir. o com o se decía literalm ente «Vice-Dios». in e q u í­ v o ca e s la c o n c e p c ió n d e l rey c o m o « V ic a r io d e D io s» en e l n ? 26 del c a p ítu lo II d el lib ro IV de la m ism a o b ra . a u n q u e a lg u n o s e c h a b a n la p ie d ra y e s c o n d ía n la m ano. rim bom bante. dispendio­ 4. aunque la concepción ideológica. nin c o n se jo nin C o ­ m u n id a d fu é e s c a n d a liz a d o ni a lb o ro ta d o c o n tra la c o ro n a R ea l. y en 1519. el añadido de la condición de E m perador no podría sino resucitar la doctrina de los dos poderes: El Pontificado y El Imperio. publicitario. sem ejantes a la que Alejandro VI hizo a los Reyes Ca­ tólicos. C C V II). ta l co m o se c it a r á en el A péndice I II de e s te en sayo. é q u e e r a v u e lto el tiem p o del R e y Don E n r iq u e p ró xim o . retórico. que la Iglesia ha erra d o en tantas concesiones. coronada tal cim a de atribuciones en el cam po de la Religión. que no tienen p o r m uy su b sisten te la concesión pontificia. el principio por el que Cortés. Así. en su requirim iento se perm itió p u e n te a r al Pontífice. recuérdese bien. al conceder a C arlos el derecho a intervenir en la delim itación de las diócesis am ericanas. au nque hay algunos Hereges. y otros Católi­ cos.escrib iría don Miguel de U nam uno. y m u y bien s e se ñ a la ro n lo s m a n c illa ­ d o s de este d e se o p o r s u s o b ra s. se g ú n e l a p a re jo h a b ía » . el p ro p ó sito d e a q u e llo s s e c u m p lie se . q u e el q u e m á s p o d ía m ás to m a b a. saltando directam ente de Dios al E m p erad o r y del E m perador a él. y atrevidam ente. ya casi a m ediados del siglo XVII. é d e lo q u e p o d ía to m a r de la C o ro n a R ea l sin q u e r e r c o n o c e r R ey ni s u p e rio r. é ni u n a a lm e n a d e lo s re a le n g o s hizo v ileza. quia ex abundantia coráis os loquitur. a las representaciones gibelinas de nn Dante Alighieri. é le a lta d é a m o r q u e m o stra ro n á el p a d re é á la fija . y aun p o r cau sas m enos ju sta s y urgentes». p o r c o n sta n c ia é c la ­ reza de los b u en o s. y d e su fo rtu n a. q u e to d o s d e c ia n “ v iv a la R ey n a D oña J u a n a y el R e y D on F e rn a n d o q u e él v o lv e r á ” . León X. 574 luz a la Iglesia Anglicana. que la fun­ dan en razones m uy eficaces./Y parece. y p o r ende aun m ás singularm ente en los de ultram ar. núm eros 18 y 19). Todavía el d octor Solórzano Perey ra. final­ mente. es querer dud a r de la grandeza y potestad del que reconocem os p o r Vice-Dios en la tierra [su­ brayado mío]. y de m odo es­ pecial en los dom inios afectos a su patronato. ¡El Im perio! S um ándose a todos los privi­ legios pontificios otorgados a F ernando e Isabel. era ya directam ente. Nota 2 C uando se pone en m archa un puro engendro va­ cuo. é p o r in m o v ilid a d q u e p u so so b re lo s c o ra z o n e s d e to d o s la s C o m u n id a d e s d e C a s tilla y A n d a lu c ía . o sim plem en­ te retórica. S i en e s te p a s a je c a b e la a m b ig ü e d a d de q u e la r e fe re n c ia de « V ice-D io s» p u ed a re m itirs e lo m ism o a l rey a u e a l p a p a. sin p a s a r p o r el Pontífice. am bos. P o r lo d e m á s. pavorosa. porque. con la to n tería de que es im propia. lo que hay que resp o n d er es que. no tiene nada de extraño que afloren las susceptibilidades m ás gratuitas. al tiem po que rebajaría a los ultram arinos con el pasivo y desairado de m eros des­ cubiertos. p o r cuanto ensalzaría a los europeos con el papel activo y a rro ­ bante de descubridores. «descubrir». p o r lo menos. con el rabo m ata m oscas». arro lla d o ra y tenebrosam ente eu ro cén trica fue toda la em presa y siguió siéndolo la H istoria Universal reinaugurada p o r el D escubri­ m iento de Colón. eurocéntricos fueron los acontecim ientos. Así que la piilabra «descubrim iento» surgió. La ob­ jeción lingüística de que un descubrim iento tam bién puede ser m utuo no se defiende dem asiado bien. «descobrir» se usó en el siglo X V . entonces ya no es sim plem ente que no haya motivos suficientes p a ra su stitu irla. fa lla d a s e p o r fa lla r » . com o este m alhadado invento de la celebración del Quinto Cen­ tenario. por­ que es muy fuerte la presión sem ántica con que «des­ cubrim iento». Prim ero los criollos de las repúblicas hispanop arlan tes de U ltram ar y enseguida los propios m e­ tropolitanos de aquende-A tlántico se han puesto a p ro te sta r de esta p alabra. según ellos. entonces. Si la querella se pone en estos té r­ minos. es que abundan 577 . Pero el caso es que precisam ente esa transitividad concuerda con las notas y el aspecto sensible de lo denotado: siem pre hem os dicho y oído el verbo «descubrir» bajo el entendim iento —por de­ cirlo en p alab ras cerv an tin as— de que son las naves las que descubren a las islas y no las islas a las na­ ves. p o r su erte o p o r desgracia —y m ás bien por desgracia. m ejor dicho. p o r d eriv ar de un verbo transitivo. da a entender que fue­ ron sólo los europeos los que descu b riero n a los indios y no tam bién los indios a los europeos. 576 im. t ie r r a s . en principio. cientos de veces me parece hab er leído «las islas d escu b iertas e p o r desco­ b rir» .5 Desde las islas lo m ás que puede hacerse es «avistar» los barcos. en efecto. o sería 5. c o s ta s .so. profundam ente inculto y co rru p to r.i m anera no ininteligible pero sí. y probablem ente en las propias Capi­ tulaciones de S anta Fe. que es lo que hacen los que la denun­ cian e incrim inan de «eurocéntrica». eurocéntrica. si es que se acepta la cosa en es­ tos térm inos. precisam ente a tenor de aquel refrán que dice: «Cuando el diablo no tiene qué hacer. lien im propia o pintoresca de expresarse. De esta naturaleza es la querella sus­ citad a a propósito de la p a la b ra «D escubrim iento». p o r lo q u e yo h ay a p o d id o a v e ­ rig u a r. hace p e n sa r en un d e scu b rid o r y un descubierto. Pero si a despecho de esta o rig in a ria ingenuidad de la p alab ra y sin a n d a r m irando en la inutilidad tlel gasto que supone renovar una p u ra fachada por el caprichoso antojo de reinterpretarla atribuyéndole una agresividad o prepotencia que nunca tuvo ni pre­ tendió tener. por m uy celosos que pudiesen m o stra r­ se en ocasiones navegantes rivales los unos con los i >i ios en cuanto a in tercam b iar d eterm in ad as c a rtas concernientes a los siem pre inciertos y contenciosos espacios lim inares del m undo conocido. «D escubrir» o. E l p r im e r d o c u m en to en que. rein terp retan d o la p a la b ra h a sta p renderle fuego. en i ir inocente sentido físico y sensible de la relación tic un barco con una isla o u n a costa todavía desco­ nocida para una d eterm in ad a com unidad geográfi­ ca (|ue co m p artía un conjunto de m apas y de ca rtas m arineras. extrapolándola de la sim ple relación 11sica y sensible de las naves con las islas. d e s c u b ie r ta s e p o r d e s ­ c o b rir. en este sentido físico y sen­ sible totalm ente inocente. para c a r­ earla a posteriori con una artificiosa intencionalidad malevolente. a p a re c e ta l e x p re s ió n e s la « C a p itu la c ió n d e la s A lcágov a s» e n tre lo s R ey es C a tó lic o s y A lfo n so V d e P o rtu g a l en 1479 : «e q u a le s q u ie r o tr a s is la s . vacías y com ine­ ras. una vez visto como han ido las cosas— así fue exactam ente: lo eurocéntrico no e stá en la pala­ bra. nunca «descubrirlos». tal com o se lo designó en la preceptiva o la c rítica pictórica. los que se exaltan y em ocionan al decir: «¡La H um anidad con sus grandezas y misei ias!» (nunca. con s u s s in ie s tro s h e rm a n o s. un legislador y un legislado. Un perso­ naje del Decamerón supo en u n ciarlo con sencillo acierto: Infra m olte bianche colom be agginge piu di bellezza un ñero corvo che non faccia un cándido cigno. aún hoy. un explotador y un explotado.razones p ara conservarla. hubo especie an i­ mal. fue siem pre el indio. un de predador y un despojado. hubo un co n q u istad o r y un conquistado. que de este modo salva en el invento su irre p rim ib le y com pul­ siva neurosis laudatoria. la historia. o sea. y con arreglo al cual saben muy bien que. Y no h a y q u e o lv id a r q u e C olón n o só lo fu e e l p r im e r d e s c u ­ b r id o r sin o ta m b ién . sino que. las ho rren d as en trañ as de la casa en tera? Si querem os re in te rp re ta r «descubrim iento» com o un térm ino eurocéntrico. vegetal ni m ineral que se a d m irase y alabase tanto a sí m ism a com o la especie hum ana. un indigenista y un indígena. ¿Conque «descubrim iento» suena mal por «eurocén­ trico»? ¿No se rá la verdad. si com o se pretende. a m enos que incluyam os la divina. puesto que no h a b ré is hecho m ás que c arg arla de una veracidad que se extiende a todo lo largo del contexto sucesivo. Así com o hubo un d e scu b rid o r y un descubierto. un o p reso r y un oprim ido. un com padecedor y un com padecido y. un des­ tru c to r y un destruido. 6. y el paciente. com o p o r un ensalm o. («En un grupo de blancas palom as a p o rta m ás belleza un negro cuervo de cuanto apo rte un cándi­ do cisne». consistente en recarg ar las som bras. un violador y un violado. no hace sino resal­ tarlas y subirlas. Así. el retórico. la p ropia categoría de lo lau d a ­ ble a los feroces y sangrientos asaltos de la duda) se están valiendo de un recurso tan b a ra to y delezna­ ble com o archiconocido. por el contrario. un do m in ad o r y un dom inado. a lo largo de todo este reparto de papeles. y el más facilón de los recursos. un m ata d o r y un m atado. dicho sea de paso. en clave de retórica. la com pañía de las «m iserias» no dism inuye en nada las «grande­ zas». con tan to m ayor m otivo tendréis que conservarla. de lo estético. no hacem os m ás que encender en él una veracidad que o rig in ariam en te no asp iró a te­ ner: pues. «D escubri­ miento» dice que hubo un europeo d e scu b rid o r y un indio descubierto. p ara h a c er m ás vividas las luces. en que los partenaires jam ás se intercam biaron el papel: el agente fue siem pre el m ism o personaje y el paciente. del claroscuro. y. un aperreador y un aperrea­ do. parece que d eb ería ser •ai contraria. an u lad as en sí m ism as— al servicio y a m ayor gloria de las luces. en el fetiche de Dios —aun bajo el nom bre falsam ente laico de «His­ toria U niversal»—. el agente fue siem pre el europeo. fue siem pre el otro. 578 Ni <ta 3 Que la «grandeza» es una noción inequívocam en­ te estética y en el peor sentido. un p rotector y un protegido. al cabo m era proyección eterna y celestial del hom bre m ism o.6 un in­ vasor y un invadido. es el viejo artificio retórico del gradiente de contraste. ¿O es que re p in ta r ahora la fachada va a renovar. no expresa sino la inauguración de todo un rep a rto de papeles. el p r im e r c o n ­ q u ista d o r. pero siendo siem pre las som bras las funcionalm ente su ­ bordinadas —y po r ende.) 579 . en principio. hurtando. a su vez. lo prueba su fraternal com patibilidad con la noción que. lo que suena y hasta hiede h o rren d am en te m al? Así que si os em ­ peñáis en que la palabra «Descubrim iento» sea eurocéntrica. a su vez. que se inaugura con el de un des­ c u b rid o r y un descubierto. en efecto. com o tal.A. aunque no prepon­ derante (ya que. los protagonistas principales fueron el m arq u és de Cádiz y el S eñor de Aguilar. Lanjarón. los cuales los mataban a cuchilla­ das. herm ano m ayor del futuro G ran Capitán) y sólo hacia el final. pero sí de b astan te peso. antes de em plearlos en todo tiem po y lugar y con tal ab u n d an cia contra los indios de América. Para d em o strar esto último. Que después de haber tomado el peñol de Mizton. y a otros ahorcaron. am én de inventor. en la propia G ranada y. incoadas por la presunta m alquerencia de sus enem i­ g o s. M adrid. al frente de los cuales ponían al propio H ernán i ortés. a unos poniéndolos en rengle y tirándoles con tiro de arti­ llería que los hacían pedazos. recoge. e stá el hecho de que no fu eran u sa ­ dos en la G uerra de G ranada (1481-1492) —ni co n tra las revueltas posteriores del Albaicín.ts de m ala fe. en su presencia y por su m ano8 se m ataron mu­ chos indios de los que se tomaron del peñol. si bien después se le dio el cargo de alcayde de la Alh am bra y capitán general del nuevo reino y. 118). Y asim ismo en otras partes se aperrearon indios en su presencia.7 Su hijo Antonio na­ ció en Alcalá la Real. en la conquista de G ranada. etcétera—. tuvo p o r precep­ to r al h u m an ista Pedro M á rtir de Anglería. curiosam ente. concretado en una lista de 44 cargos co n tra Antonio de Mendoza. Andarax (1500). 581 . el 21 de ju n io de 1546. Güéjar. Se crió. de la que he tra n sc rito el cargo que acabo de citar. y e n 1490. o m ás bien feudo. tom o CCLXXIII. en el 7. y a otros entregándolos a negros para que los matasen. no definitiva. Pero ven­ damos a n u estro asunto. las autoridades m etropolitanas decidieron ha­ cer una investigación sobre la conducta del virrey. si se prefiere) contra los recientes súbditos sublevados. Véase Apéndice III. La colección de documentos de Lewis Hanke (Biblio­ teca de autores españoles. Así. tom o C C L X X III. que tuvo parte. de l. Sandoval p resen ta­ ba el resultado de sus pesquisas. Sic en la colecció n de H an k e (B. cuando don Anto­ n io de M endoza llevaba ya ocho años de virrey de Nueva España. En 1543. pues. tuvo el m ando suprem o en las cam pañas de re­ presión (o «pacificación». 580 Ululo latino de una de sus o bras (De orbe nouo). p rim e r virrey de Nueva España. de que term inase la g u e rra de conquista. p ero d eb e d e s e r e r r a ta p o r «m an do».E. hay que d a r un rodeo p o r la docum entación concerniente a don Antonio de M endoza. si no recuerdo mal. solam ente el «Interrogatorio preparado por M endoza para la visita que se le hizo». Este virrey era hijo segundo de don Iñigo López de Mendoza. y a otros aperreándo­ los con perros.i desventurada expresión «Nuevo M undo». dos años antes. El fa­ moso cargo núm ero 38 dice así: ítem. entonces ya m arqués del Valle y aposentado <ii su encom ienda. pág. o sea ya en el propio Reino de G ranada. S ierra Berm eja (1501). por tanto. que su padre se h ab ía traído de Ita lia en 1487 y que fue uno de los prim ero s h isto riad o res del D escubrim iento y la C onquista de las Indias. guerra co n tra infieles e inm ediatam ente a n te rio r al D escubrim iento y la Conquista. cargo del que tom ó posesión a finales de 1535. según lo 8. ni siquiera en luchas contra infieles. a causa de determ inadas quejas (que|. 1976). Como una prueba. de C uernavaca que com prendía en 1536 h a sta 13 corregim ien­ tos—).Nota 4 Parece s e r que no hay precedente del uso de pe­ rros por p a rte de españoles. o sea la célebre «Visita secreta de Tello de S ando­ val». según los defensores de Mendoza. II conde de Tendilla y I m ar­ qués de Mondéjar. de los docum entos em itidos po r la parte de M endoza en sus actuaciones de defensa contra el visitador. convino hacerse por los grandes delitos que di­ chos indios habían hecho contra Dios Nuestro Señor. en m odo alguno.] la m uerte en la horca ellos se la 9. que ellos mismos se subían a la escalera y se echaban el lazo y tentaban si estaba firme el palo de que se habían de colgar.. o sea en su e stric ta funcionalidad técnica. Item. «para en adelante» —lo que im plica una función preventiva de nuevas rebeliones en la i ipción— el descargo del virrey consiste en sacar sim ­ plem ente de los térm inos de la ju sticia las vesánii as ejecuciones p e rp e tra d a s —que. Porque fue­ se castigo y ejemplo para lo de adelante y los indios que así se justiciaron fueron pocos y de los más per­ judiciales y dañosos en dicho levantamiento y guerra. fue necesario porque sonase el castigo. en vista de la indiferencia y h asta la colaboración con el verdugo con que los indios a rro stra b a n el m o rir ahorcados. Tan sólo en la va clásica biografía de don Antonio de Mendoza esi tita por el profesor no rteam erican o A rth u r Scott Aitón (A ntonio de M endoza. da en el apéndice la referencia: Archivo Ge­ neral de Indias. conocedor sin duda de las form as del derecho.in titula Hanke. los núm eros que afectan al cargo 38. 1927) he podido encontrar.9 en n o ta a pie de pál'ina (página 158). dándose nuevo género de muerte. Digan lo que saben. una resp u esta jurídi<límente adm isible. únicam ente los descargos nos • ararán de dudas sobre el caso. Duke U niversity Press. Lo que interesa en estos dos núm eros del in te rro ­ gatorio es la ju stificación de la vesania de los proce­ dim ientos em pleados m ediante el argum ento de que. tenía forzosam ente que sab er 582 i|iic la justificación en nom bre de la eficacia del esi oim iento de h a b e r introducido tan tru c u len ta s in­ novaciones en los procedim ientos de ejecución no podía ser. m e s e a im p o sib le c it a r lo s d ire cta m e n te d el A.. Digan lo que saben. po r lo mismo. y ellos mismos se arroja­ ban y colgaban. diciendo que ha procedido «como se haze en españa ron los erejes e ynfieles que la gente los acuchillan e m atan en el cam ino sin que sea a cargo de la ju sti­ cia» [subrayado mío]. de este «interrogatorio». según el núm ero 188.G. L a m e n to q u e p o r m i to tal in e x p e rie n c ia co m o in v estig ad o r. po r rem itirnos a la noción de «tecnicidad» de Schm itt (véase A P É N D I C E II): «el ape­ rre a r algunos yndios de los m ás culpados y ponellos a tiro convino hazerse p ara escarm iento y m ás tem or de los yndios [.. 188. First Viceroy o f New '<l>ain. Item. etc. Así a la cuestión en torn o a la extrem ada­ mente problem ática ju rid ic id ad de la apelación a la mayor eficacia del escarm iento «para lo de adelan­ te ». etc. pero no los descargos del virrey (docum ento del que. siendo bautizados e industriados en las cosas de la fe. 583 . Pero com o el virrey. de fecha 8 de enero de 1547. etc. si saben. y por los estragos y m uertes que habían hecho en los religiosos y españoles e indios amigos. folios 28-73v. Y m ás adelante insiste en la intención puram ente instru m en tal de los te rro rífi­ cos procedim ientos adoptados.). las frases pertinentes al asunto en tresacad as de los descargos del virrey. el «nuevo género de m uerte» d enuncia­ do en el cargo 38 de Tello de Sandoval «fue necesa­ rio porque sonase el castigo» y. Duham .. si saben. Ju stic ia 259. que la justicia que se hizo de dichos indios después de ganado el peñol del Miston.. c ita d as en castellano. deshaciendo el equívoeo y disipando n u e stra perplejidad. esto es. que si en la pacificación de los indios y seguimiento de ello se hizo justicia de al­ gunos indios de los rebelados. N orth C aroli­ na. d e d o n d e Lew is H an k e d a la a r r ib a c it a d a re fere n c ia.I. te­ niendo respeto a que cuando los ahorcaban lo tenían en tan poco. son los siguientes: 187. «porque fuese castigo y ejem plo p a ra lo de ad elan­ te». sin em ­ bargo. dejarían de se r «ejecuciones» propiam ente dichas—■. e lo primero que se informaban con toda diligencia era sa­ ber si yba con los chripstianos este capitán. El que el aperream ien to no se em please en G ranada no debe necesariam ente hacer p e n sar en una m ayor nobleza o m en o r cru eld ad de aquellas guerras.. 585 . lo que este hidalgo avía hecho en estas dos cosas tan señaladas que he dicho..] y en el rreyno de gran ad a [él lo sabe m uy bien. y no dos m aneras de m atar. siem pre Diego de Saladar fue capitán e tuvo cargo de gente hasta que m urió del mal de las búas [así llamaban entonces a la sífilis]. (P arte te rc e ra . y otros fue­ ron mudados. no aperrear. para le tener en mucho. en sus descargos. que es m ata r a pedradas. que es h acer m o rir destrozado en tre los dientes de los perros] m uchos m oros de los que an rrenegado nues­ tra santa fe». d e u n a p e r r a p re ñ a d a q u e se le p e rd ió a C ab o to en el R ío de la P la ta p o r lo s a ñ o s 15 2 5 -15 3 0 . e aunque después ovo m udanza de go­ bernadores. se ­ gú n se c ree. c a p ítu lo L X I: «.] y só lo lle v a b a c o n sig o [. 584 il.. De la c r ó n ic a d e los R e y e s C a tó lic o s de H e rn a n d o d el P u l­ g a r e s d e d o n d e re c o rd a b a yo un c a s o d e acañ a v e re a m ie n to . com o el acañaveream iento10 (una su erte de m uerte torm entosa m ediante cañas que no he conseguido averiguar con­ cretam ente cóm o se aplicaba) y la lapidación.] d ie ro n lo s c a b a ­ llo s p o r u n a p a rte y lo s le b r e le s p o r o tra. a no otros que a los Colones es a quienes se debe h o n rar p o r el sanguinario m érito 10. e l R ey m an d ó a c a ñ a v e r e a r d o ce c h ris tia n o s q u e se to­ m aro n d en tro d e la c ib d a d . Don Antonio. No cabe duda de que si hubiese habi­ do ap erream ien to s en la C onquista de G ranada y en las u lterio res cam pañas contra los m oros subleva­ dos en las que el propio padre de M endoza fue cap i­ tán general.. y to d o s s ig u ie n d o y m a ­ tando..] d o scie n to s c ristia n o s. pues basta recordar que tam bién los m oros conocían el p erro y lo criaban. por el re­ cuerdo de su propia infancia] se a co stu m b ra a caña­ verear y a p e d re a r [ojo: apedrear. que goberna­ ba la isla [la isla de Boriquén o Sanct Johan de Puer­ to Rico. e dó quiera que yban a pelear contra los indios. Historia del Almirante. de las que no tengo noticia de que llegaran a u sa rse en U ltram ar. y com o «donde las dan las tom an» a ninguna de las dos partes le con­ venía em pezar. porque demás de ser hombre de grandes fuerzas y esfuerzo.» . segund lo que a testigos fidedignos y de vista yo he oydo. a 24 d e M arzo d e 149 5 s a lió [el A lm iran te] d e la I s a b e la d isp u e sto p a ra la g u e r r a [.. actual Puerto Rico].. 11 . c a p ítu lo X C III).. era en sus cosas muy comedido e bien criado e para 12..davan de su propia voluntad en estas p artes [. c ap ítu lo VI de su Historia general y natural de las Indias): «Viendo pues Johan Pon?e de León. h a b ría m encionado el ap erream ien to de m oros en prim erísim o lugar.. h iciero n tal e s tra g o q u e en breve fu e D ios s e rv id o tu v iesen lo s n u e stro s ta l v ic to ria. com o tam bién lo llam a Oviedo. luí’ un Diego de Salazar. porque de hecho penssaban los indios que ni los chripstianos podían ser vencidos ni ellos ven­ cer donde el capitán Diego de Saladar se hallase. veinte c a b a llo s y o tro s ta n to s p e rro s le b r e le s [." Así pues. haber introducido en las Indias tan sin iestra noVtulnd. En la ver­ dad fue persona. H e rn a n d o C o ló n .. P a re c e q u e só lo e l p eq u eñ o g r u p o d e lo s in d io s tiubus c o n ­ s ig u ió h a c e rse m u y te m p ra n o con u n a ja u r ía p ro p ia .12 Ñola 5 l'arece ser que el dueño de este fam oso p erro Beii’trillo o Begerrico. E aunque es­ taba muy doliente lo llevaban con toda su enferm e­ dad en el campo. q u e a h o ra he v u e lto a lo c a liz a r : « D e sp u é s q u e la c iu d a d (M álaga) fu e e n tre g a d a .. los q u e s e p a sa ro n a lo s m o ro s e les in fo rm a b a n de la s c o s a s d el real». a p a rtir. de quien el propio Oviedo ims cuenta lo siguiente (libro XVI. le hizo capitán entre los otros chripstanos e hidalgos que debaxo de su gobernación militaban. con el sentido de «lapidar». m ientras que los indios ni tenían perros ni los conocieron hasta el segundo viaje de Colón. ser estim ado dó quiera que hombres oviesse. Y m andam os que ninguna orden nues­ tra [esto es. Baste p ara ello c ita r a Solórzano Pereyra (Políti­ ca indiana. nótese bien. con la em ptio v la confarreatio. recto y verso. Nota 6 Este es uno de los puntos en que hay m ás diver­ gencia entre las leyes y los hechos. no del propio Felipe II en particular. quien al h a b la r de los mestizos. la nupciabilidad bilateral: varón de A o B con m u jer de B o A) entre indios y españoles fue ya au torizado po r Fer­ nando V en 1514 y refrendado —tal vez porque en­ tretan to se hubiese in terp u esto alguna revisión al respecto— por Felipe II en 1556. que nacen de ad u lterio o de otros ilícitos. m ientras que. que hizo obligatorio el m atrim onio religioso p ara todas las clases socia­ les. que precisam ente em ­ pezaba a rein a r ese año mismo]. socialm ente vergonzo­ so. la b arrag an ía fue la form a de convivencia dom inante entre indias y españoles. que se huviere dado. Murió después de aquel trabajoso mal que he dicho. segund de todo esto fuy informado en parte del mesmo Johan Ponge de León y de Pero López Angulo y de otros caballeros e hidalgos que se hallaron presentes en la isla.. su fecha de vigen­ cia sea del 4 de mayo de 1680. De hecho. por a d m itir legalm ente el divorcio. M adrid. en América. dice: «Pero porque lo m ás ordinario es. núm ero 21). a despecho de la tem p ran a aceptación por las leyes. A parte de la m era violación ocasional com o p rác tic a general de toda 586 ••oldadesca. Si esto era así para las uniones de varón español con m ujer india. y. el qual defecto de los natales [su­ pongo que quiere decir de los nacidos de sem ejan­ tes uniones ilícitas] les hace infam es. del Rey de E spaña en general. que en i n i to modo resta u ra b a com o m era fórm ula consue­ tudinaria algo que hab ía tenido reconocim iento leimI en la B aja Edad Media: el concubinato. porque pocos Españoles de honra hay [y esto. e todos le loaban de muy devoto de N uestra Señora. y condición 587 ..». por lo que com únm ente se la designa como «Recopilación de 1680»). capítulo XXX. el con n u b iu m (o sea. folio 180. o po r Nos fuere dada. p o r no ser indisolu­ ble. lo tiene tan poco en cuenta que. o sea. pueda im pedir.. sin que fuese ocasión de desdoro social p ara éstos. ya podem os su p o n er lo que sería para lo inverso. y punibles ayuntam ientos. en el nú­ mero uno del m ism o capítulo y libro. no fue del gusto de Isabel la Católica. hacien­ do una señalada e paciente penitengia.. que casen con Indias o Negras |subrayado mío]. el propio Solórzano.. 1681 —au nque la aprobación del rey. por tanto. a diferencia de las leyes.. form a la tern a de las form as del m atrim onio romano). p o r lo m enos infam ia fa c ti. salvo excepciones. 1647).: «.» (libro II. en la mesma sagon que estas cosas passaron. que. form a popular de unión conyugal ju ríd icam en te reglamenlada (sem ejante tal vez al usus. todos los autores se m uestran contestes en que el m atrim onio entre varón español y m u jer india era. al cual quizá se debe la explicitación de la bilateralidad específica del con­ nubium . ni tan si­ quiera le viene a las m ientes la posibilidad del caso: «Declarado ya lo perteneciente al estado. M adrid. todavía siglo y m edio después del Descubrim iento]. Con todo. y aun les cupo parte destos e otros m uchos trabajos». Parece m uy probable que tan e scru p u lo sa explicitación respon­ da a una preocupación po r las circu n stan cias socia­ les que se dab an de hecho. la p rim era form a de convivencia m ás o menos estable entre varones españoles y m ujeres in­ dias fue la de am ancebam iento o barraganía. ni im pida el m atrim onio entre los Indios e las Indias con Espa­ ñoles o Españolas [subrayado mío] . pero que. Según la nota m arginal a la ley II del títu lo I del libro VI de la Re­ copilación de las leyes de los reynos de las Indias (Edi­ tad a por Ju liá n de Paredes. que pertenece ya a los añadidos que le puso Francisco R am iro de Valenzuela al re e d ita r la obra de Solórzano en 1736-1739: «Los mestizos es la mejor mezcla que hay en Indias. e m u ch o o ro en la s p r o v in c ia s e c a ­ c iq u e s p o r d o n d e an duvo. diciendo algo de los que nacen en las Indias de Padres E spa­ ñoles [quiere decir "p ad re y m ad re’’] que allí vulgar­ m ente los llam an Criollos. y él se fue. quiero re m a ta r este libro.de los indios. que llevaron G asp ar de M orales. y un joven capitán llam ado Peñalosa. esta vez. y de los que proceden de Españoles. dejó a Peñalosa. no sólo seguía siendo. social­ m ente poco honroso el m atrim onio en tre varón es­ pañol y m u jer india. y. y a la m a­ yor de las cuales h ab ía bautizado B alboa com o Isla Rica. que se llam an Mestizos. I a Peregrina Terrible anim al debió de se r el p erro (único. llam ado Tumaco. todavía sum am ente insólito.1 prim o del g o b ern ad o r P ed rad as. en am bos casos. c ria d o e p rim o de P e d ra ria s. com o no hallaron m ás que cu a tro canoas. p arien te de doña Isabel de Bobadilla. de raza in­ dia o negra siem pre la m ujer. y también lo serán si un Indio se casase con una Española. La explicación de este olvido la encontram os en el núm ero 32 del m ism o capítulo y libro. qu e fu e a la m a r d el s u r e a la I s la R ic a d e la s P e rla s. « E l c a p itá n G a s p a r d e M o rales. Como se ve. sino que casi otros cien años m ás tarde el m atrim onio de un indio con una espa­ ñola era. p a s s o a e lla e ovo m u c h a s p e r la s a llí. al m enos hacia 1647. e Indias. con la m itad de los hom bres. que se llam an Mulatos». al pueblo de otro cacique. da por supuesto exclusivam en­ te el varón español. enviados p o r éste con 150 hom bres —según G om ara— o sólo con 60 —según Las C asas— a las islas p erlíferas que había descu­ bierto N úñez de B alboa en el golfo de San Miguel. Este c a rá c te r sexualm ente unidireccional de las uniones inter-raciales (frente a la bidireccionalidad del con­ nubium ) es lo que ju stifica calificar al tan celebra­ do «m estizaje» de violación étnica del vencido po r el vencedor. m u jer de Pedrarias. Ap é n d i c e I. G aspar de M orales a la costa del Pacífico. o la nupciabilidad bilateral. e Indias. o de Españoles. al parecer). en el señorío de un cacique llam ado Tutibra. con los dem ás.» 588 589 . y son los hijos de Españoles. y Negras. De m odo que au nque el c onnubium . al parecer. pues. que los recibió bien y los quiso convidar y hospedar «pero no se lo consintió —enlazo ya con 1. Llegado. estab a ya en las leyes desde 1514. correlativam ente. llam adas po r los indios islas Terarequí. aunque esto sucede rara vez» [subrayado mío]. h u ­ yen los triste s asom brados de tal género de arm as. y los españoles lle­ garon p o r la p a rte donde ellas estaban. el cual hecho huir. llena de p erlas que pesaron 110 m a r­ cos. finalm ente apo rtaro n a la m añana todos a una de las islas. e m udó el nom bre de la isla. el cual. Francisco López de Go­ m ara la describe así: «De tre in ta y un quilates. U no de lo s m il v e c e s r e ite ra d o s s a r c a s m o s de L a s C a sa s.. cada uno de ellos creía se r los otros anegados. y los m aridos lo m ism o sin ellas a o tra parte. todas m uy ricas. con el p erro desgarrados algunos de los suyos. no quisieran. los cuales com o leones bravos. salió con su gente a les defen­ der la e n trad a en su isla. 590 las más. e llam óle Isla de Flores. por libralias. unos cuantos días. Por grande ventura. co m en tó a to m a r pos­ sesiones po r auto de escribano. G aspar de M orales. amigos. y dan en los españoles m uy de presto y dellos hirieron algunos. ninguna cosa les aprovechó sino para m orir m ás de los que restaban. m uy oriental y perfectísim a». que son m uchas. así. o. o porque h a­ bía sido ya inform ado del estrago que en aquella prim era isla dejaban hecho. y aunque m uchos m urieron y pensaban m orir.. probando si pudiera d esterrallo s de su tierra o m atallos. p o r ventura. he­ chura de cerm eña. porque no tie­ nen ni usan flechas. tiran d o varas. sabiendo que venían.2 »H allaron la gente della toda en solem nes fiestas ocupada. o al m enos de 2.. a quien bautizó bajo el nom bre de Pedrarias. po r el gobernador. de que vino la noche. Metiólos en su casa. pero por la rabia de ver llevar sus m ujeres y hijas to rn a ­ ron a ir tra s los españoles. que no se vieron. y entre ellas una que pocas p a­ rece haberse hallado en el m undo tan grandes ni tales era com o una nuez pequeña (otros dijeron que como una p era cerm eña)». y las canoas una de o tra a p a r­ tadas. no hicieron m enos que tom allas todas y captivallas y atallas. cuando aquellas fiestas celebraban. la cual dijeron que era m ara­ villosam ente hecha y m uy m ás que o tras de caci­ ques señalada. H as­ 591 . pero no les hicieron heridas de lom bardas. Así perm aneció. porque assí se lo avía m andado el gobernador». com o por personas que tan to le se r­ vían en a n d a r en aquellos pasos santos. [. el día siguiente.] Levantóse tanto la mar. que to­ dos pensaron perecer. diciéndoles que los españoles eran m uy fu ertes y que todo lo sojuzgaban [. los cu a­ les dende a poco navegando. De allí fueron estos pecadores a la isla m ás grande. con sus com pañeros. S ueltan el perro que llevaban y va a los indios y en ellos hace terrib le estrago. vienen con sus varas tostadas. po r cu an ­ tas perlas había en el m undo. en la hospitalidad de este cacique. »Intervinieron los indios que llevaban los esp a­ ñoles consigo. Hácese m andado a los m aridos. pidiendo testim onio en nom bre de Sus A ltelas e del g o b ern ad o r P edrarias Dávila. e s ta r todas las m ujeres sin verse con los m aridos ap artad as. h a b e r allí entrado. saltó G aspar de M orales con la m itad de los españoles en c ie rta s canoas grandes y Francisco P izarra en o tra s con los dem ás. al parecer. chiapenses y tum achenses. hizo sa c a r una cesta de vergas m uy lindas hecha. y porque tenían de costum bre. después de entrados. que los llevaba y m andaba. o po r la fam a de sus o r­ dinarias crueldades. echallos. lo cual tuvieron p o r m ilagro que Dios hacía p o r ellos. luego.] y con estos ejem plos y persuasiones hubo de venir a ellos pacíficam ente. no p o r eso dejó de to rn a r c u a tro veces con la gente que m ás podía recoger. donde tenía su asiento y casa real el rey y señ o r de aquellas islas..el texto literal de Las C asas— el an sia de las p erlas que esperaban haber. assí en las islas como en otras partes. y d u ran te ese tiem po debió de p ro ced er tam bién a lo que dice Oviedo con las siguientes palab ras textuales: «E p o r escures^er el d escubrim iento que avía fecho de aquella m a r e islas Vasco N úñez de Balboa. o po r miedo. empero. saltan d o una página. y fue avisa­ do cóm o los conjurados ya cerca venían. al texto de Las Casas: «. esta n d o bien durm iendo.. p ara p ren d er indios y h acer esclavos. sin o sa r pen­ sar en el contrario. ali'atizáronlos y p o r el ra stro habidos. com o yo m ás creo. p a ra lo cual se conjuraron los caciques que alred ed o r h ab ía que p o r agravia­ dos se tuvieron. p ara se ir todos. que no estaban muy ap er­ cibidos esp eran d o a sus caciques. que eran 18 o 19. y en ella iban los que les llevaban ¡as c a r­ cas porque no se huyesen. teniéndolos ya por perdidos. M orales m andó a p e rre ar todos los 18 caciques (con Chiruca. huyóse con su hijo aquella noche. Peñalosa y los que con él quedaron en el pueblo de Tutibra hicieron las o bras a los ve­ cinos de él y los otros pueblos que siem pre han acos­ tu m b rad o a hacer. Súpolo luego el cacique C hiruca. que aco rd aro n de m atallos a ellos allí. »Llegados. cuando se ofreciese o p o rtunidad. m ostrando m ucha afición a los españoles. echábanlo en la cadena. parez que p o r o tro cam ino al Darién. él lo hizo así por miedo. y p rincipalm ente son a n d a r tras de las m ujeres y e sc u d riñ a r y ro b ar cuanto pudie­ sen. y desem barcados de las canoas en la tie rra firme. que esta b a con G aspar de M orales y su com pañía. diciendo Santiago. porque aquellos eran sus acém ilas donde quiera que m udaban el pie. que lo h ab ían de ec h ar luego al perro. Llevó la d elante­ ra Francisco Pizarro. protestándole. pues. o por am or verdadero (pero no sé po r qué m erecim iento). H abida esta vic­ toria. que fueron 19) p ara diz que m eter m ie­ do en toda la tierra. sin que se sintiese cosa dello h asta que estaban todos presos. so color que les querían avi­ ar de cosas antes que acom etiesen. Pusiéronlos luego a torm entos. y después a G asp ar de M orales y a los suyos en el ca­ m ino cuando volviesen. pero a la noche. pero luego que los h allaron m enos. m ostrándose m uy am i­ go. y en ella que­ mó dellos y achocaron los que p o r el fuego huyendo salían. que debía escaparse antes de sa b er y in c u rrir el peligro. con un hijo suyo m an­ cebo. de los conjurados. que tam bién los seguían de miedo. deste aviso: que el cacique C hiruca enviase i llam ar secretam ente a cada uno de los caciques que venían. Fue grandísim o el m iedo que cayó en Mo­ rales y en todos ellos.ta aquí Oviedo. Fueron parez q u e 'ta le s los agravios que rescibieron. En viniendo cada uno. »De aquella m anera y con aquella in d u stria hobo a las m anos todos los caciques. tru járo n lo s Iliosos a padre e hijo. enviaron tras ellos españoles y indios. que nunca an d ab an sin ella. m ientras estos andaban sal­ teando p o r las islas y tard a ro n en la de aquel señ o r de todas ellas. En este liempo. de los que lle­ vaban por amigos. los cuales les daban y dan hoy gravísim os. con que m ucho G aspar de M orales y los suyos cobraron esfuerzo.. A ndaba con el G asp ar de M orales un cacique llam ado C hiruca. acordaron de salir contra los que venían. d a r en ellos. que era un instru m en to tan usado entre los españoles. sabido los que eran m uertos. allegó Peñalosa con su com pañía. por cuya causa o porque él era en el conjuro o de m iedo de los españoles no se le im putase algo. que si en esto no fuese fiel. p a ra después. p o r irle m ás que juram ento. Usó. G aspar de M orales envió a un Bernardino de M orales con 10 hom bres a llam ar al Peñalosa y a los que con él había dejado en Tutibra. el cual los rescibió bien y dióles de comer. Es­ tos llegaron al pueblo de un cacique que había por nom bre Chucham a. o po r e sp ec u lar sus costum bres. <|iic es su p rim e r remedio. cuando vino del todo la luz del día contaron m uertos sobre 700. esperando verse tam bién ellos en aquel peligro. y retorno. y dando en ellos al c u arto del alba. fingi­ dam ente.» 593 . hizo poner fuego a la casa donde dorm ían. azom ándoles el perro que les daba mis dentelladas bien recias: descubrieron los que en ( liucham a se habían m uerto y la gente que venía so­ bre ellos. que se degía el capitán Peñalosa. que po r gran p a rte del día no pareció quien vencía. y dice así: «E teniendo assentado su real [se refiere a G aspar de M orales y los suyos] en la rib era de un río vieron m ucha gente de indios que venían de g u erra a cobrar. de cosa que m al oviesse fecho en su viaje. puesto que [aunque] algunos quisieron decir que todo avía seydo cautela. cuando del Birú tornasen. que este capitán les llevaba robados. no hacía sino so sp irar e se torn ó quassi loco. e acordándose que avía dado tanto po r ella. p arien te de la m uger de Pedrarias. capítulo VIII. hijo de C hiruca. y con tan to esfuerzo pelea­ ron. viendo Gas­ p ar de M orales que aquel cacique y sus vasallos eran gente recia. e degollaron desta m anera sobre noventa o gient per­ sonas. e aco r­ daron de degollar en cuerda todos los indios que es­ taban pressos e atados. de gloriosa m em oria. situado cientos de kilóm e­ tros m ás al Sur). si pudiessen. no osó esp erarlo s más. viéndose así privados de sus n atu rales señores. sino volverse al pueblo de C hiruca. sin su p a­ dre. viendo e contem plan­ do aquel crudo espectáculo. sus m ujeres e hi­ jos e parientes. y el m uchacho. Según el padre Las Casas. si pudiesen m atallos». que dieron al im perio de los Incas. y es la que todavía hoy puede verse. Pero en fin. pre­ dicado el Evangelio. E la tuvo una noche o dos. capítulo X. N u evo s a r c a s m o típ ic o de F ra y B a rto lo m é . por la qual. En fin. im itando la crueldad herodiana. en el m agnífico retrato que le hizo Tiziano. aunque el cacique vuelve a ju n ta r su gente y. que nos cuenta m ás detalladam ente la conclusión del episodio. así com o está dicho.H asta aquí el texto literal de Las Casas. libro XXIX.) 595 . e tan extraño caso. E cobdigiándola el gobernador. sin castigo ni pena ni otra reprehensión. nuestra señora. E sta perla es aquella mesm a que se dixo en el libro XIX. en el m useo del Prado. por prim o e criado del gobernador. e con m ucho trabaxo. a quien dejamos. com o suele. y el capitán ovo su consejo con A ndrés de V alderrábano e con un mangebo. pues­ ta en alm oneda. libro III. y así huyeron. que pessó treinta e un quilates. dejado. en el qual ovo m uchas perlas. llam ado Pedro del Puerto. el capitán G aspar de M orales con su gente se puso en salvo. e fue suya. 594 chico ni grande de todos ellos. que la E m peratriz. tuvo form a de d ar por ella los mesmos dineros. capítulos LXV y LXVI y a la Historia general y natu­ ral de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo. po r la ferocidad del perro. e entre ellas una de hechura de pera. retom o ya el texto literal de Las Casas. la com pró después a doña Isabel de Bovadilla. acordaron de ju n ta rse p ara e sp e ra r los españo­ les. (Los textos literalm ente citados pertenecen a la His­ toria de las Indias de Bartolomé de las Casas. H asta aquí el texto literal de Las Casas. este crudo ardid fue causa de que­ dar los chrisptianos con las vidas. h asta las tie rra s de un cacique llam ado B irú (del que luego deriva­ rían los españoles el nom bre del Perú. e assí se puso por la obra. m ili e doscientos pessos de oro. «vie­ ne a ellos terriblem ente. porque entretanto que los indios se detuvieron a m irar e llorar los m uer­ tos. pin­ tada al cuello de la em peratriz doña Isabel de Portu­ gal.3 Las gentes de los 19 caciques aperreados. pero al cabo había la d erro ta de c a er sobre los tristes. H asta aquí Fer­ nández de Oviedo. m u­ jer del gobernador Pedrarias Dávila». no perdonando m uger ni niño 3. e se fue su cam ino a más que andar. y po r las ballestas y po r las esp ad as que a los desnu­ dos co rtab an p o r medio. para seguir con el de Fernández de Oviedo. donde fue t ractado e dissim ulado con él. la em peratriz pagó po r ella 4 000 ducados. dejando asolados y saqueados m u­ chos pueblos. dio un m ercader. él llegó al Darién. para que los indios que venían de guerra contra ellos se detuviessen allí. que cuenta luego cóm o M orales dilata su expedición por la cos­ ta del m ism o golfo de San Miguel. juntam ente con el dicho Velázquez.A. to m o p rim ero . e x tra íd o de la s Cartas de relación de H e r­ n án C o rté s 1 (c a rta p rim era ). diciendo que esta tierra era buena y que. M ad rid . y que según las m uestras que dicho caci­ que había dado. R iv a d e n e y ra . el dicho capitán cómo con­ venía al servicio de vuestras reales altezas lo que le pedíamos. luego otro día nos respondió diciendo que su voluntad estaba más inclinada al servicio de vues­ tras m ajestades que a otra cosa alguna. se creía que debía de ser muy rica. para que en esta tierra tuviesen señorío.E. 8. y deseosos de en­ salzar su corona real. nos juntam os y platicam os con el dicho capitán Fernando Cortés. 18 5 2 . pues. dándole las causas de que arrib a a vuestras altezas se ha hecho relación. con ciertas protestaciones en forma que contra él protes­ tamos si ansí no lo hiciese. por tanto. para gozar solam ente dello el dicho Die­ go Velázquez y el dicho capitán. que nos parecía que no convenía al servicio de vuestras ma­ jestades. B. tra n s c rib o ín teg ro a c o n tin u ac ió n : «Después de se haber despedido de nosotros el di­ cho cacique y vuelto a su casa en mucha conformi­ dad. según la m uestra de oro que aquel cacique había traído. Historiadores primitivos de In­ dias. demás de acrecentar los reinos y señoríos de vuestras m a­ jestades y sus rentas. porque sería destru ir la tierra en mucha manera y vuestras majestades serían en ello muy deservidos. caballeros hijosdalgo celosos del servicio de Nuestro Señor y de vuestras reales altezas. y hicimos un reque­ rimiento al dicho capitán. Tom o vigesim o segu n d o . c o le cc ió n d ir ig id a e ilu stra d a p o r don E n riq u e d e V edia. 597 . 596 nos tenían muy buena voluntad. que era rescatar todo el oro que pudie­ se. por­ que siendo esta tierra poblada de españoles. en el cual dijimos que. Y acordado esto. y que ansí mismo le pedimos y re­ querim os que luego nom brase para aquella villa que se había por nosotros de hacer y fundar alcaldes y regidores en nom bre de vuestras reales altezas. y que en tal tierra se hiciese lo que Diego Velázquez había mandado hacer al dicho capitán Fer­ nando Cortés. era de creer que él y todos sus indios I. como en esta arm ada venimos personas nobles. y rescatado. im ­ p re n ta y e s te r e o tip ia d e M. pues él veía cuánto al servicio de Dios Nuestro Señor y al de vuestras m ajestades convenía que esta tierra es­ tuviese poblada. volverse con todo ello a la isla Fernandina. «M ire v u e sa m e rc e d q u e es ex tre m eñ o » El ep iso d io in icial de lo q u e ta n ta tu rb a c ió n y e s­ c á n d a lo p ro d u jo en el a lm a de F e rn á n d e z de O viedo es el que.Ap én d ic e II. que le requeri­ mos que luego cesase de hacer rescates de la manera que los venía a hacer. dijo que daría su respuesta al día siguiente: y viendo. de acrecentar sus señoríos y de aum entar sus rentas. Y hecho este requerimiento al dicho capitán. y que. no mi­ rando al interese que a él se le siguiera si prosiguiera en el rescate que traía presupuesto de rehacer los grandes gastos que de su hacienda había hecho en aquella arm ada. p ág. nos juntam os todos en con­ cordes de un ánimo y voluntad. como en sus reinos y señoríos lo tienen. nos podrían hacer mercedes a nosotros y a los pobladores que de m ás allá viniesen adelante. y que lo mejor que a todos nos parecía era que en nombre de vuestras reales altezas se poblase y fundase allí un pueblo en que hubiese justicia. de justicia y alcalde mayor. la teo­ ría de la razón de Estado.. El E stado m oderno ha nacido histó ricam en ­ te de una técnica [subrayado mío] política. según lo que pudimos me­ jo r entender.. después de lo cual. y lue­ go comenzó con gran diligencia a poblar y a fundar una villa. precisam ente por­ que pueden s e r un poder efectivo. Ma­ drid. la tecnicidad [subrayado mío] y la ejecutividad. las representaciones del derecho que están vigentes de hecho [subrayado mío]. derivada tan sólo de las necesidades de la afirm ación y la am pliación del poder político». del cual recibimos el juramento que en tal caso se requiere. y vistos y leídos por nosotros. y por haber tenido en poco como hemos hecho relación. y que por haber ya expirado no podía u sar de justicia ni de capitán de allí adelante. 1985): «Esta trip le dirección hacia la dictad u ra (aquí se em plea esta p alab ra en el sentido de u n a es­ pecie de ordenam iento que no se hace d epender po r principio del asentim iento o de la com prensión del destinatario ni espera su consentim iento). con esta arm ada en servicio de vuestras majestades. lo recibimos en su real nom bre en nuestro ayuntam iento y cabil­ do por justicia mayor y capitán de vuestras reales a r­ mas. pertenecen tam ­ 599 . para su real servicio que estuviese en nombre de vuestras m ajestades en la dicha villa. le placía y era contento de hacer lo que por nosotros le era pedido. como vino. señala el com ienzo del E stado m o­ derno. otro día siguiente entram os en nuestro cabildo y ayuntamien­ to. pues. y hecho como convenía al servicio de vuestra majestad. según los siguientes pasajes de su libro La Dictadura (versión castella­ na de José Díaz García. (págs.A. 1.antes. todo lo que podía ganar y inte­ rese que se le podía seguir si rescatara como tenía con598 cortado. en nom bre de vuestras reales altezas. a quien todos acatásemos hasta hacer relación dello a vuestras reales altezas para que en ello pro­ veyesen lo que más servidos fuesen. y en nombre de vuestras reales altezas recibió de noso­ tros el juram ento y solenidad que en tal caso se acos­ tum bra y suele hacer. y en estas partes por justicia mayor y capitán y cabe­ za. bien examinados. incluso allí donde se inclina ante la santidad del derecho. y estando así juntos enviamos a llam ar al dicho capitán Fernando Cortés y le pedimos en nombre de vuestras reales altezas que nos m ostrase los poderes y instrucciones que el dicho Diego Velázquez le ha­ bía dado para venir a estas partes. el cual envió lue­ go por ellos y nos los mostró. muy excelentísimos príncipes. hallam os a nuestro parecer que por los dichos poderes e instrucciones no tenía más poder el dicho capitán Fernando Cortés. integrada por el racionalism o. Hemos querido hacer de todo esto relación a vues­ tras reales altezas por que sepan lo que acá se ha hecho y el estado en que quedamos». y ansimismo por la m ucha experiencia que destas partes y islas tiene. sólo conoce en verdad. una m áxim a sociológico-política que se levanta p o r encim a de la oposición de derecho y agravio. porque además de ser persona tal cual para ello conviene tiene muy gran celo y deseo del servicio de vuestras majestades. «La abu n d an te litera­ tura de la razón de E stado [.. las cuales. 43-44).] en la que la p ráctica del poder político se m anifiesta en la pura consecuen­ cia de su tecnicidad. es decir. com o un reflejo teorético suyo. y ansí está y estará hasta tanto que vuestras majestades provean lo que más a su servicio conven­ ga. y visto que a ninguna persona se podría dar mejor el dicho cargo que al dicho Fernando Cortés. que para la pacificación y concordia dentre nosotros y para nos gobernar bien convenía po­ ner una persona. y por haber gastado todo cuanto tenía por venir. Con él com ienza. Pareciéndonos. a la cual puso por nom bre la rica villa de la Veracruz. le proveimos. posponiéndolo todo.a estratagem a de C ortés aquí d escrita podría ser­ vir de ilustración p arad ig m ática a la noción de «tecnicidad» de Cari Schm itt. pues que tanto convenía al servicio de vuestras reales altezas. Alianza E ditorial S. y nom brónos a los que la de antes sus­ cribimos por alcaldes y regidores de la dicha villa. de causa de los cuales ha siem pre dado buena cuenta. con los debidos requisitos reglam entarios] que contra él protestam os si ansí no lo hiciese». Jornada primera: a) C onsideración de las antes ignoradas condicio­ nes de la tierra: buena calidad de la tierra. volverse con todo a la isla Fernandina». las tres jo rn a d a s de la a d m ira ­ ble com edia tra n sc rita m ás a rrib a del texto literal de las célebres Cartas de relación. Benjam in) corresponde fun­ d a r la ciudad. «necesidades de la afirm ación y am pliación del poder político») «era que en nom bre de vuestras reales altezas se fundase y poblase allí un pueblo en que h u ­ biese ju sticia » [subrayado mío. en p alabras de Schm itt).. Y. sea el acto sacram ental de una au téntica 601 . pues. como un requerim iento de és­ tos dirigido a aquél.. m ás abajo). b) «comenzó con gran diligencia a p o b lar y a fun­ d a r una villa. «no convenía [. Nótese aquí cómo la iniciativa de reconsiderar la convenien­ cia de los planes prim itivos no se hace p a rtir del capitán Cortés. que era resc a ta r todo el oro que p u ­ diese y. o sea p ara «ensalzar su corona real» y p ara «acrecen tar sus señoríos y [. y nom brónos a los que la de antes suscribim os por alcaldes y regidores [. entram os en nuestro [subra­ yado mío] cabildo y ayuntam iento». 44.. d) Decisión y acción de req u e rir a Cortés «que lue­ go cesase de hacer rescates de la m anera que los venía a hacer» y que «nom brase para aquella vi­ lla que se había p o r nosotros de h a c er y fu n d ar alcaldes y regidores en nom bre de vuestras al­ tezas». e) conm inándole incluso a ello «con ciertas protes­ 600 taciones en forma [subrayado mío: o sea. en palabras de Schm itt ya citad as en b. b) C onsideración de que p a ra el servicio del so­ berano. es decir. de ahí que la e n tra d a física del cabildo en pleno en su ayuntam iento.. en p alab ras de Schm itt). es decir.. a la cual p uso por nom bre la rica villa de la Veracruz.. en el sentido de edificio físi­ co. d a rle nom bre y d esignar a sus m agistrados.bién a la situación de las cosas» (pág. con exigencia de respuesta. Jornada segunda: a) Cortés se ha tom ado la noche p ara m editar y de­ cid ir y a la m añ an a siguiente responde «dicien­ do que su voluntad estab a m ás inclinada al servicio de vu e stra s m ajestades que a o tra cosa alguna». pero. en consecuencia. una vez fundada la ciudad. con en­ tidad ju ríd ic a form al propia]. crea­ dor de derecho (W.] a u m e n tar sus rentas» («necesidades de la afirm ación y am pliación del poder político».] y en nom bre de vuestras reales altezas reci­ bió de nosotros el juram ento [subrayado mío] y solenidad que en tal caso se aco stu m b ra y sue­ le hacer. un espa­ cio carism àticam en te dotado de ius loci.» Jornada tercera: a) «otro día siguiente. Analicemos. rescatado. Este es el paso y el punto decisivo: al poder m ilitar. c) C onsideración de que lo que convenía (siem pre para «acrecentar los reinos y señoríos de vues­ tras m ajestades y sus rentas» o sea. y subrayado mío] que en tal tie rra se hiciese lo que Diego Velázquez había m andado h a c er al dicho cap itán F ernan­ do Cortés. abun­ dancia de oro y m uestras de buena voluntad por p a rte de los indios («situación de las cosas». De nuevo «las necesidades de afirm a ­ ción y am pliación del p o d er político» (Schmitt) se anteponen a cualesquiera otras consideracio­ nes. después de lo cual. se ha creado un lugar jurídico. sino que es p uesta en boca de sus subordinados. d) «Pareciéndonos..] y [. del cual reci­ bim os el juram ento [subrayado mío] que en tal caso se requiere. En esta in­ versión total de la relación de a u to rid ad entre Cortés y la ju n ta c a p itu la r de la Villa Rica de la Vera Cruz.. pero que hoy son toda u n a ciudad con ju risdicción sobre quienquiera esté entre el nú­ m ero de sus vecinos].] que por los dichos poderes [.. pues.] lo recibim os [.. precisam ente porque pueden ser un p o d er efec­ tivo.] y visto que a ninguna persona se podía d a r m ejor el dicho cargo que al dicho Fernando C ortés [. y vistos y leídos [¡ahora tienen a u to ri­ dad p ara b a sta n te a r los poderes del m ism ísim o Cortés. incluso allí donde se inclina ante la santidad del dere­ cho [subrayado mío].] en nom bre de v u estras m ajestades en la dicha vi­ lla y en estas p a rte s po r ju sticia m ayor y capi­ tán y cabeza.. que ayer m ism o los había nom brado y les había tom ado juram ento!] por nosotros [. [.. en la tercera jornada.... las cuales..] hallam os [.. y C ortés quien lo recibe. a quien todos acatásem os [. b) En nom bre de ese derecho y desde su ayunta­ miento... como en la m ilicia o la m arina.». pues... c) «el cual [Cortés] envió luego p o r ellos y nos los m ostró.. el cabildo «estando así juntos [subraya­ do mío: el c a rá c te r de «junta» es esencial a la índole juríd ica del municipio] enviamos a llam ar a dicho capitán Fernando Cortés [ahora son ellos los que.. de ju stic ia y alcalde mayor.] le proveimos. y [... Lo su b ­ rayado aquí encim a expresa el m om ento que com pleta la operación: m ien tras en la jo rn a d a segunda es el cabildo. pueden reclam ar la presen­ cia ante sí de quien quiera que se halle dentro de los térm in o s jurisd iccio n ales del lugar] y le pedim os en nom bre de v u estras reales altezas que nos m o strase los poderes y instrucciones que el dicho Diego Velázquez le había dado para venir a estas partes» [subrayado mío: «estas p a r­ tes» que ayer era tie rra de nadie o costa de sal­ vajes. nom brado po r Cortés.] no tenía m ás p o d er [.] no podía u s a r de ju sti­ cia ni de c ap itán de allí adelante». las representaciones del de­ recho que están vigentes de hecho. en nom bre del ius loci de cuya a u to ri­ dad están investidos.. pertenecen tam bién a la situación de las cosas». convalidándole y ratificándole así la a u to ri­ dad de justicia m ayor y capitán general. es Cortés quien ju ra el cargo para el que ha sido nom brado por el ca­ bildo —que p o r el ju ram en to a n te rio r ante el propio C ortés tiene ahora atrib u cio n es para ello—. a través de la cual se hace posible el paso que le sigue (d) y que es el térm ino y co­ ronación al que todo el proceso se o rien tab a es donde hallam os la ilustración m ás ejem plar del pasaje de S chm itt citado m ás arrib a: «la p u ra consecuencia de [la] tecnicidad [en la que la ra­ 602 zón de Estado] sólo conoce en verdad. el que p resta juram ento. la constitución de un m unicipio la que en el ius loci inherente a éste ha fundado un poder ju ríd ic o con capacidad b a sta n te p ara d a r po r nulos los poderes personales otorgados por Die­ go Velázquez a Cortés y p ara proveerle ahora de poderes nuevos legitim ados p o r la sola autori603 ...tom a de posesión de la a u to rid ad a d scrita al ius loci dim anante del lugar jurídico fundado.] que p ara la pacifica­ ción y concordia dentre nosotros y p ara nos go­ b e rn a r bien convenía poner una persona [. Ya no se tra ta del m ando de un hom bre sobre otros..] en n ues­ tro ayuntam iento y cabildo por ju sticia m ayor y capitán de v u estras reales a rm a s . sino de la au to ­ ridad en que se en c arn a el derecho del lugar. y el cabildo el que ahora le tom a juram en­ to. en nom bre de v u estras reales a l­ tezas.. Ha sido. ahora. Orígenes de la burguesía en la España Medieval. en el caso de Cor­ tés. de los ciudadanos francos («francos de carta»). estorbo suficiente p ara im pedirle que aprendiese con su p re­ ma agudeza exactam ente lo que necesitaba. pues la m agistral perfección de la com edia jurídico-política representada en la Villa Rica de la Vera Cruz reside justam ente en el m odo incom parable en que el m ás crudo y desnudo instinto de dom inación logra llevar a cabo sus designios de poder precisam ente a tra ­ vés del m ás e scru p u lo so y extrem ado respeto del ri­ gor de las form alidades del derecho. no me parece aventurado decir que. el célebre dicho alem án: «Stadtluft m achí frei» («El aire de la ciudad hace libre»). com o los de C or­ tés. decía irritad o : «tanta es su soberbia que non caben en el m u n d o ». y.. E sta conver­ sión del derecho personal de la p rim era burguesía de los individuos «francos de carta» en derecho lo­ cal (ius loci) cum plía p ara los reinos españoles. en carnaban. que fueron el p rim e r núcleo de la b urguesía medieval. com o tal vez lo indique el hecho —m ás propio tie caballero ciudadano que de hidalgo viejo— de que su padre lo enviase a e stu d ia r leyes a Salam anca. M ad rid . que dieron al m unicipio libre su m áxim o esplendor.2 fue2. ya citadas. y de quienes. con toda probabilidad. Todos lo s d a to s a p o r ta d o s h a s ta a q u í so b re la b u rg u e s ía m e­ d iev al e stá n to m a d o s d el a d m ira b le e s tu d io d e L u is G. o ciudades libres. favorecido cada vez m ás p o r el poder real en su lucha p o r au m e n tar su hegem onía sobre el estam ento nobiliario. incluso sin m anifiesta distorsión. ciertam ente. libre respecto de los nobles y directam ente vincula­ da al rey. En todo ello es sum am ente in teresan te se ñ a la r la extraordinaria vitalidad histórica del originario m u­ nicipio romano. venía a se r com o un vigorosísim o renacim iento del antiguo m unicipio rom ano frente a la ya decreciente noble­ za estam ental. y especialm ente con la tra n s­ form ación del derecho personal. E s p a s a C alp e. sem isum ergido com o un guadian a—. designándolos com o «caballeros burgueses». en el derecho local de las «villas francas». tengam os por m ejor lo que vemos efetuar. hay que reconocer que sus disip ad as noches de es­ tudiante p u tañ ero no fueron. el propio H ernán Cor­ les. su propia y es­ pecífica función reguladora y delim itad o ra h acia el sentido advenedizo de una función in stru m en tal re­ gida po r un fin político exterior prem editado. Estos «caballeros ciudadanos». si bien parece que ap en as llegó a hacerse bachiller. el A rcipreste de Talavera. de V ald eavellan o . la íecnicidad de Schm itt se m anifiesta en el modo en que las form as ju ríd ic a s pueden ver reconducida. y a ellos pertenecía. el núcleo principal de los con­ quistadores y colonizadores de Am érica. ju n to con los ya m uy m erm ados hidalgos. atribuyéndolos hum ildem ente a «otra definición su p e rio r e juicio de Dios que no alcanza­ mos» y claudicando expresam ente ante la divinidad con estas. palabras: «y com o él es movedor de todo (o m as servido de lo que sub^ede) e sin su voluntad ninguna cosa se puede concluir.A . y no podía m ás que ren u n c iar a ex­ plicárselos. pues no se alcangan 605 . el siniestro «espíritu de los tiem pos nuevos» —generador del Es­ tado M oderno—. ya en el siglo X V . 1969.dad m unicipal. resistió —tal vez. de m anera que el poder de las nuevas villas francas. en toda su deform idad. Cuba) sino directam ente a la del soberano. Pero la vieja m entalidad caballeresca de F ernán­ dez de Oviedo estaba ce rra d a a cu alq u ier capacidad de com prensión p ara hechos que. que sobrevivió bastante bien durante toda la m onarquía visigoda. a u to rid ad que ya no se rem ite a la del g obernador de la isla Fernandina (es de­ cir. otorgado po r el rey. Y en este punto. S. en algunos m om entos. 604 ton. casi seguram ente. y reafloró vigorosam ente en la Baja Edad Media. m erced al cual se constituyeron los «caballeros ciu ­ dadanos» —p rácticam en te eq u ip arad o s a la noble­ za m enor aldeana de los hidalgos—. de cuyo apoyo se valió el rey p a ra alcanzar su definitiva hegem onía sobre la nobleza. de doce papas. entre los doce papas que hubo en el período que aquí interesa. dos Della Rovere y dos Medici. Tal era el principio del nepotism o papal.los fines p ara que se hagen las cosas. «con a z ú ca r es peor». Así. e intercalados entre ellos Pietro B arbo (Pau­ lo II). corona de espinas Al p arecer Lorenzo el M agnífico le dijo en cierta ocasión al papa Inocencio VIII. e de la provi­ dencia de Dios no nos conviene p latic a r ni p e n sar sino que aquello conviene». Pero de hecho el nepotism o se dem ostró eficaz in­ cluso a efectos de la sucesión en el solio pontificio. aunque el nepos tuviese que e sp era r dos o m ás cón­ claves en el card en alato p ara acceder a aquél. dos Piccolomini. 606 . G iam battista Cibo (Inocencio VIII) y Adriano de U trecht (Adriano VI). tenía ya alguna tradición en tiem pos del papa Gian B attista Cibo. para a c a b a r con A lejandro Farnesio (Paulo III). según suele decirse de fas m edicinas am argas. con todo. 110 siendo inm ortal ni pudiendo h a c er su cargo he­ reditario. p o r lo dem ás. pero el resultado viene a se r el m ism o: la claudicación. nada me­ nos que cu a tro fueron sobrinos de un papa anterior. que. sal­ vo que con el agravante de que. Corona de bulas. A p é n d i c e III. que «aunque un papa pudiese tener todo el poder que se quisiera. no tenía otros medios de p e rp etu ar su nom ­ bre m ás que los honores y los beneficios que otorgase en vida a sus consanguíneos». nos encontram os con dos Borja. Hegel no se resignará a esta incom prensión y racio n alizará los actos de la san g rien ta Clío con la invención ad hoc del « E spíri­ tu Universal» y de la «astucia de la razón». o sea de 1455 a 1549. pues. en los que siem ­ pre acertó a m ontarse. e l h ijo de A lejan d ro V I.1 Con todo. desde allí a rri­ ba no esperó a cu m p lir un año de pontificado p ara e rig ir cardenales in pectore a sus sobrinos don Luis Ju an del M ilá y a nuestro Don Rodrigo. d e fe n d ie n d o q u e e l c a ste lla n o s e lla m e « e sp añ o l» . p e ro e l p a p a m ism o e r a llam ad o . el veneciano Pietro B ar­ bo. fue probablem ente destinado a la Iglesia a la edad m ínim a canónicam en­ te exigida. el prim ero solicita y obtie­ ne del p a p a N icolás V que Rodrigo pu ed a a u se n ta r­ se de su diócesis. a veces a ú ltim a hora y deci­ diendo m anifiestam ente la elección. ya que predom inantem ente c a ta la ­ na fue. pero. p o r lo m e n o s? E n la c o rte de A le ja n d ro se h a b la b a in d istin ta m e n te c a ta lá n o c a ste ­ llano. . «el in ­ tru so c a ta lá n » . lo s q u e d e fie n d e n qu e se lla m e « e sp a ñ o l» . que era hijo de una h erm an a de Alfonso de B orja (Calixto III. nom bró a éste Vice-Canciller de la Iglesia. C u an d o . Pero. porque. ya porque fuese realm ente com peten­ te en el cargo de vice-canciller. o s e a « vale n cian o » . el m ás querido. Nacido en Játiva en 1432. el nepotism o de Calixto III fue p a rticu la rm e n te odiado en Italia y en Roma. altri accenti avere in bocca non piaceva. acaso el m ás brillante. m ás im portante todavía. aunque no ca­ reciese en ab so lu to de precedentes. Paulo II. El 8 de a b ril de 1455 Al­ fonso de B orja se vio exaltado a la C átedra de Pedro y tom ó el nom bre papal de Calixto III. don J u liá n M a r ía s « p a d e sc e a llu c in a c ió n » . aunque no. a quienes los rom anos llam aban «los catalanes». ítem m ás. los súbditos de la corona de Aragón. en general. el año 1449. el caso es que Rodrigo de Borja conservó este puesto d u ran te los 34 años que siguieron a la m u erte de su tío Calixto III. c o m o lo p ru e b a el h ech o de q u e tres len gu as u n iv e rs a le s siga n d e sig n á n d o se p o r su o riu n ­ dez: el latín . o a am b o s. Jofre de B or­ ja. la presencia 608 ■K dicha corona en Italia. a u n q u e su ú ltim a c o n q u ista p o r la co ro n a d e A rag ó n h u b ie se sid o h e c h a p o r un re y —A lfo n so V — c u y o p a d re h a b ía in a u g u r a d o u n a d i­ nastía castellan a. E n fin . Valenza [su b ra yad o m ío] il colle Vaticano occupalo avea. co m o dii (a Kl B ró c e n s e . un te s ­ tim onio extra n jero com o el de B em b o e s el qu e pu ed e h a c e r m enos fe so b re el n o m b re d e u na len g u a. 609 . e Inocencio VIII. c u a n d o en su a r tíc u lo « ¿ C u á n ta s d iv is io n e s tie ­ ne el p a p a ? » (El País. lin g ü ísticam en te. o sea a los 6 años. el prim er Piccolomini. Rodrigo de B orja fue confirm ado en el cargo po r otros cuatro papas sucesivos (Pío II. la s len gu as de los d o cum en tos o fic ia le s eran tan­ to el c a ste lla n o c o m o el c a ta lá n . el á r a b e y el in glés. a le g a el te stim o n io d e B em b o . no s e p u e d e r e p lic a r sin o que. n ecesariam ente de p arentesco m ás rem oto con Alfonso. tra d ic io n a l y re c ib id a en to d a s p a rtes. a d e s p e c h o q u e en C a ta lu ñ a se c o n se rv a s e la tra d ic ió n d e u s a r el la tín co m o le n g u a d e la d o c u ­ m en tación c a n c ille r e s c a h a sta el s ig lo X V I . en cu a n to a l rein o d e N á p o lc s. tra s o tra s v arias prebendas y m isio­ nes. che Spagnuoli»-. m á s b ien p o d ría a p o y a r p r e c i­ sam en te q u e lla m a r « esp añ o l» a l c a s te lla n o e s un e x tra n je r is m o y qu e en c a ste lla n o e l c a ste lla n o se lla m a c a ste lla n o . en cuya universidad desea que com plete sus estudios. ciertam ente. Por eso. Sixto IV. e alie nostre donne oggimai altre voci. ¿c ó m o s a b e M a ría s q u e con voci» y « accenti» «Spagnuoli ». fu e s ie m p re lla m a d o «il D u ca Valentino ». q u e re firié n d o se a la c o rte de A le ja n d ro V I d ic e : «Poiclté le Spagne ii se vi re il loro Pontefice a Roma i loro pópoli mandato aveano. p o r o tra p a rte. a ' nostri uomini. ya fuese por su habilidad m aniobrera en los cu atro cónclaves que precedieron a su propio pontificado. Para I. P o r lo d em ás. la m ás esp o n tán ea . ju stam e n te . apenas había cum plido el segun­ do año cuando. el tristem en te fa m o so C é s a r B o rgia. G iam battista Cibo. B e m b o se e s tu v ie s e re firie n d o a l c a ste lla n o y no m ás bien a l c a ta lá n .De estos c u a tro sobrinos o nepotes. e s p re c isa m e n te lo c o n tr a r io : la d e n o m in ac ió n de u n a le n g u a p o r su o riu n d e z es. Isa­ bel. p ara resid ir p rim ero en Roma con él y después en Bolonia. pero B orja tam bién p o r su padre. po r nom bre papal). au n s ie n d o d u q u e d e Rom agna. el p rim e r Della Rovere. d ic e n q u e lo o tro « s e r ía ig n o ra r la h isto ria » . es decir. en el c a rro del vencedor —acred itan d o con ello a su favor la g rati­ tud de éste—. 6 d e a g o s to de 1978). genovés como su antecesor). p o r serlo. e n tre o tr a s c o s a s . aunque Calixto III m urió al año siguiente. desde el «¡D esperta ferro!» de los alm ogáva­ res en el siglo X I II y principios del X IV . hasta su propio pontificado en 1492. fue Rodrigo de Borja. Siendo Alfonso de B or­ ja todavía cardenal y su sobrino Rodrigo ya canónigo de Valencia. Esto fue decisivo. el segundo de a bordo en la B arca de Pedro. se extendió a Jaén. segundo y últim o año de la legación pontificia de Rodrigo de Borja. sin que al final se hiciese averiguación alg u n a ni castigase a nadie. y adem ás solam en­ te entre eclesiásticos. a su vez. pero tal vez pueda citarse como precedente de la u lte rio r proliferación de bu las ya directam ente otorgadas al p o d e r se cu la r que acab a­ rían configurando y coronando el fam oso patronato o patronazgo religioso de los reyes de Castilla y des­ pués de E spaña. Cardenal de E spaña —tam bién llam ado «El Gran Cardenal»—. había sido hecho arzo­ bispo— desde su p artid a en 1449 hasta su m uerte.lo que concierne a n u estro caso. al m enos según Prescott. La clerecía castellana. consum aron la m atanza y el despojo. q u itad o el e sto r­ bo. 611 . que. ocurri<l. Apaciguó en cierto m odo —y esto va según las crónicas de Diego E nríquez y H ern an ­ do del Pulgar— las relaciones entre E nrique IV y los preconizados príncipes Isabel y Fernando. quien por haber defendido a los conversos fue asesinado en m isa p o r los c ristia n o s viejos. C onfir­ mó la disp en sa pontificia que. hab ía sido p u esta en entredicho. com o fin declarado el de pedir un subsidio p ara una cru zad a co n tra el Turco. 610 la sospechosa m u erte del príncipe de Viana. presuntos o verdaderos judaizantes. que em ­ pezó en Córdoba. los m oros y los indios. única vez en que volvió a su país y a su diócesis de Valencia —de la que e n tre ­ tanto. Tanto el co n tin u ad o r anónim o de la crónica de H ernando del P ulgar com o Andrés Bernáldez. La m isión tenía. puede ten e r im p o r­ tancia su m isión a E spaña com o vicario a latere de Sixto IV en 1472-1473. paces que ¡nerón un tanto superficiales.i once años antes. H ay q u ien ha a trib u id o la fa ls ific a c ió n d e e s ta d is p e n s a al p ro p io rey do n J u a n II de A ragó n . cosa <|ue tuvo im portancia para González de M endoza —ya tal vez confirm ado com o cardenal p o r gestio­ nes del legado don Rodrigo de B orja—>pues habien­ do hecho d e sistir al rey de sem ejante intento se ganó sin duda el favor de Isabel y Fernando. vienen a rem itir la tragedia de aquellos hom bres a la actuación de San Vicente F errer entre 1390 y 1415. p ara a c ab a r con los precedentes de lo que interesa. y prosiguió en A ndújar y en otras poblaciones andaluzas.2 Y. en principio. apenas cinco años después. p a d re d e F ern an d o. verdadera corona de espinas para tres progenies: los judíos. donde costó la vida al condestable Miguel Lucas de Iranzo. term inó otorgándolo. pero no sin obtener. cuya a n te rio r bula de dispensa. Pero parece s e r que el legado arregló adem ás otras cosas en los reinos de E spaña. En fin. el privilegio a p erp etu id ad de que el obispo y el cabildo de c ad a diócesis del reino de Castilla p udiesen proveer dos canongías po r su pro­ pia cuenta c ad a vez que se diesen las vacantes. el cura de Los Palacios. presuntos o verdade­ ros judaizantes. fuese o no por invención calu m n io sa de los p arciales de la Beltraneja. p o r su consanguini­ dad a través de sus abuelos Don E nrique III y Don Fernando «el de Antequera». hubo en A ndalucía u n a gran m atanza de con­ versos. En realidad esto es bien poca cosa. reunida por delegaciones dio­ cesanas en Segovia. p o r cu an to el rey se dejaría pronto te n ta r p a ra una nueva conjura. todavía indispuestos co n tra él po r 2. actuación —esto no lo dicen ellos. pero h ab ría de decirse cincuenta años m ás tard e con respecto a las conversiones de U ltram ar— realm ente im prudente e irresponsable. reconcilió con Ju an II de Aragón a los barceloneses. aunque de un p a r de ellas ni dan cum plida cuenta los cro n istas ni los autores m odernos se declaran contestes al respecto. y siendo ya arzobispo de Sevilla don Pedro González de M endo­ za. Pues bien. a p esar de su ausencia. empezó en aquella ciudad un nuevo mo­ vim iento co n tra los conversos. conviene reco rd ar que en 1473. necesitaba el m atrim o ­ nio de Isabel de T rastam ara con Fernando de Ara­ gón. y ellos eso mesmo tenían el olor de ios judíos por causa de los manjares y de no ser baptizados. Y puesto 612 caso que algunos fueron baptizados. e dentro de una casa haber diversidad de creencias.. la bula E xigit sincerae del prim ero de noviem bre de 1478 p o r la que se creaba la Santa Inquisición. 613 . apareció. tras conver­ siones prácticam en te forzadas. independientes de las au to rid ad es diocesanas de la localidad donde se estableciese cada trib u n al. en e ste m ism o v olum en . y el aceite con la carne es cosa que hace muy mal oler el resuello. ansí eran tragones y comilones. ni guardaban una ni otra ley.» «. y encubrirse uno de otros [Pulgar]. el se n tir y aun el p e rc ib ir de los c ristia ­ nos viejos: «Los quales con grand ignorancia e peligro de sus ánimas. según debió de configurarse ante el pensar. habiéndose subrogado por una in stitu ­ ción oficial la persecución p o p u lar que desde las conversiones en m asa y p rácticam ente forzadas de San Vicente F errer h ab ía dado lugar a diversas olea­ das de m atanzas de conversos com o la ya referida de 1473. y el otro tener opi­ nión judáica. acabó por co n fo rm ar esa triste grey de los conversos. las costumbres de la gente común de ellos ante la Inquisición. ni más ni menos que era de los propios hediondos judíos. e por judaizar. el caso es que. De manera que en la una y en la otra ley prevaricaban. pronto fueron acom pañadas por asaltos y expolios de las juderías —no promovidos por Vicente Ferrer. por no decir m ás. bajo la au to rid ad del arzobispo. la grey social de los lla­ m ados «m alsines».. no sin cierta resistencia inicial. e fallóse en algunas casas el m arido guardar algunas cerim onias judáicas. y ansí sus casas y puertas hedían muy mal a aquellos m anjare­ jos. Sixto IV otorgó. según Bernáldez. ca lo echaban en lugar de tocino e de grosura por escusar el tocino.. y esto [lo] causaba la cont inua con­ versación que con ellos tenían. donde el Santo T ribunal apenas llevaría tre s años funcionan­ 3. verdadera red de espías espon­ táneos y denunciantes a veces calum niosos. ni ayunaban todos los ayunos. hedían como judíos. e si facían un rito no facían el otro.. manjarejos de cebollas e ajos. pero no guardaban todos los Sábados. [Bernáldez]. po r envi­ dias u odios personales. cosa aun m ás relevante. de cuya am bigua figura pública o repre­ sentación social H ernando del P ulgar y Andrés Bernáldez se com plem entan en d ejarn o s el retrato tal vez m ás fidedigno.»3 Parece que el m ovedor de este nuevo «bolligio» —como se decía en aquel tiem po— fue un dom iniio. lo que m uy pronto sería el p rim er gran privilegio en m ateria religiosa d irectam ente vincu­ lado al poder real. con inquisidores nom brados di­ rectam ente p o r la reina y. tom ó cuerpo y figura. tanto entre cristian o s viejos como entre m oros o incluso judíos. En efecto. E aunque guardaban el Sábado e ayunaban algunos de los ayunos de los judíos. A p é n d ic e n ? 4. refritos con aceite. e la m ujer ser buena christiana. porque no se circuncidaban como judíos según es amonestado en el Testamento viejo. ya que. como atestig u a H ernando del Pulgar ya respecto de 1485 y en Toledo. De esta m anera. V eáse: « D is c u rs o de G e ro n a » . ya que B ernáldez lo lla­ ma «segundo fray Vicente» (por San Vicente Ferrer). el ca rd e ­ nal Mendoza. probablem ente otro exaltado. fray Alonso de San Pablo. y la carne gui­ saban con aceite. y el un fijo ser buen christiano. pero sin duda involuntariam ente suscitados en los c ristia n o s viejos por sus flam ígeras p red ica­ ciones—. hallándose en Sevilla la reina Doña Isabel y el rey consorte Don Fernando. que nunca perdieron el comer a costumbre judáica de manjarejos. mortificado el carácter del baptismo en ellos por la credulidad. tra s las gestiones en Roma encom endadas p o r la reina al obispo de Osma don Francisco de S antillán. e olletas de adefina. 287. p á g .pues con sus bautism os po r aspersión. con oca­ sión de c ie rta s desavenencias que tenía con Nápoles. II conde de Tendilla y futuro m arqués de Mondéjar. El envia­ do era don Iñigo López de Mendoza. a no m ucho ta r­ dar. prácticam ente forzados por la predicación de San Vi­ cente acom pañada de cru en to s asaltos y saqueos de las aljam as. co n tra el pontífice. a un castellano. Inocen­ cio VIII. o m erced a la sola h ab ilid ad diplom ática de éste. en el solio de San Pedro. cono­ 615 . que. incluso m ilitar. con m u ltitu d in ario s bautism os p o r aspersión. p ara ren d ir al nuevo l>apa el debido acatam iento. le enco­ mendó tam bién reconciliar a Roma con su m edio pri­ mo el rey Ferrante.. ya. habiendo sucedido en 1484 a Sixto IV. que al hacerlos irreversi­ blem ente c ristia n o s los exponía en adelante. bajo la fórm ula de presentación.do: «E porque en este caso de la heregía se recebían testigos m oros e ju d ío s e siervos e hom es infam es e raeces. ya nuevam ente separado de Sicilia y de la Corona 614 ile Aragón y puesto. dado que su crónica la refiere al m is­ mo año. engastó en la Corona de C astilla la segunda gran gema de privilegios específicam en­ te eclesiásticos. po r no d ecir sum arísim a. por testam ento de Alfonso el Magnánimo bajo la soberanía de su hijo b a sta rd o Ierrante. m usulm án o paga­ no y po r la que podían ir a d a r con sus huesos en la espantosa m u erte de la hoguera. dignidades y canongías de las nuevas dió­ cesis que se fundasen no sólo en el reino de G rana­ da sino adem ás en las islas C anarias. tam bién todavía en proceso de conquista —a u n q u e ya los re­ yes hubiesen dispuesto levantar y d o ta r en G ran C anaria su p rim era catedral. según tácita sugerencia de las instrucciones reales. La fam ilia de los conversos o «cristianos nuevos». tal vez agradecido a la gestión del conde. que los vieron judaizar. ya indeci­ sos o am biguos —como el propio Pulgar los presenta en el retrato citad o m ás a tr á s —. por su parte. personaje. El tam bién genovés G iam battista Cibo. a la acusación de a p ó statas o herejes de la fe cristian a. se fallaron en esta cibdad algunos judíos hom es pobres e rae­ ces que p o r enem istad o por m alicia depusieron falso testim onio contra alguno de los conversos. e por los dichos destos tales eran presos al­ gunos e condem nados a pena de fuego. rey de las Coronas unidas —aunque sólo. teniendo ya enviado o m andado en­ viar. le había pedido apoyo. que. p rim e ra piedra del fam oso «patro­ nato» o «patronazgo» religioso de la m onarquía española: la bula Orthodoxae fidei del 13 de diciem ­ bre de 1486. E sabida la verdad la Reyna m andó que fuesen ju sticiad o s po r falsa­ rios. se quejó de éste ante Don Fernando. e fueron apedreados e atenazados ocho judíos». cosa ya bien d istin ta y m uchísim o m ás grave que se r todavía judío. con todo. obispos. sum am ente im portante en la sucesión y el entrelazam iento de los hechos con­ cernientes al caso que aquí estoy levantando. las paces convenidas en Italia. por no h a b la r de la to rtu ra y el secreto del procedim iento. p o r la que los reyes ad q u irían el dere­ cho de nom brar. «en régim en de usu fru cto » — de C astilla y Aragón. Por precarias que acabasen revelándose. y siem pre por el m ism o sistem a: una conversión a p resu rad a y superficial o hasta for­ zada. tanto por sí com o p o r su fam ilia. a poco que cualquier indicio real o im aginario ofreciese pre­ texto para ello. el cual. por así (loarlo. supo venderle por C ruzada la ya em pezada conquis­ ta del reino nazarí. y bajo el nom bre papal de Inocencio VIII. V erosím ilm ente a la m ism a gestión. donde dice: «Otrosí. ya fuesen c ristia n o s fingidos. alude H ernando del P ulgar en el cap ítu ­ lo LXIV de la Tercera Parte. a su vi /. di­ ciendo. de acuerdo con la reina. ya incluso sinceros (cosa h a rto verosím il al cabo de dos o tres genera­ ciones) —según esta segunda cita— fue p o r tan to la prim era sobre cuyas cabezas cayó la corona de espi­ nas que las b u las que fueron ad o rn an d o las coronas de los reyes de E spaña constituyeron para tres pro­ genies sucesivas. ad quorum civitatum. quien. según los ca­ pítulos de la rendición. a la vuelta de no m uchos años.. el p ro p io texto de ésta. se lim itó a predi­ car la conversión de los m oros —que. donde al in sta n te el oído reconoce una a n tic ip a c ió n de lo que. poniendo por prelado al jeró n im o fray F ernando de Talavera. algunos de los cuales —y aun el hijo y el nieto del prim ogénito— nos d a rá n que hablar. que en 1492 h ab ía pasado del arzobispado de Sevilla al de Toledo. los lú g u b re s tam b o res del 4. p a ra a ju s ta rs e a las fo rm as de la se p ara c ió n ju risd ic c io n a l. «. al re fe rirse a la e m p re sa g ra ­ nad in a casi explícitam ente bajo el concepto de C ru­ zada. habiendo m uerto (1495) el cardenal Mendoza. lugares y c a stillo s c o n q u is­ tados e p o r c o n q u is ta r ». que a través de nuevas b u las se g u irá n tre n z an d o la co­ rona de esp in as de la conversión y de la hoguera po r apostasía. la constituyeron en arzobispado. acom pañando a los reyes en su visita de julio de 1499. C om oquiera que sea.ciendo el Papa que esta g u e rra e ra tan sa n cta e p ara ensalzam iento de la fe cathólica. p o r su parte. nom bre p ru d en te que. no bien tuvo ocasión de poner los pies en G ranada. no podían ser forzados a aceptarla—. quien se tra|o de Florencia al h u m an ista —o sea. con el propósito o pretexto de ayudarlo. n o ta a p ie d e p á g in a de la p ág. 616 | redoble sin tregua y sin piedad de «las islas e tierras Im nes d escu b iertas e p o r d e s c o b rir»?5 Para m ayor entrelazam iento de las cosas las unas i un las otras. au n q u e. juzgó blando y poco ex­ peditivo el celo religioso del arzobispo Talavera y. y a quien el conde. tom aría com o preceptor para sus hijos. deja e s c a p a r c ie rto giro lin g ü ístico c o n sisten te en d o b la r y s u m a r en dos form as d is tin ta s u n a m is­ m a raíz verbal.. con la condición aneja de «C ardenal Prim ado». al parecer. nos m u e stra ya p o r q ué cam in o la co ro n a de espinas va a a c a b a r trenzándose en to rn o de las sie­ nes de un segundo p u eb lo con el apoyo de la Orthodoxae fidei. p a ra en te n d e r­ nos. 617 . sería uno de los p rim eros h isto riad o res del D escubrim iento y la C onquista. lleg aría m ás ta rd e — a su confesor Jim énez de Cisneros. com o un son­ sonete mil veces repetido e n tre las expresiones. aun resp o n d ien d o a u n a d em an d a de los reyes.4 ¿no e sta m o s oyendo. alcaide de La A lham bra y capitán general del nuevo trino tras la tom a de G ranada. Tanta fue la im p o rta n c ia que en seg u id a cobró el reino de G ranada en la política in teg rad o ra de los Reyes Católicos. locorum el castrorum adquisitorum et quae adquiriré ¡ti futurum». depen­ diendo de Roma. que. Doña Isabel se ap re­ suró a desig n ar p ara arzobispo —el capelo. que. fue ju sta m e n te el conde de Tendilla. 576. p o r c o m p o rta r u n a d isp e n sa a la a u to rid a d e c le siá stic a o rd in a ria —de cuyas ren ta s los p o ntífices so lían s e r celosos d e fe n so res— p ro ­ b ab lem en te tu v iese que ser. con o tro verbo d ife ren ­ te. V éase la N o ta 2 de e s te m ism o texto. oirá. em bió su bula p a ra q u e toda la c le rec ía p a g a se o tra [sfc. m ed ia n te o tra bu la dife­ rente. p a ra llevarla e sta vez de p a rte a p a rte del A tlántico a los d esconocidos pueblos de U ltram ar: c u an d o la le tra de la O rthodoxae fid ei su en a de pronto «las ciu d ad es. bien apoyados p o r la O rthodo­ xae fidei. si la fra se de H ern an d o del Pulgar. pero esta situación d u ró tan sólo siete años. con sus Decades de orbe nono. a uno de esos que llam an de ese m odo— Pedro M ártir de Anglería. e co nsiderados los gastos e tra b a jo s que en ella se h ab ían . (|iic logró del p ap a la O rthodoxae fidei. la q u al fue ta sa d a p o r el C ardenal de E sp a ñ a en c ien t m il flo rin es de Ara­ gón». pidió a los reyes 5. lo que hace s u p o n e r un precedente] d écim a este año de todas las re n ta s de las iglesias e m o n este rio s e o tra s p e rso n a s eclesiásticas. en m edio de los cuales. com o en prem onición. 6 cuyas tres piezas (a saber. en prem io a sus servicios. E s ta c a r t a n o s o fre c e u n a m u e stra p a ra d ig m á tic a del «pragm a de la a m e n aza » . co n la c a ra c t e r ís tic a « p ro y ecc ió n d e la re s ­ p o n s a b ilid a d so b re el am e n aza d o » . tien e q u e p a rtir » — en 619 . págs. —aunque aún se le discute la autoría. 123-365. e igual­ m ente en vida de su padre. y recibiendo. que sólo le corresponde a la m u erte de Don Luis—■. Don F ernando tem ía a Cisneros. del 28 del m ism o m es y año. tom o XXI. que las acom paña) el cronista 6. por lo visto. escribió. quien. del cargo en 1512. A sí. por tanto. por la crónica de H ern an ­ do del P ulgar (véase la N ota 4 de este m ism o texto. que m urió en 1604 sin d e ja r hijo varón). Doña Isabel había dispuesto reservar esta capitanía general a los sucesivos condes de Ten­ dilla. tom a en sus m anos la capitanía general. 1852). a rie s g o d e c o n fu n d ir la s con la s fir m a d a s con C o ló n en la m ism a c iu d a d ca m p a m e n to y el m ism o año. Im p ren ta y estereotipia de M. Historiadores de suce­ sos particulares. ya an cia­ no. 7. ¡por vio­ lento! Y no se equivocaba. c re o — si e s qu e no lo he s o ñ a d o — h a b e r leíd o q u e se la s lla m a . V conde de Tendilla y IV m arqués de M ondéjar. al p arecer quinto hijo varón del ya citado conde de Tendilla y nacido entre 1500 y 1505. Biblioteca de autores españoles. dice: «Tomose concierto.perm iso p ara qued arse algún tiem po en G ranada. pasando po r las cap itan ías de su padre. en la g u erra de conquista. tom o 1. que los renegados o hijos de renegados tor­ nasen a n u e stra fe. las capitulaciones con Boabdil. al referirse H u rtad o de M endoza a la intervención de C isneros en 1599. Rivadeneyra. Diego H u rtad o de Mendoza. como tal. En los prolegó­ m enos de la obra. la m uerte con torm ento que los cristian o s renegados h ab ían recibido. Pues bien. Y hem os de a c u d ir al m ás extenso y m inucioso cronista de la g u erra de Las A lpujarras. el segundo don íñigo López de Mendoza. al parecer. que en 1560. el p rim e r don Luis H u rtad o de Mendoza. pero la ciu d ad m ism a no se logró p o r tom a sino por capitulación. lo que pudo m antenerse p o r tres generaciones h asta el segundo don Luis H u rtad o de Mendoza. p ara em pezar al fin con la de su sobrino. siem pre que hubiese heredero directo m ascu ­ lino. donde cuenta la de 1568-1570. como es notorio. nota a pie de página n. y la c a rta su aso ria y a la vez con­ m in ato ria. se rá el p ro tagonista de la g u e rra y de la histo ria e sc rita po r el tío. se prolongaría con altibajos h a sta la expulsión defini­ tiva de 1610. del 25 de noviem bre de 1491. si bien no tan to com o la de El Lazarillo de Tormes— la Guerra de Granada. don Luis de M árm ol Carvajal (Rebelión y castigo de los m oriscos del reino de Granada. pues. por orden de Don Fernando. colección d irigida e ilu strad a por Cayetano Rosell. cosa que sólo Doña Isabel debió de concederle de buen grado.que desde las p rim e ra s revueltas de 1500 y 1501 y pasando p o r la c ru e n ta g u erra de 1568-1570 y la subsiguiente p rim e ra expulsión. conociendo. que tuvo por capitán gene­ ral a su sobrino don Iñigo López de M endoza (pues. en p lu ra l. el título de m arqués de M ondéjar) y de su herm ano. ya que con su interven­ ción se fraguaron los inicios de la larga desgracia de los m oros —y no sólo de los granadinos. el p rim e r don íñigo López de Mendoza (que se retira. y los dem ás quedasen en su ley por entonces». Don Diego se ve obligado a resu ­ m ir los antecedentes desde la tom a de G ranada.° 10). M adrid. según testim onios de la época. las capitulaciones con la ciudad. con el títu lo anejo de conde de 618 Tendilla —no el de m arqués de M ondéjar. tal co m o se d e s c rib e en el en sa y o « C u an d o la fle c h a e s tá en el arco . del res­ to de A ndalucía—■. y uno se extraña ante este tra tam ie n ­ to con los renegados y se pregunta quiénes puedan ser y cóm o pueden h a b e r sobrevivido a la rendición de G ranada. para conocer la extrem a benignidad de las fam osas Capi­ tulaciones de Santa Fe. sino tam ­ bién de los m udéjares de Castilla y.7 del 29. no nos culpareis. p o r los vencidos y aceptado. acaso sin enm ienda. que. por razón de algunos amores. y si acaso venían a rebelarse con 8. astuto y h asta alevoso. ya «algunos prelados y personas religiosas» hab ían pedido a los reyes «con m ucha instancia que [. c o n la v io le n c ia q u e a d v e n ía ? 621 .. por lo que m ás abajo se verá. y lo mismo se entenderá con los niños y niñas nacidos de cristiana y moro. sino que será interrogada en presencia de cristianos y de moros. p o r lo d em ás.8 se quisiere tornar cristiana. los vence­ dores. y serán castigados los culpados por justicia. en la s sig u ien tes p a la b ra s: «Ved ag o ra lo q u e es v u estro provecho.. no deja de encarecer. y lib ertad v u estro s c u erp o s de m u erte y captiverio.nos tra n sc rib e a la letra y p o r entero. al co m en tar la reacción de los granadinos ante la c a rta del 29. p o rq u e o s ju ra m o s p o r n u e stra fe q u e p a ­ sa d o [se s o b re n tie n d e el « térm in o » . ¿O u é d o c u m en to d e g u e r r a o s iq u ie r a d ip lo m á tic o p u ed e h a­ b e r p re s e n ta d o ja m á s u n a c o n sid e ra c ió n d e d e lic a d e z a s e m e ja n ­ te h ac ia c irc u n sta n c ia s h u m an as p erso n ale s. y los que no se quisiesen b ap tizar vendiesen sus haciendas y se fuesen a Ber­ bería. y si hubiere sacado alguna ropa o joyas de casa de sus padres o de otra parte. com o en efeto veían. pues. se les suele a trib u ir— o al pragm atism o. y.. que ninguna cosa q u e ría n m ás que a c a b a r de vencer. A lo que los reyes —y es de creer. m an­ dando que los m oros rendidos que quisiesen qu ed ar en la tie rra se baptizasen. Y si p a sa d o el dich o térm in o no h u biéred es ven id o a n u e stro s e rv icio . que a gente vencida ningunas condiciones se podían d a r m ás honrosas ni con m enos gravamen. com o yo me inclino a creer. al m enos a ju zg a r por las siguientes p alab ras del propio M árm ol Carvajal: «Y aunque lo que tra tab a n [los moros] era con de­ masiada im p ortunidad [subrayado mío].. no será apremiada a ser cristiana contra su voluntad. nadie podría decirlo. tampoco será recebida hasta ser interrogada. al parecer. la sin­ gular lenidad de las capitulaciones: «Mas la carta fue de tanto efeto. m ás bien Don Fernando que Doña Isabel— no quisieron acceder.. que entre m iedo y vergüenza no p u ­ dieron d ejar de h a c er lo cap itu lad o po r Abí Cacem el Maleh. tan en con traste... com o es m ás que cierto. «aunque estas consideraciones eran san tas y m uy justas. sino a vosotros mesmos [su b ra y a d o mió]. y que si algún moro tuviere alguna renegada por mujer. según la notable diferencia de criterio que. no o s ad m itire m o s ni o ire m o s m á s p a la b ra so b re ello. Si ello es debido a una sincera actitu d de p ru d en cia y tem ­ planza. y que si alguna donce­ lla o casada o viuda. p a rá g r a fo 15 —. en todo caso. especial­ m ente en punto de religión.». q u e e r a de 20 días]. [su brayad o mío]».» «Que ningún moro ni mora serán apremiados a ser cristianos contra su voluntad. p o r el que m ás tard e d e sp e rta ría la ad m ira­ ción de Maquiavelo. se resti­ tuirá a su dueño. Los dos capítulos que expresam ente se referían a la lib ertad de reli­ gión y a la posibilidad de conversiones decían lite­ ralm ente com o sigue: este m ism o volum en.». p o r los vencedores. 620 «Que no se permitirá que ninguna persona maltra­ te de obra ni de palabra a los cristianos o cristianas que antes de estas capitulaciones se hobieren vuelto moros. porque la tie rra no estaba aún asegurada ni los m oros habían dejado de todo punto las arm as. se lo concedieron todo».. com o hoy se diría. y se seguirá su voluntad.» Aun antes de la intervención de C isneros —y si­ guiendo el texto de M árm ol C arvajal—.] diesen orden en que se prosiguiese con m ucho calo r en d e s te rra r el nom bre y la seta de M ahom a de toda E spaña. pero el caso es que el ten o r de las capitulaciones fue estab leci­ do. m ás que de la reina. p o r p arte del rey Don Fernando —y. especialm ente viendo. En vuestra mano está el bien o el mal: escoged lo que os pareciere. sus altezas no se determ in aro n en que se usase de rig o r con los nuevos vasallos. . escribe: «. au nque en sentido inver­ so. que los «renegados o hijos de renegados» de H u rtad o de M endoza incluían tam bién —por de­ 622 signarlos con térm ino analógico— «m ahom etanos nuevos» de segunda.».. con los fa­ m osos «estatutos de lim pieza de sangre») nos reve­ la. para la conversión de los propios m oros de linaje.. no con fuerza ni con violencia. dem ás de esto. dándoles vestidos y otras m u­ chas cosas porque no se extrañasen de volver o tras veces a las disputas. sino con buenas razones y sentencias. de la que p a r­ ticiparon indistintam ente los «m ahom etanos viejos» —ejem plares en esto frente a la a n ticristian a actitud de los c ristia n o s viejos hacia los judíos conversos— se com prenderá fácilm ente no sólo po r su credo. p or lo visto. tenien­ do. Y. a la que tal vez ya em pezaba a recaer y a rre c ia ­ ría m ucho m ás en los siglos X V I y X V I I sobre los judíos conversos o «cristianos nuevos». y buscaron todos los linajes que venían de christianos [subrayado mío] y convirtieron y bautizaron m uchos de ellos y los mo­ ros tuvieron esto po r m uy mal. puestos los ojos en otras conquis­ tas. el m ucho m ás acred itad o «cura de Los Pa­ lacios». debían de hab er contraído ya m uchos parentescos con los de linaje moro. n a d a ten d ría de inverosím il—■.. tercera y acaso aun m ás rem o­ ta generación. Cisneros se h ab ía propuesto convertir. El qual con buen celo quísose in fo rm ar de todos los m oros que en qualquier manera venían de linage de christianos [subra­ yado mío]. lo que. halagados po r trato sem ejante. Andrés B ernáldez.] y los que se convertían en esta m a­ nera am ercedábalos y gratificábalos. deseando asim esm o gozar de la li­ 623 . m uy poco acred itad o — c o n tin u ad o r anónim o de H ernando del Pulgar leemos: «. y tra­ taban el negocio con tan ta m odestia y m ansedum ­ bre. tan sólo en un principio soportó supe­ d itarse a los m odales m ansos y respetuosos inicia­ dos p o r el arzobispo de G ranada. po r lo rem oto en este punto de su testim onio. fray F ernando de Talavera. que habiendo disp u tad o gran rato con ellos. no querían que en ningún tiem po se dijese cosa indigna de sus reales p alab ras y firmas. La averiguación de linaje (en todo análoga.. que después fue Cardenal. re­ trocedam os a las crónicas contem poráneas a la ren­ dición de G ranada. los enviaban contentos. y pareció que esto tocaba a m uchos m o­ ros [subrayado mío] y se escandalizaron dello.» El caso es que algunos de ellos. «secta»].. y hacíalos tra e r ante sí..y quedó el Ar­ zobispo de Toledo con el de G ranada dando form a en el convertim iento de la ciudad.a m ás se había atrevido el violento Jim énez de Cisneros. y con ellos solos en buena conversación d isputaban. e tra b a ­ jab a con ellos p o r todos los m edios posibles que se convirtiesen. tales «m ahom etanos nuevos». conform e se previene ade­ m ás en los títu lo s de las capitulaciones tra n sc ri­ tos m ás atrás. «El m edio que tuvieron los prelados para negocio tan im portante —escribe M ármol Carvajal— fue m an d ar llam ar a los alfaquís y m orabitos de m ás opinión en tre los m oros. en la del —p o r lo dem ás. com o tenían. así pues. Pero. sino tam bién porque a ten o r de la insinuación del conti­ nuador anónim o de H ernando del P ulgar que m ás a rrib a he subrayado («y pareció que esto tocaba a m uchos moros»). si es que la in te rp re to bien. y p o r buenas p alabras y presum pciones p ro cu rab a con ellos que se convirtiesen [. Pero incluso antes de esto —al m enos según M ár­ mol Carvajal. sería h a b e r de volver a la g u e rra de nuevo. y la indignada reacción.». «reprobando su seta [es decir...opresión de cosa que tanto sentirían. y les daban a en ten d er las cosas tocantes a la fe cristian a. según H u rtad o de Mendoza... si es que no alte ra el orden de los he­ chos.e quedóse en G rana­ da el arzobispo de Toledo Don Fray Francisco Ximénez. p ara a c a b a r de ver quiénes eran «los rene­ gados e hijos de renegados» que. Y así.» Por su parte. pues. y a los que no se querían convertir echábalos en la cárcel.. aunque p o r o tra p a rte a rro g an te y soberbio. Así em pezó la sublevación del Albaicín.]. «m andó pren­ d er los que entendió e ran m ás contradictores de las cosas de la fe». pues no ap ro ­ vechaban buenas razones con él.. o viceversa. a fu ria de pueblo pusieron las m anos en él y le m ataron [.. p o r in sp ira­ ción divina» [aquí el cronista pone toda su buena vo­ luntad para d a r al caso un happy end decorosam ente cristiano]. habiendo soltado p robablem ente a todos los de­ m ás tras conm inarlos a g u a rd a r silencio —aunque 624 nada nos dice M árm ol C arvajal—..] a to m ar los docum entos de la fe y a ense­ ñarlos al pueblo. que. según la exposición de M árm ol Carvajal). fuese p o r fuerza. En efecto. que tan fatí­ dicos habían sido p ara la progenie de los judíos y que ya probablem ente hab ían em pezado en U ltra­ m ar.]. Sin em bargo. fuese cual fuese el orden de los he­ chos (prim ero los renegados y después los m oros de linaje. que d u ró hasta diez días —del 18 al 28 de diciem bre de 1499— y en la que los alzados llegaron a salirse h asta G ra­ nada para a s a lta r la casa de Cisneros. al arzobispo de Toledo no se le o c u rrió cosa m ejor que m a n d a r a prender a esta m ujer al Albaicín p o r m ano de un tal Sacedo. al estilo Vicente Ferrer. católica y apos­ tólica violencia de C isneros —que h a sta entonces. hom bre principal y dotado de buen entendim iento cuanto a las cosas m orales. acaso p o r respeto a la m ansedum bre del arzobispo titular. y ju n tán d o se m uchos moros. Cuando ya la traían presa po r la plaza de Bib el Bonut. encerrando con él a un capellán «para que con cui­ dado le m etiese p o r cam ino [.. y en un solo día se baptizaron m ás de tres mil personas.. y m ataran tam bién a Sacedo.. p a ra perdición de la progenie de los indios! Pero la santa. am onestando que era vanidad la seta de M ahom a. o estaban a punto de ello. de tra e rle po r fuerza al yugo de Dios. Velasco de B arrionuevo.». y don fray Francisco Jim énez determ inó. pidió el bautism o. De en tre ellos. cria d o suyo. donde le tuvo escondido aquel dia y p a rte de la noche. quien se hizo fuerte en ella y resistió valientem ente el cerco.». Estas am onestaciones fueron de tanto efeto. a este Zegrí Azaa­ tor lo retuvo con grillos «en una estrech a prisión». com enzaron a tra ta rle m al de palabra. com o doble nega­ ción enfática] se convirtiesen. si no le lib rara una m ora debajo de su cam a. acom pañado p o r un alguacil real. com en­ zaron [. el denodado em peño de C isneros se cen tró especialm ente sobre «uno lla­ m ado el Zegrí Azaator. contra los capítulos de las paces [subrayado mío]. po r no a b a n d o n ar a su gente en el peligro.. la explosión en que m ás p ronto o m ás ta r ­ de habían de red u n d a r las tem e ra ria s acciones de Cisneros sobrevino a c a u sa del intento de detención de la hija de un renegado. De modo. los gregarios y su m arísim o s bautizos po r aspersión. o lo m ás cierto. ¡De nuevo. dejada a p a rte toda hum anidad. había soportado verse reprim ida— acabó por e sta lla r no bien se vio enfrentada a la escandaliza­ da y dolida reacción pública de algunos notables del Albaicín ante tales conversiones. y com o les respondiese so­ berbiam ente. y que les convenía a b ra z a r la fe de Jesucristo. que no pudiéndolos b a p tiz ar a cada uno de por sí. diciendo que la llevaban a ser c ristia n a p o r fuerza.. fue necesario que el arzobispo de Toledo los rociase con hisopo en general baptismo. pues. y fue tan ta la priesa. y d entro de pocos días. y así.. la m u je r «com en­ zó a d a r grandes voces. pues. Este contradecía reciam ente qu e los m oros no [sic. po r ser de linaje de los reyes de G ranada.bertad con los vencedores [subrayado mío]. H u rtad o de 625 . h as­ ta que pudo enviarle seguro a la ciudad». que dentro de pocos días vinieron m uchos hom ­ bres y m ujeres a p e d ir el santo baptism o con a u to rid ad de sus propios alfaquís. y entre ellos algunos que ab o rrecían aquel alguacil por otras prisiones que había hecho.. negán­ dose a ser sacado o a sa lir p a ra ponerse a salvo. el conde de Tendilla. «y como el Rey Católico —sigue contando M ármol Carvajal— no vio ca rta del arzobispo de Toledo. lo que e ra en tre ellos señal de rom pim iento. y es cierto que trató de su b ir una p rim era vez al Albaicín con voz de paz.Mendoza da a su padre. aunque m ucho m ás se aplacaron después cuan­ do el propio arzobispo llegó. acom pañado por un capellán. y lo s en v ió a su c o le g io d e A lc a lá de H e n ares.. ante cuya relación los reyes. y culpándole. evidentem ente.. No he creído ociosos tales porm enores. parece ser que por Granada no volvió a recalar nunca ja m á s. y él en m ayor gracia con ellos». 10. por carta del secretario de los reyes. lanza. que había alborotado y puesto en condición [sic. una total desautorización de las actuacio­ nes de Cisneros. expidió po r delante a un com ­ pañero de orden. que m ás se habían a l­ zado en favor de sus reales firm as que con voluntad de hacer novedad.10 9. que por tales prendas acabaría siendo llam ado «el ter­ cer rey de España». les serían guar­ dadas sus capitulaciones». y que dem ás desto. en­ careciendo la a ctitu d de Talavera. porque los m oros le apedrearon la adarga. discul­ pándose con tan buenas razones. en­ tendió que por su causa había sucedido tan gran de­ sorden. p a ra q u e lo s p u s ie ­ sen en su lib re ría » . y sólo después de él volvió a su b ir el conde de Tendilla. que los Reyes que­ daron satisfechos. m an d ó e n c u a d e rn a r lo s o tros. el cual con su m ucha elocuencia y discreción9 lo allanó todo [. cap i­ tán general del reino de G ranada. o falta algo o hay que sobrentender «tal condición» o «condición de perderse»] el reino que tanto había costado conquistar. una tácita pero evidente cen su ra hacia Cisneros). com o ellos decían.) 627 . (M á rm o l C a rv ajal.]. diciendo que había sido causa de que viniese aquel hombre a G ranada. para ilu stra r no sólo las diferencias entre Don Fernando y Doña Isabel tanto respecto de Cisneros com o de cuanto tocase a la religión. Pese a todo lo cual. y «con tan buen sem blante y ro stro tan sereno com o cuando iba a p redicarles las cosas de la fe» (Mármol Carvajal. com o bien se echa de ver. Pero Cisneros. pues se debía entender. En cuanto a éste. fray Francisco Ruiz. pero M árm ol Carvajal dice que fue el arzobispo de G ra­ nada el que subiendo al Albaicín. y q u em a n d o lo s q u e to c a b a n a seta.. tenebroso y violento franciscano. del fra­ caso de su m ensajería. al enterarse. p o rta ­ d o r de una cruz. aunque. pero habiéndo­ sele em borrachado el m ensajero —un esclavo ca­ n ario que le h ab ían recom endado p o r form idable c o rre d o r—>fueron o tro s inform es los prim eros que 626 acerca del asunto recibieron los reyes en Sevilla. « D isc re c ió n » ven ía a v a le r en to n ces p o r lo q u e ho y d e s ig n a ­ r ía m o s c o m o « b u en a la b ia » . consiguió a p acig u ar a los alzados. pero hubo de volverse sin lo g rar arreglo. h a sta la plaza de Bib el Bonut. o se a u n a s u e rte d e m e s u ra d a y p e­ n etran te a g ilid a d e x p re s iv a y fu e rz a d e c o n v ic c ió n en e l h ab lar. todo el m érito del apaciguam iento. ya desde el tercer día de la revuelta había tratado de escudarse ante los reyes ad elantándose a enviarles a Sevilla un m ensa­ jero con un pliego de su m ano que adobaría sin duda los sucesos conform e a su versión. que en toda la narració n del episodio. alu d ien ­ do. sino en favor de sus firm as» (M ármol Carvajal). diciendo que el Albaicín no se había alzado contra sus altezas. a los com prom isos de las Capi­ tulaciones sobre no se r forzados a d e ja r su fe. pro­ m etiéndoles que el arzobispo y él «les alcanzarían el perdón y la gracia de sus altezas. y p o r algunos criados desarm ados.. «perdieron parte del enojo que te­ nían. po r el con­ traste.». O tra d e la s a g r e s iv a s y d e s a fia n te s a c c io n e s d e C isn e ro s en G ran ad a fu e la Bücherverbretmung de lib ros requ isad os: «Les tom ó gran c o p ia d e v o lú m e n e s d e lib ro s á r a b e s d e to d a s fa c u lta d e s . sino tam bién la superioridad intelectual y tem peram ental sobre los reyes de aquel sin duda agu­ dísim o y honesto. seguram ente por im posición de Don Fernando. para desgracia de tantos miles de hom bres. O sea. y cuando los apelaban con el nom bre de los reyes «daban color a su negocio. se enojó tam bién con la Reina. y en enero de 1500 lleva­ ron la antorcha de la rebelión a G üéjar. que apenas da detalle de los episodios. El continuador de P ulgar detalla m ucho sobre la tom a de Andarax: «Este día se tom ó una parte principal de la dicha An­ darax. convirtieron la ciudad y bautizaron m ás de setenta mil personas grandes 629 . porque se habían recogido a la dicha Andarax. la de L aniarón por el rey Don Fernando y la de A ndarax p o r el condestable ae N avarra. lograron huir. el conde hizo p a s a r a cuchillo a los defensores y a los m oradores. aunque se refiera a u n a región algo m ás m eridional. La su­ blevación de Güéjar. algunos christianos del exército se soltaron por ro b a r y e n tra r en donde estaban los m oros. el 7 de m arzo de 1500. que en la sola mez­ quita m urieron m ás de seiscientos. según la del con tin u ad o r anónim o de H ernando del Pulgar —m ás creíble. B ernáldez no da detalles al respecto. no sólo puede ser m u estra de lo que digo. se rebelaron m uchos m oros nuevam ente convertidos en la S ierra Bermeja. se recogieron los m oros. La incongruencia entre la frase final («después acá la A lpujarra está pacífica») y la p ri­ m era del p á rrafo que inm ediatam ente sigue. m uchos m oros y m oras de otros lugares de las dichas Alpujarras.Pero el roto dejado no tenía ya posible com postu­ ra: al parecer.11 que estaban 11. sino que apoya tam bién. y el saco que allí se hizo fue muy grande. p o r o tra parte. según el cual C isneros fue retirad o de G ranada inm ediatam ente después de la sublevación del Albai­ cín] y la clerecía de G ranada. al parecer. que había durado del 18 al 28 de diciem ­ bre de 1499. que es algo m ás fuerte. porque muy grand p a rte de las riquezas de las A lpujarras e sta ­ ban allí recogidas. La de G üéjar fue rep rim id a por el conde de Tendilla.. conde de Lerín. la sospecha de los críticos de que e sta continuación anónim a de H ernando del Pulgar probablem ente es obra de d istin ta s plum as: «En el año de quinientos e uno luego seguiente. que fue cosa de m uy grand lástim a en todos los dem ás m oros y m oras que fueron presos y se soltaron librem ente.». fueron m u­ chos allá y m ataron m uchos m oros y m oras en n ú ­ m ero de m ás de tres mili ánim as.. d o n d e se h a b ía n re c o g id o la s m u je ­ re s y n iñ o s d e a q u e llo s lu g a re s» . L aniarón y Andarax.. y se to rn aro n ch ristian o s conform e a lo que se capituló con el Rey Cathólico. donde había m ucho núm ero. Lanjarón y Andarax concluyó. e les ficiesen sab er com o la voluntad suya e de la Reyna era que todos fuesen christianos [.] e dejó orden como pre­ dicasen a los m oros la san ta fee e bautism o. y se com enzaron a revolver unos con otros. y en la o tra parte. cu a re n ta notables de la sublevación del Albaicín. y com o se sentió en el exército. M á rm o l C a r v a ja l no h a b la de d e sm a n e s d e lo s so ld a d o s y pone al p ro p io c o n d e d e L e r ín p o r s u je to d e la fr a s e «vo ló con p ó lv o ra la m ezq u ita m ayor. El cu ra de Los Pa­ lacios. Luis de Viamonte.] e dende a pocos días prosiguiendo lo susodicho los dichos Arzobispos [aquí B ernáldez no está conteste con M árm ol Carva­ jal. y después acá la A lpujarra está pacífica». Las versiones de los cronistas no están contestes con la de H u rtad o de M endoza en cu an to a la c ru eld ad del padre de éste en Güéjar: según Don Diego... Y esa noche se capituló que otro día de m a­ ñ an a se entregasen todos los dichos m oros y se tornasen christianos. e dejó a buen re­ caudo todas las fortalezas [. y quando fue el día segundo a las nueve o ras habiendo los m oros entregado las arm as conform e a lo capitulado. por ser contem poráneo— los rendi­ dos fueron llevados a G ranada y puestos a la venta. Pero no adelantem os el curso de los hechos. e los convirtiesen p o r ciencia e buena razón.. nos cuenta su final de esta m anera: «e tom ó p o r partid o [habla del rey] todas las A lpujarras. y com o el lugar m ás p rincipal y m ás fuerte. Me he detenido en este pasaje con la in­ tención de que se considere qué se podía e sp e ra r de una conversión colectiva conseguida en sem ejantes circunstancias. 628 allí recogidos. e chicas en G ranada y su com arca, de m anera que en toda la ciudad no quedó ninguno po r bautizar». Todavía, pues, en m arzo de 1500, al m enos según nos los presen ta el pasaje de B ernáldez, no puede d ecir­ se que la conversión y el bautism o —aun a despecho de la referencia a la voluntad de los m onarcas, que en ningún caso, tiem po ni lu g ar p o d rá evitar tener siquiera un punto de om inosa, si es que no incluso de con m in ato ria— fuesen om ním oda y d eclarad a­ m ente constrictivos. Por conversión forzosa, sin em ­ bargo —y, p o r tanto, c o n tra ria a la C apitulación de 1491, que concedía a los granadinos conservar su credo—, la tuvieron, según M árm ol Carvajal, y si es que no la tra s tru e c a con la de 1502, los propios m o­ ros, pues reclam aron contra ella ante el S ultán de Turquía, el cual respondió con la am enaza de com ­ p o rta rse de igual m odo con los m uchísim os c ristia ­ nos que vivían, respetados en su fe y su culto, en los dom inios del im perio. (Estas em bajadas tuvieron un precedente casi totalm ente análogo, salvo que los m ensajeros del «Gran Soldán», dos franciscanos del Santo Sepulcro, se dirigieron p rim ero a Roma, de donde el papa los rem itió, con un breve, a los Reyes Católicos, en 1489, según H ernando del P u lg a r—ca­ pítulo CXII de la tercera p a rte de su cró n ica—, que refiere tam bién cómo los reyes, aun m anteniendo, en su respuesta al sultán, su derecho a la dom inación política sobre el reino de G ranada, encarecían su res­ peto hacia las libertades civiles y hacia la religión islám ica de sus nuevos súbditos, lo que bien pudo constituir un com prom iso que reforzase la inicial ac­ titud de tolerancia religiosa, prom etida en las Capi­ tulaciones de S anta Fe, de 1491.) Es c urioso que esta vez el m ensajero enviado por los reyes ante la S ubli­ me P uerta fuese ni m ás ni m enos que Pedro M ártir de Anglería, ya p o r entonces, casi seguram ente, pre­ cep to r de los dos hijos m ayores del conde de Tendi11a: Don Luis, fu tu ro su ceso r de éste en la capitanía 630 general del Reino de G ranada, que tenía entre 12 y 13 años, y Don Antonio, fu tu ro prim e r virrey de N ue­ va España, que a n d a ría po r los 10. Pero aunque, com o se verá, no es p o r cap rich o el haberm e dem orado hasta aquí en tales detalles, abre­ viemos. Tras las ya referidas conversiones de la ca­ pital, los arzobispos de Sevilla y de G ranada y los obispos de M álaga, G uadix y A lm ería enviaron pre­ dicadores de la fe c ristia n a a o tra s com arcas del rei­ no de G ranada, donde fueron m uy m al recibidos por los m oros, que m ataron a algunos y singularm ente a dos clérigos de Alcalá con m uerte de torm ento. A raíz de lo cual, —volviendo a tra n s c rib ir de Andrés B ernáldez—, «en el m es de Enero del año de 1501, estando la corte en G ranada, alborotáronse los m o­ ros de S ie rra B erm eja e de las co m arcas de Ronda, e alzáronse p a ra se defender o p asarse allende [esto es, allende el m ar, o sea a M arruecos o Argel], antes que no se r christianos, e p o r tem or que habían fe­ cho m uchos daños e m uertes en los christianos, e ha­ bían m atado entonces a los dos clérigos de Alcalá Antón de M edellín e Alonso Gascón en Daiden, e los quem aron, después de los h ab er m uerto atados a sendos árb o les a cañaveradas e pedradas...». Fue, pues, sin duda, este levantam iento con la subsiguien­ te represión, en la que m u rió con otros ochenta ca­ balleros don Alonso de Aguilar, S eñor de A guilar y herm ano m ayor del G ran C apitán (hecho a p a rtir del cual los cristian o s debieron de se r tan poco am igos de a d e n trarse po r aquellos a n d u rria le s que, según M árm ol Carvajal, en septiem bre de 1570 fueron h a­ llados todavía insepultos y «blanqueaban calaveras de hom bres y huesos de caballos am ontonados»), lo que acabó p o r d ecidir a los Reyes Católicos a lib ra r la pragm ática del 12 de febrero de 1502, po r la que la conversión forzosa se dictaba no sólo p ara los m o­ ros de G ranada, sino tam bién para los m udéjares de los reinos de León y de C astilla —y p o r ende de todo 631 el resto de A ndalucía—, concediendo, al parecer, un plazo de tres m eses p a ra exiliarse de E spañ a los que quisiesen seguir siendo m ahom etanos, po r lo m enos a tenor de los Anales breves de Lorenzo Galíndez Carvajal, no según Bernáldez, cuya crónica om ite —o da tal vez p o r so b ren ten d id a— la opción del exilio y se lim ita a decir: «... habido su consejo [el Rey y la Reyna], m andaron de hecho que todos los m oros del reyno de G ranada, e todos los m oros m udéjares de C astilla e A ndalucía, dentro de dos m eses fuesen ch ristian o s e se convirtiesen a n u e stra S an ta fe Cathólica e fuesen baptizados, so pena de se r esclavos del Rey y de la Reyna los que fuesen realengos, e los de los señoríos esclavos de los señores, e predicán­ doles en toda C astilla donde los había, y en el reyno de G ranada, y cum plióse el plazo de los dos m eses en el mes de Abril del dicho año de 1502 [Galíndez Carvajal habla de tres m eses p a ra el exilio y los da p o r cum plidos en mayo, m es tra s el cual no se les deja ya salir, sino sólo hacerse cristianos, y no hace m ención de la esclavitud], E ansí de ellos converti­ dos de buena voluntad, e todos los m ás contra toda su voluntad [subrayado mío], fueron baptizados con­ siderando que si los p adres no fuesen buenos c h ris­ tianos, que los fijos o nietos o viznietos lo serían. E aquí cesó la descom ulgada m ezquita del m alvado M ahom a en Castilla, a la qual pusieron perp etu o si­ lencio, com o a cosa m uy em ponzoñada e em pecible, los buenos e bien aventurados y de p e rp e tu a y glo­ riosa m em oria Don F ernando e Doña Isabel, Reyes de España». En la corona de Aragón la conversión forzosa de los m udéjares no llegaría a im ponerse has­ ta 1526, o sea bajo el e m p erad o r y el m ism o año en que se estableció en G ranada la S an ta Inquisición. A sus recuerdos de infancia de las sublevaciones del Albaicín en 1499, de Güéjar, L anjarón y Andarax en 1500, de S ierra B erm eja en 1501, y a m u ltitud de pequeños episodios posteriores d u ran te la capitanía 632 general de su padre y acaso tam bién de la de su h e r­ mano, debía, así pues, de referirse don Antonio de Mendoza cuando —ya virrey de Nueva E spaña des­ de once años a tr á s —■,en su pliego de descargos del 30 de octubre de 1546 y en contestación al cargo 38 de la lista p rese n tad a p o r Francisco Tello de Sandoval contra él (véase la N ota 4 de este m ism o texto, pág. 581), alega: «como se haze en esp añ a con los erejes e ynfieles que la gente los acuchillan en el ca­ mino sin que sea a cargo de justicia»; y m ás abajo: «y en el rreyno de granada se acostum bra a c añ au erear y a p e d re a r m uchos m oros de los que an rrenegado nuestra sa n ta fe», donde, puesto que el cargo 38 lo incrim inaba de h a b e r m andado aperrear (o sea ha­ cer m o rir destrozados entre las fauces de los perros) y fu silar con una b a la de cañón a gru p o s de indios puestos en hilera, se ve bien h a sta qué punto la co­ rona de espinas que cayó sobre la progenie de los mo­ ros (tan sem ejante a la que ya h ab ía ceñido y aún seguiría ciñendo las sienes de la de los judíos) c ru ­ zó el Atlántico en las m ientes y en el alm a del segun­ dón del conde de Tendilla y discípulo del h um anista (o sea, p ara entendernos, uno de esos que llam an de ese modo) Pedro M ártir de Anglería, p ara ir a caer sobre la progenie de los indios bajo idéntico argu­ mento, puesto que, según el núm ero 188 del in terro ­ gatorio p rep arad o p o r don Antonio de M endoza el 8 de enero de 1547 p a ra a p e la r co n tra la lista de c a r­ gos de Tello de Sandoval, y en resp u esta al m encio­ nado cargo 38, «la ju sticia que se hizo de dichos indios después de ganado el peñol de M istón, convi­ no hacerse por los grandes delitos que dichos indios habían hecho contra Dios N uestro Señor, siendo [ya] bautizados e industriados en las cosas de la fe [su­ brayado mío]». Digamos, p ara satisfacción de los lec­ tores, que el virrey don Antonio de M endoza salió absuelto de la «visita secreta» de Tello de Sandoval —prácticam en te equivalente a un juicio de resi633 ciencia— por sentencia del Consejo real y del Conse­ jo Real de In d ias,12 el 14 de septiem bre de 1548, o sea diez años y cu atro días después de la fecha de la c a rta p o r la que el em perador, al ord en arle reti­ ra r cualesquiera copias de la bu la S u b lim is Deus (en la que el papa Paulo III establecía que los indios «son verdaderos hom bres» [...y] «no pueden se r privados de su lib ertad po r m edio alguno, ni de sus propieda­ des, aunque no estén en la fe de Jesucristo; y podrán libre y legítim am ente gozar de su lib e rta d y de sus propiedades, y no serán hechos esclavos») que hubie­ sen podido filtra rse h a sta las Indias, le daba la p ri­ m era gran ocasión de d e m o stra r su acendrado celo gibelino, com parable, por cierto, con el que cinco m e­ ses antes de la citada absolución p o r los consejos —dicho sea a títu lo de cu rio sid ad — su herm ano don Diego H u rtad o de M endoza, a la sazón em bajador, por m ás que a trab iliario e incom petente, ante la San­ ta Sede, supo, no obstante, dem ostrar, al im poner al m ism o pontífice Paulo III la aceptación de la taja n ­ te negativa del em perador, con el cerrad o apoyo de los cardenales españoles, de tra s la d a r a Bolonia, tal com o por tem or a la Liga de S m alkalda el papa de­ seaba, la sede del Concilio, ya establecido desde 1545, huelga decirlo, en Trento. Para acabar, en fin, con la corona de espinas que, po r la férula de una fe c ristia n a im puesta y la im ­ postura de u nas conversiones constrictivas y unos bautism os radicalm ente sacrilegos, vino a caer so­ bre la progenie de los m oros, la c ircu n stan cia por la que se inició el rem ate de su definitiva destrucción fue la visita al tercer papa Medici (Angelo), Pío IV por nom bre pontificio, y sobre el año de 1559 o el 12. C u ya p re s id e n c ia e s ta b a d esd e 154 6 — tra s la m u erte del p r i­ m e r p re sid e n te , fr a y F r a n c is c o G a r c ía d e L o a y sa — en m an o s de do n L u is H u rta d o de M en d o za — h e rm a n o m a y o r de Don A nto­ nio, e l v ir r e y —•, n o m b ra d o p a r a el c a rg o tra s a b a n d o n a r la c a p i­ ta n ía g e n e ra l de G ra n a d a . 634 siguiente, de don Pedro G uerrero, arzobispo de G ra­ nada, presente p o r entonces en Italia con ocasión de su asistencia al Concilio de Trento.13 H abiéndo­ se, así pues, probablem ente, escandalizado el Santo Padre ante la descripción del arzobispo sobre la con­ flictiva y e m p an tan ad a situación que, po r querellas de jurisdicción o po r em ulaciones en tre la capitanía general (ya, por entonces, en m anos del segundo don Iñigo López de M endoza, IV conde de Tendilla, pero iniciadas en tiem pos de su padre, Don Luis) y las autoridades judiciales, atravesaban los m oriscos del Reino de G ranada, que, atropellados o com o e s tru ­ jados entre u n a y o tra parte, term in ab an p o r ec h ar­ se m ás y m ás al monte, convirtiéndose en m onfíes, o sea en bandoleros, con lo que se volvían al credo is­ lámico, que nu n ca en su corazón habían abandona­ do; escandalizado, venía yo diciendo, el Santo Padre ante este panoram a, encareció al arzobispo G uerre­ ro su deseo de que se acabase de u n a vez con la «herejía» de los m oriscos (pues p referían u s a r el térm ino «herejía»,.en vez de «apostasía», m ás pro ­ pio desde su punto de vista). Para que se conozca de una voz m ás próxim a el proceso de los hechos, ex­ tra c ta ré unos p árrafos de H u rtad o de Mendoza: «Vínose a causas y pasiones particulares, hasta pe­ dir jueces de términos; no para divisiones o suertes de tierras, como los romanos y nuestros pasados, sino con voz de restituir ai Rey o al público lo que le te­ 13 . M á rm o l C a r v a ja l tr a s tr u e c a tal vez la s g e s tio n e s d e G u e r r e ­ ro, q u e a u n q u e y a e ra a rz o b is p o lo s d o s ú ltim o s a ñ o s d el p o n tifi­ c a d o d e P a u lo I II (que d u ró de 15 3 4 a 1549), m al p u d ie ro n s e r la s p re o c u p a c io n e s de este p a p a la s q u e tra n sm itie se , ta l co m o él e s ­ c rib e , « al re y don F e lip e II n u e stro s e ñ o r» (a m en o s q u e d e sig n e a F e lip e — en to n c es en fu n c io n e s d e reg e n te — c o m o lo q u e ya e ra c u a n d o e s c r ib e su c ró n ic a), c u y o re in a d o no e m p e z a ría , co m o e s n otorio, h a s ta sie te a ñ o s d e s p u é s d e la m u e rte d e P a u lo III. P a re ­ ce, con todo, m ás v ero sím il q u e fu e se con P ío IV y no con P au lo III, co m o él d ice. Y ta m b ién p u d o h a b e r h a b id o m á s d e u n a g estió n . 635 nían ocupado, e intento de echar algunos de sus he­ redamientos. Este fue uno de los principios en la des­ trucción de Granada común a muchas naciones; porque los cristianos nuevos [en este caso, evidente­ mente, no judíos, sino moros], gente sin lengua y sin favor, encogida y mostrada a servir, veían condenar­ se, quitar o partir las haciendas que habían poseído, comprado o heredado de sus abuelos, sin ser oidos.» [...] «Del desdén, de la flaqueza de provisión, de la poca experiencia de los ministros [sobrentiéndase "de jus­ ticia”] en cargo que participaba de guerra, nació el descuido, o fuese negligencia o voluntad de cada uno que no acertase su émulo. En fin fue causa de crecer estos salteadores (monfíes los llamaban en lengua mo­ risca), en tanto número, que para oprimirlos, o para reprimirlos no bastaban las unas ni las otras fuerzas. Este fue el cimiento sobre que fundaron sus esperan­ zas los ánimos escandalizados y ofendidos; y estos hombres fueron el instrumento principal de la guerra. Todo esto parecía al común cosa escandalosa; pero la razón de los hombres, o la providencia divina (que es más cierto) mostró con el suceso, que fue cosa guia­ da para que el mal no fuese adelante, y estos reinos quedasen asegurados mientras fuese su voluntad. Si­ guiéronse luego ofensas en su ley, en las haciendas, y en el uso de la vida, así cuanto a la necesidad, como cuanto al regalo, a que es demasiadamente dada esta nación [la de los moros, se sobrentiende]; porque la Inquisición los comenzó a apretar más de lo ordi­ nario.» Así las cosas, el arzobispo de G ranada se a p re su ­ ró a inform ar a Felipe II de las preocupaciones pon­ tificias, m ien tras que el propio Pío IV escribió, por su parte, sobre su a la rm a an te el m ism o conflicto, a su nuncio en E spaña, don Ju a n B au tista Castaño, obispo de Rossano. El caso es que a finales de 1566, Felipe II reunió una ju n ta de ju ris ta s y teólogos de la que em anó la pragm ática del 17 de noviem bre de 1566, am én de otras posteriores del m ism o tenor, según las cuales, y volviendo a c ita r el texto literal 636 de H urtado de Mendoza, quedó dictado, para los mo­ ros del Reino de G ranada, lo siguiente: «El rey les mandó dejar el habla morisca,14 y con ella el comercio y comunicación entre sí; quitóles el servicio de los esclavos negros a quienes criaban con esperanza de hijos, y el hábito morisco en que tenían empleado gran caudal: obligáronlos a vestir castella­ no con mucha costa, que las mujeres trajesen los ros­ tros descubiertos,15 que las casas, acostumbradas a estar cerradas, estuviesen abiertas; lo uno y lo otro tan grave de sufrir entre gente celosa. Hubo fama que les mandaban tomar los hijos, y pasarlos a Castilla; 14. B ie n d is tin ta fu e la a c titu d del m ism o F e lip e II, a l re sp e cto d e la le n g u a , con la te r c e ra p ro g e n ie d e s tin a d a a r e c ib ir e n s u s sie n e s la c o ro n a de e s p in a s d e la co n v e rsió n y e l b au tism o . A sí, en 158 0 , c u a n d o el C o n se jo d e In d ia s en p len o o p tó p o r la im p o ­ sic ió n del c a stellan o , y n o só lo p a ra la p re d ic a c ió n , sin o p ro b a ­ blem en te ta m b ié n con m ir a s a l co n tro l p o lític o , e l re y se n e gó en redondo, aleg an d o : «N o p a re c e con ven iente a p re m ia r lo s a q u e d e­ jen su le n g u a n a tu ra l, m a s s e p o n d rán m a e stro s p a ra lo s q u e vo­ lu ntariam ente q u isieren a p re n d e r la castellan a, y se d é orden com o se h a g a g u a r d a r lo q u e e s tá m an d a d o en no p ro v e e r lo s cu rato s, sin o a q u ie n s e p a la d e lo s in d io s» . Y a s í, m a n d ó c r e a r d o s c á te ­ d ra s en la s u n iv e rs id a d e s d e L im a y de M éxico , p a ra q u e se d ie ­ sen c la s e s d e q u e c h u a y de n a h u a, resp ectiv am e n te, so b re todo a los c u r a s y a lo s m isio n ero s. P o r el co n tra rio , en 17 7 0 , fu e el C o n se jo de In d ia s qu ien se o p u so a la p ro p o sic ió n d el a rz o b is p o de M éxico, don F r a n c is c o A n tonio L o ren zan a, p a ra q u e se im p u ­ s ie s e a lo s in d io s, o b lig a to ria m e n te , el c a ste lla n o ; p e ro el rey C a r lo s III, a te n ié n d o se a la s d o c tr in a s d e la Ilu stra c ió n , e stu v o de a c u e rd o con L oren zan a y, en c o n tra d el p a re c e r d el C o n se jo de Indias, m an d ó h a c e r o b lig a to rio p a ra los in d io s el ap re n d iz a je y el u so del castellano, «para qu e de una vez — reza literalm ente la céd u ­ la— se llegu e a c o n se g u ir el q u e se extin gan los diferen tes id io m as d e q u e s e u s a en lo s m ism o s d o m in io s, y só lo s e h a b le el c a s t e lla ­ no». (V éase el Apéndice IV d e este m ism o texto, p á g s. 789-791). 15. E n esto , p o r el c o n tr a r io (véase, a q u í e n c im a , la n o ta an te ­ rior), F e lip e II se a n tic ip a b a a la a c titu d d el d e sp o tism o ilu s t r a ­ do y au n d e la s id e a s ilu s t r a d a s v ig e n te s ho y e n d ía, ta l y com o h em o s v is to h ace a p e n a s d o s añ os, co n la g ra n p o lé m ic a fr a n c e ­ s a en to rn o a l u so del c h a d o r en la s a u la s e s c o la r e s y u n iv e rs ita ­ r ia s p o r p a rte d e la s e stu d ia n te s m ah o m e tan as. 637 vedáronles el uso de los baños, que eran su limpieza y entretenimiento; prim ero les habían prohibido la música, cantares, fiestas, bodas, conforme a su cos­ tumbre, y cualesquier juntas de pasatiempo. Salió todo esto junto, sin guardia, ni provisión de gente; sin reforzar presidios viejos, o afirm ar otros nuevos. Y aunque los moriscos estuviesen prevenidos de los que había de ser, les hizo tanta impresión, que antes pen­ saron en la venganza que en el remedio.»16 ¿Para qué decir m ás? Era lo último; y esta vez, aun­ que provocado por los inform es del arzobispo de Gra­ nada, el im pulso decisivo había p a rtid o del celo apostólico del Sum o Pontífice Pío IV, con la ya m en­ cionada c a rta a su nuncio en E spaña y sus encare­ cim ientos al arzobispo para que hab lase con el rey. Por su parte, Felipe II necesitaba m ucho m ejorarse con Roma, ya que el papa inm ediatam ente anterior, Paulo IV (Caraffa) le hab ía retirad o algunos privile­ gios otorgados p o r otros papas, a cau sa de la irru p ­ ción a rm ad a del duque de Alba (virrey de N ápoles a la sazón) en los Estados pontificios, tras algunos inci­ dentes derivados del pacto secreto que el papa tenía concertado, ya desde antes de la tregua de Vaucelles, con E nrique II de Francia, p ara e c h ar de N ápoles a los españoles. Y todo esto se dice aquí tan sólo con el fin de m o stra r de cu án ajenas y rem otas circu n s­ tancias colgaba, en m ayor o m enor grado, la desven­ tu ra de los m oros granadinos. Con todo, hay que tener en cuenta que los m ás intransigentes de la ju n ­ ta —celebrada en M adrid, y en la que no p a rticip a ­ 16. L a p r a g m á tic a a s í e x tra c ta d a p o r H u rta d o d e M end oza re ­ p ro d u c ía — y todo lo m ás, c o m p le m e n ta b a —•, en re a lid a d , o tra de tie m p o s del e m p era d o r, fe c h a d a el 7 de d ic ie m b re d e 15 2 6 y e m a ­ n a d a p o r u n a ju n ta s e m e ja n te , c u y a e je c u c ió n fu e a p la z a d a p o r « su p lic ac ió n » (apelación) d e lo s m o risc o s en 15 2 7 p o r p rim e ra vez, y en 15 3 0 , p o r s e g u n d a , c u a n d o la e m p e ra tr iz q u iso im p o n e rla —a l m en o s en lo to c an te a lo s v e stid o s— en a u s e n c ia del e m p e ra ­ dor. E n 15 6 6 fu e d e s o íd a c u a lq u ie r « su p lic a c ió n » . 638 ron ni el arzobispo ni el capitán general— fueron pre­ cisam ente los religiosos: el cardenal Espinosa, pre­ sidente del Consejo de Castilla, el obispo Gallo de la diócesis de Orihuela, y don Pedro de Deza, del Con­ sejo de la Inquisición y, p o r entonces, presidente de la C hancillería de G ranada, cuyo fervor religioso —fervor que m ereciera m ás el nom bre de «furor»— se im puso a las p ru d en tes pro testas de Don Iñigo, el cap itán general, que dem andaba, p o r lo menos, de­ m ora, circunspección y p au latin id ad p ara tan d rá s ­ ticas m edidas. Según M árm ol C arvajal, fue a c a u sa de la propia im punidad con la que los cristian o s se habían acos­ tum brado a com eter toda su erte de atropellos y de robos co n tra los cam pesinos m oriscos po r lo que se fru stró la intentona inicial de la sublevación, orga­ nizada por un Farax ben Farax, y consistente en un asalto a la propia ciudad de G ranada, apoyado des­ de el Albaicín, desde la sie rra y desde la vega, pues fue precisam ente el deseo de vengar una de tales de­ predaciones (perpetrada e sta vez p o r los alguaciles y escribanos de la audiencia de Ujíjar, deseosos de agasajar, a costa de los m oros, a sus fam ilias, resi­ dentes en G ranada, a donde se dirigían a p a sa r la Santa Navidad) lo que hizo que uno de los grupos conjurados, deshaciendo la sim u ltan eid ad y la so r­ presa, hiciese fracasar el prim er golpe de la insurrec­ ción. Pero el em peño no tenía ya posible vuelta a trá s y pronto se tro c a ría en guerra a b ierta, bajo el m an­ do de un nuevo caudillo: el fam oso Aben Humeya. De la terrib le g u erra, que d u ró h a sta noviem bre de 1570, han quedado —a p arte de u n a relación ofi­ cial, escrita, com o era obligado, p o r el capitán gene­ ral don Iñigo López de Mendoza, para el rey— tres crónicas contem poráneas: la de Diego H u rtad o de Mendoza, la de Luis de M árm ol Carvajal y la de Luis Cabrera de Córdoba —esta últim a inserta en una cró­ nica de todo el reinado de Felipe II. La p rim era ex­ pulsión —in acab ad a— de los m oriscos, consiguien­ te a la guerra, consistió desde luego en un desalo­ jo total de la región de Las A lpujarras y creo que casi total del reino de G ranada; m uchos de los m oriscos em barcaron hacia B erbería —lo que actualm ente lla­ m am os el M agreb—, otros fueron dep o rtad o s a Cas­ tilla y E xtrem adura. El reino de G ranada, por la riqueza de sus recursos, fue pronto repoblado con cristianos de otras regiones españolas, sobre todo ga­ llegos, si no recuerdo mal. La segunda y definitiva expulsión de los m oriscos, que com prendió tam bién a los antiguos m udéjares de Valencia, Aragón y Ca­ taluña (ya convertidos en moriscos, o sea bautizados, desde 1526), ju n to con los del resto de E spaña, fue d ictada po r un bando de Felipe III de 1609, y a des­ pecho de algunas pro testas de los nobles, que a p re ­ ciaban a los m oriscos com o m ano de obra agrícola b a ra ta y com petente p ara sus latifundios, se llevó a cabo, región p o r región, en los años subsiguientes. Así acabó la segunda de las progenies destruidas por esa especie de «In d u stria de S ufrim ientos Inten­ sivos» en que, R om a iuuante, se convirtió E spaña sobre todo a p a rtir de su tan glorificada unidad nacional, bajo un catolicism o que se d iría com o ob­ cecado en hacerles a las o tra s religiones, m onoteís­ tas o paganas, m uchísim os m ás m ártires que los que n unca acertó a darle, por su parte, a la propia de Je ­ sús de N azaret. Lo serían seguram ente los dos cléri­ gos de Alcalá de los G azules m uertos con torm ento en 1501, pero no sé h asta qué punto N uestro S eñor Jesucristo recibiría en su seno como tales, según sus intenciones, al preconizado pero m alogrado p rim e r inqu isid o r de Zaragoza, Pedro de Arbués, asesinado por los ju d ío s en 1485, o aun, según sus hechos, al alguacil Barrionuevo, linchado po r los m oros cu a n ­ do se llevaba presa a una m u jer del Albaicín p o r o r­ den de Cisneros. Viniendo, pues, finalm ente, al caso de los indios, 640 las p rim eras bulas que, com o p rim eras gem as refe­ rentes a U ltram ar, vinieron a en g astarse en la coro­ na de Castilla, po r entonces en cabeza de doña Isabel de T rastam ara, fueron las fam osas y tan discutidas de Alejandro VI (Rodrigo de Borja), fam iliarm ente llam adas «bulas alejandrinas». Respecto de ellas pienso aprovecharm e del m inucioso y encom iable estudio de Alfonso García-Gallo, «Las bulas de Ale­ jandro VI y el ordenam iento ju ríd ic o de la expan­ sión p o rtu g u esa y castellan a en África e Indias» (Anuario de Historia del Derecho Español, M adrid, 1957-1958; reedición en Alfonso García-Gallo, «Los orígenes españoles de las instituciones am ericanas», Real Academia de Ju risp ru d e n c ia y Legislación, Ma­ drid, 1987, págs. 313-659), que, al m enos para un profano o un sem i-pre-iniciado com o yo, resu lta enteram ente convincente. El punto de p a rtid a del es­ tudio de G arcía-Gallo consiste en algo tan elem en­ tal y evidente, una vez propuesto, com o rem o n tar la espontánea e inadvertida inercia de un espejism o de punto de vista histórico, análogo, p o r cierto, al que hace resb a lar a Ju lián M arías en su interpretación del pasaje del cardenal Pietro Bem bo (véase la nota 1 de este m ism o Apéndice, pág. 609); pues, en efecto, así com o a M arías, desde el d istraíd o punto de vista del siglo X X , no se le ocurre p e n sar que el célebre c a rd e n a l17 pueda e sta rse refiriendo a otro idiom a que al castellano cuando habla de «voci» y «accenti» «Spagnuoli», y no al catalán, siendo así que éste era el idiom a fam iliar y al m enos en parte cortesano 17. T en id o p o r el m e jo r la tin ista y « e s c r it o r latin o » d el s ig lo XVI, y au to r, si se m e p e rm ite n re c u e rd o s in fa n tile s, del e p ita fio m ás in co n m en su rab lem en te la u d a to rio q u e p u ed a im ag in arse, d e ­ d ic a d o a l p in to r R a ffa e llo S a n z io en su tu m b a d el Panteón de R om a, y q u e m i a b u e lo ita lia n o tr a ta b a en v a n o d e h a c e rm e tr a ­ d u c ir a m is diez u o n c e a ñ o s, au n q u e y a co n r e su e lta vo c ac ió n d e p é sim o e stu d ia n te : Hic est Ule Raphael lim uit quo sospite uin- ci rerum magna parens el moriente morí. 641 («e Valenza il calle Vaticano occupato avea», dice el propio Bembo) de A lejandro VI, así tam poco a los profanos se nos ocurre considerar, h asta que alguien como García-Gallo nos advierte contra el espejismo, el D escubrim iento de Colón en 1492 m ás que com o una absoluta novedad, com o un com ienzo —y un comienzo enfáticam ente señalado com o un hito m i­ lenario en la H istoria U niversal—, y no com o una continuación, que no o tra cosa era p ara los esp ecta­ dores de 1493 y, por lo tanto, p ara el a u to r de las fa­ m osas bulas, A lejandro VI. Tan es así, que, después de un p rim e r éclat de lo que sólo m ás tard e se sa­ bría que era n ad a m enos que «El D escubrim iento de América», hubo unos años de vacilación y, por así decirlo, recesión ante un d escubrim iento sin duda m ás im p o rtan te —p o r la distancia, po r las dim en­ siones y sobre todo p o r la dirección occidental de la navegación— de lo que podría h a b e r sido, p o r ejem ­ plo, el de las Islas A fortunadas o C anarias, en el su­ puesto de que no hubiese habido noticia de ellas desde la A ntigüedad,18 pero no de un orden de m ag­ n itud distinto, y aun m enos en un grado tan supe­ rio r como el que tiene hoy p ara nosotros. Síntom a claro de esa «recesión» es sin duda el hecho de que 18. N o tic ia q u e s e re m o n ta b a , s i e s q u e no m e eq u ivo co , a lo s c a rta g in e s e s , y en c o n c re to a l P e rip lo d e H an n ó n , p ero qu e, c o m ­ p ren sib lem e n te , ten ia un c a r á c t e r c a s i le g e n d a rio c u a n d o fu ero n r e d e s c u b ie r ta s p o r lo s g e n o v e se s en 1 3 1 2 : L a n c e llo tto d a M alonc e llo d e jó su n o m b re d e p ila h a sta ho y en el to p ó n im o « L a n za ro te». Tal c ir c u n sta n c ia , d ic h o s e a d e paso , p o d r ía tal vez s e r v ir de e x p lic a c ió n p a ra el e x tra ñ o d o b lete de r a íc e s v e rb a le s , a p a re n te ­ m en te s in o n ím ic a s , q u e a p a re c e en la C a p itu la c ió n de la s A lcágovas: « d e s c u b ie rta s e p o r d e sc o b rir, fa lla d a s e p o r fa lla r » , d o n d e con « fa lla r» q u e r r ía a c a s o d e ja rs e co m p ren d id o a q u e llo de lo que, c o m o de la s C a n a r ia s, h a b ía a lg u n a n o tic ia , p e ro fa lta b a la lo c a ­ lización . N o b a s ta b a d e c ir q u e u no h a b ía s id o e l p rim e ro en v e r ta l o c u a l isla en e l A tlán tico ; te n ía q u e s a b e r ta m b ié n d ó n d e se hallaba; a la c a p a c id a d d e s e ñ a la r s u s itio en la s c a r t a s m a rin e ­ ras, co m o el d e la s A fo rtu n a d a s d e s d e 1 3 1 2 , h a b r ía q u e rid o re­ s e rv a rs e , d e s e r c ie r ta m i h ip ó te sis, la s u fic ie n te co n v a lid a c ió n . 642 en 1495 la corona de C astilla restrin g ió a q u inientas las personas que podían p erm a n ec e r a su sueldo en La Española, m andando que las restantes se volvie­ sen a España. D eshacer el espejism o de punto de vista histórico en la consideración del d escubrim iento colom bino de 1492, así com o de las bu las de 1493 que a él se refieren, p asan d o a concebirlos no ya com o un co­ m ienzo sino com o u n a continuación, significa evi­ dentem ente devolverlos al lugar de la sucesión en que se inscriben e in te rp re ta rlo s a la luz de la sola relación vigente de los que son continuación, pero no —y esto es lo que aquí im p o rta— en el sentido débil y genérico en que todo hecho histó rico viene precedido de otros que lo han hecho posible y a la vez lo condicionan, configurando, com o gustan de­ cir los periodistas, «su contexto histórico», sino en el sentido fuerte y específico de su pertenencia a una sucesión m uy especializada de designios, acciones y avatares hom ogéneos: la de las expediciones, ex­ ploraciones y conquistas terrestres y sobre todo m a­ rítim as por p arte de los reinos de Castilla y Portugal, allende el litoral peninsular y m ás allá de las Colum­ nas de H ércules, tanto Atlántico afuera, ya sea ru m ­ bo al norte, ya, preferentem ente, rum bo al sur, com o sobre el África islám ica, en un p rincipio a títu lo de prolongación de esa especie de C ruzada Occidental, reconocida com o tal p o r Roma, p o r lo que yo ahora pueda recordar, al m enos para la g u e rra contra los Almohades, coronada, com o sabe h asta el m ás catea­ do bachiller, con la victoria de 1212 en las Navas de Tolosa, pues bula de S anta C ruzada (Gaudeam us et exultem us) recibió de Benedicto XII el rey de Por­ tugal Alfonso IV, en 1341, p ara su g u e rra co n tra el reino de Fez, aunque sólo su su ceso r Don Ju an I alcanzará definitivam ente, en 1415, la conquista de Ceuta para la C ristiandad. Y es a raíz de este hecho cuando se expiden las p rim eras bulas que, aunque 643 indirectam ente todavía, afectan al asunto que tra e ­ m os en cuestión: la R om anus Pontifex (prim era de este nom bre) del papa M artín V y del 4 de abril de 1418, p o r la que se concede a Ju an I convertir la m ezquita de Ceuta en catedral c ristia n a y la Sane charissim us del m ism o papa y de la m ism a fecha, im portante por se r la ú ltim a bula —al m enos po r cuanto yo pueda sab er— en que se recom ienda la co­ laboración de otros príncipes cristian o s en la «Cru­ zada de Occidente» con el de Portugal, en lugar de excluirlos, en beneficio de uno solo de ellos —que de hecho h a b rá n de ser p rim o rd ialm en te el rey de Portugal o el de Castilla, m utuam ente excluyéndose a su vez—, conform e al que en adelante se m o strará invariable c rite rio pontificio. La m otivación políti­ ca de este c rite rio —que pronto se irá viendo— ten­ d rá unas consecuencias, igualm ente políticas, de alcance incalculable. La in terpenetración y aun parcial superposición de los diversos factores que van a e n tra r en juego en nuestro asunto hace desde luego im posible un en u n ­ ciado lim piam ente exento de cada uno de ellos, pero tam bién hace difícil elegir, de entre las varias en u ­ m eraciones igualm ente válidas, ya sea la teóricam en­ te m ás plausible, ya sea la expositivam ente m ás ordenada y esclarecedora. No habiendo, sin e m b a r­ go, m ás rem edio que a c e p ta r el a lb u r de la elección, será el lector quien juzgue de lo afo rtu n ad o o des­ graciado de la mía, tanto en los enunciados com o en su ordenación, tal como, sin m ás disculpas, allá va: P rimero . El c a rá c te r políticam ente exclusivista que después de la a rrib a c ita d a Sane charissim us de 1418 adoptan todas las bulas pontificias referentes a las que bajo mi sola responsabilidad denom ino Cruzadas Occidentales, frente a las Orientales, en que los rasgos de coalición de P ríncipes C ristianos se conservan, al m enos form alm ente (en el m ando se­ parado de don Juan de Austria, com o capitán gene­ 644 ral de toda la escu ad ra cristian a, y de don Alvaro de Bazán, de la fracción española) m ás de siglo y m e­ dio después, en la g u erra de Lepanto. Este c a rá c te r políticam ente exclusivista tiene que ver con la p au ­ latina transform ación en o tra cosa de lo que sólo al principio pudo concebirse com o C ruzada propia­ mente dicha, tal com o se verá en el punto CUARTO . S E G U N D O . La índole genéricam ente a rb itra l del papel del pontífice a lo largo de las actuaciones de los titu la res sucesivos y sus diversas bulas. He su ­ brayado «genéricam ente» para evitar una confusión indeseable, que es la siguiente: García-Gallo, com o experto ju rista , sabe que el arbitraje es una in stitu ­ ción ju ríd ic a rigurosam ente form alizada, en la que el árb itro no actú a p o r su propio p o d er sino po r po­ deres recibidos de las dos partes litigantes que lo han designado p a ra d irim ir su querella, bajo el com pro­ m iso de obligarse estrictísim am en te a obedecer su dictam en. Y en este sentido rigurosam ente ju ríd ic o rechaza ju n to con otros autores y con toda razón el c a rá c te r a rb itra l que algunos han q uerido a trib u ir a la segunda bula Inter cetera de Alejandro VI, ya sea por no resp o n d er a la exigencia de h a b e r sido solici­ tada por am bas p artes —p resu n tam en te C astilla y Portugal—■,sino en todo caso sólo por Castilla, ya sea por no oto rg arla el p ap a a título de concesión gra­ ciosa a tal solicitud, aunque la haya habido, sino, expressis uerbis, a título espontáneo de su sola potestad apostólica, bajo la ficción v erb al19 de m otu propio. En el sentido ju ríd icam en te form al, ninguna de las bulas que conciernen al caso de que aquí es cues­ tión reúne los rasgos necesarios p ara que pueda 19. « F ic c ió n v e rb a l» no a d u c e a q u í n in g ú n s e n tid o p e y o ra tiv o p a r a la p a la b r a « ficc ió n » ; to d o lo ju r íd ic o e s « fic c ió n » , y no hay en e llo m e n o sc a b o a lg u n o ; s ó lo q u ie ro d e c ir q u e a u n q u e tal b u la fu e s o lic ita d a de hecho, e l p a p a no q u is o d a rle de derecho el c a ­ r á c te r de re sp u e sta a tal so lic itu d (V éase al re sp e cto G arcía-G allo , op. cit., p á g s. 479-481). 645 no creo que sea tem erario. en el Concilio de Basilea. a cuyo título. el sentido de la dem anda hecha al papa Sixto IV po r los sobera­ nos de C astilla y de Portugal con respecto a la Capi­ tulación de las Alcáíovas: au nque la firm a de ésta por las p artes se bastaba a sí m ism a com o sacram en­ tum . del 4 de septiem bre de 1479. ponién­ dolo po r fia d o r del cum plim iento. con sus Allegationes (texto interesantísim o —cuya reproduc­ ción en los apéndices añade aquí el lector de GarcíaGallo. don Alonso de C artagena. doña Isabel de T rastam ara. la D udum cum ad nos de Eugenio IV del 31 de ju lio de 1436 y la Aeterni Regis de Sixto IV del 22 de ju nio de 1481. esto es. ya sea por exigencia de los otros— la garan tía de ec h ar o de aceptar sobre su cabeza. y Don Alfonso V. aunque perfectam ente posible. aunque responda a la exigencia form al de se r solici­ tada por petición concorde de las partes (en este caso. au nque d irim e en concreto sobre el derecho de las Islas C anarias entre los reyes de Cas­ tilla y Portugal. a través del obispo de Burgos. p o r cierto. añ adía —ya sea espontáneam ente. en co n tra de se­ m ejante concesión. sino tan sólo la rati­ ficación o. y sólo se form ó ya en las len646 l'. (Como residuos m odernos de la execratio rom a­ na podem os todavía reconocer fó rm u las tales com o «Que me caiga yo m u erto ahora aquí m ism o» y otras sem ejantes que ponen po r g aran tía h a sta la vida de los seres m ás queridos.uas rom ances sobre «jurar» y sus equivalentes). que. no podían ten er por válida ninguna otra que no fuese la am enaza de una excomunión papal. no tiene por contenido una sentencia a rb itra l d irim ente de un pleito toda­ vía pendiente entre una y otra. en el latín. la g aran tía de u na exe­ cratio. Y en tal sentido. y una ape­ lación de Ju a n II de Castilla. pero quizás a veces —a m enos que esto sea ya m edieval— bajo la de conjuro de poderes ctónicos. los m ás terrib les m ales.) Prácticam ente análogo al descrito era. de un pacto ya previam ente acordado y capitulado por am ­ bas por su cuenta: la C apitulación de las Alcá^ovas. a través de la bula pontificia. a p a r­ tir de iuro. Y me he extendido en este com entario a fin de su g erir que m ás que el reconocim iento de una nunca bien defi­ nida «potestad apostólica». nunca fue construido. que vale tan to com o decir «su honor». com o piadosos príncipes c ris­ tianos.hablarse de arbitraje. la p ri­ m era de ellas. com o una cosa m ás que agradecerle. Los dos m om entos eran el sacram entum —siem pre necesario— y la execratio —com plem ento optativo. De las dos que tal vez m ás podrían acercarse a ello. po r lo com ún bajo for­ ma de m aldición divina —o sea de los dioses de lo alto—. por el segundo. por mi parte. su buen nom bre público. por el prim ero. la serie de m aldiciones con­ dicionales con las que el Cid conjura al rey Alfonso si faltare a la verdad sobre la m uerte de su herm ano es un m odelo perfecto de execratio. quisieron añadirle. no lo hace en resp u esta a una solici­ tud sim u ltán ea y c o n certad a de am bos reyes. sino com o m ediación en­ tre dos dem andas sep arad as de uno y o tro rey: una petición de don D uarte de Portugal p ara que le sea concedida la conquista de las dichas islas. y en cuanto a la segunda. consagración papal. rey de Portugal). por así decirlo. el que ju ra b a com prom etía. tal como exigiría un arbitraje. a trib u ir a la Aeterni Regis un a función análoga a la del segundo —y no necesario— de los dos m om entos que en la tra d i­ ción rom ana conform aban lo que hoy concebim os como un acto u n ita rio bajo la noción de «juram en­ to» (un derivado nom inal. reina de Castilla. era tal vez la fuerza coer­ citiva del tem o r a la am enaza de excom unión papal —con que las bulas solían co n clu ir— po r p a rte de . a mi entender. en la m edida en que una y otro hacían del cum ­ plim iento com prom iso de honor. Y en el fam oso rom ance de las ju ras de Santa Gadea. a los m é­ ritos propios de su e stu d io — que ha de ser m ás a b a ­ jo de sum a utilidad). en caso de incum plim ien­ to. condes y dem ás príncipes de E spaña» (se da p or sobrentendido que cristianos). Volviendo ahora. de un papel genéricam ente arbitral. el en­ tonces pontífice Gregorio VII dirigió una carta «a los reyes. La incierta n aturaleza de la «Potestad Apostólica». h asta de los islám icos o no cristianos. con toda buena fe. no obstante. a quien poco m ás tarde el m ism o papa im puso la su stitu ció n del rito m ozárabe por el romano. finalm ente. 649 . parece cierto que de ninguna de la bulas que atañen a mi asunto sería correcto h a b la r de un «arbitraje» en el sen ti­ do form alm ente ju ríd ic o del térm ino. el polo extrem o de la concepción teo crática de la potestad apostólica del pontificado.todos los príncipes c ristia n o s lo que hacía que cu al­ quiera de ellos que quisiese im poner y a seg u ra r sus pretensiones frente a todos los restan tes se acogiese al recurso de p e d ir una bula a su favor. con su doctrina. hay que concluir que en el siglo X I la «potestad apostólica» venía a in te rp re ­ tarse bajo una concepción cuasi-im perial. al contenido de este segundo punto. con igual valor)20 puede llegar a verse som etida e n tre d o ctrin as igualm ente ortodoxas. tal como creo haber argum entado. referente al dom inio tem poral —aunque sea bajo la consabida consigna de «Paz y concordia en­ tre los prín cip es c ristian o s» —•. puede representar. de modo privati­ vo. Y p o r lo que m e im porta subrayar tal papel a rb itra l de los pontífices es por lo que ap areja n ecesariam ente de función política. en que no ya el Sacro Im perio Carolingio ni el Rom ano-G erm ánico. la concepción ilu strad a de 20. La consecuencia concreta de sem ejante rei­ vindicación de la ju risd icció n y propiedad fue la re­ clam ación del cum plim iento de los correspondientes deberes trib u ta rio s p ara con la S anta Sede. reputados. a sus proyectos de dom inación. por m ucho que tra ­ tase de ejercerse. sino el Pontificado m ism o parece considerarse como a m odo de heredero del Im perio Rom ano de la an ti­ güedad. P ese a qu e h ay u n a c la r a d istin c ió n ju r íd ic a en tre a m b o s té r­ m in o s: la auctoritas c o m p o rta c a p a c id a d p a r a c r e a r d e re c h o s. E ra esto en tiem pos del rey Al­ fonso VI de Castilla. poderes ilegí­ tim os. según las an tig u as constituciones. des­ poseerlos y despojarlos a su beneplácito. p ara ah u y en tar de una vez toda extrañeza ante los grandes extrem os de elasticidad a que la con­ cepción de la llam ada Apostólica postestas (o bien auctoritas. T e r c e r o . sino del pontificado en su co n tinuidad a lo largo de los sucesivos titu la res que se las hubie­ ron con las dos m onarquías m arin era s que d u ran te casi todo el siglo X V y bu en a p a rte del siglo X V I de­ tentaron p rácticam ente la exclusiva de las nave­ gaciones del Atlántico. Sirva este precedente. el polo opuesto. no de una bula ni de un papa en concreto. y puestos a m erced de cu a lq u ier príncipe cristiano. con su d o c trin a iusnaturalista. en cuanto hace de éste la única y suprem a instancia legitim adora de todo po­ d er tem poral sobre la T ierra. que podía legítim am ente com batirlos. su con­ tem poráneo Tomás de Aquino (m uerto tan sólo tres años después) representa. 1^ potestas no p u ed e m ás q u e e je c u ta r lo s . el cardenal O stiense (fallecido en 1271). para poder esgrim irla como instrum ento de fuerza capaz de de­ tener a c u a lq u ier o tro posible co m p etid o r cristian o ante los lím ites del área reservada. es decir. sostengo que en el sentido lato que en la lengua com ún alcanza la palabra sí cabe hablar. en la que les re­ cordaba cómo. p o r ello. Si tal re­ clam ación b asta de m uestra. sin m enoscabo alguno de la función apostólica y evangelizadora. Si E nrique de Susa. el reino de E spaña estab a dado a San Pedro y a la S an­ ta Iglesia Rom ana en ju risd icció n y propiedad (regnum Hispatiiae ex antiquis co nstitutionibus beato 648 Petro et sanctae R om anae ecclesiae in ius et proprietatem esse traditum ). Con fecha del 28 de junio de 1077. que el propio Grego­ rio VII se tom ó el trab ajo de in te n ta r m enoscabar. si bien. 1 P: pues que el hombre es el animal civil). con éxito m ediano pero suficiente. V ito ria : «O tra [p otestad ] e s la c iv il. po r cuanto al fu n d am e n ta r los poderes tem porales en el derecho n a tu ra l21 —que. las ideas de Dante Alighieri. de deuda en deuda. en contra de la d octrina del Ostiense. se e ri­ gió en m áxim o defensor de los derechos pontificios sobre todo dom inio tem poral. dim an ado de la Revelación—. de E spaña y de U ltram ar. de acreedor en acreedor. los Fúcares. y cuando el águi­ la bicéfala iba logrando ya extender su m ala som ­ b ra sobre la haz de aquel nuevo universo en el que no se ponía el sol. 650 dantesca del gran can ciller del d e stru c to r de Italia y m edia E uropa.la potestad apostólica. Florencia incluida: B onifacio VIII. íntim o am igo de Don M ercurino. m ientras. lla m a d o en to n c es « civil» . con su fam osa bula Unam sanctam del 18 de noviem bre de 1302. aun­ que no he podido verla. J o s é de O vied o y B añ o s) el a p e llid o W elser. los Bélzares. Un tanto chapucera. le hace d ecir a Lactancio: «¿Dónde hallais vos que Jesú Christo instituyó su Vi­ 22. I. en que. incluyendo el no m enos tra d i­ cional soborno consentido y m anifiesto. R ic h a r d Pace. siem pre. escribía. pues. A sí fu e c a ste lla n iz a d o y p u esto en p lu r a l (q u e d an d o d e fin i­ tivam en te c o n sa g ra d a la g r a fía p o r el c ro n is ta d e V enezuela. pero tam bién m ás eficaz p a ra la conveniente confusión. si es verdad que Dante le servía com o in stru m en to del em perador frente al pontífice.22 que de p réstam o en préstam o. le d e ­ c ía en u n a c a r t a a W olsey: « E s la m e rc a n c ía m á s c a r a q u e ja m á s se h ay a s a c a d o a s u b a sta en este m undo». a fin d e r e s a r c ir lo s de lo s p r é s ta m o s r e c ib id o s p a ra el so b o rn o e le c to ra l. Pese a ia d istin c ió n d el d e re c h o po sitivo . q u e a u n q u e e s c ie rto q u e tien e su o rig e n en la n a tu ra le z a (y pu ed e. reconociendo el po­ d er de los príncipes gentiles p o r tan legítim o com o el de los príncipes cristianos. fue acaso el sector laico el que aportó la parte. a raíz del Saco de Roma. consultándole so­ bre el uso que p o d ría hacerse del De M onarchia de Dante en defensa de los intereses del em perador con­ tra el pontífice Clem ente VII. en un de­ term inado m om ento. El piam ontés M ercurino Gattinara. era esta operación 2 1. p o r tanto. lla m á r ­ s e le n a tu ra l. tai com o se había repetido con el propio C arlos V. sin em bargo.23 acabaría cayen­ do sobre las espaldas de los indios que m o rirían a chorros bajo el peso de sus e sp o rtilla s en los d an ­ tescos pozos y galerías del Potosí. au n q u e d u raro n só lo 18 añ os. los em p réstito s de la Mesta. s in o la ley». c o n ce d ió C a r ­ lo s V la c o n q u ista d e V enezuela. sin du d a p o r la aversión de éste —a quien tal aversión le valió al cabo el ser exilia­ do de F lorencia— al p ap a que. ello era a costa de te­ ner que p a s a r com o gato p o r b rasas sobre la d o ctri­ na política de aquél co n tra la form a tradicional de la elección del em perador p o r parte de los príncipes electores alem anes. en la que. sobre el a cad a paso m ás vidrioso asunto de las atribuciones pontificias con respecto al dom inio tem poral. naturalm ente. In terfiriendo de algún m odo y com o desde fu era con tal d isp a rid a d de doc­ trin a s propiam ente teológicas acerca del alcance de la potestad apostólica en sí m ism a. sin duda m ás exigua. Existe incluso. Alfonso de Valdés. 23. dio en res­ catar. com o es indefec­ tible en todo intelectual orgánico. E l e m b a ja d o r de In g la te r ra en V en ecia. reducía e x trao rd in ariam en te las a tr i­ buciones pontificias al respecto. inm enso ca­ pital. se d ie ro n b u e n a m a ñ a p a ra h a c e r la u n a d e la s m ás in ep tas y c r im in a le s de U ltram ar. una c a rta de M ercurino G attinara a E rasm o de Rotterdam . el Diálogo de las cosas ocurridas en Rom a. tam b ién e s c ie rto q u e no la e s ta b le c e la n a tu ra le z a . b a n q u e ro s a le m a n e s (al ig u a l q u e lo s F u g g e r = F ú c a r e s ) a a u ie n e s. gran can ciller de C arlos V y al p a r gonfaloniero de la intelectualidad orgánica im perial. co m o lo h a c e S a n to T o m ás en De regimine princi­ pian. pasando p o r los ser­ vicios de las Cortes C astellanas. m ás conocido po r Diá­ logo de L aclando y el Arcediano. po r su parte. cap. lib. no p res­ cribía ante el derecho divino. 651 . llegando incluso a re­ clam ar para sí m ism o la ju risd icció n y el señorío de la Italia central. en fin.. a a c u ñ a r la célebre consigna: «Una grey y un p a sto r solo en el suelo/. de esos que llam aban de ese modo). por cierto. La anticipación abstractiva de las tierras y los pueblos por el «m ercado de futuros» castellanoportugués de la dom inación. m ás conocido com o «el c a r­ denal Cayetano» y que resucitó el tom ism o en 1517. po r su real gana y a su propio arbitrio. pone en boca del propio arcediano estas palabras «.. pero en realidad para servirse de él com o in stru m en to contra Las Casas— lo deshonra el falsario M enéndez Pidal (véa­ se Apéndice IV de este mism o texto.. el olvidado poeta H ernando de Acuña. ni m enos todavía ese «padre del derecho internacional m oderno» con que toda la canalla europea colonia­ lista lo ha condecorado para agradecerle unos se r­ vicios que jam ás quiso prestar. Hay que d escartar. em pezó 652 a e scrib ir sus «Relecciones» el m ism o año de la m uerte de Valdés (1532) y dos años después de la de G attinara—. se irían apoderando —y de un m odo total respecto de las Yndias— de p rácticam en te todas las atrib u cio n es y com petencias jurisd iccio n ales de la Iglesia y de la religión.. c u alq u ier posi­ ble relación en tre la actitu d antipapal de los valdeses y los g attin aras y los recortes de la potestad apostólica del papa sobre el dom inio tem poral po r parte de los neotom istas. Una de las expresiones referentes a las Yndias que m ás me han im presio­ nado desde el p rim e r día en que la leí es aquella de «islas e tie rra s d escu b iertas e p o r descobrir» 653 . tercera parte. Si tal vez no puede de­ jarse de reconocer que V itoria tuvo algún últim o punto de debilidad con el em p erad o r (concretamen te en la segunda conclusión sobre el 2?de sus «títulos legítim os» — Relecciones sobre los indios. en la fam osa «donación» de A lejandro VI (y. págs. para acrecentar. a su vez. haciendo cla u d ica r al arcediano ante las razones de Lactancio en defensa del em perador. pues. en una in terp retació n abusiva de sus bulas. ¿Qué os parece que agora su M agestad q u e rrá hazer en una cosa de tan ta im p o rtan cia com o esta? A la fe. no p o r rem asticado m enos ra­ dical.. si es verdad que recortaron las a trib u ­ ciones pontificias en m ate ria tem poral. com o nuestros dos hum anis­ tas (o sea. en m ateria eclesiástica y esp iritu al acab arían llegando a un punto de inflexión —cuyo hito puede incluso m arcarse entre los años 1537 y 1538— tras el cual fueron ya los m onarcas los que. allende del servicio que h a rá a Dios. porque si él desta vez reform a la Iglesia. sino p ara a c ab a r de­ sautorizando aun m ás las pretensiones de éste com o «señor de todo el orbe». pues todos ya conocen quánto es m enester./ Un m onarca. 765-780). po r cierto. quanto m ás executor y revolvedor en tre cristianos?» y al final. p o r lo dem ás. y dezirse ha h asta la fin del m undo que Je sú C hristo form ó la Iglesia y el E m pe­ rador Carlos V la restauró. no fue. 10—. núm . fundadas. un im ­ perio y una espada». apoyada. según dem uestra el clarividen­ te estudio de García-Gallo). expresaba el proceso po r el que los sucesivos apoderam ientos otorgados por los pon­ tífices a favor de los m onarcas castellanos y m ás ta r­ de españoles. p a ra entendernos. alcanzará en este m undo la m ayor fam a y gloria que nunca p rín cip e alcangó.cario p ara que fuese juez entre príncipes seglares. en que resuena claram ente un eco de las Allegationes de Alonso de Cartagena). y derivados de una utilización de sus escrito s que con toda su alm a ha­ b ría aborrecido de h a b e r podido siquiera im aginar­ la desde u n a lim pieza de conciencia y corazón com o la suya.. que llevaría al m ás tonto y m ás infeliz intelec­ tual orgánico im perial. m enester ha muy buen consejo. en m odo alguno fue esa figura de intelectual orgáni­ co con que —so color de enaltecerlo. al m enos según Vito­ ria. com o el propio V itoria —que. Ya se irá viendo. cómo este gibelinismo. C u a r t o . tanto Tomás de Vio. la del em perador.». respecto de las Indias. en fin. la tradición jurídico-política vigente en tre los príncipes cristian o s p ara las conquistas de la «Reconquista». me escandalizaba que algo «por descobrir» y que por tan to no se sab ía siquiera si existía pudiese se r becho objeto de un derecho. e se puede c o n q u ista r la tie rra adentro». La expresión literal que acabo de p o n er entre com i­ llas. p asab a a s e r de propiedad —si es que quería ejercer ese derecho— del prim ero que pu­ siese los pies en ella (dejando aquí tam bién a p a rte la no menos im portante distinción entre «propiedad» y «soberanía». las m inas «por descobrir» son. p o r el contrario. precisam ente. sino que. la encontram os. venía a contradecirlo. con toda su co rte de subdiferenciaciones ju ríd ic a s y jurídico-políticas). Si recordam os que la con­ quista de Ceuta por los portugueses. entenderem os el pro ­ ceso insensible po r el que las concepciones propias de la R econquista se hicieron extensivas a los des­ cubrim ientos. a p a rte la im p o rtan te di­ ferencia de si h ab itad a o no. Como ejem plo de la trad ició n que re­ gía entre los príncipes cristianos. No se trataba. como. de la aplicación del p rincipio de ap ro p ia­ ción o riginaria. en las m onarquías de la Pe­ nínsula Ibérica. sino de la co n tin u i­ dad h istórica p o r la que. Pero. des­ de luego. en nuestro caso. entraba 654 plenam ente todavía bajo el concepto de «Reconquis­ ta» o de C ruzada contra los sarracenos. el derecho de apropiación venía ya otorgado de antem ano a un titu la r determ i­ nado. se prolongó insensiblem ente so­ bre los descubrim ientos. pero ya referida a zonas recientem ente descubiertas y accesibles tan sólo p o r el m ar: en efecto. com o las A ntillas fren­ te a las Azores). digam os una isla desconocida (dejando. en p rin ­ cipio.natu ralm en te cuando ap arecía en un contexto ju r í­ dico. a m odo de lo que. p o dríam os c ita r el Tratado de Cazóla de 1179. en los EEUU tengo entendido que los pozos petrolíferos pertenecen al dueño de la finca). en la m edida en que. habién­ dole concedido en 1449 el rey Don Ju an II de C asti­ lla al duque de M edina Sidonia «cierta tie rra que agora nuevam ente se ha d escubierto allende de la m ar al través de las C anarias. la res nullius. en tre Alfonso II de Ara­ gón y Alfonso VIII de Castilla. ratificando el anterior. podríam os llam ar «m er­ cado de futuros» sobre las tie rra s pen in su lares aún bajo el dom inio de los m oros. hacia el m ar y las co stas africanas. fu n ­ dador de la escuela de navegantes de Sagres. la de que m ien tras en E spaña. se le reconocían a Castilla los derechos sobre M urcia (ya reconquistada por Fernan­ do III. en la m edida en que según este p rin ­ cipio. y en especial a instancias del infante don E n riq u e el Navegante (1393-1460). patrim onio del Estado. todavía en 1454. donde hay m uchas pesquerías. y cóm o fue el fracaso de ulteriores conquistas terrestres sobre el reino de Fez lo que fue desviando los im pulsos p o r­ tugueses de expansión. por ejemplo. o el Tratado de Alm izra de 1244 entre Jaim e I de Aragón y Alfonso X de Castilla. aunque el resultado de hecho venga a ser idéntico. que decía que es des­ de el Cabo de Agüer hasta la tie rra y el Cabo de Boja d o r con dos ríos en su térm ino. p o r el m omento. en 1415. estableciendo la divi­ soria de aguas entre los ríos J ú c a r y Segura com o lím ite de lo que corresp o n d ía a la co n q u ista de una u o tra corona. con expresión m uy actual. po r el que. la génesis de tal atrib u ció n personal de lo «por descobrir» no es una m era proyección directa sobre á reas m arítim as m ás o m enos vagam ente de­ finidas del derecho por el cual una m ina que se des­ cu b ra pasa a s e r propiedad del dueño del te rrito rio en el que esté ubicada (siem pre con las d istin tas re­ servas que en unos u otros tiem pos o lugares haya podido in tro d u c ir en esto la soberanía. si es que no me equivoco. el uno llam an la m ar Pequeña. desde luego. pero vuelta a sublevar con c ie rta im plicación de c ristian o s en desavenencia) y se le concedía com o «de su conquista» todo el reino m oro de G ranada. y com oquiera 655 . que es de n u estra c o n q u ista ». H a s ta q u e en el e n tr e s ig lo XVI-XVII lo s h o la n d e s e s lle g a ro n a c o n s t r u ir un g a le ó n qu e. E l v e n e c ia n o L u ig i C a d a M osto en 1444 e s c r ib ía : « Essendo le Caravelle di Portogallo i megliori navillj che vadino sopra il mare di vele«. fu e re lig io s o y ju ríd ic o ). adqui­ riendo a lo largo de sem ejante transición unos ra s­ gos de anticipación cada vez m ás abstractiva. los m a p a s q u e h a b ía le v a n ta d o de N u evo M éjico . y fu n d a d o en 16 5 2 la C iu d a d d el C ab o (véa­ se el Apéndice V de este m ism o texto. R especto del p rim e­ ro de estos dos factores «técnicos». acab arían lastrán d o lo s con condicionam ientos tan funestos com o absolutam ente imprevisibles. 656 se. siendo así que en el siglo X V se preferían naves pequeñas. la concepción engendrada en los usos de reparto entre príncipes cristianos bajo las represen­ taciones. al pro­ te sta r po r el atropello ante Alfonso V de Portugal. a c a b a r ía d e stro n a n d o p o r c o m p le to a lo s p o rtu g u e se s en la tra ta d e e s c la v o s y au n .. de 1494.25 y. eran m ás gobernables y estaban m enos expues­ 25. c u a n d o A le ja n d ro de H u m b old t p re s e n ­ tó a J e ffe r s o n — p ro b a b le m e n te co n to tal in g e n u id a d —. q u e en 18 5 3 vend e a lo s E s t a ­ d o s U n idos tam b ién la p a rte q u e le q u e d a b a d e A rizona. p o r su s u p e r io r v e lo c id a d y au to n o ­ m ía. algunas llegaban a ten er h asta algo m ás de veinte m etros de eslora y siete de m anga. de la «Reconquista» se deslizó de m anera insensible y p au latin a hacia lo que ya no era conquista sino descubrim iento. ig u a lm e n te a la p r á c tic a d e los r u s o s re sp e cto d e S ib e r ia y e s tu v o s ie m p re p r e ­ sen te no só lo en la p r á c tic a sin o ta m b ién en la te o r ía d e s u s geop o lític o s. 657 . q u e to d a v ía p e rte n e c ía n a M éjico . cosa tanto m ás im ­ p o rtan te después del d escubrim iento de Colón. 26. en su o rig e n . la segunda In ter celera de Alejandro VI estableció la «línea de dem arcación» a cien leguas de longitud Oeste de los archipiélagos de las Azores y de Cabo Verde y la C apitulación de Tordesillas. aunque en algún m om ento acabase po r sustituirse la expresión. aparece p o r últim a vez en un docum ento de querella o de concordia cas­ tellano-portugués. basta con este para m ostrar cómo. en p rim e r lugar. a las p rem isas a b stra c ­ tivas de la concepción fueron. 797-802). A rizo n a. ta m b ién e l p re ­ sid ente n o rteam erican o . p a ra q u ien se in te rese p o r la historia de la dominación. «ser de m i/n u e s tra conquista». el desconocim iento de un m étodo pre­ ciso para d e te rm in a r la longitud. que. por su propia incongruencia con la desm esura de los hechos em píricos con los que llegarían a enfrentar24. E l m ism o c o n ce p to de « á re a n a tu ra l d e e x p a n s ió n » s u b y a c ía . en 1804. m etía en su alegato estas palabras: «la tie rra que lla­ m an Guinea. en que se atrevían a h a c er naves m ayores. p a ra agravarlas. en que los castellanos em pezaron a m overse predom i­ nantem ente sobre la dirección de los paralelos. p en só tal vez alg o m u y p a rec id o a qu e a q u e llo s te r r ito rio s « eran d e su c o n q u ista » s i bien la c o s a n o se c o n cre tó h a s ta la g u e r r a d e 18 46 -184 8 c o n tra M éjico . la su p erio rid ad de los portugueses en la construcción naval26 p are­ ce que e stab a en estas tres cosas: prim era. en segundo lugar. y m ás aún desde que. que. tanto en la navegación —especial­ m ente gracias al infante Don E nrique y su escuela de Sagres— com o en la construcción naval. en e l tr á ­ fic o de la e s p e c ie r ía . en g ra n p a rte. p á g s. etc. aunque m enos velo­ ces.24 Sin que haga falta b u sc a r —cosa im posible.que en 1454 los portugueses hubiesen atacado y apre­ sado algunas naves castellanas que volvían cargadas de aquel trecho de costa. terrestres y concretas. q u e se m o stró su m am en te in teresad o p o r a q u e lla s c a rt a s g e o g rá fic a s. la al menos inicial superioridad de los portugueses sobre los castellanos. en lo s im p u ls o s e x p a n s iv o s a le m a n e s. un im p o rta n tísim o p rec ed en te de to d as la s c o n c e p c io n e s g e o p o lític a s e x p a n sio n istas. el propio Ju a n II. al m enos para mí— el docum ento en que esta expresión literal. C a lifo r n ia . en 1493. L a a le g a c ió n «es d e n u e stra c o n q u ista » re su lta . Así. b a jo la p re ­ s id e n c ia d e l d ic ta d o r S a n ta Anna. la desplazó h a sta 370 leguas de longitud Oeste del segundo. T ejas. Los factores —com o hoy suele decirse— «técnicos» que se añadían. le s p e r m itía lle g a r d e H o lan d a a J a v a co n u n a so la e s c a la y g r a c ia s a l c u a l la « C o m p a ñ ía h o la n d e sa d e la s In d ia s O rie n ta ­ les» (fu n d a d a en 16 2 1). p a ra lo q u e é s ta s han lla m a d o « áre a o zona natural d e e x p a n ­ sió n » (d isfra z a n d o de p ro fa n o y n a tu ra l lo qu e. esta abstracción sin precedentes. tras un breve ir y venir de em bajadores con alegatos reivindicativos. las carab elas castellan as—. al parecer. dejando al Este 659 . estableció. sin v a ria r derrota.tas a p artirse en las torm entas. haciendo su b ir de pronto a tal extrem o la ya vieja pasión com petitiva. literalm ente. longitudinalm ente respecto de la eslora. lo que hacía tanto m ás disparatada. en el segundo de sus viajes. y esto no es m ás que una probablem ente tem eraria conjetura mía. la Polar desaparecía d etrás del horizonte. lo que aum entaba la efi­ cacia del tim ón y las hacía m ás seguras frente al ries­ go de un vuelco de costado (tal vez. y tercera. acabaron aviniéndose. en cuyo velam en prevalecían. una raya en el m a r de polo a polo. pero com o la «línea de dem arcación» era precisam ente una lí­ nea m eridiana. o sea la dim ensión de las d istan cias so­ bre la dirección del e cu ad o r y de los paralelos. segunda. del cual p a rtía hasta el palo de trin q u e te la ja rc ia que sostenía el cateto m ayor del triángulo form ado p o r el foque. ante los ojos de am bos p ríncipes c ris tia ­ 658 nos. siem pre en el palo de m esana. Y así fue como. pero con algo tan inauditam ente abstractivo com o la ya citad a «línea de dem arcación» (fijada. tan sólo Américo Vespucci llegaría a tra ta r de ex p e rim e n tar ha s­ ta creerlo practicable. casi en exclusiva las gavias —velas c u ad ran g u lares d isp u estas a lo ancho de la m anga—. que al cabo tuvo que im ponerse. p ara cada lu g ar y cada fecha— de los diversos p lan etas con la luna. p ara su viaje de 1499 bajo los auspicios de la corona de Castilla. consentían las ga­ vias. sino tam bién a au m e n tar los recelos y el celo p o r a se g u ra r «lo suyo» frente a los castellanos. aunque sólo ser­ vía para el hem isferio norte. pues al su r del ecuador. Y es el segundo de los factores «técnicos» m ás a rrib a enunciados. todos los navegantes conocían desde an­ tiguo el m étodo de la estrella polar. es decir. pero im portante si me­ dim os po r lustros o decenios— debió de c o n trib u ir no solam ente a p icar tanto m ás el a m o r propio de los portugueses. y a los fo­ ques —de los que carecían del todo. en que. las naves portuguesas podían perm itirse m an­ ten er el rum bo deseado con vientos que form asen en relación con éste un ángulo de b astantes m ás gra­ dos que el que. En efecto. con lo que. Para m edir la latitud. de­ bido a la gran diferencia entre la siem pre fiadera pro­ fundidad del ab ra de Lisboa y los im previsibles bajíos del bajo G uadalquivir en estiaje y aun quizás la fam osa b a rra de Sanlúcar). las p o rtu g u esas concedían m ucho m ás trapo a las velas latinas —tal vez incluso a las can ­ grejas—. frente a las naos y carab elas castellanas. las d istan cias sobre la di­ rección. Vespucci fue el prim ero que g racias a su m éto­ do astronóm ico (consistente en fija r la longitud m ediante la observación de conjunciones —distintas. un m étodo as­ tronóm ico p a ra d e te rm in a r con aceptable precisión la longitud. o sea. po r la segun­ da Inter cetera de Alejandro VI y rectificada luego por el Tratado de Tordesillas). p erp e n d icu la r al ecuador. h asta el m om ento m ucho m ás afor­ tunados en sus navegaciones. para lo cual tenía que ir provisto de una tabla con las efem érides de unos y otra). p ara los cuales sacaban de la proa un largo bauprés. en que iban provistas de aletas de quilla. al m enos h a sta finales del siglo XV. claro está. las posiciones y las distancias al Este y al Oeste con respecto a ella p ertenecían a la longi­ tud. p o r lo visto. alzado en diagonal. en 1501 y bajo los auspicios del rey de Portugal. au nque sin m enoscabo del com edim iento ni de las oficiosidades de una form al cordialidad. el punto S u r en que la «línea de dem arcación» de Torde­ sillas incidía con la costa del Brasil. a diferen­ cia de las gavias. por contradictoria. al ir disp u estas todas estas velas. come he dicho. de los distintos m eridianos. El sentim iento de esta su p erio rid ad naval —sin duda históricam ente relativa. la necesidad de m ed iarla y contenerla. ante el inesperado des­ cubrim iento de Colón. q u e le a trib u y e la o b ra Mundus Nouus. com o queriendo que se pareciese un poco a ese perfecto y uniform e m ar tan dócilm ente sujeto y ad ap tad o a la c u a d ricu la d a exactitud de los paralelos y los m eridianos. m étod o qu e. me parece que desde luego no es el mío. Y a d e m á s.la zona continental tocada en su erte (ya que no a tri­ buida con conocim iento de la cosa) al rey de P ortu­ gal. só lo p o d ría s e r ­ v ir en tie r r a firm e . ni triu n fó la abstracción de Am érico Vespucci —que llegaría a 661 . A sí p o d ría in ­ c lu s o p a s a r con e ste h a lla z g o de C an an o r.27 y resu ltab a e s ta r a dos m inutos (m enos de c u a tro kilóm etros) de longi­ tud Oeste del lu g ar que los cálculos m odernos le atribuyen. W illia m H a rris o n lo g ró p a ra In g la ­ te rra un c ro n ó m e tro q u e a r r o jó só lo 6 le g u a s d e e r r o r en un v ia je de id a y v u e lta d e P o rtsm o u th a J a m a ic a .) 660 do reconocidas por los blancos h a sta m ediados del siglo X V I II con las que en adelante se verían sujetas a su dom inación. Si ese era el Dios de Am érico Vespucci. me lim itaré a decir que la segunda form a de abstrac­ ción me a salta desagradablem ente la m irada com o expresión de una especie de violenta y cruelísim a agresión de la cosm ografía contra la geografía. esto es. y el g ra n p ro b le m a de la lo n g itu d h a lló e l c o m ien zo de su so lu c ió n . haciendo c u a rto s la variable. (V éase a l resp ecto la c lá s ic a o b ra d e C e s á re o F e rn á n d e z Duro. en lu g a r d e lo s só lo d o s q u e hizo. No obstante. en F ra n c ia . ni tan s iq u ie r a p u ed e ho y d e c irs e s i fu e u n a o b se rv a c ió n a fo rtu n a d a . en H o lan d a. y reflexionar sobre qué a rb itra rie ­ dad podría an to jársen o s m ás digna de que se le re­ conozca la ap arien cia que al m enos en principio tenderíam os a re p u ta r po r m ás hum ana: si la a rb i­ tra rie d a d intrin cad am en te enrevesada y cap rich o sa de las irre g u la rid a d e s p rácticam en te irreseguibles de las fronteras. C o m o q u ie ra q u e A m é ric o V e sp u cc i fu e v íc tim a d e la g ra n fa ls ific a c ió n de to d os c o n o c id a . rugosa y ondulada corteza de la Tierra. M irad un m ap a de África y el elefante se os a n to ja rá el fantasm a de un ancestro del M am ut. o la arb itra rie d a d olím picam ente rec­ tilínea y definible con toda precisión po r solo cu a­ tro puntos expresados en térm inos num éricos de latitud y longitud como la que predom ina en las fron­ teras de los países p o sterio rm en te alcanzados y do­ m ados por los de aquella m ism a antigua civilización. Por mi parte. a u n d e s e r cierto . tantas y tantas veces —tam poco hay que olvidarlo— debidas a los albures violentos de las guerras. Im p re n ta . De ahí q u e p o r m u ch o q u e fu e s e o b je to d e to d a s u e r te de c o n c u rso s e s ­ ta ta le s. p a ra c o n o c e r la lo n g itu d en altam a r. m o v ili­ zan do in gen io s de c u e rd o s y d e lo cos. en d em an d a de los p rem io s. Con todo. 1879. ta n sólo recom iendo re p a sa r las sucesivas lám inas de un atlas e ir com parando las rayas fronterizas que subdividen y com partim entan en dom inios políticos d istintos las tie rra s del m un­ 27. S ó lo tan ta rd e c o m o en 17 6 1. Disquisición decimoquinta. en In g la te rra . e s te re o tip ia y g a l­ v a n o p la stia de A r ib a u y C?. en E s p a ñ a . d a d o q u e el m é­ todo d e la co n ju n c ió n d e lo s p la n e ta s co n la lu n a no p a re c e h a ­ ber sid o m u y viab le y au n m en os con el ru d im en tario instru m ental del s ig lo W u X V l. p e ro n u n ca p a ra la n a ve ga ció n . « D is q u is ic io n e s n á u ­ tic a s» . la b u sc a d e so lu c ió n se o rie n tó p ro n to h a c ia la c ro n o m e tría : c o n s ­ tr u ir un relo j q u e a g u a n ta s e lo s m o v im ien to s d e la n a vega ció n . o sea. c a s i to d os s u s h e c h o s e stá n c o n ta m in a d o s d e ley en d a. y teniendo en cuenta que el triu n fo de la a b s­ tracción supuesto po r Vespucci te n d ría que e sp e ra r aún com o unos dos siglos y m edio p a ra hacerse de aplicación universal. m irad las fronteras estatales de W yoming y pensareis que los bisontes son una pu n ta de la acred itad a g anadería de A ltam ira que C antabria suele m an d a r a invernar allí. o un p u ro az a r. que com partim entan los antiguos países de la civilización. p e ro a l fin leg ítim a . Puede pensarse que este encuentro de la abstracción con lo concreto era un progreso: otra cosa es juzgar si la prom esa que bajo tal progreso se escondía tenía m ás de h u m an a o de inhum ana. en c u a lq u ie r c aso . con c u a tro v ia je s. de un todopoderoso señ o r del firm am ento que hubiese descargado repetidas veces el gigantesco tajo de su espada. y al Oeste la no m enos fo rtu itam en te recaída bajo el p atrim onio de la reina de C astilla: bautizó a aquel punto com o C ananor. M a d rid . p a r a la c a r t o g r a fía . y sólo en cuanto am igo de la c a r­ tografía y aficionado a rep a sa r las lám inas del atlas. la in c a p a c ita c ió n de su h ija . A sí q u e D on F e rn an d o . nu estro piloto m ayor e les sea dada p o r vos c a rta de examinación e aprobación de com o sabe cada uno de ellos lo susodicho». factores a despecho de los cuales no faltaron pilo­ tos de tan gran experiencia m arin era que ac erta b a n a calcular con la suficiente precisión como para m os­ trarse desdeñosos y sobre todo perezosos ante las in­ seguras com plicaciones del m étodo astronóm ico. m uchísim o m ás ta rd e — ni llegó a triu n fa r nada que. que ponía la línea de dem arcación m ucho m ás al Este. la desplazaban casi otro tan to hacia el Oeste. D o ñ a J u a n a . evaluando en 23 grados las 370 le­ guas de lo n titud Oeste desde las Cabo Verde. a l­ te rn a b a c o n C isn e ro s. tam bién.im ponerse. hum anam ente h ab lan ­ do. o sea la atribución a n ticip ad a del derecho de dom inación sobre lo «por descobrir». que conservaba aún la au to rid ad y el crédito ganados con su descubrim iento. p o r lo a d e m á s. ya sea porque era pre­ ciso conocer la m erm a o el aum ento según que las corrientes m arinas fuesen en contra o a favor. salvo que ni antes ni después de Vespucci. lo hicie­ se Piloto Mayor del reino. y tan a su p e sa r. ya por­ que los relojes m ecánicos de entonces no funciona­ ban en el m a r y los de aren a perdían en precisión a causa del bam boleo o la inclinación de los navios. Lo que prevaleció fue la com binación entre los dos principios abstractivos: el jurídico. « al P rín c ip e Don C a rlo s.28 en el que se o rd en a­ 28. porque los pi­ lotos castellanos siguieron oponiendo la resistencia m ás tenaz a a b a n d o n ar sus m edios em píricos p ara d e te rm in a r la longitud por estim ación. que se m arcaron n u e stro m u y c a ro e m u y a m a d o h ijo » — s ie n d o a s í q u e a q u e lla a lh a ja no te n ía a la sazó n m á s q u e o c h o a ñ o s — . c ita . y el cosm ográfico. de lo cual el ejem plo m ás notable fue la d istribución de los dom inios de la zona n orte de A m érica del Sur. 663 . tra s la m u e rte d el yern o. reconociendo el m érito de Vespucci. en tanto que los portugueses. com o he dicho. pero. en efecto. De tal m anera fue com o se llegó a la form a m ás ch a­ pucera y p erniciosa de abstracción. que en m arzo de 1508. situ a ­ ba la línea de dem arcación en un m eridiano m uy próxim o al que Vespucci c a lc u la ría en C ananor y consiguientem ente al de los cálculos modernos. m ereciese siquiera en un grado m ínim am ente m ás aceptable el nom bre opuesto. En vano fue. cálculo siem pre aleatorio. ya dos m eses después de la Capitulación de Tordesillas. que. 662 ba que «ni los m ercadores se puedan c o n c erta r con ellos para que sean pilotos. el del rep a rto de ese derecho en tre las dos coronas m ediante una raya en el m ar de polo a polo. al parecer. va fir m a d o p o r Don F e rn a n d o co m o «Yo el R ey » y s u s c rito p o r C o n c h illo s con e s ta s p a la b r a s : «Yo L op e C o n c h illo s. en v e rd a d . Colón. s e c r e ta r io d e la R e y n a n u e s­ tra S e ñ o ra . Don Fer­ nando. C u r io s o p o r la a n o m a lía de que. lo fic e e s c r ib ir p o r m an d a to d e l R e y su P ad re». h ech a. ni los m aestres los pue­ dan res^ebir en los navios sin que p rim ero sean exa­ m inados p o r vos Am érigo Despuchi [sic]. Pues. o sea. se pudo llegar a un acuerdo sobre la «línea de dem arcación» fun­ dada en el cálculo astronóm ico. h a b ía reco gid o . e sta n d o e n c a b e z a d o p o r la rein a de C a s tilla . que. adelantam ientos o goberna­ ciones p o r trechos de costa definidos p o r acciden­ tes perceptibles desde el mar. no qui­ so que nadie enm endase su propia estim ación de lon­ gitudes. que fue la de asignar las concesiones. por su p ar­ te. en u n a re g e n c ia en la que. ante el d esin terés y h asta el desdén m os­ trad o p o r los pilotos castellanos. p ara lo cual había que sab er c a lc u la r la velocidad en cada tra ­ mo. o sea el de con­ creción. en p r im e r lu gar. a fa v o r d e F e lip e el H erm o so . en tre a q u e llo s a q u ie n e s d ir i­ ge el m an dato . para que enseñase métodos m ás precisos p a ra fija r la longitud y en vano tam ­ bién que. pues ni aun esto sirvió. doña Isabel de T rastam ara y don F ernando de Ara­ gón habían requerido los servicios del m atem ático Jaim e Ferrer. hiciese o bligatoria la asistencia de éstos a las lecciones de Vespucci en un h arto curioso docum ento. cap itán de los W elser en la concesión de Venezuela. Federm an. el m ism o im pulso transform ó su contenido de lo que llam am os «conquistar» a lo que llam am os «descubrir». Jim énez de Q uesada.. tanto a causa de los escasos progresos p o rtu ­ gueses en la conquista terrestre de M arruecos tras la tom a de Ceuta en 1415 com o a causa del gran aliento dado a la navegación por el infante portugués Don En­ rique «El Navegante». después de las palabras «lo que es fallado e se falla­ re» en lugar de «e conquiriere o descobriere». sus esfuerzos de lo terrestre a lo m arítim o y. cuando. porque todo lo que es fallado e se fallare e conquiriere o descobriere [subrayado mío] en los dichos térm i­ nos. En los rep a rto s entre p rín cip es cristian o s de los dom inios m oros «por conquistar». sin embargo. dejando el río a su derecha. prim eram ente en la bien conocida Península Ibérica y luego. po r rara excepción. e todas las islas que agora tiene descubiertas. allende de lo que ya es fallado. que ve­ nía de la laguna de M aracaibo o sea desde el n ores­ te. estuvieron a p u n ­ to de venir a las m anos. Pero en el altip lan o de Bogotá. casi en rebeldía con su g o b ern ad o r Pizarra. y h a b ría n llegado a ello si. a s­ cendido la co rdillera orien tal de los Andes. ante cuya superioridad m oral los otros dos no tuvieron m ás rem edio que avenirse y concertarse. la que desvió. lo que este c u a rto punto ha pretendido señ alar es cóm o la anticipación ab s­ tractiva —que tuvo consecuencias de tan im previ­ sible m agnitud y que tan funesta llegó a ser para pueblos no m enos im previsiblem ente num erosos— aparejada por la concesión de derechos sobre lo «por descobrir» resultó de u n a irresp o n sab le traslación al verbo descubrir de lo que p ara el verbo conquis664 lar había valido en los repartos entre príncipes cristia­ nos respecto de los dom inios en m anos de los moros. del 4 de septiem bre de 1479. entre los Re­ yes Católicos y Don Alfonso V de Portugal. un ase­ sino com o Belalcázar.. finca a los dichos Rey e Príncipe de Portogal. tal como yo he puesto. el propio Federm an—. luego. salvo por lo que se refiere a la variante «e conquiriere o desco­ briere». donde en­ contram os todavía los dos verbos juntos: «. po r reivindicar cada uno com o «de su conquista» la golosa y poblada co m a r­ ca de Tunja y Bogotá. por cuanto en la versión de García-Gallo. fue. y. en m enor grado. sin solución de conti­ nuidad. entre ellos. en el no menos conocido nor­ te del Magreb. que no hacen sentido con el resto). que había rem ontado el río M agdalena y. e cualesquier otras islas que se fallaren o conquirieren [subrayado mío] de las islas de C anaria para baxo contra Guinea. que. en los hechos. no hubiese coincidido allí uno de los pocos hom bres que no eran de la com ún ralea de bellacos a la que pertenecieron casi todos los con­ quistad o res —y. fue la acción m ism a. su­ bía hacia el N orte desde Popayán.. tra s el rastro de un im p o rtan te tráfico de sal. pero que yo he considerado preferible para esa varian­ te concreta. antes que la palabra. poco a poco. por poco tiempo. en el apéndice 8 de su estudio. sin ten e r ni rem ota idea de lo que pudiese h ab er entrando tie rra ad en tro y sin sa b er d e te rm in a r la longitud. ocupado. o sea un p ru d en te caballero com o J i­ ménez de Q uesada. que reputa com o más defectuosa que la que él presenta. señaladam ente.. y Belalcázar. Es justam ente en la Capitulación de las Alcágovas. que él mismo da en nota a pie de página como la que aparece en la edición de López de Toro. lo reproduce García-Gallo.» (tomado del texto tal como. En conclusión. descubierto. produciéndose de un modo casi insensible.. 665 .y adscribieron desde el golfo de P aria al de U rabá según los accidentes m ás visibles de la costa ca rib e ­ ña. traslación que. la Penín­ sula Ibérica era sobradam ente conocida p ara que pudiesen fijar perfectam ente p o r topónim os geo­ gráficos y co m arcas concretas lo que en los pactos cada cual se reservaba com o «de su conquista». se leen dos infinitivos «conquerir o descobrir». invadirlos. po r supuesto.los in te r­ m itentes im pulsos de la llam ada «Reconquista». conquistarlos. que —en principio sin necesidad de autorización ni legitim ación alguna po r p arte del pontífice— se resolviese a conquistarlo. ya d e scu b iertas las Indias. Real Academia de J u ris ­ p rudencia y Legislación. tenidos y poseídos p o r ellos. posesiones y bienes de ellos». que las propias Ca­ pitulaciones de 1492 en tre el rey de G ranada y la reina de C astilla no hicieron m ás que confirm ar: in­ cluso un tratado de rendición en el que. o aun el tácito supuesto de u n a p erm anente enem is­ tad. m ien tras que la del segundo. principados. por así decirlo. de 1455 y del papa Nicolás V. probablem ente negros según se infiere de otro pasaje de la m ism a bula: «pueblos gentiles o paganos que por allí existen pro­ fundam ente influidos de la secta del nefandísim o 667 . no sólo. a otros paganos. «positivam ente hostil». engloba y equipara. señoríos. com batirlos. La negación. tanto en el período califal com o en las épocas de los llam a­ dos Taifas —algunos de los cuales llegaron incluso a se r trib u ta rio s de prín cip es c ristia n o s—■. pero de 1452). principados. «facultad plena y libre p a ra a cu alesq u ier sarracen o s y paganos y otros enem igos de Cristo. y red u cir a servidum bre p e rp e tu a a las personas de los m ism os. duca­ dos. estab a en contradicción con la p rác tic a jurídico-política que los príncipes c ristia n o s de la Península Ibérica h a ­ bían m antenido. según la cual ningún poder tem poral que no fuese cristian o tenía legitim idad alguna. posesiones y bienes m ue­ bles e inm uebles. con los sarracenos. «Los orígenes españoles de las ins­ tituciones am ericanas». sino tam bién de p e r­ sonalidad ju ríd ic a y civil. a favor del m onarca portu g u és (y que re­ producen con algunas variantes las de un párrafo análogo de la Diuino am ore c o m m u n iti del m ism o papa. en el párrafo citado. en la página 447 de la obra que acabó de c ita r— tuvo que e sp e ra r h a sta 1517 para que. y que­ daba. M adrid. las expresio­ nes de la bula R om anus Pontifex. de donde bien podem os inferir que el criterio subyacente es el que niega a «sarracenos y paganos y otros enem igos de Cristo» no sólo toda legitim idad política en cuanto al dom inio tem poral.Q u i n t o . de legitim idad política en cu an ­ to atañe al dom inio tem poral. 1987. a m erced de c u alq u ier p rín c i­ pe cristiano. en cu alq u ier p a rte que estuviesen. como en esas capitulaciones. nota 350—. señoríos. La d o ctrin a de E nrique de Susa (cuya reactualización se adelantó a la de su contem poráneo Tomás de Aquino —p ara el período que aquí in teresa— en casi m edio siglo. pues García-Gallo da cuenta de nada m enos que ocho reediciones de su S u m m a Aurea e n tre 1473 y 1498 —véase el trabajo repetidam ente citad o en: Alfonso García-Gallo. sus reinos. sino inclu­ so la legitim idad ju ríd ic a en cuanto a la m era pro­ piedad privada de bienes m uebles e inm uebles. la resu citase Tomás de Vio. en cambio. y a propósito de sus habitantes. convivieron sin m ayor d ificultad con un m utuo reconocim iento jurídico-político. po r la que se concede al rey Al­ fonso V. y a trib u irse p a ra sí y sus sucesores y ap ro p iarse y a p lic a r p ara uso y u tilidad suya y de sus sucesores. el «Cardenal Cayetano»). y con respecto al M agreb y el África Occi­ dental. am én de algunos defensores de la prim era m itad del siglo X I V —veáse García-Gallo. página 483. Las su c e siv a s tra n s fig u r a c io n e s de la im agen y del concepto del «infiel». vencerlos y som eterlos. con los di­ versos p ríncipes m ahom etanos. por eso mismo. y a los reinos. conda­ dos. Mucho m ás parecen acercarse. a las d o ctrinas de En­ rique de Susa. el «Cardenal Ostiense». casi desde el principio. el vencido hace entrega de su sobe­ 666 ranía en las m anos del vencedor tra s u n a g u e rra de conquista com porta un pleno reconocim iento de la legitim idad del poder tem poral que e stab a en m a­ nos del vencido despojado po r las arm as. ducados. com o «enem igos de Cristo». En efecto. po r designar con arreglo a las caracterizacio­ nes de la época a los infieles que no ofrecieron el me­ nor pretexto para ser tenidos po r enemigos de Cristo y de la Fe. en sendas bulas de 1433 y 1435. a principios del siglo X I el m orabito en cuyo seno se form ó la secta «fundam entalista» —p o r de­ cirlo con expresión m oderna— que acabaría creando el im perio de los Almorávides). extensiva a otros infieles de creencias m u­ cho m ás vagam ente precisables. aun a despecho de que en la concesión otorgada en 1478 po r doña Isabel de T rastam ara. que en 1455. cuando. e para expeler. p rim ero el p ap a Euge­ nio IV. y luego Pío II. ante la pau latin a ap arició n de los «Sin secta». Un anticipo de ello ya se dio tal vez con res­ pecto a los canarios. prohibió a los cristian o s el «salteo» (esto es. reina de C astilla. con el favor de Dios. com o ya se ha dicho. se hacía. isleños de las actu ales Bahamas. exagerando. p ara sojuzgarla a su co­ rona real. po r cierto. a u n ­ que. en una bula de 1462. el tono parece ya alejarse 669 . Juan B erm údez y Ju a n Rejón p ara la conquista de Gran C anaria se diga «sus Altezas m andan ir en la isla de la G rande C anaria. p ara el asu n to de que aquí es cues­ tión. com o la que en las Yndias a c ab a ría ha­ ciendo d esap arecer en pocos años de la haz de la tie rra a la débil y poco num erosa progenie de las lucayos o «yucayos». lo que. concebida. se mantuvo. en p rim e r lugar. la reducción a la esclavitud m ediante sim ple c a p tu ra y rapto su b ­ siguiente. Es esta actitu d de los pontífices la que me hace p e n sar que fueron los can ario s los que incoaron en la im agina­ ción de los cristian o s la prim era prefiguración con­ creta de los «Sin secta». en principio. no obstante. Sea de ello lo que fuere. pues. toda superstición y herejías que allí y en otras islas de in­ fieles usan los canarios y otros paganos [subrayado mío]». los portugueses apenas habían pasado de la desem bocadura del G am bia. tal vez. no me parece nada inverosímil que ios portugueses hubiesen percibido su influencia. en segundo lu­ gar. un tanto al decir «profundam ente influidos». p o r su parte. po r la p rác tic a de un m u tu o reconocim iento entre príncipes c ristia n o s y m ahom etanos. a lo largo de toda la llam ada «Reconquista» hasta las propias Ca­ pitulaciones de G ranada) de cu a lq u ier príncipe o pueblo no cristiano. pues si ya a la costa a frican a confrontada a las C anarias se le daba en aquel entonces el nom bre de G uinea y si se tiene en cuenta. a p esar 668 de todo y aun perdiendo cu a lq u ier connotación de hostilidad. y.M ahoma». secuestrados y deportados. año de la bula. p o r m uy superficial y m in o ritario que llegase a se r su proselitism o en­ tre los negros. el papa o sus inform adores extrem asen su celo p o r la fe. para la explotación de los riquísim os yacim ientos o viveros perlíferos de la tristem ente cé­ lebre islita de Cubagua) de los nativos incluso toda­ vía po r convertir al cristianism o. a fray Ju an de Frías. inspirados en la bien definida figura del sarraceno. a m enos de 3 grados de latitu d S u r de la del Senegal. donde hay probablem ente m ás precisión que la que le supone García-Gallo («tam bién carecía de todo fundam ento c o n sid e rar a los negros a fric a ­ nos de las p artes de G uinea o m ás al su r aliados de los m usulm anes y enemigos declarados de la religión cristiana» —página 450 de la obra c ita d a —). com o excepciona­ les buceadores. autorizó al obispo de C anarias y a los arzobispos de Toledo y de Sevilla p ara excomul­ g ar a los c ristia n o s que se dedicasen a la m ism a práctica con los aborígenes que todavía en gran parte del archipiélago cam paban po r su cuenta. aun dentro de una perm anente presunción de hostilidad. que hacía siglos que el Islam h ab ía alcanzado este segundo río (en una isla del cual se asentó. im porta retener es cóm o la negación de toda legitim idad política y h a sta de toda personalidad ju ­ rídica y civil (contradecida. bajo los térm inos enfáticam ente hostiles que. aun a vueltas de este reconocim iento de «supersticiones y herejías». m ien tras que p a ra los «Sin libro» —equiva­ lentes a los que en térm in o s cristia n o s serían los «Sin seta»— la p ro p u esta era: «la fe o la m uerte» (conm utable. fue n o rm a del Islam . principalm ente cristian o s y ju d ío s—> expresado en la propuesta: «la fe o el tri­ buto». de­ ja ría de p ro d u cir la im presión de un salto repentino y capital: he aquí al pagano totalm ente inocente y 29. con respecto a los súbditos de los nuevos países conquis­ tados. «ellos no tienen secta ninguna ni son idólatras» (27 de noviem bre de 1492). que me pareció que ninguna secta tenían» (12 de octubre de 1492). a su vez. p ara lan zarlas loca­ 670 mente al vuelo. sin o ta m b ié n en c u a n to a lo s m a te r ia le s p o r é l re co g id o s en los a p é n d ic e s. y sin arm as» (12 de noviem bre de 1492). y que. el respeto hacia los creyentes de toda «religión del libro» —de hecho. al menos inicialm en­ te. por el contrario. E n tretan to con­ viene in te rca lar la observación de que la a ctitu d cristian a para con los infieles llegó a ser. en cierto modo.29 Como puede observarse. repite una y o tra vez: «creo que lige­ ram ente se h a ría n cristianos. 469-471). ante las candilejas. en efecto. m ien tras la norm a islám ica prescribía. volviendo al caso. «esta gente es de la m ism a calidad y co stum bre que los otros hallados. . c a rta a Santángel). no eran tam poco ne­ gros. H a b ie n d o a n u n c ia d o a l p rin c ip io q u e m e a p ro v e c h a r ía d el rep etid o e s tu d io de do n A lfo n so G a rc ía -G a llo no só lo en la d ir e c ­ c ió n te ó r ic a d e s u s razo n am ien to s. Me parece que em pieza a esbozarse la fi­ gura del infiel inocente de su desconocim iento de C risto y de su paganism o. salvo m uy m an­ sos. al recibir una noticia así. «questa gente no tie­ ne secta ninguna. y creo que m uy presto se to rn arán cristianos» (16 de octubre de 1492). am én de encarecer el nunca visto asom bro de m ansedum ­ bre y de bondad de aquellos hom bres desnudos que ha encontrado. tan deslum brante com o deslum brado. no m e he p r e o c u p a ­ do d e e s p e c if ic a r c a d a vez — ni lo h a ré en a d e la n te — la s c it a s d i­ rectam en te to m a d a s d e s u texto. no por eso la sú b ita aparición de los lucayos y los tainos. incluso increm entada. co n todo. con arreglo al prehistórico y casi universal derecho de guerra. salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo (15 de febrero de 1493. ni prender. de pronto y de una form a que a rra s a ría en lágrim as los ojos de quien tuviese la dicha de ig norar lo que sobrevendría po­ quísim o después. c u a ja ría en el m ito antropológico del «buen salvaje». a toda luz. Colón. conservando. ni son idólatras. y sin sa b er qué sea mal. com o una a c titu d m ás co n sid erad a y m ás piado­ sa hacia los «Sin seta». com o la inversa de la que. esta últim a. con el extre­ m ado y reiterativo énfasis con que C ristóbal Colón los encarece en los inform es de su p rim e r viaje. a p e sar de mis presunciones sobre el p rim er asom o de una nue­ va percepción de los infieles en relación con los ca­ narios. pues. a h o r rá n d o m e el tr a b a jo d e h a c e r la p o r m í m ism o. y al m enos en teoría. en cambio. que pocos años después Colón haría súbitam ente aparecer. toda la antigua carga de aver­ sión hacia las perversas «setas de M ahom a y de Mosén». la fórm ula c ris tia ­ na —dejando al m argen los com portam ientos de hecho— llegaría a configurarse. desde el principio. claro está. po r la esclavitud). ni m a ta r a otros. con el tiem po. sin ninguna secta que yo conozca» (primero de noviembre de 1492). «no les conozco secta ninguna. a d v ie r to a q u í q u e e s ta se le c c ió n d e fr a s e s de C o ló n la rep ro d u zco s e g ú n m e la o fr e c e ya h e c h a el d ic h o a u to r (p ágs. Pero. «y non conocían ninguna seta ni idolatría.de la enconada hostilidad que en tan to s docum en­ tos se reserva p ara todo lo que pertenezca o tenga algo que ver con «la m aligna seta del nefandísim o M ahoma». que am én de h u rta rse a c u alq u ier posible asim ilación con los sarracenos. de u n a form a que llam a la aten ­ ción hasta el extrem o de que no se diría sino que toda la C ristiandad estaba esperando. con las sogas de to­ das sus cam panas en la mano. com o infieles «Sin-seta». selladas. en principio. que se re­ fiere a la soberanía tem poral de las com unidades y a la legitim idad de sus «príncipes». tra s h a b e r a u to riza ­ do su venta en un p rim e r m om ento. has­ ta el extrem o de que uno llega a im aginarse a Colón desvelado en m edio de la noche. desde las propias C apitulaciones de S anta Fe. com o se ha visto en el párrafo citado m ás a rrib a . no tom ó la form a positiva de afirm ación del derecho de los indios. todavía poco im por­ tante. Por otro lado. en lo que atañ e a los derechos civiles de los in­ dividuos. De aquí nació la p rim era declaración form al de la lib ertad de los indios. 672 la cuestión de la p ersonalidad ju ríd ic a de los infie­ les. Sin em bargo. la terrible herejía de igualar la edé­ nica desnudez de aquellos cu erpos con la de Adán y Eva antes del pecado original. este es el m om ento en que verdaderam ente la falta de per­ sonalidad ju ríd ica de los infieles se subdivide en dos vertientes. en 1495. y la privada o individual. excom ulgado po r los papas en relación con los canarios. y si no podían reu n irlo po r sí m ism os habrían de ganárselo tra b a ja n d o p a ra los castella­ nos. reina de Castilla. con lo que tuvieron el pretexto —prisioneros de g u e rra — p ara iniciar la esclavización. au nque sufriese tam bién sus altibajos y sus diferencias de opinión. y así la p rim e ra m ancha. pero que. no hubo discusión alguna en cuanto a lo prim ero. a saber: la pública o colectiva. tra tan d o de ahuyen­ tar. sino la for­ m a negativa de prohibición dirigida a los castella­ nos y m ás tard e españoles. Bien d istin ta sería. aterrorizado. la R om anus Pontifex de N icolás V no sólo negaba la legitim idad política de los príncipes infieles —eq u ip arad o s a los s a rra ­ cenos—•. Pues bien. se volvió a trá s de su acuerdo pocos días después y prohibió la ven­ ta m ien tras el asunto no fuese debidam ente d iscuti­ do con ju ris ta s y teólogos. p refiriendo em plearlos com o tra b a ­ jadores p ara sí y tra tan d o de forzarlos al trabajo. los castellanos. la idílica visión colom bina de la noua progenies sufrió ya un p rim e r golpe en el segundo viaje: po r muy libres que. legalizadas e in scritas en el catastro de doña Isabel de T rastam ara. y tan sólo ya bien e n tra d a la p rim era m itad del siglo X V I em pezaría a d iscu tirse la legitim idad de una tal usu rp ació n de las soberanías autóctonas en el dom inio tem poral. tras el des­ cubrim iento de Colón. principalm ente fundada en una interpretación —equívoca y abusiva. tenían que pagar tributo. eran. for­ m ulada en 1500. ha­ biendo llegado a Sevilla la p rim e ra rem esa de escla­ vos tainos enviada po r los Colones desde La Española. la reina de Castilla. que podían lícitam ente se r destronados sin m ás por c u alq u ier príncipe cristia n o —conform e a la d o ctrin a del O stiense—. Sea de ello lo que fuere. así: «que no fuesen osados de p ren d er ni cautivar a ninguna ni 673 .primigenio. y tal vez sospe­ chando que la g u erra alegada p o r los Colones para aquella tom a de esclavos m ás que a una verdadera guerra se parecía al «salteo». incluida la Recopilación de 1680. que se refiere a la lib ertad de las perso­ nas singulares y al derecho de posesión y d isfru te de sus propios bienes. com o tales. tan to en lo que se refiere a la lib ertad personal com o en tocante a la posesión de bienes. en cam bio. tal com o o c u rriría con casi todas las leyes referentes a los indios. que tan lim pia y vacía de toda «seta» tie­ ne el alm a como desnudo de ropa está su cuerpo. De todos modos. que estropeó su im agen fue la de holgazanes. con todo. sino que au to rizab a tam ­ bién la reducción a la esclavitud de los p articu lares y el despojo de los bienes m uebles e inm uebles en beneficio de los depredadores. con los herm anos Co­ lón a la cabeza. p o r cu an to las «islas e tie rra s firm es d escu b iertas e po r descobrir» habían salido ya escritu rad as. com o argum en­ ta García-Gallo de la fam osa «donación» a le jan d ri­ na. esto es. sú b d i­ tos de la reina de C astilla y. provocaron las p rim eras sublevaciones. pudiesen se r personalm ente. ya que. que suscitó el m enosprecio y hasta el odio de los explotadores defraudados. se fueron dibu­ jando a la m edida del interés de los explotadores cas­ tellanos. Pero la m ala fe.alguna persona ni personas de los indios de las di­ chas islas y tie rra firm e [. inicialm ente surgi­ da de la irrita ció n ante la inad ap tab ilid ad y h asta flaqueza fisiológica y v ulnerabilidad biológica del taino para los inhum anos rendim ientos que como fuerza de tra b a jo se le q u erían im poner. que no lograban sa c a r de los indios com o fuerza de trab ajo los rendim ientos que h a b ría n de­ seado. de pecado en pecado. se fue haciendo extensiva a otros terren o s que nada tenían que ver con el trabajo. por decirlo con la expresión apli­ cada en aquel tiempo. la m ala fe y h as­ ta la m ala sangre de los castellanos ya decididam ente revuelta en co n tra de él no rep aró en incrim inarlo.. Si ya en las inocentes 675 . por el contrario. en este volumen. com o la propia holgazanería. no ya de m ero idólatra o supersticioso. aproxim adam ente po r los m ism os años. Y en este punto es signifi­ cativo el hecho de que. nada ha cam biado». fuesen. H uelga d e c ir que algunas de las tachas. como una te­ rrib le m aldición p a ra sus víctim as salvo que a títu ­ lo de castigo desencadenado sobre ellas por la ira del Altísim o ante sus abom inaciones. la im agen lim pia. com o «am encia» o com o m i­ noridad intelectual (véase. 86-88 y «M ientras no 674 cam bien los dioses.] para los tra e r a estos m is Reinos ni p ara los llevar a otras p a rte s algunas. ju stam en te los defensores de los españoles y de los sanguinarios episodios de toda la C onquista los p rim ero s que in­ terp retaro n su propio advenim iento. sino que pronto. ni les ficiesen otro ningún m al ni daño en sus perso­ nas ni en sus bienes». gentil. m anifiesta en las citadas tachas de «holgazanería» y de «am en­ cia». El angelical «Sinseta» de los prim eros días. «Sobre el Pinocchio de Collodi». com o estupidez e incluso. lejos de se r los futuros de­ fensores de los indios los que consideraron la llegada de los castellanos com o una verdadera m aldición para los indios. Pero. que con tan buena volun­ tad com o im prudencia Colón se h ab ía precipitado a sa lu d a r y en carecer p o r encim a de cu alq u ier pon­ deración. sino incluso de a d o ra d o r de Satanás.. herm osa. de abyección en abyección. págs. en lo que no hubo sólo una total incapacidad de com prensión p o r p a rte de los nuevos señores de los indios (com prensión que sólo llegaría a form u­ lar de m odo explícito m edio siglo m ás tarde M elchor Cano: «No conviene a los antípodas n u e stra indus­ tria y form a política») hacia la radical inadaptabilidad de éstos a las form as de trabajo y de circulación económ ica p ro p ias de Castilla. m ala fe incoada por la creciente irrita ció n de los explotado­ res ante la resistencia y la incapacidad de a d a p ta ­ ción de los explotados. p a rá g ra ­ fos XXVII-XXX). los ideólogos del em p erad o r habían considerado a los crim inales fautores del Saco de Roma com o in stru ­ m ento del fu ro r de Dios p ara escarm iento de las de­ pravaciones de la Iglesia. inocen­ te. h asta fo rm ar una figura a veces m ás m onstruosa de lo que nu n ca llegara a se r la del propio sarraceno. y a p a rtir de aquella prim era y poco im portante tacha de la holgazanería. risu e ñ a del hom bre de U ltram ar que en la d esn u d a p ersona del lucayo deslu m b ró el p rim er día los ojos de Colón iría precipitando de de­ fecto en defecto. Así la incom prensión de los explotadores hacia la inad ap tab ilid ad de los explo­ tados fue exclusivam ente entendida com o in capa­ cidad de com prensión po r p a rte de éstos. con todo el des­ com edido fu ro r de las m atanzas y las depredaciones que de m odo creciente lo acom pañaría. no sólo se convirtió enseguida en un hol­ gazán estúpido e incapaz. sino tam bién una en el m ejor de los casos inconsciente m ala fe en la in­ terpretación de las conductas de los indios. en m enos de tres dece­ nios. al descubrírsele observante de ciertos in­ genuos y recónditos cultos paganos. No de m odo distinto. De que estos dos sentim ientos elem entales. ¡Son todavía los m ugidos del Buey Silencioso resonando casi tres siglos m ás ta rd e de su m uerte en la venerable boca de Francisco de Vitoria! Pero aún nos queda una úl­ tim a —y en este caso. sino. iba a p rec ip ita r rápidam ente la un día todavía no tan lejano idílica figura del «Sinseta» colom bino. ya com o m eros vengadores de las ofensas infe­ ridas a Dios p o r los infieles con sus abom inaciones. si no confirm a su doctrina con milagros. a p esar de ello. la antropofagia y finalm ente el sacrificio religioso de víctim as hum anas.] Pero sobre esto no voy a d isc u tir mucho. no eran sólo im provisaciones au to ju stificato rias de los conquistadores. a sus m ás vesánicos instintos c ri­ m inales y a sus im pulsos de depredación.. aún si fuera cier­ to que el Señor hubiera decretado la perdición de los bárbaros. ningún cristian o puede legítim am ente a rro g arse el derecho de casti­ gar en los infieles. que en esta ocasión no existen. com o puso en otro tiem po a los cananeos en m anos de los judíos [.. di­ fundido con suficiente am plitud quizá tan sólo a raíz de la conquista de Nueva España. no bien fueron apareciendo una tra s o tra las tres grandes abom inaciones de los con­ tinentales.. de abyección. sino en los térm inos negativos de vengar a Jesu cristo de las terrib les ofensas com etidas contra él p o r los infieles. viendo en aquellos hom bres ajenos a toda codicia o afán de m edro. cuando al ferviente franciscano fray Toribio de Benavente («Motolinía») se le antojó renovar sobre los súbditos del recién des­ tru id o Im perio Azteca el espejism o colom bino del «buen salvaje» —po r aplicarle avant la lettre el nom ­ bre de un m ito antropológico bastante m ás tardío—. derivada— desfiguración po­ sible de la o rig in aria im agen del infiel am ericano. cuesta poco trabajo im ag in ar h asta qué extrem o absolutam ente m onstruoso de bajeza. condenó a todos estos b á rb a ­ ros a la perdición con m otivo de sus abom inaciones y que los entregó al poder de los españoles. si es que no incluso superaron. los 677 . en ferocidad co n tra los indios a los m ism ísim os guerreros. o sea el de a rro g arse la función de in stru m en to s de la ira de Dios contra los infieles por sus abom inaciones y el de sentirse ple­ nam ente ejecutores de su m isión c ristia n a no com o propagadores de la fe de Jesucristo. bien puede tom arse como indicio el hecho de que el p ad re V itoria se preocu­ pase de im p u g n ar tales alegaciones en el quinto y 676 el séptim o de los títulos que en sus «Relecciones» pone entre los ilegítim os.». antes que eso. igualaron./Además. sino un pecado a que la propia im prudencia evangelizadora de los cristian o s lo abocaría. H asta tal punto debieron de sentirse los conquistadores c a r­ gados de razón p ara d a r rien d a suelta. sin la m enor m ala conciencia. com o el célebre Tomás Ortiz. incluye expresam ente la sodom ía. en sus singulares juicios. com o pecados contra natura que. que no fal­ tan pasajes en las crónicas en que su propia m isión cristian a parece concebida no ya en los térm inos po­ sitivos de p ro p ag ar en tre los infieles la fe de Je su ­ cristo. incapaces de envidia o de rencor. En el séptim o dice literalm ente: «Dicen algunos —no sé bien quiénes— que Dios. ya que es peligroso c re e r a aquel que sostiene profe­ cías co n tra la ley com ún y contra las reglas de la E s­ critura. de in­ famia. que no fue propiam ente una abom inación congèni­ ta. la sodom ía. y siem pre po r el viejo m étodo de la patente Vicente Ferrer. la antropo­ fagia y h asta los sacrificios hum anos. ahogando en sangre sus abom i­ naciones hasta e x tirp ar sus credos. En efecto. no se d ed u ciría de ello que aquel que los destruyese estuviere libre de culpa.devociones id olátricas de los tainos la m ala volun­ tad del explotador desencantado p o r la escasa ren­ tabilidad de los explotados había llegado a ver cultos satánicos.. sino que m uy probablem ente lle­ garon a ser objeto de alguna elaboración doctrinal po r p a rte tal vez de ciertos clérigos o frailes que. en el quinto tí­ tulo. la que. al propagarse rápidam ente. hijos de la S an ta M adre Iglesia. la no por bien intencionada m enos irresp o n sab le renovación de la idílica im agen colom bina del pagano inocente. E sta últim a lacra de la a p o stasía o del sin­ cretism o herético. de cien en cien. En m ás de 100. p o r h a b e r unido siem pre los conquistadores tan estrecham ente com o si form asen un solo y m ism o cuerpo la sum isión política y la con­ versión religiosa. a l m en os se le hizo d e e llo c a rg o c rim in a l. de m il en mil. lo q u e in d ic a q u e en lo s añ o s 40 no h a b ía y a tan to tal im p u n id a d co m o a n te s p a ra la p r á c tic a del a p e rre a m ien to u o tr a s fo r m a s d e v e sa n ia . Bajo la concepción según la cual tales conflictos tenían que se r diferenciados por tra ta rse de sublevaciones de quienes ya eran súbditos del em p erad o r —m ás ta r ­ de sólo rey— y ya.30 parece que tuvo po r aglutinante ideo­ lógico un raro sincretism o religioso en el que se m ezclaban creencias aborígenes con elem entos de aquella fe c ristia n a tan su m aria y superficialm ente difundida por los irresponsables m isioneros francis­ canos. la que desfi­ guró el rostro del indio con la ú ltim a fealdad: la de doblez. De hecho. o sea franciscanos. podía edificarse una nueva y verdadera C ristiandad.a v e rig u a c ió n ni ju ic io p re v io a lg u n o — h a y q u e ten e r en c u e n ­ ta que. m ás digna y resp etu o sa de la fe cristiana. era. cuya propia ignorancia. lejos de ser vista com o o b stácu ­ lo a vencer. si b ien s a lió a b s u e lto — no p o rq u e no re co n o c ie se e l h e ­ cho. po r el celo de nuevas oleadas de m isioneros franciscanos. que no n ecesitaba m ás que las aguas del bautism o p ara tro carse en la flor predilecta a los ojos del Se­ ñor. com o es de suponer. acaso hipócritam ente interesada. sin o p o rq u e s e le a c e p tó la ju s t ific a c ió n —.verdaderos «pobrecillos del Señor» con los cuales. si bien h asta 1548 no tuvo A udiencia p ro p ia—. R e s p e c to de la s in ie s t r a a c tu a c ió n d e l v ir r e y don A n to n io de M en d oza en e s ta g u e r ra — a p e r r e a r y fu s ila r con b a la de c a ­ ñón a in d io s p u e sto s «en rin g le » (en h ilera). a u n ­ que quizá con ciertas com petencias adm inistrativas y ju risd iccio n ales separadas. habían llegado con él en 1524 a Nueva E spaña— el autoapodado M otolinía. Fue. igual que ove­ jas. c en su ró siem pre el barato populism o de las conversiones m ultitudinarias. acom pañaba casi indefectiblem en­ te. m ás com pleta. én­ tre los chichim ecas de Nueva G alicia. seguram ente con el m ism o espí­ ritu. p o r el c a rism a bautism al. com o expresión de un sub-cristianism o de m asas que al p a r que degra­ daba los rasgos «ilustrados» —o sea anti-m íticos— de la Buena Nueva. con m ucho m ás buen sentido y aun con una concepción m ás exigen­ te. conocida com o la «guerra de M ixtón». quien. las prescripciones au to ­ rizadas p ara su represión dieron lugar incluso a una denom inación específica: la de «caso de segunda guerra». de diez en diez. por el contrario. y quedó registrada y au to ­ rizada como lícita según el ius ad bellum. co m p o rtab a a la postre un acto de desprecio hacia esos m ism os «pobrecillos». aprovechada com o una ventaja para hacerlos e n tra r a toda prisa. La distinción sobrevivió aun después de que se prohibiese toda g u e rra de c o n q u ista por p u ra ini­ ciativa de los españoles. a toda rebelión india contra el dom inio tem poral de los españoles. uno de los m ás encona­ dos d etractores de Las Casas. en el redil de Jesucristo. aunque con recom endaciones de m esura y hum anidad en cuanto 30 . la insurrección que am enazó seriam ente la dom inación española en Nueva Galicia —creo que 678 ya in co rp o rad a al virrein ato de Nueva España. que. bajo los m is­ mos halagüeños auspicios de M otolinía. y a tra ía sobre los sublevados form as de represión y de castigo m ás despiadadas que las de la conquista inicial. o cuando m enos falta de franqueza y de plena y cordial since­ ridad y entrega en su conversión a la fe de Jesucristo. por la sola gracia santificante del Bautism o. en efecto.000 calculaba el núm ero de indios que po r su sola m ano habían sido bautizados —siendo h asta 12 los prim eros com pañeros de orden. 679 . retrotrayéndola al nivel de c u a l­ q u ier superstición. tr a s su re n d ic ió n y sin . Sixto IV. Las sucesivas transfiguraciones que. y nuestro». p o r no poderles dar. QUINTO. Paulo II.. tanto en lo tem poral com o en lo es­ piritual. 1484-1492. 1431-1447. se irán sentando en el solio de San Pedro a lo largo del tiem po que ab arca el argum ento de este apéndi­ ce. si bien algunos de ellos. se pro­ ceda com o contra ap o statas y rebeldes. Calixto III. anteponiendo siem pre los m edios suaves y pacíficos á los rig u ro ­ sos y ju rídicos. T ercero . pero absolutam ente ex­ cepcional. 1471-1484. El c a rá c te r políticam ente exclusivista —es decir privativo p a ra uno u otro de los «prínci­ pes cristianos»— que después de la Sane ch arissim us de 1418 adoptan. a lo largo de d istintas bulas y pa­ pas sucesivos. como el efím ero M arcelo II. gra­ cias a tan ta an ticipación de circunstancias. La creciente anticipación abstractiva de las tierras y los pueblos por el «m ercado de futuros» castellano-portugués de la dom inación. 1458-1464. 680 S eg u n d o . en m ayor o m enor grado in n ecesaria— extensión que ha aca­ bado po r cobrarse el desarrollo de al m enos cu atro de los cinco factores circu n stan ciales que m ás a r r i­ ba —b astan te m ás a rrib a de lo que h a b ría e sp era ­ do— consideré o p o rtu n o p o n d erar m e perm ite. M adrid. el m ás pequeño papel en este d ra ­ ma. la ap o stataren y negaren. no sé si bueno o malo. no p o r previo designio intencionado. 1492-1503) puede decirse. tuvo. sufrieron an te los ojos y en la m ente de los blancos la im agen y el concepto de «infiel». Pareciendo justificado y conveniente dividir en dos series sucesivas (la p rim e ra de nueve y la segunda de once) la nóm ina de papas que. me dispongo a retornar. benéfico o maléfico. Eugenio IV. todas las b u las referidas a lo que sólo en un principio pudo llam arse propiam ente «Cruzada Occidental». ha­ cia m ejor o hacia peor. a la que. 1455-1458. 14471455. creo justo reconocer que de ninguno de los nueve de la prim era serie (es a saber: el ya citado M artín V. La incierta y nunca bien definida n a tu ­ raleza de la «Potestad Apostólica» de los pontífices. folio 25 recto del Tomo Se­ gundo de la edición de Ju lián de Paredes. La índole g en é ric a m en te a rb itra l que com o m ero efecto resultante. 1681: «. po r una parte. salvo tal vez con una única excepción —la de Nico­ lás V—. que m ostrase ninguna preferencia m anifiesta p o r el reino de Portugal o el de C astilla. con las c a u sa s y m otivos. 1417-1431. N icolás V. en este mism o punto. títu lo IV. confiar en que el subsiguiente despliegue de la línea central del argum ento. h a sta en la R ecopilación de 1680. me obliga a socorrer la m em oria del lector con la repetición de los m eros enunciados iniciales de los cinco factores en cuestión: PRIMERO. la intervención de Roma en relación con los reinos de C astilla y Portugal. y con motivo m ás que com prensible. am bos inclusive. a la vez que. Y ordenam os. Ú nicam ente de N icolás V (acaso seducido. li­ bro III. 1464-1471. m ás a rre ­ batadoram ente fascinante de cuantos tom aron parte 681 . sin discusión posible. probablem ente. Pío II. y si haviendo recevido la S anta Fe. y A lejandro VI. pueda ser. conform e á lo que p o r sus excessos m erecieren. m ucho m ás breve de lo que sin la previa am bientación for­ m ada (no seré yo quien diga si con m ejor o peor fortuna ni verdad) p o r esta especie de m arco esce­ nográfico h a b ría llegado a ser. p a ra que Nos proveam os lo que m as convenga al serv icio de Dios N. La im previsible —y aun. CUARTO. en núm ero de 20. por aquel personaje. no lleguen tan siquiera a ser m entados. p o r o tra parte. ley IX. Señor.al ius in bello.. y dadonos la obediencia. o sea desde M artín V (1417-1431) hasta Pió V (15661572). Inocencio VIII. ni aun con toda mi b uena voluntad. se nos dé p rim e ro aviso en n u e stro C onsejo de Indias. al p a r que. que si fuere necessario hazerles g u e rra a b ie rta y form ada. y h a­ bía celebrado encom iásticam ente la conquista de Ceuta p o r los portugueses en 1415. sino porque por mi p otestad estoy facultado p ara reconocer la legitim idad de tu propósito de a p ro p ia rte de su so­ beranía p o r las arm as. le fuese m oralm ente lícito aco m eter con la fuerza de las arm as la conquista de cu a lq u ier reino infiel y apoderarse de su soberanía. si después el pontífice bendecía el intento y el logro de tan laudable em pre­ sa. en realidad. a cu a lq u ier «prín­ cipe cristiano» le bastaba. p ara d a r o quitar. miel so­ bre hojuelas. Ya M artín V había refrendado la doc­ trina del O stiense al d e c la ra r que los infieles no podían s e r dueños de ningún lu g ar del mundo. o sea el infante don E nrique el Navegante) puede tal vez de­ cirse que se escoró un bocadinho m ais a sotavento del viento de Lisboa que no del de Sevilla. de un reino sarracen o —siendo el Islam considera­ do ya desde las C ruzadas. no era en absoluto necesario ni tal vez —aunque esto según en qué m om ento de la oscilante interpretación ju r í­ dica de la nunca bien definida «potestad apostólica» del papa— tan siq u iera pertinente que el papa o to r­ gase ningún p erm iso previo a nom bre de tal o cual 682 concreto p ríncipe cristia n o p ara h acer m oralm ente lícito y jurídicam ente legítim o el derecho de conquis­ ta y apropiación de la soberanía de un determ inado reino infiel. en la que. Parece ser que. o. po r cierto. el enem igo natu ral de la en tera C ristian d ad —. había tom ado parte el cu a rto hijo de Don Ju an I. y tanto m ás si se trataba. ítem . en portugués. a la Ordem de cavalaria de Jesu Christo no necesitaba el pontífice de ninguna prerrogativa que excediese un punto de las ya contenidas en su potestad apostólica para h a c er y deshacer. en tanto que ac­ tualm ente detentado por un príncipe infiel y. en efecto. ha venido h asta hoy acom pañando y apo­ yando esa conquista». que m ás tarde se h aría tan fam oso bajo el rom ántico nom bre de E n riq u e el Navegante. bajo tus auspicios y con todo el favor y protección de tu soberanía. sin m ediación papal alguna. en la m edida en que com o príncipe cristian o te es m oralm ente lícito enseño­ rearte de un dom inio tem poral que. como era lo m ás común. y m ucho m ás tras em pe­ z ar el auge del expansivo Im perio Otomano. con la cara negativa de la doctrina de Enrique de Susa. a tenor de la convincente argum entación del tan tas veces citado estudio de Alfonso García-Gallo. es no sólo ilegítim o sino tam ­ bién positivam ente c o n tra rio a n u e stra Fe. el sa crifi­ cio y el peligro de este em peño no sólo m oralm ente legítim o sino tam bién espiritu alm en te laudable po r volverse contra el acérrim o enem igo de la fe de C ris­ to. a spiritualidade. p ara d a r la exclusiva de cuanto concernía a lo que entonces se llam aba «la espiritualidad». tal com o por mi propia potestad apostólica me pertenece libre­ m ente hacerlo. (Pues. con eso un príncipe cristiano tenía lo suficiente p a ra que. de h a­ berse q u erido h acer explícito. podría form ularse en estos térm inos: «No te concedo el derecho de con­ quista ni te transfiero el señorío del reino de Fez po r­ que ya de por sí en su actual situación me pertenezca com o señ o r tem poral del orbe entero. Parece que el supuesto tácito m ás com ún en lo que se refiere a em presas sem ejantes era —si es que he entendido bien las cosas— el que. el go­ bierno y ju risdicción de las cosas eclesiásticas y pertenecientes a la fe a la orden religiosa que. Q uiero decir que.en la era inaugural de la navegación a vela. o sea el propio infante Don Enrique. de m anera total y privativa. siendo aún apenas un m uchacho de 22 años. puesto que has tom ado sobre ti el trabajo. esto es: la que declaraba ilegítimo en sí m ism o todo poder tem ­ poral cuya soberanía estuviese d etentada p o r un príncipe infiel. sarraceno. rey de Portugal. me com plazco adem ás en reservar. en todo lo concerniente a las c irc u n scrip ­ 683 . por añadidura. al m enos a ten o r de las ideas o prácticas vigentes en el siglo XV . o sea la creciente vinculación del do­ m inio tem poral con las atribuciones religiosas y ecle­ siásticas. Real Academia de Ju risp ru d e n ­ cia y Legislación. defenso­ res del Concilio y del Papa respectivam ente. por afectar al orden de las cosas espirituales. de hecho. que tuvo p o r adalidades. de la potestad apostólica) concernientes a la supervisión ad m inistrativa de la ju risd ic c ió n propiam ente ecle­ siástica.) Pero. surgió tan sólo a raíz del conflicto entre C astilla y Portugal a propósito del derecho de con­ q u ista sobre las Islas A fortunadas —ya p o r enton­ ces llam adas C an arias— y p a rticu la rm e n te a p a rtir de las Allegationes p resen tad as en 1435 por Alonso de C artagena. en una de las zaran­ deadas sesiones del Concilio de Basilea.ciones y facultades ju risd iccio n ales eclesiásticas de la organización diocesana general com únm ente conocida com o «ordinaria». pero que no resolvería definitivam ente m ás que —a golpe de bula. podía ser objeto de las atribucio­ nes morales de la potestad apostólica]. p o rtugués en este caso. unida a la facultad pontificia de disponer de los pueblos con­ trarios al cristianism o y conceder el dominio sobre ellos a príncipes cristianos [«disponer» y «conce­ der». no tra ía consigo la exclusividad en lo eclesiás­ tico. que no he tenido 685 . concilio es­ pecialm ente torm entoso e im portante po r d ebatirse en él la cuestión. m u estra que en este m om ento —aun exis­ tiendo ya. a G uillerm o de Occam (13001349) y a Juan de Torquem ada (1388-1468). fuese cual fuese el alcance de la doctrina del Ostiense. a mi entender. a rra s tra d a desde el Cism a de Occi­ dente. en la Sane charissimus de 1418. la inevitable adscripción no menos privativa al titu la r del derecho 684 del dom inio tem poral de las atrib u cio n es (natural­ m ente siem pre delegadas. y a favor del papa p o r supuesto— Pío II con su Execrabilis de 1459. sino en el sentido sólo negativo de sancionar como moralm ente lícitas y hasta gratas a Cristo y a su Iglesia em presas semejantes. de 1957-1958. Esto últim o. M erece la pena ex am in ar si­ q uiera brevem ente la argum entación p rincipal de esas Allegationes. prem isa de algo p o r aquellos años todavía absolutam ente inim aginable: la gigantesca potencia territo ria l del futuro patronato castellano y m ás ta r ­ de español sobre la Iglesia y el C ristianism o de Ul­ tram ar. y a sólo 20 años de la Pragmática sanción— el dom inio tem poral. porque en ellas está el principio y fundam ento de la distribución territo rial excluyente de lo «por descobrir» y. antes de e n tra r en las referid as Allegationes de Alonso de C artagena. corroborando la conquista de Ceuta p o r «Cruzada» y convocando a ella a todos los p rín ­ cipes cristianos. com o facultad papal. la de conceder el ius patronatus. al p a r que au to rizab a a todos los obispos y arzobispos a conceder los privilegios de cruzada. siquiera fuese po r ficción ju ríd ic a —y de facto cada vez con m ás escandalosos y abusivos rasgos de ficción. todavía M artín V. Pero. junto con ella. no en el sentido enfáticam ente positivo —que García-Gallo no parece presuponer en ningún punto— que erigiese al papa por señor del orbe. por donde se cita: Alfonso García-Gallo. relación que. a este últim o respecto. que dice como sigue: «Evidentemente la facultad canónica de dispensar sólo a unos Reyes de la prohibición de navegar y co­ m erciar en determ inadas partes y de ratificar la pro­ hibición para los demás a p artir de un cierto punto [se refiere a la prohibición de toda relación incluso comercial con cualquier hijo de la abominable seta de Mahoma. a un siglo de distancia uno de otro. obispo de Burgos. quiero p o n e r por proem io galeato a mi ú ltim a afirm ación de aquí a rrib ita m is­ mo una cita textual de don Alfonso García-Gallo (pá­ ginas 497-498 del referido estudio sobre las bulas alejandrinas. sobre la p rim acía del Concilio sobre el Papa o viceversa. «Los orígenes españoles de las in stitu ­ ciones am ericanas». conform e se v erá—. 1987). M adrid. El fracaso de todos ellos al tratar de buscar en las doctrinas o en el Derecho de la época una defi­ nición o una explicación de esta potestad apostólica. Si al­ guien tra tase de apelar. a mayor abundamiento. digo. las de F uerteventura y Lanzarote. aca­ bó desem bocando. nos registra nada menos que ocho ediciones de la Summa Aurea de Enrique de Susa entre 1473 y 1498. m uerto el 18 de agosto de 1503. al sentido. que la actuación de los pontífices sucesivos y a través de sus diversas bulas. tal como en su plenitud se presentaba. resucitase sus doctri­ nas]. Ix> que no pudieron prever es que la síntesis de todas sus decisiones crea­ ría una situación que como tal presuponía una potes­ tad pontificia hasta entonces nunca imaginada [subrayado mío]. era evidente que había sido creada por la potestad ponti­ ficia. ya el propio García-Gallo. Esta situación se produjo luego. en que entre los reyes Don Alfonso V de Portugal y Doña Isa­ bel I. y consiguientem ente «lo donado». en una autén tica o pretendida actuación creadora de derecho. ni Alejandro VI trataron de crearla o de­ finirla. Ni Nicolás V. preten­ diendo únicam ente se r una actuación conciliadora entre derechos preexistentes o pretendidos de p rín ­ cipes cristianos. se tenía m ás noción de lo descu­ bierto. las A fortunadas. com o Vitoria. Todos ellos la ejercieron en cada aspecto con­ forme al Derecho de la época. al alcance. com o d iría un periodista. y la fecha del 4 de septiem bre de 1479. mientras que Tomás de Aquino tuvo que esperar hasta 1517 para que Tomás de Vio. pues no o tra cosa es «Lanzarote» que la versión castellana de «Lancellot­ to». Pero vengam os de una vez a las Allegationes. ni Sixto IV. hay que ten e r en cuenta. como síntesis de los resultados [subra­ yado mío] provocados por el ejercicio normal de una potestad pontificia rectamente aplicada en su origen en los respectivos casos. reina de C astilla —ju n to con Fernando V de Aragón.» En una palabra. en la nota 350 al pie de la página 483 de su estudio. aún hoy vi­ gente. no lo conseguiría ni aun d án ­ dose diez años m ás de plazo. que la de costas de salvajes. su prosopónim o de pila. en latitud y longitud. pero sí fue objeto de viva discusión en el xvi —recuérdese la polémica sobre el valor de las bulas y los justos títulos de los Reyes españoles sobre América— y lo es hoy día entre los investigadores mo­ dernos. derechos generalm ente laicos y por ende ajenos a la p otestad apostólica. ni Calixto III. que en el tiem po que m edia entre la fecha de 1312. incluso habiéndose ya reconocido m uchos grados. Para ponerlas. co-reinante u su fru c tu a rio p o r vínculo m a­ trim o n ia l— se llegó a la C apitulación de las Alcá$ovas. de « tierra firm e». ya conoci­ das desde el Periplo de H annón— o al m enos. re­ chazaron de plano sem ejante convalidación. en concreto. a la representación que de su propia «donación» pudiese haberse hecho en 1493 el propio Alejandro VI. en tre estas dos fechas. «en su contexto histórico». Auténtica para quienes convalidaron la «donación» a le jan d ri­ na en un sentido rigurosam ente referido al dom inio tem poral. demuestra que no existía. o sea los m ism os que la vida le dio a Alejandro VI. en que el genovés Lancellotto da M aloncello d escu b rió las islas C anarias —o re­ descubrió. siquie­ ra sea de m odo su m ario y general y po r no fatigar al lector en los detalles. pues ni aun entonces. esta situación compleja. ¿Cuál era esta potestad que producía tan am­ plios efectos y cuál era su fundamento doctrinal o canónico? El problema no se lo planteó nadie a fines del siglo XV [y. se interpone la 687 . sin q u ererlo y por circunstancias absolutam ente im ponderables. para d a r salida a la cuestión. pretendida p ara quienes. por donde se cita. aunque en al­ 686 gún aspecto m oral cayesen bajo su com petencia. si se prefiere. Ahora bien. p e rp e ­ tuando en el topónim o de e s ta segunda.ocasión de examinar]. creó una situación probable­ mente imprevista e imprevisible cuando se otorgaron las primeras bulas [subrayado mío]. el "Cardenal Cayetano”. sino con relación a un príncipe católico [. sin ningún éxi­ to de iure. p ara poder tra n sfe rir la soberanía de las C anarias a su señor natu ral el rey de Francia? Vero­ 689 . Don Pedro IV. y entiendo su vacancia no con relación a sus habitantes. y de m odo especial cuando el objeto de ellas eran is­ las o tie rra s p o r co n q u ista r y aun m ás «por descobrir». y en 1402. sin p e r­ juicio de la e stric ta soberanía del rey de C astilla. había rendido a Don E nrique III sobreentendía referirse a la persona de éste en cuanto tal y no en cuanto rey de Castilla. tal com o alega el propio C artagena. pero ¿qué hab ría podido o c u rrir si no lo hubiese sido tanto? ¿No p o d ría acaso h aberse ag a rra d o tal vez a cu al­ q uier sofística sutileza jurídica.] que estab an va­ cuas. entre la m era posesión p a rtic u la r o propiedad privada tal com o m odernam ente se concibe y la soberanía real (o nacional) h ab ía toda una serie de vínculos in te r­ m edios de ju risd icció n y señorío tem poral (como el que todavía cien años m ás tard e in te n ta ría n resuci­ ta r en las Yndias los encom enderos. en 1406. en que la p rim a ­ cía jerárq u ica del rey. al c o n sid e rar las Allegationes de Alonso de C artagena. que era el rey. aunque entonces no se lograse hacer definitiva la conquista. Pues bien..segunda y decisiva p a rte del desarro llo jurídicopolítico de las instituciones de la dom inación. respecto de las Canarias. p ara c ru z a r el lím ite de distinción cualitativa que la convierte en única. a la m uerte de su padre E n riq u e III. el p rim e r B ethencourt confirm ase su vasa­ llaje con el sucesor. me pa­ rece b astan te verosím il p e n sa r que la preocupación p rincipal de las Allegationes de Alonso de C artage­ na se derivaba sobre todo de la subsistencia en 1435 de las concepciones del E stado estam en talista.. a u n ­ que ya en fase de franca recesión. que. ya incluso pocos años antes del Concilio de Basilea. y basten aquí dos ejem plos de ello: en 1352. podían librem ente e n ta ­ b lar g u erras p o r querellas p a rticu la re s entre sí) se pasa al llam ado E stado m oderno. gozase aún del señorío de Lanzarote. rey de Castilla. com o aú n lo están. podía sin duda co n sid erarse com o un acto sim bólico y de co r­ tesía en la m edida en que el no rm an d o B ethencourt era un caballero y un hom bre de honor. La renovación del acto de vasa­ llaje po r Ju an de B ethencourt. con jurisdicción civil y crim i­ nal. todavía Don E n riq u e III. convenga ten er presente que en 1435 se navegaba todavía en la in certid u m b re de unas aguas en que. Don Ju a n II. por el que del llam ado E stado estam ental (en el que los señores.. 688 com o testim onia el que a la m uerte de E nrique III. M aciot de B ethencourt. si es que aún no puede llam ar­ se sensu stricto «absolutista».. aun reconociéndose vasallos de un prim us inter pares. alegando que en rea­ lidad el vasallaje que. F uerteventura y el resto del archipiélago canario aún p o r conquistar (pues se consideraba que la posesión de hecho de una isla.] que en ellas cuasi poseyese el suprem o dominio»). deja desde luego de ser la de un p rim u s in ter pares. p o r las que aún perm anecía esa am plia zona am bigua y deslizante entre la soberanía y las diversas situaciones ju ríd i­ cas a que-podía d a r lu g ar la sim ple posesión perso­ nal por apropiación a m ano arm ada de un particular. lo que ha perm itido a algunos h ab lar de «neofeudalism o» con respecto a América). co m p o rtab a el de­ recho sobre todo el archipiélago) ante Juan II de Cas­ tilla. tal com o hizo en favor del conde de N iebla—. De ahí que. probable­ m ente con parecidos privilegios feudales —com o lo prueba el hecho de que en 1418 el sobrino de éste. com o señ o r de Lan­ zarote. rey de Aragón concedió a A rnaldo Roger la conquista de las Islas C anarias con c a rá c te r de feudo. se consideraban «vacuas» («islas [. por añ ad id u ra. al e s ta r h a b ita d as sólo p o r infieles. p ero con notable éxito de facto. por d ecirlo exageradam ente. con facultad para en ajen ar sus rentas. concedió la conquista de aquellas m ism as islas al n orm ando Juan de B ethencourt. b a ste p a ra e llo e l s o lo e n u n c ia d o de la ley re feren te a la lib e r ta d d e re sid e n c ia : « Que los indios se pue­ dan m udar de vnos lugares á otros. incluso totalm ente liberados de toda posibilidad de esclavización. a los negros de Guinea. resulte h arto difícil d efinir los lím ites de su personalidad ju ríd i­ ca. en la m edida en que habiéndose d e sarro lla ­ do la idea m ism a del Derecho sobre la bien definible territorialidad terrestre. Ya en p r im e r lu g ar. a lo que en el caso de estos aventureros se añadía la falta de p ersonalidad ju ríd ic a de los infie­ les. y no fu ere n p e r ­ ju d ic a d o s lo s E n c o m e n d e ro s» . p ro h ibien d o la escla v itu d in clu so p a ra lo s a p re s a d o s en g u e r ra ju s t a . cuya actitu d proteccionista y pedagógica respecto de los indios se debe. Si todavía en la Recopilación de 1680 la personali­ dad ju ríd ic a del indio. ya habían aparecido los aventure­ ros m arítim os particu lares. Ya he señalado m ás arrib a. acaso gratuitam ente. a lo que el castellano se negó diciendo que tal cosa «sería robar». « R e c o p ila c ió n d e la s ley e s d e lo s reyn o s de la s In d ia s» . por eso el rapto para la puesta en ven­ ta era ya un «robo». p o rq u e au n d e c la ra n d o el títu lo se g u n d o de ese m ism o li­ bro la lib ertad de los indios. ju n to a esta la­ bilidad jurídico-política de que podían apxovecharse las em presas de conquista acom etidas. q u e s e ria e x te n s ísim o y fu e r a d e lu g a r só lo tr a ta r de re su m ir a q u í. en general al m enos p resu n ­ tam ente convertido y bautizado. le y x ij. sirva el ejem plo com o la clase de cosas que Alonso de C artagena podía tem er aún de los dis­ tintos grados de dom inio coexistentes aun en aque­ llos últim os decenios del E stado estam ental. se que­ daba com o perp leja ante la a-territorialidad propia del mar. 3 1. T om o S eg u n d o . en principio. m ínim am ente inficionados por 690 la perversa seta de M ahom a— los p rim eros que em ­ pezaron a m ejorar la figura del infiel a los ojos de los cristianos. sobre los cuales. excep to d o n d e p o r la s R e d u c c io n e s q u e p o r n u e s tro m an d a to e s ­ tu vieren h e c h a s se haya d isp u e sto lo c o [n] trario . es signifi­ cativa la respuesta dada por un castellano —cuando ya Lanzarote era señorío de B ethencourt bajo sobe­ ranía del rey de C astilla— a un aventurero n o rm an ­ do que le proponía el salteo de isleños en la propia Lanzarote. valga la redundancia. cóm o tres prohibiciones sucesivas contra el salteo p o r el papa Eugenio IV (en 1431. e d ic ió n de J u liá n d e P ared es. títu lo I. m ucho m ás al te rro r de la m etrópoli ante la tre ­ m enda dism inución de la población indígena. M ad rid . «como es debido». y m o r a r a llí. y en seg u n d o lu g ar. q u e e s ta b le c e p a ra e llo s u n a le g is la c ió n p riv a tiv a .I S i C o n sta re . la legislación que a ellos se refiere p erm a­ nece totalm ente sep arad a de la de los criollos y los españoles. y d e x e n lo s v iv ir. lib ro V I. ni M in istro s. como la propia pi­ ratería.símil o no. cuyo derecho a la depredación perm aneció siem pre jurídicam ente bastante indefinido. 16 8 1. si bien. en el libro VI. fo ­ lio 18 9 vuelto . lo que m u estra la índole ju rí­ dica de cosa y no de persona que tenían los infieles incluso en islas ya bajo el dom inio tem poral de un príncipe cristiano: aún no eran personas. como. A tal respecto. 1433 y 1435) y una de Pío II (en 1462) parecen in d icar que fueron los aborígenes ca­ narios —a quienes no se podía considerar. expresam ente titu lad o «De los indios». ejercían la p rác tic a del «salteo». exam inada m ás de cer­ ca. no lo s im p id a n la s Iu s tic ia s . v ien en d e s p u é s m u ltitu d d e re s ­ tric c io n e s a e s a lib e rta d . aparece indecisa. o sea la esclavización po r cap tu ra. cuya fuerza de tra b a jo era absolutam ente indispensable tanto para la supervivencia de los ex com batientes y criollos com o para los intereses m etropolitanos). una especie de piratas. en la m edida en que incluso en la Recopilación de 1680. pero no un atentado a la libertad personal. aca­ so con relativo fundam ento.31 habiendo resistido los violentísim os em bates del iusnatu ralism o tom ista renacido en el siglo X V I (cuyos paupérrim os logros son seguram ente incluso bastan­ te m enores de lo que p o d ría h a c er p e n sar la Recopi­ lación. pero ya te­ nían «dueño». p a rticu la rm e n te en las Cana­ rias. q u e lo s in d io s se han ¡d o a v iv ir de v n o s L u g a re s á o tr o s de s u volu n tad . 691 . p o r la m e ra e x is te n c ia de e se lib ro vi. es o p ortuno reco rd ar cómo. Por último. se había visto constantem ente contravenida en la Península Ibérica. el rey de C astilla no se lo otorgó. Tal petición im plicaba. bien porque su herm an o Don Duarte. no aceptase tal respuesta. No tengo datos p ara sa b e r en qué té r­ m inos se pedía tal concesión: si en los térm inos fu er­ tes del. bien porque el propio infante Don E nrique lo incita­ se a b u sc a r otro cam ino. p ara su sten tarse del m odo m ás es­ pontáneo en p rácticas inform uladas. creyendo éste conveniente para el propósi­ to de sus navegaciones el apoyo que podía ofrecerle la facultad de poner pie en aquella isla. pidió a Don Juan II. com o ya he dicho m ás a rrib a. ya que ninguno había que cuasi poseyese el suprem o dom inio de ellas»). Alonso de C arta­ gena considerase «vacuas» las C anarias. viniendo de su autoridad. a tenor de la frase ya citada de sus Allegationes («et intelligo vacuitatem non per respectum ad habitatores. com o p ru eb a de que el propio infante h a­ bía considerado las C anarias m eridionales como «de la conquista» de Castilla: «ya que si él. «program a m áximo» de la d octrina del Ostiense. no bien hubieron doblado el cabo B ojador —a unos 2 grados de latitud s u r del paralelo de la G ran C anaria— las acuciosas c a rab elas del infante don E nrique el Na­ vegante. m ás que en expresas concepciones.. así pues. sino 692 otros e m isa rio s— es la siguiente: en 1434. no las h a b ría pedido [. com o titu la r y poseedor de fa d o de la sobe­ ranía de Lanzarote. rey de Portugal desde 1433. p o r así decirlo. Quizá esta idea de «vacío de dom inio» referida a un pueblo tan prim itivo com o debían de ser entonces los canarios no necesitaba siquiera la d o ctrin a de Enrique de Susa. en las p rácticas de la g u erra y de la paz entre los príncipes cristian o s y los príncipes islám icos a lo largo de la llam ada Re­ conquista).. Pese a lo cual. el caso es que Don D uarte acudió al papa Eugenio IV. las pudiese ocupar como bienes que no per­ tenecían a nadie. como Fernández de Oviedo d iría 693 . p ara la cual no se h allaba allí en principio nuestro Don Alonso. a ten o r del cual el pontífice podía bendecir —lo que.] pues es superfluo p ed ir p o r favor lo que está p erm itido por la ley». que el sentim iento táci­ to de los príncipes cristian o s concebía su derecho a ap ro p iarse del dom inio tem poral de los sa rra ce ­ nos sobre la base de la positiva ilegitim idad jurídi­ ca de éstos (concepción que. que yo prefiero tra d u c ir así: «y con vaciedad no quiero d a r a en ten d er que e stu ­ viesen vacías de habitantes. reconocim iento im plícito que Alonso de C artagena no dejaría de incluir en sus Alle­ gationes. era casi san cio n ar— una em presa sem e­ jante. com o m u estra de un laudable celo po r la difu­ sión de la Fe de Jesucristo. o en los térm inos dé­ biles de un «program a m ínimo». La situación que dio lugar a las Allegationes de Alonso de C artagena en el Concilio de B asilea —como si éste no tuviera ya b astan te problem a con la querella sobre la p rim acía del Concilio sobre el Papa o viceversa. tenía sobre las restantes islas del Archipiélago Canario. que se rem ontaban a la an­ tigüedad: imagino. obispo de Burgos. aun bajo el supuesto de una perpetua y n a tu ra l enem istad. evidentem ente. en 1435. esto es. sino vacantes para el do­ m inio de un p ríncipe católico. conform e a derecho. sed per respectum ad principem catholicum . Tiendo a pensar que debió de ser m ás bien de la segunda form a siquiera en la apariencia. Con todo. m ientras que su derecho al dom inio tem ­ poral sobre pueblos com o los canarios y m ás tarde los lucayos y tain o s se se n tiría m ás bien com o fun­ dado en la insuficiencia juridico-institucional de ta ­ les gentes.nada tiene de extraño que. n u llu se n im erat princeps catholicus qui in eis quasi possideret suprem um dom inium ». rey de Castilla. según la cual el papa era se­ ñ o r tem poral de todo el orbe. p ara que le concediese la conquista. el reconocim iento del «derecho de conquista» que Juan II. que le hiciese m erced de su conquista. nos autoriza a c o n sid e rar com o extrem am en­ 694 te dudoso que Don D uarte o sus em bajadores en el Concilio de Basilea alegasen. et est quid grav e s e g re g a r e a c o ro n a re g n i [su b ra y a d o m ío] quicquam quanticumque sii se ralionabiliter excusauit ». D ejaré a un lado las alegaciones en que el derecho de C astilla a las Ca­ n arias se defiende con la argum entación h istórica de que éstas se corresponden con la antigua Tingitania. cuya imagen. pero con la reserva de que esta fundam entación his­ tórica le servirá. ya que (dejando a p arte al infante don E nrique el Navegante.. ya efectiva de he­ cho en Lanzarote. esto es: «Las razones del señor rey de Portugal o de los portugueses que ahora se han ale­ gado o verosím ilm ente pueden alegarse [subrayado mío]». lo que según el derecho de la épo­ ca co m p o rtab a el derecho de conquista sobre todo el archipiélago. e n tra b a en la m ás ro tu n ­ da contradicción con el im plícito reconocim iento de la soberanía de Ju an II de C astilla. por el infante Don E nrique al propio Ju an II de C asti­ lla para que le autorizase la conquista —se supone que bajo enfeudam iento. a través de los vándalos y los visigodos. esto es. no obstante. que ten d rá im portancia m ás aba­ jo]. con «palabras en fo rrad as e dissim ulagión». al m enos en los térm i­ nos tan nítidam ente inequívocos y explícitos en que C artagena la declara. sobre la cual. com o esta. La fuerte duda viene de que Don D uarte o sus em ­ bajadores no podían esg rim ir de m odo tan taxativo una razón que. ya que a tal clase de argum en­ tos no hay m ás resp u esta sensata que la que el céle­ bre em bajador veneciano G asparo C ontarini le dio al pontífice Clemente VII sobre los derechos concer­ nientes a Cervia y a Ravenna: «Santísim o Padre. a incluir.de Cortés. sin atribuciones de soberanía—32 de la G ran C anaria y acaso alguna otra isla m eridional del archipiélago. p o r ende. me resisto b astan te a dism inuir) ni al rey de Portugal ni al de C astilla —como bien dejarán a d iv in ar las Allegationes que vamos com entando— parecía im portarles la difusión del Evangelio m ás que com o in stru m en to de expan­ sión de su dom inio tem poral. La determ inación condicionante que el propio a u to r de las Allegationes antepone a la «re­ ducción a form a de derecho» de las razones de sus contrincantes. como nos pusiésem os a dilucidar los derechos de los E stados rigiéndonos p o r sus orígenes. y] puesto que las islas C anarias no están ocupadas por ningún p rín cip e católico o grupo de católicos algu­ no [subrayado mío. po r tanto. o los em bajadores de Don D uarte supieron enunciarla 32 . m ás fu n d ad o — era la sobera­ nía de derecho y de hecho del rey de C astilla sobre Lanzarote desde su co n q u ista po r el norm ando Bethencourt en 1402. p ero el s e g u n d o (« se g re g are a co ­ ron a regni») p a re c e s u p o n e r la so b e ra n ía . en consecuencia deben concederse al ocupante». aunque nada m ás sea por ciega a rb itra rie d a d estética. no en contra­ ríam os hoy ni un solo príncipe con poder legítimo». E l p r i­ m e r su b r a y a d o («quaten us») p a re c e d e ja r a b ie r ta la a lte rn a tiv a en cu a n to al g ra d o d e d o m in io . A u n q u e un p á r r a fo d e la s Allegationes p a re c e m ás b ien im ­ p lic a r q u e s e s u p o n ía el p len o d o m in io : «Deinde Henricus infans Portugallila]e supplicami domino nostro regi q u a te n u s [s u b ra y a ­ do m ío] dignaretur sibi concedere conquestam illarum insularum. la p rim era de ellas: «Que las islas del m ar no ocupadas pasan al ocupante [. entre las razones que «verosí­ m ilm ente puedan alegarse» por la p arte contraria. sicut dilectissimo consanguineo.. poco m ás o m enos. quia tamen istud concemebal /¡onore reg­ ni. 695 . que co m p o rtab a la petición hecha apenas un año antes. el derecho legítim o h a b ría venido a p a ra r a los reyes de C astilla. Dominus autem licet libenter uoluissel illi compiacere. El segundo títu lo h istórico —m ucho m ás próxim o y efectivo. De modo que esta «razón» o es del caletre de Alonso de C artage­ na. y. a Alonso de C artage­ na como prem isa de su últim a y decisiva alegación. sobre el «derecho de conquista» de todo el archipiélago (con arreglo a la ya citada nor­ m a ju ríd ic a de la época con respecto al dom inio de islas y archipiélagos). aunque sin prolongarse sine die. una am enaza que aprem ia con extrem a inm ediatez. habiendo perdido apenas a los 8 la tu to ría del único genuino caballero de Castilla. de a ta ja r a tiempo. su tío don Fernando el de A ntequera —designado en el com prom iso de Caspe. los rasgos de un dis­ curso regido p o r factores que. al padre). prevenir y asegurar. Don 697 . las Allegationes van trasluciendo m ás y más. prim ogénito de los llam ados «in­ fantes de Aragón» (hijos de don Fernando el de An­ tequera. Al cabo. casi a flor de superficie. Como ya he hecho —acogién­ dom e al sapientísim o consejo de G asparo Contarini— con las alegaciones ju ríd ic a s rem otas. el caso es que éste no dejó de exprim irla hasta la últim a gota en su argum entación. con la m irada p uesta en el apoyo decisivo que tal reserva va a p resta rle en su argum entación con­ tra la tercera. huérfan o de padre a los 2 años de edad. ú ltim a y m ás fu erte de las razones del rey de Portugal en favor de su gestión ante la Santa Sede: la causa fidei. o verosím ilm ente puedan alegarse. p ara d a r por buena tan sólo la referida a la conquista de 1402. No. tra s h a b e r tenido que a sistir no sólo a la b rillan te conquista de Ceuta por el rey de Portugal. y. toda la argum entación aparece dom inada por la urgencia y la circunstancialidad: es evidente que no son derechos a largo plazo ni aspiraciones generales lo que se tra ta de allanar. su cará c te r prem iosam ente perentorio y h asta el rit­ mo del estilo y lo ordenado de la exposición (salvo que esta im p resió n se deba sólo al hecho de que el texto que nos ofrece García-Gallo om ita algunas p a r­ tes que no le han parecido sustanciales) se d iría que van perdiendo pie. Con todo. de 1412. por el co n tra ­ rio. en form a de alegaciones de dere­ cho». incluso a su pesar. puede siem pre es­ p e ra r o darse un cierto plazo. incluso en estos pasajes de la argum entación no deja de lan­ zar anticipaciones im plícitas o explícitas de la reser­ va argum ental acum ulada al «reducir [la prim era de] las razones del señ o r rey de Portugal o de los p o rtu ­ gueses que ahora se han alegado. al m ando del casi im berbe N unho Alvares. van des­ cubriendo. sino tam bién a la de N ápoles po r su prim o Alfonso V. que. Com oquiera que sea. El pleito de las Cana­ 696 rias que en 1435 se estab a debatiendo en Basilea nada tiene que ver con querellas te rrito ria le s com o la actual de las Kuriles. leyendo entre líneas. el rey Don Ju a n II de C astilla. Casi ya disipados los rencores y restañadas las he­ ridas del m em orable descalabro que las escasas pero in trépidas huestes portuguesas. teniendo aún que s o p o rta r p o r veinte años el incansable volligear de los tres restantes. hab ían sabido infligirles a las arm as de su abuelo Ju an I en el lugar de Aljubarrota. gra­ cias al benéfico poder p utrefactor del tiempo. conform e avanza el texto. p ara ceñ ir la corona de Aragón—. ya sea que fuese una razón efectiva­ m ente adivinada entre líneas de la argum entación de sus contrarios. La cosa es que las Allegationes por m ucho que se envuelvan en disim ulaciones. po r m ás que no saliesen. ya sea que fuese —com o yo tien­ do a c re e r— hipotéticam ente p ro p u esta ad hoc por el propio Don Alonso com o una razón que «verosí­ m ilm ente podrían alegar» los portugueses. om itiré tam bién la pesada casuística que las Allegationes despliegan en to rn o al «derecho de con­ quista» por proxim idad geográfica y a los distintos m odos en que el derecho dim anante del acto de apro­ piación originaria sobre la res nullius puede ap licar­ se respecto de las islas. de d eten er siquiera de m o­ mento. se trata.bajo form a de « palabras en fo rrad as e dissim ula?ión». parecen arro llar. com o la de G ibraltar. los com e­ didos térm inos form ales de un pleito jurídico. por no hab lar de las que. se han m omificado en sím bolos y transform ado en pura ale­ goría. com o la de rem itirse al dominio de la Tingitania p o r los vándalos. ciertam ente. pues. ya sea al segundo. p o r su concepto mismo. El segundo sentido concierne solam ente a la presunción del acto válido. o.. bien sea que la refiriese a la soberanía de derecho y de he­ cho del rey de C astilla sobre L anzarote desde 1402 —con la ya rep etid a concom itancia del «derecho de conquista» sobre todo el archipiélago—.. acab ab an de e n cen d er en oro nuevo su blan cu ra al sol naciente del cabo Bojador. pues. no llega a definir. al m ando del c ap itán Gil Eanes. o podría ser. ya puede com prender­ se el celo de C astilla y de su rey por no p e rd e r el único nuevo dom inio conseguido (aparte del de Antequera. según cada m ateria y cada caso. el tercer sentido se ocupa de los distintos c ri­ terios a seguir. según el orden de mi esquem a.Juan. tanto m ás a la vista de la cada d ía m ás acelerad a y a la r­ m ante superioridad m arina de los portugueses y por añadidura justam ente ahora cuando las acuciosas ve­ las del infante don E n riq u e el Navegante. van a parar.] pero como no poseyó ni retuvo su acto no tiene valor [su­ brayado mío] de ocupación». tras la m ar­ cha y la m uerte de don Fernando el de Antequera. siendo. sus ocupantes o los habitantes de ellas estarían bajo el dom inio y principado de nuestro se­ ño r rey. a m e­ nudo b astan te traídos p o r los pelos con respecto al curso de la argum entación. m ortales enem igos del único hom bre leal e inteligente que. del su p u esto de un acto físico de a p ro ­ piación o riginaria. Los anticipos que va lanzando Don Alfonso. En cuanto al acto váli­ do. el entonces rey de Portugal: «el acto no fue justo [subrayado mío] porque estas islas pertenecían a n u estro rey»..] se llam a o c u p a r cuando se em pieza a o cu p ar lo que se puede conservar y poseer [. al d a rla por supuesta. «adquisición po r vía de ocupación». po r infrin­ gir alguna prohibición o v iolar un derecho preexis­ tente. o sea al alcance del derecho que por el acto válido se adquiere. la nulidad la explica de este modo: «No puede llam arse o cupa­ ción. o sea no tener efecto de derecho alguno. y por tanto punible. según las cuales podría ser válido —en el sentido de c o n ferir algún derecho. Don Pedro y Don Enrique. en 1410. a los casos que. la form a de absoluto. pues [.. com o él dice. había acertad o a d arle seguridad y apoyo: el con­ destable don Alvaro de Luna. a su derecho. o sea Lanzarote. dado que ésta no parece adm itir.] quien edifica en suelo que es de la 699 .) El m ism o caso le sirve a C artagena para el acto ilegítim o y el nulo: el fracasado intento de conquista de la Gran C anaria acom etido en 1425 por Fernando de C astro p a ra Don Ju an I. com o digo. con el preten d id am en te anejo «derecho de conquista» de todo el A rchipiélago Canario. por la m inoridad de su sobrino Ju a n II) desde la in sta u ­ ración de la d in astía de T rastam ara.. finalmente. despliegan la cuestión en tres sen­ tidos: el prim ero concierne a las presunciones ju r í­ dicas del acto mismo. ilegítimo. ya sea al tercer sentido (rem ítase al lugar donde cada uno de estos ordinales viene subrayado).. pues [. acaba por de­ cir: «Si de nuevo naciesen o se descubriesen las is­ las Canarias. sin p recisar por el m om ento cuál—. a ten o r de la variedad de circunstancias. pasam os. bien sea que refiriese sem ejante p ertenencia al an tiq u í­ sim o derecho h istórico sobre la T ingitania. ad q u iere el acto p o r esa validez. todavía regente de Castilla. para 698 la previa delim itación de la circunscripción u n ita ­ riam ente afectada por la validez del acto y sujeta. tras aleg ar el consabido derecho histórico sobre la Tingitania —lo que al efec­ to aquí es indiferente— y sobre cuanto haya o pueda a p arecer en sus aguas circundantes. la m era validez. Por fin. (No es que este esquem a aparez­ ca en tal form a en las Allegationes: sólo se ha u rd i­ do buscando brevedad y espero que con fidelidad y con acierto. extraídos todos ellos. naturalm ente. tom ada p o r el ya citado Don Fernando. por tanto. E n cuanto al se­ gundo sentido. podría se r nulo. y d iscierne los d istin ­ tos alcances del derecho que. según la ley de disim ulación —. nam illa semper est principis]. com o observa B aldo [. en la form a en que el particular tiene el dom inio de sus cosas. que se les venda m uy bien vendida y se ahorren los sa la rio s de las ju sticia s y corregidores que en ellas se ponen»—. esto h a de entenderse en cuanto al dom inio plano. «hay o tras [cosas] de que con­ viene que V. pero no en cuanto a la jurisdicción.jurisdicción de otro. en e sta s citas los dos alcan ­ ces extrem os —m ínim o y m áxim o— del derecho que confiere el «Acto de apropiación» (entre los cuales quedan. fecha de la CUARTA de las Cartas de relación conocidas. vbiere quien conpre la jurid ició n de sus yndios. como puede observarse. ju n to con la secu lar dem anda de que se concediesen a p e rp e tu id a d —esto es. protección. hay un acto válido —el de ed ificar— por el que se adquiere un derecho —el de h a b ita r la casa—. la soberanía. sea avisado p a rticu la rm e n te [. y no sólo en lo que se refiere a las «encom iendas». gobierno y suprem a jurisdicción del príncipe». pues. siem pre respecto del alcance de la ocupación. lim itándom e aquí a c ita r un interesantísim o pasaje del padre Acosta S. non tamen quantum ad iurisditionem .] Pues na­ die dice que las adquisiciones que se hacen de nuevo en el dom inio de algún príncipe se entienden en cuanto a la superioridad y jurisdicción. y dice así: «Pues hay que ad vertir que cuando los D erechos dicen: la isla n a ­ cida en el m a r es del ocupante. m u estra aquí tam bién su congénita fundam entación te rrito ria l.. en la segunda qué grado de do­ m inio puede p rete n d er sobre la cosa adquirida. sicut priautus habet dom inium in rebus suis. se hace súbdito suyo [subraya­ do mío]». que. sino tam bién en lo que se refiere a la m ucho m ás ard u a y escabrosa cuestión de la d u alidad —o u n id ad — de la dom inación sobre las tie rra s y sobre las personas. claro está. y no sólo p ara «dos vidas». ni aun p a ra tres o h a sta cu atro sucesores. pero el alcance de validez de ese derecho tiene p o r lím ite la ju risd ic ­ ción y. si bien en un parecer de hacia 1544.. [. en la p rim era de las citas se preocupa de la persona. que. Porque solam ente se puede exigir a un p a rtic u la r que pague trib u to por razón del suelo a un príncipe o repúbli­ ca cuando lo ha recibido de ella. Otro ejem plo m ucho m ás explícito de este m ism o segundo sentido de mi es­ quem a distingue nítidam ente. Vemos. no fa lta ría n quienes pi­ diesen tam b ién la ju risd icció n —cosa a la que C or­ tés se opuso en un principio. donde. sino en cuan­ to al dom inio sim ple.] sin que el vulgo las participe».. quedando siem pre bajo la tu ­ tela.J.. consiguientem ente. entre los térm inos extremos de la sim ple propiedad p a rtic u la r y el suprem o do­ m inio de la soberanía.. que. o que los bienes que no son de nadie se conceden al ocupante. (Es e sta una cuestión que a d q u irirá gran relieve repecto de las Indias. que la saca a colación al d isc u tir los trib u to s de los indios: «Sea lo tercero que los b á rb a ro s [se refie­ re a los indios] n ad a deben a los p ríncipes c ristia ­ nos por razón del suelo y tierras que cultivan. en el que sigue apoyando la p e rp e ­ tuidad de las encom iendas. pues ésta es siem pre del príncipe [subrayado mío. dice: «Y no tengo po r ynconueniente que si después de hecho el dicho re­ partim iento. secreta. com o el propio Cortés solici­ taba ya en su segunda y secreta c a rta al em perador del 15 de octubre de 1524. en cuanto determ ina de 700 quién es súbdito el que adquiere algo en tie rra ya su­ jeta a una soberanía. su­ cesorias p a ra siem pre. el original latino reza com o sigue: q uantum ad d o m in iu m píanum rei. porque. todos los grados interm edios que adm itía el E stado estam ental. com o él m ism o dice. por mi parte.. 701 . M. no puedo sino dejar a los ju ristas..] Pero en los tri­ butos de los indios no se puede seguir este camino. entre los que cabía incluso el «señorío con jurisdicción» —el de los fam osos «señores de horca y cuchillo»—> pero sin su prem a soberanía). com o siem pre. Tomo LXXIII. tal com o todo buen a r­ gum en tad o r reserva siem pre para el final lo m ás fuerte del contrario. M adrid. «Obras del padre José de Acosta». se considera tom ado en todas». sino de la unidad intelectual de c u alq u ier conjunto unitario [texto latino: in unitate intellectuali alicuius universitatis].. Mas si es 702 cierto que en las cosas que tienen congruencia basta a p reh en d er u n a p a rte con intención de ap re h e n d e r el todo [. De procuranda. es a saber: el de la causa fidei. Y hete aquí ahora a nu estro don Alonso de C arta­ gena enfrentado p o r fin con el punto al que realm en­ te apuntaban todas estas anticipaciones. o sea el que se refiere a los criterio s previos o sobrentendi­ dos para la circunscripción que ha de considerarse afectada p o r el acto.. Así. ni ellos han venido a nosotros. la ha ci­ tado en tercero y últim o lugar. p o r s e r éste el orden en que se dispone a rebatirla.) Viniendo. rec u p e rar la isla de Lanzarote. al exponer al prin cip io las razones. sino nosotros los hem os invadido a ellos. n atu ralm en te se sigue que tom ada la cuasi posesión del prin cip ad o de una de las islas. sino que quedan del pleno dom inio de los amos». co n siderándo la tal vez.]. sino no­ sotros la suya. explícitas o supuestas. com o las otras islas estuviesen vacantes con respecto a la su p erio rid ad que nuestro señor rey tie­ ne sobre ellas. o hablando m ás propiam ente. B iblioteca de Autores E spa­ ñoles. Y esa p risa se n o ta tanto o m ás en este últim o punto en la m ism a m edida en que no tra ta ya de lim itar el derecho de los otros. pero nada nos deben los bárbaros por razón del suelo. E im porta m ucho distinguir si son los hom ­ bres los que quedan som etidos al serlo el suelo. porque en este caso las cosas no pasan al nuevo señor. las tie rra s de los b árb aro s quedan som etidas a los p rín ­ cipes cristian o s al som eterse ellos. a p o rta ré sólo o tra s dos breves anticipaciones. antes lo han com unicado con nosotros. tam bién no sólo com o la que m ás podía in cidir en el ánim o del papa. El pro­ pio Don Alonso. finalm ente. fue escrito en 1577. pues. De procuranda indorum salute. tom ada posesión corpo­ ral de la iglesia en que está el beneficio. al tercer sentido en que las Allegationes despliegan la cuestión de lo que el a u to r llam a «adquisición po r vía de ocupación». se conside­ ra tom ada de todo lo que pertenece al beneficio». página 470. sino de ad elan­ ta r el propio. de ponerlo anticipadam ente a salvo. que no lo han recibido de nosotros. o si. La segunda y últim a cita no hace m ás que rem itir lo di­ cho a la situación de facto en aquel m om ento: «Por tanto. en tanto que el m ás vá­ lido y convincente que el rey don D uarte de Portugal podía alegar y esg rim ir ante el pontífice Eugenio IV. en 1402] hizo ocupar. sino tam bién com o la que m ejor se p restab a a envolverse y escu d arse en las a trib u ­ ciones de la potestad apostólica. en las que el texto revela quizá aun m ás el sentim iento de celo y de prem ura en a ta ja r la tem ible inm inencia de avances en el dom inio de los m ares con que am aga la audacia de las naves por­ tuguesas que parece rec o rre r el texto entero de las Allegationes. Tam poco ha dejado de recono­ cerla p aladinam ente com o la m ás válida y m ás res­ petable de las que han alegado o puedan alegar los portugueses. de los portugueses. Com oquiera que sea la ha expuesto así: «La tercera [razón] es ésta: las gen­ 703 . pues. con intención de rec u p e rarla s todas [se sobrentiende "to d as las islas C a n a ria s”].. La prim era de las referencias se aplica a razonar la doc­ trin a ju ríd ic a vigente con respecto al derecho de do­ m inio sobre los archipiélagos «El rey Don E nrique [Enrique III de T rastam ara. esto no ha de en ten d erse suficiente en el caso de la proxim idad corporal de alguna tie rra o predio. es el suelo el som etido po r razón de los hom bres.. para que le concediese la conquista de las C anarias m eridionales. el verdadero punctum pruriens del asunto. 1954.porque no han ocupado ellos n u estra tierra. secretam ente. al contrario. pues las provincias e islas que pertenecen por derecho de sucesión uni­ versal a nuestro rey. con­ vertidos en fieles.. oyéndola.]. queden bajo él como príncipe su­ premo. antes bien la de ayudarlos y favorecerlos cuanto le sea posible. ni es. si alguien quiere em prenderla no para usurpar para sí el principado o dominio jurisdiccio­ nal. su obra será piadosa. te­ n ía Don J u a n II d e C astilla. y a todo v aró n católico.. co n lo q u e la c a u s a de la Fe [o rig in al latino: causa Fidei] es m ás favorable.. no puede ser em prendida sino por aquel que tiene derecho a ellas. ni con q u e el p ro ­ pio p o n tífic e in clu y ese en la c o n c esió n o to rg a d a a favor de Don D u a rte y de los p o rtu g u e s e s so b re las C a n a ria s la d e c la ra c ió n re s tric tiv a de q u e la validez de la co n c esió n se e n te n d ía só lo h a s ta el p u n to en q u e las a c tu a c io n e s p o rtu g u e s a s fu e se n sin m e­ n o scab o a lg u n o d e los d erech o s del d o m in io tem ­ p oral y la s o b e ra n ía q u e so b re to d o el a rc h ip ié la g o de las C an arias. co n el m ism o re c o n o c im ie n to de la le­ g itim id a d y la s a n tid a d de la s e m p re s a s a c o m e tid a s a títu lo d e causa Fidei em p iez a la ale g a c ió n de Don A lonso c o n tra e sta te rc e ra razón de los p o rtu g u e se s p a ra su d e m a n d a . El segundo.]. d e c la ra n d o in c lu so la co n c esió n p o r revocada en c u a n to p e rju d ic a s e o p u ­ d iese p e r ju d ic a r ta le s d erech o s.. sino para forzar a los infieles que allí habitan has­ ta tanto que perm itan a los predicadores libremente entrar y predicar la palabra de Dios. P u es bien. a d e sp e c h o d e to d as las za le m as p ro d ig a d a s a la causa Fidei. « co n q u istad a s e p o r c o n q u istar» . Si se hace. porque en cualquier tiempo y de cualquier modo que se rescaten de la barbarie e infidelidad. a h o ra no a c e p ta b a u n a c o n c esió n q u e se s u p e d ita b a e n te ra m e n te a ella. siempre el principado supremo y jurisdicción serán de nues­ tro rey». siempre que sea con autoridad del Romano Pontífice y en las circuns­ tancias que se deducen de las sentencias de Inocen704 cío y de los otros doctores [. no se les debe im pedir a quienes lo hacen.. y lu c h a r c o n tra los infieles q u e se re sista n es u n a acció n p ia d o s a y h o n esta» . con el fin de que. q u e h a b ie n ­ do dad o p o r legítim a y h asta p o r sa n ta la causa Fidei. re­ vierten a él por derecho de post liminio [. Pero quien quiera que sea el que lo hiciere debe tener por presupuesto que ello se en­ tiende siempre salvo el supremo dominio y jurisdic­ ción. Si se em prende según el prim er modo. cerrar el paso a quienes impulsen las cosas que pertenecen a la Fe. se conviertan ellos mismos espontáneamen­ te a la Fe católica.tes de a q u e lla s isla s de q u e h a b la m o s a ú n no h an re­ cib id o la Fe ca tó lica . Pero. quien­ quiera que sea el que las reduzca a la Fe católica. co n fo rm e a lo q u e él m ism o h a ­ 705 . c a si al final de su d isc u rso y y a a la v ista de su con clu sió n .] Por consiguiente. también. Pero esta conquista puede ser asum ida de dos modos. c o rre s­ p o n d e d ila ta r el á m b ito de la Fe y p ro c u ra r q u e las g en tes se co n v ie rta n a la Fe c a tó lic a en todo el o rb e [. El primero. p u es lo ú n ico q u e allí de veras im p o rta y se d e b a te es el c ru d o y d e sn u d o d o m in io tem p o ra l: «A la tercera razón se responde que la intención de nuestro rey nunca fue. si la hacen con las de­ bidas condiciones. tal como he dicho. si alguien quiere in­ tentar esta conquista no con el mero fin de reducir a los isleños a la Fe. en cambio.. sino adem ás con el de sujetarlos a su potestad y a su dominio. según el segundo. sab em o s que tales rev erencias h ac ia u n a «acción p ia d o sa y ho­ n esta» com o e s a no son m ás q u e « p a la b ra s en fo rrad as e d issim u lag ió n » . salvo q u e a h o ra. aunque ahora estén en rebelión y en la infidelidad. so b re todo si es príncipe. de tal modo que. si es del prim er modo como los portu­ gueses o cualquier otro quieren atacar las islas y obrar para que los habitantes se conviertan a la Fe católica. O sea. todo el contex to p e rm itía p rev er que A lonso de C a rta g e n a ni s iq u ie ra ib a a c o n fo rm a rse con q u e los e m b a ja d o re s p o rtu g u e s e s a c e p ta se n so ­ m eterse a tales co n d icio n am ien to s. . una vez más. Luigi Ca da Mosto. 707 . Y ahora citaré literalm ente la frase en que don Alonso de C artagena revela toda su experiencia y su conocimiento en cuanto al tem ible poder que. com o soberano tem poral. pertenecía com probar si tal con­ dición. se asom ase a las costas de las C anarias m eridiona­ les. la resolución de esta cuestión p er­ tenece a n u estro señ o r rey [. etc. aunque se lim ite p ara que sea sin perjuicio. p o r ende. entraban tam bién.. eran ninguna ban d a de m arineros desm andados y d esh arrap a d o s que anduviesen a la rebusca y al «salteo» po r su propio interés p a rtic u ­ lar. sino que tam bién 706 deja traslucir. Y el motivo que da para ju s ­ tificar sem ejante conclusión es —com o no podía ser m enos— un motivo de facto. tras la disolución de la Orden del Temple en 1311). m ás de rem os que de velas—. pues siendo el deseo de ésta pacifi­ ca r a los p ríncipes que e stán en discordia. com o de esta concesión. sin duda. adem ás. podría n acer entonces alguna gran discordia entre los señores re­ yes. rozando siquiera fuese en sim ulacro el «derecho de conquista» que al rey Don Juan II de Castilla. que al p a re c e r tam bién les entregó. ¡D em asiado sabía Don Alonso que ni el in­ fante don E n riq u e el N avegante ni su Ordem de cavalaria de Jesu Christo (fundada en 1319 por un grupo de tem p lario s fugitivos. en cua­ lesquiera achaques o querellas de la dom inación. proble­ m as que la jerg a de hoy en d ía llam aría «técnicos». al m argen de este patético sentim ien­ to de inferio rid ad naval de los castellanos frente a los portugueses. solo a éste. se cum plía o dejaba de cum ­ plirse. no podían ya absolutam ente p e rm itirse d e ja r p a s a r ni un verano m ás sin asegurarse de que ni una sola vela portugue­ sa. la urgencia de a ta ja r a toda costa la concesión del papa en favor de Don Duarte. organizada. no habían podido o q u erid o poner pie en ninguna o tra isla m ás del archipiélago. Su S antidad debe revocarla totalm ente». amén de hab er dejado d ecaer casi del todo el de Fuerteventura y el de H ierro. ¿quién fallaría la contien­ da? C iertam ente. ni las naves que al m an­ do del capitán Gil Eanes acababan de doblar el cabo Bojador (naves de las que diez años m ás tarde un ve­ neciano —hom bre.bía definido com o «el p rim e r modo». suponía m antenerse siem pre ceñida a una precisa condición..] Pero si la o tra p a rte no quisiese tal vez atenerse a su fallo. podría n acer u n a gran discordia. aun con todas las bendiciones de la causa Fidei. La concesión. sino que orde­ naba al em bajador castellano ante la Santa Sede «no cesar por ello en su em peño m ientras [la concesión] no se revoque del todo». diría: «Essendo le Caravelle di Portogallo i megliori navillj che vadino sopra il mare di vele»). Por consiguiente. sino la m ás capaz. en tanto que soberano de derecho y de hecho de la de Lanzarote. som eti­ da a la restricción de no p e rju d ica r el derecho sobe­ rano del rey de Castilla. no puede tenerse po r verosím il que q u iera d a r ocasión para que los p ríncipes que están en concordia entren en discordia. valerosa y em pren­ dedora fuerza naval que su rcab a entonces las aguas del Atlántico! ¡Demasiado sabía que si en los tres de­ cenios largos tra n sc u rrid o s desde que el norm ando Juan de B ethencourt había puesto en sus m anos el dominio tem poral de Lanzarote. lo que sin duda no creo que esté en la m ente de Su S antidad. sobre todas las o tra s le correspondía! Pero. el aprem iante motivo que da im pulso a sus Allegationes. En la frase m ás a rrib a su b ­ rayada («cuando estas cosas llegasen a ejecutarse») Alonso de C artagena no sólo m u estra su experien­ cia política acerca del tem or y la cautela con que hay que precaverse ante la posibilidad de que se nos presenten hechos consum ados. efectivam ente. ad­ quiere el peso de los hechos consum ados: «Ahora bien —dice—>cuando estas cosas llegasen a ejecutar­ se [subrayado mío] y p o r p a rte de n u estro señ o r rey se dijese que la concesión es en p erjuicio suyo y la otra parte acaso lo negase. los castellanos. En una palabra. por pequeño que fuere. que incluso el «prim er modo» de Alonso de C artagena. La im p o rtan cia in tern a de las Allegaíiones en sí m ism as e stá en h a b e r razonado p o r p rim e ra vez de form a explícita esta incom patibilidad. con todos sus su ­ puestos. de modo inevitable. el resultado es que la causa Fidei no queda ya sola­ m ente vinculada al poder tem poral. por su índole de m edio coercitivo. de acción a rm a d a (ut cogal in fi­ deles [. en tre las razones a trib u id a s a los p o rtu ­ gueses. que cu alq u ier alm a de soldado no p o d ría m ás que rech azar com o una especie de coitus interruptus? ¿Quién podía pre­ decir o d e lim itar a p rio ri lo que tras un hecho de a r ­ m as inaccesible a cualquier cálculo previo llegarían a arro g arse o se sen tirían con derecho a exigir los com batientes? ¿Acaso no era de tem er que si tal he­ cho de a rm a s alcanzaba una im portancia su p e rio r a toda razonable previsión o exigía. honrados y prem iados po r él. en adelante. esto es. se sienta el fundam ento de algo que.. esto es. antes de d a r en­ trad a a los violines de la m elodía evangélica. ¿Y quién podía. su b o rd in ad a a él. com o c u alq u ier otra acción a rm a d a —p or d istin ta que fuese su inten­ ción— se rem itía. que sin duda las triste s experiencias im buidas en el ánim o de los canarios por el precedente del «salteo» hacían enteram ente previsible. a la esfera del dom inio tem poral. la construcción de unas defensas o de u n a sim ple casa-fuerte. Pero una vez que es a quien tiene el dom inio tem poral. E sta o b e rtu ra a cargo de los in stru m en to s de m etal. por ejem plo. prever. no dejaba de com prender siquiera un cierto grado.a quien corresponde com probar si las actuaciones de terceros hechas en nom bre de la causa Fidei cum plen las condiciones requeridas y si van o no en perjuicio de su dom inio tem poral. cuyos agentes podían s e r capitanes de m ás respeto y calidad que los aventureros del «salteo». sin que ello im plique llegar al d rástic o com pelle eos intrare de la consigna evangélica). no sólo las em p resas directam ente reales. el que se ce­ ñía a los restrictivos requisitos de la causa Fidei.] quatenus d im itta n t libere predicatores ingredi el predicare uerbum Dei. sino tam bién iniciativas todavía posibles desde los supuestos del E stado estam ental. antes que p e n sar que habían de m a lb a ra ta r sus m éritos de sangre en beneficio de la soberanía de un rey ex­ traño? (En la posibilidad de tal clase de episodios. al fin.Recordem os. respec­ to de cada concreto territorio o dem arcación m aríti­ ma. los com batien­ tes prefiriesen ofrecer la hazaña a su propio sobera­ no y ser loados. en ha­ ber propugnado la necesidad de vincular la causa Fi­ dei al dom inio tem poral. por ejemplo. entre los titulares del dom in io tem poral y los 709 . por ejemplo. para verse afianzado y mantenido.. sino tam bién. con el fin de excluir. con la seguridad de un dom inio tem poral sujeto a la soberanía y ju ris ­ dicción de uno solo de ellos. costum bres y estatutos. bien pudo ser po r estas o p o r o tras sem ejantes p resu n ­ ciones po r donde la experiencia de las servidum bres inherentes al principio de dom inación acendrase en el ánim o de don Alonso de C artagena la evidencia de la incom patibilidad de facto de las em presas ads­ c ritas al título de la causa Fidei. el alcance «necesario» a que podía llegar a s e r llevada una determ inada acción. será definitivo y sustancial: la identidad política. so pena de un desistim iento a m edio trance. debía de 708 e sta r pensando Alonso de C artagena en la frase cu­ yas últim as p a la b ras he subrayado m ás arrib a: «las islas C anarias no están ocupadas po r ningún p rín ­ cipe católico o grupo de católicos alguno». legítim as en p rin ci­ pio para todo príncipe cristiano. dicen las Allegaíiones. con el concom itante «de­ recho de conquista» sobre toda la circunscripción pretendidam ente a d sc rita a ese dom inio —com o el que la efectiva posesión de Lanzarote le confería a Juan II sobre todo el A rchipiélago C anario todavía «por conquistar»—■.) Así pues. si esto resultara conveniente para la difusión de la religión cristiana. ajeno a cu al­ q uier clase de consideraciones religiosas.. aunque el Papa no sea señor temporal. pudo el Papa [aquí sí que parece referirse por lo me­ nos a Eugenio IV y a Nicolás V] distrib u ir las provin­ cias de los sarracenos entre los dichos príncipes. reservó explícitam ente para el rey de Castilla el derecho al dom inio tem po­ ral sobre todo el A rchipiélago C anario (y es de n o tar el c a rá c te r exclusivam ente tem poral. puede encomendársela a ellos y prohibírsela a todos los demás. sino tam ­ bién el comercio. evidentemente. Aunque esto sea común y per­ tenezca a todos los cristianos.. de modo que ninguno se inmiscuyera en la parte asigna­ da a otro [subrayado mío]. Y no sólo pue­ de prohibir a estos últimos la predicación. En consecuen­ cia el «prim er modo» de Alonso de C artagena. al p a r que en la Piis fidelium . h asta el extrem o de que en las dos Inter cetera de Alejan­ dro VI se d ic ta ría que ni siq u ie ra los m isioneros pu­ diesen. cien años m ás tarde. so pena de excom unión. no puede referirse sino a Alejandro VI y tal vez también a Julio II] encomen­ dar esta misión a los españoles y prohibírsela a to­ dos los demás. puesto que puede disponer de las cosas tem porales según convenga a las cosas espirituales. si para la predicación del Evangelio en aquellas provincias tienen más facili­ dades los príncipes de España.gestores de la evangelización. o sea bula33 —ablativo] sequi iuris sui d im in u tio n em [. sin embargo. la m encionada im portancia in tern a de las Allegationes llegó a hacerse externa y operante no sólo p o r el inm ediato efecto que éstas hicieron en el ánim o del pontífice Eugenio IV. como corresponde al Papa procurar la difusión del Evangelio en todo el mundo. de 1436. esto es. seria fácil que m utuam ente se estorbasen y que surgiesen conflictos [subrayado mío] que pertur­ barían la tranquilidad y obstaculizarían el asunto de la fe y la conversión de los bárbaros. para conservar la paz entre los prin­ cipes cristianos [subrayado mío] y extender la religión. pudo. de 1443. por capitulación o po r contrato. sin n ecesitar licencia de sus propios superiores. com o Vespucci. lo im p o rtan te sería que ya al zarpar de la m etrópoli los eventuales logros de la em presa estuviesen previam ente com prom eti­ dos. co m o aq u í. sino m ás 33. No h a b ría problem a alguno en que los agentes de una determ in ad a expe­ dición fuesen extranjeros —com o Colón. En fin...) y aun lo confirm ó en la R ex regum. y. parece que es en absoluto conveniente. ya que si de otras naciones cristianas concurriesen indistintam ente a aquellas provincias. que alude casi sin duda a Eugenio IV y con toda seg u rid ad a Nico­ lás V cuando en el núm ero 10 de la Tercera Parte de sus «Relecciones» dice: «Segunda conclusión. de las ex­ presiones concernientes: .] ñeque etiam uellem us in aliquo prejudicare iuribus tuis [esta segunda persona es el rey de P o rtu g al].. sin embargo. quien en la bula Dud u m cum ad nos.. con un d e te r­ m inado soberano en cu an to a la adscripción del dom inio y la jurisdicción tem porales. por lo tanto. que navegó una vez para C astilla y o tra para Portugal. podría sin du d a su b sis­ tir com o una m otivación subjetiva. el de la p u ra causa Fidei. ám bito con respecto al cual serían referidos.. del m ism o papa. el Papa [aquí. [. 710 todavía por el hecho de que el precedente de estas bulas extendiese sus criterios a un ám bito geográfico de m agnitud todavía ab so lu tam en te inim aginable. a u n a so la b u la se u sa b a el p lu ra l litterae. se les p e rm itiría ha­ cerlo. potestad sobre las cosas tem­ porales en orden a las espirituales..] Ahora bien. pero no ten d ría ya ninguna fo rm a p ráctica de ejecución real. por el propio Vitoria.. tiene. puede también nombrar 711 . / Y esto se prueba porque. p a s a r a las Indias sin p erm iso de la reina de Castilla. siem pre que estuviesen autorizados po r la rei­ na. [.. In c lu s o p a r a re fe rirs e .] Y de la mis­ ma manera que. et ex eis [Litteris. o com o M agallanes—. como arrib a queda di­ cho. Tal vez en ningún otro punto podría m ostrarse tanto como en este la clarividencia de García-Gallo al re­ considerar el D escubrim iento de Colón y las bulas alejandrinas que a él se referían bajo el punto de vis­ ta no ya de un comienzo. ya en los siglos X V I I y X V I I I .príncipes [sic. Así. no se 713 . que no sólo hem os repudiado el contubernio de la C ruz con la E sp ad a sino que conocem os ade­ m ás la terrib le tragedia que gracias a las navegacio­ nes iniciadas p o r el infante em pezaría a caer. que. sí al m enos a través del efecto que tuvieron en las b ulas de los papas de la época. el tráfico de esclavos h asta un grado de inhum anidad desconocido incluso en los im perios de la antigüe­ dad pagana y. No im porta que Vitoria argum entase el asunto —sin duda alguna con toda buena fe— so color de protección de la cau­ sa Fidei y no de los intereses del poder tem poral.. tanto o m ás que po r el viento. y hechas públicas tan sólo en 1539. si no directam ente. pues al fin era la universalidad de la causa Fidei («aunque esto sea com ún y pertenezca a todos los príncipes cristianos». henchidas. puesto que las «Relecciones» de V itoria fueron escritas. 712 declarados o secretos —y entre ellos. po r el célebre lema: Viure non necesse. «de modo que n in­ guno se inm iscuya en la parte asignada a otro») y és­ tas las que decidían la necesidad de la exclusiva no sólo de la evangelización sino tam bién del comercio. mal que les pesara. con la audaz y ligera gracia de sus velas. ipsiusque Fidei acerrim us ac fortissim us defensor et intrepidus púgil («Solda­ do de C risto y aceradísim o y fortísim o defensor y va­ leroso boxeador de su Fe»). por lo vis­ to. cu ando el D escubrim iento de Colón hicie­ se reflorecer. aunque bastantes años después de su m uerte. bajo los auspicios de la fe de Cristo. que acertó a ganarse. entre esos encom ios. sobre todo en donde no hubo nunca príncipes cristianos».. sobre el Áfri­ ca negra.. pues propio del a m o r es ju sta m e n te tro c a r toda belleza por virtud. la causa Fidei a los prepotentes con­ dicionam ientos del dom inio tem poral. nada m enos que en 1532. Como puede observarse en las frases subrayadas po r mí. naturalm ente. tal vez haya aquí un erro r de traduc­ ción. m arca com o ninguna o tra bula a n te rio r la exclusiva de los portugueses sobre «lo descubierto y lo por descobrir» en el Atlántico orien­ tal y m eridional (aunque aún. sino de una continuación. vengam os a lo que aquí im porta señ alar de la bula en cuestión. y en concreto de la querella naval castellano-portu­ guesa sobre el dom inio del Atlántico. hay que reconocer que no todos los encarecim ientos que. no disponiendo ahora del original latino. En p rim e r lugar. en cu an to a vincular y aun subordinar. sin dejarse cegar p o r el am or. son sus palabras) la que se do­ blegaba a las servidum bres p a rtic u la rista s de la dom inación («sería fácil que m utuam ente se estorba­ sen y surgiesen conflictos» . del 8 de enero de 1455. ofende de m odo especial nuestros oídos el siguiente: Christi miles. no sabem os si po r virtu d o po r belleza. Nicolás V. públicos o privados. sin g u larm en ­ te. en su bula Romanus Pontifex. aún aquí resonaban los ecos de las Allegationes. sucesor de Eugenio IV en el solio de San Pedro. N icolás V pro­ diga sobre la persona y la acción de Don E nrique suenan bien a n u estro s oídos de hom bres del si­ glo X X . Dicho lo cual. en cu an ­ to al núm ero de «piezas» —que así eran designadas las unidades de aquella m ercancía viviente—>en can­ tidades nunca alcanzadas siquiera en los m om entos de m ayor auge del Im perio Romano. los reyes de Portugal: su propio herm ano Don D uarte y su sob rin o Don Alfonso V—. «para conservar la paz entre los príncipes cristianos» .. no puedo comprobar] en bien de la religión. nauigare necesse! Con todo. fue m anifiestam ente uno de los m uchos en a­ m orados antiguos o m odernos. el infante don E nrique el Navegante. tal vez. contem poráneo y adversario de Tomás de Aquino. porque lo es frente a cualesquiera otros cristianos. por su ­ puesto. A p e sar del c a rá c te r infam ante que tuvo la disolu­ ción de la O rden del Temple. 2. espe­ cialm ente en la segunda Inter Cetera de Alejandro VI. en la m edida en que éste las fu n d ab a en un pecado de p e rju rio por parte de Felipe Augusto..]. y 3. parece ser que la Ordem de cavalaria de Jesu Christo. p o r supuesto. esta vez. m ares cualesquiera que en el futuro. para conm inar a Felipe Augusto. islas. usque ad Indos («hasta los indios» y. en esta y en o tra s p artes c ir­ cundantes y en las últim as y m ás rem otas. los de la India propiam ente dicha. Ale­ go la conjetura de este fundam ento. O tra cosa im p o rtan te de esta bula está en el hecho de que aun para la concesión de una ex­ clusiva de sem ejante alcance y m agnitud N icolás V supo ingeniárselas hábilm ente para hacerlo sin ne­ cesidad de re c u rrir al que m ás a rrib a he llam ado «program a m áxim o» de E n riq u e de S usa —esto es. pues es el que ya hem os visto escuetam ente definido p o r Vi­ toria en el parágrafo citado: «Aunque el papa no sea señor tem poral [. tiene. quiere que «se extiendan tanto a Ceuta y las tie rra s allí citadas com o a cu a lq u ier o tra a d q u irid a antes de la conce­ sión de dicha bula y a aquellas provincias. logró conservar al m enos una p arte de las enorm es riquezas confiscadas a la vieja orden disuel­ 715 . pueda oírse reso n ar un eco 714 de la antigua d o ctrin a de la ratio peccati. Y así N icolás V declara que las facultades otorgadas en su a n te rio r bula Diuino am ore co m m u n iti. aun a despecho de no­ tables variantes. exclusiva que im porta por tres cosas: 1. en favor de la reina de C astilla y respecto de las islas d escu b iertas po r Colón. al extenderse la exclusión no sólo a la conquista y a la navegación sino tam bién a la pesca y al com ercio incluso de las cosas p erm itid as (las prohibidas a todos eran ya de m ucho antes el hierro.a. siendo el pecado m ate­ ria de sus atribuciones espirituales. con la letra de una enum eración equivalente —aunque m ucho m ás breve— de los ex­ cluidos. por el con­ trario. com o cuerdas. la bula m uestra tam bién el preceden­ te del m ás a rrib a tran scrito parágrafo núm ero 10 de la Tercera Parte de las «Relecciones sobre los indios» de Vitoria. las arm as y toda su erte de cosas ú tiles a la navega­ ción. en 1311.a. de 1204. p u er­ tos. el que hace al papa señ o r tem poral de todo el orbe tanto cristia n o com o por c ristia n iz a r—. puedan a d q u irir de los infieles o paganos. ya que tal prohibición había sido pensada contra los sarracenos). porque la defini­ ción de éstos p erm ite casi excluir la posibilidad de a trib u ir al a z a r su sem ejanza. donde. Finalm ente.. a avenirse a las reclam aciones de Juan SinTierra. la bula que vengo co­ m entando lleva ya sin rebozo h a sta el extrem o m áxi­ mo posible la anticipación abstractiva del derecho de dom inio sobre lo «por descobrir». a u n ­ que no se tuviera idea de cuán lejos estaba). m ad era y todo género de ap a re ­ jos. sin em bargo. siem pre que éste m ediase podía el papa intervenir en cuestiones tem ­ porales).».. p o r cierto. que sería su p e rio r a sus fuerzas d e ja r de nom brar una vez más]. en el posible rodeo p o r el s u r de África. po r ejem plo. porque. por la cual. y no es pre­ ciso explicar aquí el recurso al que se acoge.a. ratione peccati («por ra­ zón del pecado».im aginaba la existencia del Brasil). como se ha dicho m ás arrib a. por Ino­ cencio III en su decretal N ouil lile. fundada.. potestad so­ bre las cosas tem porales en orden a las espirituales». pues ya sí se pensaba. p o r cuanto se­ ría harto extraño que el tom ista Francisco de Vitoria pudiese haberse a rrim a d o en algún punto a las doc­ trin as del Ostiense. form ulada en la época de las llam adas luchas en tre el Ponti­ ficado y el Im perio y usada. de 1452. en nom bre del dicho rey Alfonso V y de sus sucesores y del In­ fante [el infante don E nrique el Navegante. en Portugal y en 1319 por un grupo de tem plarios huidos o dispensados de la quem a. que he cabera da dita or­ dem. cuya ubicación.. Nubia. ya secula­ res como de cualquier orden regular. costas. queremos e outorgamos. por derecho o costumbre. Calixto III. en las islas.. Nicolás V quien ratificase y consagrase se­ m ejante exclusiva. sino su su ceso r en el solio ponti­ ficio. s in o u n a in fre c u e n te p e ro no im p o s ib le d e te rm in a ­ ció n p o r a p o sició n . con el cargo suprem o de «maestre»). senhor dos vencimentos. a este apoyo m onetario y a la participación personal de los caballeros de la o r­ den en las d istintas em presas terrestres o m arítim as del reino. puertos y lugares desde los cabos Bojador y Nam [síc... estatuim os y ordenam os a perpe­ tuidad: que lo espiritual y la plena jurisdicción ordi­ naria [subrayado mío]. siquiera en gran m edida. de la misma 35. de pregadores e reitores que llie ministrent os eclesiásticos sacramentos. E ja<. Así también pueda proferir excomuniones. para todo sempre aja daquellas pravas. que sem tongas prezes devía ser impetrada. las expediciones navales portuguesas. quien lo hizo en su bula Inter celera (prim era de este nom bre y a no confundir con las dos bulas hom ónim as de A lejandro VI) del 13 de m arzo de 1456. E por que o Padre Sáne­ lo seja mais ligeiramente demovido a esto outorgar. p or "Num ”] has­ ta toda la Guinea y más allá por las playas m eri­ dionales hasta los Indios ganados y por ganar. razotn nos pareceo a ella pertencera spiritualidade das térras conquistadas. según García-Gallo. excluida.] Y todo lo demás y cada cosa que los ordinarios [subrayado mío] de los lugares en que tie­ nen potestad espiritual pueden y suelen hacer. que a dita Ordem de Jesu Christo.35 lí­ mites y lugares queremos que se tengan por expresa­ dos [original latino: pro expressis haberi uolumus]en la presente bula [subrayado mío].. Guinea. E por tanto. se­ gún Konetzke. en las islas. sin 34. térras conquistadas e por conquistar e de Gazulla. así como las Azores y.».] los confiera y provea. tierras y lugares citados [.a prover aqueles poboos que conquistados jorem. número. na­ turalm ente. comoquer que a cousa em si tam honesta e tam piedosa se ja. villas. Ethiopia e per quasquer outros nomes que sejain chamadas. d o n d e no c re o q u e h ay a e r ra ta .. e de suplicar m uy humidosamente a sua Sanctidade. con cura o sin cura de almas. per o dito lijante e pollos administradores que depois delta veerem. según creo. pois justamente se pode outorgar e sem alheo poerjoizo. de tal forma que el p rio r mayor [ori­ ginal latino prior maior. se financiaron. M adeira. concedió a la Ordem de cavalaria de Jesu Christo todas las a tri­ buciones propias de a spiritualidade —esto es. y de la que creo o p o rtu n o d e sta c a r los pa­ sajes siguientes: «. don de se pretende.34 No sería. En agradecim iento.]. privaciones y otras censuras y penas eclesiásticas [. correspondan y per­ tenezcan a la Milicia y Orden [se sobrentiende a la Ordem de cavalaria de Jesu Christo] perpetuam ente en el futuro [. dispo­ ner y ejecutar. aa qual as ditas térras. que ho queira assi outorgar. el dominio y la potestad ceñida a lo espiritual. o ecónom o de la misma. por carta de donación. suspensiones. Ceuta. evid en tem en te re c o g e r la s p a la b r a s d e la c o n c e sió n d e A lfo n s o V: «e p e r q u a s q u e r o u tro s n o m es q u e s e ja m c h a m a d a s» (véase la n o ta an te rio r). quanto con direito podemos. pues... toda espiritual aaministragom e jurisdifom . e por contémplamelo sua. «Porem. verosímilmente. assi como a nembros de novo encorporados e ajumados. assi como ha en Thomar. que ya tenía su diócesis. sin que ni lo prim ero ni aun m enos lo segundo deba confundirse. supongo que designando así al maestre] que en cualquier tiem po tuviere la dicha Orden Militar. de cuja mao recebemos o princi­ pado e esta nova Vitoria. inclu­ so aquellas que habrían correspondido a lo que en la jerga eclesiástica se llam a «el ordinario»— en to­ dos los territo rio s e islas de ultram ar.. 717 .ta. todos y cada uno de los beneficios eclesiásticos. otorgada con fecha del 7 de junio de 1454. calidad. a dita conquista joy proseguida e comentada. a Nos praz porem de noleficar ao dito Santo Pa­ dre este nosso aprazimiento e consentimento. fundados e ins­ tituidos o que se funden e instituyan [subrayado mío]. consirando Nos como com algíias despensas da dicta Ordem de cavalaria de Jesu Christo.. con cuyas rentas y m uy probablem ente p o r ges­ tiones del infante don Enrique el Navegante (regidor y gobernador de la Ordem de cavalaña de Jesu Chris­ to. devem seer anexas. decretamos. 716 embargo. querendo Nos satisffazer ao que devenios ao todo poderoso Deus das hostes. O rig in a l latin o : uocabula designationes. nombres topónimos. el rey Don Alfonso V. ilhas. aunque en gran parte a cie­ gas. com o es sabido. que. Las nalgas que después de las de Paulo II tuvie­ ron el valor de aposentarse en el ya gélido. inicuo o verdadero. Este pontífice. de d e c la ra r expresam ente nula y sin efecto—. En p ri­ m er lugar. las de Sixto IV (Francesco della Rovere. ya blando. al h a b e r­ se unido con apoyo de a rm a s Alfonso V de Portugal a los parciales de la B eltraneja). [. al m enos que yo sepa. ya espinoso. au n q u e tan sólo en lo que concernía a la querella naval sobre el dom inio del A tlántico entre C astilla y Portugal. ya he m encionado una b u la del 7 de octubre de 1462 —cuya denom inación no he podido averiguar— con­ tra el «salteo». tie­ rras y lugares ganados y por ganar [se sobrentiende que de la zona definida. y del que aquí no se va a volver a hablar. del 21 de ju nio de 1481. novedad alg u n a en la q u erella que traem o s en cues­ tión. un deseo de protección de pueblos infieles —naturalm ente. que fue tam bién g uerra castellano-portuguesa. Sobre esta bula hay que d e c ir todavía una p alab ra más. lo hace (tal vez por haberse 719 . solían gozar de u n a cierta autonom ía respecto de los o rd in ario s diocesanos —cuya posible in te r­ ferencia se preocupa. po r o tra parte. sujeto al poder real e independiente de los ordinarios diocesa­ nos. p o r su bu la E xig it sincerae. sujetos al privilegio de la b u la — aun los propios nom bres topónim os de tierras. dándole todas las a tr i­ buciones de «los ordinarios». 1464-1471) no hizo. 1458-1464). anticipación que im ­ porta adem ás especialm ente po r el correlato que ten­ drá. au nque reconozca —por atenerse a lo ca­ pitulado en Las Alcágovas— el derecho de C astilla sobre las islas del A rchipiélago C anario «conquista­ das y por conquistar». de la que ahora m e lim itaré a com en­ ta r que. tío del m ucho m ás fam oso Ju lio II (Giulano della Rovere. en la que concedió a doña Isabel de Trastam ara y a don Francisco Jim énez de C isneros la creación del S anto Oficio de la Inquisición. Pío II (Enea Silvio Piccolom ini. 1503-1513)..m anera y sin ninguna diferencia. ¿por qué no decirlo?. y acaso (aunque no ten­ go ahora docum entación a m ano p ara asegurarlo) superándolas. En cuanto al sucesor de Calixto III en el pontifi­ cado. islas o lugares cuya m ism ísim a existencia —am én de la ubicación. en tanto que com prende potestad so­ bre las propias órdenes regulares. san ­ to Solio de San Pedro fueron. del prim ero de noviem ­ bre de 1478. Paulo II (Pietro Barbo. del 4 de septiem bre de 1479 (con que se concluyó la gue­ rra civil p o r la sucesión de la Corona de Castilla. en la m edida en que com porta. ya m encionada por contenerse en ella la ra ­ tificación de la C apitulación de Las Alcágovas. au nque raram ente. si no me equi­ voco. ya ardien­ te. que ya nos d a rá m ás ad elante no poco qué hablar. junto con las precedentes de E ugenio IV. la se­ gunda. en este caso ya a favor de la reina de Castilla. no sarracenos—•. más arriba] estén fuera de toda diócesis [subra­ yado mío] y que sea nulo y sin efecto lo que cualquier autoridad pudiese atentar contra ellos a sabiendas o por ignorancia». ya.. la extensión y el n úm ero— estab a todavía en las tinieblas de lo desconocido. ordenar y ejecutar. los lí­ mites. ya ha dado m otivos p a ra salir a relucir m ás a rrib a y p o r dos veces: la prim era. por la bula Aeterni Regis. en fin. sino tam bién en llevar la anticipación ab stractiv a sobre lo «por descobrir» h asta el extrem o de extenderlo tan a ciegas com o com porta el d a r p o r expresados —y po r tanto. en las bulas alejandrinas. pueda y deba [se so­ brentiende que el prior mayor de la Orden] disponer. puede tal vez s e r co n sid erad a com o un antecedente rem oto de la S u b lim is Deus de Paulo III. Lo interesante y h asta clam oroso de este pasaje está no sólo en el alcance ab soluto de la exclusiva de a spirilualidade que en él se otorga a la Ordem de cavalaria de Jesu Christo.] Y decretamos que las islas. 1471-1484). no obstante. reproduciendo incluso varios capítulos tanto de la R om anas Pontifex de N icolás V com o de la In ­ ter cetera de Calixto III. no bien aquél hubo sentido c a er sobre sus sienes. las tres prim eras de ellas. ningún p erío­ do precisam ente idílico.entrom etido en el interim una vacilante concesión de E nrique IV de C astilla a los portu g u eses sobre la Gran C anaria. bajo el solo título de ¡rey de C astilla y de León! No se d iría sino que el vino con que sobrelleva­ ba sus fatigas el alto fun cio n ariad o pontificio pega­ ba un poquillo m ás de lo que acaso fuera conveniente p ara las responsabilidades de tan san tísim a can ci­ llería. pero Alejandro VI no había p restado oídos a tan c ristia ­ na insinuación. por a ñ a ­ didura. aunque esta vez en la dirección de los paralelos y —probablem ente debido al hecho de que los p o rtu ­ gueses ya habían en trad o en el golfo de Guinea. que se habían movido en un principio de n orte a sur. no d ejaría de m os­ tra rse propicio a sus deseos. y sólo com o una reserva en favor de C astilla. de la que. por los procuradores de la rei­ na de Castilla. antes de que los be­ neficiarios hubiesen em prendido acción alguna) sin recordar la D udum cum ad nos de Eugenio IV. m ás exactam ente. ya b a sta n ­ te ad en trad a la conquista. su disgusto de fidelísim a cristia n a e hija de la Santa M adre Iglesia por la tolerancia que en los E stados Pontificios se g u a rd a b a para con los judíos —cuya com unidad rom ana no había dejado de a c u d ir a p re se n ta r sus respetos al nuevo papa a raíz de su coronación— y su piadoso deseo de que al m enos los falsos conversos em igrados de Castilla. en hacerle llegar. la bula no hace m ención alguna de la reina Isabel de C astilla y m ien­ ta únicam ente a su esposo Don Fernando y. el 720 p atronato real sobre el reino de G ranada. que ya se han com entado. sobre todo al hacerse extensivo a las C anarias. se h a­ bía retractado tres años después. con to­ dos los respetos. al parecer. cuyo origen (según el excelente li721 . no se había dem orado m ucho tiem po. Ésta. En segundo lugar. p o r la bula Orthodoxae fidei. en 1455. pudo c o n trib u ir no poco a la desventura de los m oros. en efecto. de 1486. Aunque p arece ser que no ha podido averiguarse ni por quién ni exactam ente cuándo —se supone que a últim os de m arzo de 1493 com o lo m ás pronto o a m ediados de ab ril del m ism o año com o lo m ás tard e — fueron solicitadas en la S an ta Sede las céle­ bres «bulas alejandrinas». el san to peso de la tia ra pontificia. sustrayéndose al celo de la S anta Inquisición. pues las navegaciones. sien­ ta el precedente de una «línea de dem arcación». parece por lo m e­ nos b astan te atestig u ad o es que las relaciones entre don Rodrigo de B orja y doña Isabel de T rastam ara no atravesaban. o. 1484-1492). el 26 de agosto de 1492. adm ite tal vez ser considerado com o un precedente y un ejem plo para el futuro p atro n ato indiano. en cambio. como detalle curioso. En cuanto a Inocencio VIII (G iam battista Cibo. fue­ sen perseguidos o quizá incluso extraditados. h a­ bían fundado los asentam ientos de El Mina y de Fernando Poo (por su d e scu b rid o r Fernáo do Po) y estaban a punto de a lcan zar la desem bocadura del Congo— con sin g u la r olvido del A tlántico occiden­ tal. Hay que d e c ir que en esto el papa no hacía sino seguir una tradición rom ana a n te rio r al C ristianism o. parecían llam arse cada vez m ás hacia orien te tra s la e n tra d a en el in­ m enso golfo de G uinea y seguían en su em peño de b u sc ar la vuelta de África h acia el O ceáno índico. lo que sí. En tercer lugar. cuyo reinado com partía. en m edio de una ratificación de la exclusiva de los portugueses sobre el Atlántico m eridional y todas las costas a fri­ canas. y rep u ­ tando acaso que com o súbdito al fin de la Corona de Aragón y p o r lo tanto de su propio m arido Don Fer­ nando. p o r aquellas fechas. y cómo. cosa m ucho m ás im portante. ya ha quedado dicho en su lugar cóm o al otorgar. no parece tan claro que el rasgo com ún al p ar 723 . recibió en sus h u estes el apoyo de tres mil m ercenarios judíos. resulta. No parece.). he de decir que García-Gallo fuerza tal vez un poco el paralelism o entre las dos tern a s de bulas. siendo así que ni siq u iera la d estrucción de Jeru salén en el 70 aparejó hostilizaciones p ara las com unidades de la diàspora. favorecer a la reina de C astilla con be­ neficios com pensatorios equivalentes a los que esos tres papas anteriores se habían dignado conceder al rey de Portugal. pues. salvo. calificando aquéllas com o de donación y éstas com o de dem ar­ cación. de la letra m ism a de las bulas. esto es. Con todo. en exclusiva. según algunos. si nada hay que ob­ je ta r al que establece entre las dos p rim eras y las dos terceras de las tern as respectivas. entre aquellos dos príncipes cristianos po r entonces igual­ m ente interesados en la navegación. ju n to con otros. la E xim iae deuotionis (am bas d atad as con fecha 3 de mayo) y la segunda Inter cetera (datada con fechá 4 del m ism o m es y año). m ire usted por dónde. Y en este punto es donde la propia argum entación de García-Gallo perm ite m ejor ju stific a r mi aserto sobre el c a rá c ­ ter genéricam ente arb itra l de las sucesivas actuacio­ nes pontificias. aventurado a trib u ir en algún gra­ do a un sentim iento de deuda p o r aquella negativa y a un deseo de congraciarse con la reina de C astilla la p ro n titu d con que A lejandro VI satisfizo esta vez cum plidam ente sus dem andas. e n tre estas tres p rim e ra s bulas alejan d rin as a favor de C astilla y o tra s tan ta s bu­ las que él llam a «portuguesas». en el parágrafo 110 de su estudio (págs. alejan­ d rin a y a no c o n fu n d ir con su hom ónim a calixtina de 1456). p o r lo dem ás. S iria y Palestina. 1989) se rem onta­ ba nada m enos que al año 48 antes de C. La sinagoga cristia­ na.. a m an­ tener el equilibrio. exploración y dom inio del Atlántico. Si. no me parece im propio caracterizar com o a rb itra l una actuación tendente. M uchnik Editores. la re­ ligión judaica). tra s la victoria de Farsalia. ya Octavio Augusto. el motivo de la tirantez rein ante entre A lejandro VI y la reina de Castilla cuando los procuradores o em isarios de ésta acudieron an te el papa con las nuevas del afo rtu ­ nado viaje de Colón y con la correspon diente p eti­ ción de bulas capaces de a se g u ra r —n aturalm ente frente a los p o rtu g u eses— sus descubrim ientos. la R om anus Pontifex de N icolás V. esto es. de cam i­ no para Egipto. en efecto. al fin. según el orden p o r el que van citadas. B arcelona. que. has­ ta el diez por ciento —o sea en tre seis y siete m illo­ nes de perso n as— de la población total del Im perio Romano (por lo demás. en su Lex Iulia de Collegiis. 722 De esta m anera. así pues. y con éste la concordia. en la segunda quincena de abril de 1493 la cancillería pontificia se ap re su ró a redac­ ta r las tres p rim e ra s bulas en favor de la reina de C astilla con respecto al D escubrim iento de Colón. en persecución de Pompeyo. 428-429 de la edición citada) e sta­ blece un paralelo.bro de José M ontserrat Torrents. y. había confirm ado y ratificado el singular privilegio de que gozaba. habían llegado a alcanzar. cuando César. gozarían —con pequeñas excepciones— los ju d ío s de todos los te rrito rio s im ­ periales h asta la sublevación de B ar Kosiba (132-135 después de C. en efecto. fundado en gran m edida en la letra m ism a de los textos. naturalm ente. frente a todas las restan tes religiones no oficiales del im perio. la In te r cetera de Calixto III y la Aeterni Regis de Sixto IV. de ahí que fuese C ésar el que in au g u ró los privi­ legios de que. pues. la intención de Alejandro VI era. Así que nada m enos que el respeto hacia esta tradición p rec ristia n a de tolerancia p ara con los judíos a la que Roma había sabido casi siem ­ pre h acer h o n o r era. tal como. gracias al intenso proselitism o de las sinagogas entre hom bres de otras razas. los de la propia Judea. y atravesando. expressis uerbis. efec­ tivamente. la p rim era Inter cetera (naturalm ente. im m u n ita tib u s et indultis huiusm odi. h acer m ención explícita de las «bulas por­ tuguesas». n ad a m enos que de la con­ cesión de la m ás plena y rig u ro sa de las exclusivas de a spiritualidade p ara la Ordem de cavalaria de Jesu Christo. tal vez la pista para d a r razón de su motivo esté —n aturalm ente de e n tre lo que no es repetición de la Inter cetera del m ism o día— en dos puntos preci­ sos en que la variante respecto de ésta en el texto de la E xim iae consiste exclusivam ente en introducir en m edio de dos frases idénticas en todo lo dem ás una m ención explícita de las b u las concedidas a los re­ 724 yes de Portugal. sin apenas tem or a equivocarse. la única bula que podría tom arse. com oquiera que lo que aquí. h acer c o n sta r la no obstancia de la que éstas pudiesen contener en m enoscabo de Cas­ tilla. la Piis fidelium de Alejandro VI. o sea. la variante de la Exim iae consiste en in tro d u cir entre im m u nitatibus y et indultis la p alab ra litteris (o sea «bulas». de fecha 26 de junio de 1493. p ara d a r m ás firm eza a su vigencia. o sea p o r la Inter cetera calixtina y la Exim iae cleuotionis de Alejandro VI. cosa que debía de hab er encarecido ex­ presam ente. Por­ tugal y. igualando elogiosam ente los m éri­ tos de una y otra. exem ptionibus. pues no alude para nada a la concesión ni a los derechos de c u alq u ier clase que los citados príncipes pudiesen tener sobre ellas». com o ve­ remos. nada hay en la E xim iae deuotionis de Alejandro VI que pueda. ha de ser justam ente la Piis fidelium la que pongam os en correlación e incluso. mas. pues en este caso hay que e n ten d er que vale por plural). en cambio. considerarse como algo equivalente. donde la In ter cetera del 3 dice: hu iusm odi ó m nibus et singulis gratiis. priuilegiis. En realidad. m ás adelante. p o r no dejarla atrás. la va­ riante de la E xim iae consiste en s u s titu ir las pa­ labras desuper editis. sin embargo. pues. su «confirm ación apostólica» (texto latino: pro illorum [Litterae=bula] subsistentia firm iori robur apostilic[a]e confirm ationis adiicere). quorum o m n iu m tenores ac si de uerbo ad uerbum presentibus inseretur. que la in­ tención de la E xim iae deuotionis e ra com pletar la equiparación de los privilegios concedidos a C asti­ lla con los que ya tenía. la reina de C astilla en sus in stru c ­ ciones a sus p rocuradores ante la S an ta Sede. sobre todo. pero respecto de ella se lim ita a añadirle. que siguen a litteris po r las palabras Portugalliae Regibus concessis huiusm odi. por sus pro p ias bulas. po r correlato de la In te r cetera de Calixto III sería. sea el de concesión de privilegios. Así. pero de lo que Calix­ to III pone de verdaderam ente suyo y añade com o nuevo en esta bula. y sobre todo en cuanto a la no obstancia de lo que en el contenido de éstas pudiese dism inuir el de las suyas. Si la In ter cetera del 3 ya había com parado a am bas coronas. m u ta tis m utandis. ni de lejos. interesa es la subordinación de la causa fidei al do­ minio tem poral. En una palabra. y entre e[ indultis y hu iu sm o d i las p alab ras Regibus Portugalliae consessae. libertatibus. y donde la In ter cetera del 3. para a c a b a r expresando la volun­ tad de conceder a Castilla los m ism os privilegios que había concedido a Portugal. con la Inter cetera de Calixto III.form ado p o r las dos segundas. acaso con toda razón. La Inter cetera calixtina reproduce íntegram ente la R om anus Pontifex de N icolás V. había om itido. b a sta con estas dos v ariantes p ara suponer. «En realidad esta bula —dice de ella García-Gallo— carece de interés directo para el pro­ blem a de la concesión de las islas y tie rra s descu­ b iertas a los Reyes Católicos. en contraste. non obstare caeterisque contrariis quibuscum que. en c u alq u ier caso. En cuanto a la E xim iae deuotionis. dice: non obstantibus constitutionibus et ordinationibus apostolicis. debía de c o n sid e rar ju ríd ic a ­ m ente m ás operante y determ inativo que se dijese literalm ente «todo cuanto contengan las bulas con­ 725 . necnon ó m nibus illis quae in litteris desuper editis concessa sunt. e l u no del d o c to r R ic h a rd K o n etzk e y el o tro del d o c to r H a ro id B. Jo h n s o n Jr . por el contrario. la que pueda ponerse en relación con la Inter cetera calixtina. en todo caso. E n c u a n to a la c o n q u ista d e G r a n a d a .. N a v a r r a y A ragó n sin o tam b ién p o r m u ch o s c a b a lle r o s eu ro p e o s q u e a c u d ie ro n de F ra n ­ c ia y o tro s p a íse s. L a te r c e ra c o sa q u e fa lt a to d avía e s la q u e to m a el n o m b re de M isió n . de los reyes de Portugal. todo lo descriptiva que se quiera. — a m b o s p u b lic a d o s c o m o a p é n d ic e s (I y 2) en el lib ro d e L e w is H an k e La humanidad es una. Un a m ig o a q u ie n he d a d o a le e r e s ta s p á g in a s h asta d o n d e term in a el e xa m e n de la s Atlegaliones d e A lo n so de C a rta g e n a m e h a s u g e rid o q u e ley ese d o s b re v e s c o m e n ta rio s. d eclara la total y absoluta exclusiva jurisdiccional de cuanto concier­ na a la gestión de a spiritualidade en favor de la Ordem de cavalaria de Jesu Christo. 726 efecto. en se g u n d o lu g ar. vagamente. p o r b a s ta n te s añ o s d esp u é s. con un ta n ­ teo de 3 a 3 el p artid o Castilla-Portugal. El rasgo general de tales diferencias p odría tal vez d escrib irse diciendo que m ientras el tono de la In te r cetera evoca todavía un am biente de Cruzada. por cuanto una y o tra conciernen a las cuestiones espirituales. q u e m e s ir ­ ven p a ra ju s t i f i c a r y p r e c is a r el u so q u e a q u í s e h ace ele la s p a la ­ b ra s « C ru z a d a y M isión » . en v erd ad . o sea. H a sta a h o r a ten em os. E n cu a n to a la a fir m a c ió n d e K onetzke de q u e no deb e c o n fu n d ir s e la idea d e « R e c o n q u ista con la id ea d e C ru z a d a » . suspensiones. p ero K onetz­ ke o lv id a . expedida con la fecha de 26 de ju nio de 1493. q u e el in fie l a l q u e s e re fie re se h alle. s ó lo d o s c o s a s . Fondo d e C u ltu r a E c o n ó m ic a . m ás bien creo que el in terés de c o m p ararlas no e stá en las si­ m ilitudes sino en las diferencias. q u e la s g u e r r a s p o r tu g u e s a s c o n tra lo s s a r r a c e n o s d el Magreb. a u n q u e ta m b ién p u d o c o n tr ib u ir a e llo un s ie m p re e s c a s o y v a c ila n te ap o y o a los m o ro s g ra n a d in o s p o r p a rte d e los tu rco s. y q u e yo d e s c o n o c ía —. en el de la Piis fidelium ese am biente se h a tran sfig u rad o en el de M isión. au n d en tro del su p u e sto d e u n a m u tu a e n em istad p ro lo n g a d a sine die.F. cual si los propios cristianos recibiesen sobre sí m is­ mos el reflejo del fu ro r a n tisa rrac e n o inherente a la idea. la Piis fidelium . ¡Pues buena era la Trastamara para que aquellos borrachínes m estureros de la curia vaticana tratasen de colarle vaguedades! Volviendo ahora a la Piis fidelium . fren te a lo s s a r ra c e n o s —c o n un g ra d o d e in stitu c io n a li- 727 . con la C ristiandad todavía sin o d e in v a s io n e s a f r ic a n a s c o m o la d e lo s a lm o r á v id e s o la de lo s a lm o h a d e s (frente a la c u a l se fo rm ó u n a c o a lic ió n c r is tia n a in teg ra d a no só lo p o r lo s reyes de C a stilla . q u e a u n q u e p u ed an in t e r fe r ir s e en o c a s io n e s . es decir. sin o el ú ltim o e p is o d io d e la lla m a d a R e c o n q u ista . 19 8 5 . sin mención nom inal de los destinatarios. p o r lo tanto. com o en la índole de las atrib u cio n es que m ás se esm era en detallar. e sto y s u s ta n c ia lm e n te d e a c u e rd o (y a u n yo m ism o he s e ñ a la d o m ás a r r ib a lo s p e c u lia r e s r a s g o s d e m u tu o re c o n o c i­ m iento ju ríd ic o -p o lítico en tre p rín c ip es c ris tia n o s y p rín c ip es m a ­ h o m etan o s con lo s que. todavía predom inante. se d is ­ tin gu en b ien. com o se em peña García-Gallo. p a ra q u e é s ta se d é en s e n tid o p ro p io son ne­ c e s a r io s a l m en o s d o s fa c to re s: 1. m ientras la In ter cetera calix tin a aparece re­ c o rrid a de p arte a p a rte po r un aliento de rigor y de severidad. asi.cedidas a los reyes de Portugal» a que se hiciese m en­ ción. he dicho antes que ésta sería. de los conteni­ dos. privaciones e interdictos y o tra s c en su ras y penas eclesiásticas c u a n ta s veces sea n ecesario y en cu al­ q u ier m om ento que lo exija la situación de las cosas y la calidad de los negocios»). en p r im e r lu gar. de C ruzada («Así tam ­ bién pueda p ro fe rir excom uniones. y p a ra la c u a l el p o n tífic e In o ce n cio III e x p i­ d ió u n a b u la con lo s p r iv ile g io s de S a n ta C ru z a d a ) y. pero tam poco es necesario hacerlo porque haya que em patar. tra ­ d u cció n d e Jo r g e A v e n d a ñ o -In e strilla s y M a r g a r ita S e p ú lv e d a d e B a ra n d a . M é x ico D. sí q u e tu v ie ro n p len am en te el c a r á c t e r d e C r u z a d a (y p a ra c o m ­ p ro b a rlo b a s ta le e r la s e x p re sio n e s fero zm en te a n tisa rr a c e n a s de la s b u la s Diuino amore com m unili y Romanus Pontifex del P ap a N ic o lá s V). como querien­ do reforzar la a u to rid ad otorgada. c o r o n a d a s p o r la c o n q u ista de C e u ta en 1 4 1 5 y p ro se g u id a s. y. C r u z a d a y R e­ c o n q u ista . tanto en el énfasis con que. ni siquiera como Utreras desuper editas («bulas anteriorm ente libradas»). p u es. e l g ra n c a m b io d e e s ta ac titu d en tre moros y cristianos c u a n d o no se tr a t a b a y a de m o ro s e sp a ñ o le s.36 En 36.°. pero sin rem itirse de m anera explícita a los docum entos m ism os. au n q u e con m ás fr a c a s o s q u e éxito s. la s r e la c io n e s d e la lla m a d a « R e ­ co n qu ista» c o n tra d e cía n la ¡le g itim a c ió n del d erech o tem po ral de los p rín c ip es in fie le s c a ra c te rís tic a d e la s C ru zadas). tal vez fu e de este preceden te p o rtu gu és de lo qu e su p o h áb ilm en te ap ro ve ch arse e l c o n d e de T e n d illa p a ra v e n d e rle a In o ce n cio V III p o r C ru z a d a lo q u e no e ra . de la form a dicha. a todos y a cada uno de dichos fieles c ristia n o s de am bos sexos. aunque la Inter cetera calixtina —salvo por tran scrib ir el tex­ to integro de la R om anus Pontifex de su predece­ so r—. de los que se hubiesen confesado con corazón co n trito y oralm en­ te. m u­ chos guineos y otros negros. a n te lo s o jo s d e lo s c ristian o s. que a las citadas tie rra s e islas personalm ente se tra sla ­ den. a diferencia de ésta. p o r lo m en os. otorgando respecto de las «tierras e islas» recién d escu b iertas p o r Colón. pues dice así: «Además. ap a re c ie ro n esp ec ia lm en te los g u an ch es. u u e a q u í p a re c e m u y a p r o p ia d a a l caso). v e r C o ló n . p u d iesen s e rv irs e d é l a g u e ­ r ra co m o m ed io s iq u ie r a in ic ia lm e n te n e cesario . he lla­ m ado de «Misión». 728 Inter celera calixtina. vicario de la Orden de los M ínimos «en los reinos de las E spañas». puedan conceder indulgencia y rem isión de los mismos. aunque p o r m andato y voluntad de dichos Rey y Reyna. p o r oposición al de «Cruzada». una vez en vida y otra vez in articulo mortis. Así. se expresa en tonos que evocan un am biente diam etralm ente opuesto: el que antes. de sus crím enes. se c o n v irtie se n en m ero p r e ­ texto ju s t ific a t o r io de un in s a c ia b le fu r o r de d o m in ació n . atrib u cio ­ nes prácticam en te tan om ním odas en la gestión de las cosas e sp iritu a le s com o las que la repetida bula de Calixto III había otorgado a la Ordem de cavalaria de Jesu Christo. pecados y delitos. no e ra n g u e r ra s . a l m en os en p rin ­ cip io . p ara que los m ism os y cu alq u iera de ellos puedan elegir confesor idóneo se cu la r o religioso. con q u e ésto s fu lm in a b a n todo p o d e r tem p o ra l en m an o s s a rra c e n a s) y 2 " en e s tre c h a re la c ió n con el 1?. en cam bio. con p eq u eñ o s c u l­ tos o « su p e rsticio n e s» m u y e le m e n ta le s (en u n a p a la b ra . capturados por la fuerza o por cam bio con cosas no prohibidas o por otro con­ trato legítim o de com pra. eran . a petición de los reyes «de C astilla y de León. q u e s e trate d e p a g a n o s «Sinseta» . tan im p ru d en tem en te. au n q u e. o. no se digne siquiera hacer m ención de ellos. Así. b aste para m o strarlo el pasaje que p o r referirse a las atrib u cio n es respecto de los propios c ristia n o s puede ponerse en co rresponden­ cia con el que acabo de c ita r entre parén tesis de la /. y tam bién c o n m u tar sus votos al igual que de sus pecados. m ien tras la s g u e r r a s d e la lla m a d a « R e c o n q u ista » e ra n — a u n q u e p u d ie ­ sen m e z cla rse en o c a s io n e s co n fa c to r e s r e lig io s o s — fu n d a m e n ­ talm en te guerras de derecho. ta l com o.ación ju ríd ic o -p o lític a en to d o c o m p a ra b le a l de lo s p r ín c ip e s c r is tia n o s — . « relig io ­ n es sin libro». co m o los lu c a y o s y ta in o s qu e en su p r im e r v ia je qu iso . aunque. en la sinceridad de la fe. p o r d e c ir lo c o n la fo r m u la c ió n m ah o m etan a. la s M isio n e s. preocupada tan sólo en rem ach ar la exclusiva sobre a spiritualidade en favor de la repetida Ordem. fueron traídos a estos rei­ 729 . don­ de la R om anus Pontifex dice: «Después de ello. de Aragón y de G ranada». que ya habían asom ado en la R om anus Pontifex (sin duda negros m ás m eridionales que los del Senegal de los que ya no se podía en absoluto decir «profundam ente influi­ dos po r la secta del nefandísim o Mahoma»). aun de los reservados a dicha Sede. c a rg a d a d e p o sitiv a h o stilid a d . pero tam bién aparecen dulcificados los acentos respecto de los otros infieles. p o r ú ltim o . y p o r en d e p ro fa n a s. es lógi­ co que en la Piis fidelium hayan desaparecido —p or cuanto no ha lu g a r— las p alab ras de hostilidad an ­ tisarracena. en cu a n to ta le s m isio n e s p ro p ia m e n te d ic h a s.a rro b a d a por el desventuradam ente efím ero em ­ beleso del «Sin-seta» del p rim e r viaje colom bino. esperan­ do m ejor la salvación de sus alm as. o bien . para que los fieles cristian o s m ás fácilm ente po r razón de devoción acudan a dichas tie rra s e islas. sin tan siquiera p reo cu p arse de h a c er m ención alguna de una exclusiva equivalente. y. con dicha autoridad». en u n a s itu a c ió n q u e a n te s he d e s ig n a d o co m o d e « in su fic ie n c ia ju ríd ic o -p o lftic a » (de m o d o q u e la n e gació n de p e r ­ s o n a lid a d ju r íd ic a d e q u e s u fr ía n p o r lo s c r is tia n o s n ad a ten ía q u e v e r con la ¡le g itim a c ió n . la s C ru z a d a s — a u n q u e m u y a m e n u d o c o m p o rta s e n a m b ic io n e s d e p o d e r po ­ lítico e in tereses m e rc a n tile s—. se ­ gún el p rin c ip io compelle eos inlrare. co m o de hech o en su m á x im a p a rte su c ed ió . unidad de la Santa Madre Iglesia y en nuestra obediencia y devoción y de nuestros sucesores los Romanos Pontífices canónica­ mente introducidos y existentes. y a fa­ vor de fray B ernando Boil. Por otra p a rte y ya respecto de los infieles. guerras de religión-. que los absuelva a ellos y cu alq u iera de ellos. elegidos por ti o por los m ism o s Reyes. un gran núm ero se convirtió a la Fe católica. el patro n ato regio castellano y m ás tarde español sobre todas las cosas concernientes a la re­ ligión y a la difusión del C ristianism o en Ultram ar. no d ejaría de su s c ita r nuevas cuestiones litigiosas —y que em pezarían a in teresar ya a terceros países—. Por o tra parte. se to­ m asen de hecho p o r su propia cu enta las m áxim as atribuciones al respecto. que eres presbítero. y. a las c ita d as islas y p artes con otros com pañeros de tu Orden o de otra. con atrib u cio n es cada vez mayo­ res y excluyentes (hasta el extrem o de que la propia Santa Sede llegaría a verse afectada p o r sem ejante exclusión). Ya se ve que m ientras en el p rim e r caso el m edio de la conversión pasa po r la esclavitud. en 1499 y en 1501. por lo dem ás. de los cuales. pues nada hay en ella —en las p artes que no son repetición de su hom ónim a del 3— de contenido religioso. esperando que lo que te enco­ m endam os lo e je c u ta rá s fiel y diligentem ente. que se rá objeto de un com entario separado] [concedem os] p red ic ar y se m b ra r la p a la ­ b ra de Dios y conducir a dichos n atu rales y hab i­ tantes a la fe católica y bau tizarlo s e in stru irlo s en n uestra fe. En cuanto a la segunda In ter celera alejandrina. El propio A lejandro VI. esp erán d o se que con ayuda de la divina clem encia. privilegios sucesivos. ya que tam bién ahora el papa se c o n stitu ía en m ediador de «paz y concordia entre príncipes cristianos» en cuan­ to a sus derechos de dom inio tem poral. am pliando cada vez m ás la autonom ía del p atronato regio en las Indias. para que sim plem ente ratificase y consagrase lo que ellas habían cap itu lad o ya en tre sí). que. con tal línea de demarcación (que enseguida sería desplazada has­ ta 370 leguas de longitud oeste de las Cabo Verde en el tra tad o castellano-portugués de Tordesillas. sin em bargo. sin tan siquiera rem o­ tam ente im aginarlo. o sea la con­ cesión al padre Boil y a los reyes de que pudiesen enviar a las Indias m isioneros aun sin licencia de sus su periores debió de se r objeto de grandes protestas y «suplicaciones» en especial po r p arte de los supe­ riores de las órdenes regulares. a u n ­ que salvando superficialm ente las apariencias. y especialm ente los pontífices si­ guientes serían los que otorgasen. 1503-1513— con su bula Ea quae pro bono del 24 de enero de 1506). Las palabras subrayadas aquí a rrib a. rati­ ficado y consagrado a su vez po r Ju lio II —G iuliano della Rovere. ya que C lem ente VII autorizó expre­ sam ente que cualquier m isionero pudiese pasar a las Indias por orden del e m p erad o r incluso en contra de la voluntad de los su p erio res de su orden. pues todavía coleaba el asunto en 1532. a d m in istra rle s los sacram entos eclesiásticos». el inm enso te rrito rio sobre el que se extendería. y. aun siendo por eso m ism o u n a bula esen­ cialm ente profana. a ti. a su debido tiempo. si co n tin ú a con ellos el progreso de este modo. prefiguró. que estableció la «línea de dem arcación» a 100 leguas de longitud oeste de los archipiélagos de las Azores y las Cabo Verde. p o r el contrario. el tono suena ya franca y plenam ente m isional. estos pueblos se converti­ rán a la Fe o al m enos las alm as de m uchos de ellos se salvarán en Cristo». debe se r m irada a la luz de la Aeterni Regis 730 de Sixto IV (aunque en aquel caso fuesen am bas mo­ narquías las que acudieron de com ún acuerdo al papa. cuando al preverse el encuentro proa co n tra proa de naves castellan as rum bo a oeste y naves p ortugue­ sas rum bo a este d espertase la im agen del a n tim eri­ 731 . com o en­ seguida se verá.nos citados. el lugar hom ólogo de la Piis fidelium dice: «Nos. o sea la fechada el 4 de mayo de 1493. en el segundo. en ellos. sin necesitar para ello li­ cencia de vuestros superiores o de cualquier otro [subrayado mío. que incluso obtuvie­ ron probablem ente en algún m om ento su derogación o po r lo m enos suspensión. im prudentem ente. hasta que llegasen a ser los propios m onarcas los que. algo que ya le había sido concedido al m enos por dos veces d u ran te la conquista del reino de G ranada. ya para ser bendecidos po r él en sus concordias. ese c a rá c te r a rb itra l tan sólo podía serlo respecto de negocios de orden tem poral. por lo dem ás. de que los castellanos y m ás tard e españoles que hicieron la C onquista de las Indias. y dádonos la obediencia. fue causa. de subordi­ nar— la causa fidei al dom inio tem poral. tan estrecham ente com o si de una sola y la m ism a cosa se tratase. La prim era de ellas de 1499 y cuyo texto no he podido conocer. y con tres cu artos de si­ glo de antelación. la décim a p a rte de las ren­ tas eclesiásticas. lim itada probablem ente. y siem pre.» (libro III. lo revela. com o en 733 . en efecto. que. 1681). unido al hecho de que la anticipación abstractiva de derechos de dom inación sobre lo «por descobrir» estuviese abarcan d o en su vigencia. si es que no me equivoco. el tra ­ tam iento sim ultáneo de la rebeldía y la apostasía en una m ism a ley: «. huelga decirlo. de que el pontificado.. sobre todo desde que las Allegationes de don Alonso de C artagena habían argum entado y asentado la necesidad de vin­ c u la r —y. es a saber. para ac ab a r con las cu atro bulas alejan d ri­ nas de 1493. M adrid. la ap o stataren y ne­ garen. por lo tanto. com o entre buenos herm anos. y así. en cuestiones de dom inio tem poral. estaba. en p rim e r lugar. aun quizá sin qu ererlo ni advertirlo. folio 25 recto del Tomo Segundo de la edición de Ju lián de Paredes. títu lo IV. a la postre. al repartir. acabase por tran sfo rm ar de fac­ to —aunque no de iure. aun sin desearlo. a la exclusiva jurisd icció n de la libre potes­ tad dispositiva del pontificado—. se proceda com o co n tra a p ó sta tas y rebel­ des. incluso sin quererlo ni preverlo. concedía a la corona de Castilla. no se preocupen ustedes. m ás pronto o m ás tarde. por m uy so color de religión que fuese en ocasiones) que. y si haviendo recevido la Santa Fé.diano que com pletaba en las an típ o d as la o tra m i­ tad del cíngulo prefigurado en Tordesillas. esto es: Exim iae deuotionis. y. no dejaría. ya sea para llo­ rarle al papa en sus querellas. adquirido como m era resultante —según quedó ya dicho en su lugar—. los de C astilla y Portugal. en segundo lugar. En fin. com o pretendían los segui­ dores de la d o ctrin a del O stiense— su papel de m ero m ediador en tre príncipes cristian o s sobre querellas de derechos tem porales en el de un au téntico crea­ dor de derechos. las aguas y las islas y tie rra s del A tlántico entre los dos únicos países que en ese m om ento se las disp u ­ taban... con tal línea de dem arcación —venía diciendo—. el rom ano pontífice. todavía en la Recopilación de 1680. Ambas fueron deno­ m inadas con las p a la b ras ya u sad as p a ra una de las del 3 de mayo de 1493. convirtió las sucesivas intervenciones pon­ tificias en una actuación m ediadora interexcluyente sobre el reparto de áreas de dom inación —ya que. d iré que el reflejo del c a rá c te r genéri­ cam ente a rb itra l entre p ríncipes cristian o s (en este caso.. en consecuencia. excluyendo im plícitam ente los derechos de cualquier posible tercero. por cuanto los de orden e sp iritu a l pertenecían. ley IX. diesen lugar a que prácticam ente toda rebelión de aquellos nuevos súb­ ditos contra el poder tem poral de C astilla y m ás ta r­ de E spaña co m p o rtase de m odo casi autom ático la sim ultánea abjuración del c a rism a bautism al y por ende la ap o stasía del C ristianism o. la sum isión de los indios a la sobe­ ranía real y después im perial de la m etrópoli con su conversión a la Fe de Jesucristo. O tras dos bulas de Alejandro VI referentes a las Indias interesan aquí todavía. de h a­ cer aparición. al unir. territo rio s de extensión por enton­ 732 ces todavía ab so lu tam en te inim aginable. y especialm ente tra s la invención del R equirim iento. que fueron los que ya desde los tiem pos de Alonso de C artagena senta­ ron el precedente de a c u d ir a Roma. evidentem ente. ve­ nía a convertir de hecho a todo el clero secular y re­ gular de la Iglesia am ericana en funcionariado real. alabando y estimando mucho en el Señor vuestro piadoso y loable propósito. y a petición de los reyes m ism os. n. a quien ahora corresp o n d ía re­ cogerlo. que en el caso presente era m ás cierto este conocim iento en el Real Consejo [que era al Real Consejo de Indias. y pagar los derechos Episcopales [. se haya de d ar y asignar dote suficiente á las Iglesias. an dando el tiempo. a quien com pe­ tía conocer de tal querella]. que ya no era de com petencia de éste d irim ir el pleito. ó puedan ser con­ trarias». de autoridad Apostólica y don de especial gracia por el tenor de las presentes [plural por referirse al latín litterae. así por tra ta rse de diezm os suyos. y qualesquier otras ordenaciones Apostólicas. com o po r la defensa de sus Iglesias. Todo lo cual obra que 735 . incluso a pleitos en tre el clero se cu la r y el regular. ó por tiempo estuvie­ ren. que en las dichas Indias se hubieren de erigir. y llevar las cargas que por tiempo incumbieren á las dichas Igle­ sias. exentas de pag ar diezm os a la Iglesia. y a los que por tiempo os fueren sucediendo. se red u ciría m ás o m enos a la décim a parte del diezmo mismo. en tre o tras cosas: «También alegué. y exercitar cómodamente el culto divino á hon­ ra y gloria de Dios Omnipotente. capítulo I. el propio Solórzano. y con efecto por vosotros. dice com o sigue: «Nos. ya que tales haciendas convertidas ahora en bienes eclesiás­ ticos quedaban. alegando. que con sumos afectos deseamos la exal­ tación y aum ento de la misma Fé. os concedemos a vo­ sotros. y los suyos. después que como dicho es. según los frailes. ade­ más. Madrid. ni el Fiscal. b en eficiaría p erp e­ tua de la to talid ad de los diezm os correspondientes a la Iglesia en todos los territo rio s de U ltram ar.. moradores. que fue fiscal en el plei­ to. que denotaba invariablemente en plural una o más bulas]. La segunda. con la qual sus Prelados y Recto­ res se puedan sustentar congruamente. hasta co m p rar grandes haciendas a p ro p ietario s ci­ viles. ya havía cesado eso por ten er­ los cedidos y redonados á las Iglesias». a causa de que las órdenes regulares.E. 1972) El alcance ex trao rd in ario de esta bu la estaba. en que. (Transcripción y verosímilmente traducción de Juan de Solórzano y Pereyra en su Política Indiana 734 —publicada en 1648—. que podáis percibir y llevar lícita y li­ bremente los dichos diezmos en todas las dichas Is­ las y Provincias de todos sus vecinos. con que prim ero realmente. m ás tard e de España. y cosas que á esto sean. esto d a ría lugar. y habitadores que en ellas están. Por lo dem ás.] no obstante las constituciones del Con­ cilio Lateranense. en el que al depender las Catedrales de la redistribución del diez­ mo por el fisco real. pues.. dism inuían el monto general deí diezmo. pági­ nas 7-8 del Tomo Tercero de la edición B. «porque ya no tenía que ver en éstos [diez­ mos] el Fisco. es m ucho m ás im portante. lo que en aquel momento. libro IV. po r m ucho que a h o ra fuese el fisco real el que lo percibía y asignaba. y por vuestros succesores de vues­ tros bienes. no teniendo todavía los clérigos tal vez apenas otros ingresos que el diezm o que recibían de indios y castellanos. Respecto de lo cual. com o luego verem os. La letra de la bula. y recuperado.° 7. com o el que cuenta Solórzano Pereyra. de 1501. p o r e s ta r em buelto y m ezclado con él el derecho del Fisco Real. dice. y especialm ente en nuestros tiempos. a un solo año. inclinándo­ nos á sem ejantes suplicaciones. instancia tem poral y no e sp iritu al. las hayais adquiri­ do. tras consignar la petición real.A. p o r ella A lejandro VI ha­ cía a la corona de Castilla. —tomo CCLIV de la colección—. en que. al m enos económ icam ente. reclam aban an te éste de que cada vez fuese m enor la cu an tía de lo redistribuido. tiene y exerce tan gran patronato.aquella o tra ocasión. pues caso que lo tuviera quando e ran del Rey. si bien se m ira. habiendo sabido h acer fru c ­ tificar las asignaciones de ese m ism o fisco recibidas. los que con m uy sólidos fundam entos afirm an. con la destrucción de la república de Florencia y las h o rre n d a s m atanzas del saqueo de Prato por la soldadesca del Virrey Cardona. M adrid. y por el consiguiente héchose con esto tem porales y de su Real jurisdicción.. siendo así que a él perso­ nalm ente —ni siq u iera a la Corona de Aragón— le correspondía tan sólo la m itad de las rentas de las Indias.. y ceda á Iglesias. C u rio sam en te. elegido papa el 19 de noviem bre de 1503.. M uerto el 18 de agosto de 1503 el gran nepos Borja. no pierden la prim era natu­ raleza que tuvieran de la Regalía [subrayado mío]». no satisfizo en n ad a a Don Fernando. de lo s n u eve q u e llevan el d el títu lo V I d el lib r o I. en la p rim e ra e d ició n de la « R e c o p ila ció n de la s ley es de los R e y n o s de la s In d ias» . para lo que vendrá. con toda seguridad porque C isneros no p arab a de darle con la san d alia en el zapato po r debajo de la mesa. m ie n tra s o ch o de e llo s d ic e n «Del P a tro n a z g o R e a l» . Y poco m ás abajo añade aún: «Porque aunque hay algunos Doctores que dán a entender. 16 8 1. protestó ante el papa —fuese po r procurado­ res o po r c a rta — el 13 de septiem bre de 1505. por lo m ísera que debía de hab erle parecido aquella p ri­ m era bula y aprem iando con estas palabras: «Es ne­ cesario que V uestra S antidad conceda todo el dicho patronato en p erp etu id ad a mí y a m is sucesores». y de m ás opinión. m u­ dan el privilegio. en tre lo s e n c a b e z a m ie n to s q u e en el recto de c a d a fo lio e n u n cia n el c o n ten id o d el títu lo c o rre sp o n d ie n te . especialm ente chocante po r las palabras «a mí y a m is sucesores». 737 . 1988. ah o ra sea defendiendo.. h e c h a p o r J u liá n de P a re ­ des. uno. que co n tra él litigaren. con el fam oso G iuliano della Rovere. ma questa é un altra storia. que en haviendo sido los diezm os una vez del Rey.) Con todo. 115. no deja de se r tan veraz com o o p o rtu n o el com entario que el propio Hanke hace al respecto en la m ism a página c itad a en el pa­ réntesis: «La histo ria u lte rio r de las relaciones hispano-papales m u estra un paralelo excelente con la fábula del cam ello que pidió p erm iso para m eter la cabeza en la tienda de un ára b e d u ran te una tem ­ pestad en el desierto y acabó po r ech arle del todo de la tienda».pueda tra e r á sus T ribunales seculares q u alesq u ier causas. que ni siquiera h ab ía venido todavía a C asti­ lla ni m enos aun cap itu lad o con el rey ya viudo que 736 éste quedase po r u su fru ctu ario vitalicio. ah o ra sea dem an­ dando. au nque sean Ecle­ siásticas. Pío III. y con el nom bre de Julio II fue el que —dicho sea de paso—. E diciones Istmo. y no habiendo podido so sten er la tiara en la ca­ beza m ás allá de tres sem anas el nepos Piccolomini. que. de donde tom o tam bién la fe­ cha de 1505. o sea con el p atronato o patronazgo37 regio a perpetuidad 37. son m uchos más. y. pero no adelan te­ m os el curso de los hechos.». de 1504. (Citado p o r Levvis H anke en La lucha por la justi­ cia en la conquista de América. co rrió el tu rn o de la cola pasando al nepos de los Della Rovere. los p o r entonces reyes de Castilla. en razón de gananciales. y nosotros tenem os que vol­ ver a n u estras bulas. quien —aún en vida de Felipe el H er­ moso. La p rim era que respecto de las Indias concedió Julio II. tal com o la quería Don Fernando. pág. y Eclesiásticos. y q u alesq u ier personas. que en m udando persona. c o n cre ta m e n te el del recto d el fo lio 26 del T om o Prim ero. d ic e «D el P atro n ato R eal» . M a d rid . fue la Illiu s fulciti pr-[a]esidio. al fo rm ar contra los franceses la Liga S an­ ta en el penúltim o año de su pontificado. solicitada todavía en vida de doña Isabel de T rastam ara. de la m itad de las rentas de las Indias—. aunque después los dé. cosa que po r añadidura —tal como he dicho— ni siquiera se había cap itu lad o todavía con su hija y su yerno. a cab aría incitando la intervención de los siniestros españoles en Italia central. La bula. al parecer. Luego se verá la im portancia que d a ría el doctor Solórzano a esta cesión del diezm o p ara fu n d am e n ta r su d o ctrin a del «vicariato regio». 1523-1534) Hanke cita una bula an ­ terior. donde —verosímilm ente porque en Méjico h ab ía tenido noticia de una provisión reciente del Consejo de In d ias en que se volvía a 739 . Pero he aquí que sobrevino la larga peregrinación del dom inico fray B ernardino de Minaya. Giulio de Medici. fue la Uniuersalis Ecclesi[a] e de fecha 28 de julio de 1508. proveyó de am plias facultades al em p erad o r p a ra que. en su nom bre. com oquiera que algunos de estos su periores se re­ sistiesen a d a r tales licencias. el regio patronato—. hijo de Lorenzo el Magnífico. y que verosím ilm ente debió a la restau ració n de la oligarquía m edicea en la güelfa Florencia p o r las arm as de F ernando de Aragón. en el que perm aneció de 1513 a 1521). al todavía-no-pero-ya-muy-prontoem perador C arlos de Augsburgo la facultad de m o­ d ificar los te rrito rio s de las diócesis am ericanas. en su bula Om­ ním oda.y. para red u cir a los indios a la Fe de Jesucristo. Adelantem os que la pau latin a in­ troducción del resto del cuerpo del cam ello serían las sucesivas bulas con que los tres subsiguientes pa­ pas fueron enriqueciendo el patronato concedido por Julio II. Probablem ente a m ediados del año a n te rio r había llegado a Valladolid. Para los te rrito rio s en los que aún no se ¿ S ig n ific a r á e sta an o m a lía q u e hubo. sobrevino la violenta expulsión del propio árabe. tra sp a ­ só. todo precedente de las a trib u ­ ciones tradicionalm ente com prendidas por el ius patronatus. su elevación al Solio de San Pedro. sería Clemente VII quien en 1532. los m isioneros pudiesen em bar­ c a r incluso saltándose la autorización de los supe­ riores. Del m ism o Clemente VII (el nepos de León X. 1522-1523) quien. que debió de em pezar bajo el pontificado de Clemente VII. c u y a ed ic ió n n o ten go yo m ás q u e en fa c s ím il. León X (el p rim e r papa Medici. regente de C astilla. y que se adm itiesen y recibiesen los así nom brados y presen­ tados». esto ya lo había concedido. com o dice Solórzano. po r u sa r la com paración de Hanke. del 8 de mayo de 1529. 738 hubiese establecido diócesis alguna. la Intra Arcana. según Konetzke. pues salió del Perú todavía en vida de A tabálipa (agarro­ tado en C ajam arca el 29 de agosto de 1533). dueño de la tienda. algú n a ñ a ­ d id o de ú ltim a h o ra y q u e el tip ó g ra fo d e tu rn o c a m b ió in a d v e r­ tid am en te la fo rm a « p atro n a zg o » p o r la d e « p atro n a to » ? O. al con­ ceder. o incluso ec h ar la raya de la entera circunscripción afecta a cada nueva diócesis que se fundase. probable­ m ente a petición de los superiores de las órdenes re­ gulares. a sus expensas y siem pre con entera sujeción a las disposiciones del regio p atro ­ nato. En realidad. aunque no llegaría a Roma m ás que ya en trad o el año 1537. pudiesen p a sa r a las Indias. según reza el texto (superiorum uestrorum uel cuiusuis alterius s u p e rh o c licentia m in im e requisita) la Piis fidelium de A lejandro VI. que se inclina decididam ente por la consigna com pelle eos intrare. m isioneros de las órdenes regulares. y au n s e rá im p o s ib le d e b u s c a r m ie n tra s no co n o z cam o s la c o n fo rm a c ió n d e l c u a d e r n illo en tero p o r la im p re n ta d e J u liá n de P a re d es. Giovanni. con licencia de sus superiores. con Paulo III. autorizase que. Mas. p o r no ver despobla­ dos de frailes los conventos m etropolitanos. E sta era indudablem ente. m ás b ien. ni a u n m en o s a e s e fo ­ lio. fue A driano VI (Adriano de Utrecht. si es que no lo había sido ya la cesión del diezm o por Ale­ jandro VI en 1501. en 1518. que ad m inistraba. la cabeza del camello. p a ra ese títu lo V I. «plenísim o y ad instar del que se les havía concedido de próxim o p ara todo lo Eclesiástico del Reyno de G ranada. si es preciso. siem pre que m ediase una orden del e m p e rad o r —o del Real Consejo de Indias. pero debía de h a b e r sido suspendido o revocado en algún momento. al a u to riza r el em pleo de la fuerza de las arm as. h asta que en 1538. de 1522. de suerte que pu­ diese tam bién elegir y p re se n ta r Prelados. tal vez ni s iq u ie r a q u e p a a s e g u r a r q u e ta l p o s ib le a ñ a d id o — o c o r r e c c ió n — c o r r e s p o n d a a e se títu lo. au to riza r la esclavización y venta de los indios— se presentó a fray Francisco G arcía de Loaysa, supe­ rio r de los dom inicos en E spaña, confesor del em ­ perador, cardenal de Osm a desde 1530 y, sobre todo, a efectos de lo que aquí interesa, presidente del Real Consejo de Indias desde 1524 hasta 1546, a quien, al parecer, tra tó de convencer de que las cosas que so­ bre la incapacidad de los indios h a b ía escrito fray Domingo de Betanzos no se co rrespondían con su propia experiencia. Loaysa le replicó que se engaña­ ba y que él, p o r su parte, d ab a entero crédito a las opiniones de Betanzos, de quien —al m enos según el testim onio escrito de M inaya— dijo que «hablaba p or esp íritu profètico». De lo que al presidente del Real Consejo de Indias podía im portarle si los indios eran hom bres p e rru n o s o m ás bien p erro s hum anos podem os tal vez sa c a r alguna co n jetu ra a p a rtir de lo que, a propósito de los protestantes, aconsejaba al em perador en una c a rta del 18 de noviem bre de 1530: «Si quisieran ser perros, séanlo, y cierre Vues­ tra M ajestad los ojos, pues no tenéis fuerzas p a ra el castigo. C onténtese V uestra M ajestad con que os sir­ van y os sean fieles, aunque a Dios sean peores que diablos [...] V uestra conciencia es segura: trab ajad com o vuestro E stado no se pierda [...] Piense vues­ tra M ajestad que todos os obedezcan y sirvan cu a n ­ do los hobiéredes menester, y no os deis un clavo que ellos lleven su s alm as al infierno; de m anera, Señor, que en tretan to se viene al Concilio, y cuando a c tu a l­ m ente vinieren y en él estuvieren, desde agora pro­ curéis que todos se llam en vuestros y así lo sean en las obras, y os reconozcan p o r su verdadero señor, y las conciencias sean de turcos [...] De form a, Señor, que es m i voto que pues no hay fuerzas para c o rre ­ gir, que hagais del juego m aña, y os holguéis con el hereje com o con el católico, y le hagais m erced si se igualara con el c ristia n o en serviros. Quite ya Vues­ tra M ajestad fantasía de salvar alm as a Dios; ocu­ 740 paos de aquí adelante en convertir cuerpos a vuestra obediencia». La c arta, que se conserva, al p arecer autógrafa, en el archivo de Sim ancas, es buena m ues­ tra, al m enos, de h asta qué punto toda posible reli­ giosidad había sido su b su m id a en la m ente y en la conciencia de Loaysa por los intereses de la dom i­ nación tem poral. Poca cosa, así pues, podía e sp era r de él fray B ernardino de Minaya, quien, no cejando, sin em bargo, en su dem anda y decidido a p roseguir con ella h asta la m ism a Roma, logró que un vocal del propio Consejo de Indias le consiguiese una c a r­ ta de la em peratriz, regente de E spaña po r ausencia del m arido, p ara el em b ajad o r español ante la Santa Sede. En la fecha de esta carta, 5 de octubre de 1536, fundo mi presunción de que, puesto que no dispo­ nía de m ás c a rru a je o cab alg ad u ra que los de sus sandalias y de cara al invierno po r añadidura, no de­ bió de llegar a Roma m ás que a principios de 1537 o a finales de 1536 como lo m ás pronto; lo cual im porta p o r cuanto su llegada hubo de coincidir o de ser pre­ cedida por m uy pocas fechas po r una carta, de 1536, según Solórzano, dirigida al papa po r el dom inico fray Ju lián Garcés, obispo de Tlaxcala, en la que defendía las m ism as opiniones que Minaya y hacía grandes elogios de la actuación de éste entre los in­ dios; lo cual, ju n to con las gestiones del em bajador, debió de servirle m ucho para se r recibido por Pau­ lo III (Alessandro Farnese, 1534-1549, y, por cierto, el que se dio el capricho de que M ichelangelo Buonarroti le rem atase el palacio, em pezado po r Sangallo, con la m onstruosa cornisa «di braccia sei», según Vasari, y p o r ende, tal com o el papa h ab ía exigido, la m ás voladiza de Roma), que, im presionado sin duda por los inform es de fray B ernardino, expidió el 9 de ju nio de 1537 la célebre b u la Su b lim is Deus, to tal­ m ente c o n tra ria a las opiniones de Betanzos y, con­ siguientem ente, a la reciente provisión de Loaysa en cuanto a la esclavización y venta de los indios. Mi741 naya, al encargarse p o r su cuenta y riesgo de h a c er llegar lo m ás pronto posible h asta las Indias tan ve­ nerable documento, no debió de p e n sar ni aun rem o­ tam ente que estaba haciendo nada malo. Pero sí que estaba haciendo algo m uy m alo y no podía fig u ra r­ se hasta qué punto: no bien cayó la b ula ante los ojos del em perador, la q uijada debió de salírsele para ade­ lante dos dedos m ás de lo que ya de nacim iento la tenía, y no digam os cuando se enteró de que varios ejem plares de la b ula navegaban ya por las aguas del Atlántico cam ino de U ltram ar. Y nada ten d ría de ex­ traño que el cardenal Loaysa, en cuanto presidente del Real Consejo de Indias, adem ás de su p e rio r de los dom inicos en E spaña, encizañase aun m ás los ánim os contra aquel fraile de su propia orden; de modo que, inform ado el provincial, fray B ernardino resultó castigado con la prohibición de no volver a las Indias nunca más, y adem ás con dos años de re­ tiro, al cabo de los cuales el general de la O.P. lo destinó a la cárcel de Valladolid, al p arecer como ca­ pellán o auxiliar de capellán de los encarcelados (los datos concretos, no las suposiciones, acerca de Minaya están tom ados de Lewis Hanke, en la obra ci­ tada m ás arrib a, págs. 117-121). Este, pues, fue el m om ento en que el cam ello la em prendió ya defini­ tivamente a cabezadas con el árabe hasta echarlo del todo de la tienda. En efecto, el m onum ental cabreo que con la Sublim is Deus se a g a rró el em p erad o r no p aró en casti­ g ar al tem erario frailecillo, que eso se ría m ás bien cosa de Loaysa, sino que pu so en m archa gestiones con el papa, protestándole la bula, hasta que logró que éste la revocara m ediante un breve del 19 de ju ­ nio de 1538, de tal su e rte que la vigencia de la Sublim is Deus fue exactam ente de un año y diez días; así mismo, a don Antonio de Mendoza, p rim e r virrey de Nueva E spaña, le p erm itió d a r p ru eb a de su celo gibelino, m andándole b u s c a r y re tira r cuantas bulas 742 hubiesen llegado a rep a rtirse p o r el virreinato; ítem, instituyó el llam ado «pase regio», que q u e d a ría in­ corporado a la Recopilación de 1680, tal com o en re­ ferencia m arginal consigna la citada edición de Ju lián de Paredes («El E m pe/rador D./Carlos/en Valla/dolid/á 6 de Se/tiem bre/de 1538»), en la ley 2.a del título IX del libro I, Tomo Prim ero, folio 44, recto, cuyo texto —con probables m odificaciones de Feli­ pe II y de Felipe IV, tam bién m entados en la referen­ cia m arginal— dice así: «Si Algunas Bulas, ó Breves se llevaren á nuestras Indias, que toquen en la governación de aquellas Pro­ vincias, Patronazgo y jurisdición Real, m aterias de Indulgencias, Sedevacantes ó expolios, y otras qualesquier, de qualquier calidad que sean, si no constare que han sido presentados en nuestro consejo de las Indias, y passados por él. Mandamos á los Virreyes, Presidentes y Oidores de las Reales Audiencias, que los recojan todos originalmente de poder de cualesquier personas que los tuvieren, y haviendo suplica­ do de ellos para ante su Santidad, que esta calidad ha de preceder, nos los embien en la prim era ocasión al dicho nuestro Consejo; y si vistos en él, fueren tales, que se devan executar, sean executados; y teniendo in­ conveniente, que obligue a suspender su execución, se suplique de ellos para ante nuestro muy Santo Pa­ dre, que siendo m ejor informado, los mande revocar, y entre tanto provea el Consejo, que no se executen, ni se vse de ellos». El único precedente —aunque no es inverosím il que haya habido o tro s— que he podido encontrar de este llam ado «pase regio» es el de un decreto de 1075 de G uillerm o I el C onquistador que, en fren tad o con el papa Gregorio VII, disponía, entre otras cosas, que ningún docum ento venido de Roma pudiese ser di­ fundido en su nuevo reino de In g laterra sin el bene­ plácito real. Pero el em p erad o r im puso tam bién, en 1539, una especie de «pase regio» en sentido inver­ 743 so, ordenando que todos los prelados de las Indias que quisiesen so licitar algo del pontífice le rem i­ tiesen a él —o, lo que viene a ser lo mismo, al Real Consejo de Indias— la petición, p a ra que, una vez exam inada, se tra m itase ante el papa, com o dem an­ da real. En ese m ism o año de 1539, con fecha de 10 de noviembre, las fu rias del e m p erad o r precipitaron sobre el convento de San Esteban, de S alam anca —donde e scrib ía y enseñaba el propio fray Francis­ co de Vitoria, que ju stam en te acababa de d a r a co­ nocer entre los frailes sus «Relecciones sobre los indios»—•, m ediante c a rta al padre prior, en la que le requería que confiscase y entregase todos los pa­ peles privados de los frailes que tocasen cuestiones de las Indias y les prohibiese cu alesq u iera debates o serm ones sobre el m ism o asunto. En cuanto a la form a de ejercer el «Patronazgo (o Patronato) Real» sobre las Indias, en la designación de arzobispos, obispos y visitadores eclesiásticos, el Consejo de Indias presentaba ai rey u n a lista de can­ didatos, de entre los cuales éste elegía al que le gus­ tase; una vez elegido, antes de que se despachasen las c a rta s de presentación a su favor, p a ra que fuese consagrado en Roma, y se librase la llam ada «ejecu­ torial» —p o r la que, so pretexto de tardanza, podía e m b a rca r p a ra las Indias y tom ar posesión, sin es­ p e ra r a la consagración p ap al— tenía que hacer «ju­ ram ento solem ne po r ante E scrivano público y testigos de no contravenir en tiem po alguno, ni por ninguna m an era á nuestro Patronazgo Real», etcéte­ ra (ley prim era, títu lo VII, libro I de la Recopilación de 1680, folio 30 vuelto de la edición citada). Puede observarse que la llam ada «ejecutorial» perm itía es­ tab lecer ante el p ap a un hecho consum ado con esa tom a de posesión anticip ad a de la diócesis vacante, lo que, a la postre, venía de hecho a convertir la con­ sagración papal en un trá m ite protocolario. La dis­ posición co rresp o n d ien te no e stá en form a de ley en 744 la Recopilación de 1680, sino que figura com o p ri­ m era nota al final del títu lo VI del libro I («Del Pa­ tronazgo Real»), folio 30 recto del Tomo P rim ero de la Edición citada: Su m agestad en virtu d del Patro­ nazgo está en possesión de que se despache su Cédula Real, dirigida á las Iglesias Catedrales Sedevacantes, para que entre tanto que llegan las Bulas de su San­ tidad y los presentados a las Prelacias son consagra­ dos, les dén poder para govem ar los Arzobispados y Obispados de las Indias, y assí se executa. Solórzaño Pereyra, que fue tal vez el m ás activo e im portante asesor de don Antonio de León Pinelo en la confección de la Recopilación de 1680, aunque nin­ guno de los dos llegase a verla publicada en vida, pre­ tendió d a r al patro n ato o patronazgo real sobre las Indias u n a cierta fundam entación o justificación doctrinal en los prim eros capítulos del libro IV de su «Política Indiana» y, acom pañando en esto a otros autores, que no deja de citar, form ó la d o ctrin a o cuasi-doctrina del «Vicariato real», cuya form ulación m ás atrevida la encontram os en el n? 26 del c ap ítu ­ lo II del dicho libro IV de su obra, que, en ju sticia del contexto, conviene c ita r precedido del 25; allá van, pues: 25. Y hablando en lo individual de nuestras Indias, y que el Papa en virtud de esta potestad hizo sus De­ legados en ellas a nuestros Reyes, concediéndoles no sólo lo temporal, sino lo espiritual, y que así anti­ guamente ellos solos en virtud de esta Comisión, o delegación, proveían de Ministros, y lo demás que juz­ gaban convenir a lo Eclesiástico, lo dice expresamen­ te fray Manuel Rodríguez. De este propio modo de sentir y de hablar usa fray Juan Focher, Veracruz, Bautista, Miranda, Freytas y otros Autores. 26. Los quales (aunque no los citan), pudieron apren­ der esta doctrina de la de Juan Andrés, referida por Estafileo, que hablando de otro indulto semejante que tienen nuestros Reyes, dice, que así ellos, como los de­ 745 más que los tuvieren tales, «son Delegados, ó por me­ jor decir nudos Ministros del Papa; porque todas las veces que el Papa transfiere los derechos espiritua­ les en algún lego, no los hace temporales, ni son fun­ dados en el lego, como fundados en él, sino como en un Ministro y Agente en nombre del Papa». Y aun po­ demos añadir, que en el de Dios, cuyos Vicarios pue­ den ser llamados [subrayado mío] en esta parte, según doctrina de Gregorio López, á quien refieren Gabriel Pereyra y Don Francisco Salgado. He puesto p o r delante esa cláusula 25, porque con­ tiene la argum entación que halla su conclusión en la frase subrayada, donde se contiene la segunda subrogación, esto es, la que dando al Papa po r su ­ brogado en Dios, p erm ite al fin la subrogación con­ com itante de quien es V icario del Papa en V icario de Dios, y salta, po r ende, el posible equívoco an a­ fórico de a quién se designa com o Vice-Dios en el núm ero 19 del capítulo X del libro I de la m ism a obra. (Véase la N ota 1 de este m ism o texto.) Con todo, quien no esté versado en las sutilezas de la logom a­ quia jurídica, podría to m ar com o una contradicción el que, habiendo dicho en este citado núm ero 26 del capítulo II del libro IV: «Todas las veces que el Papa transfiere los derechos espirituales en algún lego, no los hace temporales, ni son fundados en el lego, com o fundados en él [debe de q u erer decir “en él en cuanto lego”], sino com o en un M inistro y Agente en nombre del Papa [subrayado mío], m ás abajo, en el capítulo III del m ism o libro IV de la "Política in d ian a”, tras h a­ b er distinguido dos especies de patronato, en el núm ero 1 del dicho capítulo: «que la una llam an pa­ tronato Eclesiástico y la o tra Laycal ó de Legos [su­ brayado de Solórzano]», se pronuncie decididam ente en el núm ero 4 po r el «laycal» con estas palabras: 4. Pero yo, si no me engaño, tengo por más cierta la contraria [opinión]: conviene á saber, que deben ser tenidos y juzgados [«los patronatos Reales y derechos 746 de presentar que tienen nuestros Reyes de España en las Iglesias de ella»] por de Legos. Porque el privile­ gio que el Pontífice les concede para am pliar y pro­ mover su jurisdicción y autoridad, no muda su naturaleza secular y supuesto que ellos son legos, como á legos ó como laycal [subrayado mío], es visto haverles querido conceder el dicho patronato. No m erecería la pena div ertirse aquí con el hecho de que sólo una sutileza sofística, un ardid de logo­ m aquia, parece que podría deshacer la aparente con­ tradicción entre lo aquí subrayado y la afirm ación, ya citada, del núm ero 26 del cap ítu lo II, en el senti­ do de que los derechos esp iritu ales transferidos por el papa en algún lego no se convierten p o r eso en tem ­ porales «ni son fundados en el lego, com o fundados en él, sino com o en un M inistro y Agente en nom bre del Papa», si no fuese porque al d ecantarse p o r in­ te rp re ta r com o «patronato laycal» el de los reyes de E spaña sobre la Iglesia de las Indias, el d octor So­ lórzano sabe m uy bien a lo que va, y que, a la postre, redunda en la defensa ce rra d a de la supeditación de la jurisd icció n eclesiástica a los derechos de la do­ m inación tem poral. Así, el convalidar com o «laycal» el patronazgo real sobre las Indias le perm ite, en el núm ero 9 del m ism o capítulo III, hacerlo inderogable aun p o r el pontífice mismo: «... el patronato Ecle­ siástico suele se r fácil de d erogar y a ú n se tiene po r derogado, con solo que el Papa quiera hacer colación [= c o n fe rir un beneficio], eso no procede en el Lay­ cal ni en el m ixto y m ucho m enos en el Real, que es m ás poderoso y eficaz que el de los inferiores y no cae debaxo de las reservaciones y derogaciones ge­ nerales, com o se colige del m ism o Concilio Tridentino...», y en el núm ero 14 del m ism o cap ítu lo y libro le proporciona argum ento p a ra c o n sid erar el p atro ­ nato Real sobre las Indias com o «incorporado en [la] Real Corona, com o los dem ás bienes de ella», lo que, finalm ente en el núm ero 17 ibídem , a u to riza rá lo 747 que, según lo que h asta el m enos m alicioso puede sospechar, realm ente le im portaba: «... esta incorpo­ ración obra, que com o de las dem ás R egalías y bie­ nes de la Corona del Príncipe, las causas y dudas que se ofrecen, se han de juzgar y declarar por Jueces Se­ glares, sus Consejos ó Chancellerías diputadas para esto, según lo dispone el derecho com ún y del Reyno [subrayado mío]». Por lo dem ás, la irreversibilidad del patronazgo real sobre la Iglesia en las Indias, ya se había dejado asen ta d a en el n úm ero 15 del capí­ tulo II del m ism o libro IV de la obra en cuestión: 15. Y esto procederá aun con más llaneza quando en el privilegio de la concesión del derecho de patro­ nato se puso cláusula anulativa, y decreto irritante [=que deja «irrita», o sea sin efecto, cualquier dispo­ sición jurídica ulterior] de qualquier acto que en con­ trario se intentare: porque este liga al Papa [subrayado mío], según la común doctrina de todos los Cano­ nistas. Se me p erd o n ará que me haya detenido tanto en la obra de Solórzano Pereyra, pero me interesaba m o stra r h asta qué punto quien, com o él, es com ún­ m ente tenido po r la m áxim a au to rid ad ju ríd ic a en el últim o im pulso que logró recoger y refu n d ir el in­ finito y m ás que babilónico desorden secularm ente acum ulativo de los «cedularios» (que si se hubiese de juzgar por papeleo la calidad de los imperios, nin­ guno se h a lla ría en condiciones de m edirse con el Caroli-filipino, tam bién llam ado «Im perio Español») hasta fo rm ar la Recopilación de 1680, con su p a rti­ c u la r aportación a la doctrina del «vicariato Regio», dio, p o r así decirlo, fundam entación teó rica a una tan total subordinación de la Iglesia am erican a al poder tem poral de la m etrópoli, que, en principio (y digo «en principio», puesto que tam bién esto, igual que todo lo dem ás, se burló, se allanó y se pisoteó cuanto se quiso, en m edio de aquel fu ro r descontro­ 748 lado de rebatiña, abandono e incom petencia), ni tan siquiera una m ísera sa crista n ía vacante podía cu ­ brirse sin conocim iento del poder civil. Y para m ues­ tra basten estos párrafos en tresacad o s del inform e que al final de su m andato dio don Francisco de To­ ledo, virrey del Perú de 1569 a 1581: «En cuanto al gobierno e sp iritu a l de aquel reino, católica m ajes­ tad, hallé.cuando llegué a él que los clérigos y frai­ les, obispos y prelados de las órdenes, eran señores absolutos de todo lo esp iritu al y en lo tem poral casi no conocían ni tenían su p e rio r [...] Tenían los obis­ pos y prelados la m ano y nom bram iento de los cu­ ras para las doctrinas y el rem overlos de unas partes a otras cuando querían y por las causas que querían, sin que el virrey y g o b ern ad o r tuviese con ellos mano, ni a u n superintendencia porque el sínodo que les esta b a sentado les pagaban los encom enderos lo que había de se r en plata y la com ida y cam arico co­ braban ellos m ism os de íos caciques de indios con m ucha vejación y m olestia de los naturales. [...] lo pri­ m ero que hice fue sa c a r de p o d er de dichos obispos y prelados la presentación y nom bram iento de los clérigos y curas para la doctrina y restituyendo a S.M. en el real patronazgo que tenían usurpado [subraya­ do mío], h acer po r vuestros m in istro s se p resen ta­ sen en vuestro real nom bre y se les diesen sus provisiones y presentaciones sin las cuales no se les pagase ninguna cosa de su salario...». Así es como, al fin, desde los rem otos años de la vinculación —e inevitable subordinación— de la cau­ sa fidei al dom inio tem poral establecida po r don Alonso de C artagena en sus Allegationes, se term i­ nó en la total integración de la jurisd icció n eclesiás­ tica en la adm inistración real; del Arzobispo al últim o sa cristá n de la p a rro q u ia m ás rem ota eran ahora —al menos de derecho, por supuesto, que de he­ cho acaso ni siq u iera se pudiese averiguar—■,puros y pintos, m ondos y lirondos, funcionarios del Estado. 749 Si en tiem pos de Mendoza, o m ucho m ás especial­ m ente en tiem pos de Cisneros, pudo hablarse de una poderosísim a influencia de la Iglesia, o m ás bien de la religión —del m odo peculiar en que aquí ha de en­ tenderse esta p a la b ra —■,en el Estado, hasta el punto de ser tal vez la com ponente m ás activa en la fuerza im pulsora de su nueva configuración, sesenta o se­ tenta años m ás tard e bien podía decirse, por lo m e­ nos respecto de las Indias, que la Iglesia no era ya sino una de tan ta s dependencias adm in istrativ as en el seno del Estado. O bien, si es que —com o no es en modo alguno incom patible— quieren verse las co­ sas desde una perspectiva casi opuesta, cabe tam bién d ecir que Isabel de T rastam ara se sirvió sin duda, y «a todo su beneplácito» —p o r decirlo en palabras cervantinas— de la Iglesia C atólica com o de un ins­ trum ento político, o, en una palabra, de dom inación, pero, en cu a lq u ier caso, como de un instru m en to vivo, al m enos p ara ella, un in stru m e n to en el que creía —a su m anera, claro está, ya que creer siem ­ pre es c re e r cada uno a su m anera— y del que p a rti­ cipaba (y, por com paración, basten aquí las m ás a rrib a citadas palabras de la c a rta de Loaysa), m ien­ tras que bajo los Augsburgo la religión y la Iglesia pasaron a ser un ingrediente en la com pacta y estó­ lida m asa del Estado, un ingrediente todo lo om ni­ presente que se quiera, pero totalm ente m uerto, y no creo p ecar de m alicioso si añado que tan m uerto com o el Im perio mismo. Pero vivos o m uertos, en c u alq u ier época que sea, y vistos desde el punto de vista que se quiera, lo que no cam bia desde luego en ningún caso es que la religión fue, com o nunca, un in stru m en to de dom inación. S ería un e rro r p en sar que la dom inación necesita, en alguna form a, de la vida; o, p o r lo m enos, eso es lo que uno saca en con­ clusión tras h a b e r respirado, aunque nada m ás sea unas cuantas noches, el aire absolutam ente sepulcral que asciende de cada u n a de las páginas de la Reco­ 750 pilación de 1680. Dudo que p u ed a h a b e r otro código en el m undo que acierte a cum plir tan obstinada, tan sesuda, tan grave, tan severa y tan profundam ente como este la función de verdadero cem enterio escrito de la vida. ¡C uánta m uerte, Señor, no cabe en ese punto que en m edio del enunciado de cada ley co rta la prótasis, p a ra iniciar a renglón seguido con m a­ yúscula la p rim e ra p alab ra de la apódosis: «Man­ damos...»! Poát sccriptum. Terminado este apéndice, en el diario El País del 30 de noviembre de 1991 leo un artículo de don Octavio Paz que, bajo el título «De­ mocracia: lo absoluto y lo relativo», empieza con estas palabras: « En la Edad M oderna cambia la vieja relación entre religión y política: en la con­ quista de América, la política vive en función de la religión, es un instrum ento de la idea religio­ sa...» Pues bien, si la interpretación de hechos y palabras y la form a en que han sido argum enta­ dos en este APÉNDICE, desde las propias Allegañones de Alonso de Cartagena, son mínimamente plausibles, la conclusión a la que llevarían, en lo que toca a América, —siempre dentro de la rela­ tiva validez de toda afirmación unilateral en un tan general orden de cosas— sería la diam etral­ mente contraria a la de la citada apreciación de Don Octavio. 751 p é n d i c e IV. Réplica a Ju lián M arías y a José M aría G arcía E scudero y defensa de V itoria co n tra sus apologetas A N uestro querido, benem érito y siem pre inefable d iario m onárquico de la m añana nos regaló el 12 de agosto de 1988 con un a rtícu lo del no m enos q u e ri­ do, benem érito y cada vez m ás inefable don Julián M arías, titu lad o «Una form a de antiespañolism o». No seré yo tan fatuo que me dé po r personalm ente aludido por el eximio Don Julián, pues no puedo im a­ ginárm elo ocupándose de m is tím idos c ignorantes, aunque atrevidos escritos, pero sí que, a causa de mi antiespañolism o mental, no puedo por menos de d a r­ me po r com prendido, lata sententia, en su anatem a. Por el contrario, don José M aría G arcía E scudero se dignó ocuparse, y elegantem ente, de algo escrito por mí, si bien p a ra im pugnarlo totalm ente, pues, au n ­ que no me nom bre, determ in ad as citas literales qui­ tan cualquier equívoco a la referencia, en un artículo del diario Ya del 31 de julio de 1988 titulado «La nue­ va izquierda, S alam anca y el V Centerario». A G arcía E scudero le alabo sin reservas el gusto 752 de com placerse en el venerable convento de San E s­ teban, de Salam anca, lo m ism o que si lo hiciese en el de San Gregorio, de Valladolid, y de reco rd ar al gran dom inico Francisco de Vitoria, con discípulos tan adm irables como su predilecto M elchor Cano, de percepción so rp rendentem ente m oderna —en el buen sentido de la palabra, claro está—■,pero lam ento que hable del caso com o si lo que se cocinó en el si­ glo X V I en San E steban no hubiese sido, a la postre, y a despecho de algunos logros siem pre lim itados en el espacio y en el tiem po, la c a u sa d e rro ta d a p o r la prepotencia de la historia, que ya en 1539 le dio un p rim e r aviso, y en el propio convento de San E ste­ ban, al m a n d a r el em p erad o r la recogida y confisca­ ción de todos los papeles privados de los frailes que tuviesen p o r asunto la cuestión am ericana, al tiem ­ po que p rohibía toda clase de serm ones sobre el tem a, y que en 1545 —con la derogación de los pun­ tos decisivos de las Leyes N uevas— parece h a b e r in­ clinado definitivam ente la balanza hacia la victoria final de los derechos de g u e rra de los ex com batien­ tes y del principio de dom inación; y en tal sentido, lam ento tam bién que, frente a equívocos m estureros y apologías am bivalentes jugadas a dos paños, no rei­ vindique al V itoria de la c a rta al padre Arcos; c a rta m iserablem ente m anipulada —tal com o puede de­ m ostrarse texto en mano, que es lo que voy a h a c er m ás adelan te— de una m anera tan sólo com prensi­ ble por una vigencia del principio de a u to rid ad ra­ yana en la abyección, ante las n arices de los propios frailes de San Esteban, que se la sa b ría n sin duda de m em oria, precisam ente po r don Ram ón Menéndez Pidal (al que el m ism o G arcía E scudero enum e­ ra, ju n to con Ortega, como uno de los «gigantes» con quienes yo me atrevo: «después de atreverse con gi­ gantes com o O rtega y M enéndez Pidal»), sobre todo al p a sar en silencio —con la irresponsabilidad de un erudito provinciano ansioso de ensalzar a cualquier 753 costo la gloria local— la frase decisiva p ara el en­ tendim iento de la c a rta y que confuta ro tu n d am en ­ te las falsarias intenciones de la frau d u len ta tesis pidaliana —excogitada ad hoc, p a ra dem oler a Las Casas, dejándolo en so litario frente a sus herm anos de orden— de que V itoria no tenía juicios hechos, d u daba en su conciencia, no osaba juzgar, etcétera. Pero V itoria osaba ju zg ar y, al m enos en privado, juz­ gaba, y con toda la d rástica e inequívoca energía que expresa la m etáfora tom ada del salm o Su p er [lam i­ na Babiloniae, el m ás trem endo del salterio. Y si en público optó p o r g u a rd a r m ás discreción, ello pro­ bablem ente se debió a un últim o escrú p u lo de con­ ciencia de no p o n er en a p rie to s insalvables la conciencia de aquel a quien, a p e sar de todo, seguía reputando, en sus luchas de Alemania, com o el de­ fensor de la C ristiandad frente al protestantism o. Por eso m ism o tal vez, dejó la salida de poner en el p ri­ m er lu g ar de los justos títulos —escogido, sin duda, por el criterio de la m ayor inocuidad— el del dere­ cho de com unicación y comercio, extraído del paga­ no ius gentium , con arreglo a la m ás alta tradición dom inica: la del iu sn atu ralism o de Tomás de Aquino, el verdadero gigante de esta historia, de quien, siendo un joven gordo y ta c itu rn o y habiendo reci­ bido por ello, en la Sorbona, el sobrenom bre de «el buey silencioso», su m aestro Alberto M agno había profetizado: «Los m ugidos de este buey resonarán en toda la C ristiandad». Pero si al se ñ ala r com o principio de legitim ación el del derecho de comercio, V itoria pensaba, com o yo creo, en relaciones, si es que no idílicas, al m enos de las m ejores conocidas entre pueblos étnica y cu l­ tu ralm en te distintos, com o la que p o r varios siglos perduró, con pacíficos y profundos intercam bios, en­ tre galos y helenos, en la fundación fócense de Massalia (la actual M arsella, donde hoy se odian y m atan m oros y franceses) y en las u lte rio res fundaciones 754 m assaliotas desde la actual A m purias a la d esap a­ recida Hemeroscopeion, «M irador del día», tal vez so­ bre el paralelo de Alicante; si en esa form a de relaciones en las que se había visto el com ercio ac­ tu a r com o m ed iad o r de paz, colocando los intereses de las partes, no ya en oposición, sino en sim biosis, había puesto, com o yo oso pensar, V itoria su espe­ ran za,1 al-elegir p o r ju sto títu lo el derecho de co­ mercio, ningún e rro r pudo h a b e r com etido m ás fatídico ni de consecuencias m ás patéticam ente con­ tra ria s a la buena voluntad de su intención y su m e­ jo r deseo. M uchas veces me he preguntado qué h o rro r no sen tiría el padre V itoria si levantara la ca­ beza y extendiera la vista sobre la infinitud de prepotencias, crím enes y depredaciones que, es­ grim iendo el derecho de com ercio bajo el sutil pero decisivo q uid pro quo que lo invierte de títu lo de legitim ación en patente de corso y en co a rtad a de designios anteriores,2 ha perpetrado desde entonces el colonialism o europeo, em pezando p o r las com pa­ ñías com erciales inglesas y holandesas, que, pronto —inm ediatam nte después de la fundación de Batavia y unos 40 años antes de las de Nueva Am sterdam (hoy Nueva York) y Ciudad del Cabo, holandesas tam ­ bién, com o B atavia— recibirían el refrendo teórico del Mare Liberum (1604), de Hugo Grocio, que es casi el m anifiesto fundacional del liberalism o, y que, por cierto, no deja de citar, au nque reorien tan d o y p er­ 1. F u n d o e s ta p resu n c ió n en u na de la s ú ltim a s fra se s, del n ? 18 y ú ltim o d e la III p a rte d e s u s Relecciones: « T én gase en c u e n ta q u e lo s p o r tu g u e se s tien en m u ch o c o m e rc io c o n p u e b lo s s e m e ­ ja n te s a e s to s, sin haberse enseñoreado de ellos [su b ra y a d o m ío], y sa ca n , en v erd ad , g r a n d e s p ro vech o s». 2. T o d avía B is m a rc k , en la se g u n d a m itad d el s ig lo X IX , d a r á e x p re sió n a la d o c trin a en su c é le b re c o n sig n a re sp e cto d e la s c o ­ lo n ia s: Die Flagge folgt dem Handel («Ai c o m e rc io s ig u e la b a n ­ dera»); e s to es, p rim e ro lo s h ac e m o s c lie n te s y lu ego y a los h are m o s sú b d ito s. 755 a V itoria y a Vázquez de M enchaca. E x p r e sio n e s de J u liá n M a r ía s en el a r tíc u lo citad o . no conciben que haya quien exam ine y seleccione las condecoraciones y las alabanzas y devuelva las que huelen a sangre y hieden a bandido. con «secreción de bilis»3 po r parte de intelectuales resentidos que q u e rrían reb ajar «la talla internacional» de un teólogo ju rista sólo por la inquina que les inspira el que sea español. ¡Con qué in­ finita am argura y repugnancia el buen padre Vitoria a rro ja ría lejos de sí. p ara un españolism o que. con tal de enaltecerlo socialm ente. Como p ara el sistem a de «peer en bo­ tija para que retum be» todas las condecoraciones buenas son. incluso po r las m anos m ás en­ sangrentadas y sobre todo si son blancas y de vello rubio. sin p ararse a con­ siderar hasta qué punto tal form a de recibirlos y apli­ carlos era totalm ente inopinable. p a ra una form a de patriotism o. pero sobre todo las que vienen de la 3. la sola idea de devolver u n a condecoración internacional o tor­ gada a un español. de re s ta u ra r la m em oria y el buen nom bre del m alcondecorado. dado que en los salones europeos es de mal tono re c u rrir a los peristas para averiguar la procedencia y la buena ley de las condecoraciones? Más abajo. ¿He leído yo con dem asiada buena voluntad y me equivoco al pen­ s a r que nada p o d ría se r m ás ajeno al ánim o y a los sentim ientos de V itoria que la infam e función que su derecho de com ercio llegó a c o b ra r en el colonia­ lism o europeo posterior. ajena y h asta diam etralm ente contraria a las intenciones del autor! Sin duda. no pueden im ag in ar que su rechazo pueda proceder del deseo. que lo que con tal frase quiere decir G ar­ cía E scudero es que los profanos no nos m etam os a e sc u d riñ a r en los docum entos originales del ayer y confiem os esa ta re a a sus sacerdotes. o m ucho me he engañado o llega realm ente a e sc u c h a r esa palpitación. alg u n a palpitación de la bondad. sino tra tan d o de escuchar. tra tan de d egradarlo con una «talla internacional» que no es sino un baldón de ini­ quidad. com o una condecoración del m ism o Satanás.virtiendo ad hoc la intención propia de los argum en­ tos. Pero tal proposición no ten d ría m ás resp u esta ap ro p iad a que la de d e ja r a los h isto ria­ dores la propia celebración del centenario. tal vez equivocadam ente. «la celebración m ás eficaz del acon­ tecim iento h a b ría sido d e ja r la H istoria a los histo­ riadores». pero con toda buena fe. com o el de M enéndez Pidal o de M arías. que son los acreditados y consagrados para estab lecer la verdad 757 . pues no sé cóm o éste p o d ría se r o tra cosa que una celebración histórica. 756 E uropa rubia. o he leído bien y el honor de V itoria está en m is m anos y no en las de quienes. pues. com o M enéndez Pidal. Quien ha leído la c a rta de Vi­ toria al padre Arcos. con tan to afecto com o condescendencia. no puede responder m ás que a un arreb ato de «histeria» antiespañola. los favores recibidos. respecto de la ce­ lebración de un centenario. resulta chocante que. O bedientes al sistem a de «peer en botija para que retum be». no conciben que haya quien. no en busca de algo de que po­ d e r servirse en una apologética ya preestablecida. a su juicio. Me temo. no crea que se pueda ec h ar sobre las es­ paldas de V itoria toda la infam ia secu lar que con la co artad a de su ju sto títu lo del derecho de com ercio han p erp etrad o después sobre otros pueblos las na­ ciones blancas. po r m uy e n c u b ie rta que esté p o r toda su erte de fac­ tores contextúales. propio de todo apologeta profesional. agradecida. adolece de m anías de grandeza. en la que los histo riad o res nos invitarían a todos los dem ás a p a rtic ip a r en la efem éride. tal vez ya inútil y deses­ perado. G arcía E scudero diga que. los entorchados de benem érito «pa­ dre del derecho internacional m oderno» con que toda la piratesca can alla b lan q u irru b ia del colonia­ lism o y del liberal-capitalism o ha q uerido pagarle. «en desen­ te rra r el pasado para d estruirlo en un insensato a rre ­ bato patológico» nos acu sa de que nada parece 4. no im p o r­ ta si incluidos o excluidos los propios v isitantes?4 Pero. y el iusnatu ralism o de Tomás de Aquino fue. la conquista y la colonización de Am érica tiene especial interés p o r afe c ta r al p rim e r m ovim iento del últim o d e sp e rta r de la gran bestia. O m á s bien en tre e l o s c u ro p e ro c a d a vez e sc la re c ie n te su e ñ o d e la E d a d M ed ia y la d e s lu m b ra d o ra p e ro te r r o r ífic a p e s a d illa d e la E d a d M o d e rn a . 758 im p o rtarn o s la A m érica actual y su porvenir o su presente. sólo en E spaña se dejaron oír po r al­ gún tiem po los m ugidos del Buey Silencioso. ya que. estéril y hasta vacía. sino de un pro­ ceso a la H istoria Universal. si se celebra. aunque sólo p o r encim a. en cam bio. H acen antes la propaganda que la cosa. p o r infravalorar tal vez las di­ ferencias:’ «¿Qué es el problem a actual del Tercer M undo sino el problem a que el m undo del D escubri­ m iento de América planteó a los españoles?». en una apreciación. ¿qué necesidad tenían de averiguar si en la S u m m a Theológica había alguna previsión que hiciese al caso? Por eso. la experiencia de los hechos españoles tiene p a rti­ cu larísim o interés po r situ arse en el m ism o um bral del despertar. un inglés o un ho­ landés. com o p o r una es­ pecie de función tro faláctica de los h istoriadores respecto de las m asas retro an alfab etizad as po r los media.5 Sólo los españoles recibieron de lleno en sus sentidos el gol­ pe an o n a d ad o r de una novedad inconm ensurable para su experiencia.canónica y oficial. P u e s h o y ya s a b e m o s q u e lo q u e un triste d ía se llam ó . cierta a p arien cia po­ sitiva: «E xam inar cuáles son las posibilidades del m undo h isp an o p arlan te c a ra al futuro. ¿qué m ás da el pasado tal com o nos lo cuenten o dejen de co n tar? Bien es verdad que lo que propone G arcía E scudero a cam bio de «me­ ternos en historias». la etern a e inalcanzable zana­ horia que la c a b rita lleva colgando de una cuerda delante de su boca. Pero él m ism o ha dicho. com o m ás eficaz celebración. para ver si la propaganda los sugestiona y los convence para h acer la cosa. El C entenario im pondría el cono­ cim iento histó rico ya m asticado. en tal caso. 759 . ¿O es sólo un pretexto prom otor de incalculables inversiones económ icas que a u m e n tarían la riqueza de la nación. un indígena. po r lo dem ás exagerada. Pero él sabe muy bien que estas no son m ás que p a la b ras de u n a vieja jerga. « la riq u e za de la s n acio n es» a p e ­ nas tien e q u e ver con el b ie n e s ta r g e n era lizad o d e los p a rtic u la re s. proporcionando a los b o q uiabiertos visitan­ tes de la gran D isneylandia sevillana un conocim ien­ to histórico ya arm ado en form a de férula ortopédica capaz de hacerlos encajar en un ya prefigurado e ine­ luctable porvenir. No se tra ta exactam ente de un «proceso a la con­ quista» p o r sí m ism a y en sí m ism a. sa lv o co m o un e fe c to s e c u n d a r io c u a n d o a la « riq u e z a » en a b s ­ trac to le van las c o s a s e x c e p c io n a lm e n te bien. y cuáles las de E spaña com o e slabón o b isagra en tre ese m undo y Europa». es que algu­ na función se le atribuye. que ya habían aprendido de españoles y po r­ tugueses lo que era un indio. A quienes nos obstinam os. pues creo que nada renueva y p erp etú a m ejor el pasado que la co n stan ­ te apelación al futuro. Lo cual no entiendo bien de qué m odo se conciba con su des­ dén implícito por quienes pretenderían «hacer lo que Pereña llam a el proceso a la conquista». ju stam en te en 5. p a ra el cual el proceso al descubrim iento. tiene. a u n ­ q u e co n la s m e jo re s in ten cio n es. de funcionarios que necesitan ju stific a r un sueldo. Por eso sólo ellos necesitaron potenciar las reservas existentes. Y aquí disiento de él. y en los que la falta de convicción se delata sin m ás por el hecho de tener que a u p a rse ilu so ria­ m ente en los fastos puram ente propagandísticos de un centenario. entre el sueño y la vigilia. un nativo. pero no de la Revelación). conviniese. la d o ctrin a de los dos poderes. salvo que solam ente por d im a n a r de la Creación. re c u rría al expediente de reducir a «no hom ­ bres» a los que hiciesen defección a la realización de la utopía. a la facticidad del conjunto em pírico denotado por el sentido extensional de la palabra Hu­ m anidad. C am panella resolvía su utopía con el ex­ pediente ad hoc de que quien no se intregrase en su Ciudad del Sol había de ser reputado por no humano. «Príncipe de este Mundo»). ni siquiera habían re­ cibido o aceptado la Revelación. en cuanto V icario de Cristo. sino tan sólo en el de hum anidad. igualm ente divinos. La d o ctrin a del iu sn atu ralism o to m ista p a rtía de la frase evangélica «Mi reino no es de este m undo». ¿Por qué necesitaba re c u rrir a tan artificio sa com ­ ponenda. la re­ sistencia enfrentada a la arro lla d o ra galerna de la H istoria Universal.virtud de su propia discronia con respecto al signo de los tiem pos. inevitablem ente. sino en un derecho natural. o sea. No hay cum plim iento utópico parcial. Que esta ú ltim a fue la que ven­ ció y que el espíritu fue el d errotado nada podría re­ frendarlo m ás rotundam ente que el que llegase a d em ostrarse com o c ie rta la hipótesis im plícita en la ya citada frase de G arcía Escudero: «¿Pero qué es el problem a actu al del Tercer M undo sino el problem a del m undo que el D escubrim iento de A m érica plan­ teó a los españoles?». con decenios de anticipación. esto es. en últim a instancia. no recubre en m odo alguno la experien­ cia em pírica de lo que dice «H um anidad» en su sen­ tido extensional. De esta m anera. le estaban al m enos espiritual­ m ente —pero sólo espiritualm ente— sujetos. sin excepción. Sea. el iusnaturalism o. pues adm itim os que esta H um anidad com prenda o pueda com prender a muchos hom bres a los que tacharíam os de «inhum a­ nos». el verdadero soplo del espíritu. y respecto del cual todos los poderes terren ales eran igualm ente legíti­ mos (por m ucho que incluso este derecho natural fue­ se tam bién. ajeno y a n te rio r a ésta. com o categoría cualitativa. ontològica y aca­ so tam bién antropológicam ente. una utopía. p o r Dante 761 . com o la de llam arlos «hom bres m a­ los»? Sim plem ente porque la utopía no está en el concepto de virtud ni en ningún otro sem ejante. para que los hom bres integrados en su Ciudad del Sol fuesen «to­ dos los hom bres» y no una p arte de ellos. el pontífi­ ce. pues el poder tem poral no se fun­ daba ni p ara unos ni p ara otros en un derecho divi­ no relacionado con la Revelación. de origen divino. si queréis. B asta co n sid erar que lo que dice «hum anidad» en su sentido intensional. pudiese gozar de un principado territorial). conform e 760 a la exigencia de cum plim iento total inherente a la utopía. Y aun p o d ría decirse que la p alab ra «hum ani­ dad» no es sólo el nom bre de la hipótesis ética del iusnaturalism o. y tanto m enos sobre pueblos paganos o infieles. Así el iu sn atu ralism o tom ista había dejado im pugnada. el Pon­ tificado y el Im perio. una ilusión. carecía de sobera­ nía y ju risd icció n se cu la r universal (aunque. que. esto es como nom bre colectivo del conjunto de los hom bres dados. pero nadie puede negar que es cuando m enos una hipótesis ética m ilenariam ente resisten­ te. por m al nom bre. una fic­ ción piadosa. por eso Cam panella. Si Cristo había negado ser rey de la T ierra (o. sino que im plica. p ara Santo Tomás. la que designa en sentido intensional la cu alid ad hum ana. los príncipes infieles o paganos tenían una soberanía tan legítim a com o la de los cristianos. com o hom bre. habiéndola aceptado. El cum plim iento de la utopía im plícita en la p alab ra «hum anidad» y que h a ría verdadera la hipótesis ética del iu sn atu ralism o c o n sistiría en que la categoría cualitativa. los cristianos. com o es notorio. p a rtic u ­ larm ente defendida. sin que le satisficiese o tra opción m enos problem ática. a diferencia de los cristianos. Al m e n o s el c a n c ille r M e rc u rin o G a ttin a r a —e x p re sa m e n te c o n o c e d o r y p ro p u ls o r d el De Monarchia d e D an te— y el s e c r e ta ­ rio d e c a r t a s la tin a s A lfo n so d e V ald és. respecto de esta m ism a cuestión de los «am entes» —al m enos a te­ no r del resum en que de su controversia. podrían p o r lo tanto s e r gobernados com o siervos.») «Hay que a p u n ta r tam bién que en esta a r ­ gum entación puede aprovecharse lo antes afirm ado: de que hay quienes son siervos por naturaleza. al m enos po r cuanto a las Indias se refiere.Alighieri. 762 to Tomás el lu g ar que se m erece. y com o tales parecen se r estos b árb aro s. y de él sa ca ría V itoria en 1532 el fundam ento para im pugnar en sus relec­ ciones De Indiis la legitim idad de la fam osa bula In­ ter Caetera otorgada en 1493 po r Alejandro VI. en cam bio. en el plano de los hechos. y sólo ac ertó a d istin g u ir «tres m aneras o linajes» de bárbaros. n? 23. al menos. de 1550. por su capacidad m ental «se hallan en la necesidad de se r goberna­ dos y regidos po r otros» (De Indiis prior. de los cuales sólo a los últim os h a b ría 763 . estudiando la Secunda Secundae de Tomás de Aquino e inform ado h acia 1517. «. de los hechos de las Anti­ llas. no obstante. 7. por frailes de su propia orden. El c a rd e n a l C ay etan o —g e n e ra l de la O.P. p o r lo q u e yo p u e d a re­ c o r d a r a h o ra . en toda la línea.a p a rte de la m ism a relección. en la que tran sfería a los Reyes Católicos el poder secu­ lar sobre las islas nuevam ente d escu b iertas «e por descobrir». d e s ­ de 1508— fue quien. no c iertam en te afirm arse. la m is­ m a fortuna los sucesores de Tomás de Aquino. un im p e r io y u n a e sp a d a » . con el doctor Sepúlveda hizo fray Domingo de Soto—. cu an ­ do los «intelectuales orgánicos» —com o hoy se d iría —6 del e m p erad o r Carlos V quisieron rem ozar la d o ctrin a dantesca bajo el lem a «Un M onarca. vacilación entre ciertos pasajes de ese epígrafe y una frase del núm ero 18 de la 3. no h ab ría n de tener. que le correspondía.» Por lo dem ás. De lo s v e rs o s de H e rn a n d o de A cu ñ a: «U na g re y y un p a sto r só lo en el su e lo /U n m o n a rc a .a parte. los pueblos que. o sea. C ontra lo que Vito­ ria no parece h a b e r encontrado. tal vez de ello se deriva el hecho de que encon­ trem os u n a c ie rta incongruencia o.7 que si tal vez tuvo poco éxito teórico. pues el em ­ perador hizo y deshizo «a todo su beneplácito» —por decirlo con palabras cervantinas— no sólo en lo tem ­ poral o profano. c ie rta ­ mente. recu saría el prim ero con la con­ clusión: «El e m p erad o r no es señor de todo el orbe». tam poco Las Casas. 1. 18. triunfó. » III. ningún argum ento de Santo Tomás es contra la tan deb ati­ da d o ctrin a a risto télica respecto de los llam ados «am entes». y a p a rtir de ello.. epígrafe Respuesta a otro argum ento contra­ rio)-. recu rrió al iu sn atu ralism o to m ista para cues­ tio n a r las atribuciones pontificias p a ra la donación al rey de E spaña sobre las nuevas islas y tierras des­ cu b iertas «e p o r descobrir». la m ente de A ristóteles no ha sido... pero sí dis­ cutirse. que los que sean de escaso ingenio sean p o r natu raleza siervos y no tengan dom inio ni de sí ni de sus cosas. c ita ré de ellas lo e stric tam e n te necesario: I. en el capítulo de los títulos no legítimos. Él tra ta b a de la servidum bre civil y le­ gítim a porque reconoce que nadie es esclavo p o r na­ turaleza. (Donde es preciso a d v e rtir que sólo m uy condicionalm ente tra ta de un posible octavo títu lo legítim o —habiendo llam ado al a n te rio r «séptim o y últim o [subrayado mío]»— con estas palabras: «Otro título podría. Todo lo cual es sobradam ente conocido y sólo se re­ cuerda aquí para devolver al iusnaturalism o de San6. un Im perio y una E spada». pa­ rece que encontró nada en las doctrinas de Santo To­ m ás que poder esgrim ir contra Aristóteles en cuanto a que los «am entes» sean «siervos por naturaleza».. 23. sino tam bién en lo e sp iritu a l o religioso frente a todos los papas. sin em bargo. y extralim itándose incluso de las m eras atrib u cio ­ nes tem porales. y casas. Las Casas estaba tan cerca de V itoria que h a sta se p e r­ m itía abrevarse en su venero. E n c u a n to a l a m o r d e L a s C a s a s p o r lo s in d io s. no se tra ta . para ju stifica r infam ias que fue m ás duro que nadie en denunciar). sin em bargo. se re­ tra c ta ría . A m ad o m ás q u e p o r V ito ria m ism o . sin o d e la so sp e c h a d e u n a p o sitiv a fr ia ld a d q u e sa lta de p ro n to d e un p a s a je de su p ro p ia Historia de las Indias. m ercados. h asta fray Domingo de Betanzos. y gobernación. en las acusaciones co n tra sus fautores. que. p o r co n sig u ien te . c u a n d o p ro clam a co m o uno de los se n tim ien to s c a p ita le s qu e han g o b e rn a d o su v id a « u n a in so p o rta b le c o m p a s ió n p o r lo s s u ­ frim ie n to s d e la H u m an id a d » . p o r a v e rsió n a L a s C a ­ sa s. a p ro p ó sito de la d e c isió n d e d e ja r vacos a lo s in d io s d e su e n c o ­ m ien d a. referirse el filósofo al decir que son «siervos p o r naturaleza» («Y p o r aventura —co­ m enta. siem pre según el resum en de Soto— lo dijo po r algunas gentes que eran en la conquista de Ale­ jandro». por cuanto yo pueda sab er o recor­ dar. c u a n d o h a b la n d o d e sí m ism o —en te rc e ra p e rso n a co m o s u e le —. reconoce el propio Don Ramón. en el m is­ mo lugar I. m e d etendré breve­ m ente en otra com ponenda que el siem pre idílico Menéndez Pidal arre g la en el m ism o texto («Vitoria y Las Casas». y artes. leyes.querido. se movió siem pre —diga lo que di­ jere fray B artolom é— en tre la flor y n a ta de las cul­ tu ra s orientales. d e p e d ir a n a d ie un sen tim ie n to tan d ifíc il.. 23 de De indiis prior. inversam en­ te. m ucho m enos b á rb a ra s sin duda —salvo alguna reserva que pudiese c a b er respecto de los tracios y los escitas— que los propios macedonios). en Santo Tomás de Aquino. «m ostran­ do —dice el resum en de Soto— que au nque tengan algunas costum bres de gente no tan política [. todo lo cual requiere uso de razón». el m ás feroz de todos.. a la hora de la m uerte. y señores. poco m ás a rrib a del pasaje antes citado. po r in te rfe rir del m odo m ás directo 764 en la buena conciencia n ecesaria p ara ju stific a r los atropellos com etidos con los indios. en este p unto de los «am entes» fueron los argum en­ tos de hecho los que dom inaron del todo en la disp u ­ ta (que fue. el siniestro co n q u istad o r m acedonio. el 19 de octu b re de 1956) en tre su am ado V itoria8 y su ad m irad o em perador. y leyes. o. de Sa­ lam anca.p o r escrito ante testigos de lo que realm ente dijo y de lo que se le a trib u y ó — com o por parte de los «defensores». a l ig u a l q u e éste — y a q u í c o in c id o co n la o p in ió n de Don R a m ó n — p a re c e h a b e r a m a d o a los in d io s m á s b ien com o un re­ fle jo d e la a v e rsió n q u e s e n tía p o r la s o b ra s de lo s e sp a ñ o le s. p ara a c a b a r con el m ero argum ento de he­ cho de que los indios no encajaban en absoluto en la tercera «m anera o linaje» de bárbaros. pese a haber tenido tal m aestro y un baño superficial de c u ltu ra helénica. m atrim onios reglam entados. aunque.. p o rq u é él los tr a ta b a c o n m ás p ie d a d y lo h ic ie r a co n m a y o r d e sd e a llí ad e la n te y s a b ía q u e d e já n d o lo s é l lo s h ab ía n d e d a r a q u ie n los 765 . cosa que induce a sospechar que. puesto que tienen ciudades debidam ente elegidas.] no son en este grado b árb aro s. a c a u s a d e su p r o ­ p ia in co n creció n . d ice: « N o p o rq u e no e s ta b a n m e jo r en su po der.. Pero. siquiera en esto. señores. argum ento de hecho. antes de e n tra r en el escabroso asunto de la c a rta de V itoria al p a d re Arcos. según él. no m enos que V itoria se había abrevado en el de Vio (com únm ente m enta­ do p o r el sobrenom bre toponím ico de «Cayetano». se lee ya en V itoria. y fo rz o sa m e n te fic ticio . por cierto. finalm en­ te. antes son gente gregátil y civil. que. S a l­ vo q u e — a u n q u e m en o s v ir tu o so y m e n o s ú til p a ra la p ro p ia s a lv a c ió n p e r s o n a l— e s e o d io se m e a n to ja m u c h o m á s id ó n eo en c u a n to c r ític a d e la h isto ria y del p o d e r — a u n q u e en L a s C a s a s to d avía en el e s ta d io d e in tu ic ió n — q u e la s p ía s te a tra lid a d e s de lo s c o m p a d e c e d o rc s p r o fe s io n a le s de p u e b lo s o p rim id o s. la m ás apasionada). H ablando de la 8. m agistrados. conferencia leída en San Esteban. po r ser n a tu ra l de Gaeta).». q u e a v e ce s rayan en g ra d o s d e in d e c e n c ia c o m o e l de B e rtra n d Russeil. tan to po r p a rte de los «detractores» —desde fray Tomás Ortiz. casi con las m ism as palabras: «Es m anifiesto que tienen cierto orden en sus cosas. artesanos. a su vez. por cierto. y éste. pa­ sando por Fernández de Oviedo (aunque éste no. C om oquiera que sea. que tienen pueblos grandes. tal como. de h a c e r lo s lib re s a to d o s en su testam en to . V ol­ vie n d o a L a s C a s a s . ni de sus propiedades. N o se com pren d e q u e un ju r is ta com o él no se dé c u e n ­ ta de q u e la im p a r c ia lid a d q u e p ide — y q u e a L a s C a sa s. s e ju g a r o n la v id a . sin d u d a . Tal d esp reo cu p ació n p o r los co n ­ cre to s in d io s c o n o cid o s c u y o d estin o e s ta b a to d avía en su s m anos. la p a rc ia lid a d d e un a b o g a d o d efen so r. a u n q u e le s h ic ie r a to d o el b u e n tra c ta m ie n to q u e p a d re p u d ie ra fa c e r a h ijo s. en un g ra d o a b ­ soluto. a g r e s o r no p ro v o c a d o y c o n q u ista d o r d e fin itivo . que. co m o el p r e d ic a r a no p o d e rse te­ n e r co n b u e n a c o n c ie n c ia . el o b isp o d e M ic h o a c á n . p u e s a fir m a s e r tir á n i­ co?". en su p a p el de « a b o g a d o d efe n so r» . encargándole que prohibiese todo debate o serm ón público sobre cuestiones de las In­ dias por p a rte de los frailes y que confiscase todos los papeles privados de los dichos frailes que toca­ sen al asunto «así en lim pio com o en m inutas y m e­ m oriales» y que se los rem itiese p a ra exam inarlos. só lo p o r no m e n o s c a b a r su a u to r id a d en la m isió n q u e h a b ía to ­ m ad o a carg o. sino todo lo con­ trario. de 9 de ju n io de 1537. n u n c a le fa lta r a n c a lu m n ia s d ic ien d o : "A l fin tien e in d io s. E l d e re ­ ch o d e g u e r r a es. lu c h a ro n c o n ­ tra lo s in d io s a su co sta . Lo q u e lo s e s p a ñ o le s p u d ie se n r e c la m a r com o d e re c h o p a r a sí fren te a los in d io s. aco rd ó totalm ente d ejallo s» . au nque no estén en la fe de los indios». e s c u r io s a la o p in ió n de A lfo n so G arcía-G allo . responde a la fu ria del em perador po r las ges­ tiones de fray B ernardino de M inaya que. no tien e p o rq u é c o n s id e r a r lo s d e re c h o s d e la o tra p a r ­ te.c a rta de éste al p rio r de San E steban. a qu ien . T om o I. del 10 de no­ viem bre de 1539. esto es. qu e au n h a c ie n d o la s d e n u n c ia s m ás te r r ib le s en c a r t a s a l e m p e ra d o r y a l C o n s e jo de In d ias. no p reten d ería C arlos encom endar la dirección e sp iritu a l de todo el clero de Nueva E spa­ ña al recién elegido p rio r de San Esteban. y al m ism o tiem p o c o n la id ea m isio n a l d e c o n v e rtir a lo s in d io s. p ero sí. q u e en e s te c a s o es. p a re c ié n d o le e x a g e ra d o « q u e d e fe n d ie ra a lo s in d io s p o r o d io a los e sp a ñ o le s» («yo no d ir ía tanto». y a sus frailes». c o n trasta v iv am en te con la ac titu d de V asco de Quiroga. d is p e n sa d e te n e r — no s e r ía sin o ¡a q u e c o n s id e ra s e al m ism o n ivel de to d o s lo s d e m á s d e re c h o s el m ás p a r c ia l y u n ila te ra l d e to d os e llo s : el d e re c h o d e g u e r r a del ven ced o r. las m ás favorable a los indios de cu an tas se han dictado. es su exp resión ). a sus espaldas y con una c a rta de presentación de la em ­ peratriz. M u c h o s d e e sto s e s p a ñ o le s se p a g a ro n e l v ia je d e sd e E s p a ñ a . e s ­ p e c ia lm e n te so b re la e s c la v itu d . a le g a a l re sp e cto m u y g ra c io sa - 767 . am én de o rd en arles que no volviesen a h a b la r m ás de la cuestión. L a s C a s a s v io ú n ic a m e n te lo s d e re c h o s de 766 za respecto a la d o ctrin a sostenida p o r los profeso­ res de San E steban en los papeles requisados seis m eses antes. o m á s b ien sobre e llo s . h a c e e s ta p r e c is a o b s e r v a ­ ció n: « h e rrad o s c o n el dich o h ierro tan g ran d e q u e a p e n a s les c ab e en lo s c a r r illo s » . el a b o rig e n p r e h is tó ric o d e la c o n c e p c ió n m ism a d el D erec h o (segú n la te sis d e W alter B e n ja ­ m ín so b re « la v io le n c ia c re a d o ra d e d e re c h o » — v é a se : La policía y el Estado de derecho. c o m o se so lía) in c lu so «a n iñ o s de teta de tre s o c u a tr o m eses» . p á g in a 6 3 9 — ). e r a ni m á s ni m e n o s q u e el d e re ­ ch o d e g u e r r a y d e c o n q u ista q u e c o m o ex combatientes c o n s i­ d e ra b a n d e ju s t ic ia le s fu e s e c o n ce d id o . co m o a l c a b o lo s m a ­ ta ro n . fray Do­ m ingo de Soto. don Ram ón M énendez Pidal alega que el em p erad o r lo hace po r celo de que ello pueda ir «en desacato del Vicario de Cristo». ya se a en la c a s a com o en el o b isp a d o . S in em b a rg o . c o m o tal. sin e m b a rg o . s u frie n d o la e n fe rm e ­ d ad y e s p e ra ro n o b te n e r u n a re co m p e n sa q u e a v e ce s lle g a b a y o tr a s no. p e ro p o r e so m ism o e s tá antes y fuera d e to d o s lo s d e m á s d e re c h o s. ¿ p o r q u é no lo s d e ja . aq u í la d e lo s e s p a ñ o le s: « É s to s —e s c r ib e — v in ie ro n al N u evo M u n d o co n la e s p e ra n z a de h a c e r fo rtu n a . en cam b io . don de a l o íd o d el le c to r re sa lta u na p a r t ic u la r s e n s ib ilid a d c u a n d o a p ro p ó sito d e cóm o se m a r ­ c a b a n a fu e g o (con la G d e « g u e rra » . p o r a ñ a d id u r a . p e ro p o rq u e. para añ ad ir m ás adelante: «Si hubiese quedado la m enor desconfian­ h a b ía de o p r im ir e fa t ig a r h a s ta m a ta llo s. proclam ando entre o tras cosas que «tales indios y todos los que m ás tard e se descubran po r los c ristia n o s no pue­ den ser privados de su libertad por m edio alguno. El arreglo de Don Ram ón es aq u í conciliatorio h asta lo sonrosado: el golpe de m ano de C arlos V de 1539 sobre el conven­ to de San Esteban no responde en ab soluto a ningu­ na sincera preocupación im perial p o r un posible «desacato del V icario de Cristo». P ero y a in c lu so en el s ig lo X V I Vázq uez de M e n c h ac a. le a t r i­ b u ye. ha conseguido traslad arse desde las Indias h a sta Roma y p rese n tarse al pontífice Paulo III h as­ ta lograr de él que prom ulgue la fam osa bula Sublim is Deus. no se p re o c u p ó d e c o n s e r v a r e s c la v o s y e s c la ­ v a s de su p ro p ie d a d . Pero m ás que al contenido m ism o de la bula (que. de m u e rte s y d e in c e n d io s. Oh du lce. Menéndez Pidal piensa que gis in posterum cultiorem uitam ageretil — en e l o rig in a l latino]. le re sp o n d ió A n tígono. p o r real orden de 6 de septiem bre del m ism o 1538.]. qu e el fu r o r y la lo c u ra a r r a s tra n . P o rqu e s a b ía en v e rd a d q u e c u a n to s h ac en g u e r ra ni pu ed en . lo h a c ía so lam en te p a ra p r o c u r a r el bien de a q u e lla s re g io n e s y h a b ita n te s. te a tre v e s a d is e r t a r en m i p r e s e n c ia so b re la ju s t ic ia . que. y habiendo o c u rrid o entrem edias Lo de Cajamarca. el em perador ha logrado c o rta r d rás­ ticam ente cu a lq u ier posibilidad de contacto directo entre las Indias y Roma y viceversa. con tan a sid u a aplicación]. y podrán libre y legítim am ente gozar de su lib ertad y de sus propiedades. m ás n e fa n ­ d o s y d ig n o s d e e x e c ra ció n » . co m o s e ría en n u estro c a so si (sigu ien d o el e jem p lo d e A ristóteles. una vez exam inada. h u m a n o y c a rit a tiv o a m o r q u e no se av e rg ü e n z a de v io ­ la r lo s d e re c h o s d el n a tu ra l p a re n te s c o q u e lig a a lo s h o m b res. bajo el control del emperador. a in ­ n u m e ra b le s m illa re s d e h o m b res. co m o c ie rto s o fis ta le p re ­ s e n ta s e un lib ro a c e r c a d e la ju s t ic ia .» Así empieza la carta. De m en te en su Controversiarum Illustrium (lib ro I.. intro d u jo el llam ado «pase regio». de m anera que en 1540. Tan insincero era. [Vuestra Paternidad] que ya. po r llam arlo así. por el cual nada podía salir de Roma hacia las Indias sin p a sa r por las m anos del Consejo de Indias y h ab er obtenido. el celo que le atribuye Don Ram ón p o r evitar un «desacato del V icario de Cristo» que. tam m ulto usu [con tan continuos desve­ los. y si en 1540 C arlos V encarga a fray Domingo de Soto «la dirección espiritual de todo el clero de Nueva España» la razón de ello no es. sus «releccio­ nes »De indis. a la fam osa c a rta de V itoria al padre Arcos. a a r r a ­ s a r c a m p o s. p e ro e l texto no p r e c is a r ía m u c h a s v a ria c io n e s p a ra s e r a p lic a d o a la C o n q u ista de la s In d ia s p o r lo s e sp a ñ o le s. com o dice M enéndez Pidal. d e to rm en to s. de u n a vez. n ú m e ro s 8 y 9): « M u y a p ro p ó sito de to d o e sto e s la re sp u e sta del R ey Antígó n o c a u d illo de los L a c e d e m o n io s [. «todo está bajo control».P. digo a V. pues. esto es. co m o h e rid o s p o r un rayo. X . n iñ os y m u je r e s sin a v e rg o n z a rse d e d a r el n o m b re d e b e n e fic io a to d os e s to s c rím e n e s y a o tro s a u n m u c h o p e o re s. pudiese ir de las In­ dias h asta Roma. que siendo m ejor in­ form ado. a la n z a r a la s s o m b ra s d el E reb o . se a p r e s u r a p o r m e d io d e to d o g é ­ n ero d e e x te rm in io s. y no serán escla­ vos. incluso de índole estrictam en te e sp iritu al.». p ara que.Jesucristo.. naturalmente. en caso de no obtenerla. a v io la r d o n c e lla s y a d a r c ru e l m u e rte a an cia n o s. ya no que­ daba «la m en o r desconfianza respecto a la d o ctrin a sostenida p o r los profesores de San Esteban». en efecto. a u n q u e p re te x ta n d o m ás n o b le c a u sa . con una especie de «pase regio» a la inversa. según el cual los obispos que solicitasen a l­ guna m erced al papa ten d rían que enviarla antes a la corte. 769 . sino que. de cuya d a ta no me consta m ás que el año: 1534. a in c e n d ia r c iu d a d e s . los m ande revocar» y en 1539 aún carga m ás la mano.. a fin d e q u e en lo s u c e s iv o p u d ie ­ ran lle v a r una v id a m á s c iv iliz a d a [ob utilitatem facere quo ma­ lte modo que este era el verdadero am biente entre el em ­ p erad o r y el papa. no me esp an tan ni me em barazan las cosas que vienen a m is m anos. en todo caso. ni tien en vo lu n tad d e p r o te g e r la s ley es d e la ju s t ic ia . siguiese h a ­ cia Roma com o dem anda del propio em perador. por lo dem ás C arlos V logró que el papa se la com iese con p a ta tas frita s apenas un año y 10 días después de su prom ulgación. debía volver a Roma p ara que «se suplique de ellos [bulas o breves] p a ra ante nu estro m uy Santo Padre. sin p a s a r por su supervisión. com o dirían los am ericanos. que se m e hiela la sangre en el cu erp o en m entándom e­ las. m ediante un breve que la revocaba el 19 de ju n io de 1538) la fu ria del em ­ perad o r respondía al hecho de que algo. la debida ap ro b a­ ción o. dos años después de h a b e r redactado. Vengamos. conform e se supone. ex­ cepto tram p as de beneficios y cosas de Indias. cap. q u e lle v a b a la g u e r ra a re g io n es e x tra ñ a s. no e s tá s en tu ju ic io . tras m inucioso exam en. sin o q u e se a p re s u ra a e llo y q u e co n m u ltitu d d e s e n fre n a d a . M en c h ac a se r e fe r ía a q u í a la s g u e ­ r r a s d e A n tígono.. m ae s­ tro y en e s ta m a te ria a d u la d o r bien p o co d is m u la d o de A le ja n ­ dro) q u isié r a m o s d e c ir q u e a q u e l p rín c ip e . «Muy reverendo Padre: C uanto al caso del Perú. sin o q u e la m ay o r p a rte de la s v e c e s se g u e r re a p o r el a n s ia de a g r a n d a r el p o d e río y la g lo ria . si v ié n d o m e d e s t r u ir co n m is a r m a s c iu d a ­ d es a je n a s . entretanto. tam diuturnis studiis. No exclamo. yo tiendo a creer que con los «beneficios» se refiere a problem as eclesiás­ ticos. com o «tim eo que no sean de aquellos». por añadidura ocupan el lugar inm ediatam ente an terio r al «que»— las que hacen que a V itoria se le hiele la sangre en el cu erp o en m entándoselas. lo o pondrían diam etralm ente a las arrogantes c e rtid u m b res m orales de Las Casas.las «tram pas de beneficios» pertenecen tam bién a las «cosas de Indias». Si lo condenáis así ásperam ente. la am bivalencia contextual a b ie rta po r la presencia de tres antecedentes en fem enino p lu­ ral («tram pas». sino vacilaciones sobre la conveniencia —y tal vez incluso lo co n trap ro d u cen ­ te de la dureza de ánim o que ello su p o n d ría — de in­ c rim in arlo s claram ente y sin am bages en su propia cara. esto. e scri­ bía. ello no o b sta p a ra que éste. y au nque «beneficios» suena m ás bien a cosa propia del clero secu lar y no del regular. En efecto. quizá fundándose en el a rra n ­ que del texto («Cuanto al caso del Perú»). com o la otra cosa de las que le «estorban y em barazan». tam m ulto usu. salvo en algún aspecto secundario. que. como entre la tercera frase —aunque sea de una o sc u ri­ dad sibilina— y el com ienzo de la c u a rta («Lo m is­ mo procuro hacer con los peruleros») parece sep arar n ítidam ente lo uno de lo otro. “ reh u irlo s”] pro­ curo hacer con los peruleros. que lo consulten con otros que lo entien­ dan m ejor. pero.subjuntivo. a pe­ sa r del «que». por lo vidrioso del asunto. y que no veo bien la seguridad y ju sticia que hay en ello. donde. aunque por el hecho de que el verbo «m entar» pida m ás bien un nom bre propio o un nom bre com ún con artícu lo determ inado (del que «tram pas» y «cosas» no van precedidas en el texto). o tal vez expresio­ nes recogidas de autores clásicos y aprovechadas pro dom o sua) sino tam bién de latinism os sintácticos. a títu lo de ejemplo. y sólo im porta para in terp retar la cláusula «que se me hiela la sangre en el cuerpo en m entándom elas». el verbo latino le obliga a e scrib ir con negación:'«no sean». en sí mismo. Léase con atención: «Lo m ism o [o sea fugere ab illis. d udas sobre la índole mo­ ral de la cuestión o el juicio que m erezcan las accio­ nes de los peruleros. sino que a veces parecen gra­ tuitos. po r el contrario. a e scrib ir en latín. ni digo m ás sino que no lo en­ tiendo. no sólo constantem ente entreverado de 770 latinajos (que no siem pre tienen la función de expre­ sa r la confidencialidad. muy mal castellano. es una m inucia. como algo sólo incidentalm ente sa­ cado a relucir. largándonos así un h íb rido latinocastellano. Lo que la c a rta dem uestra. sin duda acos­ tum brado. como quien baja la voz. entonces. escandalízanse. es que las dudas de V itoria no son. aunque fraile. nec exci­ to tragoedias [ni provoco dram atism os] contra los unos y co n tra los otros sino que ya no puedo d isim u ­ lar [subrayado mío]. Pero lo im portante de la tergiversación de Menéndez Pidal reside en la interpretación de las inhibi­ ciones y vacilaciones de V itoria com o verdaderas dudas de conciencia. que es «temo que sean». al m enos a ju z g a r p o r e sta c arta. «cosas» e «Indias») nos im pide deci­ dir de modo taxativo si la anáfora en femenino plural de «m entándom e/as» debe ser rem itida a «tram pas» y «cosas» o sola y expresam ente a «Indias». al que p e r­ tenecía V itoria. Las «tram ­ pas de beneficios» —a m enos que Don Ram ón tenga razón al incluirlas entre las «cosas de Indias»— que­ darían. que p o d ría in d u cir al e rro r de en tender «temo que no sean» en lugar de lo correcto. sobre el m odelo latino tim eo ne 4. con todo. com o hom bre m oralm en­ te escrupuloso. Hay que decir de p aso que V itoria. en m odo alguno. pero algunos acuden p o r acá. y los unos allegan al Papa y dicen que sois 771 . o pretendidos tecnicism os. el lector de la c a rta oye m ás espontáneam ente que son las «Indias» —que. pudiese se r consultado en negocios de curas. que aunque no muchos. ah o ra sí. a tenor del tercero de m is subrayados: «así que confieso mi flaqueza de ánimo» (itaque fateor infirm itatem meam). «a m e­ nos que me exasperen h a sta el punto de que no aguante m ás com edim ientos». Lo m is­ mo vale p ara la frase de mi c u a rto subrayado: «Pero si m e veo com pletam ente forzado a responder cate­ góricam ente. nec excito tragoedias».cism ático porque ponéis en duda lo que el Papa hace. latinajo que describe m uy bien esa clase de trances de confesonario en que el clam or incrim inatorio del director de alm as provoca en el penitente bien sea una reacción de soberbia y rebeldía. p o r tanto. su a u tén tica opinión). tal como él m ism o dice: «No exclamo. Vito­ ria sabe h asta dem asiado bien lo que siente y lo que piensa de lo que p asa en las Indias. consideraba inútil po­ nerse a ejercer de director de alm as. lo exacerbado de la situación y de las pa­ siones concitadas. Veamos. pues. al cabo digo lo que siento». pero si acaban sacándolo de quicio. esto es. En lo que toca al segundo subrayado m ío («y hallan quien los oiga y favorezca»). en m odo algu­ 772 no. bien una abyecta escena de arrodillam ientos con golpes de cabeza con­ tra el suelo. ¡vaya si tiene algo que decir! ¡Vaya si tiene una opi­ nión form ada! Y tan d u ra y tan grave que la reac­ ción de los otros es escandalizarse y c o n tra a ta c a r acusándolo incluso de a te n tar contra el papa y el em ­ perador y condenar la conquista de las Indias (lo que. 1taque fateor infirm atatem m eam [así que con­ fieso m i flaqueza de ánim o —subrayado mío]. que huyo cuanto puedo de no rom per con esta gente. y tal vez injustam ente según he conjeturado m ás arriba. ya po r sus propias limitaciones. ya por lo grave del asunto. sus m edias p alab ras sólo se deben a la pru d en cia y al com edim iento que cree m ás conveniente —o qui­ zá h a sta m ás cóm odo— g u a rd a r con los que van a consultarle. ¡Hasta ahí podíam os llegar! Su h o rro r y su consternación ante las «cosas de Indias» eran tan verdaderos que. quede por el momento de retén. es d a r a las p alab ras de V itoria un alcance que rebasa. p rim era m anifesta­ ción de que V itoria no es que tuviese d udas de con­ ciencia. a la falta de una opinión segura sobre el caso. Su vacilación no responde. que condenáis a Su M ajestat y que condenáis la co n q u ista de las In­ dias. ni le faltase u n a opinión segura del asunto. al cabo digo lo que siento». para cuando toque com entar la ul­ terio r referencia a la Orden de Predicadores. de las que él m ism o hum ildem ente se culpaba. 773 . p ara p e n sar en dudas íntim as de conciencia. la nobleza y la elegancia es­ piritual de sentir verdadera repugnancia por el papelón de fulm inador de pecadores (en esto sí que Don Ram ón podría haberlo com parado m uy venta­ josam ente con el dram ático fray Bartolomé). aunque se le he­ lase la sangre en el cuerpo en oyéndolas m entar. reiterados sollozos de profundis. y los otros allegan al E m perador. sino todo lo contrario. Lo que hab ría que deducir de todo esto es m ás bien que V itoria quería ser un estu­ dioso y se sentía muy poco llam ado a la función de consejero o director de alm as y que en las ocasiones en que no tenía m ás rem edio que avenirse a esa fun­ ción tenía la sabiduría. y hallan quien los oiga y favorezca [subrayado mío]. Pero si om nino cogor [me veo com pletam ente forzado —subrayado mío] a resp o n d er categóricam ente. sino a la reluctancia de som eter al otro a la extrem a dure­ za de su contestación. sobrea­ bundante desbordar de lágrim as y profusión general de toda suerte de m ucosidades. a su vez. Tampoco aquí hay fundam ento alguno. Por eso m ism o no quie­ re verse forzado a te n e r que decirlo abiertam ente. los cu a tro subrayados míos: 1?: sino que ya no puedo disim ular. pre­ fería guardarlos para sus adentros antes que caer en la indignidad de u sarlos para cargarse de razón fren­ te a terceros. y lo sabe con tan apasionado h o rro r «que se [le] hiela la sangre en el cuerpo en m entándose [las]». Sea com o fuere. Me im porta m ucho m ás la interpretación que me propongo d a r a todo el párrafo.. sino clam orosam ente sistem ático. que praesuppono [¿doy por supuesto?] que lo puede h acer estrictísim am ente. Pero tan to el sentido de la frase que inm e­ 774 diatam ente sigue. que los propios justos títulos que legitim aban estas guerras ante el ius ad bellum quedan hasta tal punto desm en­ tidos por los fines de los hechos p erp e tra d o s contra el ius in bello que el m ism o ius ad bellum resulta vul­ nerado y puesto en cuestión. Yo doy todas las batallas y con­ q u istas po r buenas y santas. contra el ius in bello. et praeterea ig­ norantes revera justitiam belli [y por o tra p arte real­ m ente ignorantes en cuanto a la justicia de la guerra]. al m enos en el Perú. a lo que yo he enten­ dido de los m ism os que estuvieron en la próxim a [re­ ciente] b a ta lla con Tabalipa [Atahualpa]. los indios no lo saben ni lo pueden saber. com pletam ente extraña y a rb itra ria . en los siguientes térm inos: «Incluso dando p o r estrictísim am en te legítim os —según la m ejor d o ctrin a— en cuanto al ius ad bellum los títulos del E m p erad o r p ara las gu erras de las Indias. «ninguna»). Pues bien. al d escalzarla —no de m odo ocasional. «no había». I creo que m ás ru i­ nes han sido las otras conquistas después acá. Pero hase de conside­ r a r que e s ta g u e rr a ex c o n fe ssio n e [según declaración] de los peruleros. O. con los otros dos p asajes e n tre sa ­ cados de la c a rta que m e tengo propuesto com entar. ni cosa por donde los debiesen h a ­ c er la guerra. m ás de p ara roballos. al final. sino a seg u ir y h a c er lo que m an d a­ ban los capitanes. y que. sino que lo violan p o r res­ ponder a fines propios. sino que verdaderam ente piensan que los españoles los tiranizan y les hacen g u e rra injustam ente. podría ju s ­ tificar la sospecha de que «eran todos o los m ás» tal vez quiera decirse de los que s i sabían que sólo se tra ta b a de robar. com o el trenzado de la trip le ne­ gación («no sabían». nunca Tabalipa ni los suyos habían hecho ningund agravio a los cristianos. I Accipio responsum [admito la res­ puesta] p ara los que no sabían que no había ninguna causa m ás de guerra. yo no entiendo la ju sticia de aquella guerra. que eran todos o los mas [subrayado mío]. con el enrevesam iento sintáctico que com porta. El prim ero de ellos dice com o sigue: «Prim um om nium [ante todo]. es no c o n tra extraños. sino contra verdaderos vasallos del Em perador. debe entenderse referido a los que no sabían que no h ab ía ninguna causa m ás de g u e rra que la de ro b ar a los indios. ajenos y distintos a los fines constitutivos de dichos ju sto s títulos. in­ terp retad o con arreglo a la estric ta congruencia sin­ táctica. I a u n ­ que el E m perador tenga justos títulos de conquistar­ los. la apoye en un pasaje de las Relecciones del propio Vitoria. si las in ju rias de los peru lero s co n tra el ius in bello no lo violan solam ente p o r se r m edios despro­ porcionadam ente crueles con respecto a los fines que se han p resu p u esto com o ju sto s títu lo s ante la ins­ tancia del ius ad bellum . responden los defensores de los p eru lero s que los soldados no e ran obligados a exam inar eso. com o si fuesen n atu rales de Sevilla. / Sed [pero]. el entredicho llega a a fectar al propio ius ad bellum . en los 775 . creo que el conflicto im plícitam ente latente en el desconcierto de V itoria en este pasaje de la c a rta podría enunciarse. al p rin ci­ pio. Nec disputo [tam poco dis­ cuto] si el E m perador puede co n q u ista r las Indias. si bien p arecerá. tal es la escandalosa m agnitud de las in­ fracciones com etidas.Sigam os pues. Pero.. b o rran d o la ju sticia de tal guerra. y po r ende a los que iban de buena fe. resu lta rá bastante m enos atrevida cuando. Pero esto tóm elo el lector com o un sim ple exceso de m alicia p o r mi parte. El subrayado mío: «que eran todos o los más».». con bastante aproxim ación. dicho en o tras pala­ bras. / Pero no quiero p a ra r aquí. y tan contrarios a todo derecho de guerra los fines m anifiestos de tales infracciones. Porque p ri­ m eram ente. De indiis prior. de tantos señores desposeí­ dos de sus posesiones y riquezas [o sea contra el ius in bello]. el pasaje de la c a rta al padre Arcos del que nuestro M enéndez en tresaca la alusión a la Orden de Predicadores y al que se refiere con la frase: «Por nada en este m undo osaría a firm a r en redondo [vuel­ vo a subrayarlo] la inocencia de esos peruleros. de la em pre­ sa de A m érica y del Im perio Carolino —tam bién 11a­ 776 m ado Im perio Español. ya se ha hablado m ás a rrib a. aun dentro de la orden de predicadores. ve que no faltará. donde no se­ ría cabal h a b la r de au tén tica tergiversación. se­ gún el ius ad bellum ]. con la llam ada Leyenda Negra. explica V itoria al padre Arcos los m uchos y graves reparos que a esa g u e rra pudieran [s¿c. que según la versión castellana de Arm ando D. I. [proposición] tercera. concede. di­ rem os que ni el asunto de los b á rb a ro s es tan evi­ dentem ente injusto que no podam os d isc u tir su legitim idad. dice.» dice literalm ente com o sigue: «Si yo desease mucho el arzobispado de Toledo. “ no lo entiendo”. que hay m érito p ara d u d a r de si todo esto ha sido hecho con ju sticia o con injuria [conflicto en­ tre am bos tura]». pero ve dificilísim o el juicio en materia tan enrevesada [subrayado mío]. Y henos aquí finalm ente an te el p á rrafo de la c a r­ ta al padre Arcos respecto del cual los designios apologéticos-detractores de don Ram ón M enéndez Pidal llegan al punto de tergiversar. sino sólo. ni tan notoriam ente ju sto que no poda­ mos d u d a r de su injusticia..m otivos dom inantes en la conducta de los com ba­ tientes— de los fines que. com o ju sto s títulos. 3. Pero luego oímos hab lar de tan­ tas hecatom bes hum anas. a lo sumo. de una descontextualización intere­ sada. a nuestro tema. “yo doy to­ das las b a ta lla s y co n quistas po r buenas y sa n ta s”. E xtractaré. tan com pli­ cada en su aspecto m oral a b stra cto y en su concreta realidad política y eclesiástica. sobre el propio texto de Vitoria. de tan ta s expoliaciones de hom bres inofensivos. pues. se halla en extrem o preocupado p o r el pecado de los españoles en Indias. creerem os que todo se ha hecho con rectitud y ju sticia [o sea.. los p a­ sajes de Don R am ón que conciernen esencialm ente a nuestro caso: «En cuanto a los hechos m ilitares. de este dar por buenas y justas todas las batallas y conquistas y de este no querer opinar. sin detenerse en sa crifica r el h onor m ism o de Vito­ ria en ara s de la tesis que ha decidido defender: con­ traponerlo radicalm ente a Las Casas. Pirotto (Espasa-Calpe Argentina. pero no quiere o p in a r sobre el trato dado a los vencidos [sobre el sentido de este no entender. tra n sc rib o continuación. fun­ dam entaban la p resu p u e sta legitim idad». p o r “ po­ drían"] oponerse. es el párrafo de las Relecciones de Vitoria. Y m ás abajo sigue así: «Toda e sta c a rta revela cóm o Vito­ ria. y me lo hoviesen de d ar porque 777 .A. El fundam ento a rrib a referido capaz de convali­ d a r esta aparentem ente a b s tru s a interpretación del conflicto latente en el citado pasaje de la ca rta al pa­ dre Arcos. si consideram os que todo este asunto lo m anejan hom bres doctos y buenos. se abstiene de dar opinión [subrayado mío]». que está vaco [vacante]. Por nada en este m u n ­ do osaría afirm ar en redondo [subrayado mío y do­ blem ente para «en redondo»] la inocencia de esos peruleros que participaron en esa guerra. habiendo en él aspectos que perm iten so sten er una y o tra tesis. pues au nque le parece malo. [epígrafe] Duda principal: «Tornando. la letra y el e sp íritu de la dicha carta. prim ero. 1946). Buenos Aires. a fin de a n iq u ila r a éste. Pues bien. quien apruebe m atanzas y despojos hechos [subrayado mío]». y siem pre p ara m ayor gloria de E spaña.. pero duda. pero sigam os citando a Don Ramón]. con su sentido m oral sum am ente escrupuloso. S. con a rtim a ñ a s de falsario. ¡Tal la im agen que. el s e g u n ­ do s u b ra y a d o m ío d el p r im e r p á rr a fo co m en tad o : «y h a llan q u ien lo s o ig a y fa vo re zca » . com o piedrecillas en las sandalias. ¿cóm o que «en redondo»? ¡Ni en redondo ni en cu ad rad o ni en triangular. que m erced a la contraproducente im pericia de Don Ram ón incluso p ara sus propias intenciones.] quien los dé p o r libres» se redobla inm ediatam ente con todo el énfasis del «im m o laudet et.. acaba dándonos.. le im piden d a r un solo paso en firm e y en seguro.. La m etáfora co n ju rato ria de que se le se­ quen la lengua y la m ano está tom ada nada m enos que del salm o Super flum ina Babiloniae. etcétera. aliad a de Babel. «alabe» por el aten u ad o «apruebe». et.yo firmase o afirm arse la inocencia destos peruleros. con tan alto sen­ tido de la dignidad propia y ajena com o para se n tir verdadero repeluco ante la sola idea de las grandes escenas. po r supuesto. terrible sal­ mo del destierro.. m ás acoquinado que fortalecido p o r sus estudios y sabiduría. con su m aldiestro abuso. sino tan sólo en la m edida en que m ejor pu ed a servirse de él com o m ero in stru m en to en co n tra de Las Casas). que nunca osa ju zg ar en redon­ do. im m o laudet et facta et caedes et spolia illorum [e incluso llegue a alabar tanto sus hechos como sus m atanzas y sus depredaciones]». et. Y a q u í e s d o n d e e n c a ja r ía . y déjennos en paz. quien los dé por libres. sin duda no lo osara [subrayado mío] hacer.. a que podían d ar lugar las intim idades entre confesor y penitente. co m o u n a a n tic ip a c ió n . Don Ramón.. pero 9. p a ra a c a b a r elogiando m elifluam ente a Vi­ toria (y. I no faltará.. etiam intra Ordinem Predicatorum [hasta dentro de la Orden de Predicadores]. desde aquel inicial «que se me hiela la sangre en el cuerpo en m entándom elas». prim ero maltraduce laudet. etern am en te ab ru m ad o y casi an u lad o po r la duda. con tal can­ tidad de escrú p u lo s de conciencia que. pero sobre todo tra n sfo rm a —siem pre gracias a la elusión de la frase c a p ita l— lo que es. y determ ina la correcta interpretación de otros p asa­ jes es la que me he p erm itido re sa lta r con versales: «Antes se me seque la lengua y la mano. evidentem en­ 778 te. ANTES SE ME SEQUE LA LENGUA Y LA MANO. Allá se lo hayan. term i­ na resu ltan d o retrata d o ante el lector com o una es­ pecie de bo rreg u ito rinconero. ni en nada! Y en cuanto la versión menéndezpidalina de la frase sobre la Orden de P redi­ cadores: «ve que no faltará aun dentro [de ella] quien apruebe m atanzas y despojos hechos». QUE YO DIGA NI ESCRIBA COSA TAN INHUMANA Y FUE­ RA DE TODA CRISTIANDAD [versales mías]. en tre los ta le s e s ta b a in c lu y e n d o ta l vez a e s to s d o m in ic o s c o n tra lo s q u e a h o r a se e x a c e r b a . Como bien se echa de ver —y h a sta resalta de modo clam oroso— la frase capital que dom ina el sen­ tido de la c a rta entera. y en cu an to al afirm ar en redondo. cargadas de histrionism o.. 779 . co n tra su propia voluntad. de casi fanática añoranza y am or hacia Sión y de en sañ ad as an sias de venganza con­ tra Edom. no po r sincera estim a. de su interesadam ente encom iado Fran­ cisco de Vitoria! C ierto que era un hom bre e scru ­ puloso y sobre todo discreto y lleno de elegancia esp iritu al en la función —que al p a re c e r no le gus­ tab a n a d a — de consejero de alm as. un am argo y h a sta condenatorio sarcasm o de Vi­ to ria contra su p ropia orden9 (donde sobre la for­ m ulación m eram ente descriptiva «no faltará [. A la luz de tal frase la ex­ presión «sin duda no lo o sara hacer». que Don Ram ón tergiversa en ese aguachinado «por nada en este m undo o sa ría a firm a r en redondo» tran sfig u ra el no osara en jam ás com etería una osadía tan inau­ dita'. que yo diga ni escrib a cosa tan inhum ana y fuera de toda c ris ­ tiandad».») en una especie de m odesto y ponderado reconoci­ m iento de que incluso entre sus propios herm anos de orden no h an de fa lta r o tra s opiniones distin tas pero igualm ente respetables y dignas de se r consi­ deradas. en sentido propio. la m ás firm e y m ás severa opinión sobre el pecado mismo. con los datos en la mano. Pero ¿para qué m entir?: este acto de m odestia es totalm ente sincero por cuan­ 780 to pueda referirse a m is conocim ientos y saberes. en el artícu lo citado. que adole­ ciese de inseguridad alguna p ara form arse. p o r el sólo interés de d efen d er a u ltran za u n a arg u m en ta­ ción preconcebida. a mi entender. q uiero indicar. sobre culpas o inocencias.. he de a ñ a d ir que si hay un vicio espe­ cífico y característico que estropea a m enudo ciertas obras h asta de los m ás sabios autores españoles es la predisposición hacia la actitu d apologética con respecto a la h isto ria de su patria. El propio G arcía Escudero. torcidos por el vicio inverso. en la noción de «genocidio»? 781 . antes que nada. ante acciones de exterm inio com o las de Tam erlán. Y con esto creo que queda b astan te contestada la acusación de G arcía E scudero sobre mi «atreverm e con gigantes». sólo unas líneas m ás a rrib a del últim o p á rrafo citado. uno em pieza a d u d a r de si el factor intencional de la voluntad de aniquila­ ción total de una etnia concreta en tanto que tal etnia (que es la diferencia específica p o r la que se distingue una m atanza total de la población de una ciudad —com o las que hicieron de Tam erlán el hom ­ bre m ás san g u in ario de la h isto ria — de un «genoci­ dio» propiam ente dicho). p o r ejem plo. tras la tom a de Dam asco. Y casi me atrevería a de­ c ir que tal vez ellos tengan p a rte de cu lp a en el he­ cho de que los enanos nos veamos. non video quom odo [no veo m anera de] excusar a estos conquistadores de ú lti­ ma im piedad y tiranía. M uchas y m uy extensas son las obras de Don Ram ón. de m odo que dudo m ucho de que esta casi m ínim a invectiva pueda hacerle la m ás pequeña m e­ lla. lo que sería en verdad una extraña form a de dudar. en m odo alguno. al parecer.. con sus tergiversaciones.. si no recuerdo mal. de no osar afirm ar en redon­ do. que desde luego no tiene sentido— que la diferencia del dicho facto r de intención étnica efectivam ente (al m enos ante la de­ cisiva instancia de la sensibilidad) parece que le aña­ de.. de rechazo y sin q u e re r­ lo.». pero no ciertam ente esa casi total incertidum bre de conciencia con que M énendez Pidal quie­ re pintarlo. ni creo que nadie. pero no lo es en absoluto en lo que atañe a mi esm e­ ro y mi buen juicio. se haya perm itid o a rra s tra r tan indecentem ente p o r los suelos el h onor de un hom ­ bre. y en vista de la especial carga afectiva con que de hecho se oye esta palabra. De paso. no com porta un añadido de valor peyorativo despro­ porcionado con el tanto de m aldad —si es que tiene sentido h a b la r de e sta m anera. y las m ás de ellas seguram ente m e­ ritorias. la p alab ra «genocidio» ha concitado sobre sí un recargo de valor peyorativo ex­ cesivam ente desproporcionado con respecto a lo que podríam os d esignar com o «hom icidio m últiple ge­ neral e indiscrim inado». dice: «. un descargo excesivo y h a sta una c ie rta lenidad para m atanzas físicam ente no m enos totales e indis­ crim in ad as pero que no en tran . no se m erecía V itoria sem ejante falsificación de su figura.el hecho de que rehuyese el papelón de flagelo de pe­ cadores no significaba. y es este vicio el que ha torcido m uchas veces los trab ajo s históricos del «gigante» Don Ram ón. Con todo. No. Por decirlo a la inversa: ¿no hay un cierto terro rism o verbal en el em pleo de la p alab ra «geno­ cidio» que —po r m ucho que su sobrecarga de valor peyorativo esté ju stifica d a p o r el añadido del m o­ m ento étnico— com porta. el h o n o r de fray Francisco. con la p irá m i­ de de 70 000 cabezas que levantó. que. H ablando de los propios pe­ ruleros. com o don R am ón M enéndez Pidal llegó a a rra s ­ trar. llega casi a ponerm e en los labios la p a la b ra «geno­ cidio» en relación con la co n q u ista de las Indias por los españoles. Defectos tendría Vitoria. . 782 no se pueda sacar de cada pueblo más que la sépti­ ma parte de los vezinos. que m e he visto invitado en alguno de esos. si es que no incluim os tam ­ bién en el capítulo ciertas actuaciones gubernativas m ejicanas de la segunda m itad del siglo X I X . Ma­ drid. después de la independencia —tanto de Es­ paña com o de La Argentina—. atraídos por las nuevas esperanzas de rique­ za. insistiendo una y otra vez en la total im procedencia de su aplicación a las gu erras de conquista y a la colonización de A m éri­ ca por parte de los españoles. N ada qué hacer: ni m a­ tanzas. ni m asacres. que se nu trían del tráfico m arí­ timo— también de españoles. por el contrario. ni «hecatombes hum anas» —com o dice V itoria—. por las asoladoras epidem ias y p o r la m ás inhum ana explotación— fue. ellos querían «genocidio». no p odría tan siquiera im ag in ar G arcía E scudero mi pelea —las contadísim as veces. recto y verso de la edición de Julián de Paredes. y diligencia cessaria el beneficio. considerando. m ás bien tendiendo a so­ pesarlos com o piedras. sin cuyo trabajo. contra los últimos. se despoblaron casi del todo —salvo los grandes puertos. siem pre le tocan cau sas —com o la del pacifism o o esta m ism a del A nticentenario— que suelen coincidir con las que defiende la vocinglera grey de los naïfs (y aquí no se me alegren de pronto los sensatos. tom ada a peso. tal com o leem os en la Recopilación de 1680. que huviere en aquel tiem ­ po.». con toda su erte de ra­ zones. y singularm ente en Cuba. con la prácticam ente total extinción de los tainos a m ediados de los años cuarenta. ni escabechinas. m ás bien la de p ro c u ra r por su conservación. como Santo Do­ mingo y La H abana. pues justam ente de la supervivencia de los indios y de su explotación dependía com pletam ente la m anutención y el enriquecim iento de los españoles. que infinidad de veces han dejado explícitam ente declarado depen­ der del trabajo de los indios h asta el punto de que de llegarles a faltar no habrían tenido m ás opción que la de volverse a E spaña. por ejem plo. a las que me referiré en el Apéndice V. no quedando en las zonas rurales de las G randes An­ tillas m ás que los em presarios dedicados a la enton­ ces naciente in d u stria azucarera. porque la naïveté a m enudo tiene cura. Nada podría m o strar m ás palm ariam ente el dispa­ rate que hab ría sido toda decisión de genocidio. y siendo así que la p alab ra «genocidio» p arece que resu lta ser.. y labor de las minas [subrayado mío]. folio 244. les b astab an ni les satisfacían. y oro.Como a uno. y repartim iento ordinario en el Perú. De n ad a servía in­ sistir en que. g ru ­ pos— por tra ta r de descastar. pero la sagesse jam ás). siem pre juveniles. la tónica de los españoles —sobre todo a p a rtir del m om ento en que em pezaron a ver que los tainos se m orían a chorros por la d ispersión y el desarraigo. a p esar de las m uchas y m uy crueles m atanzas que hubo por todas partes. el único caso de «ge­ nocidio» propiam ente dicho de que tenga noticia en la Am érica de lengua castellana fue el decretado en Uruguay. ju stam en te u n a de las m ás pesadas. no sé por qué inescrutables designios del Altísimo. necesitada de poca mano de obra —y aun esa fue predom inantem ente ne­ gra. «inadaptables» grupos m arginales de indios proba­ blem ente tupiguaranís. que no se deve atender tanto á la mas. Ley 21 (tomo segundo. Título XII. Algo así fue lo que pasó en las G randes Antillas. el em pleo de tal palabra. al continente sudam ericano y sobre todo al Perú. porque esa era la piedra verdaderam ente gorda. grey que está lejos de c u id a r la precisión de térm inos. que. creo que dos. «Por la mita. Por cuanto se me alcanza. gran parte de los cuales pasaron. ó menos saca de plata. 1681). Libro VI. como á la conser­ vación de los Indios. respecto del servicio personal de m itayos en las m inas del Perú. 783 . talm ente com o si en vez de no m atarlos. quien se resiste á acep tar la idea de que la historia hum a­ na —en el supuesto de que necesariam ente tenga que haber tal cosa— haya de ser siem pre quirúrgica. tal com o voy a in d icar al tra n sc ri­ birlos. que se encuentran m utuam ente "en su casa”. la em presa de Améri­ ca es algo prodigioso. en fin. com parable sólamente a la for­ mación del Im perio Romano. lo que significaría poner en entredicho la propia Edad M oderna y aun la C ontem poránea. en la colum na del HABER. dejándose a rra s tra r por la retórica.. con todo eso. tan acríticam en te engreídas y autocom placientes con las sum arísim as contabilida­ des m acroeconóm icas con que hacen el balance ge­ neral de sus dividendos de progreso histórico. aunque la divisoria de m is protestos no coincide con la de los párrafos. ¡Qué delicia las contabilidades de los apologetas de la historia! Y que me perdone Don José M aría. con cruel­ dades que no admiten comparación [subrayado mío] con las cometidas en Irlanda o en las guerras de reli­ gión de Francia o en las luchas entre las maravillosas ciudades italianas [subrayado mío] o en la guerra de los Treinta Años. Helos aquí: «El Descubrimiento de América provoca particular secreción de bilis. el que existan veinte países hispánicos. [aquí está la divisoria entre mis dos protestos]. al p a s a r en si­ lencio nada m enos que a los 9 m illones de supervi­ vientes? Un poco m ás y pronto veríam os a esos 9 m illones de supervivientes acred itad o s en la cuenta de César. po r el re­ cuerdo de las tragedias y las in ju sticias que la cim entaron. 785 . m uertos p o r las legiones del co n q u istad o r de las Galias. o. de la Romanía. A quien sacase a colación el m illón de galos que —so­ bre un censo estim ado p o r alto en 10 m illones— fue­ ron. por supuesto. com o m érito suyo. con todo lo que lleva consigo. le encarezco que piense bien si esas im plicaciones. Ju lio César. »Pues bien.En cuanto a la frase en que G arcía E scudero p are­ ce incluirm e bajo el dicterio de «necrófilos. aunque h iperbó­ 784 licam ente presentadas. o b stina­ dos en d e se n te rra r el pasado p a ra d e stru irlo en un insensato arreb ato patológico» parece m ás bien dic­ tada po r el deseo de no ver desautorizada.: el injerto español en un continente que forma parte plena del mundo actual y tiene como lengua propia y creadora el español. sino que viene a c o rta r p o r la m itad del prim ero de ellos. extendidas desde la pe­ queña Moscovia hasta el océano Pacífico—.. la base de legitim ación no sólo de la dom inación española de U ltram ar sino tam bién de los otros im perios coloniales.. o. dos letras que son dos breves párrafos. si cree que realm ente m erece se r tachado de necrófilo quien se em pecina en no q u erer ver tan claras y tan limpias esas cuentas. con arreglo al principio de la violencia creadora de derecho —p o r u s a r la expresión de Walte r B enjam ín—. les hu­ biese dado la vida. saca de quicio a mu­ chos españoles (y. ¿tam bién lo tac h a ría G arcía E scudero de necrófilo por no repa­ ra r m ás que en el m illón de m uertos. dicho en otras palabras. según Plutarco. Con todos sus defectos. no llevan algún punto de ra­ zón sobre la form a en que la siem pre eufórica. globalizadora y h asta totalitaria idea del Progreso suele a ju sta r sus cuentas con el sufrim iento. A don Ju lián M arías me lim itaré a protestarle sólo un p a r de letras del artícu lo m encionado al com ien­ zo. porque ah o ra soy yo quien. La espada de César d ejaría de ser la que ha m atad o un m illón de galos p a ra p a sar a ser la que ha salvado la vida de los nueve m illones que sobrevivieron. que fueron muchos [subrayado mío] pero incomparablemente me­ nores [subrayado mío] que en las em presas ultram a­ rinas de todos los demás países en expansión —o terrestres en el caso de Rusia. com ete la injusticia de for­ zar sus p alab ras hacia im plicaciones que sé m uy bien que él no acep taría.. acordándose sólo de lo m alo y olvidando lo bueno. que se entienden y se leen íntegramente. a algunos hispano­ americanos)». Con todo. . que a su vez desciende. el c riterio tom ado p o r barem o de tal operación com parativa. en tre éstos.. verdaderam ente. R ealm ente se d iría que han de e s ta r tan obcecados en su apasionam iento o tan ab so rto s en un estado o casi trance de distracción e inadverten­ cia que no caen. Cuando. com o se hace al d ecir «los hay peores». sobre todo de los apologetas. y a propósito de ese subrayado «en las luchas en tre las m aravillosas ciu d ad es italianas». cru eld ad es que no adm iten comparación. ¡qué gran ironía la de que justam en­ te quienes m enos parecen desearlo sean los que im ­ plícitam ente nos están diciendo la m ayor y m ás terrib le verdad sobre la historia! Por otra p a rte —y con esto entro al tercero de m is subrayados. E s decir que va a ser la p u ra diferencia en el vicio y la m aldad lo que va a decidir en exclusiva la querella sobre quién es el m e­ jor.» y 2? «. No me refiero tanto al sim ple com parar. En efecto.». Y.Em pezaré. com o bien dice el dicho. ni de lejos.. acaban siem ­ pre tom ando p o r un id ad de cu enta y p o r criterio. a n te rio r a la época clásica de los condottieros. ¡m ateria les m ando p ara recapacitar!). hacen su evaluación de los hechos de la historia a p a rtir dé sem ejante «método» com parativo. «Toda com paración es odiosa». que hace tam bién el últim o de mi p ri­ m er protesto (el segundo de éstos puede d arse por subrayado todo él)—. ya en las g u erras ita­ lianas del siglo XV. con­ fiando p o r entero sus dictám enes a la decisión del fiel de la balanza de esta no por frecuente menos irre­ flexiva ars ponderandi. la sim ple elección de la concreta su stancia (como quien dice plata o plom o o trigo o granos de cacao) que com pone la unidad de m edida u sad a en com paraciones sem ejantes. Tan notable por su con­ tin u a recu rren cia com o significativo p o r su conte­ nido me ha parecido siem pre este llam ém osle «método» com parativo p a rticu la rm e n te c a ra c te rís­ tico no tanto de los historiógrafos como de los am an­ tes de la h isto ria y. en definitiva.. ya que es lo que. en realidad. ¿Es que desde la B aja Edad M edia puede hablarse de una h isto ria de Italia que no sea al m ism o tiem ­ po h isto ria de E spaña. con la m ás san g u in aria com ­ pañía de m ercenarios. la unidad de m edida que aquí m ism o vemos poner en cada uno de los platillos de la balanza im a­ ginaria con que solem os rep resen tarn o s toda com ­ paración c u an titativ a está com puesta p o r lo que M arías designa literalm ente «defectos» en un caso y «crueldades» en el otro. pues. si se diesen cuenta. ¡hay que ver qué regateo de com paraciones nos a rm a don Julián! Por lo de Ita ­ lia lo digo. aprem iados a la exigencia de la prueba. Por eso digo que los que. Pero la bondad no puede ser pesada con pesas de m aldad. pero incom parablem ente m enores que en las em presas u ltra m a rin a s de todos los de­ m ás países en expansión. todo se está. están reconociendo de m a­ nera im plícita —y por m ucho que no acierten a ad vertirlo— que el m al es la su stan cia genuina y de­ cisiva de la historia. la diferencia en m aldad que hace su b ir a uno de los platillos e inclina el fiel de la balanza hacia el opuesto. com o don Ju lián M a­ rías. el valenciano C ésar Borgia —hijo del papa Alejandro VI. a que. el vicio se pone p o r única m edida de lo que quiere despacharse por virtud. m ás de dos siglos antes de que ésta se uniese con C astilla? ¿Es que. ya de antem ano y p o r sí mismo. que donó todo un im perio todavía en­ cubierto a la reina de C astilla— el m ás conspicuo 787 . en la cuenta de lo que im plica. con los pasajes de m is dos p ri­ m eros subrayados: 1? «Con todos sus defectos. sin que ellos se den cuenta (que. reconociendo im plícitam ente com o vi­ cio.. no puede 786 ser com p u tad a y convalidada por bondad de lo que yace en el prim ero. no era precisam ente el Duca Va­ lentino. que fueron m uchos. enviada al s u r de Italia po r la Co­ rona de Aragón.. a lo que realm ente quiero referirm e es al terrib le re­ conocim iento im plícito que com porta. esto: que los franceses de hoy hablen francés.asesino de aquellas m ism as «luchas en tre las m ara­ villosas ciudades italianas»? O. y no en la de « im p e rio » c o m o in stitu c ió n . respecto de lo cual se me viene a las m ientes un pasaje de Las Casas (libro III. 1951). no ponga en la cuenta de César. a instancias del arzobispo de México. toda­ vía en 1769. Lorenzana. se form uló por p rim e ra vez el m onolingüism o obligatorio en América. México. guardaos de veintidós años de Italia"». sie m p re s e h a c o m e tid o la in ju s tic ia d e m a lin te r p r e ta rle la d e d ic a to r ia d e su g r a m á tic a . aconsejado p o r su confesor —un vasco. p á­ gina 221 del III tom o de la edición del Fondo de Cul­ tu ra Económ ica. C on q u ie n . com o si los dos siglos y m edio tra n sc u rrid o s desde C ortés no hubiesen b astad o p ara h a c er p re sc rib ir los dere­ chos de g u erra y p a ra diluir siquiera en parte la d ua­ lidad de poblaciones. a despecho de la tan cacaread a dedicato ria de N e b rija . Don Julián h a c er la partición de los hechos de la histo ria im itando la fórm ula abs­ tracta y a rb itra ria del Tratado de Tordesillas (que cre­ yendo haber puesto la dem arcación toda ella sólo por las aguas pronto d a ría lu g ar a la sorpresa. a propósito de un tal Am ador de Lares que había servido 22 años en Italia con el G ran C apitán y ahora estaba en Cuba. hubieran sido mudos!». p o r cie rto . u só la p a la b r a « im p e rio » s e g ú n la a c e p c ió n la ­ tin a d e «m an d o ». con sus enorm es disparidades jurídico-económ icas: «No ha habido nación culta en el m undo —decía Lorenzana— que cuando extendía sus conquistas no intentase h acer lo m ism o con su lengua». viene a cuento una cita de Elias Canetti. «para que de 10. p ara m ayor sarcasm o—. referida tam ­ bién a la hazaña del co n q u istad o r Julio C ésar en las Galias. de contador. por lo menos. vale a decir. 788 M uchas cosas ten d ría yo que d ecir acerca de es­ tos irreflexivos entusiasm os por la m ultiplicación del núm ero de hab lan tes de u n a lengua com o un bien indiscutible y evidente po r sí mismo. M arías encarece la expansión. cuando. del castellano en Amé­ rica. por donde le con­ viene. sobre lo m ucho que le asom bra. 789 .10 no fue sino casi tres siglos después del descubrim iento. C uriosam ente. Pero el ilu strad o y absoluto rey C arlos III. pero me lim i­ taré a com entarlo recordando ciertos datos h istó ri­ cos que pueden d a r m ateria p ara reflexionar. sacrilega y rapaz de todas las e m presas m ilitares sufrid as por Italia? No puede. que dice así: «No hay ningún historiador que. p u es. « au to rid a d » . en realidad nunca com pletada. q u e e s la m á s c o m ú n de imperium. en que. de no haber matado César a un millón de ellos. Lorenzana h a b la de «conquista». com place y anonada de en tu siasm o la difusión del castellano. A mi segundo y últim o protesto contra Ju lián Ma­ rías. pues no hay que o lvidar que. ¿no fue la m ism a Águila Bicéfala que proyectó sobre U ltram ar su m ala som bra de ave carnicera. como mérito. finalmente. El Consejo de Indias rechazó po r unanim i­ dad la p ro p u esta de Lorenzana en cu an to a la im po­ sición o bligatoria del castellano. de que el gran saliente o riental b rasileño que hace pu n ta en el cabo de San Roque e n tra b a todo él en la m arca portuguesa) y e ch ar la raya ad hoc. ¡Como si. pues. el a u to r dice de sí m ism o: «Solía yo d ecir a Diego Velázquez. desagra­ dable para los castellanos. en ple­ no despotism o ilustrado. co m o la tin ista q u e e ra . capítulo CXIV. contradijo el pa­ recer del Consejo de Indias y ordenó en una Real Cé­ dula la obligatoriedad del castellano. Como apasio n ad o de la c a sa de B orbón y del des­ potism o ilustrado. bajo el go b ern ad o r Diego Velázquez. p u e s F e rn a n d o e Isa b e l sie m p re p e n sa ro n en té rm in o s de reye s y s ó lo su n ieto s e r ía e m ­ p erad o r. y con el lum inoso C ar­ los III. po r se n tir lo que de A m ador de Lares yo sentía: “Señor. la que lanzó sobre la propia pontificia Rom a la m ás cru en ta. fácilmente. a b u siv a m e n te se g ú n a c re d ita ­ d os h elen istas. vea­ mos cómo. fetichización abstractiva de un país en su in teg rid ad territo ria l) y la féru la de la «univocidad» (en nuestro caso. podría curársela él mismo. d ic e exp resivam en te don D iego H u rtad o de M en­ doza. el v a lo r inequívocam en te d istrib u tiv o qu e ha venido a te n e r s u d e sc e n d ie n te « c a d a » en c a ste lla n o : p r u e b a : «to d o s lo s d ía s lo m is m o » / « c a d a d ía a lg o d istin to » . 12. que esta vez proponía la im posición del castellano.12 encarece. otro en tu sia sta de los puros núm e­ ros. Apéndice III d e e s te m ism o texto. para ap licarlas en la predicación del Evangelio y o r­ denó que en las universidades de Lima y de Méjico se instituyesen cátedras p ara la enseñanza del que­ ch u a y del n áhuatl. hom ogeneización lin­ güística coactiva). por el contrario. volvió a h a c er sensible el peligro que p a ra el rico. el virrey se negó a im poner tales castigos. La afición tan típica com o invo­ lu n ta ria e inadvertidam ente co m unista de n u estro Don Ju liá n p o r los todos integrados y hom ogeneizados." Si tales son los hechos del lum inoso Carlos III. pues achaque propio de todo absolutism o o totalitarism o es el de vio len tar y red u cir ortopédicam ente la no­ ción de «universalidad» con el coselete de la «uni­ dad» (en n u estro caso. contem plando los cadáveres de los suyos que yacían en el cam po de b a­ talla de Eylau. dispuso en 1580 que fuesen los m isio­ neros los que aprendiesen las lenguas de los indios. y el visitad o r Areche volvió a ver en la enseñanza de la lengua un m edio de sum isión de los posibles re­ beldes. igualmente. si no recuerdo mal. en los que cada célula es indiferentem ente fun­ gible y reem plazable p o r cu a lq u ier o tra (tal com o para Napoleón. Por for­ tuna. fu e r z a un p o co e l p r im e r co m p o ­ nente g rie g o . en total oposición con el Con­ sejo de Indias. A ctitu d bien d is tin ta d e la q u e h a b ía ten id o en el rein o d e G ra n a d a . proponiendo que se im pusiese el castellano a los indios. 637). con su p e rio r y verdadero sentido de universalism o c ris­ tiano. (V éase Apéndice III. V é a n se la s n o ta s a p ie d e p á g in a . a d e c ir v e rd a d . d el 7 de d ic ie m b re d e 15 2 6 . n?‘ 14 y 15 d e la p ág.una vez se llegue a conseguir que se extingan los diferentes idiom as de q ue se usan en los m ism os do­ m inios y sólo se hable el castellano». «bajo las penas m ás rigurosas y ju sta s co n tra los que no lo usen después de pasado algún tiem po en que lo puedan h a b e r aprendido». dijo: «Todo esto lo rem edia una no­ che de París»). a través de la reflexión etim oló­ gica sobre la p alab ra «católico». 6 37. y en la qu e s e p ro h ib ía a lo s m o r is c o s el h a b la y e l v estid o . el som brío Felipe II. 790 sonancia con su fervor borbónico y absolutista. lo eran los franceses cuando. r e fle ja n d o so b re él. com o literal­ m ente dice la Real Cédula. Las colecciones de docum entos de G arcía Icazbalceta recogen todavía traducciones nah u a de oraciones y de d o ctrin a cristian a. pág. holgazán y autosatisfecho crio llaje lim eño rep resen tab an los aborígenes m arginados y abandonados a sí mismos. la gran rebelión de Túpac Amaru. se halla en con11. o sea. en el Perú. « o b lig á ro n lo s a v e stir castellan o ». volviendo sobre las espléndidas páginas de «La idea de p rincipio en Leibniz» en las que su ta n cacarea­ do m aestro O rtega. el m om ento distributivo. pero. q u e h a b ía q u ed ad o en s u s p e n s o p o r a p e la c io n e s su c e siv a s. « C a d a d ía d ic e s lo m is ­ m o» es u n e r r o r típ ic o d e lo s c a ta la n e s c u a n d o p rete n d e n h a b la r en c a ste lla n o . Diez años m ás tarde. 791 . inseparable de toda concepción de «universalidad» hum anam en­ te aceptable. El en tu siasm o de M arías po r la difusión del cas­ tellano. a l ren o va r en 15 6 6 la p r a g ­ m á tic a del e m p e ra d o r su p a d re . precisam ente el m om ento alla­ nado y m achacado po r su fusión y confusión con las nociones de «unidad» y «univocidad». E n la q u e. com o un bien en sí mismo. 1. Lo cual. redefiní hace años el farisaísm o —en el único texto publicado has­ ta hoy de en tre todos m is apuntes sobre el caso 1 so­ bre la frase: «Te doy gracias. 793 .2 Una de las aplicaciones m ás rec u rre n tes de este m étodo es la de la d o ctrin a oficial española que a p a rta de la conquista y la co­ lonización españolas de U ltram ar la acusación del «genocidio».. salvo el dudoso y casi sólo sem ántico lenitivo de q u itarse de encim a una p alab ra tal vez sobrecargada de peyoración respecto de otras clases de ferocísim as escabechinas que se ría im propio. p á g . llegan incluso a h acer equivalente «fariseo» con «hipócri­ ta»). 786-787. no obstante.. el m etal pre­ cioso con que los españoles se toparon «de m anos a boca». así redefinido y rescatado de sus com únm ente m ás vagas y desviadas aplicaciones en el habla cotidiana (que. y sin m ás relación con la secta ju d ía de los Fariseos que la puram ente etim ológica. esto es. sino de la diversa com binación de circu n stan cias entre lo que cada grupo de colonizadores fue a b u s c a r allende Atlántico y lo que efectivam ente se encontró. ta c h a r de «genocidios». se ha constituido. 1 3 1 . p o r así decirlo. 4.. en el m étodo característico de los apologetas de «su propia» h isto ria. pero. porque no soy com o los otros hom bres. a la parábola. 2.A p é n d ic e V Hace ya m uchos años que vengo escribiendo toda su erte de reflexiones m uy ram ificadas sobre el fe­ nóm eno del farisaísm o. p ág. Viene esto a cuento de que el farisaísmo. V é a se e l Apéndice IV de este m ism o texto. al Colón del p rim e r viaje. Pero.3 no falta fundam ento p a ra ello: en la conquista y la colonización españolas hubo sin duda toda su erte de m atanzas. V é a se e l Apéndice I d e este m ism o texto. p o r una especie de inercia ce­ rebral. antes que nada. 792 apoyándose en otros denuestos evangélicos. La diferencia no dim anó de un m ayor o m enor grado de hu m an id ad o de capacidad de com prensión y de respeto hacia la extrañeza ét­ nica y cu ltu ral de las gentes descubiertas. no hubo nu n ca un genocidio propiam ente di­ cho.4 tam poco com por­ ta m ucha m ejoría. 782. V é ase « R e s titu c ió n del fa ris e o » . la conocida actitud m oral de construir la propia bondad con la m aldad ajena. entendido com o nom bre co­ m ún de una d eterm inada inclinación m oral hum ana general. desde el p rim e r instante en la isla que bautizaron com o La E spañola fue la señal que m arcó decisivam ente p ara en adelante al Im ­ perio C arolino —tam bién llam ado «Im perio E spa­ ñol»— com o un im perio fundam entalm ente minero. Ateniéndome. p á g s. ya que éste no dio con lo que fue a b u s c a r y se topó con lo que no buscaba. la que motiva la acepción com ún que me interesa a p a r­ tir de la p a rá b o la evangélica del fariseo y el publicano. el farisaísm o p ropia­ m ente dicho venía a resultarm e. 3. v o lu m en I. Sepa­ rem os. a ten o r de la cual. Señor. de m anera precisa y específica. porque no soy com o ese publicano». a p a rtir de ahí. pues. p o r cuanto yo pueda saber. V é a se ibídem. El genocidio propiam ente dicho ni e n tró nunca en sus m iras ni en sus hechos ni podría h ab er cuadrado con sus intereses. el desiderá­ tum perm anente de los poderes m etropolitanos. ya. que la ad m in istració n política m etropolita­ na. aparece totalm ente distinto. hicieron fra c a sa r e stre ­ pitosam ente en los tre s siglos de dom inación. y diligencia cessaría el be­ neficio. no se pue­ da sacar de cada Pueblo más q[ue] la séptim a parte de los vezinos. pero siem pre dejan­ do bien h eredada en u ltra m a r su descendencia). m ediante con trato con el soberano. la de un em presario individual que.condicionando a tenor de ese sentido. en Ultram ar. en e n c o n tra r el eq uilibrio ju sto en tre el m áxi­ mo grado de explotación de los indígenas y el grado mínim o de dism inución del censo dem ográfico de las poblaciones explotadas. se convier­ te en concesionario de una d eterm in ad a zona «des­ c u b ie rta o p o r descobrir» y en general m ás o m enos vagam ente delim itad a ya sea p o r una franja de cos­ ta definida de m odo negativo po r su dos extrem os. ésta tuvo p o r m ira y por preocupación capital en todo tiem po la de velar p o r la reproducción dem o­ g ráfica de las poblaciones explotadas. o sea el de las com pañías com erciales. La fó rm u la española de colonización. Así. Pero m ás peculiar y sobre todo m ás relevante p ara lo que aquí 795 . consi­ derando. y labor de las m inas: y si todavía pareciere necessario aum entar este núm ero a cada vezindad. inform ándonos el Vi­ rrey con expressión de las causas. en fin. la casi siem pre catastró fica incom petencia y confusión política y social de las ad­ m inistraciones sucesivas. de m anera precisa y dem ostrable ley en mano. Tal relación entre la preocupación p o r la conservación del indio y el interés concreto vinculado a la necesi­ dad de su reproducción puede en co n trarse en infi­ nidad de escrito s y de leyes. que no se deve atender tanto a la más. au nque con la clam orosa falta de éxito p o r todos conocida. y a u n en este caso se vio pronto su stitu id a po r uno de los m odelos clá­ sicos tanto b ritán ico com o holandés. q[ue] huviere en aquel tie[m]po. que fundó Jam estow n. sin cuyo trabajo. o m e­ nos saca de plata. esto es. com ­ prendido y com partido en m ayor o m enor m edida por los sectores m ás conscientes del criollaje tanto de nacim iento com o de elección (incluido el propio Cortés. un único ejem plo im portante en la colonización anglosajona: la fundación de Virgi­ nia po r W alter R aleigh en 1584. aunque. dejando a p a rte ah o ra las te rrib le s m atanzas de la conquista y las vesanias del expolio. a despecho de su m arquesado. aca­ base m uriendo en la m etrópoli. que le obligaren [acentuación actu alizad a p o r mí]». ya en ocasiones po r puntos card in ales definidos en grados o m ás com únm ente en leguas p o r un solo ex­ trem o (como la que dio lugar a la querella entre Cor­ tés y Francisco de Garay sobre el río Panuco o la que fue pretexto de la san g rien ta g u e rra en tre A lm agras y Pizarras a propósito de El Cuzco). propósito que ya sea el in­ contenible em puje m axim izador co n n atu ral a cu al­ q u ier form a de fu ro r del lucro individual. que fracasaron en su em peño aun más. 794 suspéndase el efecto desta ley. com o la conservación de los indios. pero baste p o r m uestra la ley 21 del título XII del libro VI de la Recopilación de 1680 (Tomo segundo de la edición de Ju lián de Pa­ redes. de hecho. la relación de los españoles con los indios. M adrid. movidos por im pul­ sos religiosos. folio 244 recto y verso): «Por la mita. por cuan­ to yo pu ed a saber. y oro. El cariz inicial de la colonización anglosajona. si cabe. consistió. y de una vez por todas. D ejando a p a rte a los «protectores de los indios». y repartim iento ordinario en el Perú. 1681. ya sea el im previsible y aso lad o r azote de las recu rren tes epidem ias. ofrece. puesto que en 1607 la con­ cesión de Raleigh había sido a b so rb id a p o r la Com­ pañía de Virginia. tan ­ to po r lo que ya de p a rtid a iban bu scan d o los colo­ nos com o por lo que hallaron. una autosuficiencia económ ica total con prohibición 797 . unos fan tasm as inoportunos y obstinados que era preciso ahuyentar. De esta m anera. en cambio. reforzadas en estos em igrantes p o r una su erte de identificación con el pueblo del Éxodo mosaico. a levantar sus c asas y su iglesia y a vivir a solas.me im porta es el otro m odelo de establecim iento co­ lonial anglosajón: el de una secta religiosa m in o ri­ taria perseguida o m al vista en la m etrópoli. una gente perfectam ente innecesa­ ria. Las exigen­ cias im puestas a los colonos po r 1a C om pañía prefi­ guraron la religiosidad patriarcal y en ciertos trances casi neo-m osaica de los futuros boers: una m oralidad intachable en el sentido de la iglesia reform ada. de entre los huidos a H olanda en 1608. o. a la autosuficiencia. Más de 20 000 co­ rreligionarios fueron a reunirse con ellos hacia 1633. y. m ás típicam ente franceses (Quebec fue fundada en 1608) que ingleses u holandeses. salvo com o expertos guías individuales de tram p ero s ca­ zadores de pieles. fue poco du­ radero en Am érica. predisponien­ do adem ás a los colonos. y. Pues bien. M ientras al colono español jam ás se le pasó po r las m ientes ir a la b ra r la tie rra con sus m anos. los indios del N orte eran ya por lo pronto. la C om pañía Ho­ landesa de las Indias O rientales fundó. salvo po r la G uayana y Curasao. en sus poblam ientos. en una com unidad hom ogénea y casi teo­ crática. en 1652 y bajo el nom bre de Nueva Am sterdam . expulsar y dis­ persar. com o de­ pendencia no ya de la m etrópoli. uni­ das. sin m uestras ap a­ rentes de m etales preciosos —que de todos m odos aquellos piadosos pilgrim s se h ab ría n resistido a beneficiar— hicieron que tales establecim ientos pu­ sieran inicialm ente la colonización anglosajona bajo un signo predom inantem ente agrícola. la C iudad del Cabo. a la gran diferencia de las trib u s indígenas con las que se toparon. el rasgo de com pañía de navegación com ercial con el de asen­ tam iento de com unidad religiosa de inspiración vetero testam en taria. en el peor. a las condiciones de la tierra. patrono de m ineros que lavasen la aren a de los ríos o bajasen al infierno de las m inas p a ra poner en sus m anos el oro o la p lata así obtenidos. que. al m enos en un punto p a rticu la rm e n te sensible. regresaron en 1620 a S outham pton sólo p ara e m b a rca r en el M ayflow er con rum bo a Jam estow n. y así quedó form ado el núcleo dem ográficam ente suficiente de Nueva Inglaterra. cuyo paradigm a o arquetipo es el de los 102 puritanos que. su idiosincrasia religiosa debió de hacerles a trib u ir esta deriva de unos 5 grados de latitu d norte a los desig­ nios de la Providencia. las in­ clinaciones vetero testam en tarias del puritanism o. la que sólo 15 días m ás tarde. en el m e­ jo r de los casos. Si las c o rrie n ­ tes m arinas y los im ponderables de la navegación les hicieron s u rtir en realidad b a sta n te m ás al norte. con respecto a los tai­ nos de La E spañola y no digam os con respecto a las gentes del Im perio Azteca o del Im perio Inca. En cu an to al m odelo de colonización holandés. los pu­ ritanos iban dispuestos a la b ra r la tierra con sus pro­ pias m anos. sino de su propia central de B atavia. por una parte. O tra colonización religiosa —h a rto efím era por lo que yo haya podido averiguar— fue la de un g rupo de hugonotes franceses en la co sta de Florida unos 30 años antes del E dicto de Nantes. p o r otra. pues el caso es que allí donde arrib aro n allí m ism o se quedaron. fue un m odelo que llegó a m ezclar. ya 796 desde el m ism o instante de z a rp a r de Europa. por cuanto m ás in­ dóm itas y m ás «prim itivas». Aquel m ism o año de 1652 de la prim era fundación de Nueva York. de m odo aun m ás volunta­ rio que obligado. habiendo caído en po­ d er de los ingleses. pues tra s h aberse establecido en 1616 poco p o r bajo de donde cuatro años después a rrib a ría el M ayflower a p en as tuvo tiem po de fun­ dar. sino se r señor de labradores indios que arasen para él. sería rebautizada com o Nueva York. aun mejor. y la 798 o tra con el significativo nom bre de Goshen (es el nom bre de la región de la p en ín su la del Sinaí. En 1881. p o r lo que algunos grupos de boers descontentos em prenden un nuevo éxodo y fun­ dan otras dos repúblicas: «Stellalandia» la una. artesan as o de profesiones liberales y con u n a m edia de nivel cu ltu ral siem pre m uy su p e rio r a la de todo su entorno. así pues. o «de Tolerancia». com o en el caso de los pilgrim s del May­ flower. tras la d erro ta de los b ritánico s por los boers de la reciente R epública de Transvaal. ya som etidos des­ de 1806 a la dom inación británica. a p a rtir de una tradición autóctonam ente con­ servada. nada hay m ás ajeno a la benigna y pacífica religiosidad ju d ía de la sin a­ goga europea m edieval y m oderna —surgida del triunfo exclusivo de la secta de los F ariseos— que el yaveísmo o el éxodo m osaico y la belicosa invasión de Canaán. en la que el Faraón perm itió es­ tablecerse con toda su fam ilia y sus haciendas a Jacob-Israel. Una ya un tanto ran cia superproducción n o rteam erican a en tecnicolor sobre el éxodo m osai­ co se recreaba p recisam ente en todos los detalles capaces de establecer. a los boyeros holandeses llevados por la C om pañía H olandesa de las Indias O rientales a la Ciudad del Cabo —y. pero reservándose el control de la política exterior. presi­ dida por Paul K rüger. con sus c a rre ta s y sus ganados del te rrito rio colonial. un año después de que los boers. el padre de José. M oisés M ontefiore propone la creación de un E stado p ara los judíos. la Corona acepta la indepen­ dencia del Transvaal. Y perm ítasem e aquí in te rc a la r la observación de que tanto los rasgos de m inoría religiosa blanca segregada en la m etrópoli com unes a los pilgrim s p u ritan o s del Mayflower. sino una artificiosa reinvención secundaria rebotada del veterotestam entarism o rehabilitado ad hoc p o r c ie rta s sectas c ristia n a s reform adas. 550 de ellos decidieron em barcarse en los galeones de la Com pa­ ñía y fueron am orosam ente recibidos y acogidos en la com unidad de los que ya em pezaban a llam arse boers. «boyeros». Por o tra parte.de relaciones tanto con los no holandeses com o con los indígenas y. sin rep arar dem asiado —siem ­ pre que fuese «por exigencias del guión»— en algún 799 . en núm ero de 2000 fam ilias. com o d eterm in ad as coincidencias en el tiem po con la u lte rio r histo ria de los boers. con su libro A utoem ancipación —en el que se propone com o solución del antisem itism o el asen­ tam iento de los ju d ío s en P alestina— da im pulsos al com ienzo de la p rim e ra Aliá (inm igración de judíos en T ierra Santa). Cuando en 1685 la revocación del Edicto de Nantes. erigido en p atriarca. En 1838. po r el rey Luis XIV provocó la d esbandada de los hugonotes sobre todo hacia H olanda y Alemania. la lectu ra de la Biblia en fam ilia. descontentos con c iertas exigencias de la adm inistración. y en 1882 León Pinsker. finalm ente. es­ pecialm ente inglesas y holandesas. que la dedica­ ción a la a g ric u ltu ra o la ganadería. sugieren una p a rti­ cu lar interpretación del sionism o y especialm ente de su co rrien te extrem ista «Eretz Yishraél». que sólo al padre. lin­ dera con Egipto. sino el últim o caso de arreglo m e­ diante em igración y establecim iento colonial de una com unidad blanca m in o rita ria d iscrim in ad a y p er­ seguida. ni n ad a m ás extraño a la sociedad u rb a ­ na y burguesa de las ju d e ría s de la d iásp o ra y a sus ocupaciones m ercantiles. el «Gran Trek» (id est «gran éxodo»). com petía com entar. saliéndose. su gran m inistro e in­ tendente del Alto y Bajo Im perio). Surge así la fortísim a sospecha de que el sionism o no es algo re­ florecido en el seno de las propias com unidades judías. sólo com o criad o res de reses d estin ad as al aprovi­ sionam iento de los navios que hacían la c a rre ra de la especiería— y a los hugonotes que se les unieron. «Eretz Yishraél» no sería. en un principio. em prenden. com o com unidades religiosas m inoritarias perseguidas. una explícita identificación del pueblo de Israel e sta vez no con los pilgrim s del Mayflower. de idílicas com edias pastoriles. M adagascar y el Canadá. la tradición mo­ saica de una ya artificio sa rehabilitación cristian a. según las p alab ras de u n a viajero del siglo xvm .5 De hecho. las discusiones sobre un arreglo m ediante asentam iento colonial p a ra la com unidad ju d ía lle­ garon a enfocar las cosas. 800 lo tiene bien gu ard ad o en sí m ism o y en la que se le antoja d e c ir que es su tierra! A ten o r de lo cual. sus vigorosas m ujeres de pañoleta a ta d a a la b arb illa y de holgadas y largas sayas rem endadas. pues. eran «unos salvajes que han preferido la libertad a la esclavitud y que prefieren llevar una vida m iserable en la espe­ su ra de los bosques y en lo m ás inalcanzable de las m ontañas antes que dejarse su b y u g ar p o r ex tran je­ ros dispuestos a no p e rd o n a r sus fechorías»— ofre­ ció a los boers la circu n stan cia m ás idónea p ara hacer de los bosquim anos tal vez el p rim e r caso co­ lonial de un genocidio propiam ente dicho. al que m ás y al que menos. a ú n seguim os an d an d o p o r el m undo com o el que no ha perdido nada. puro y duro poder territo ria l. por lo m enos Uganda. La cace­ ría fue tan tenaz y sistem ática que se calcula que 801 .que otro anacronism o. se vieron ap re­ m iados a im p o rta r esclavos negros. al m enos al principio. v o lu m en I. se b arajaron. Volviendo ah o ra a los boers. su p u esto que. porque. de un neoveterotestam entarism o rem asticado ad hoc por dichas sectas cristianas pro­ testantes. algo aun m ás gra­ tuito y fan tasm al de cuanto p o d ría llegar a serlo un pretendido «retorno» de los sefardís a Sefarad. que yo sepa. p ág. 1895). y h a sta un Charlton H eston que e n carn an d o a toda b a rb a al m ism ísim o M oisés daba con estas p alab ras la sali­ da: «¡Partam os hacia la tie rra de la Libertad!». dedicada al tráfico negrero tra n sa tlán tico desde el África occidental. de este modo. a despecho de sus pretensiones de autosuficiencia. sus niños con gatitos en los brazos. para él. urd id a sobre el precedente de la de las ya referidas m inorías cristia n as reform adas y sugestivam ente m aquillado con los alegóricos colores. el éxodo sionista se ría una expatriación colonizadora. conservada— p o r cinco continentes no pueden se r realm ente m ás que un caso m uy grave de histrionism o historicista! ¡Ha­ biéndosenos perdido. los hotentotes les eran utilizables solam ente com o ayu­ dantes en el pastoreo. de los aborígenes no negros que encontraron en África del sur. com o es propio de todo colonialis­ mo blanco! Pero yo digo: entonces. Si ya respecto de los otros p ueblos los boers tenían po r tentaciones del Dem onio las ideas de tolerancia re­ ligiosa y de igualdad racial. de agropecuarias ficciones patriarcales! ¡Poder tan sólo. Al retom ar. V é a se « S h a ro n -Jo s u é » . 3 7 7 . con sus c a rre ta s de tol­ do redondo. com o te rrito rio s idóneos p a ra ello. desde el punto de vista de móvil ideológico. com o el que todo 5. ¡Nada. y los bosquim anos se dem os­ traro n absolutam ente hostiles e indom esticables. pronto. Para el propio Herzl estaba claro el papel del judío como el del blan­ co que p o r su su p e rio r civilización está capacitado para colonizar y dom inar: «Para E uropa co n stitu i­ ríam os allí un trozo de m u ralla contra Asia. ¿por qué preci­ sam ente Canaán? ¡2000 años de consanguinidad d e sp arram a d a —y sin em bargo. com o si se tra tase de cu a lq u ier o tra m inoría social blanca segregada. Eretz Y ishrael se ría com o repatriación. m im ètica­ m ente asim ilados. incluso des­ pués de hab erse propuesto Palestina. casi todo o aun todo —y a veces h asta la so m b ra— en to­ das partes. ya sea traídos por su propia Com pañía. la total extrañeza e inac­ cesibilidad de los bosquim anos —que. sino con sus feroces sucesores los pyoneers del Destino M anifiesto. ya p o r la o tra com pañía ho­ landesa. se ría ­ mos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie» (Der Judenstaat. en llam arm e " p ro fe so r”—■. po r España. para que las tropas de uno u otro país pu­ diesen p a sa r las fro n teras del opuesto en los casos en que el respeto de las leyes fronterizas com portase tener que fru s tra r cualquier persecución de aquellos indios iniciada en te rrito rio propio». Para el texto. el gobierno de Chi­ h u ahua lanzó contra ellos cazadores de recom pen­ sas. Pero es pintoresco cóm o algunas re­ públicas criollas de h ab la castellana. mayo-octubre de 1991 . febrero-junio de 1988. y en N orteam érica especialm ente contra los apaches y com anches. acab ad a la en­ 802 trevista. Luego. m e replicó con la m ás cordial desenvoltura: «¡Si ya lo sé. En cuanto a América. ofreciendo prim ero h a sta 250 pesos po r cada cabellera de indio presentada. y que en 1882 los gobiernos de E stados Unidos y de Méjico hicieron un convenio recíproco de lo que suele llam arse "derecho de p er­ secución”. pero por eso m ism o tal vez m ás eficaz. y dirigiéndonos ya hacia la furgoneta del equipo. Madrid. com parten la d o ctrin a oficial española según la cual los genocidas fueron tan sólo los anglosajones. a p e sar de m is protestas. cuando.entre 1785 y 1795 fueron m uertos unos 10 000 indi­ viduos. o po r lo m e­ nos la de Méjico. Y a e ste repecto p erm ítasem e con­ ta r cómo. Madrid. contra las trib u s fronterizas probablem ente tupi-guaranís que se resistieron a la dom esticación. le dije: «Pero mire. que lo que he dicho so­ bre los apaches y com anches no es ninguna inven­ ción». ¡Pero eso no se lo podía yo d e ja r p a s a r así ante m is oyentes!». al s a lir ocasionalm ente la cuestión del «ge­ nocidio» de los indios po r los norteam ericanos y tras haberle replicado po r mi parte: «Pero no olvide usted que en 1868. y m ás tarde sólo 150 tal vez p o r la proliferación de cazadores o po r la ab u n d an cia de la caza. profesooor! —se em peñaba. cu ando m uchos apaches y com anches perseguidos p o r la expedición m ilita r de S heridan em pezaron a p asarse a Méjico. en cierta ocasión. habiéndom e pedido una entrevista un co rresp o n sal de la televisión estatal m ejicana que an d ab a viajando. para las notas y los apéndices. p arece ser que las acciones de exterm inio étnico deliberado se produjeron tan sólo m ucho después de las independencias. el co rresp o n ­ sal me req u irió el m icrófono y a rrim án d o lo a su boca im provisó velozmente una refutación un tan to em borronada y cantinflesca. y a b ría am bas m anos hacia afu era sonriéndom e com o totalm ente seguro de mi com prensión. con su equipo. En U ru­ guay. A.. Ripollet del Vallès (Barcelona) en el mes de mayo de 1992 .Este libro se acabó de im prim ir Limpergraf. S. . . . Ensayos y artículos II FERLOSIO SANCHEZ RAFAEL Ensayos / Destino R afael Sánchez Ferlosio V olum en II .. au n d e n tro de la p ro p ia selección se h a lla rá n sentires e n ­ c o n tra d o s o al m enos divergentes. ni con m odestia ni sin ella. ________________ . M á s to d a v ía .Ensavos v artículos II Rafael Sánchez Ferlosio Ensayos / Destino . de a h í q ue la “ t e m á tic a ” sea m u ­ ch o m enos extensa q ue intensa. esti­ m a su a p a rició n justificada y co nve­ niente su lectura.ROBERTOKLES ROSANAE FECIT Ensayos y artículos FERLOSIO Volumen II RAFAEL SANCHEZ «El criterio de esta selección n o ha sido el del a c u e rd o actual p o r p a rte del a u ­ to r con ca d a u n a de sus páginas. c o m o indicio de que. En c u a n to al juicio de valor. Y no se tra ta de q ue sobre cu a lq uiera de ellas ten d ría siem pre aun o tr a p a la b ra que decir. el a u to r n o p uede perm itirse m ás q u e rem itirlo al h echo m ism o de h a b e r d a d o a la im ­ p re n ta esta recolección. inéditos a lg u n o s y o tro s pub licad o s ya en libros o revistas. sino de q u e tex to s cuyas co n c lu ­ siones p o d ría h o y discutir y hasta alte­ ra r h a n sido con se rv ad o s p o r creer que ello n o q u ita la utilidad de la a r g u m e n ­ tación. C u a ­ tro lecturas y c u a tro ideas p ro p ia s están detrá s de casi to d o s los textos recogi­ dos.» El volum en 11 de los Ensayos y artículos de Rafael Sánchez Ferlosio integra los trab a jo s de m a y o r extensión del a u to r.


Comments

Copyright © 2024 UPDOCS Inc.