ZELA_2011
May 4, 2018 | Author: Anonymous |
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1 Zela Adalid de la Libertad Doc. Luis V. Cavagnaro Orellana. 2 3 LA REMOTA Y FUNDAMENTAL HEROICIDAD DE TACNA Debemos al recordado historiador Juan José Vega Bello la lapidaria expresión âTacna fue heroica también con Manco Incaâ. En su historia de la conquista, desde la perspectiva de los derrotados, titulada âLa Guerra de los Wiracochasâ destaca, como un hito fundamental de la rebeldÃa, el espÃritu libertario, la identidad con lo propio y la heroicidad, virtudes propias del pueblo de Tacna a través de su historia. La auroral rebelión de los habitantes primitivos del litoral de Tacna en seguimiento del levantamiento de Manco Inca, primero, atacando al âSantiaguilloâ un navÃo que llevaba vituallas, armas, cabalgaduras y refuerzos a las destartaladas fuerzas que tenÃa Almagro en Chile, posteriormente, bloqueando y âdando guerra a la gente de marâ del âSan Pedroâ, otro barquichuelo que llevaba el mismo destino y que habÃa recalado en Sama para abastecerse. No exageran quienes defienden el mestizaje del poblador de Tacna desde el momento mismo de la conquista hasta el presente. El hecho de iniciar su proceso urbanÃstico, no como una ciudad, ni como una villa, al estilo español, que separaba a los europeos de los indios; sino como una âreducción de indÃgenasâ, lo explica en parte. La Reducción de San Pedro de Tacna, fue incorporando, sangre europea de arrieros y funcionarios y sangre africana de negros libertos. Amalgama que ofreció a la todavÃa naciente idea de Patria remotos precursores como, Ali, Juan Buitrón, Ignacio de Castro, Isidoro Herrera, Juan José Segovia; incluso el prócer Juan Vélez de Córdova que, aunque moqueguano de cuna, vivió su juventud entre Tacna y Sama, donde casó con tacneña y donde tuvo su âfiat luxâ, su despertar justiciero, al presenciar y reaccionar frente a la crueldad y la injusticia ejercida por la autoridad colonial, en Estique que luchaba por el derecho a su agua de regadÃo. Punto culminante de ese historial de heroismo y rebeldÃa son los movimientos de Zela, en 1811, y Paillardelli, en 1813; trascendentales por que fueron sabrosa primicia de libertad, gritos inermes ahogados en sangre, estallido popular que unÃa a todas las razas y rangos sociales. Testimonios no menos valiosos son el sacrificio de José Gómez Valderrama; la declaración lapidaria de Landa y Vizcarra y el apoyo multitudinario brindado a Miller en su paso por Tacna, acto que contribuyó a la victoria de Mirave. Tanta valentÃa y sacrificio le dio a ese pueblo, todavÃa pequeño, el timbre insigne de âHeroica Ciudadâ. Estos fastos serÃan soporte de otros grandes desafÃos como la ocupación de estos territorios por Bolivia entre 1841 y 1842, de la que se liberó por obra de sus valerosos hijos; su liderazgo en todas las campañas por la justicia y la legalidad en el siglo XIX; su sacrificio en los episodios de la guerra con Chile, especialmente en los holocaustos 4 del Campo de la Alianza y Arica; asà como la indoblegable resistencia de AlbarracÃn en territorio ocupado. También lo fue durante el medio siglo de ocupación chilena, especialmente en los años de la chilenización violenta entre 1901 y 1914 y durante el martirologio de la campaña pre-plebiscitaria. En toda esa trayectoria dos son los momentos trascendentales: la guerra con Chile y el medio siglo de martirologio, de una parte, y los movimientos emancipatorios de Zela y Paillardelli, de otra. ANDANZAS DE DON ALBERTO DE ZELA Y NEYRA Hasta que Rómulo Cúneo publicó, en 1921, su âLas Insurrecciones de Tacna por la Independencia del Perúâ, ninguna de las obras escritas sobre Zela y su rebelión; como las de Andrés GarcÃa Camba, Belisario Gómez, Manuel de Mendiburu, BenjamÃn Vicuña Mackenna o AnÃbal Gálvez; habÃan tratado el tema del origen y los antepasados de don Alberto de Zela y Neyra, padre del prócer. Fue Cúneo, con su prolijidad de investigador y las grandes posibilidades que tuvo para viajar y revisar los archivos de América y España; el primero que indagó sobre su cuna y raÃces familiares. Refiere Cúneo que, aunque en la región de Galicia existen más de veinte pueblos denominados âde Celaâ y, más precisamente, en Lugo, de donde proceden los Zela de Tacna, uno, de 300 vecinos, llamado de San Juan de Cela; en ninguno de ellos nació Alberto de Zela y Neyra. Ãste nació en Savarey, un anexo de la parroquia de Lapio, jurisdicción de Aday, en el departamento de Lugo, de Galicia; el 27 de abril de 1734. Fue hijo legÃtimo de Domingo Cela y Rosa Neyra y nieto, por la parte paterna, de Juan Cela e Isabel López, y por el lado materno, de Bernardo Neyra e Isabel Gómez. Contrariamente al hecho que ni los cuatro abuelos ni los padres de Alberto recibiesen tratamiento de âdonâ, reservado, en la PenÃnsula, a varones de alcurnia o rango social, Seiner aporta la información referida a que el linaje de los Zela o Cela venÃa de antiguo, con escudo, seguramente, de los hidalgos de esa familia, que describe el heraldista Atieza. Los Zela del Perú tampoco comenzaron con este gallego nacido en Santa MarÃa Magdalena de Savarey, en 1734. Ya, hacia 1627 figura un don Juan Lorenzo de Zela, vecino de Lima y tronco de otros Zela, no emparentados con el prócer, que figuraron en los siglos XVII y XVIII. En PachÃa, el 24 de enero de 1770, una Paula Zela Oyola, nacida en La Paz, hija legÃtima de Francisco Zela, casó con un Juan Castillo Quiñónez. Gálvez; refuta una información de Juan Salaverry, seguramente, tomada de la tradición familiar, que registraba que don Alberto, âantes de venir al Perú ocupó (un) puesto importante en la casa de la Moneda de Madrid, y que fue por eso, quizás a manera de ascenso, que se le envió al destino de ensayador de la callana del rico mineral de Cayllomaâ; porque, 5 aunque pudo haber aprendido el complicado oficio. La afirmación de Salaverry es improbable, primero, porque ese oficio era vendible sólo por el Virrey del Perú y, segundo, por que don Alberto se estableció en Lima, donde formó una familia numerosa, muchos años antes de ir a Caylloma. Finalmente, y sin menospreciar al mencionado mineral en las serranÃas de Arequipa, el hecho de haber ofrecido desde Madrid, un traslado a ese difÃcil lugar, no parece corresponder a un âascensoâ. Se desconoce el origen de la afirmación de Cúneo, respecto a que don Alberto llegó al Perú en 1759, un año antes de contraer matrimonio, que según Seiner, fue en 1760 y que Gálvez calcula entre 1760 y 1766, fechas de su llegada al Perú y del nacimiento de su primogénito, respectivamente. Mientras Gálvez opina que el desposorio ocurrió en Lima, mientras Cúneo y Seiner coinciden que el enlace fue en el Callao. Cúneo buscó inútilmente el expediente matrimonial en el Archivo Arzobispal de Lima, suponiendo se hubiese celebrado en la iglesia de los jesuitas de Bellavista, la cual hizo las veces de parroquia del Callao desde el terremoto de 1746, hasta 1765. La dama escogida para compañera de su vida fue doña MarÃa Mercedes Arizaga y Hurtado de Mendoza que, según Cúneo era una âseñora de ilustre cuna, y vinculada por el parentesco de sangre con nobles y antiguas familias del Callaoâ. El tiempo que vivió en Lima trabajó en la agrÃcultura, primero, como administrador de la hacienda Calera, propiedad de los Jesuitas, hasta 1767, año de su expulsión, entonces Zela y Neyra, pasó a la hacienda Limatambo, donde trabajó entre 1767 y 1769. EL ÃRBOL DE LA VIDA Los Zela y Arizaga procrearon a MarÃa Tadea y Bartolomé José, nacidos en Calera de los Jesuitas el 28 de octubre de 1763 y el 24 de agosto de 1765, respectivamente. Feliciano Antonio, nació en Lima el 9 de julio de 1767. Francisco Solano, que pasarÃa a la posteridad como Francisco Antonio, vio la luz en Lima el 24 de julio de 1768 y se bautizó en la parroquia de Santa Ana el 12 de diciembre de ese año. Finalmente Juan Miguel y Domingo Antonio que nacieron en Lima el 9 de febrero de 1770 y el 13 de junio de 1773, respectivamente. La partida de bautismo, que descubrió, Cúneo dice âFrancisco Solano. En la Ciudad de los Reyes del Perú, el 12 de diciembre de 1768, yo, el Teniente Cura de esta parroquia de Santa Ana exorcisé, puse óleo y crisma a Francisco Solano, a quien bautizó el muy reverendo P. M. Fr. Gregorio de la Peña, del orden seráfico, el dÃa 24 de julio, en que nacióâ. âEs hijo legÃtimo de don Alberto de Zela y Neyra, natural del Obispado de Lugo, en el reino de Galicia y de doña MarÃa Mercedes de Arizaga y Hurtadoâ. âFue su padrino don Diego Luis de la Vega, y testigos Lucas Arévalo y Manuel Recaldeâ. 6 DON ALBERTO DE ZELA: EN LOS CORREOS DE LA PAZ Existe a esta altura de la vida de don Alberto de Zela un inquietante vacÃo cronológico entre 1770 y 1773. Paréntesis que, en parte, podrÃa ser cubierto por las informaciones que se consignan, todavÃa condicionalmente, hasta la verificación de firma y rúbrica de éste en los archivos de La Paz, respecto a que un Alberto de Zela y Neyra habÃa servido a la corona hasta 1773, como Administrador de Correos en la ciudad altoperuana de La Paz. Refiere una ordenanza que la administración del âCorreo de La Paz estaba servida por âdon Alberto de Zela y Neyra, con un sueldo anual de 700 pesos y el costo de la casa donde funcionaba dicha oficinaâ. Zela y Neyra ocupó ese cargo hasta el 6 de agosto de 1773 en que el Administrador General de Correos del Perú, don José Antonio Pando nombró en su reemplazo a don Francisco de Enales y Mollinedo. Ãste habÃa trabajado, desde 1769, como subalterno de los correos de Tacna, hasta que, en abril de 1771, por fallecimiento del Administrador titular, don Ramón López de la Huerta, ocupó la vacante. El 7 de julio de 1772 el corregidor de Arica, don Demetrio Egan, lo nombró corregidor del nuevo corregimiento de Tarapacá. De allà pasó a La Paz. Es difÃcil una homonimia de nombre y dos apellidos que no eran compuestos. También de porque el tiempo en el que no existen menciones de don Alberto en Lima, coincide con los años en que trabajó en La Paz. Don Alberto sabrÃa, por boca de Enales y Mollinedo, de la existencia de este pueblo singular y acogedor. Zela y Neyra pudo haber visitado Tacna, antes de su definitivo establecimiento, cuando para trasladarse a La Paz, pudo haber usado el camino de Tacna. CONSAGRACIÃN A LA METALURGIA: DE CAYLLOMA A TACNA Cúneo asegura que Zela y Neyra compró el cargo de Fundidor y Balanzario de Caylloma en 1773, mientras Seiner lo fija en 1771 y Gálvez, al parecer, con el propósito de acortar los años âdesconocidosâ, lo retrotrae a antes de 1770, año que supone erróneamente se trasladó al pueblo de Caylloma. Gálvez supuso, erróneamente, que fue la posición social y económica de su esposa lo que âle proporcionó los medios de obtener el citado cargo, comprándolo a su anterior poseedor o a sus herederos, a fin de dedicar su actividad a esa ocupación para la que tenÃa los conocimientos necesarios, y para ejercerloâ. Entonces no se conocÃa el testamento de don Alberto, donde menciona que él habÃa âintroducido en la sociedad marital la cantidad de cuatro mil pesos, no habiendo aportado su esposa sino su decencia mujerilâ. 7 Según Cúneo, el âgallegoâ adquirió el cargo en el asiento mineral de Cayllomaâ empleando el fruto de sus economÃas. Tal función consistÃa en pesar los metales recibidos y depositarlos en el reverbero para que, al fundirlos, alcanzasen la ley esperada, de pesarlos nuevamente y sellar los lingotes y registrarlos contablemente. Seiner Lizárraga aporta un importante dato, hasta ahora desconocido, respecto a que don Alberto de Zela, antes âde partir a hacerse cargo de su puesto dejó un testamento ante el notario Francisco Luque, de Limaâ. Zela permaneció en Caylloma, al parecer, por cinco años, soportando la decadencia del mineral, âla destemplanza del clima y la escasez de los artÃculos de subsistenciaâ hasta que se enteró de las gestiones que se hacÃan en Tacna para el establecimiento de una fundición o callana. Por ello, un año antes de su creación oficial, por decreto del virrey Guirior de 12 de abril de 1779; don Alberto de Zela y Neyra, consiguió autorización del Tribunal Mayor de MinerÃa, para traspasar a un tercero el dicho empleo de Ensayador de las minas de Caylloma y, con lo obtenido, compró en la cantidad de cuatro mil pesos, el empleo de igual clase anexo a la Callana de Tacna que pasó a desempeñar en 1779. Fue en tales circunstancias que llegó a Tacna el andariego gallego don Alberto de Zela y poco después su Ãnclito hijo el prócer Francisco Antonio de Zela. LA LLEGADA A TACNA DEL JOVEN ZELA Es imposible, como lo registran Lavalle, Montani y Vicuña Mackenna; que Francisco Antonio, como firmaba, o Francisco Solano, como reza su partida de bautismo, saliese de Lima, acompañando a su padre, rumbo a Caylloma. De ello no existe información fidedigna. Gálvez, al referirse a los biógrafos de Zela, dice los que éstos afirman que don Alberto llevó a su hijo âFrancisco Antonio al mineral de Cayllomaâ, han incurrido en un error histórico. El clima de Caylloma era cruento y riesgoso para un niño de cuatro años, como el aislamiento, la altitud, el tortuoso camino y el frÃo intenso. Tampoco es posible, que lo hiciese en 1779, cuando Alberto tuvo que trasladarse a Tacna para cumplir la función en las Reales Cajas recién creadas, porque Francisco Antonio, sólo tenÃa 11 años de edad. Gálvez sugiere, que sólo cuando Francisco Antonio terminó en Lima su educación pudo partir âa acompañar a su padreâ, dando pié a Seiner para deducir que esto pudo ocurrir âhacia 1786 cuando tenÃa 18 años y se encontraba dispuesto a emprender, solo, el largo y penoso viaje de Lima a Tacnaâ. ¿Cuál era el propósito del viaje? Gálvez y Seiner afirman que, además de atender la necesidad de compañÃa de don Alberto, Francisco Antonio, se trasladó a Tacna con el propósito de âaprender, bajo su enseñanza, la profesión de fundidor y ensayadorâ. 8 Como los cargos, âcomprados a la coronaâ, como el de balanzario, eran hereditarios, cree Seiner que al morir prematuramente Bartolomé José, el segundo de los hijos, correspondÃa a Feliciano, el tercero, el derecho de suceder a su padre en tal cargo, pero que algún impedimento debió anular su derecho ya que Francisco, el hermano que seguÃa, ocupó el puesto. Aunque, no se conoce con exactitud la fecha de arribo de Francisco Antonio a Tacna, se sabe, con certeza, que fue antes de 1788. Por la corta edad de Francisco era lógico que viajase con su padre. Como don Alberto estuvo de viaje, seguramente en Lima en, por lo menos, dos oportunidades: en el verano de 1781 y, a fines de 1784; es probable, entonces, que el Prócer llegase a Tacna entre 1784 y 1788. FRANCISCO ANTONIO: AMANUENSE DE LAS CAJAS REALES Seiner, analizado el tiempo libre que tuvo el joven Zela después de ayudar a su padre en las labores de su función, colige que pudo haber tenido otra ocupación, un trabajo a tiempo completo y remunerado, en un oficio que no exigiese preparación âespecializada como la de un contador o tesoreroâ. Sugiere que Francisco Antonio pudo desempeñar labores como Guardia Subalterno de las Reales Cajas o encargado del resguardo del Real Estanco de Tabacosâ. Era acertada la deducción de Seiner. En una declaración, hasta ahora desconocida, hecha por doña Mercedes, madre de Zela, en 1792, cuando éste luchaba por heredar el cargo dejado por su padre; recordaban los servicios que el joven Zela âtenÃa hechos en distintas oficinas de Real Haciendaâ. Otro documento ubicado recientemente demuestra que Francisco Antonio trabajó, efectivamente, como uno de los amanuenses en las Cajas Reales de Tacna. TenÃa por entonces poco menos de veinte años de edad. No se puede precisar la fecha de su ingreso al puesto de âplumarioâ, pero si la del momento en que dejó de serlo. Por orden, de 12 de junio de 1788, expedida en Arequipa, por el Intendente Ãlvarez, se establecÃa que, por âcuanto se halla vacante una de las plazas de amanuense de la Real Caja de Arica por renuncia que de ella hizo don Francisco de Zelaâ, quedaba en su reemplazo don Francisco Salguero. Revisados los libros, de gran formato, propios de las Cajas Reales, correspondientes a los años y meses previos a la señalada data, con el propósito de identificar la caligrafÃa del prócer y aproximar la fecha de su incorporación a la referida función, se puede deducir que Zela pudo haber asumido tal función hacia fines de 1786 y que, consecuentemente, su arribo debió ocurrir algunas semanas o meses antes. ¿Por qué el joven Zela cesó en su trabajo de amanuense? Parece que se trató de una renuncia más que de una destitución. Alcanzada la mayorÃa de edad tendrÃa la intención de viajar a Lima para lograr una calificación profesional, de carácter oficial, en el dominio de la metalurgia que era la función pública en la que deberÃa heredar al padre. 9 Z el a in gr es ó a la s C aj as R ea le s d e T ac n a tr ab aj an do co m o am an ue ns e. 10 Gálvez afirma que Francisco Antonio viajó, en aquella oportunidad, para hacer âestudios especiales en la Casa de la Moneda de Lima, y que en ella contrajo méritos para ingresar en el real servicio. Se desconoce cuanto tiempo permaneció en la capital. Debieron ser, ni más ni menos, los años que precisaba una capacitación más que artesanal, de dos o tres años, durante los cuales, con âhabilidad, constante aplicación y amor al manejo del noble arte de ensayar plata y oro y beneficiar de toda especie de minerales y metales, de cuya aptitud dio pruebas suficientes de lo logrado durante ese tiempo en el examen del laboratorio quÃmico metalúrgicoâ que debió rendir. Terminados satisfactoriamente sus estudios pero sin haber recibido todavÃa el certificado o tÃtulo que lo acreditaba como balanzario; Zela debió emprender el viaje de retorno, por tierra, con dirección a Tacna, previo paso por Arequipa. El tÃtulo de âensayador interinoâ, sólo fue expedido por el Virrey Taboada y Lemus, en Lima, el 25 de octubre de 1792. ZELA EN 1793 ¿ENAMORADO OBSESIVO, LIMEÃO ARROGANTE O LIBERTADOR EN CIERNES? Las personalidades se burilan con el tiempo, con los hechos vividos. Francisco Antonio de Zela y Arizaga, un criollo limeño avecinado en Tacna, fue haciéndose patriota y prócer con los hechos, con las circunstancias, que le tocó vivir. ¿Zela tuvo como un rasgo de su personalidad la rebeldÃa? ¿Fue impulsivo, apasionado o vehemente? Efectivamente, existen hechos que retratan su proceder juvenil. Se trata de una querella entre Francisco Antonio de Zela y el Alcalde Ordinario de Tacna don Pedro Pablo Gil de Herrera que, según fuentes consultadas por Seiner, no ocurrió âen 1793 sino en 1791â. Efectivamente Eguiguren, ubicó en el âLibro del acuerdo y Ordenanzas de la Real Sala del Crimen de la Audiencia de Limaâ, que comienza el 1º de enero de 1791, un asiento, del 6 de agosto, donde se registra que, en dicho dÃa, hubo acuerdo ordinario, y se despachó la causa remitida por el Alcalde Ordinario de Tacna contra Francisco Antonio de Zela sobre desacatos a la Real Justiciaâ. Expresa Eguiguren, que âya en 1791, el prócer Zela demostraba su inquietud y su carácterâ destacando el referido hecho como precursor de las convicciones libertarias de Zela âdiez y nueve años antes del grito fervoroso que, por la independencia del Perú, dio Tacnaâ en 1811. Nada más se conoce, al respecto, de este primer proceso judicial. Más certero y minucioso es lo que se supone fue un segundo incidente, que, según Gálvez y Seiner, corresponde sólo a lo que se registró como primero. Resulta que, previo al primer viaje que debÃa hacer Francisco Antonio a Lima, y a antes de la muerte de su padre, ocurrió un incidente en el que Zela fue principal protagonista. 11 A pe sa rd e la pr oh ib ic ió n, Ze la re co rr Ãa la sc al le s de sa fi an do la au to rid ad de la lc al de G il de H er re ra . 12 En 1905, AnÃbal Gálvez, en una tradición titulada âUna Partida Interesante: Crónica tacneña 1793â, interpretó un comentado hecho ocurrido en Tacna desde el 7 de marzo del año 1793, como puntualiza el tradicionalista, tratando un juicio que siguió en Tacna, su Alcalde Ordinario, don Pedro Pablo Gil de Herrera, contra don Francisco Antonio de Zela, ensayador, fundidor y balanzario de sus Reales Cajas. El émulo de Palma le atribuyó un móvil romántico. Exponiendo con el clásico estilo de las âTradiciones Peruanasâ, narra que decÃan âlas malas lenguas y yo lo repito, sin garantizarlo, que entre el Alcalde y el Balanzario habÃa unas faldas, llevadas por una hermosa hija de San Marcos de Arica, la que halagaba con sus miradas al de Zela y enloquecÃa con sus desdenes al de Gil de Herrera. Agregaban, que de allà nació una enemistad entre ambosâ. En 1911, el mismo Gálvez en su libro âZelaâ, expuso el asunto con más rigor y formalidad. Esta información tan interesante, cuya fuente no indicó AnÃbal Gálvez, corresponde, efectivamente, a un juicio criminal, que era como entonces se denominaba a los juicios penales, atendido, en primera instancia, por el Subdelegado y llevado en apelación, primero, a la Intendencia de Arequipa y, finalmente, hasta la Audiencia de Lima, donde se sentenció y archivó. Tuvimos la suerte de localizar, en la Sección Real Audiencia del Archivo General de la Nación, en Lima, el expediente que conoció y aprovechó Gálvez para escribir la tradición, lo que permitirá contrastar el documento oficial con la versión novelesca tratada tan amenamente por Gálvez. Don Francisco Antonio, quizás, dejándose llevar por su juvenil y limeña arrogancia, habÃa violado una norma expedida por el Corregidor Ordóñez cuando la gran revolución de Túpac Amaru amenazaba amagar esos territorios durante la gestión. Esta orden estaba referida a la prohibición de transitar por el pueblo después de las ânueve de la noche en que sale la retreta ( debiendo los vecinos) recogerse y dejar en silencio el puebloâ. La tradición por su parte dice que âa las diez y media de la noche del 7 de marzo de 1793, un caballero embozado se retiraba precipitadamente de la ventana de una casa o de una romántica conversación junto a una reja de la ventana de una de las casas de Tacnaâ, cuando, âal escuchar el ruido de las pisadas de la rondaâ se caló el chambergo y se alejó raudamente. Los alguaciles capitaneados por el Alcalde âapresuraron la marcha y pronto alcanzaron al nocturno galanteadorâ descubriendo que se trataba, nada menos, que del joven Zela. Aunque el documento oficia no refiere que Gil estuviese a la cabeza del cuerpo armado, la tradición imagina que sà agregando, de su cosecha, el irónico diálogo. ¡Hola: señor don Francisco! ¿Y que hace a tales horas por estos barrios? Preguntó el jefe de la partida âque era el Alcalde en personaâ. â-ya lo ve, su merced; voy tranquilamente a 13 mi casa-, contestó Zelaâ Gil de Herrera, entonces, extralimitándose, ordenó âPues en marcha y prontito. Si su merced, reincide en andar por estos barrios a deshoras de la noche, me veré obligado a castigarlo severamenteâ. âVaya despacio, señor Alcalde, y ningún alcalde ordinario como su merced, puede ser mi juez legÃtimoâ. El expediente registra un diálogo fue breve y preciso, cuando âsiendo preguntado Zela por Gil del destino que llevaba, le (respondió) -que el de recogerse a dormirâ- y puntoâ. Este primer incidente concluyó cuando el flamante Balanzario, a pesar de su juventud, reclamó por el respeto a sus fueros reconviniendo a Gil que âen cuenta tenga que gozo de fuero, y por lo tanto, ningún alcalde ordinario, como su merced, puede ser mi juez legÃtimoâ. Gálvez concluye novelezcamente el incidente narrando que Gil de Herrera mordiéndose âlos labios aguantó el alfilerazo, con la esperanza de devolverlo a su tiempo. Pero don Francisco no se quedó allà ¡Qué iba a quedarse! Al dÃa siguiente, 8 de marzo de 1793, Zela acudió donde el âSubdelegado de aquel Partido ofreciendo información de este atropellamientoâ, apelando a unos privilegios que se habÃan concedido, en 1767, a los empleados de la Real Caja de Pasco, a rogativa de uno de ellos, don Andrés Barrientos. A los pocos dÃas âsu apoderado en Arequipa se presentó al Intendente don Antonio Ãlvarez y Ximénezâ y éste, como era lo usual los remitió a su asesor al Promotor Fiscal, que a la sazón era el doctor Zuzunaga. El primer apoderado de Zela, que según poder otorgado en Tacna el 19 de octubre de 1792 era, don Francisco Salguero interpretó la contestación de Zela como âjuiciosa respuesta que antes de satisfacer como debÃa a dicho señor Alcalde, sólo sirvió para que este Señor abocándose jurisdicción que no tiene le intimase a mi parte una severa reprehensión conminatoria y envuelta en términos disonantes a la moderación y arreglada conductaâ. Del segundo apoderado, que era âdon Isidro Alcázarâ, no se conoce ningún trámite significativo. Uno y otro apoderado eran vecinos de Arequipa. El doctor Zuzunaga recomendó a la autoridad para que a Zela âle sean guardados los fueros que por su empleo le corresponden y señaladamente la independencia del Alcalde Ordinario del pueblo de Tacnaâ. Dijo que âapareciendo del contexto de la misma Real Cédula la distinción y honores que al empleo de Ensayador corresponden, y constando por notoriedad que la persona de don Francisco de Zela no desmerece obtenerlo y que es legÃtimo sucesor en él por fallecimiento de su legÃtimo padre que por muchos años lo sirvió bien en el partido de Caylloma y en el mismo de Aricaâ. Concluyó su informe con un puntillazo dirigido al prepotente Gil de Herrera: âextrañándose en el actual Alcalde Ordinario de Tacna la ignorancia de estas excepcionesâ pide se le prevenga como al Subdelegado del Partidoâ. 14 Aunque es probable que existiese una posterior apelación dado que el expediente reposaba en los archivos de la Real Audiencia de Lima; el 5 de abril de 1793 se pronunció el fallo del Intendente de Arequipa, don Antonio Ãlvarez y Ximénez, que ordenó se âGuárdese a don Francisco de Zela, Ensayador, Fundidor y Balanzario el fuero y privilegios que como tal le correspondenâ. Corrido el exhorto el Escribano de Tacna hizo saber la sentencia y la orden al Subdelegado y al Alcalde Ordinario de Tacna. No es difÃcil reconocer la trascendencia de este hecho que, como señala Gálvez, permite conocer otro rasgo de la personalidad de Zela: âla de la prudencia para precaverse de ultrajes a su dignidadâ, tan importante en la formación de la contextura moral del adalid. Existen, sin embargo, dos posibles consecuencias de este, aparentemente pintoresco suceso. La primera está referida a lo mucho que el criollo limeño ganó en autoestima, rasgo psicológico indispensable en la formación del lÃder; al haber, con sus veinticuatro años mozos, âpuesto en su sitioâ al primer Subdelegado, el fatuo de don Thomás de Menocal, y ridiculizar al alcalde ordinario y tacneño viejo, emparentado, linajudo y hacendado como don Pedro Pablo Gil de Herrera. La segunda corresponde a que, a despecho de su investidura de importante funcionario de la corona, don Francisco Antonio de Zela, sin llegar a ser, todavÃa, rebelde o levantisco, se enfrenta, aún imberbe, inexperto, al statu quo, al sistema colonial al que él pertenecÃa. A diferencia de Cúneo, que no dispensó interés al suceso; Gálvez lo valoró reconociendo âque en Zela forjó la idea de sublevarse, luego de haber experimentado la incapacidad de revertir un encarcelamiento injustoâ. LA FATAL DEMOSTRACIÃN DE UN ARMA Aunque la forma trágica como murió don Alberto de Zela y Neyra, era un aporte exclusivo de Belisario Gómez, hasta la publicación de Gálvez, inclusive, la fecha de fallecimiento de era desconocida porque, según confiesa el referido autor, no existe âdato alguno en los archivos de Limaâ limitándose a reproducir lo referido por Gómez y a manifestar que estas informaciones âno tienen comprobación alguna, y sólo puede afirmarse que don Alberto no dejó fortuna alguna en dinero y que su muerte ocurrió antes del año 1792â. Como más adelante se expondrá, existen otras fuentes sobre el accidente que terminó con la vida de don Alberto y de la fecha de su muerte. ReferÃa Gómez que don Alberto de Zela y Neyra murió âen Tacna de una manera casual. Estando de visita en casa del Cacique se suscitó entre los dos una ligera disputa, pretendiendo cada uno tener una escopeta de mejor calidad que la del otro, y para solucionarla mandó don Alberto trajeran de su casa la suya. El Cacique teniendo la certidumbre de que ésta estaba descargada, según lo aseguraba su dueño, la preparó y llevando la chanza adelante, apuntó a su amigo y en breve se oyó una detonación y las sombras de la muerte cubrieron para siempre los ojos de (don) Albertoâ. 15 C re ye nd o qu e el ar m a es ta ba de sc ar ga da el Ca ci qu e T or ib io A ra di sp ar ó a do n A lb er to de Z el a y N ey ra ,q ui en ca yó m or ta lm en te he ri do . 16 Mientras Gálvez, reproduce fielmente a Gómez en lo que corresponde al fatal accidente, Cúneo, que en su propósito de fijar la fecha, escribe que, don âAlberto murió trágicamente el 18 de setiembre de 1792, en las circunstancias referidas por José Belisario Gómez en su Coloniajeâ, aunque con su extraordinario estilo, dramatiza el luctuoso suceso que terminó con la vida del laborioso balanzario. Relata Cúneo, como, oÃda la detonación don âAlberto se desplomó mortalmente herido (...) (y que, al momento) de expirar dictó sus últimas disposiciones a presencia del escribano público don Francisco Enrique Portalesâ. Seiner, con más prudencia, no señala el dÃa del fallecimiento de don Alberto, concretándose a manifestar que en âsetiembre de ese año encontró trágica muerte a manos del cacique de Tacna, don Toribio Ara, quien casualmente disparó su arma contra élâ. Lo cierto es que el referido Zela no testó poco antes de expirar ni al momento de ser herido, ni murió el mismo 18, dÃa del accidente. Información localizada en el Archivo Nacional de Chile amplÃa el panorama. TESTAMENTO Y CODICILO DEL AGONIZANTE ZELA Y NEYRA A Gómez, por su metodologÃa intuitiva, no se le ocurrió buscar el testamento del padre del prócer en los archivos notariales ni en los libros parroquiales de entierro de Tacna, ciudad en que habÃa nacido y donde residió hasta su juventud; Gálvez, tampoco investigó fuera de los archivos capitalinos. AsÃ, cuando al tratar el lamentable suceso expresa que respecto âa la fecha de su muerte tampoco hay dato alguno en los archivos de Limaâ. Cúneo fue más sistemático y tuvo posibilidades económicas para recorrer el mundo rebuscando archivos y encontrando datos sorprendentes. Datos que, para desaliento de los investigadores, presentaba sin incluir detalle de las fuentes. En las temporadas en que Cúneo retornaba a la âHeroica Ciudadâ, podÃa consultar los archivos notariales que todavÃa se conservaban en Tacna, antes de ser trasladados a Santiago de Chile. Entre los libros del Escribano Ignacio Enrique Portales, a quien Cúneo menciona erróneamente como Francisco Enrique Portales, custodiado entonces por el notario chileno Manuel LÃbano, encontró el referido testamento. Según Cúneo, don Alberto, testó el mismo 18 de setiembre de 1792. El referido testamento es un documento imperfecto denominado testamento oral, a diferencia de los testamentos que se dictaban en aquella época, extensos y detallistas; la memoria testamentaria de Zela, por las circunstancias en que se dictó, es breve y conciso, dando la apariencia de corresponder a un testador sin bienes rústicos ni urbanos y con sólo dos esclavos. En fin, una persona modesta y con escasos recursos. 17 A go ni za nt e do n A lb er to de Ze la y N ey ra so lo pu do tr az ar un a lÃn ea en el pr ot oc ol o do nd e co ns ta ba su po st re ra vo lu nt ad . 18 edad y ser ânatural de los reinos de Galicia, ciudad de Lugo, hijo legÃtimo de don Domingo de Zela y de doña Rosa Gómez de Neiraâ, sus padres que en la santa gloria hayan. En la quinta cláusula declara ser âcasado y velado según orden de Nuestra Santa Madre Iglesia con doña MarÃa Mercedes Arizaga, residente en la ciudad de Lima, de cuyo matrimonioâ han tenido y procreado por sus hijos legÃtimos a âdon Feliciano, don Francisco Antonio, don Juan Miguel, don Antonio y doña MarÃa Tadea de Zela y Arizaga; asà lo declara para que consteâ. Aclara que su esposa no llevó bien alguno al matrimonio âmás que la decencia mujerilâ. En la séptima cláusula manifiesta que a su hija doña MarÃa Tadea, para que contrajera matrimonio con don Vicente Urrutia, finado, le dio 3000 pesosâ. En la cláusula octava recuerda que deja dos esclavos: Félix en casa y Antonio en Sama. Termina el documento designando como sus albaceas, en primer lugar, a don Miguel de Hérnicas y, en segundo orden, a don JoaquÃn González Vigil, administrador de la Renta de Correos. Fueron testigos en dicho acto don Domingo Agüero, Tesorero de las Reales Cajas, el Capitán don Antonio de Tagle y Bracho, el Teniente don Pedro José Gil de Herrera, don Pedro Méndez y don MatÃas Baluarte. En aquella oportunidad, Portales, incluyó la nota referida a que Zela âse hallaba incapaz de poder firmarâ. Cúneo, quizás interpretando el hecho más dramáticamente pero, poniéndolo entre comillas, como si se tratase de algo textual; dice que âhabiéndole alcanzado la pluma para que firmase, no pudo ejecutarlo por tener el pulso débil, por lo cual rogó al ministro tesorero don Domingo de Agüero para que lo ejecutase por élâ. Lamentablemente el más grande historiador del pasado regional se confundió. Este hecho no ocurrió en el acto del dÃa 18, sino, al dÃa siguiente, cuando a pedido del testador se dictó un primer codicilo. Cúneo, seguramente ufano por el hallazgo, no se percató que, una foja detrás de esa escritura, existÃa otra escritura del mismo carácter. Se trataba de un codicilo. Este fue dictado, agonizante don Alberto, al dÃa siguiente, 19 de setiembre, con el fin de aclarar algunas cláusulas del testamento que habÃa ordenado el dÃa anterior. Sin embargo, por la gravedad que atravesaba se debió interrumpir el acto. En esas circunstancias, como era lo usual, se pidió al testigo más reconocido del pueblo, para que lo suscribiese en su nombre. El elegido para la solemnidad de firmar, a nombre de Zela, no fue don Domingo de Agüero como lo sostiene Cúneo, sino, don Pedro Josef Gil de Herrera y Montes de Oca. Esto se conoce esto porque, precisamente, el escribano Portales registró que, âen este estado poniéndole este instrumento en la mano para que lo firmase no pudo ejecutarlo como lo manifiesta la raya antecedente y rogó al Teniente de capitán don Pedro José Gil y Montes lo hiciera por élâ. 19 MUERTE DE ALBERTO DE ZELA Y NEYRA Respecto del fallecimiento de don Alberto existen algunas informaciones imprecisas o desconocidas. Aunque Cúneo afirma que don Alberto âmurió trágicamente el dÃa 18 de Setiembre de 1792â, el hecho de que, todavÃa, el 19 dictara un codicilo, el mismo que intentó firmar; demuestra que, en lo que respecta a la fecha de muerte, Cúneo no revisó con su proverbial acuciosidad el protocolo notarial de Portales, ni los libros de entierro; prefiriendo reproducir, sin reserva, lo que habÃa escrito al respecto, José Belisario Gómez y que era, seguramente, una versión oral que, circularÃa setenta años después del suceso entre la gente antigua de Tacna. Es muy probable que la agonÃa no fuese tan corta como lo insinúa Cúneo. En la liquidación de los gastos hechos en los postreros cuidados y en los funerales se incluye un recibo de 10 pesos a favor de Josefa Patricia Rospigliosi âpor la asistencia en la enfermedad de dicho finadoâ y otro a nombre del médico Juan de Urrutia por 5 pesos. Respecto a que su muerte fue sólo el dÃa 20 de setiembre, lo confirma el libro de entierros de la parroquia de Tacna. Allà se registra que el 21 de setiembre de 1792 fray Esteban Ortega, de la orden seráfica, Guardián del convento de San Francisco de Arica, de licencia, enterró el cuerpo mayor de âdon Alberto de Zela y Neira, de 55 años, natural del reino de Galisia (sic), en los de España; Fundidor y Valansario (sic) que fue de las Reales Cajas de este Partido, casado con doña MarÃa de las Mercedes ArÃzaga, vecina de Limaâ. Se pagó 44 pesos por entierro de primera con 4 capas; el carpintero José Botentano cobró 25 pesos por la confección del féretro. Se anotó en el acta de entierro que âhizo su testamento y nombró por albaceas a don Miguel de Hérnicas y a don JoaquÃn Vigil y por herederos a sus legÃtimos hijosâ. Para solemnizar sus funerales, como era costumbre se vistió de luto a sus dos esclavos Félix y Antonio. La referida fecha de muerte de don Alberto también acerca más el paralelo entre dos sÃmbolos de Tacna: Zela y Vigil. Resulta que, una semana antes de ese deceso habÃa nacido Francisco de Paula González Vigil y âdesde el 20 de setiembre del año 1792, en que falleció (â¦) don Alberto de Zelaâ las funciones las desempeñó âel substituto (sic) Fundidor y Balanzario de ellas, don JoaquÃn González Vigilâ. A los pocos dÃas don JoaquÃn, que habÃa sido designado albacea, seguramente reparando en la incompatibilidad que provenÃa del hecho de ser éste reemplazante del testador en su función de balanzario, renunció a aceptar el cumplimiento de tal disposición testamentaria. El âveintisiete de setiembreâ se admitió su renuncia al albaceazgo. 20 EL PRECIPITADO RETORNO DE FRANCISCO ANTONIO Cuando ocurrió el fatal accidente en la casa del Cacique y en el momento del desenlace, el hijo que habÃa venido para acompañar a Alberto de Zela no estaba en Tacna. Francisco Antonio, de veinticuatro años de edad, se encontraba en esos momentos de paso por Arequipa, con rumbo a Tacna, en el viaje que lo traÃa por tierra desde Lima, donde estaba concluyendo los trámites que lo convertirÃan en un ensayador o, tal vez, habÃa viajado para asumir su defensa en el litis que tenÃa desde marzo de ese año con Gil de Herrera, tratado en capÃtulo anterior. Fue en Arequipa donde, el 21 de Setiembre-recuerda Zela- recibió âla noticia de esta catástrofeâ. Con la palabra catástrofe Zela debió referirse al fatal accidente. Imposible que fuese la noticia de la muerte, que ocurrió el 20 de setiembre, porque el correo veloz de Tacna a Arequipa demoraba, con cambio de cabalgadura, de tres a cuatro dÃas. La preparación del viaje de Francisco Antonio debió demorar más de lo acostumbrado, porque, pudiendo haber salido de Arequipa el 22 de setiembre y llegado a Tacna, a más tardar el 29 del mismo mes, arrivó después de quince dÃas. El mismo Zela manifestó, en su oportunidad, que, âhabiendo continuado mi viaje a este relacionado pueblo llegué el dÃa 8 de octubre (...) y todavÃa encontré que no se habÃan hecho los inventarios de los bienes por no haberse dado parte a ningún juzgado desde el fallecimiento de mi expresado padreâ. LAS GESTIONES PARA LA POSESIÃN EFECTIVA DE LA HERENCIA Zela llegó a Tacna el 8 de octubre, seguramente, por la noche, porque, sólo, el 10 se presentó al Subdelegado al correspondiente escribano para iniciar los trámites de ley. Declaró llamarse como se conoce y ser de âedad (de) veinticuatro años y tres mesesâ. En tales circunstancias debió conocer las farragosas exigencias que, desde entonces existen para hacer efectiva una herencia. De inmediato se comunicarÃa por correo marÃtimo con su familia de Lima para darle la mala noticia y demandar la agilización de las gestiones. Sólo el 22 de noviembre de 1792, en Lima, ante Francisco Tenorio y Palacios, escribano; doña MarÃa Mercedes Arizaga, viuda de don Alberto, por sà y en representación de sus hijos menores de edad, Juan Miguel y Domingo Antonio de Zela y Arizaga, âel primero de veintitrés años y el segundo de veinteâ, juntamente con sus hijos, MarÃa Tadea y Feliciano de Zela y Neyra dieron âpoder a don Francisco de Zela y Neyra, igualmente hijo de la otorgante y hermano de los demásâ para que inicie los trámites de reconocimiento de memoria testamentaria y partición de bienes. 21 U na cu rio sa re fe re nc ia pu ed e in sin ua rq ue la m ad re de Ze la ,d oñ a M er ce de sd e A rÃz ag a, es tu vo en al gú n m om en to en T ac na . 22 El referido poder debió llegar a Tacna, traÃdo por Domingo Antonio, sólo a fines de diciembre, porque sólo el 3 de enero de 1793 don Francisco Antonio se presentó ante las autoridades del Partido de Tacna para iniciar los trámites de posesión efectiva. En el referido pedimento ya se presenta como âensayador, fundidor y balanzario de éstas Reales Cajasâ. Entonces Francisco pudo conocer el testamento donde se menciona a los albaceas, Miguel de Hérnicas y JoaquÃn González Vigil. Pidió al primero, puesto que el segundo habÃa renunciado, la entrega de los inventarios de los bienes de su padre. Cuando Hérnicas le comunicó no haber cumplido con la exigencia de la facción de inventarios, Zela se molestó quejándose contra el albacea por su incumplimiento. Este hecho, como el del incumplimiento de los albaceas para iniciar la facción de inventarios, podrÃa interpretarse como un temor de estos funcionarios por las repercusiones que podrÃa tener en el Superior Gobierno la inexplicable muerte de don Alberto. Los trámites, que fueron prolongados y engorrosos, concluyeron a fines de 1793, y constan en el expediente de âPartición de los bienes de don Alberto de Zela y Neyraâ una de cuyas copias está custodiada en el Archivo Nacional de Chile. El 22 de enero de 1794 don Francisco pudo extender, ante el escribano Portales, una escritura de fianza âa favor de su menor hermano Juan Miguel de Zelaâ indispensable para participar en el proceso de âdivisión y partición de bienes de su padre realizados por orden de don Thomás de Menocalâ y ejecutado por los partidores Juan de Benavides y Miguel Rospigliosiâ ¿ESTUVO EN TACNA LA MADRE DE ZELA? Se afirma que doña MarÃa Mercedes Arizaga, madre del prócer, habÃa permanecido residiendo en Lima, junto a la mayorÃa de sus hijos, mientras don Alberto habÃa radicado más tiempo fuera de la capital del Virreinato, incluso en Tacna, cumpliendo diferentes funciones. Se tenÃa por seguro que ésta no habÃa viajado a Tacna, ni aún para velar por sus intereses y los de sus hijos a la muerte de su esposo. Para el efecto se tenÃa entendido que fue su hijo Domingo Antonio, registrado, a veces, erróneamente como Antonio Felipe, quien a âraÃz del fallecimiento de su padre, pasó a reunirse con su hermano Francisco en Tacna a fines de 1792, llevando consigo el poder que su madre y hermanos otorgaban a Francisco para hacer cumplir las disposiciones testamentarias de don Albertoâ. Sin embargo, como suele suceder, una información expuesta sin contexto, ni detalles motiva algunas interrogantes. En la relación de los gastos realizados en los cuidados prodigados al agonizante, su funeral, duelo, y otros desembolsos colaterales, que don Francisco Antonio presentó a la Real Justicia, figura uno en el que se señala entre los gastos âla litera que condujo a la señora mi madreâ. Nada más se dice al respecto. 23 Hasta entonces algunas dignidades y damas solÃan desplazarse en litera trasportada por dos o cuatro cargadores, generalmente esclavos, dependiendo del peso y volumen del âpasajeroâ. En este caso ¿dónde? o ¿hacia dónde se trasladó doña MarÃa Mercedes para incluir tal servicio en la relación de gastos? Imposible pensar que viniese desde Lima en litera. Lo más probable es que tal medio de transporte se hubiese usado entre Lima y Callao, para abordar la nave que la traerÃa al sur, o que hubiese viajado, en tales condiciones, entre Arica y Tacna. De haber ocurrido el desplazamiento ¿Cuándo pudo haber ocurrido el viaje? Pudo ser en diciembre de 1792, después del 22 de noviembre en que, estando en Lima, otorgó el poder indicado y antes del 3 de enero de 1793 en que Francisco Antonio, iniciando el juicio, presentó la referida relación de gastos. ¿Cuánto tiempo estuvo? Hasta ahora no se ha encontrado documento que valide esta presunción. Lo probables es que, si fuese cierto el viaje, muy pronto, doña MarÃa Mercedes retornó a Lima para no volver. UN LÃO DE NEGROS Un tercer acontecimiento enfrentarÃa a Zela con las autoridades coloniales de Tacna, especialmente con su eterno rival, el Alcalde Ordinario, don Pedro Pablo Gil de Herrera. En aquella época los Alcaldes Ordinarios, tenÃan también la función de administrar Justicia en primera instancia, casi con las mismas prerrogativas de un Subdelegado y, Gil de Herrera, las usó, vistos los conflictos con el Balanzario, con muy poca imparcialidad. Este sonado caso comenzó en Tacna el jueves 30 de mayo de 1793, cuando se realizaba la procesión, seguramente de las octavas del âCorpus Christiâ. Era costumbre que, âabriendoâ el cortejo o detrás de la multitud, se incluyeran bailarines, ataviados con disfraz de diablos, que representaban el sometimiento final de los âmalignosâ a la Sagrada Forma. En esta ocasión un negro esclavo de propiedad de Zela, ânombrado Antonio, de casta bozalâ, que era como se denominaba a los nacidos en Ãfrica que se habÃan vendido en América, âsalió con vestuario de diablo y corriendo por las calles y plazas, haciendo morisquetas y gestos que el traje requerÃa, (se) encontró con un (...) esclavo de doña Juana Oporto, el que lo incomodó, y acercándose el esclavo de (...) (Zela), le dio un empujón, el que fue bastante para que el (...) (ocasional adversario) se echase sobre él, y lo maltratase con crueldadâ. Primero, el mulatillo, propiedad de la Oporto dio una pedrada en la mano al esclavo Antonio que estuvo a punto de quedar defectuosa y entonces éste tomó otra piedra, con la cual le rompió la cabeza al adversario. Debió entonces comenzar una gresca en la que, por las contusiones en la cara de Antonio y la sangre que manaba hasta empaparlo, se pudo deducir que el esclavo de la Oportus lo habÃa herido 24 con exceso. El mulatillo que era propiedad de la Oporto, tÃa del infaltable Pedro Pablo Gil de Herrera, sabiendo âque tenÃa la justicia en casa corrió prontamente a poner su quejaâ. La intervención de la autoridad fue inmediata y, como era de esperarse, por orden del mencionado Alcalde, se encarceló al inquieto y ensangrentado diablo Antonio. Zela, que no habÃa concurrido a la procesión, ignoraba lo que estaba ocurriendo en la calle y sólo, âhacia las doce (del dÃa) se le comunicó noticia, poco instructiva, de lo que va referidoâ. AnÃbal Gálvez se pregunta â¿Qué aconsejaba la prudencia y una correcta educación social?â, y él mismo se responde âSeguir el camino que adoptó Zela: presentarse a la autoridad y solicitar la libertad del esclavo presoâ. Era costumbre además, que fuese el amo, quien públicamente castigase al infractor, generalmente a latigazos. Por esa razón, Zela se dirigió de inmediato a la âcasa del mencionado Alcalde y entrando con urbanidad y cortesÃa, después de una comedida salutación, le preguntóâ ¿qué si de su orden se hallaba preso su negro esclavo? El dueño de casa repuso lacónicamente que sÃ. Zela replicó, entonces, sobre ¿Cuál era la causa? Gil de Herrera respondió âque, porque querÃa, porque le daba la gana y porque tenÃa facultad para elloâ. Cree Gálvez que, de esa manera, âGil de Herrera halló la ocasión que necesitaba para mortificar a Zela, recordando la noche aquella en que éste le intimara que le guardase su fuero y prerrogativas de oficial y caballeroâ; y estimando que, como Alcalde Ordinario que era, âtenÃa en sus manos la administración de justicia, arma (...) que hiere deslizándose por entre las callejuelas de la ley escrita, y tenÃa también las armas de la fuerza bruta puestas en manos de sus alguacilesâ. Zela refirió que sólo atinó a protestar por las formas poco educadas con que Gil le contestaba. Estando allà (como invitado a almorzar) âel licenciado don José Barrios y Hurtado, su parienteâ, el balanzario lo instó a que se pronunciase sobre la verdad de lo que decÃa. Gil se levantó de la mesa y dio âorden a un negro su esclavo (para que) llevase (a Zela) preso a la cárcel pero el negro amenazado por el âbalanzarioâ que le decÃa âcuidado como te llegas porque mañana puedo ser tu amoâ, no cumplió la orden. En el clÃmax de la pelea Pedro Pablo Gil de Herrera agravió nuevamente âal balanzario, le infirió herida honda que la sintió en su honor, en su decoro y en su linajeâ. El alcalde, avanzó como para atacarlo violentamente, diciéndole âque era un sambo limeño, borracho, injurias que agravó con la suspensión de la mano en ademán de descargarle un golpeâ. Fue ésta la gota que colmó el vaso. Levantando la voz Gil le gritó echándole la âhora mala, a lo que (...) (Zela sólo pudo decirle) que advirtiese con quien 25 U n es cl av o de do n Fr an ci sc o A nt on io de Ze la se lió ag ol pe s co n ot ro de pr op ie da d de un a pa rie nt e de lA lc al de do n Pe dr o Pa bl o G il de H er re ra ,p ro vo ca nd o un co nf lic to qu e lle gó a m ay or es . 26 hablaba, que era un hombre empleado, que se moderase, que no era (...) (su) juez y que a mayor abundamiento tenÃa providencias del Señor Gobernador Intendenteâ y âsorprendido y turbado con la destemplanza de aquel Juez, no menos que Ãntimamente consternado con tan acerbas palabras, repuso que su borrachera serÃa con el aguardiente que (Gil) cargóâ, que era como decirle âmula de arriaâ. Dicho esto Zela se retiró. La tarde del mismo jueves Zela fue de visita a la casa del señor cura para contarle, seguramente, los incidentes del medio dÃa. Se percataron, entonces, que el Alcalde habÃa ordenado salir a la calle pelotones de gente armada e, interpretando, seguramente, que se trataba de alardes para amedrentarlo y apresarlo posteriormente; âregresó a su casa llevando camino por otra calle desviadaâ. Pero, cuando Francisco Antonio de Zela estaba por llegar a su casa, âse le echaron encima los que ya la custodiaban, ejecutando con fidelidad las órdenes de un juez airado que no habÃa omitido diligencia para su desaireâ. Pero, simultáneamente, en su desesperación por buscar a Zela, el iracundo Gil fue a âbuscarlo en casa de un tercero de honor, como fue la de don Toribio Ara, cacique principal del pueblo y hombre nobleâ. El espectáculo de la captura de Zela fue tan exagerado como deplorable. Tomado por la fuerza âen el centro de una chusma de más de cincuenta hombres, entre los cuales iban ocho armados y el Alcalde con un sable curvo que llevaba desnudo en la manoâ fue llevado a la cárcel públicaâ a las cinco de la tardeâ por el mismo Gil, en unión del teniente de alguacil mayor don Antonio Auñónâ. No satisfecho con tales vejámenes el mismo Alcalde la noche del referido jueves mandó custodiar la casa âcon dos centinelasâ y dio órdenes para que en el dÃa siguiente extrajesen de la casa del balanzario âsus baúles y cuanto tenÃaâ. Ingresaron a la casa para inventariarlo todo. Procedieron de inmediato a descerrajar y abrir los âbaúles, sacándose de ellos los papeles y correspondencias secretas (sic) (...) (asà como) los borradores de gastos en las fundiciones y los cuadernosâ. El mismo Alcalde maliciosamente al âencargarse de unos cristales puestos en una repisa, sólo numeró de ellos una limeta (que era como entonces se denominaba a una pequeña jarra para escanciar vino) y un vaso, para que fuesen indicios de que (...) (Zela tenÃa la debilidad de la) embriaguezâ. Estando Zela encarcelado su defensor, don Francisco Salguero, inició los trámites para su liberación. También los âoficiales reales escribieron de inmediato al Intendente Ãlvarez informándole la prisión del balanzario; su gran preocupación estribaba en que se hallaba próxima arribar a Tacna la remesa de plata desde Huantajaya, y al no hallarse Zela desempeñando su puesto se corrÃa el riesgo de no poder fundirlaâ. 27 Ze la fu e ac as a de G il de H er re ra a re cl am ar po rl a af re nt a y és te lo in ju rió y m al tra tó . 28 posteriormente los pormenores del suceso. Gálvez reflexiona sobre esta vivencia del caudillo del primer levantamiento por la independencia del Perú. Piensa, por ejemplo, que âZela hubo de comprender, a los veinticinco años de edad, el gran fondo de injusticia que habÃa en la aplicación de las leyes, y como éstas, en las manos de ciertas autoridades del régimen español, se convertÃan en medios de opresiónâ y que âen el fondo del oscuro calabozo de una cárcel de pueblo, halló cuanta inmoralidad existÃa en la administración de justicia y cuanta suma de poder habÃan puesto los reyes de España en manos poco escrupulosasâ. También sentirÃa estremecer todo su ser al percatarse que, sà en su caso que por razones de cargo desempeñado, privilegios, vinculaciones familiares, instrucción y capacidad para ejercer su defensa era âvÃctima de la arbitrariedad de un alcalde de puebloâ; cuanta injusticia se estarÃa ejerciendo contra los que no tenÃan las ventajas de ser criollo, letrado, instruido, funcionario colonial, capitalino, familiarmente bien vinculado y con recursos económicos como para vivir cómodamente. ¡Qué âcúmulo de abusos, de vejaciones y de injusticiasâ se ejercerÃan entonces contra los pobres, los desamparados, los humildes, los olvidados! Gálvez concluye que no âfue el 20 de junio de 1811, sino el 30 de mayo de 1793, cuando se forjó un carácter, cuándo Francisco Antonio de Zela, concibió la idea de sublevarse y levantar, alto, muy alto, el pendón de los ciudadanos de Américaâ. FRANCISCO ANTONIO DE ZELA ENSAYADOR INTERINO DE LA CAJA REAL Se hace especial hincapié en la mención que dentro de la Causa de Hacienda se hace del Personal de las Cajas Reales, que figura en la Relación como de la Callana de Tacna; por que en ella laboraba interinamente una personalidad que tuvo gran figuración en los movimientos emancipatorios de Tacna. Los funcionarios eran: el âMinistro Tesorero, don Domingo de Agüero con 1 500 (pesos, anuales,) de sueldo; Oficial Mayor, don Juan Fernández Caamaño con 500; amanuense don Pedro José Belaúnde con 200. Guarda Mayor de Alcabalas, don Juan Manuel Carvajal con 1 000; Guardas, don Francisco SolÃs, don Rafael Bahamondes y don José MarÃa Arias con 400 cada unoâ. Curiosamente la Relación que registró el Visitador omite el nombre del Contador, que era don Francisco Basadre. Esto debido a que ese año, con el mismo cargo, fue promovido a la importante Real Caja de la ciudad de Cuzco; y hasta el momento de la visita no se habÃa designado a su reemplazante en Tacna. Después de presentar una relación minuciosa de las máquinas y herramientas que existÃan en la callana, se menciona que el responsable de esos equipos es un âEnsayador, que actualmente es interino, don Francisco Antonio de Zela (y ArÃzaga) con el sueldo de 500 pesosâ. 29 Preguntado Zela sobre los procedimientos que seguÃa para establecer la ley o calidad de los metales preciosos que debÃa valorar. Se le consultó âsi practicaba los Ensayos por fuego o copella, y no por toque y sonido con perjuicio del público y de los Reales derechos contestó Zela que lo ejecutaba por el primero, mostrando en su apoyo las hornillas y bitácora que se hallaron arregladas a su Ministerio e igualmente el Libro donde asienta las barras fundidas que corre desde primero de enero del corriente año hasta el trece del mes que rige, encontrándose en el haber fundido ochenta y tres barrasâ. Lizardo Seiner Lizárraga ha incorporado un elemento importante en la remuneración de Zela. Se trata de un âplusâ que ârecibÃa regularmente, aparte del sueldo asignado, un ingreso que provenÃa de su labor como fundidor. El 4 de enero de 1810, por ejemplo, Francisco recibe 150 pesos que por reglamento le correspondÃan a cuenta de las fundiciones hechas el año anteriorâ. DON FRANCISCO ANTONIO DE ZELA JURA COMO BALANZARIO INTERINO El tÃtulo que conferÃa a Zela, interinamente, el ejercicio de Fundidor, Ensayador y Balanzario sólo fue rubricado por el Virrey Francisco Gil de Taboada y Lemus el 25 de octubre de 1792; pero el documento que lo acreditaba demorarÃa, todavÃa varias semanas en llegar. El documento oficial debió llegar sólo en la segunda quincena de diciembre de 1792. Fue seguramente enviado desde Lima por la madre de Zela que también estaba iniciando los trámites para la sucesión del tÃtulo de Ensayador en la persona de su hijo. Con el referido documento, don Francisco Antonio de Zela y Arizaga, cargando el luto de su recordado padre, se presentó ante los Ministros de las Reales Cajas para su incorporación oficial. Aceptadas las formalidades, don Francisco Antonio de Zela, âprestó el juramento exigido para desempeñar el cargo, ante los Oficiales Reales de la Caja de Tacnaâ en condición de interino. El acta de juramentación redactada en ese momento, certificaba que en âel pueblo de San Pedro de Tacna en primero de enero de 1793 añosâ. El juramento, se acostumbraba, se hizo âante los ministros de Real Hacienda de las Cajasâ de Tacna. Se leyó el superior despacho a don Francisco Antonio de Zela y Arizaga, por el que se le confiere el empleo de fundidor, ensayador y balanzario de ellas y se le asigna el salario de 500 pesos anuales desde el dÃa de su recepción; y habiéndose verificado ésta hoy dÃa de la fecha ante nos, tomándole el juramento acostumbrado, que lo hizo por Dios nuestro Señor y una señal de la cruz, de usar bien y fielmente el dicho empleo, lo hubimos y recibimos a élâ. Fueron testigos don Juan Fernández Camuño y don Rafael Bahamondes. 30 El titulo definitivo debió llegar sólo a mediados de 1794, porque para completar las formalidades y para garantizar el manejo de crecidas sumas, Zela debió conseguir que vecinos solventes de Tacna, lo afianzaran. El 29 de agosto de 1794, nada menos que don JoaquÃn González Vigil y Molina; nombre caro para todo tacneño por haber sido el padre del célebre Francisco de Paula González Vigil y Yáñez; otorgó ante el escribano don Ignacio Enrique Portales; por un monto de, hasta 500 pesos, a favor de don Francisco Antonio de Zela; para que pueda cumplir a cabalidad el cargo de âEnsayador, Fundidor y Balanzarioâ de las Reales Cajas del pueblo de Tacna. ZELA Y EL CACIQUE QUE SE ENFRENTà A LA AUTORIDAD En la historia las tramas se unen y se desatan y los personajes van definiendo sus perfiles. Casi simultáneamente con los juicios referidos anteriormente se produjo en Tacna otro sonado caso de confrontación con la autoridad española. No era la corta férula del Alcalde Ordinario sino el recio bastón del Subdelegado, Menocal. Tampoco era Zela, el impetuoso y romántico criollo protagonista de las dos ya relatadas historias. Se trata, ahora, del cacique de los Naturales de Tacna, don Toribio Ara y Cáceres. Lo más interesante es que, por coincidencia, le correspondió, finalmente, a Francisco Antonio de Zela, llevar adelante, por orden del Intendente, el proceso, en consideración a que todas las autoridades llamadas a administrar justicia estaban incluidas en la acusación del Cacique. Sucede que Menocal cultivó una amistad condescendiente hasta la complicidad con el penúltimo Cacique, Santiago Ara y Cáceres, y con la madrastra, ambiciosa segunda mujer del Cacique Carlos Ara, doña Pascuala Sánchez, privando a Toribio, hermano menor del referido Curaca, de los derechos que, como hijo y heredero del difunto Cacique Carlos Ara y Ticona, le correspondÃan. La particular manera de reaccionar o defenderse de Toribio generó una creciente animadversión de Menocal. Como, abogado que era, don Santiago Ara, fue asesor privado de Menocal, a quien le pasaba los expedientes del suplicante, don Toribio Ara, âpara que los decretase, siendo éstos en contra del mismo don Santiagoâ, demandándolo por las acciones que le pertenecÃan de la herencia de su padreâ. Asà Menocal lo privó violentamente de la Hacienda del Puquio que lo sustentaba, como parte de los bienes de su difunto padre don Carlos Ara; ni le concedió de su legÃtima patrimonial ni casa en que vivir ni un criado para su servicio. El Subdelegado, Ãntimo amigo y parcial de don Santiago; todo lo reservó para que la disfrutase éste, integra e indivisamente. Enfermo Santiago hizo su testamento en 1792, a falta de notario, ante el gobernador Menocal. Dice, no exento de ironÃa, que rogaba a Dios para que su 31 A lv isi ta rl a C al la na de Ta cn a, à lv ar ez y Xi m én ez en co nt ró al fr en te de el la ,c om o En sa ya do ri nt er in o a do n Fr an ci sc o A nt on io de Ze la . 32 hermano Toribio disfrutase âel cargo de Cacique en que me sucede, con todo sosiego y no con las tropelÃas y disgustos que yo he pasado desde el dÃa en que empuñé el bastónââ. Muerto sin descendencia, el 4 de junio de 1792, el referido abogado cacique, su hermano, don Toribio, que era el siguiente en orden de sucesión, debió asumir el Cacicazgo a fines de ese mismo año. Entonces comenzaron los conflictos con el dicho Menocal y su âcorteâ. Primero, éste entorpeció la partición de la herencia paterna dejando a doña Pascuala como administradora; luego, le negó hasta la bodega anexa a la casa del cacique que el Intendente, le habÃa asignado y dado posesión interina y, finalmente, formó causa en contra de don Toribio âsobre la imaginada calumnia que demandaba la Juana (MartÃnez de) Oporto por haber (don Toribio) (â¦) defendido la sustracción de agua que cometió el jueves de mi mitaâ. Para tales arbitrariedades los tres jueces, Menocal, don Joseph Santa MarÃa y don Pedro Pablo Gil, coludidos y vengativos, juntamente con el Protector de Naturales, don MatÃas Baluarte y el Escribano don Ignacio Enrique Portales, que se hallaban sometidos al capricho y la arbitrariedad del Subdelegado; el 6 de marzo de 1793, lo pusieron preso en la cárcel pública de este pueblo, causándole vejámenes y atropellamientos hasta llegar al extremo casi de ponerlo en las manos de la referida viuda del dicho su hermano, de su suegra y criados e incitando a los indios alcaldesâ para que lo sacasen de su casa amarrado y preso a la cárcel del pueblo. Estando en la cárcel y sin tener autoridad local a quien recurrir hizo un pedimento al Intendente de Arequipa detallándole los incidentes y recordándole los privilegios que debÃan âgozar los caciques, para no ser presos por ningún juez ordinario, sin delito grave, criminalâ. El Intendente proveyó auto en Arequipa el 20 de marzo de 1793 reconociendo que no podÃan ser los caciques presos por los jueces ordinarios y exhortando al Subdelegado a que cumplan, para que, bajo de fianza de hacienda, ponga al Cacique don Toribio Ara en libertad de la carcelerÃa en que se hallaba. Un nuevo escrito del Cacique reparaba en la imposibilidad de lograr justicia en Tacna, con las autoridades entonces en ejercicio por estar emparentados entre sÃ, ââ¦por ser la Juana (MartÃnez de) Oporto tÃa carnal de Baluarte (â¦) Isidoro Gil, Ambrosio Gardeazabal (y) Pedro Gil, sobrinos carnales de ésta; vienen a ser con el Alcalde Ordinario, don Pedro Pablo Gil, aquella, prima hermana y éstos primos en segundo grado, y el propio parentesco milita para con doña Incolaza Gil, mujer de Baluarte, hermana del Alcalde, prima hermana de la Juana (MartÃnez de) Oporto y, en segundo lugar con los sobrinos de ésta, cuya familia, de pública voz y fama se halla beneficiada del Subdelegadoâ. Una nueva orden del Intendente, suscrita en Arequipa el 11 de abril de 1793, libra despacho ââ¦al Ministro Tesorero don Domingo Agüero, y en su defecto al Fundidor don Francisco Antonio de Zelaâ¦â para que, previa fianza se deje en libertad al Cacique y se reciba ââ¦Información de las violencias que el expresado cacique expone haber hecho el Subdelegado con su personaâ¦â 33 L a cr ue ld ad de To m ás de M en oc al lle gó ha st a el in ju sto y pr ol on ga do en ci er ro de lC ac iq ue do n T or ib io A ra . 34 Ara inserta en el expediente un escrito, en el que le comunicaba que ââ¦luego que llegó el expreso con el citado pliego, que fue el dÃa treinta del próximo mes pasado de Marzo incontinenti (es decir, inmediatamente), valiéndome del Ensayador, Fundidor y Balanzario de esta Reales Cajas, don Francisco de Zela y ArÃzaga, persona de honor, se lo hice pasar y se verificó su entrega en mano propia, de suerte que lo abrió, lo leyó y se enteró de su contenido y se dejó decir que con una carta se le contestaba a Vuestra SeñorÃa su Providencia; sobre cuyo particular está pronto a declararlo el referido don Francisco de Zelaâ. Pero pasaron tres dÃas y Menocal no se movió a darle obedecimiento, ni la menor providencia. Entonces el miércoles 3 de abril, a las 8 de la mañana, se le hizo acuerdo de la causa y se le exigió su cumplimiento, presentándole a don Josef Santos Arias, persona de honor y facultades, como fiador de Toribio para que saliese libre, pero Menocal no lo verificó, nuevamente. Muy por el contrario, a las doce del propio fue a la cárcel Juan Benavides, su comisionado, a intimar a Toribio con un decreto por el cual declaraba no haber lugar a la providencia del Intendente, hasta que la parte contraria no responda al traslado que se le habÃa pasado. Cuando llegó la hora de ejecutar la orden del Intendente, es decir, enfrentar al abusivo y despótico Menocal, curiosamente el pusilánime el Contador Domingo de Agüero, se ausentó a la ciudad y puerto de Arica, pretextando entendiendo en asuntos del Real Servicio pasando esta comisión a don Francisco de Zela y ArÃzaga. Zela, de inmediato, comenzó a interrogar a los testigos del hecho con total independencia. Frente a los timoratos y a los coluditos, el futuro caudillo de 1811, se perfila con una personalidad autónoma, valerosa y justiciera. MATRIMONIO DE DON DOMINGO ANTONIO DE ZELA Y ARIZAGA Domingo Antonio, el único hermano del Prócer que vivió en Tacna, no compartió los ideales ni las peripecias de don Francisco Antonio. Mientras Francisco se nos retrata apasionado, polÃtico, protagónico, rebelde; Domingo es más calculador, indiferente, marido prematuro, exitoso comerciante, sometido al convencionalismo social y al orden imperante. Domingo, nacido hacia 1772, antes de su asentamiento definitivo, pudo haber visitado Tacna. En aquella oportunidad debió conocer a Tomasa su futura esposa. La última vez que llegó a Tacna fue después de la muerte de su padre, portando el poder que su madre extendió en Lima, el 22 de noviembre de 1792, a favor de Francisco. Allà Domingo figura como menor. Ãste debió llegar, en el mejor de los casos, a mediados de diciembre de ese año y vivir con su hermano Francisco en la casa dejada por don Alberto. Seiner ha pintado la situación de Zela, por lo menos, hasta octubre de 1793, que sobrellevó âcon el único y más cercano pariente con quien contaba en el pueblo: su hermano Domingo Antonio. Vivió con él por espacio de varios meses. Cuando el intendente Ãlvarez visitó Tacna en agosto de 1793, entre 35 las varias acciones de gobierno que buscó implementar, mandó que los funcionarios de la Real Hacienda pasaran inmediatamente a vivir en el amplio edificio designado para albergar las Cajas Reales. No obstante, ninguno acató la orden, esgrimiendo, al efecto, razones personales. Don Francisco Antonio de Zela adujo que âal ensayador no se le podÃa obligar a ello por no tener comodidad para vivir con su hermano y dos esclavos que tenÃan el defecto de la embriaguezâ. Continua Seiner refiriendo que la âconvivencia fraterna terminó al contraer nupcias Antonio con Tomasa Gandolfo en Octubre de 1793â. Parece que este matrimonio, inesperado también, terminó con la férrea unión que existÃa entre los dos hermanos: Domingo y Francisco. Doña Tomasa era una joven de fortuna, hija legÃtima de don Silvestre Gandolfo Malatesta, italiano, comerciante, artesano, constructor, etc. y de doña Melchora Portales y Rejas, heredera de una familia afrodescendiente que alcanzó la prosperidad. Casaron en la parroquia de Tacna el 31 de octubre de 1793. El acta de matrimonio dice: âyo el doctor don Francisco Méndez de licentia parrochi, casé y velé a don Antonio de Zela, soltero, hijo legÃtimo de don Alberto de Zela y Neyra y de doña MarÃa Mercedes de ArÃzaga, vecina de Lima, como el primero vecino de este pueblo, con doña Tomasa Gandolfo, hija legÃtima de don Silvestre Gandolfo y de doña Melchora Portales (...) procedà a verificar dicho matrimonio, de mandamiento del doctor don Juan José Manrique cura propio y vicario de este pueblo (...) Testigos don Manuel Yánez, don Pedro Salgado y don AgustÃn Cárdenas (...) (Firmado) doctor Francisco Méndezâ. CUANDO DOS HISTORIAS SE UNEN Hay momentos trascendentales en la vida: nacimiento, muerte, encumbramiento a posiciones que permitan la gestión de grandes cambios positivos o la plasmación de obras admirables. En el ámbito familiar: unir su destino con el de otra persona y procrear hijos valiosos y ejemplares. Estas pautas se cumplen en las vidas extraordinarias como en el caso de Zela: su rebelión abre el periodo insurreccional de la Emancipación y su prisión, destierro y muerte lo consagran. Su matrimonio con MarÃa de la Natividad es mucho más que una alianza para los propósitos familiares. Ella supo compartir los ideales de su marido, aun después del fracaso de 1811, como se verá tratando el levantamiento de 1813. No hay detalles del noviazgo, que, entonces era largo y vigilado. Francisco Antonio, visitarÃa a doña MarÃa Antonia de Antequera para solicitarle la mano de la fina y bella MarÃa de la Natividad, de 22 años. La boda serÃa un acontecimiento social por la estimación que los cónyuges tenÃan, en casi todos los sectores del pueblo de Tacna; como que fueron sus padrinos el ex Alcalde Ordinario y âCoronel de Milicias de la Provincia de Arica, don Francisco Navarro y su esposa doña Norverta de Sotoâ. El acta matrimonial dice, a la letra dice, que el 5 de junio de 1796 âel doctor don Fulgencio de Barrios con facultad y licencia del licenciado don Marcos Domingo Rubio, encargado de la doctrina de Tacna 36 casó inn faccie ecclesiae, por palabras de presente que hacen verdadero matrimonio, y (veló) según orden de nuestra Santa Madre Iglesia a don Francisco Antonio de Zela, natural de la ciudad de Lima, hijo legÃtimo de don Alberto de Zela y Neyra, difunto, y de doña MarÃa Mercedes de Arizaga, con doña MarÃa de la Natividad Siles de Antequera, oriunda de este pueblo (de Tacna), hija legÃtima de don Pedro Siles, difunto, y de doña MarÃa Antonia de Antequera, habiéndose leÃdo las proclamas en tres dÃas festivos que fueron el 26, 29 y 30 de marzo. Y, aunque resultó impedimento de afinidad ilÃcita en segundo grado, le fue dispensado por (Su IlustrÃsimo), Obispo, mi señor, según consta del documento correspondiente; y no resultó otro impedimento de la información y demás diligencias que se practicaron. Fueron testigos el coronel don Francisco Navarro, y Lorenzo Ramos, y para que conste lo firmoâ. Sin embargo no se registra firma ni rúbrica del celebrante. Dice Cúneo que la novia llevó 10,000 pesos de dote, sin incluir la histórica casa de la calle llamada entonces âMercaderesâ, hoy cuadra quinta del Jirón o calle de âZelaâ. LOS SILES DEL ALCÃZAR El fundador de la familia Siles a la que perteneció la digna y abnegada compañera de Francisco Antonio de Zela fue don Joseph de Siles, vecino de la ciudad de Cochabamba, en la Audiencia de Charcas y, probablemente, uno de los arrieros que trajinaban entre Arica, Tacna y las ciudades del Alto Perú. Fue padre natural de don Diego, don Tomás y doña Isidora Siles del Alcázar, habidos en la tacneña doña Isidora del Alcázar y Padilla. Tuvo además muchos hijos naturales. Que don Joseph fuese âtrajineroâ se deduce del hecho que sus dos hijos naturales Diego Siles y Thomás Siles fueron también arrieros desde su juventud, origen de una prosperidad alcanzada cuando sólo tenÃan 27 años de edad. Aunque en el acta matrimonial Diego figura como tacneño, en su testamento declara ser ânatural de la villa de Cochabambaâ, donde habrÃa nacido hacia 1709. El 2 de julio de 1739, casó en Tacna con doña Juana Bruselas, que en otros documentos figura como Juana Brucel y, en otros, como Juana Sarria; nacida hacia 1718, también natural del pueblo de Tacna y viuda de Andrés Arias. Don Diego fue un exitoso comerciante que constituyó, a criterio de Seiner, âuna de las más importantes personalidades financieras de Tacna en la segunda mitad del siglo XVIIIâ y que logró, en medio siglo âun respetable poder económico basado en el comercio que ejercÃa con el Alto Perú y en las crecidas sumas que percibÃa como producto del préstamo de dinero a una elevada tasa de interésâ y, según Cúneo al negocio de adelanto de dinero sobre cosechas en pie a los viticultores de los valles de Cinto y Locumba; a la especulación sobre vinos y licores en el mercado altoperuano y a (hacer) préstamosâ. Gálvez, tratando sobre su vida cree que 37 el âsociólogo y el historiador encontrarán en ella el tipo, el modelo de muchos hombres de la época colonialâ. Efectivamente, don Diego fue uno de los más activos âempresariosâ en la lucrativa actividad del arrieraje, tanto asà que cuando, en agosto de 1736, se produjo la protesta de los dueños de recuas por el incremento de arrieros âinformalesâ en el âtrajÃnâ con el Alto Perúâ, entre los protagonistas figuran don âDiego Siles (y don) Tomás Silesâ. Progresó tanto el cochabambino que, el 1º de Marzo de 1771, compró al capitán don Pedro de Ureta y Peralta, vecino de Lima, una viña que éste heredó de sus padres, sita en el valle de Cinto, términos de la doctrina de Ilabaya, en 21000 pesos. TenÃa esta hacienda 8500 cepas de vid y, a comienzos de 1789, era dueño, también, de una hacienda âde alfalfares y tierras de sembrÃo en Challata, del valle de Tacnaâ y de una âchacra de tierras de sembrÃo en el pago de Yalata del valle de Samaâ que legó a su hijo natural José MarÃa Siles Pizarro. También poseÃa predios urbanos, como las tres casas que señaló en su testamento; una casa y solar dejada a su hija natural MarÃa Siles Salguero, que era donde ésta vivÃa y otras dos casas que correspondÃan a su nieta legÃtima doña MarÃa Natividad Siles de Antequera. Una de estas dos referidas serÃa la histórica casa donde moró Zela y donde tuvo lugar el acontecimiento del 20 de junio de 1811. Otro indicador de la fortuna de don Diego eran los numerosos esclavos que poseÃa en sus casas de Tacna y chacra de Challata. No menos de veinte sin contar los de Cinto y Sama, que debieron ser también numerosos. A esa riqueza unÃa prestigio, como que fue capitán de milicias territoriales; que, en 1788, llegó a ser el Tercer Alcalde Ordinario de Tacna por designación del Intendente de Arequipa. Gálvez lamenta que el âtiempo de matrimonio fue cortoâ por que sólo duró catorce años. El 3 de mayo de 1753 falleció doña Juana Bruselas, cuando sólo tenÃa 35 años de edad, mujer que fue de Diego Siles; dejando dos hijos legÃtimos doña Gregoria y don Pedro Siles Brucel. Aquella âentró de monja y profesó con el nombre de Sor Gregoria de Santa Teresa en el monasterio de Santa Teresa de la villa de PotosÃâ para lo cual se la dotó con 4 000 pesos; y, éste nacido hacia 1744; falleció de 40 años el 14 de agosto de 1784 habÃa casado con doña MarÃa Antonia de Antequera y Laso de la Vega, natural de Chuquisaca, como âmurió de repenteâ no pudo recibir los auxilios espirituales. Fue sepultado âen la capilla de Nuestra Señora del Rosarioâ. Sin embargo hubo una tercera hija, Mariana, que falleció de sólo 4 meses de edad âel 22 de enero de 1752â. Fue registrada como mestiza. Don Diego, tuvo, además, cuatro hijos naturales, con Magdalena (o Margarita) Salguero a MarÃa y AgustÃn Siles y Salguero y otros dos, cuyas madres no se han registrado, llamados MatÃas, Bernardo y, ya en viudez, con Bernarda Pizarro un cuarto llamado José MarÃa Siles Pizarro que murió, de 20 años, en 1803. De sus dos hijos legÃtimos, don Pedro Siles Brucel âtuvo por hijos a don Juan 38 D ed ic at or ia a la fo to de do ña M ar Ãa N at iv id ad Si le sh ec ha po re lj ur ist a D r. A ur el io Sá nc he z H er re ra . La fo to gr af Ãa de ló le o de do ña M ar Ãa Si le s; co nf un di da co n su hi ja ,d oñ aM ar ia Em er en ci an a de Z el a y Si le s. 39 Bautista, doña MarÃa Flora, don AgustÃn, don Josef y doña MarÃa (Natividad) de Siles y Antequeraâ, la abnegada esposa del prócer. Don Diego testó ante el escribano don Ignacio Enrique Portales y Rejas el â6 de enero de 1789 (...) (asistiendo) como testigos de este postrimer acto de la vida civil, cuatro notables vecinos de Tacna, llamados don Fernando Pomareda, don Vicente Ballón, don Juan de Benavides y don Lorenzo Mazuelosâ. Falleció de 80 años de edad el 7 de enero de 1789. Fue sepultado con gran solemnidad y con un cortejo de diez religiosos encabezados por el Teniente Cura Fray Fernando de Tapia y Cárdenas; previa misa de cuerpo presente, en el lugar correspondiente de la iglesia parroquial el 8 de enero de 1789. EL POLÃMICO RETRATO DE DOÃA MARÃA DE LA NATIVIDAD SILES DE ANTEQUERA El doctor don Aurelio Sánchez Herrera, vocal de la Corte Superior de Justicia de Tacna y Moquegua, varias veces su Presidente y descendiente de Francisco Antonio de Zela; tuvo la fineza de obsequiar al primer obispo de la Diócesis de Tacna y Moquegua, Monseñor Carlos Alberto Arce MasÃas, que estaba organizando un museo, una curiosa fotografÃa tomada de un cuadro. CorrespondÃa a una anciana. En el reverso la dedicatoria decÃa âEmerenciana de Zela de Sánchez. Hija del Prócer don Francisco Antonio de Zela i ArÃzaga. Afectuosa i respetuosamente. Excmo. y Rvmo. Monseñor Carlos Alberto Arce MasÃas. 1er Obispo de Tacna. Aurelio Sánchez Herrera. 1952â. La foto era poco nÃtida. HabÃa sido tomada directamente de un cuadro. Las condiciones de la impresión ofrecÃan muchas distorsiones. La señora retratada se veÃa muy anciana, seria y con facciones poco finas. Cuando el entusiasta Obispo fue promovido a la arquidiócesis de Piura, recomendó que dichas fotos se entregasen cuando se estableciese un Museo permanente en Tacna. Cuando se creó el Archivo Departamental y se estimularon donaciones para formar la âFototeca de Tacnaâ; el Canciller de la Diócesis, Padre Pedro Vila Duffy y, muy especialmente la Señorita Secretaria Anita Cocha Saravesse; con la anuencia del señor Obispo; transfirieron al mencionado repositorio las referidas fotografÃas. Con motivo de la reconstrucción del inmueble donde moró el prócer Zela y su puesta al servicio de la colectividad como casa-museo; gracias a la polÃtica patriótica y cultural del directorio del Banco Industrial; el Ingeniero Hernán Sánchez Tregear, entonces alto funcionario de Electro Perú, hijo del recordado doctor Aurelio Sánchez Herrera y, por lo tanto descendiente directo de Zela; tuvo el noble gesto de desprenderse de retratos de sus antepasados que la familia cuidaba con veneración y gran celo, de generación en generación, donándolas a la referida casa-museo. 40 Doña MarÃa Natividad Siles de Antequera. Ãleo existente en el museo Casa de Zela. 41 SobresalÃan dos oleos, tipo medallón interior, de un caballero de edad provecta y una dama de mayor edad, que era precisamente el original de la fotografÃa donada al Archivo. La figura del óleo, no obstante ser el original, se ve diferente. Refleja a una digna anciana, de belleza serena que no ha marchitado el tiempo. Su tez es blanca con tonos carmÃn y su cabello cano. Sin embargo se descubre en su pequeños ojos sombras de quebranto y heridas del alma sin cicatrizar. Los cuadros que corresponden a la anciana y al anciano fueron colocados en el salón principal de la casa, en la pared más amplia, que da al Este, a uno y otro lado del retrato, más grande, del prócer don Francisco Antonio de Zela. Esta distribución de los óleos fue motivo para una nueva errada conclusión del bien intencionado guÃa: los ancianos eran el padre y la madre de Francisco Antonio de Zela. Con criterio intuitivo, pre-conceptual no podÃa aceptarse que respecto de una estampa juvenil y radiante del Prócer, una anciana sea la esposa de Zela y, un anciano, su hijo polÃtico. Doña MarÃa Natividad Siles de Antequera y Laso de la Vega viuda de Zela, residió un buen tiempo en Ilabaya, para sobrellevar pobreza, ingratitud y olvido, como se tratará más adelante; pero siendo ya anciana, retornó a Tacna para vivir sus últimos años. Falleció doña MarÃa Natividad, âviuda de don Francisco Antonio de Zelaâ, el 4 de febrero de 1852. TenÃa entonces setenta y cuatro añosâ de edad. Se conoce que las primeras fotografÃas que se tomaron en Tacna, hacia 1862, fueron hechas por el fotógrafo itinerante Juan de la Cruz Palomino. Tal vez se hicieron daguerrotipos a mediados de los cincuenta. Sin embargo, antes de esa fecha abundaban los pintores de caballete acostumbrados a ofrecer a las familias retratos al óleo, generalmente, de sus damas. Uno de esos pintores, que se referirán en el próximo capÃtulo, retrató a doña MarÃa Natividad Siles. En unas notas de mi responsabilidad, escritas con lápiz, en la dedicatoria de la fotografÃa, cuando se estaba organizando la fototeca del referido Archivo; se comenta que no se trata de Emerenciana, la hija de Zela, nacida en 1802, porque ni la edad que representa la dama ni la indumentaria que luce corresponden ni a los cincuenta años de edad ni a la las modas del medio siglo XIX. Tampoco puede ser la madre de Zela porque todo contacto con doña Mercedes se perdió con la venida de Zela a Tacna. Sólo puede tratarse de doña MarÃa Natividad. El anciano del otro óleo, es, con toda seguridad, don Luis Sánchez, casado con doña Emerenciana de Zela y Siles, segunda hija de don Francisco y doña MarÃa Natividad. Para verificarlo fue menester conseguir una fotografÃa tipo âcarte de visiteâ donde aparecen el referido don Luis, su hijo Pedro Sánchez y Zela y su primer nieto, Isidoro Sánchez Zevallos. En la dedicatoria del reverso se lee: âSeñor Pedro José Vértiz, tu afectuoso compadre y amigo, Luis Sánchez; Sinto (sic), febrero, 13 de 1874â. 42 LAS TIERNAS RAMAS Se sabe que el hogar conformado por don Francisco Antonio de Zela y ArÃzaga y doña MarÃa Natividad Siles de Antequera, se vio adornado por la presencia de nueve bellos y saludables hijos. El primer historiador que incluyó en la biografÃa del prócer los nombres de los hijos de Zela, fue José Belisario Gómez Castañón en su opúsculo titulado âEl Coloniajeâ. Lo hizo con algunos errores que fueron subsanados posteriormente. El historiador AnÃbal Gálvez que conocÃa la obra de Gómez, confirmó nombres y fechas; con notas a pie de página puso a salvo su responsabilidad en datos poco claros y corrigió los lapsus calami en las dos primeras fechas de nacimiento consignadas como 1897 y 1899; por las correctas de 1797 y 1799. Don Rómulo Cúneo Vidal, que también conocÃa el valioso libro del tacneño Gómez se tomó el trabajo de verificar con exactitud, en los libros parroquiales bautismo de San Pedro de Tacna, una a una âlas fechas publicadas por José Belisario Gómez en su Coloniaje acerca del nacimiento de los hijos de Zelaâ. Con la más reciente obra referida a Zela, del historiador Seiner, la información se ha verificado completamente. Según Lizardo Seiner Lizárraga los hijos de don Francisco Antonio de Zela fueron los siguientes: doña Flora MarÃa Dolores, nacida el 21 de abril de 1797; doña MarÃa Manuela, nacida el) 30 de marzo de 1799; don Santiago nacido el 25 de julio de 1800; doña Emerenciana nacida el 23 de enero de 1802; don José Santos que vio la luz el 1 de noviembre de 1803; don José Manuel nacido el 17 de febrero de 1805; don Buenaventura que fue alumbrado el 13 de julio de 1806; doña MarÃa del Rosario que nació el 2 de octubre de 1807 pero que falleció al año de edad el 7 de enero de 1809, sumiendo a sus padres en un inconsolable dolor; y Lucas Miguel, nacido el 16 de octubre de 1810. UN DESCONOCIDO JUICIO A ZELA Se desconocÃa hasta la actualidad que, entre Francisco Antonio de Zela y su compañero en la gesta de 1811, don Rafael Gavino de Barrios y Liendo, hubiese existido un conflicto que llegó a la Real Justicia. El litigio, cuya materia o asunto se desconoce y que, por 1807, debió estar ya en segunda instancia, es decir, a nivel de Intendencia, que ventilaba los juicios en la ciudad de Arequipa; debió comenzar con anterioridad a 1807. En 27 de octubre de 1807, el capitán Rafael Gavino de Barrios otorgó poder a favor del doctor don Juan Antonio Valdés, abogado de las cortes y vecino de Arequipa âpara que lo defienda en el pleito pendiente contra el balanzario don Francisco Antonio de Zelaâ. 43 El 30 de ab ril de 18 01 ,e n el pu er to de A ric a, un a fra ga ta in gl es a, ar m ad a en gu er ra ,a fia nz ab a su pa be lló n co n ca ño na zo y ba la . 44 LA GUERRA ENTRE ESPAÃA E INGLATERRA: REPERCUSIONES EN LAS COSTAS DEL EXTREMO SUR DEL PERà Los ingleses declararon la guerra a España. Comenzaron su estrategia boicoteando en los puertos de América, todas las posibilidades comerciales, pasaron al PacÃfico. La primera intentona ocurrió en Arica el 30 de abril de 1801. Otra en ocurrió en Iquique, en junio de 1801. El Capitán José Lino Portocarrero, Comandante Militar de Arica comunicó al Subdelegado Calvo de Encalada, que âhabiendo tomado este puerto de Arica, la tarde del 30 de abril último, una fragata inglesa, armada en guerra, afianzando su pabellón con cañonazo y balaâ. Por lo ocurrido en Arica, dos meses antes, se conocÃa que algunas naves inglesas merodeaban por la costa entre los puertos de Ilo e Iquique. Una de ellas, habÃa combatido en alta mar con la fragata âCastorâ, más conocida como âLa Gran Bretañaâ; donde le hirieron a un hombre. En Iquique, que pertenecÃa al Partido de Tarapacá, era Subdelegado don Ramón de Echáve y Alguizar, Comandante Militar, don Juan José de La Fuente y Alcalde, don Ventura Vera; ocurrió otro intento. El 15 de junio de 1801, la tripulación de âun barco guanero, propio de don Juan Bautista Elustondo, llamado La Piraguaâ, se percató que una nave de tres mástiles se les aproximaba. Era la fragata inglesa que venÃa de combatir con la âCastorâ. Entonces âreconociendo la tripulación del barco, por la dirección que llevaba la fragata que venÃa sobre él, mudando de rumbo, hacia arriba, con dirección a este puerto llegando poco antes de la dicha fragataâ. La gente que estaba en la parte alta de Iquique, con vista panorámica del mar; vio con alarma como âLa Piraguaâ era perseguida y abordada por una extraña fragata inglesa, el Alcalde Ventura Vera, mandó buscar, urgentemente, al Comandante Militar, don Juan de a Fuente. Estando ya tomada la nave, a cuyo maestro condujeron a su bordo y también a un pasajero, por medio del cual escribieron a los pocos vecinos de ese puerto con el intento de que se les mandase en una chalupa, de las suyas, que vino a tierra; unos cortos vÃveres cuyo importe ofrecieron pagar y de lo contrario darÃan fuego al referido barco âLa Piraguaâ y otros de menor consideración que se hallaban en este fondeadero. Llegado el emisario a la orilla, los pocos vecinos estuvieron de acuerdo en enviar lo solicitado. Recolectados los vÃveres se envió la chalupa con el mismo emisario. Pero los ingleses, no contentos con los vÃveres recibidos, insistieron con una nueva demanda, para que los iquiqueños les âdieran todo lo que habÃa en el pueblo, viniendo a recogerla con esta embajada, tres chalupas, cada una con un cañón y gente armadaâ. En estas dramáticas circunstancias llegó el Comandante Militar La Fuente ây se dedicó a estudiar las fuerzas con que contaba el enemigoâ. Pudo percatarse que la fragata 45 inglesa tenÃa, a cada lado, 18 cañones debidamente encureñados y 85 tripulantes. De inmediato, La Fuente, escribió dos oficios, uno para el Subdelegado Echave, que vivÃa en el pueblo de Tarapacá, informándole de lo ocurrido; y otro para don Manuel Hidalgo, quizás Alcalde del asiento de Huantajaya, el centro poblado más inmediato, para solicitarle inmediata ayuda militar. Estaban La Fuente y Vera preparando la defensa cuando les avisaron que los enemigos âvenÃan de vueltaâ. Avanzaban, âla fragata y las tres chalupas con su barcaâ. Entonces, entre otras cosas, La Fuente ordenó a los vecinos para que âretiren cuanto en sus casas hubiese de útilâ. En esos momentos, los ingleses, habÃan comenzando el saqueo, desmontando los mástiles âde La Piragua y extraÃdo de ella y de los demás barquitos cuanto habÃan encontradoâ. Concluida esta tarea los ingleses âse atrevieron a saltar a tierraâ desembarcando por la parte norte y avanzando sobre la población que, en vistas de su desguarnecimiento y por órdenes del Comandante Militar, se replegaron sobre los cerros, dejando sus casas al enemigo. El Comandante militar, recordó esos últimos instantes, diciendo que robaron âlo que a su vista se ha patentizadoâ y que temÃa intenten mayores cosasâ. Culminada su obra destructiva los ingleses se reembarcaron. Esto fue informado por Vera a Echave, el 16 de junio de 1801, y éste al Comandante Militar La Fuente. Esta será la primera de las incursiones inglesas sobre costas del extremo sur del Perú. UN CINTO QUE NO UNÃA Sinto o Cinto, desde la antigüedad se han usado las dos formas de escribirlo, prevaleciendo la segunda. Fue, un extraordinario valle frutÃcola, sobre todo, viñero, de la doctrina de Ilabaya. Parece que el primero que valoró sus posibilidades vitivinÃcolas fue don Bartolomé de Gárate. Luego la adquirió el corregidor Ureta y, finalmente, la compró por partes a los descendientes de éste, don Diego Siles. Este ricohombre la legó, por partes, a sus cuatro nietos, propios de su finado hijo Pedro de Siles Brucel, llamados âdon Juan Bautista, doña MarÃa Flora, don AgustÃn, don Josef y doña MarÃa de Siles y Antequeraâ. En la medida en que los Siles que pertenecÃan a la tercera generación fueron valerosos en los momentos en que la patria demandaba su concurso; también fueron poco afectos a explotar la riqueza que ofrece la tierra y vieron en el fundo de Cinto no un bien para trabajar y lograr mayor fortuna sino como una obligación poco grata o sólo un patrimonio para gozar hasta consumir. Los Siles de Antequera se endeudaron con la garantÃa de Cinto y, como no cumplieron las acreencias, terminaron perdiendo lo suyo. 46 Dice Seiner que, âJosef decidió vender su parte a Toribio Ara, Juan Bautista habÃa sido demandado por la cantidad de 3 000 pesosâ y, al no cumplir, se remató la parte de la hacienda que le correspondÃa, ganándola Toribio Ara. Zela, representando a sus cuñados y a su esposa, se opuso a la citada venta, aduciendo que debÃa preceder a ésta su división y partición. Finalmente Ara ganó el juicio y quedó como dueño de la mitad del fundo. Gálvez destaca como Zela no fue sólo el guardián de los intereses de sus cuñados âsino también el defensor de sus derechos. La conservación de ese bien en poder de la familia de su esposa le ocasionó continuas molestias y quizás también le atrajo enemistadesâ. A doña MarÃa Natividad, esposa de Zela, le correspondió el derecho a 9 832 pesos en el fundo. Pero, dice Gálvez âque su dote fue origen de contrariedades que amargaron la existencia de Zelaâ. Ãste, que debÃa defender la hacienda, y al final la parte que le correspondÃa a doña MarÃa Natividad; se vio obligado a pleitear con propios y extraños El juicio con los Ara fue prolongado y cruento. Seiner repara en el hecho paradojal de un proceso que enfrentó âseis años antes de estallar la rebelión, a dos de sus principales protagonistas: Zela y Ara. Queda por hurgar las razones que motivaron el acercamientoâ. LA INVASIÃN INGLESA A BUENOS AIRES: REPERCUSIONES EN LAS COSTAS DEL EXTREMO SUR DEL PERà Dentro de la campaña inglesa contra las colonias españolas de América, pero con anterioridad a la invasión de Buenos Aires por las fuerzas de Lord Popham; hubo naves de guerra británicas que merodearon por las costas del extremo sur del Perú. Las naves que consiguieron cruzar el Estrecho, llegaron a un mundo que desconocÃan. Las caracterÃsticas de las corrientes, las profundidades, los vientos convertÃan al Océano PacÃfico en un permanente riesgo, bastante lejos de su paÃs y de su último centro de aprovisionamiento. Cree Cúneo que la incursión británica en costas peruanas âmás fue de observación que de abierto guerrearâ. Por eso las primeras defensoras de los puertos del PacÃfico, fueron las fuerzas de la naturaleza. AsÃ, en 1805 se estrelló en la peñolerÃa del puerto de Iquique la fragata británica âMinervaâ, y su tripulación fue hecha prisionera y enviada a Limaâ. En Tacna se dio relativa libertad a los británicos prisioneros, para que alternasen con la gente de la ciudad; la estrechez de la cárcel obligó a repartirlos en casas de algunos vecinos de confianzaâ. Al año siguiente, con la invasión inglesa a Buenos Aires y la proyectada invasión en el PacÃfico Sur, sobre ValparaÃso, la presencia inglesa pasará de meramente de misiones observadoras a incursiones violentas y a veces, accidentadas. 47 R ec or rid o qu e si gu ie ro n la st ro pa si ng le sa s du ra nt e la pr im er a y se gu nd a in va sió n a B ue no s A ire s. 48 LA INVASIÃN INGLESA EN BUENOS AIRES Contrariamente a los que ven la invasión de Buenos Aires por los ingleses y la expedición de Miranda como dos acontecimientos inconexos, Luis Alberto Sánchez, en su monumental âHistoria de Américaâ considera que por el contrario los ingleses pretendieron âapoderarse de las mencionadas posesiones hispánicas y planearon un triple ataque: Por el noreste, desembarcarÃan en Venezuela; por el sudeste, en el RÃo de la Plata, y por el suroeste en Chile, con lo cual coparÃan todo conato de resistencia ibérica, imposibilitarÃan cualquier propósito francés y se adueñarÃan de los mejores pasos de la América del Sur, tal como habÃan hecho en el Mediterráneo con Gibraltarâ. Dentro del bloqueo, la flota armada inglesa, al mando de Lord Popham, se apoderó del Cabo de Buena Esperanza, término del continente africano, ubicado casi en el mismo paralelo que la desembocadura del RÃo de la Plata. Lo hacÃa para cortar los suministros del Extremo Oriente y para castigar a los holandeses que no se adherÃan a la Coalición. Conseguido el objetivo la poderosa flota aprovechó su poderÃo para amagar a las más próximas colonias hispanas de América. El â5 de junio de 1806, las tropas inglesas desembarcaron en la costa de Quilmes. El dÃa 27 una columna de 1 560 hombres entraba en las calles de Buenos Aires, tomando posesión de una ciudad de 50 000 almas. El virrey Sobremonte sólo atinó a huir hacia Córdoba, pretendiendo salvar los caudales, pero fue inútilmente, pues estos cayeron en poder del general inglés Beresford y fueron enviados a Londresâ. Los ingleses hicieron a los porteños ofrecimiento de aquellas libertades que su condición burguesa requerÃa, como âla administración de justicia, la propiedad privada, la religión católica y el comercio libre, a semejanza de las otras colonias inglesasâ. Sin embargo, entre los reclamos y el odio a España y la sumisión a un pueblo extraño que se habÃa impuesto por la fuerza de las armas, prevaleció la fidelidad a España. El criollo Juan MartÃn de Puyrredón juntó 1 000 paisanos pero fue dispersado por los ingleses. La población, desamparada por el timorato virrey, encargó a Santiago Liniers, un francés al servicio de España, para que organizara la reacción. Liniers, en su condición de extranjero, obtuvo permiso para ingresar a la ciudad y observar los dispositivos militares, luego pasó a Montevideo para coordinar el contraataque. Recibió allà un contingente de mil hombres. 49 Con éstos y los dispersos de Pueyrredón, Liniers, después de larga y cruenta batalla en las calles, reconquistó Buenos Aires, logrando la ârendición de 1 200 ingleses que quedaron presos de los españolesâ y âque Beresford capitulase el 12 de agosto de 1806â. Enterado de la victoria criolla, Sobremonte quiso retornar como Virrey pero la población se lo impidió, ésta, en Cabildo abierto, eligió a Santiago Liniers. Acto de especial trascendencia puesto que, no era el rey de España, sino la voluntad popular quien habÃa ungido a su nuevo Virrey. Aun antes de conocer la derrota sufrida frente a los porteños, âel gobierno inglés envió a Samuel Achmuty al frente de un ejército para reforzar el de Beresford (y envió) otro al mando de Crawfurd, para que conquistara ValparaÃso, sirviendo desde allà de defensa a Buenos Aires, evitando que esta ciudad pudiese recibir auxilios del Perúâ. Cuando en pleno viaje por el Atlántico los ingleses se enteraron de la victoria de los rioplatenses; para no perder su petulante condición de invictos, quisieron cobrarse la revancha; ordenaron a Crawfurd abandonase su misión sobre Chile y se sumase a las fuerzas âvengadorasâ de Achmuty asà como a otras fuerzas para constituir un escudo invencible. El contingente jefaturado por Achmuty sextuplicaba al de la primera invasión puesto que sumaba a las fuerzas de éste, las de Crawfurd y las de Baird, que traÃa 1 300 hombres desde el Cabo de la Buena Esperanza; hasta sumar un total de 12 000 combatientes. La flota la integraban âveinte naves de guerra y 90 transportesâ. Las fuerzas porteñas, por su parte, y que eran las que defenderÃan la ciudad no pasaban de 8,600 hombres. Sin embargo, los ingleses, no atacaron directamente a Buenos Aires. Esta vez, atacaron primero Montevideo, el 3 de febrero de 1807. Sólo el 28 de junio desembarcaron en territorios del Virreinato de RÃo de la Plata. Esta vez, aunque, en algunos frentes, como el que comandaba Liniers, o la Plaza de Toros, los ingleses vencieron; finalmente y después de las obras de fortificación ordenadas por el Alcalde español de Buenos Aires, don MartÃn Ãlzaga; los ingleses fueron nuevamente derrotados. El âgeneral Whitelocke se rindió aceptando la capitulación que propuso Liniers, en virtud de la cual los ingleses se obligaban a evacuar inmediatamente Buenos Aires y a entregar la plaza de Montevideoâ. 50 N av es in gl es as qu e se pr es en ta ro n en la s co st as qu e va n de Iq ui qu e a Ilo ,d ur an te lo s añ os 16 06 y 16 07 ,v an a te ne ru n pr op ós ito m ás ag re si vo . 51 LA GUERRA CON INGLATERRA LLEGA A LAS COSTAS DE TARAPACÃ, ARICA, TACNA Y MOQUEGUA Mientras la accidentada presencia de naves inglesas en el extremo sur del Perú, en 1805; tenÃa, el propósito de observar, las posibilidades de desembarco; las naves que se presentaron en 1606 y 1607, entre Iquique e Ilo, tenÃan un propósito más agresivo dentro de la estrategia británica de destruir a España. Se sabe que en enero de 1806 se tomaron 27 prisioneros de naves de bandera inglesa que habÃan venido a merodear las costas peruanas. Sin embargo aunque se desconocen las circunstancias y el lugar, estuvieron en la cárcel Real de Tacna entre enero y julio de ese año. Por los registros de la Caja Real se ha podido conocer las raciones que suministró la Caja Real para su manutención fueron de â7 pesos de enero a marzo; en abril de 7 y 4 reales; en mayo de 7 pesos y 6 reales; en junio de 7 pesos y 4 reales y en julio de de 7 pesos con 6 realesâ. El 30 de abril de 1807 ocurrió igual cosa en la bahÃa de Arica, cuando naves enviadas por Beresford bombardearon, desembarcaron y saquearon su puerto y, una de ellas, la fragata âLuisaâ embarrancó y su tripulación en parte prisionera, fue hecha prisionera por las milicias del puerto y traÃda a Tacna en cuya cárcel estuvo depositada. Se desconoce por cuanto tiempo. En aquella ocasión un desconocido hasta entonces, llamado Antonio Pereyra sacó indebidamente de la fragata inglesa varada Remigton II 3 papeles escritos en inglés que el Comandante Militar de Arica, don José Lino Portocarrero, por oficio de 13 de mayo de 1806, dirigido al Subdelegado don Juan José de La Fuente y Loayza, en Tacna, para que los haga traducir con âlos ingleses presos que hay en ese puebloâ. Se eligió como traductor a un âAntonio Morales, prisionero en este real cuartelâ. Finalmente, los ingleses fueron envidos âa Lima y encerrados en el fuerte âSanta Catalinaâ, en el torreón que desde entonces se llamó âde los inglesesâ. En agosto de 1806 el Subdelegado de Moquegua capturó un barco inglés sorprendido en Ilo, apresando a su tripulación, la que, de inmediato fue enviada, con fuerte custodia, al Partido de Tacna. Estos quince ingleses prisioneros llegaron el dÃa 28 de agosto al cuartel de Tacna, donde permanecieron hasta su remisión al puerto de Arica para embarcarlos rumbo al Callao. Asà lo hicieron saber al Subdelegado, el 3 de septiembre de 1806 los Ministros de las Cajas de Tacna, Domingo Agüero y Juan de Ozamizâ. Entre la tripulación de la fragata inglesa âLucÃaâ, que encalló en Arica y fue hecha prisionera y trasladada a la cárcel de Tacna, figuraba un âPedro, de 60 añosâ de edad, cuyo apellido se ignora. Sólo se pudo saber que era âde nación holandesaâ. Este holandés al servicio de la rapiña británica enfermó y, sintiendo próxima la muerte âdespués de haber abjurado sus errores, se le reconcilió con nuestra Madre Iglesia Católica Apostólica Romanaâ. 52 LAS CHARCAS ENTRE DOS AMORES: LIMA O BUENOS AIRES Antes de la confrontación entre las potencias de Francia, aliada de España, e Inglaterra; la población de Las Charcas se sentÃa más ligada a la región del Bajo Perú. Como una consecuencia de las âinvasiones inglesas de 1806 y 1807 a Buenos Aires se evidenciaron los sentimientos de fidelidad del Alto Perú; prontamente se movilizaron tropas por si su auxilio era necesario y se festejaron como propios los triunfos obtenidos por los porteños patriotas sobre los invasoresâ. Desde este momento el prestigio de la distante capital del Virreinato (del RÃo de la Plata) creció en las provincias del Altiplano, originando una corriente de solidaridad que no habÃa logrado despertar el vÃnculo polÃtico existente desde 30 años antesâ, cuando se separó la Audiencia de Charcas del Virreinato del Perú para anexarlo al recién creado virreinato de RÃo de la Plata. SAL HABAS CAL La tradición de Palma, que contaba como, colocando en su gabinete tres puñados: uno de sal, otro de habas y uno tercero de cal; los limeños insinuaron al recio virrey el poco afecto que le tenÃan por de su fidelismo a ultranza y su fina crueldad. Don Fernando de Abascal y Souza, nació el 3 de junio de 1743 en Oviedo, la capital histórica de España. En sus montañas, el valeroso Pelayo resistió la invasión árabe. Algo de Pelayo le quedarÃa al obstinado virrey. Abascal fue militar toda su vida. Comenzó como soldado distinguido; y fue ascendiendo en el escalafón militar. Cumplió funciones en casi toda América hispana: Puerto Rico en 1767; Montevideo en 1776, Santo Domingo en 1781 y La Habana en 1797 como âlugarteniente de gobernadorâ. Desde 1799 estuvo de âPresidente de la audiencia de de Guadalajaraâ, cuando en 1804, fue nombrado Virrey de RÃo de la Plata. Viajando a España fue hecho prisionero por los ingleses que lo dejaron en Lisboa. El penoso viaje a Buenos Aires lo llevó primero a Brasil donde llegó en julio de 1805, pero, poco antes se habÃa enterado de la Real Cédula de 10 de noviembre de 1804, que revocaba su anterior nombramiento y le confiaba el del Perú. Debió salir por tierra desde Buenos Aires, cruzar el Alto Perú y llegar a Lima el 26 de julio de 1806. Ese penoso viaje de mil trescientas leguas le permitieron âconocer anticipadamente una porción considerable del territorio que venÃa a gobernarâ y teatro donde sucederÃan los acontecimientos que más perturbaron su largo gobierno. Su entrada triunfal a Lima, fue el 20 de agosto de ese año. Antes que Abascal asumiese el mando ya España estaba en guerra contra Inglaterra y sus efectos se sentÃan en Arica, Tacna, Ilo y Moquegua. 53 La genialidad de Abascal se puso âen evidencia, cuando ve la importancia del levantamiento porteño, como expresará luego en sus Memorias (que): Es una fuerte persuasión para que el proyecto que nació en Buenos Aires se hiciera extensivo a todo el continente. Comprendió que si no se detenÃa a tiempo ese movimiento, posteriormente no serÃa posible hacerlo y que se extenderÃa a las otras coloniasâ. Una de las estrategias persuasivas del Virrey fue, como señala Fernando DÃaz Venteo en su âLas Campañas Militares del Virrey Abascalâ (1), la de confrontar a los exponentes de la misma clase o componente racial, precisamente de aquella que, en esos momentos, protagonizaba la protesta, como era la criolla. âurdió una polÃtica maquiavélica para la creación de una corriente contrarrevolucionaria, formada esencialmente por americanos, para oponerla a la independentista, por esto, confió el mando y la organización de ejércitos de resistencia del sur a Goyeneche, quien, además de ser criollo, tenÃa la confianza de otros americanos como Tristán, Picoaga, Bombera, de manera que consiguió formar un ejército peruano, que hiciera frente a las expediciones que incursionaban desde El Plata y que ahogó todos los intentos separatistas que se produjeron en la zona, secundando con habilidad y eficacia la astuta polÃtica de Abascalâ. Este ejército sofocó la insurgencia de las provincias del Alto Perú y detuvo el avance de los ejércitos argentinos. Lo puso bajo las órdenes sucesivas de los generales Goyeneche y Pezuela. Este ejército obtuvo las victorias de Guaqui, Vilcapuquio, Ayouma y Viluma. Con el propósito de superar las rivalidades que comenzaban a manifestarse entre los españoles europeos y los nacidos en América, creó un Regimiento formado en todos sus grados por americanos y peninsulares que denominó de la Concordia. En el frente interno, derrotó los levantamientos de Tacna, Huánuco y Cuzco. Mientras la insurgencia externa fue neutralizada. Extinguió la Junta de Quito con la expedición de Montes. La de Chile, por las tres expediciones, a las órdenes de Gainza, Pareja y Osorio. Cansado Abascal del gobierno y de las permanentes tensiones, pidió insistentemente su relevo. Finalmente se aceptó su renuncia designándose como reemplazante interino al General Pezuela. Le hizo entrega del gobierno el 7 de julio de 1816, y el 13 de noviembre del mismo año partió para España en la corbeta "Cinco hermanos". Falleció en Madrid el 31 de julio de 1821 a los 78 años de su edad. (1) DÃAZ VENTEO, Fernando... Las Campañas Militares del Virrey Abascal , Sevilla, C.S.I.C., 1948. 54 EL ABDICANTE, EL PRISIONERO Y EL USURPADOR Nunca antes, como a comienzos del siglo XIX, la historia europea influyó tanto ideológicamente en los destinos de América. La Revolución francesa, la obra de Napoleón, la rivalidad entre Francia e Inglaterra o la crisis de la dinastÃa de los Barbón, tuvieron repercusiones trascendentales en los procesos independentistas de los nuevos estados. En 1806 el emperador Napoleón I aseguró su dominio de Europa en el flanco oriental gracias a la victoria de Austerlitz y al tratado de Presburgo del 1º de enero de 1806; y, para consolidar el carácter imperial de su gobierno, quiso establecer reinos que actuasen bajo su férula y comenzó creando una excusa para sacar de Portugal a la dinastÃa de los Braganza, y, so pretexto de contar con un permiso de su aliado el rey Carlos IV, para invadir Portugal cruzando territorio español; se quedaron en España indefinidamente. La permanencia abusiva de las tropas del general Dupont exasperó al pueblo que explotó el 18 de marzo en el denominado âMotÃn de Aranjuezâ(*). Al dÃa siguiente Carlos IV abdicó su corona a favor de su hijo Fernando VII; pero, presionado por el mismo Napoleón a través de su intrigante âembajadorâ el prÃncipe Murat; lo obligó a retornársela el 6 de mayo. Un dÃa antes Carlos IV habÃa cedido a Napoleón la corona de España a cambio de conservar los territorios de ultramar ây dotar a él y a sus hermanos e infantes de una rentaâ significativa y vitalicia. Fernando quedó deportado y prisionero en Bayona. Esta ignominia provocó el sangriento levantamiento de Madrid, del 2 de mayo, y de casi todas las regiones de España. Entonces el 6 de junio de 1808 el Emperador cumplió con sus propósitos imperiales, entregando la corona de España a su hermano José Bonaparte, que hasta entonces, habÃa sido rey de Nápoles y de Sicilia. José Bonaparte, malévolamente apodado âPepe botellasâ; ingresó a Madrid, el 20 de Julio, ârodeado por sus poderosas tropas, en medio del contenido rencor de sus habitantesâ, para ser coronado y proclamado el 25 del mismo mes. José I se jactaba de haber asumido, también âpara sÃ, la corona de Indiasâ. La indignación de los peninsulares y algunos criollos fidelistas de América al conocer los sucesos de España fue inmediata aunque no tan manifiesta como en la metrópolis. (*) El odiado Godoy, retomando un proyecto del Ministro conde de Aranda de 1783, propuso al Rey trasladarse con su familia a América, como lo habÃan hecho los reyes de Portugal pasando a residir en Brasil. Su proyecto â...fue crear en América española una âcomunidad de nacionesâ unidas por vÃnculos de sangre en la persona de varios prÃncipes españoles. (...) (cercanos, familiarmente, a Carlos IV) que gobernarÃan como prÃncipes regentes en lugar de los virreyes, asesorados por un senado mixto de peninsulares y americanos, y contando con tribunales de justicia autónomos. (Burriel y Floria... Crónica de América, Barcelona, Quinto Centenario Plaza y Janes Editores S.A., 1990, tomo II, pág. 325. 55 También cundió el desconcierto porque eran âtres personas las que pretendÃan llamarse reyes de España. Luego se añadió una cuarta, que fue doña Carlota Joaquina, hermana de Fernando VIIâ. La postura predominante fue la de la âlealtad a Fernando VIIâ. La usurpación napoleónica y la lealtad al rey âdeseadoâ terminó promoviendo en los pueblos españoles primero el establecimiento de âJuntas populares de defensa reasumiendo legalmente el poder legÃtimo, ante el cautiverio del reyâ aun a despecho de las autoridades constituidasâ que suponÃan dentro de la estructura administrativa que sustentaba al rey usurpador. La Junta establecida en Aranjuez, se constituyó como Junta Suprema el 25 de septiembre de 1808 y pasó a instalarse en Sevilla. Los americanos tuvieron la misma reacción que los peninsulares aunque en unos casos fueron promovidas por las mismas autoridades coloniales como en el caso de Montevideo, cuyo gobernador Francisco Javier ElÃo, presidiendo ésta debido a que, con tal acto, desconocÃa al Virrey de Buenos Aires, el francés Santiago Liniers, bajo cuyo mandato estaba; por sospechar de su complicidad con su paisano emperador. En otros casos, como en Bogotá, convocadas originalmente en 1808, por el propio Virrey, sólo se concretaron a luchar para vivir autónomamente en 1810. Pero las primeras, que precisamente tiene grandes vinculaciones con Tacna, fueron las de Chuquisaca y La Paz, establecidas el 25 de mayo de 1809 y el 16 de julio del mismo año, respectivamente. LA CAPA GRANA DEL CIRUJANO LATINO En la hermosa y extensa historia local existen gratas anécdotas que humanizan las biografÃas emblemáticas, como la de don Francisco Antonio de Zela; y, a la vez, permiten conocer parte de la vida cotidiana de la ciudad, como fue el caso de un âdoctor Manuel López Moreno, cirujano latino, oriundo de Popayán, en el Nuevo Reino de Granada, de Santa Fe de Bogotáâ. HabÃa llegado a Tacna, en razón a que, en 1803, fue invitado por el Señor Subdelegado capitán don Juan Josef de La Fuente y Loayza para que lo acompañase al Partido de Tacna a lo que accedió, con tal que le prestase 250 pesos para habilitarse en el nuevo asiento. DebÃa ser, sino aristócrata venido a menos, un criollo de campanillas como que era âhijo legÃtimo de don Manuel López Moreno, Alguacil Mayor del Cabildo de Popayán y de doña Bárbara RosalÃa Bacaâ y, aunque âera casado en Popayán con doña MarÃa Leonor González de Velascoâ con tres hijos vivos; todos residentes en la referida ciudad neogranadina; el médico vivÃa en este pueblo con la despreocupación y el solaz propios de un soltero. 56 Era amiguero, divertido y jugador. En el juzgado de Tacna pendÃa un juicio en el que lo demandaban por âjuego, por don Pedro Vargasâ. Al barbero, con quien, a veces, debÃa haber trabajado en compañÃa; aquél diagnosticando, u operando; éste, realizando las infaltables sangrÃas, terminó debiéndole 3 pesos. No obstante sus urgencias, parece no haber dispensado su bálsamo benéfico sino sólo a aquellos que le resultaban atendibles. Lo mismo parece que ocurrÃa cuando los males no eran muy aceptables a la vista y al olfato. En noviembre de 1805 un Lorenzo Palza, que pugnaba por ser considerado como indÃgena tributario y no pagar la tasa que le correspondÃa, pidió al Cacique âse sirva mandar que los médicos cirujanos y demás peritos conocidos de esta población me reconozcan ciertos tumores, carbúnculos, granos o llagas que tengo en todo el cuerpo principalmente en las sentaderas y piernasâ y hecho ésto se le franqueen a continuación la certificación jurada. AsÃ, el 23 de diciembre de 1805, como âel cirujano latino don Manuel López Morenoâ, que parece no haber soportado la psoriasis de Lorenzo se excusó de hacerloâ. El jefe de los âDragones de Tacnaâ, don Francisco Navarro, tuvo que enviar a hacer âla revisión al práctico cirujano del regimiento a su cargo, don Vicente Mendozaâ. El 26 de junio de 1807, algo grave ocurrirÃa con la salud del despreocupado cirujano como para mandar de inmediato por el Escribano Público, don Juan de Benavides, con el fin de trasmitirle su postrera voluntad. Dijo, en el corto y curioso testamento, entre otras cosas curiosas, que dejaba un âestuche de cirugÃa el cual compré al cirujano doctor Roque Barreda en 18 pesos, pero le robaron la tijera recta y se halla con este defectoâ. Nombró albacea testamentario a su amigo don Julián Eyzaguirre y testigos a don Josef Santos Tagle, don Juan Manuel Herran y don Baltasar Esteban, el maestro preceptor del pueblo. La cláusula más interesante del testamento es la que está referida a la mención de su vestuario. También dejo por mis bienes, dice âunos pocos vestidillos muy usados, y entre ellos, una capa grana con sus vueltas de raso blanco, la que suplico que si fuere posible procure reservarse de la satisfacción de deudas, y se le dé a mi nombre a mi compadre don Francisco Antonio de Zelaâ. 57 GOYENECHE: UN AREQUIPEÃO TEMIDO Y EXITOSO Se conoce que en el frente realista existÃan âdos tendencias: los liberales y los absolutistas, éstos partidarios del antiguo régimen y del poder monárquico absoluto. Tanto el Virrey Abascal como Goyeneche, pertenecÃan a estos últimosâ. La Junta Central de Gobierno de España, establecida en Sevilla, envió a don José Manuel de Goyeneche como Comisionado especial para visitar las colonias. Ãste llegó primero a RÃo de Janeiro donde se entrevistó con el Regente, Don Juan, de allà pasó a Uruguay y Chuquisaca. HabÃa rumores que éste traÃa instrucciones para que en América se reconozca a la infanta doña Carlota Joaquina, hija de Carlos IV, como reina de España e Indias, y ésta, como esposa del infante don Pedro Carlos de Portugal, incorporarÃa las Charcas al reino de Brasil. Cuando el general Goyeneche, comisionado de la Junta llegó a Charcas el 11 de noviembre de 1808 fue recibido de diferente manera según la institución que le correspondÃa. AsÃ, mientras el Presidente y el Arzobispo lo recepcionaban âcon inusitados agasajosâ, los oidores de la Audiencia no lo reconocieron ni lo recibieron, entre otras razones, por haber sido portador de cartas de la Infanta Carlota Joaquina, âradicada en RÃo de Janeiro, empeñada en el plan de coronarse bajo el pretexto de tutelar los derechos de su hermano el rey Fernando VIIâ. El Presidente, don Ramón GarcÃa Pizarro âconvocó una reunión de las personas más representativas a la que asistieron algunos oidores, allà expuso el comisionado Goyeneche el objeto de la misión que le confiara la Junta, los oidores presentes negaron la legitimidad de ellaâ. Entonces algunos oidores, como el fiscal Zudáñez, se excedieron en sus protestas. Aunque la reunión terminó en paz gracias a la intervención del Arzobispo, los ánimos no se amainaron en el resto de la ciudad. Se esperó la partida de Goyeneche a Potosà y La Paz, para continuar su misión; para retomar las acciones. En la Universidad se discutió sobre las pretensiones de Carlota, considerándose su comunicación como âsubversivaâ. La Universidad tuvo la valentÃa, o la audacia, de enviar al Presidente sus conclusiones y pidiéndole su parecer. La respuesta de GarcÃa Pizarro fue âtachar y destruir los documentos de la corporación relativos a la consulta; el Presidente Pizarro hizo conducir a su casa el libro de actas de la Universidad donde fueron arrancadas las hojas conteniendo las actuacionesâ. Esto exasperó al estudiantado y al pueblo en general. Eran las vÃsperas del gran levantamiento. 58 El pueblo de Chuquisaca, cuando se enteró de la destitución del presidente salió tumultuosamente a las calles. 59 LA ANTORCHA INEXTINGUIBLE Un grupo de criollos y mestizos de La Paz, encabezados por Pedro Domingo Murillo, soldado mestizo; entusiasmados por los sucesos del 25 de mayo en Chuquisaca, se levantó el 16 de julio del 1809. Aprovecharon la festividad de la Virgen del Carmen a cuya procesión habÃa concurrido toda una compañÃa de las fuerzas acantonadas. Como a la hora de relevo quedarÃan muy poco efectivo acuartelado, era el momento preciso para asaltar el cuartel. Asà lo hicieron, efectivamente, y mientras unos tomaban por asal to el fortÃn, otros trepaban âa la torre de la Catedral y con sus campanas tocaron a entredicho o fuego haciéndose general el alborotoâ. De inmediato los caudillos destituyeron âal Gobernador Dávila y al Señor Obispo arrestándolos en el Palacio Episcopal y dispusieron que la autoridad civil recayese en el Cabildo agregando como miembros de la ilustre corporación, a dos incondicionales de la causa insurgente, el) doctor don Gregorio Lanza, natural de La Paz, y al doctor don Juan Basilio Catacoraâ, oriundo de Ãcora. El dÃa 17 de julio se realizó en la plaza un acto de Juramentación de fidelidad al rey y al movimiento revolucionario, especialmente programado para los peninsulares y personas de comportamiento poco confiable y se reemplazó a los funcionarios realistas por otros revolucionarios. También se designó a Murillo como âCoronel de Ejército y Comandante de Armas; âde Teniente Coronel a don Juan Pedro Indaburu y como Sargento Mayor al doctor don Juan Bautista Sagárnagaâ. La protesta de La Paz que encabezó Murillo, aunque fue âinicialmente encubierta bajo los velos de una Junta Tuitiva, que apareció como protectora de los derechos de Fernando VIIâ, más adelante mostró su definitiva orientación separatista. En una proclama dirigida al pueblo el 27 de julio se manifestaba que ya era âtiempo de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidadâ, âde organizar un sistema nuevo de gobierno, fundado en los intereses de nuestra patria, altamente deprimida por la polÃtica bastarda de Madridâ y âde levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias adquiridas sin el menor tÃtulo y conservadas con la mayor injusticia y tiranÃaâ. 60 TROPAS TACNEÃAS EN EL DEVELAMIENTO DE LA JUNTA DE LA PAZ DE 1809 Cuando en Lima se supo del alzamiento de La Paz, Abascal ordenó a âGoyeneche, que hacÃa poco tiempo se la habÃa nombrado Presidente de la Real Audiencia del Cuzco, que tomara las providencias para que, acercándose a Puno, impidiera la propagación de la revuelta y, al mismo tiempo, se pusiera de acuerdo con las Intendencias de Arequipa y de PotosÃ, asà como con el Virrey de Buenos Aires, Que en esa época era don Baltazar Hidalgo de Cisneros, con cuyo asentimiento debÃa contarse, como máxima autoridad de ese territorio sin embargo, antes de recibir estas órdenes, ya Goyeneche habÃa dispuesto, que un piquete al mando del sargento mayor, don FermÃn Piérola, se posesionara del Desaguadero, mientras se concentraba en Puno, con las del Cuzco, las tropas que debÃan, venir de Arequipa, para juntas marchar a debelar la sublevaciónâ. El Intendente de Arequipa ordenó de inmediato a los subdelegados de su mando que enviasen todas las fuerzas posibles para concentrarse en las inmediaciones del Desaguadero. El 23 de setiembre de 1809 se extendió una escritura de fianza a favor de don Toribio del Calvo para que pueda ejercer de habilitado de la expedición de 200 dragones âque van a marchar hasta la ciudadâ y dos dÃas después el âTeniente de milicias del Partido de la ciudad de Arica y capitán de una de las compañÃas de la Expedición que va a marchar para la ciudad de Puno, don Jacinto de Vargas, extiende poder a favor de don Cipriano Vargasâ, para varios efectos. Entonces, por orden del Subdelegado, salió de Tacna âel 27 de septiembre de 1809â, rumbo a Puno, el Comandante Tiburcio Calvo con una selecta fuerza de doscientos dragones, para unirse al grueso de los realistas y cruzando el Desaguadero enfrentar a los âjuntistasâ. Cúneo refiere que al ejército que primeramente se llamó âde observaciónâ y que más tarde operó en la altiplanicie a las órdenes de Goyeneche, el Intendente Salamanca lo reforzó con 1,220 hombres perfectamente equipados que pudo reunir en los Partidos de su Intendencia los mismos que participaron con valor en las operaciones de la campañaâ. De todas las doctrinas del Partido de Tacna, se armaron, entonces, â200 Dragones despachados hacÃa Arequipa, el 26 de setiembre de 1809, a órdenes del capitán don Tomás Navarroâ. Este es un errado dato de Cúneo. Ãste, tomó el nombre de Navarro de la relación de jefes del Regimiento acantonado en Tacna mucho antes de dicha fecha, según aparece en la GuÃa de Forasteros. Para 1809 Navarro ya era un anciano. Por lo indicado en los libros de Contabilidad fue don Tiburcio Calvo. 61 Como desde hacÃa algún tiempo podÃan fundirse cañones en Tacna, se dispuso por la Comandancia General que se remitiesen a Arequipa los que ya estaban listos. Entonces los Ministros de la Caja Real, don Domingo de Agüero y don Juan Ozamiz, le consultaron âacerca de los pagos que deben efectuar por bagajes y de las personas que deben llevar unos cañones hasta Arequipaâ. No quedando satisfechos con el primer contingente, posteriormente, irÃan â100 Dragones despachados el 16 de noviembre del año subsiguiente a órdenes del capitán don Vicente CortaverrÃaâ. En la lista de la tropa que marchó al Alto figura un âFrancisco de Zelaâ. De ninguna manera puede tratarse del balanzario y prócer don Francisco Antonio. Lo más probable es que se trate de un esclavo liberto propiedad del mismo don Francisco Antonio o de su padre don Alberto. Para confeccionar los soportes de las carpas que usarÃan, los 200 dragones; se contrató al carpintero Antonio Botentano por 12 pesos para la preparación de 40 palos o parantes, 10 docenas de estacas y macetas para âplantarâ los parantes. Todo por 12 pesos y 6 reales. Los cobertores de las 17 carpas se hicieron en el taller del âmaestroâ sastre Fernando AlbarracÃn. Lo apoyaron el âprincipianteâ Pedro Trillo y los âaprendicesâ Atanasio, apodado âel sastreâ, Inocencio Guerra, Diego Gijón, Felipe Santa MarÃa, Ramón Catito, Baltazar Lanchipa y José AlbarracÃn. Parece que la fuerza que se envió de Tacna e incluso la fuerza congregante que salió de Arequipa, tuvo un desempeño poco significativo en el develamiento de la insurrección altoperuana. Las fuerzas realistas que comandaba Goyeneche y que integraban los dragones llegados de Tacna; obligaron a los patriotas a retroceder internándose en los Yungas. Las fuerzas realistas, entre octubre y noviembre, derrotaron a los seguidores de Murillo en los enfrentamientos de Irupana y Chicaloma. Hay constancia que de las 17 tiendas de tela que llevaron los tacneños, cuatro âfueron dejadas cuando ocurrió el ataque de yungasâ. Mientras tanto en la Audiencia de Charcas, la represión no se dejó esperar. Las fuerzas realistas de Goyeneche cayeron sobre los rebeldes y éstos no tuvieron suficiente entereza como para oponer resistencia. Murillo fue ajusticiado en La Paz. Fueron sus frases premonitorias: âEl fuego que he encendido no se apagará jamásâ. Meses después se anunciaba que el â12 de abril de 1810, llegó de regreso a órdenes de don Tiburcio Calvo y CossÃo el Escuadrón que desde a Tacna habÃa ido a sofocar el levantamiento de La Paz en 1809â. 62 â. ..J ua n M ur ill o a qu ie n se le (h ab Ãa )v ist o en tre na rm ili ta rm en te a lo sn at ur al es en la sp ro xi m id ad es de T ac na â. 63 UN HOMÃNIMO Y ADICTO AL PACEÃO MURILLO ALARMA A LOS REALISTAS DE TACNA En medio de los temores de unos tacneños y la expectativa de otros respecto a las Juntas de Gobierno surgidas en las ciudades de Chuquisaca, primero y La Paz, después; hubo en el pueblo un revuelo inusitado. Sucede que en octubre de 1809 llegó a conocimiento del âGobernador Subdelegado don Juan José de la Fuente y Loayzaâ que habÃa llegado a Tacna un tal âJuan Murillo a quien se le habÃa visto entrenar militarmente a los naturales en las proximidades de Tacnaâ. Inmediatamente inició un proceso âpara averiguar las actividades, presumiblemente sediciosasâ del referido Murillo. Agravaba la situación el hecho que en esos momentos, todavÃa estaba en ebullición la revuelta del Alto Perú y que el presunto sedicioso se llamara, precisamente, Juan Murillo, como el caudillo del levantamiento de La Paz. A los pocos dÃas, el 14 de octubre de 1809, se otorgó fianza carcelaria por don Fernando AlbarracÃn por cuanto âJuan Murillo se halla preso en la cárcel de este pueblo de orden del Señor Gobernador Subdelegado y Comandante Militar del Partido, y que ha mandado relajarle de la prisión bajo de la fianza de permanecer en este partido hasta que cesen las turbaciones de la Provincia de la ciudad de La Paz, y que poniéndole en efecto, siendo cierto y sabedor de lo que en este caso le compete; otorga que fÃa al dicho Murillo que residirá en este Partido y sin salir de él durante el expresado tiempoâ. DON ANTONIO DE RIVERO Y ARANÃBAR: DÃCIMO CUARTO SUBDELEGADO El capitán don Antonio de Rivero y AranÃbar y Salazar fue el quinto âGobernador Subdelegado y Comandante Militar del Partido de Tacnaâ. Nació en Arequipa en 1759, y tenÃa â52 años al ocurrir el primer levantamiento de Tacna. Cúneo Vidal. historiando esta antigua y aristocrática familia arequipeña, dice que fue ââ¦cabeza de los Riveros arequipeños el licenciado don Juan Antonio de Rivero y Alderete, natural de Segovia, deudo en segunda o tercera instancia del conquistador y gobernador de Chile don Jerónimo de Alderete, que vino al Perú en 1595, con el Virrey conde de Monterrey, en calidad de su asesor y se estableció en Lima durante los primeros años de su venida al Perú, se trasladó a Arequipa en comisión de aquella Audiencia, al ocurrir la espantosa erupción del volcán de Ubinas que asoló los valles de Omate y Carumasâ. Casó allÃ, iniciando una estirpe arequipeña que ha dado al paÃs presidentes, prelados, diplomáticos, educadores y juristas. Tataranieto de este fue âdon Manuel de Rivero y Salazar, marido de doña Gertrudis de AranÃbar y Fernández Cornejoâ. Fueron hijos de éstos el capitán don Manuel, doña Bárbara y don Antonio de Rivero y AranÃbar. 64 De los tres mencionados, don Rómulo Cúneo Vidal , destaca al âcapitán don Manuel de Rivero y AranÃbar, que fue marido de doña Isabel de BesoaÃn y Romero, procesado en 1813 y encerrado por término de dos años en los aljibes del Real Felipe del Callao con motivo de una sublevación que debió estallar en Arequipa bajo su dirección, contemporáneamente con la ocurrida en Tacna el 3 de octubre, por instigación de Belgrano y obra de sus agentes los hermanos Paillardelle y Sagardiaâ y al Teniente Coronel don Antonio de Rivero y AranÃbar que fue Subdelegado del Partido de Arica, con sede en Tacna y estuvo presente durante las rebeliones de 1811 y 1813. Don Antonio de Rivero casó con la dama arequipeña, âdoña BrÃgida Ustariz, en quien procreó a don Mariano Eduardo de Rivero y Ustariz, sabio eminente, autor de obras cientÃf icas de gran valÃa, colaborador de Tschudi en su obra Antigüedades Peruanas de fama mundialâ y Prefecto del gran departamento de Moquegua, cuya capital era Tacna. A poco tiempo de asumir el mando una hija legÃtima suya âdoña Tomasa Rivero y Ustarizâ, natural de Arequipa y vecina de Tacna, contrajo matrimonio en dicho pueblo el 19 de marzo de 1810 con âdon Mariano Miguel de Ugarte, natural de Locumba y vecino de Tacna, hijo legÃtimo del Capitán don Lorenzo de Ugarte y de doña Evarista Ureta y Peraltaâ. Los Rivero, antes de este matrimonio, ya estaban unidos familiarmente con los Ureta, puesto que, casi medio siglo antes, doña Bárbara de Rivero y AranÃbar, la tercera de los mencionados hermanos fue legÃtima esposa âdel teniente coronel y ricohombre de Locumba don José de Uretaâ. En histórico año â1811 el teniente coronel don Antonio de Rivero y AranÃbar llevaba empleados treinta años en la carrera administrativa, y gozaba de la entera confianza de las autoridades superiores de las que dependióâ. DONATIVOS PARA LAS GUERRAS CONTRA FRANCIA Y LA JUNTA DE BUENOS AIRES: ACTITUD DE ZELA La institución del donativo era cosa muy común durante los casi tres siglos de dominación hispánica. Estos se realizaban, por lo general, en tiempo de guerra. Los donantes eran, por lo general, servidores de la corona, más temerosos de su cese u otras represalias que colaboradores voluntarios sinceros. A veces se presionaba a personas de mucha fortuna para que lo hicieran, aunque fuese, a regañadientes. Cuando se tuvo necesidad de apoyar a las fuerzas de resistencia que luchaban en territorio español contra el invasor francés se corrió un donativo que también incluyó a Tacna. El 4 de mayo de 1810, se remitieron hacia la capital 142 pesos y cinco reales que sumaron los aportes oblados por don âManuel Tinajas, minero de Huantajaya con 14 pesos y cinco reales; don Manuel Vicente de Belaunde con la crecida suma de 50 pesos; don Domingo Agüero, Tesorero de la Caja y don Juan de Ozamis, Contador de la Real Caja; cada uno con la suma de 25 pesos; y don Juan Fernández Camuño, Oficial de la Real Caja, con 20 pesosâ. Los dos últimos erogantes que figuran son, 65 precisamente, don âFrancisco Antonio de Zela, ensayador con sólo 6 pesos y Julián Gil, amanuense de la Caja Real, sólo 2 pesosâ. La actitud de Zela era valerosa. El nivel jerárquico que ostentaba, su nada despreciable sueldo y la fortuna de su esposa posibilitaban un óbolo más generoso, quizás similar al de los Ministros de la Real Caja; pero, seguramente, su posición contraria al fidelismo servil de otros funcionarios, lo impulsaron a manifestarse a través de este signo silencioso. En febrero de 1811 se corrió un nuevo donativo âvoluntarioâ esta vez con un fin más especÃfico: para âla Guerra en el Alto Perúâ. Cooperaron, entonces, sólo tres personas, todas ellas vinculadas con la esfera militar. El âcoronel Francisco Navarro colaboró con 49 pesos; el Capitán Rafael de Barrios y el capitán Manuel Vicente Belaúnde cada uno con 29 pesosâ. Esta vez Zela y otros complotados con rango militar, como Pedro José Gil y Montes de Oca, no colaboraron, simple y categóricamente. Hubo otra colecta a mediados de 1816 para la guerra contra los patriotas que querÃan la independencia de Chile. Se desconoce la relación de erogantes pero se tiene informaciones de que el 12 de septiembre de 1816, desde el pago de Coruca, el propietario de la hacienda de ese nombre, âdon Juan Antonio González Vigil, mandó 50 pesosâ de donativo. AVANCE ARGENTINO SOBRE LAS CHARCAS Uno de los primeros actos que debió llevar adelante la Primera Junta Gubernativa de las Provincias Unidas de RÃo de la Plata fue la de enviar una expedición para asegurar la soberanÃa de lo que hasta entonces era la Audiencia de Charcas y, de paso, destruir el foco contrarrevolucionario que en Córdoba encabezaba Liniers. El 9 de julio de 1810 salió de Buenos Aires la Primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú, al mando del Coronel don Francisco Ortiz de Ocampo y llevando, como segundo jefe al Teniente Coronel don Antonio González Balcarce. Como, entre los propósitos de la Expedición, se incluÃan asuntos polÃticos como la designación de autoridades leales a la Junta en los cargos que debÃan dejar las autoridades realistas; iba también un representante de la Junta de Buenos Aires que era Hipólito Vieytes. El 8 de agosto ocuparon Córdova apresando a los cabecillas del movimiento contrario al separatismo. La aparente poca energÃa de Ortiz de Ocampo y la apatÃa de Vieytes; provocan su reemplazo por Balcarce y por el doctor Juan José Castelli, respectivamente. Fue Castelli el que decidió el 26 de agosto de 1810, el fusilamiento de Santiago Liniers, el héroe de la defensa de Buenos Aires contra la invasión inglesa de 1806 y el que determinó el reinicio de la marcha sobre el Alto Perú. 66 NUEVAMENTE FUERZAS TACNEÃAS REALISTAS EN EL ALTO PERà FRENTE AL AVANCE DE LAS EXPEDICIONES ARGENTINAS Seguramente a fines de agosto de 1810, se tuvo noticia en Lima de la insurrección ocurrida en otras ciudades del Alto Perú. También del avance de las fuerzas argentinas, reunidas en la denominada âExpedición Auxiliadora Argentina de sobre el Alto Perúâ. Ãstas habÃa partido de Buenos Aires el 9 de julio de 1810, al mando, primero, del Coronel don Francisco Ortiz de Ocampo y, posteriormente, del Teniente Coronel don Antonio González Valcárcel. Las autoridades realistas de las Charcas pidieron auxilio al virrey Abascal y a la Intendencia de Arequipa la que, de inmediato, ordenó al Subdelegado de Tacna se enviase gente en armas âpara socorrer a La Pazâ. Esta comunicación fue recibida el 25 de setiembre de 1810; haciéndose, de inmediato, los preparativos para el correcto equipamiento, como se detallará en el capÃtulo siguiente. Es probable que el destacamento de dragones que comandaba don Tiburcio Calvo volviese al teatro de operaciones, porque en una comunicación que dirigió el Virrey Abascal al Brigadier Goyeneche el 22 de mayo de 1812 le manifiesta su dolor por âlos infaustos acaecimientos que refiere V.S. en carta de 23 de Febrero de la Partida del mando del Capitán Tiburcio Calvo, D. Josef Pol y la del Capitán de Granaderos Badillo; da clara idea de la sobresaliente fidelidad y arrojo de las tropas de ese Ejércitoâ. ¿Qué ocurrió con las fuerzas que comandaba Calvo? En otro párrafo de la carta añade âdebe considerarse invencible ese Ejército siempre que la demasiada confianza no arrastre a sus individuos a algún precipicio como en el que cayó Calvoâ. ¿Alude ese âprecipicioâ a un acto de cobardÃa? Analizando el hecho con la poca información que se dispone y desde la perspectiva patriota; podrÃa interpretarse, quizás, como un flaquear en sus convicciones fidelistas y un despertar de la conciencia de Patria de Calvo y su gente. ¿Fue una traición a la causa realista? Mejor todavÃa. No se puede obviar el hecho que, a la sazón, ya ha ocurrido la rebelión tacneña y la fuerte represión realista contra Zela y sus seguidores. ¿De cuántos serÃa amigo el angustiado Calvo? Lamentablemente los pocos documentos que, hasta el momento, se disponen para esclarecer el hecho, imposibilita una afirmación categórica de las motivaciones del hecho. IMPEDIMENTA PARA UNA LARGA CAMPAÃA Los preparativos para la expedición al Alto Perú fueron muy exigentes. Entre el bagaje que se precisaba, como siempre, tenÃa atención preferente la confección de carpas. El mismo dÃa que llegaron las noticias y la orden se dispuso de inmediato la compra de los materiales y se convocó a los operarios para, con el equipo bien dispuesto, las fuerzas pudiesen 67 constituirse en Puno en el mÃnimo tiempo posible. Por precisos recibos que se conservan en los archivos de las Cajas Reales se puede conocer, con precisión, que la jerga se compró âen la tienda de Ignacio Marinoâ y en la de don Urbano Gamad (¡!). También se compraron en la âtienda de Silvestre Gandolfoâ los correspondientes palos más rústicos, para que sirviesen de estacas, desembolsándose para el efecto 1 peso y 2 reales. Con estos elementos se contrató a âAgustÃn RodrÃguez, maestro sastreâ para la confección de 8 carpas múltiples. Cobró por ello 10 pesos. Pero para completar el campamento se precisaba de otros parantes y estacas que podÃan ser de madera más rústica. Entonces se convocó al Alcalde Mayor de Naturales, âSebastián Romeroâ, con el propósito de que, éste, a su vez, compre a los Principales de los ayllus, 33 palos de sauce a razón de 1 peso y medio reales cada uno, lo que sumaba un total de 6 pesos 1 y medio reales. Con ese mismo propósito se encargó a José Pimentel la compra de sogas. Este compró 33 sogas a 3 pesos y 5 reales; de las cuales 20 fueron compradas a los indÃgenas de Tacna que las hacÃan con gran destreza. Pagó por ellas 2 pesos. Como no fueron suficientes, las 13 restantes las tuvo que adquirir en las pulperÃas del pueblo a un precio de 1 real cada una. Para la segunda compañÃa que partió desde Tacna en noviembre de 1810, se tuvieron que hacer otras compras, tales como 2 pailas que se compraron âen la tienda de Pascual Infantas a 4 reales la libraâ. Como las 2 pailas pesan 70 libras y media costaron 9 pesos 2 reales. LOS DESIGNIOS DEL ESPACIO Coincidimos con don Rómulo Cúneo cuando manifiesta que âArica y Tacna eran puntos clave, para cualquier beligerante, para asegurar el triunfo de sus armas. De igual manera pensaron años después Belgrano en 1813 y San MartÃn en 1820, cuando envió al coronel Miller en la primera expedición de Puertos Intermediosâ. HabrÃa que agregar la Primera Expedición a Intermedios, la Segunda Expedición a Intermedios con Santa Cruz, en 1823, y hasta la campaña de Tacna y Arica en la Guerra con Chile. Por esta razón âlos emisarios de Castelli trabajaron sin descanso y alentaron las ideas separatistas proclamadas desde el RÃo de la Plataâ. Concluye el historiador que hay que âreconocer que el pueblo tacneño estaba preparado para la Emancipación. HabÃa ambiente para ello. Tacna siempre habÃa sido amante de la libertad, no asà Arica, que ya sea por rivalidad a la ciudad vecina o por conveniencia, se distinguÃa por âchapetonaâ y partidaria de la monarquÃaâ. 68 RAMÃN COPAJA ASUME EL CACICAZGO DE TARATA En capÃtulos anteriores se vio como la dinastÃa de los Ticona habÃa cedido la tiana cacical a los Copaja, que la disputaban desde el siglo XVII. Aunque desde antes don Ramón Copaja estuvo haciendo gestiones para heredar la tiana cacical, el 5 de febrero de 1805 otorgó, ante Juan Benavides, un poder abierto, con el fin de que el apoderado âintente la acción y derecho que le corresponde al cacicazgo de la doctrina de Tarataâ. Recién, el 17 de marzo de 1810, âdon Ramón Copaja, (figurando sólo como) vecino del pueblo de Tarataâ inicia los trámites para lograr el cacicazgo de esa doctrina. Entonces, ante el escribano Benavides, y con presencia del Protector de Naturales, don José Vicente Angulo, extiende poder a favor de don Manuel Yoldi Rosas, vecino de Lima, a fin de conseguir la âpropiedad y posesión en que ha de ponerse al otorgante don Ramón Copaja en los empleos de cacique gobernador de los naturales de la doctrina y pueblo de Tarata, jurisdicción del Partido de Arica, como nieto legÃtimo del que obtuvo estos mismos empleos, don Lorenzo Copaja y Ninaja. Con lo ocurrido a los Ticona que, por no tener sucesión masculina, truncaron su âdinastÃaâ; Ramón, solicita se designe al que deba sucederlo, puesto que, para desilusión de muchos tarateños que ostentan el apellido Copaja y que abrigaban la esperanza de ser descendientes del cacique prócer; éste expresó que dejaba como sucesor a un familiar colateral âpor no tener el poderdante Ramón Copaja hijos, ni esperar sucesión legÃtima por la avanzada edad de su mujerâ. Solicitó âse declaren por subcesores (sic) después del otorgante a los hijos de su sobrina doña Josefa Copaja, mujer legÃtima del actual Alcalde Mayor, don Manuel Valdivia, hija legÃtima de su hermano, don Lorenzo Copaja, finadoâ. BATALLAS DE COTAGAITA Y SUIPACHA En tales circunstancias debieron llegar noticias a Chuquisaca, a La Paz y, posteriormente, a Lima, del avance de las fuerzas argentinas; provocando alarma en el gobierno virreinal y obligándolo a preparar la defensa realista de esos territorios que, habiendo pertenecido al Virreinato del RÃo de la Plata eran, de esa manera violenta, incorporados al Virreinato del Perú. Allende la frontera con Las Charcas, el 27 de octubre de 1810, en un lugar cercano al pueblo de Cotagaita, 400 kilómetros al norte de Jujuy, se produjo el primer encuentro entre las fuerzas argentinas de avanzada, provenientes de Salta y Tarija, y el ejército realista, de 2 000 hombres, comandado por el General José de Córdoba. Aunque los resultados no fueron definitivos para ninguno de los bandos, los patriotas debieron 69 replegarse demorando más la fuerza de artillerÃa, protegida por las fuerzas del Teniente MartÃn Güemes, con el propósito de cuidar sus cañones. Las tropas patriotas quedaron estacionadas en Nazareno, cerca a Tupiza. Desde allÃ, la vanguardia salteña que comandaba Güemes junto con los refuerzos llegados de Buenos Aires; total 600 hombres que mandaban González de Valcarce, DÃaz Vélez y Castelli, atacaron sorpresivamente a los 800 realistas que habÃan establecido su campamento en Suipacha y que jefaturaba Córdoba; derrotándolos el 7 de noviembre de 1809. Esta fue la memorable victoria de Suipacha que muchos autores consideran âLa Primera Victoria de la Independenciaâ. Los realistas derrotados fugaron en diversas direcciones, mientras los patriotas avanzaban al norte, sobre la frontera de la Audiencia de Charcas con el virreinato del Perú. RESPLANDORES DEL ALBA Cúneo descubrió un documento, fechado âen octubre de 1810â que, a todas luces permite reconocer que antes de la histórica noche del 20 de junio de 1811 existÃa en Tacna un clima favorable a la insurrección y que Francisco Antonio de Zela, el adalid del movimiento, ya habÃa iniciado sus actividades conspirativas. Dice Cúneo que en el referido mes llegó a manos del gobernador don Felipe Portocarrero Calderón, sargento mayor de la 6ª CompañÃa de Dragones de la guarnición de Arica, comandante de la plaza y su alcalde ordinario, una carta escrita por Francisco Antonio de Zela a Ignacio Oviedo real estanquillero de la Renta de Papel Sellado y Tabacos en el valle de Azapa, agregada a la cual se halló un papel concebido en los siguientes términos: âReservado. Aquà corre la nueva que hay más de veinticinco chapetones escondidos en el valle de Lluta con la mira de asaltar la artillerÃa de ese puerto. Que estén alerta,(â¦) (con) sigilo, sin descubrir al autorâ. La carta, propiamente dicha, escrita de puño y letra por don Francisco Antonio de Zela, estaba fechada en Tacna, el 17 de octubre de 1810 y estaba dirigida a su estimado amigo Oviedo. Le comunica haber recibido el 16 una carta de Oviedo fechada el 8 y que se habÃa puesto âde espÃa para caerle al cuello a su inquilinoâ. Manifiesta que logró hallarlo y que, sin pérdida de tiempo, le sacó âmedia arroba de tabaco, que corresponde a los nueve mazos que remitÃa con mi compadre el Cacique de Tarata don Ramón Copaja, los que han importado catorce y medio realesâ. También decÃa haber enviado âsiete manos de papel de mejor calidad uno que otro, pero todos al precio de nueve reales. AsÃ, su importe total era de seis pesos y seis reales, que con los catorce reales que mando en plata, son los veintidós pesos con cuatro reales y medio, que es el total de lo cobradoâ. 70 GENERAL ANTONIO GONZÃLEZ DE BALCARCE. 71 Al final le decÃa que, por âlo que hace el encargo de los diezmos, es preciso que se presente portador seguro para hacer la diligencia sin pérdida de un instante y con la mejor recomendación que se puedaâ y se despedÃa deseándole toda salud en unión de la compañera y familia, firmando Francisco Antonio de Zela. En una post data le decÃa que tuviese cuidado âcon la cuentecita adjuntaâ. Al Comandante de la plaza de Arica le debieron haber llamado la atención algunas situaciones. ¿Qué hacÃa el portador de la misiva, Ramón Copaja, âa treinta leguas de su jurisdicción, metido en incumbencias impropias de un cacique de suâ condición? Considera Cúneo que esto no âadmite otra explicación sino su carácter de emisario secreto de los porteños acampados por entonces en el Alto Perúâ o la forzada redacción de la carta âcuyos términos tabaco, mazos y manos de papel pudieron referirse en forma convencional a pertrechos de guerra, como ser pólvora, balas y bocas de fuegoâ. El Comandante de la plaza de Arica, don Felipe Portocarrero Calderón, ordenó, de inmediato el arresto de Ignacio Oviedo y en âconsideración a las delicadas y crÃticas circunstancias del dÃa, y a que la misiva reservada de fojas 1 de este expediente indica muchas sospechas que Oviedo dice se la envió propiamente don Francisco Antonio de Zela, balanzario de la Real Callana de Tacna; y que el referido papel reservado es de diversa fecha de la de la carta, y a que su contenido no trae concordancia con aquella, decretó para que se le tome confesión a dicho Ignacio Oviedo que se halla arrestado en el cuartelâ para que declarase lo siguiente: ¿Si el papel reservado de fojas 1 vino dentro de la carta que le escribe dicho Zela con fecha 17 del corriente?¿Si ésta se la dirigió el referido Zela?¿Si éste es su apoderado o corresponsal ordinario en Tacna?¿Quién fue el sujeto que condujo la carta?¿En presencia de quiénes se la entregó?¿ Si antes de ello ha tenido noticia, por el mismo balanzario Zela u otras personas cuyos nombres y apellidos dará, de los 25 chapetones que âquieren tomar el Fuerte y la artillerÃa de él, y se dirigen con este objeto a esta ciudadâ de Arica? ¿Si sabe del paradero oculto o lugar donde se hallan aquellos veinticinco hombres? Finalmente le pregunta si la post data de la carta que se refiere a una cuentecita que dice adjuntarle encargándole cuidarla ¿es el papel reservado u otro documento aparte no visto hasta entonces? Todo el expediente fue remitido, entonces, al Subdelegado don Antonio de Rivero, para que determinase lo más conveniente. Como no existÃa en Arica escribano alguno, el propio Portocarrero, también hizo de tal con la presencia de testigos que fueron don Antonio Ayala y Santiago Pastrana. El 21 de julio, todavÃa en prisión, fue interrogado Ignacio Oviedo. Dijo tener cuarenta y cinco años de edad. Respecto de las preguntas, manifestó 72 que el papel reservado venÃa dentro de la carta y que âel autor de dicha carta fue el balanzario de la Real Callana de Tacna, don Francisco Antonio de Zelaâ. No era propiamente su apoderado, sino su amigo y corresponsal de ocasión. Que la carta fue entregada a su mujer MarÃa Portocarrero, por un indio cuyo nombre desconoce. Contestando a la siguiente pregunta refirió que âa la mujer de Juan de Dios Madueño, residente en el valle de Lluta, y a un hijo de Manuel Menéndez, oyó decir que en aquel valle habÃa algunos chapetones escondidos, pero que no le dijeron con qué fin; y que no sabe si otros individuos tenÃan noticias acerca de este asuntoâ 1310; que la post data vino inclusa en la carta y que la âcuentecitaâ encargada se refiere exclusivamente al papel reservado por ser este último el único que contuvo dicha carta. Trasladado el expediente a Tacna, con fecha 22 de octubre de 1810, en el Juzgado del Subdelegado Rivero, se mandó comparecer a don Francisco Antonio de Zela, ensayador, fundidor y balanzario de las Reales Cajas; quien después del juramento, que hizo por Dios Nuestro Señor y una señal de la cruz, sobre lo que ofreció decir la verdad de lo que supiese y fuese preguntado, dijo que es cierto que escribió la carta que se le puso a la vista, incluso el papel agregado. La alusión a los âchapetonesâ, resultó de haber oÃdo decir eso mismo a Paulino MurguÃa y Gregorio Robles, vecinos de este pueblo, lo que se transmitió como simple rumor. A la siguiente pregunta don Francisco Antonio de Zela respondió que âel dÃa 17 de los corrientes, en que escribió la carta de que se trata, pasó igual noticia a Su Merced el señor subdelegado, lo que verificó teniendo presente el arte del emperador de Francia y el método con que tomó la isla de Malta, y otras muchas cosas, porque ve padeciendo a nuestro amado rey y señor don Fernando VII; que la causa de haber encargado que no se le descubriese como autor de dicha noticia, fue por evitar se le siguiese perjuicio, y que con esto no ha sido su ánimo manchar el honor de los forasteros que habitan en este lugar y que considerando que el fuerte de Arica suele estar en poder de uno o dos centinelas que lo guardan, se persuadió el declarante de que, dando la noticia referida, se tomarÃa por el señor alcalde de aquella ciudad alguna providencia, inter este juzgado resolvieseâ. Respecto del balanzario don Francisco Antonio de Zela el fallo parece haber sido excesivamente blando. Sólo se le recomendaba âque en lo sucesivo proceda con más circunspección y sin esa ligereza que denota el papel que ha motivado estas diligenciasâ. El 22 de octubre, Zela se enteró, por boca del escribano don Juan de Benavides, del benigno fallo. A partir de estas respuestas, dice el historiador ariqueño don Rómulo Cúneo Vidal ¿Cómo no ver âen estas complicadas tretas, que nos presentan, a treinta leguas de su jurisdicción, a todo un cacique metido en las incumbencias de un chasqui vulgar, y en la fraseologÃa convencional de la carta de Zela, las trazas de una audazâ conspiración? 73 Considera, además, en un portento de ucronÃa, que el propósito de esas cartas, era que fuesen a parar a manos del Subdelegado ariqueño, y sucesivamente a las de las autoridades tacneñas y que éstas, âen un momento de ofuscación, mandasen desguarnecer a Tacna, en donde se preparaba un levantamiento de verdad, para precaver a Arica de un asalto imaginario; que desguarnecida la plaza de Tacna en la medida de los refuerzos que se desprendiesen sobre Arica, el levantamiento que las circunstancias aplazaron a junio de 1811, se habrÃa verificado, sin mayor dilación, en 1810, a tiempo que una montonera, más o menos numerosa, a órdenes del ariqueño Oviedo, habrÃa operado entre el puerto de Arica y las lindes del Alto Perúâ.Esta situación habrÃa obligado al Brigadier don José Manuel de Goyeneche, amenazado por la retaguardia, en las posiciones que ocupaba en Jesús de Machaca, a desprender fuerzas de consideración sobre Arica, y a debilitar en tal forma sus efectivos del momento, dando a sus adversarios la oportunidad de batirlo. Pero, este plan, harto bien pensado, fracasó lastimosamente o, por lo menos se aplazo poco más de medio año. Concluye Cúneo que, debajo de lo que, el confiado Subdelegado Rivero, entendió por rumores o conjeturas lugareñas, âse descubren, no obstante, los indicios de la conspiración que dÃa tras dÃa tomaba consistencia en Tacna, las juntas que en noches determinadas celebraban con sigilo hasta dieciocho vecinos del lugar, y la presencia de cierto número de argentinos emponchados a la usanza salteña o tucumana, venidos, evidentemente, con el objeto de darse cuenta de los recursos militares de la plaza y vigilar la marcha de la misión insurreccional confiada por Castelli a Zelaâ . EL REGRESO DE LOS DERROTADOS Y LOS GRANDES TEMORES Después de la derrota de Suipacha los realistas vencidos huyeron hacia el norte, perseguidos por los argentinos. El 3 de diciembre de 1810 ingresaron a Tacna de vuelta de Potosà derrotados y en estado calamitoso, los soldados del primer Batallón Arequipaâ. Recibidas las atenciones que precisaban siguieron viaje a dicha ciudad. El 6, el Subdelegado Rivero pidió al Intendente autorización para poner sobre las armas en los caminos y entradas del Partido 25 hombres para que se pueda averiguar el destino de multitud de forasteros que arriban. El 16, el Subdelegado, ordenó el acuartelamiento de âlos veinticinco hombres para el fin expuesto. A los pocos dÃas ya habÃa 23 vigÃas en las quebradas de âChero, camino de Tarata, Palca, camino directo a La Paz y a la cabeza del valle de Azapaâ. Se agravó la situación al saberse que emisarios de Balcarce y Castelli, entraban y salÃan por la frontera con las Charcas; el 1º de abril de 1811, Ribero, ordenó a los piquetes encargados de cuidar los puntos de acceso a Tacna para que le suministrasen informes detallados. 74 La âdivisión realista de Oruro al mando del capitán Juan de Dios Saraviaâ traÃa 75 mulas flacas que servÃan de transporte a su artillerÃa. Fueron dejadas para su refresco en los alfalfares que Eustaquio Palza poseÃa en Challata; más arriba de Calientes. Cuando la división retomó su destino rumbo a Arequipa, no se cumplió con abonarle los â84 pesos 3 realesâ que le debÃan. A fines de diciembre de 1810 siguen llegando derrotados los soldados tacneños enrolados en el ejército realista. Aunque Cúneo afirma que don Vicente CortaverrÃa, que participó en Huaqui habÃa regresado âcon su gente a Tacna, después del levantamiento de Zelaâ. Lo más probable es que permaneciese en Charcas hasta después de la batalla de Suipacha. Como es común a los derrotados, éstos vendrÃan con versiones exageradas y alarmistas para justificar su vergüenza, que preocuparÃan más a las autoridades coloniales que verÃan a los argentinos âentrando a Tacnaâ. Entre diciembre y febrero pasan por Tacna grupos de soldados realistas vencidos a los que la Caja habilita para seguir viaje. Como una muestra de la desmoralización de los realistas el 20 de diciembre de 1810, âel Teniente Coronel don Juan de Imas, edecán Goyeneche, de paso por Tacna, otorgó poder para que venda su chacra Cantutani ubicada cerca a La Paz. El 6 de febrero de 1811 se formó en Tacna el escuadrón de reemplazo para completar los cuadros del ejército del Desaguaderoâ. INSURGENCIA EN OTRAS CIUDADES DEL ALTO PERà Y AVANCE DE CASTELLI SOBRE EL DESAGUADERO Cochabamba se habÃa levantado contra España el 14 de septiembre de 1810. Sin embargo, lamentablemente, el entusiasmo patriótico de los primeros dÃas parecÃa que iba desfalleciendo con el paso del tiempo. Cuando se conoció sobre el triunfo patriota en el sur, la rebelión consiguió el aliento suficiente como para perseverar. Poco después cuando, en PotosÃ, se conoció la victoria de Suipacha, en el pueblo se produjo un levantamiento. Fue el 10 de noviembre de 1810 y, entre otras acciones âexigieron al Cabildo el reconocimiento de la Junta de Buenos Aires y la prisión de Paula Sanz, formándose además una junta de nueve miembrosâ. Finalmente en Chuquisaca, la ciudad capital, donde todavÃa las heridas dejadas por la represión al movimiento de mayo de 1809 no habÃan cicatrizado, la noticia llevada, de inmediato, por jinetes chicheños, entusiasmó a la gente. Un âCabildo abierto reunido el 12, anuló por unanimidad la anexión al Perú, adhirió a la revolución porteña, dispuso mandar una diputación a Buenos Aires y otra representativa de todas las corporaciones a recibir al ejército libertadorâ. El 14 las fuerzas patriotas de Cochabamba vencieron a las enviadas por el Virrey del Perú en la batalla de Aroma y el 19 se levantaba La Paz y, 75 a los pocos dÃas, se pronunciaba Santa Cruz de la Sierra por la revolución en tanto que tropas de Cochabamba tomaban Oruro. El éxito de la insurgencia revolucionaria de los pueblos del Alto Perú, âallanó el camino del ejército invasor, que realizó una marcha triunfal hasta PotosÃ, donde entró en medio del júbilo popular. Castelli que acompañaba al ejército como delegado de la Junta, en cumplimiento de instrucciones recibidas, hizo fusilar a Nieto, Paula Sanz y Córdoba, aplicando el principio revolucionario del castigo ejemplar, decretado para todos los que resistieran el nuevo gobiernoâ. Aunque Castelli aplico de inmediato medidas sociales reclamadas por las multitudes como abolir âla servidumbre de los indÃgenas equiparándolos al resto de los habitantes, medida que contribuyó a popularizar la revoluciónâ, también, por otra parte, radicalizando su liberalismo en extremo, âprocedió arbitrariamente contra vecinos honorables, hirió los sentimientos religiosos profundamente arraigados en la masa de la población e intervino en intrigas lugareñasâ. Cuando llegó a Chuquisaca habÃa dejado tras de sÃ, disminuido el fervor revolucionario de los pueblos, vÃctimas, además de los excesos de las tropas cuya relajada disciplina era imposible remediarâ. En esas circunstancias el gobierno de Buenos Aires designó a âJuan MartÃn de Pueyrredón Presidente de la Audiencia de Charcas, éste constituyó bajo su presidencia una Junta provisional, convocando más tarde a elecciones de diputados al Congreso, con la innovación de que además de los correspondientes a cada provincia, debÃan elegirse otros cuatro de raza indÃgena. La personerÃa polÃtica de los indios reconocida en un territorio cuya población integraban en gran mayorÃa, dio gran prestigio al jefe revolucionario; proclamas escritas en lengua indÃgena hicieron saber a los habitantes su nueva situación jurÃdica; reconocidos los indios ingresaban en masa al ejército, transportaban el material de guerra y facilitaban vÃveresâ. Desde Chuquisaca, Castelli avanzó hasta Oruro, enterado del fermento revolucionario existente con las provincias limÃtrofes del Bajo Perú, les dirigió un manifiesto incitándolos a la rebelión; pasó más tarde a La Paz, donde fue acogido calurosamente. Sin embargo el doctor Castelli, por su conducta radical, intransigente, fue perdiendo la simpatÃa de los habitantes de las ciudades que iba recogiendo. Desde aquÃ, Castelli, entabló comunicaciones confidenciales con el General Goyeneche, que al frente de un ejército enviado por el Virrey del Perú, estaba acampado en las márgenes del rÃo Desaguadero, lÃmite de los dos virreinatos. Era una estrategia disuasiva, que parecÃa querer ganar un tiempo, que al final terminó favoreciendo al arequipeño. 76 Ruta que siguieron las tropas argentinas de la primera expedición sobre el Alto Perú. 77 LA DESESPERADA PROCLAMA DE ABASCAL A LOS PUEBLOS DEL BAJO PERà Enterado el Virrey Abascal de la delicada situación que hacÃa peligrar el sur del Virreinato a su mando, el 26 de octubre preparó y publicó una proclama en la que âtrataba de borrar de las mentes la creencia de la completa ruina de España; infundÃa ánimo á los espÃritus que desconfiaban del vencimiento de las huestes francesas que ocupaban la penÃnsula; anunciaba que el tirano de la Europa, Napoleón primero, sentÃa su debilidad ante la bravura y constancia de los españoles; exhortaba á los súbditos de Fernando VII á conservarse unidos á España y renovaba las promesas de abrir á los hijos de América el camino de la instrucción, de los empleos públicos y de los honoresâ. APRESTOS DE GOYENECHE QUE COMPROMETIERON A TACNA Y AL SUR DEL PERà El Ejército argentino habÃa establecido su cuartel general en Huaqui, pueblo a la margen izquierda del rÃo Desaguadero. El propósito de González Balcarce y Castelli era claro y lógico: Constituirse una cuña entre el Bajo Perú y la insurreccionada Audiencia de Charcas. Además, ubicados allÃ, el rÃo Desaguadero les servirÃa de parapeto natural. Goyeneche no perdió tiempo en preparar a su ejército de la mejor manera posible para enfrentar a los argentinos y para ello pidió apoyo al Virrey Abascal, al Intendente Salamanca y al Subdelegado de Tacna don Antonio de Rivero. El 20 de enero de 1811 el Subdelegado Rivero solicita a las Reales Cajas de Tacna dinero para comprar caballos. Ãstos han sido escogidos por el cadete Manuel Barrios en el valle de Sama y serán destinados âpara el Ejército del General Goyenecheâ. El 24 de enero de 1811 el General don José Manuel de Goyeneche, desde su cuartel, expide una orden general para que se reúnan en el campamento de Desaguadero todos âlos que hayan servido en el ejército de Potosà o Suipachaâ. Entre los convocados estaba el moqueguano âcapitán de las milicias de Arequipaâ don Andrés de Arguedas. En Tacna residÃa, entre los muchos derrotados que habÃan huido de Suipacha, don Antonio González de Ulloa, que habÃa sido Teniente de la Sala de Armas de PotosÃ. Dada la experiencia del referido, la Real Caja le otorgó el dinero que precisaba para trasladarse hasta la frontera con Las Charcas. Como ya se dijo, a comienzos de febrero de 1811, por orden del Señor Subdelegado don Antonio de Rivero, se formó el âEscuadrón de Reemplazosâ. Como era comprensible, este escuadrón tendrÃa que estar constituido por personal bisoño que iba a reemplazar a los âsoldados enfermos y desertores del Ejército del Desaguaderoâ. El mismo mes se corrió un nuevo donativo con el fin especÃfico de apoyar a Goyeneche, como se ha referido en un capÃtulo anterior. Las exigencias de éste iban de menos a más hasta convertirse en excesivas. 78 Por oficio del â22 de febrero de 1811 Goyeneche solicitó por intermedio del Intendente Salamanca al Subdelegado Rivero de Tacna, el envÃo de hasta 1000 mulas de las que habÃan en el valle sirviendo a los arrierosâ, para el transporte de su artillerÃa. Para lograr este objetivo, debieron hacerse grandes requisas de bestias de carga en la campiña de Tacna y valles inmediatos(*). El 30 de abril de 1811 el Subdelegado Rivero comunicó a José Manuel Goyeneche la imposibilidad que tenÃa para seguirle suministrándole tropas, puesto que para el mes de mayo, que se iniciaba, su lista de revista sólo incluÃa como tropa acuartelada en Tacna a sólo â66 hombres para la defensa de la ciudad. Le adjunta nómina y grado de cada unoâ. Tanta era la ansiedad de Goyeneche para reunir una mayor cantidad de soldados que terminó dejando a las ciudades de la costa inmediata casi desguarnecidas, oportunidad que los ojos de Zela y otros adictos a la causa de la Patria vieron como favorable a sus planes. También eran preocupación y desvelos de Goyeneche, conocer la situación del enemigo. Por esa razón debió requerir informes de la situación allende el Desaguadero a los Subdelegados de los Partidos inmediatos a esa frontera. El Subdelegado Rivero, mandó practicar una sumaria información a dos súbditos âque acababan de llegar desde la villa de Oruro, para que informen sobre el estado de las tropas Porteñas y sus propósitos; los ocasionales informantes eran dos personas comunes y corrientes, arrieros o comerciantes llamados don Evaristo Beltrán y don Bernardo DomÃnguezâ. Pero Goyeneche no era el único jefe realista preocupado. El propio virrey don José de Abascal, remite un oficio a don Antonio de Rivero y AranÃbar, Gobernador Subdelegado y Comandante Militar del Partido de Arica, en Tacna, ârecomendándole redoble la vigilancia militar de todos los puntos por donde los revolucionarios de Buenos Aires, puedan intentar introducirseâ. EL POLÃMICO OIDOR DON PEDRO VICENTE CAÃETE: AMIGO DE TACNA A comienzos de 1811, hubo otro revuelo en el valle que riega el Caplina. El Capitán âDon Antonio de Ribero y AranÃbar, Gobernador Subdelegado y Comandante Militar de la ciudad y Partido de San Marcos de Aricaâ se enteró que en el pueblo de Tacna corrÃa la especie referida a que el Oidor honorario de la Audiencia de Charcas, don Pedro Vicente Cañete y (*) TodavÃa en 1812, cuando Eustaquio Palza, un arriero y propietario del valle del Caplina, reclamó por una deuda que le tenÃa la Corona por forrajes consumidos por la división de Oruro; se quejó por â...haber perdido toda su recua al servicio de Goyeneche...â (A.G.N. Archivo Histórico. Libros de Contabilidad de la Caja Real de Tacna, 1812). 79 DomÃnguez vendrÃa al Tacna ânombrado como Subdelegado y Comandante Militar del Partido de Tacnaâ. El Subdelegado, después de afirmar que esa remoción era legalmente imposible, porque un civil no podÃa asumir la Comandancia Militar; ordenó se hiciesen las averiguaciones sobre el origen del rumor, mandando a practicar una información de testigos para averiguar quién habÃa divulgado la noticia. Entre âlos investigados estuvo don Francisco Antonio de Zelaâ y resultó que la punta de la madeja era él, precisamente. ¿Quién era este Pedro Vicente Cañete? Lo primero que habrÃa que afirmar es que era un alto funcionario español de la Audiencia de Charcas, que visitaba con cierta frecuencia el pueblo de Tacna, donde tenÃa amigos, compraba esclavos y otorgaba poderes. Era oriundo de Paraguay, era doctor âen TeologÃa y ambos derechosâ. Comenzó su carrera al servicio de la corona española como âAsesor General y Auditor de Guerra del primer Virrey de Buenos Aires, Pedro de Cevallos; luego, Asesor General de la CapitanÃa General de Paraguayâ. En 1789 fue nombrado asesor de la Intendencia de Potosà y del Presidente de la Audiencia de Charcas, General don Ramón de GarcÃa Pizarro. Más tarde, Consejero âhonorario de Indiasâ y Visitador del Erario Real de la Audiencia de Charcas y Oidor de su Audiencia. Desde el punto de vista de su producción se le ha definido como un destacado intelectual que reflexionó sobre el destino de Iberoamérica. Era, según el historiador argentino don Ricardo Levene, âpersona de alguna ilustración y azarosa carrera administrativa, estaba identificado con las ideas conservadoras en cuya defensa se halló frente a Victorián de Villalba, quien en un escrito trazó un retrato moral de su adversario, no muy favorableâ. Cuando, en 1808, con motivo de la usurpación del trono español por Bonaparte, correspondió a los ideólogos buscar una salida polÃtica al asunto, Pedro Vicente Cañete, propuso que mientras durase el cautiverio de Fernando se respetara a todas las autoridades nombradas o elegidas durante el reinado de éste o de su padre y admitiendo, solamente, âla Regencia como nominalâ y sólo hasta que se concrete la reunión de las Cortes de Indiasâ, para llegar a esa conclusión, recuerda Gabriel René Moreno, los próceres altoperuanos, entre ellos el referido Cañete, elaboraron un silogismo en el que la premisa mayor afirmaba que si el âvasallaje colonial es un tributo debido, no a España sino a la persona del legÃtimo rey borbónicoâ; y la premisa menor señalaba que habiendo abdicado Fernando VII; la conclusión que resulta expresa que âla monarquÃa está legal y definitivamente acéfalaâ como también lo está el usurpador napoleónico y cualquier otro pretendiente. Estando en Potosà Cañete conoció a Vicente Pazos Kanki y debatió con él en el seno de la intimidad sobre los más arduos problemas del régimen colonial. En un documento que redactaron los realistas vecinos de La Paz, asilados en Arica con motivo del estallido del 16 de julio, conocido como: âRelación Imparcialâ, se recuerda como los Visitadores del Erario Real de la Audiencia de Charcas, actuando más por presión de los interesados en la impunidad, debieron âabandonar 80 con precipitación aquel suelo como en nuestro tiempo ha sucedido con los visitadores como el doctor don Pedro Vicente Cañeta (sic)â. El 15 de julio de 1812 Abascal en una carta dirigida a Goyeneche le comunica que habiendo recomendado a Su Majestad âlos méritos y servicios del Señor Don Pedro Vicente Cañete, incluye carta de éste, de 7 de junio de 1812, pidiendo recompensas. Entre la producción intelectual de Cañete y DomÃnguez destaca su libro titulado âGuÃa histórica, geográfica, fÃsica, polÃtica, civil y legal del Gobierno e Intendencia de la Provincia de PotosÃâ. Eran frecuentes las visitas de Cañete a Tacna. AsÃ, el 15 de diciembre de 1810, MarÃa Josefa Siles, vendió al âOidor don Pedro Domingo Cañete y DomÃnguez, un mulato (esclavo) llamado Pedro Congona, que compró a doña Josefa de la Huerta, en 300 pesosâ y el cura Lorenzo de Barrios, conversó en Tarata con el âSeñor Oidor doctor don Pedro Vicente Cañete (â¦) la antevÃspera de la Purificación de Nuestra Señora, 31 de enero de 1811, (en que) pasó de Tacna para el Desaguaderoâ, rumbo a Las Charcas. LA PRIMERA PROCLAMA DE CASTELLI A LOS PUEBLOS DEL BAJO PERà Castelli, ocupó triunfalmente Oruro, entusiasmado por las noticias que tenÃa de las conspiraciones en las provincias limÃtrofes del Bajo Perú, les envió secretamente proclamas incitándolos a la rebelión. Una, dirigida a âlos habitantes del virreinato del Perúâ, decÃa que âLa proclama que, con fecha 26 de octubre (de 1810 les habÃa dirigido el Virrey lo ponÃa) en la necesidad de combatir sus principios, antes que vuestra sencillez sea vÃctima del engaño, y venga á decidir el error la suerte de vosotros y de vuestros hijosâ. Se interesaba por la felicidad de esos pueblos por carácter, sistema, nacimiento y reflexión y que faltarÃa a sus primeras obligaciones; si consintiese que se les oculte la verdad y disfracen la mentira âHasta hoy, ciertamente, no habéis escuchado el eco de mi compasión, ni ha llegado hasta vosotros la luz de la verdad que tantas veces deseaba anunciaros, cuando la imagen de vuestra miseria y abatimiento atormentaba mi corazón sensible; pero ya es tiempo de que os hable en el lenguaje de la sinceridad y os haga conocer lo que acaso no habéis llegado á sospecharâ. Manifestaba que âVuestro virrey os da á entender que la metrópoli aun dista mucho de su ruina, cuando asegura, sin temer a censura pública, que el tirano de la Europa siente su debilidad á vista de la constancia española y trata de alcanzar con la seducción y el engaño lo que no ha podido conseguir con la fuerza. ¿Y os halláis tentados á creer esta falsedad? No me persuado: vosotros no podéis ignorar, que la España gime, mucho tiempo ha, bajo el yugo de un usurpador sagaz y poderoso, que 81 después de haber aniquilado sus fuerzas, agotado sus arbitrios y anulado sus recursos, se complace de verla arrastrada ante el trono de su tirano, oprimida de las fuertes cadenas que arrastra con oprobio; no podéis ignorar que arrebatado por la perfidia del trono de sus mayores el señor don Fernando sétimo, suspira inútilmente por su libertad en un paÃs extraño y conjurado contra él, sin la menor esperanza de redención; no podéis, en fin, ignorar que los mandatarios de ese antiguo gobierno metropolitano, Que han quedado entre vosotros, ven decidida su suerte y desesperada su ambición, si la América no une su destino al de la PenÃnsula, y si los pueblos no reciben ciegamente el yugo que quieran imponerle los partidarios de sà mismos. Por esto es, que para manteneros en un engaño favorable á sus miras, os anuncian victorias, os lisonjean con esperanzas y entretienen vuestra curiosidad con noticias preparadas en los gabinetes de intrigas. Les anunciaba ââ¦como nacido en el mismo suelo que vosotros, que ya la España tributa vasallaje á la raza exterminadora del emperador de los franceses, y que por consiguiente es tiempo de que penséis en vosotros mismos, desconfiando de las falsas y seductoras esperanzas con que creen asegurar vuestra servidumbreâ. âNo es otro el espÃritu del virrey del Perú, cuando ofrece abriros el camino de la instrucción, de los honores y empleos á que jamás os han creÃdo acreedores. ¿Pero de cuando acá, le podéis preguntar, os considera dignos de tanta elevación? ¿No es verdad que siempre habéis sido mirados como esclavos y tratados con el mayor ultraje sin más derecho que la fuerza, ni más crimen que habitar en vuestra propia Patria? Hoy os lisonjean con promesas ventajosas, y mañana desolarán vuestros hogares, consternarán vuestras familias, y aumentarán los eslabones de la cadena que arrastráisâ. âObservad, sobre este particular, el manejo de vuestros jefes; decidme si alguna vez han cumplido las promesas que por una polÃtica artificiosa os hacen con tanta frecuencia y nunca con efecto; comparad esta conducta con la que observa la excelentÃsima junta de donde emana mi comisión, con la que yo mismo observo y todos los demás jefes que dependen de mÃâ. Sabed que el gobierno de donde procedo sólo aspira á restituir á los pueblos su libertad civil; y que vosotros, bajo su protección, viviréis / libres; y gozareis en paz, juntamente con nosotros, esos derechos originarios, que nos usurpó la fuerzaâ. ConcluÃa manifestando que âIlustrados ya del partido que os conviene, burlad la esperanza de los que intentan perpetuar el engaño en vuestras comarcas, á fin de consumar el plan de sus conveniencias; y jamás dudéis que mi principal objeto es libertaros de su opresión, mejorar vuestra suerte, adelantar vuestros recursos, desterrar lejos de vosotros la miseria y haceros felices en vuestra patria. Para conseguir este fin tengo el apoyo del RÃo de la Plata, y sobre todo de su numeroso ejército, superior en virtudes y en valor á ese tropel de soldados mercenarios y cobardes, con que intentan sofocar el clamor de vuestros derechos los jefes y mandatarios del virreinato del Perúâ. Firmaba Juan José Castelli. 82 LA POPULARIDAD DE ZELA ENTRE LA GENTE DE CAMPO Existen facetas en la biografÃa de Zela que no se han investigado todavÃa. Aunque, primero, AnÃbal Gálvez y recientemente Lizandro Seiner Lizárraga han ubicado a Zela en el nivel social que le correspondÃa, como se ha expuesto en un capÃtulo anterior, lo que no se ha visto todavÃa, y cuyo análisis corresponderÃa a la tendencia de historia de las mentalidades, es lo referido a sus relaciones con otras clases, pudiendo asumir correlatos de identidad o simpatÃa, de desconocimiento, indiferencia, antipatÃa o rechazo. ¿Cuál fue el signo que unió a Zela con los sectores sociales que servirÃan de soporte y sustento al movimiento del 20 de junio de 1811? El Primer Grito de Libertad tuvo, entre sus virtudes, una que no se ha destacado todavÃa. Se puede afirmar que el movimiento de 1811 fue âpluriclasistaâ o âmultiétnicoâ porque participaron casi todos los componentes del tejido social de Tacna, con la única exclusión de los peninsulares. ¿Cómo pudo lograr Zela tanta adhesión popular a pesar de ser âfuncionarioâ, de su origen urbano y limeño y su estampa gallega? Existen documentos que ponen en evidencia la popularidad del caudillo entre los habitantes de la campiña de Tacna, de extracción étnica mestiza e indÃgena. Sin contar las numerosas oportunidades en que fue padrino, testigo, albacea, apoderado o beneficiario de un legado; existe una escritura pública del 19 de octubre de 1810, en la que numerosos descendientes de Diego González y MarÃa Petronila Menéndez, de apellidos González, Pango, Espinoza, Liendo, Menéndez, Quina, campesinos todos del valle del Caplina, acuerdan no dividir un pequeño predio heredado de 2 topos y medio; ubicado en el pago de Calientes y lo venden a Estanislao Rejas. La venta se hace con presencia del Defensor de Naturales, don Clemente Izurza. Al momento de suscribir la escritura Pascual Siles firmó por su madre Ascencia González (Ortiz) y âpor MarÃa Menéndez y sus hijas Josefa y Antonia González y como testigo, don Francisco Antonio de Zelaâ. Se sabe que entonces los actos protocolares no se improvisaban. Tampoco pudo tratarse de una presencia ocasional del prócer en la escribanÃa el dÃa del acto, porque ni antes ni después existe una escritura pública en la que intervenga Zela. Se entiende que los que intervinieron en el movimiento que estalló la noche del 20 de junio no fueron sólo los que figuran en la sumaria información, por lo general criollos y mestizos, gente visible, como el cacique y su familia. Hubo, como hasta ahora, detrás de los âagitadoresâ y âtumultuariosâ una población numerosa de anónimos campesinos, quizás de negros esclavos y libertos que entonces no se pudo identificar. 83 PREPARATIVOS PARA LA GRAN INSURRECCIÃN Que el grito de Zela se preparó con bastante antelación lo demuestra lo que se dijo en el capÃtulo âLos resplandores del albaâ asà como una carta que el cura de Tarata, Lorenzo de Barrios, al Obispo de la Encina le dice que âdesde muy atrás, se han estado carteando reservadamente el cacique de esta doctrinaâ don Ramón Copaja. Lo que el grupo insurgente de Tacna esperaba era el desguarnecimiento del pueblo. Ãste, como se ha tratado, fue paulatino. Ha escrito Cúneo que, para bien âde la causa nacional, el levantamiento de La Paz ocurrido en 1809 y la aparición en el altiplano, el año subsiguiente de las primeras fuerzas libertadoras argentinas, fueron causa de que se despachase prontamente a la lÃnea del Desaguadero, lo más escogido de la guarnición de Tacnaâ. Del âtotal nominal de seiscientas plazas, al mando de un coronel, dos comandantes, un sargento mayor y un número proporcionado de tenientes y alferecesâ, salieron, âel 26 de setiembre de 1809 doscientos dragones al mando del capitán don Tomás Navarro, y el 16 de noviembre de 1810 otro ciento al mando del capitán don Vicente CortaverrÃaâ. Sumándose el hecho que esas fuerzas reunÃan a lo mejor y más experimentado del contingente y âlo mejor que hubo a mano por lo que hace a armamento, municiones y bagajesâ. Teóricamente sólo quedaba, en la región, la mitad de los efectivos. 300 hombres diseminados entre Tacna y Arica. Aunque, en realidad, para mayo, como ya se ha dicho, la lista de revista de ese mes registraba a sólo 66 hombres como tropa acuartelada en Tacna. Quedaban éstos al mando del Coronel don Francisco Navarro de la Helguera. Afirma Cúneo que siendo éste, anciano, âpues contaba setenta años de edad, vióse colocado al frente de la guarnición de Tacna en momentos que demandaban el vigor de mano y la resolución de ánimo de un jefe animoso y jovenâ y que âno se dio cuenta de la propaganda revolucionaria que los agentes de Castelli realizaban en Tacna, ni de las juntas secretas que celebraban en casa de Zela, hasta la noche del 20 de junio, en que los hechos, con brutal elocuencia, se encargaron de desengañarloâ. Incluso, cree Cúneo que fueron sus pedidos los que, aplastada la insurrección, âcontribuyeron a quebrantar el enojo del implacable general arequipeño, e inclinar las determinaciones del Virrey del reino en el sentido de una moderación y de una clemencia que, de no mediar, ellas no se hubiesen manifestado. Dice Cúneo que de haber permanecido âintacto en Tacna el regimiento disciplinado que la guarnecÃa, los levantamientos populares de 1811 y 1813 hubiesen quedado aplazados por tiempo indeterminadoâ. Zela supo aprovechar aquel desguarnecimiento. Sólo faltaba ponerse de acuerdo respecto de la fecha y los detalles de la estrategia que se aplicarÃa. 84 OTRA PROCLAMA DE CASTELLI Desde ciudad de La Paz, con fecha 13 de junio de 1811, Castelli, viendo próximo el esperado triunfo sobre las fuerzas realistas en el Alto y Bajo Perú; publicó una proclama que, posteriormente, fue convertida en bando o pasquÃn. El documento, que seguramente circuló por todas las ciudades pueblos y villas del Bajo Perú se titulaba: âManifiesto del doctor J.J. Castelli, sobre el derecho y necesidad en que nos hallamos de hacer una formal declaratoria de Guerra al Ejército de Lima, situado en las inmediaciones del abismo de los Tiranosâ. La proclama dice âHace más de cinco meses que, por medios directos e indirectos, he acreditado que la unión pacÃfica de estas provincias ha sido el suspirado objeto de mis designiosâ. âSiempre he mirado con horror la efusión de lágrimas y de sangre, y nunca he olvidado que la destrucción de un solo americano es un mal que se debe evitarâ. âJamás se ha angustiado tanto mi corazón como cuando he llegado a calcular que al fin serÃa inevitable teñir nuestras armas en la sangre de nuestros hermanosâ. âTengo el dolor de verme reducido a esta fatal necesidad, pero me lisonjeo al mismo tiempo de no haber motivado yo las desolaciones que se preparanâ. âMil veces he invitado a la paz y concordia al general del ejército de Limaâ. âLe he hecho ver al mismo la justicia de nuestra causa, las ventajas que le resultarÃan a él mismo de nuestra reunión, la imparcialidad y pureza de nuestras miras, y la seguridad y rectitud de nuestras intencionesâ. âHasta hoy no se podrá decir que el suceso haya desmentido estas mis protestasâ. âTodos saben que mis operaciones han sido consiguientes a estos principios; y la última prueba de esta verdad es el armisticio que estipulamos solemnemente el 16 de mayo de este añoâ. âNuestro ejército estaba ya en disposición de atacar, y el triunfo parecÃa estar reservado a nuestras armasâ. 85 âEn este estado recibo los pliegos del Ayuntamiento de Lima, veo el que me acompaña el brigadier Goyeneche, y aunque poco seguro de las ideas pacÃficas que me anunciaba, acuerdo dar el último testimonio de mi adhesión a la paz y armonÃa de estas provincias, y hago lugar a una tregua de cuarenta dÃasâ. âEn algunos momentos llegué a lisonjearme que por estos medios se cerrarÃan para siempre las puertas del templo de Jano y pondrÃamos en olvido el arte funesto de destruirnos unos a otros; pero bien presto la felonÃa burló mis esperanzas y vi alejarse de mi vista el horizonte de la pazâ. âUn corazón formado en la intriga y habituado al crimen no puede ocultar por mucho tiempo el veneno que lo alimenta; y aunque la explosión de su malicia se dilata algunas veces, al fin se descubren sus progresosâ. âAsà sucedió durante la noche del 6 del presente, en que desapareció ese fantasma de simulación, cuya sombra ocultaba el mayor monstruo que ha abortado Américaâ. âNuestro ejército se hallaba en un equilibrio de serenidad, y descan- saba bajo la garantÃa de la buena fe que habÃa ofrecido guardar ese general que tanto alarde hace de la dignidad de su palabra, cuando, entre diez y once de aquella noche, se dirigieron a atacar nuestra avanzada de Yurancoragua mil hombres divididos en tres columnas, con sus respectivas piezas de artillerÃa; y después de haber quebrantado sacrÃlegamente la solemne tregua en que nos hallábamos, sufrieron el oprobio de hacer una precipitada fuga, dejando en nuestro poder cinco soldados y un cabo prisioneros, con varias armas, cuyo detalle se analiza suficientemente en el número 3 de la Gaceta Mercurio y Marteâ âEste hecho, capaz de escandalizar a todo el que no sea tan depra- vado como sus autores, demuestra que hay en nuestra edad un hombre cuyos atentados sólo pueden creerse cuando el suceso ha demostrado su posibilidadâ. âTal es el general del ejército de Lima. Su propia conducta justifica el paralelo que hagoâ. âEste es aquel patriota sin igual que, al paso que sus contestaciones oficiales y credenciales le aseguraban tiempo a que ninguno tenÃa mejor disposición que él para promover la suerte de América, siempre que los medios adoptados fueran conforme a los principios del honor y de la probidad, tuvo la indiferencia de escribir al brigadier don Francisco de Rivera, proponiéndose conducirlo por medio de miserables sofismas y ofrecimientos inverificables, como si su prestigiosa polÃtica fuese capaz de trastornar los sentimientos de un patriota que ha jurado borrar hasta la memoria de los tiranos, uniendo sus batallones a los nuestrosâ. 86 âNada diré del tumulto acaecido en la villa de PotosÃ, que segura- mente ha sido el resultado de las combinaciones ocultas que medita y lleva a efecto el general Goyeneche con el resto de desnaturalizados que hubo en aquella villaâ. âEllo es que, aún prescindiendo de la escandalosa infracción del armisticio, podÃa justamente haber procedido a tiempo por la fuerza de las armas del Perú, si este designio no hubiese sido contrario a mis pacÃficos anhelosâ. âMas, ya que son inevitables los males de la guerra, ninguna con- sideración podrÃa justificar mi conducta si dejase violado el decoro de nuestras armas y expuesta la seguridad de nuestro territorio a las incursiones de ese tropel de esclavosâ. âEs justo, es necesario exterminar a los liberticidas de la Patria, humillar a nuestros rivales, enseñarles a respetar nuestras armas y destruir, en fin, la causa inmediata de las zozobras que agitan a nuestro territorioâ. âEn consecuencia, declaro disuelto el armisticio, y anuncio que nuestras legiones de ciudadanos armados se hallan a punto de cumplir con sus deberesâ. âSalvando la Patria del Ãltimo conflicto en que se halla, triunfaremos sin duda alguna, y con la sangre de los tiranos que restan en pie sellaremos la libertad de la Patriaâ. âPueblos de la América del Sur, pueblo de Tacna, vuestro destino es ser libre o no existir, y mi invariable resolución es sacrificar la vida por vuestra independenciaâ. âLa muerte será la mayor recompensa de mis fatigas, cuando haya visto expirar a todos los enemigos de la Patria, para que entonces nada tenga que desear mi corazónâ. âMi esperanza quedará en una eterna apatÃa al ver asegurada para siempre la libertad del pueblo americanoâ. Lo firmaba Juan José Castelli. Aunque se dice en otras fuentes que el Bajo Perú estaba inundado con papeles subversivos enviados secretamente por los porteños. Este documento pudo haber sido el bando que leerÃa Francisco Antonio de Zela a los participantes en la histórica reunión de la noche del 20 de junio y que al dÃa siguiente se convertirÃa en uno de los bandos que se leyó y fijó en los lugares de costumbre. 87 UNA INGRATA COINCIDENCIA: LA DERROTA DE HUAQUI Y EL ESTALLIDO DE TACNA Por esas lamentables coincidencias que registra la historia, un mismo dÃa, que pudo ser de gloria para la naciente Emancipación de América, fue a la vez el de la primera manifestación de un pueblo, en la etapa decisoria, por su autonomÃa; y el de la derrota de la esperada batalla, a las puertas del Virreinato del Perú. Esa derrota, lamentablemente, también arrastrarÃa al fracaso a ese grito esperanzador de Tacna. Todo habÃa estado cuidadosamente calculado. Se habÃa estado complotando y seguramente se habÃa conseguido el compromiso de vecinos influyentes de las ciudades, villas y pueblos del sur del Virreinato del Perú: âpara un levantamiento simultáneo de las provincias del litoral comprendido entre Islay y el Loaâ. AnÃbal Gálvez opina que esas âprovincias o partidos eran el Cuzco, Puno, Arequipa, Moquegua, Arica y Tarapacá, y a ellas se dirigió la acción de propaganda y de persuasión del doctor Castelliâ. Según Valega, âZela, era el encargado de provocar, en Tacna y Tarapacá, el movimiento conjuntivoâ. Un movimiento, âde cierta magnitud realizado en esos precisos momentos, a espaldas del brigadier de Goyeneche, acampado a la sazón en el llano de Guaqui, frente a las fuerzas de Castelli, habrÃa expuesto la causa realista a un descalabro por poco que la suerte de las armas favoreciese a los independientes en el encuentro que venÃa preparándoseâ. La ocasión se ofrecÃa muy âfavorable, a mediados de junio de 1811â. Sin embargo las cosas fueron distintas allende el Desaguadero. Llegado a La Paz, âCastelli entabló comunicaciones confidenciales con el general Goyeneche que al frente de un ejército enviado por el virrey del Perú, estaba acampado en las márgenes del rÃo Desaguadero, que era el lÃmite de los dos virreinatos pero Goyeneche se negó a pactar, por lo que Castelli propuso el 14 de mayo un armisticio de cuarenta dÃas que fue aceptado, en tanto se desenvolvÃan negociaciones con el ayuntamiento limeñoâ. Pero, para desgracia de los patriotas, el arequipeño no cumplió lo pactado y âtres dÃas antes de terminar la tregua, el 20 de junio, Goyeneche atacó al ejército revolucionario que fue totalmente deshecho; más que una derrota fue un desbande al que siguió la fuga desordenadaâ. Asà se produjo âel desastre de Huaqui, etapa final de la primera campaña revolucionaria iniciada con éxito insospechado en el Alto Perú. 88 Los fugitivos llevaron el terror sobre todo el territorio que atravesaron, Castelli retrocedió hasta Chuquisaca mientras Balcarce, Viamonte y DÃaz Vélez, intentaban reunir a los dispersosâ. La mañana del mismo 20 de junio en que Zela y Tacna debÃan, por la noche, hacer explotar en el Bajo Perú, el grito de Libertad, las fuerzas argentinas habÃan sido derrotadas por los realistas en Huaqui. Los argentinos y altoperuanos fugitivos llevaron el terror sobre todo el territorio que atravesaron. Mientras Castelli retrocedÃa hasta Chuquisaca, Balcarce, Viamonte y DÃaz Vélez, trataban de reagrupar al contingente dispersado. Dice Levene que âHuaqui, significó un rudo golpe asestado a la revolución; el Alto Perú pese a las reiteradas expediciones y continuos levantamientos no pudo ser reconquistadoâ. En la polÃtica interna de RÃo de la Plata, la derrota tuvo graves consecuencias. El propio Presidente de la Junta de Buenos Aires, Cornelio de Saavedra, se vio obligado a marchar al norte para observar la situación y tomar medidas. En Buenos Aires, mientras tanto, un Triunvirato, instalado el 22 de setiembre, se hacÃa cargo del Poder Ejecutivo. Esta concentración de poderes tendÃa a dar mayor unidad y rapidez a las decisiones del organismo directivo. El General Goyeneche, artÃfice del triunfo, âcomo premio a su victoria, obtuvo el tÃtulo de Conde de Huaqui, pese al éxito rotundo no se apresuró a sacar partido del triunfo; al cabo de un mes, invitó por nota a las autoridades y corporaciones de Chuquisaca a reunirse en asamblea con la presencia de vecinos calificados y exponer en ella sus aspiracionesâ. Pueyrredón que todavÃa estaba en ejercicio del cargo de Presidente de la Audiencia, contestó a Goyeneche negándole autoridad en el territorio altoperuano que habÃa jurado fidelidad a la Junta de Buenos Aires. Los habitantes de Cochabamba intentaron oponerse al avance de Goyeneche. Una muchedumbre mandada por Rivero, carente de disciplina y armamento, unida a un escaso número de tropas regulares, a cuyo frente se hallaba DÃaz Vélez, salió al encuentro del ejército español. El 13 de agosto de 1811 cayeron vencidos en Sipe-Sipe. Como consecuencia, los revolucionarios perdieron la ciudad de Cochabamba. 89 LA MEMORABLE NOCHE DEL 20 DE JUNIO DE 1811 Con todo el sigilo de una logia francmasónica; después, de muchas reuniones previas realizadas âcon la anticipación de un mesâ y como estuvo pactado, el 20 de junio de 1811, que poco antes de âlas ocho de la noche, cautelosamente se (deslizaron) por las angostas calles del pueblo los más notables de sus vecinos para reunirse en la casa de don Francisco Antonio de Zela y ArÃzaga. Prosigue Gálvez recreando el momento que gracias ââ¦Ã¡ la luz de las bujÃas que alumbraban la sala se les podÃa conocerâ. Allà se encontraban: Don Toribio Ara, el cacique y gobernador de naturales, que aportaba el contingente de su influencia en los ayllos de Olanique, Umo, Aymará, Ayca, Callana, Silpay, Tonchaca y Capanique y de los pagos de PachÃa y Calana y de Pocollay; como que era el representante del elemento indÃgena en el cual gozaba de prestigio, aparte del que le daba su riqueza. Le acompaña su hijo, José Rosa Araâ . También se podÃa reconocer a don âFrancisco de Paula Alayza que se iniciaba entonces en las luchas por la libertad nacional. Estaba allà don Manuel Argandoña; don Pedro Alejandrino Barrios, el doctor don José Barrios y don Rafael Gavino Barrios; don Marcelino Castro; don Pedro José Gil y don Felipe Gil; el alférez de asamblea don Santiago Pastrana; don Pascual Quelopana; don Juan Rospigliosi; don José Siles y Antequera, cuñado de Zela; don Fulgencio Valdez y don Cipriano Vargas y en torno de estos los milicianos, los hijos humildes del puebloâ De igual manera habÃa concurrido don MatÃas Téllez quien, en el expediente de 1825, declaró haber sido âuno de los sujetos âcombinadosâ por el expresado don Franciscoâ. Imagina Gálvez, sin faltarle razón, que la âactitud de esos hombres era resuelta, decidida, inquebrantable, y entre ellos se destacaba, serena y tranquila pero llena de firmeza, la notable figura de don Francisco Antonio de Zelaâ. Cúneo lo retrata en ese momento dramático cuando la luz del velón que alumbraba la escena, en aquella hora histórica, ponÃa de manifiesto el airoso continente del caudillo, sus facciones a la vez enérgicas e insinuantes, su frente despejada, su mirada fulgurante y sus viriles ademanes; de todo lo cual parecÃa desprenderse un extraño fluido: el fluido avasallador que Dios tiene a bien encerrar, de tarde en tarde, en la personalidad de determinados seres predestinados; el fluido, decimos, que alguna vez se manifestó en la personalidad de Juana de Arco, de Korner, de Melgar, de Mazzini, de Garibaldi, de Gambetta o de MartÃ. 90 En junio de 1811, al momento de su trascendental decisión para enfrentar al tirano español, don Francisco Antonio de Zela tenÃa 43 años. Don José Antonio de Lavalle, en su artÃculo periodÃstico titulado âZela y el grito de independencia en Tacnaâ lo retrata como de imponente âpresencia y elevada estatura, tenÃa un aire marcial que despertaba simpatÃa y confianza. Lleva con nobleza la casaca bordada y la pechera alba y leve. Su fisonomÃa es á la vez enérgica y suave: nada habla en ella de las inferiores victorias de la vanidad. Sus ojos azules transparentan una alma osada y serena á un tiempo; ojos abiertos á una visión lejana y sublime; mirada pensativa toda llena de una firme aspiración. Su rasurada faz tiene un sello de intrepidez marina. En la frente noble y amplia resplandecen aquellas realidades invisibles que dieron sentido y valor á su vidaâ Seguramente, como lo ha imaginado don Rómulo Cúneo Vidal, el adalid leyó pausada y enérgicamente âlas últimas comunicaciones de Castelliâ. Se tomarÃa un tiempo en leer la última proclama, que tenÃa fecha 13 de junio. Manifiesto que, como se ha visto en capÃtulo anterior, mostraba âlos progresos innegables de la idea revolucionaria, la excelente moral del aguerrido ejército porteño que en aquellos momentos tomaba posiciones a orillas del Desaguadero, preparándose para atacar al enemigo con la seguridad del triunfo, las dificultades con que tropezaba el brigadier de Goyeneche, y se anunciaba, por último, que Arequipa, Moquegua y Tarapacá se sublevarÃan de consuno, a espaldas de los chapetones, en dÃa y hora señaladosâ. En el referido documento habÃa una directa exhortación a los tacneños. Seguramente en otro papel secreto se indicarÃa que la âfecha señalada para el levantamiento simultáneo de los pueblos de la costa era ese mismo 20 de junio, en que se realizaba aquella junta memorable del elemento patriota tacneñoâ.Afirma Rómulo Cúneo que siendo un hecho coordinado se trataba âde un plazo impostergable. En esas circunstancias, se pregunta ¿DejarÃan transcurrir esa fecha los patriotas de Tacna? ¿DejarÃa de concurrir, Tacna, aquella cita del civismo americano? ¿PermanecerÃa sorda, Tacna, al llamamiento de sus hermanosâ del Alto Perú. Dice Cúneo que terminada âaquella lectura y formuladas aquellas preguntas, Zela permaneció de pie en la, cabecera del salón en que se realizaba aquella reunión, con la mano izquierda apoyada en el puño de la espada, en espera de la respuesta debida a sus palabrasâ. Reproduciendo a Cúneo en lo que suponÃa habÃan sido las palabras de Zela en esos momentos, dice que hizo una pregunta categórica ¿Qué haremos entonces? ¿Desnudaremos âel acero, como americanos y hombres libres que somos, por la ventura de nuestra Patria; o bien, cediendo a una 91 La no ch e de l2 0 de ju ni o, de un a m an er a di sc re ta ,s e re un ie ro n en la ca sa de lo sZ el a- Si le s lo sc om pr om et id os pa ra re al iz ar la to m a de cu ar te le s y pr is ió n de au to ri da de sr ea lis ta s, in st au ra nd o un go bi er no lib re de lp od er es pa ño l, en ac ue rd o co n la ex pe di ci ón en vi ad a a C ha rc as po rl a Ju nt a de B ue no s A ire s. 92 pusilanimidad que me resisto a creer que anide en nuestros pechos, nos resignaremos a que Se nos venda mañana, como un vil hato de esclavos por los afrancesados, a José Bonaparte, o bien por los sugestionados de RÃo de Janeiro, a la princesa MarÃa Joaquinaâ del Brasil? Volvió Zela a preguntar ¿Consentiremos âen ser franceses o portugueses, nosotros, sangre de iberos y de héroes, según convenga a los designiosâ de una camarilla nefanda? Cúneo considera que la respuesta fue categórica ¡Eso no! âpor la sangre de Cristo! ¡No lo consentiremos en vida nuestra! exclamaron los presentesâ. Entonces âel caudillo, transfigurado por la emoción, a ver que el calor y el ardimiento de su alma generosa hacÃan presa en aquellos corazonesâ exclamó que si ello era asà âmanos a la obra, y que ello sea en este preciso instante, pues no tenemos tiempo que perderâ. Recordándoles que dentro de una hora vencÃa âel plazo que les tenÃan señalado sus hermanos del Alto Perú para levantarse en armas contra sus antiguos amos". Concluye Cúneo imaginando que Zela âdiciendo esto, desnudó su firme espada, de abultada taza, amplios gavilanes y hoja fina y flexible, sobre la cual, reza la tradición que estuvo grabada la frase sacramental de ¡Por el Rey!â. âLos presentes le imitaronâ. Gálvez, completa la escena, refiriendo que nadie âvaciló en aquellos momentos; ningún corazón latió bajo la impresión del temor; no hubo alma en que se infiltrara el frÃo de la cobardÃa; y como si se preparasen para la acción inmediata las manos oprimÃan nerviosamente los cabos de los puñales, los mangos de las pistolas y las empuñaduras de las espadasâ. Nombrados uno a uno fue pronunciándose a favor de la acción. Dice que allà y entonces âjuraron morir por la Patriaâ. En la declaración de MatÃas Téllez, uno de los asistentes a la histórica reunión recuerda que âasi mismo firmó el acta secreta de juramento que se prestó por todos los âcombinadosâ (sic) para la empresa del 20 de junio de 1811â. 93 EL MOMENTO PRECISO Después de este juramento debÃan pasar de las declaraciones a los hechos, organizarse para cumplir el primer acto, el más arriesgado, tomar los cuarteles y prender a las autoridades y, muy luego, âlas comisiones partieron á capturar al coronel de las milicias del partido don Francisco Navarro, (2) á don Pablo Pastrana, y quizás á otros vecinos que podrÃan oponerse al régimen que se inauguraba", pero, sobre todo, asaltar los cuarteles que era donde residÃa todo el poder real. La casi totalidad de tratadistas del tema coinciden en que las acciones de los insurrectos sobre los cuarteles y prisión de autoridades fueron a las 8 de la noche. Se basan tanto en el párrafo de la carta que le dirige Zela a Felipe Portocarrero en la que le dice que a âlas 8 de la noche de hoy nos hemos apoderado de ambos cuarteles, y quedamos de dueños de la plazaâ, asà como en las declaraciones, que en la sumaria información hicieron el Subdelegado de Rivero, quien dijo que âel 20 de junio próximo anterior fue asaltado el cuartel de este pueblo, a cosa de las ocho de la nocheâ. El Alférez don Antonio Ferrándiz, que âserÃan las ocho horas de ella, cuando se presentaron como cuarenta hombres armadosâ y el Sargento Manuel Ramos Aguirre manifestando que âsiendo cosa de las ocho de la nocheâ. Siendo el acto culminante de esta delicada empresa, la toma del cuartel de infanterÃa ubicado en la actual calle âSan MartÃnâ, cuadras 4/5, parece que esta precisión del tiempo no es tan exacta. En la carta que envÃa el Subdelegado Rivero a las autoridades de Arequipa les dice que âa las once y media por las noticias que tuvo se encaminó al cuartel y estando cerca le dijeron: han sorprendido la Guardia y se han apoderado de las armas y al mismo tiempoâ la voz de Zela dando órdenes de atacar. En la declaración sumaria de don José Melitón Beltrán dice que âcomo a hora de poco más de las ocho de la noche, fue asaltado el cuartelâ. Lo más probable es que las 8 de la noche, hora que señalan las fuentes conocidas, corresponda al momento de la reunión que a la del ataque a los cuarteles. Asà parece interpretarlo Gálvez cuando expone que como a las ocho de la noche, los comprometidos avanzaban por las (2) Navarro fue casado con doña MarÃa Nolberta Soto, y ambos figuran entre los deudores de los herederos de don Diego Siles por la suma de 2000 pesos. Navarro habÃa sido alcalde ordinario de Tacna en 1794, y, según Gómez, eran padrinos de, matrimonio de Zela. 94 angostas calles de Tacna para reunirse en la casa de don Francisco Antonio de Zela y ArÃzaga. Marchaban sigilosamente, para reunirse en la casa de Zelaâ y que el desplazamiento fuese, como declaró Beltrán a una hora poco más de las ocho; es decir, las nueve. En estos términos, no encajan los tiempos registrados en la carta que escribió Rivero a las autoridades de Arequipa. Dice la carta que Rivero recibió la noticia a las once y media de la noche. Que fue de inmediato al cuartel y que escuchó a Zela dando órdenes de atacar. No es creÃble que la confrontación durase dos horas y media. Lo más probable es que Rivero estuviese escondido en algún lugar, las referidas dos horas, informado permanentemente por alguien de su absoluta confianza para decidir el momento de la huÃda y enviar alguna información al Intendente. Se concluye que el inicio de la insurrección, con la toma del cuartel de infanterÃa, fue a poco antes de las 9 de la noche del 20 de junio de 1811. Respecto del contingente se podrÃa decir que no fueron solamente los que concurrieron a la casa de Zela; tampoco la gente del pueblo que se sumó a éstos. Cuando Rivero escribe que se enteró de los acontecimientos cuando âentró un individuo en mi cuarto y me dijo: Señor, los del cuartel se han lanzadoâ. Esto último permite suponer, como lo insinúa Seiner, que entre los âtreinta y cuarenta hombres que salieron de la casa de Zela se confundÃan vecinos y soldados, desertores éstos del regimiento del puebloâ y que dentro de los cuarteles habÃa personal comprometido con el movimiento; tanto asà que en la sumaria información Pastrana manifiesta que en el asalto al âcuartel de infanterÃa, fueron con los invasores la mayor parte de los soldados de este dicho cuartelâ. También hay discrepancias respecto del orden de los sucesos. Mientras en la declaración de Pastrana se dice que âal asalto del primero, esto es, del cuartel de infanterÃaâ. En la de Ramos se expone que âantes de asaltar el cuartel de infanterÃa habÃan asaltado el de caballerÃa, que está situado en distancia de dos cuadrasâ. Decisión esta última que parece más prudente y acertada. Rómulo Cúneo es del mismo parecer. La intervención de la caballerÃa realista, oportunamente informada de los sucesos que estaban ocurriendo en el cuartel de infantes, podÃa cambiar el signo de la contienda de victoria en derrota. Por el contrario el ataque a este escuadrón requerÃa de poca gente, estaba menos protegida y más alejada del centro del poblado. Es por lo tanto más creÃble la información que brindó Ramos Aguirre. 95 ¡CARGAR Y ADELANTE! Dice Cúneo que no se conoce âexactamente los pormenores de cómo se realizó el ataque al cuartel de Dragones, pues no hemos encontrado la sumaria información, que seguramente se hizo, al igual que la del cuartel de infanterÃa, en la que debieron prestar sus declaraciones los oficiales y clases del cuerpo de guardia y su comandante el Coronel don Francisco Navarroâ. Aunque adelanta la hora a âmás o menos a las siete y media de la nocheâ, manifiesta que sólo se sabe que fue âun grupo de catorce hombres capitaneados por don José Rosa Ara tras de sostener una violenta lucha, lograron que se rindiera el cuartel de caballerÃa y apoderarse de las armas y demás implementos que allà existÃanâ. Añade, no sabemos si apoyado en soporte documental o deduciéndolo, simplemente; que de inmediato âaquel puñado de hombres valerosos, engrosadas sus filas con los soldados que se plegaron a la insurrección, más o menos unos treinta hombres, salieron para tomar el cuartel de infanterÃa distante unos doscientos metros, situado en la antigua calle del Medioâ que corresponde a la actual âSan MartÃnâ. Refiere Cúneo que al âllegar a las cercanÃas del cuartel se separaron del grupo José Rosa Ara y el artesano Marcelino Castro alias âChillejoâ, para caer de sorpresa sobre el centinela y dominarloâ. El locumbeño âChillejoâ, portando âun sable en la mano, le dijo a Manuel Ramos Aguirre, que era el Sargento de Guardia que entregase las armas, porque asà convenÃa a la Patriaâ. Como Ramos se resistiese âa tal entrega con el fusil de que estaba armado, el dicho Castro le acometió con el sable, del que hecho mano Ramos y forcejeando con dicho su asaltante, por ver si se lo podÃa quitar, Ramos resultó herido en la mano derechaâ. Conseguido su objeto y reducidos a la impotencia el centinela y el sargento de guardia quedaba al grupo patriota enfrentar a la fuerza ya alertada que los esperaba dentro del cuartel. Debió ser en esos momentos cuando Zela instando a sus seguidores pronunció la frase señera. DecÃa la carta de Rivero que en esas circunstancias oyó âla voz de D. Francisco Zela, que prorrumpió en esta expresión: cargar y adelanteâ. Entonces, los patriotas, âsin más dilación ingresaron y se abalanzaron sobre los componentes del cuerpo de guardiaâ y de todos los efectivos. Registra Cúneo que los realistas, tomados de sorpresa, no pudieron reaccionar. Eran como âveinte hombres, y entre ellos el balanzario don Francisco Antonio de Zela, que estaba dando órdenes y se le obedecÃaâ. 96 El Alférez Antonio Ferrandiz, que se hallaba de oficial de guardia, vio impotente como se apoderaban âde las armas del cuartel, atropellando no sólo a Ferrandiz, sino también al centinela, al sargento de guardia y a dos soldados, dándole un sablazo en el brazo al mencionado sargento Manuel Ramosâ. Entonces don José Rosa Ara que se presentó, como âoficial de las fuerzas revolucionariasâ se dirigió al referido Ferrándiz, intimándole arresto. Zela usó, en pequeño, la estrategia que aplicaba Abascal para enfrentar a los miembros de la misma familia. El caudillo rebelde ordenaba a los realistas sometidos actuar sobre las autoridades del régimen depuesto. Al Alférez Antonio Ferrándiz âle dio orden para que, cuando viniese al cuartel el alférez Santiago Pastrana, que hacÃa de ayudante de plaza, lo arrestasen en el cuartelâ. Cúneo agrega que âSantiago Pastrana fue arrestado en momentos en que se dirigÃa al cuartel, posiblemente con el propósito de reaccionar a la tropaâ. Agrega el historiador ariqueño que el âvecindario, despertando del rumor de aquellos sucesos, comenzó a reunirse a las inmediaciones del cuartel dando vivas al rey, a la Junta de Buenos Aires, a Castelli y a Zelaâ. En las declaraciones que hicieron en la Sumaria Información Manuel Ramos Aguirre, que la noche del 20 de junio de 1811, el propio Zela estuvo recorriendo diferentes puntos del pueblo, como la Casa del Subdelegado, del Comandante del Regimiento o las Cajas Reales, âanduvo con tropa, armas y gente por las calles y decÃa en alta voz: viva la Patria, Viva la religión, Viva el Rey Nuestro Señor don Fernando VII y también viva Castelliâ. José Melitón Beltrán agregó otro "viva" a la Junta de Buenos Aires. LAS PALABRAS DE ZELA: UNA PEQUEÃA HISTORIA En 1921 se publicó la âHistoria de las Insurreccionesâ de Cúneo. Aunque se sabÃa que el, seguramente voluminoso, expediente del juicio contra Zela y comprometidos, estaba extraviado, parecÃa que el tema se habÃa completado. Cúneo, con su caracterÃstica honestidad, dice que la âSumaria Informaciónâ, que pudo usar en su libro; después de buscarlo inútilmente âen los archivos de Tacna, Arequipa y Lima; llegó a sus manos gracias al patriótico desprendimiento de don Pedro Quina Castañón, escritor tacneño, a quien una vez más agradece. El hecho que la Sumaria información; practicada por el Rivero, a los pocos dÃas de la insurrección; que debÃa estar incluida en los primeros folios de ese legajo, se encontrase separada; abre una posibilidad aún más lamentable. La de su desglosamiento y diseminación. 97 A la vo z de â. ..c ar ga ry ad el an te â, Ze la en ca be zó la to m a de lC cu ar te ld e in fa nt er Ãa la no ch e de l2 0 de ju ni o de 18 11 . 98 Pero, queda mucho más por incorporar. Cúneo, al decir de Valega, buscó un parte de Rivero, que, por declaración de los testigos de la Sumaria Información, habÃa remitido desde Arica al Intendente Salamanca. No lo âpudo hallar en el archivo de la Intendencia de Arequipa el historiador tacneño Cúneo Vidal. Valega, expresa regocijado, que él habÃa tenido âla suerte de encontrarlo en el archivo del Cabildoâ de Arequipa. Lo encontró âcopiado limpiamente en el folio 54 del libro de toma de razón, correspondiente al perÃodo de 1811 a 1825â. Aunque, en realidad, quién âlo dio a conocer, por vez primera, fue don Francisco Mostajo en 1939â. En el Cabildo abierto, seguramente, se dio lectura del referido parte. En él se menciona la frase lapidaria dicha por Zela en el fragor de la acción bélica ¡cargar y adelante! Dice Valega que desde âhoy, en que por primera vez se publica, la resuelta frase del jefe heroico de la revolución tacneña de cargar y adelante perdurará en la historia, al par que las grandes frases sublimes, pronunciadas por los superhombres de los pueblos, en solemnes momentos colectivos. Si la espartana respuesta de Bolognesi: hasta quemar el último cartucho, constituye para el Perú el voto de la inmolación patriótica, la voz de combate de Zela: cargar y adelante, constituirá, en lo sucesivo, para los peruanos, la frase de la acción denodadaâ. Valega concluye el texto exclamando ¡Gloria âa Zela, esforzado varón, gran mártir de la causa libertaria, gloriosamente prócer, a quien se dedicó apenas, en Lima, una placa conmemorativa, cuando es digno de la estatua, en actitud de pronunciar su enérgica orden: âcargar y adelanteâ. EL SUSTENTO POLÃTICO-ADMINISTRATIVO DE LA TACNA LIBERADA Después de la destrucción del aparato militar realista era preciso la eliminación del aparato polÃtico-administrativo y su reemplazo por otro sistema polÃtico-administrativo que represente el nuevo estado de las cosas en esta Patria Libre en germen. Como era de esperarse, en una situación asÃ, única hasta entonces en Tacna, la masa insaciable en su sed de justicia recorrÃa las calles como un alud incontenible, siguiendo al caudillo que fue casa por casa notificando, cercando o arrestando. El primer objetivo fue el âjefe militar del partido, coronel del regimiento de dragones, Francisco Navarro. Interrogados algunos soldados por el paradero del jefe, respondieron hallarse en su domicilio, distante algunas cuadras. Zela conocÃa bien a Navarro; años atrás y en compañÃa de su esposa, Navarro habÃa testificado en el matrimonio de Francisco; no era, pues, un sujeto ajeno al balanzario. De nada valieron los parentescos. Siendo Navarro uno de los previsibles lÃderes de una contrarrevolución, 99 debÃa capturársele y deponerlo de inmediatoâ. Fue, según la declaración que hizo Antonio Ferrándiz, esta masa âen compañÃa de Ara, con más gente que allà se juntó, y a poco rato, volvieron trayendo preso al coronel don Francisco Navarro al cuartel, En donde lo dejaron a cargo del propio alférez don Antonio Ferrándiz, con doce hombres, entre los que vio a José Siles y Antequera haciendo de sargento, dándosele orden por don Francisco Antonio de Zela para que lo custodiase so pena de la vida, y encargando a los soldados el cuidado que habÃan de tener con Ferrándiz, según se lo avisó sigilosamente un soldadoâ. Según la declaración de Pastrana no fue José Rosa Ara, sino el propio âdon Francisco Antonio de Zela quien salió con tropa para apresar al coronel don Francisco Navarro, lo que ejecutó, y confinándolo en el cuartel donde, a los dos dÃas, le hizo poner grillos, habiendo pasado a ello personalmenteâ.Dice que tal "comisión se la dio Zela anteriormente a Pastrana, pero que no lo verificó este último por la resistencia del Coronelâ Francisco Navarro. De esta manera Tacna vivÃa sus primeras horas de libertad. ZELA: JEFE POLÃTICO Y MILITAR DE TACNA LIBRE En esos momentos ya era posible la organización del diminuto Estado. Don âFrancisco Antonio de Zela asumió sin mayor dilación el cargo, de Jefe PolÃtico y Militar de la Plaza, nombró por sus ayudantes a Pedro José Gil, Fulgencio Valdés y Juan Julio Rospigliosi, y declaró instalada la Comandancia de Armas del nuevo gobierno en la mayorÃa del cuartel de infanterÃa que acababa de ser ocupadoâ. Afirma Seiner que, con la garantÃa de la prisión de Navarro, âpodÃa Zela continuar la realización de su proyecto; asÃ, salió con destino a las Cajas Reales, los domicilios de los oficiales reales, el domicilio del ayudante mayor de la plaza y a la casa del subdelegadoâ. El siguiente paso era, destituir al Subdelegado Rivero, primera autoridad del Partido. El declarante Santiago Pastrana manifestó que Zela âluego de dejar en esa forma, en el cuartel, al mencionado coronel, pasó en demanda de Su Merced a su propia casa, y no habiéndolo encontrado, le dejó puestas guardias en la puerta de la calle y en las que dan al rÃoâ. Pero cuando âel caudillo de la revolución llegó al domicilio del hombre a quien buscaba, éste habÃa fugado con rumbo a Aricaâ. Ha escrito el brillante historiador Lizardo Seiner Lizárraga, que Rivero âdescribió detallada y vÃvidamente los angustiosos momentos que le tocó experimentarâ. 100 Dijo el Subdelegado don Antonio de Rivero y AranÃbar que el 20 de junio, a las once y media, estando en su habitación, después de haber estado en la iglesia, cuando âentró un individuo en su cuarto y le dijo: Señor, los del cuartel se han alzado a esta noticia acompañó una precipitada salida y se encaminó al cuartel, y estando cerca, lo contuvieron unos que allà estaban parados, y le dijeron: que habÃan sorprendido la Guardia y se habÃan apoderado de las Armas, y al mismo tiempo oyó la voz de Don Francisco Zela, que prorrumpió en esta expresión: cargar y adelante; en tan apurada situaciónâ, acudió âa casa del vicario a fin de consultarle sobre lo más conveniente a hacer en situación tan apremiante; el cura, Jacinto de AranÃbar, le confirmó lo que ya habÃa decidido hacer: salir del pueblo lo más rápidamente posible. Fugó a tiempo porque a los pocos minutos llegaban a las puertas de su casa varios rebeldes encabezados por Zela dispuestos a capturarlo. En ese momento, algunos informaron a Zela que Rivero se hallaba oculto en la casa del cura. Ello ya era un avance. Decidió Francisco aplazar la captura para más adelante; otros asuntos requerÃan su inmediata presencia en el cuartelâ. Terminaba el parte noticiándolo que esa misiva se la dirigÃa a Vuestra SeñorÃa con correo expreso por intermedio âdel Caballero Subdelegado de Moquegua, a quien le decÃa que con la mayor brevedad le remitiese cien hombres armados y V. S. se lo reencargará para que con la mayor brevedad lo verifique. Al dicho subdelegado. También expongo haga un propio al Sr. General Goyeneche con el oficio que le acompaño por hallarse de esta parte cerrados los caminosâ. Efectivamente el Subdelegado Rivero, huyó a Arica la noche del 20 y llegó al puerto, a todo galope, en la mañana del 21. De inmediato escribió, al Intendente Salamanca, la nota que se reprodujo lÃneas arriba. Para asegurar el envÃo confió, en un experimentado correo, para que, por vÃa del litoral y tomando, a la altura de Sama, el camino de Moquegua, llevase la nota al Subdelegado de Moquegua. El mensajero debió llegar a Moquegua en la tarde del dÃa 23. El Subdelegado refrescó al correo enviando al instante otro correo rumbo a Arequipa donde llegó a las 7 de la mañana del 26. El Subdelegado de Moquegua, por su parte, quedaba con el encargo de formar una fuerza de 100 hombres para enviarla a reducir a los insurrectos de Tacna. Mientras tanto en Tacna, después de confirmarse la fuga del Subdelegado y poner guardias en las puertas de su casa; Zela âcuya actividad no desmayó un solo momento durante aquella noche memorableâ, âsiguió andando en el pueblo y sus calles con tropa y plebeâ; pasando âen seguida en busca de los oficiales reales de las Cajas Realesâ, intento âestéril, pues no halló a ninguno; ni Domingo de Agüero ni Juan de Ozamiz, los oficiales reales se encontraban en sus respectivas viviendasâ. Entonces el caudillo haciendo âuso del tÃtulo de Comandante de las Fuerzas Unidas de América, los declaró destituidos en sus empleos y reemplazados por don Pedro Alejandrino de Barrios y don Pedro CossÃoâ. Para completar la acción represiva contra los cesados Agüero y Ozamiz, âpuso a las puertas 101 de la casa donde residÃan y en las Cajas Reales, una guardia que reparase no fuesen a robar los intereses que allà se custodianâ. Esa misma noche âdecretó la reorganización del regimiento Dragones al mando del Comandante don Rafael Gavino de Barrios, en reemplazo del Coronel Navarro, a quien hubo necesidad de colocar grillos, para castigar sus denuestos contra los autores de la revolución, e impedir sus tentativas por reaccionar a la tropaâ y nombrando como âayudante mayor y de órdenes a don Fulgencio Valdésâ. También fueron âsiete vecesâ a la casa de Pastrana sin poderlo encontrar. Después de este recorrido en un marco triunfal por las âaclamaciones y las simpatÃas de que disfrutaba Zelaâ. El caudillo âregresó a la Comandancia de Armas y despachó propios a Sama, Locumba e Ilabaya solicitando la adhesión de aquellos vecinos, y lo que más hacÃa al caso, al campamento de Castelli en el Alto Perú, solicitando refuerzosâ. También se dirigieron cartas a Arica y a Tarata. Finalmente, hacia âla media noche el balanzario, que hasta ese instante habÃa dado prueba de no omitir detalle que pudiese influir en la realización de sus planes, escribió de su puño y letra al sargento mayor don Felipe Portocarrero, alcalde ordinario y comandante militar interino de la plaza de Arica, el mismo al que le cupo hacer abortar el conato de insurrección de 1810â. LAS CARTAS ENVIADAS Esa noche se enviaron emisarios a los puntos más próximos a Tacna para conseguir su apoyo. Las cartas, fechadas todas el 20 de junio de 1811, dado el apremio que se vivÃa, pudieron tener similar tenor de la enviada al Señor "sargento mayor don Felipe Portocarrero Calderónâ en Arica. El vocativo o parte salutatorio era breve, pasando de lo formal a lo cordial. Muy âseñor mÃo y apreciado compatriota y amigoâ le decÃa. Apelando a un pacto o promesa antelada le recordaba a don Felipe que habÃa llegado âel dÃa en que se cumplan los ofrecimientos hechos por el pasado, y en que usemos de los rasgos de valentÃa y generosidad con que debemos cuidarnos unos a otros como verdaderos hermanosâ. Pasaba a contarle que a âlas 8 de la noche de hoy nos hemos apoderado de ambos cuarteles, y quedamos de dueños de la plaza que el coronel Navarro se halla preso e incomunicado y el subdelegado ha fugado, pero sabemos que se halla oculto en la casa del párrocoâ. Luego advierte que ¡Ya caerá en nuestras manos! Remata el relato comunicándolo que el "vecindario está tranquilo y de parte nuestra tanto que sus vivas a la Patria se confunden con sus aclamaciones al rey don Fernando VII, por ello, nuestra actuación está asegurada, por lo tanto, no hay que temer, pues en estos instantes sale un propio dirigido al doctor Castelli, que actualmente se halla acampado en el llano de Jesús de Machaca, pidiéndole dos mil hombres, y es de esperar que dentro de ocho dÃas los tengamos en casaâ. 102 Termina ofreciendo dar, por lo "pronto las fuerzas que sean necesarias para resguardo de ese puertoâ alentando a Portocarrero con un ¡ánimo! âamigo, y que Dios aumente los años de vuestra merced; son los deseos de su amante compatriota y despidiéndose con el estilo pomposo de entonces "Besa las manos de vuestra merced su obsecuente servidorâ . La firma como "Francisco Antonio de Zelaâ e incluye un postdata en que le comunica estarle enviando "copia del bando que se publicará mañana por la Comandancia Militar del partido, cargo que ejerzo provisionalmenteâ y que espera su efectividad ây de su celo por nuestra justa causa que en ésa no se vaya en contra de nada que afecte, a nuestra sagrada religión; y que a cualquiera que con ceguedad se oponga a tan justa determinación se le desatienda y declare por desconocido de la nación, y se le castigue con las mayores penasâ y se despide ofreciéndole a don Felipe "y a todo ese vecindario la protección y amparo necesariosâ. LA PRIMERA CARTA ENVIADA A RAMÃN COPAJA El 21, el caudillo dirigió una carta circular a personas de su confianza residentes y con influencia en los lugares cercanos a Tacna. Una de esas fue dirigida a su compadre el Cacique de Tarata Ramón Copaja. Aunque la trascripción omite la fecha de envÃo, debió ser en las primeras horas del 21, puesto que el 22 escribió otra, cuyo tenor completo se reproduce, que permite deducir que aquella, por la mención a Rivero en Arica, fue escrita, por lo menos, un dÃa antes. Además en la segunda se dice que la âque antecede es circular, pero con UsÃa me significo como siempreâ.En esta primera carta circular, cuyo fragmento se conoce, les comunicaba que desde el 21 era Comandante Militar del Partido. Siéndole constante les decÃa, âel amor patriótico que en Vuestra Merced reside, como el que sin temor debemos a la defensa de la Patria, le participo que me hallo de Comandante Militar del Partido por la felicidad con que logré avanzar los cuarteles, tomar sus armas y unir las fuerzas. Tengo aviso cierto de que Rivero está en Arica juntando gente, y que se ha armado con la artillerÃa como el que espera socorro de Tarapacá; vea UsÃa la forma de impedir la presencia de cualesquiera fuerza y el que todo caminante se le registre desde el sombrero hasta las plantas de los zapatos y forros de sus vestimentas, que se le trabuqueen los bastos de los aperos, uno a uno, y al que se le encontrase algo escrito que sea contrario de un pacÃfico gobierno que se le ponga con la debida seguridad dándome parte de lo que ocurra para dar a UsÃa los socorros que necesitenâ. Se despide con el clásico Dios âguarde a Vuestra Merced muchos años. Comandancia Militar de la Unión Americanaâ. 103 DESVELOS DE ZELA POR CUIDAR A LA PATRIA EN CIERNES Cúneo Vidal, que comienza el recuento de los hechos del segundo dÃa de insurrección, desde la media noche, señala que a âla una de la madrugada del dÃa 21, viernes, el teniente de una de las patrullas enviadas a recorrer el pueblo volvió a dar cuenta de que todo marchaba a satisfacción demostrando, de esa forma, que el vecindario aceptaba de pleno la revolución, y sus elementos jóvenes se aprestaban a reforzar sus filasâ. Seiner, con una admirable capacidad de sÃntesis refiere lo que ocurrió el dÃa âViernes 21 de junio de 1811. Zela empleó la madrugada de este segundo dÃa en asegurar la adhesión de algunos oficiales del regimiento. Vuelto al cuartel alrededor de las 2.30 am, encontró al alférez Pastrana aguardándolo en situación de arresto tal como él mismo lo habÃa ordenado. Como vimos lÃneas atrás, Zela logró, al cabo de una serie de advertencias, la cooperación de Pastranaâ. Pastrana, hasta entonces, habÃa estado escondido âen casa del capitán don Manuel Vicente de Belaúnde porque podrÃa peligrar su vida. Que no habiendo podido conseguir bestias para fugar, como lo tenÃa pensado, resolvió presentarse al cuartel, donde se encontró con la orden de prisión, la que le fue intimada por el oficial don Antonio Ferrándiz y por don Fulgencio Valdés. Entonces se quedó en el cuartel hasta las dos y media de la mañana en que dicho Zela vino al cuartel con la tropa y la plebe, en cuya ocasión, después de varias relaciones que hizo, le intimó a nombre de la Junta de Buenos Aires se hiciese cargo de la tropa como oficial veterano para el gobierno de ellas y siguiese con el mando que antes tenÃa de ayudante mayor de la plazaâ. Debió seguir escribiendo misivas para las amistades que tenÃa. Muchas en Arequipa, donde habÃa, estado varias veces desde su juventud; otras en Moquegua, unidas por vÃnculos comerciales y de parentesco. Las de Locumba e Ilabaya, más próximas aún, por los intereses agrÃcolas de su esposa. Con los mineros de Huantajaya, la quebrada de Palca o Mecalaco a los cuales atendÃa. Con sus compadres, como Copaja de Tarata. Cúneo, traza los rasgos espirituales del adalid, que âlejos de conceder a su cuerpo, y más que todo a su espÃritu, algunas horas de descanso, tras de una noche y de un dÃa de febril agitación, Zela empleó la noche del 20 y las primeras horas del 21 en redactarâ o ârevisar los términos en que habÃa sido redactado, dÃas antes, el bando que muy temprano en la mañana mandarÃa hacer pregonar en el puebloâ, agrega Seiner. 104 CUANDO TACNA AMANECIà EN LIBERTAD El 21 de junio de 1811, el humilde pueblo de San Pedro de Tacna, sin más pergamino que su laboriosidad, progresismo, cohesión social, democrática, fue el único lugar del Perú donde el sol de los Incas surgió entre el Tacora inundando con su luz a un pueblo libre y llamado a grandes destinos. A las seis de la mañana del 21, Zela, salió por segunda vez âacompañado de tropa en busca de los oficiales reales, para exigirles la inmediata entrega del dinero depositado en las Cajas Realesâ; asà como de âdocumentos de propiedad del Estadoâ allà depositados. Conseguidas âlas tres llaves del arca donde se resguardaban los caudales reales, mandó abrirla y extraer el dinero existente en ella, que no pasó de dos mil pesosâ los que, dice Seiner, encomendó cargar âa varios soldados y depositarlos en lugar seguro. Acto seguido, depuso a los oficiales reales y nombró en su lugar al capitán Pedro Alejandrino de Barrios, nombrado ânuevo Tesorero Nacionalâ y a Pedro CossÃo como Contador. Este CossÃo âantes, en 1809, habÃa andado notablemente mezclado en la revolución de La Pazâ, ha recordado Valega. Este dato permite conocer, tal vez, a uno de los agentes de la Insurrección del Alto Perú que actuaron a la sombra o, quizás a uno de los mentores de Zela respecto de los propósitos e ideologÃa de la revolución altoperuana. Seiner dice que al âcabo de poco más de dos horas, Zela regresó al cuartel donde esperaba el alférez Antonio Ferrándiz, suspendido de su puesto de oficial de guardia la noche anterior. Buscó Francisco atraerlo al nuevo orden y lo nombró oficial del cuartel, quedando asà a cargo del resguardo de Navarro; sin embargo, no habÃa terminado aún la mañana cuando Ferrándizâ fue a âpedirle a Zela un pasaporte para retirarse a la ciudad de Arica en busca del Subdelegado y que se lo negó dicho Zela, pretextando que, siendo oficial, irÃa a Arica a ponerse al frente de una compañÃa y vendrÃa a dar contra él y contra este pueblo: y que habiéndolo colocado al declarante en el mismo cuartel de oficial, duró en él sólo una mañana no cabal, y pidiendo que se le relevase pedido que el encargado, don Fulgencio Valdez, aceptó. De inmediato, colocó en su reemplazo a Juan Bautista Julio Rospigliosi y que, a media mañana, cuando la población comenzaba su rutina, âZela dispuso que se iniciara el pregón del bando lo más rápidamente posible, buscando, de ese modo, informar cabalmente al vecindario las 105 razones de la acción de la noche anteriorâ lo mandó âpronunciar en los lugares de costumbre, por boca de pregoneroâ. Manifiesta Seiner que el referido bando, fue divulgado, por primera vez, por Rómulo Cúneo âen 1921, es uno de los más importantes documentos relativos a la rebelión, que al parecer fue redactado por Zela antes del jueves 20. En él se reflejan los argumentos esgrimidos por el prócer para hacerse del poder y las proyecciones que alcanzará su empresaâ. Al parecer el documento que preparó Zela no parece ser ni muy sólido ni suficientemente convincente. Es sencillo breve y se estructura en dos bien marcadas partes. La primera, donde pretende justificar el movimiento, haciendo esguinces entre el fidelismo al Rey de España y el separatismo que representaba la Junta de Buenos Aires y la presencia de Castelli en el Alto Perú. La segunda parte esta dirigida a informar, exigir y ordenar. La interpretación del documento que pudo haber tenido la población, por lo menos, para los que fueron interrogados en la Sumaria Información, fue âpara que se le reconociese como comandante y se obedeciese a la Junta de Buenos Airesâ, en el caso de la declaración de Ferrándiz; mientras en la de José Melitón Beltrán el propósito se reducÃa a que levantados en armas en Tacna âse diese por ganada la acción del Desaguadero y se reconociese a la Junta de Buenos Airesâ. Otra de las acciones tomadas el 21 fue la de mandar cerrar âlos caminos de suerte, que no se podÃa comunicar aún con las doctrinas más inmediatasâ. EL BANDO: CLARINADA DE ESPERANZA El bando correspondiente al dÃa 21 de junio de 1811, que se leyó, con voz de pregonero y acompañado de caja y clarÃn, en las esquinas acostumbradas del pueblo, juntamente con la proclama de Castelli del 13 de junio de 1811, que fue también la que se leyó en la reunión en la casa de Zela, previa a la toma de los cuarteles; era la siguiente: Después de datar el documento en âel pueblo de San Pedro de Tacna, en 21 dÃas del mes de junio de 1811 añosâ, se presentaba como don "Francisco Antonio de Zela, el más fiel esclavo del rey nuestro señor don Fernando VII, y de su augusta generación, en mi carácter de ministro ensayador, fundidor y balanzario de las Reales Cajas del partido, y en el de comandante militar accidental de esta plaza, de orden del Excmo. Señor doctor don José Castelli, Vocal de la Excma. Junta de las Provincias del RÃo de la Plata y naciones aliadas; y justificaba su actuación en virtud de la justa 106 defensa que se hace para la conservación de estos justos dominios en beneficio de nuestro oprimido soberano, el señor don Fernando VII y de quien justo tÃtulo tenga al trono españolâ. Entrando a la parte informativa hacÃa "saber a sus amantÃsimos hermanos y compatriotas de todo estado y condición que interesa al bien público la unión de nuestros corazones, humillados ante nuestro omnipotente Creador, y la de las fuerzas que éste nos conserva con el objeto de secundar todos los habitantes de América, los esfuerzos de los rescatadores de la Religión, la Patria y el Estado, que con engaños quieren entregar algunos malos españoles al monstruo, al tirano, el emperador de los franceses, lo que está de manifiesto con motivo de haber quebrantado el general de las tropas del Alto Perú el armisticio que fraudulentamente tramó el gobierno de Lima, para vender con vilipendio la sangre de los fieles vasallos americanos; gobierno que ha pretendido abrogarse la propiedad de nuestro propio suelo con el objeto de comer y subsistir de sus poderosas entrañas, en que Dios ha tenido a bien depositar la subsistencia de nuestra posteridad, para la conservación de nuestros hogares y honra de nuestros descendientesâ. Que esto "se ve confirmado por el tenor del oficio del ejército argentino del Alto Perú que acredita la declaratoria de rompimiento decretado por nuestros jefes de las provincias del RÃo de la Plata, cuya representación ejerce el Excmo. vocal, doctor don Juan José Castelli; en cuyo nombre y en virtud de la comisión a mà conferida por el mismo, requiere a todos los estantes y habitantes de este pueblo para que se presenten en persona, a las diez de la mañana de este mismo dÃa, en las Cajas Reales, trayendo consigo las armas blancas y de fuego que tengan de suyo, de las que se llevará cuenta y razón, para devolvérselas cuando sea tiempoâ. Ingresando a lo imperativo, también requerÃa al señor subdelegado, âcapitán don Antonio de Rivera y AranÃbar y a los señores Ministros de la Real Hacienda, Tesorero don Domingo de Agüero, Contador don Juan de Oramiz, para que se presenten en el lugar designado; e igualmente al Administrador de la renta de Tabacos y Correos, don JoaquÃn González Vigil, para que todos ellos presenten los libros y caudales de su manejo, los que serán entregados para su mejor guardia y custodia a los empleados que provisionalmente se tienen nombrados por su buena conducta y conocidos bienesâ. Pasó entonces a presentar a los funcionarios designados, manifestando que estos eran âdon Pedro Alejandrino de Barrios, tesorero; Don Pedro CossÃo, contador y don Cipriano de Vargas, administrador de correos asà como para el empleo de coronel del regimiento de Dragones, re- conocerán los habitantes de este partido a don Gavino de Barrios, los que 107 provisionalmente ocuparán estos destinos, hasta que sea tiempo que premiar a cada vecino según su mérito, antigüedad y conductaâ. Mencionaba, además, que âpara inteligencia de este vecindario y su partido, ordeno y mando que se publique esta determinación en forma de bando, a usanza de guerra, por voz de pregonero, que pronuncie con claridad las razones que se le dicten por el actuario, sacándose las copias que sean necesarias para inteligencia de los señores jueces reales y comandantes particulares de las milicias del partidoâ. Finalmente, anunciaba haber nombrado âpor asesor de este Juzgado y para toda ocurrencias de justicia, al licenciado don José de Barrios y Hurtado, abogado de las Reales Audiencias de Lima y Charcas, quien habiéndose hallado presente juró por Dios Nuestro Señor y una señal de la cruz de usar el cargo de tal asesor, bien, fiel y legalmente, dictando cuantas providencias sean arregladas a derecho y convengan al mejor servicio del Rey, y de la Patriaâ. El bando lo firman, ante el Escribano Juan de Benavides, el propio Zela y su asesor Barrios y Hurtado. Respecto de de la proclama de Castelli, que ya se reprodujo, Zela firmó, al pie una resolución que decÃa: âPublÃquese por bando y circúlese para conocimiento de los estantes y habitantes del partido. Tacna y 21 de junio de 1811.Francisco Antonio de Zela". Opina Seiner que la âadhesión del vecindario, la firmeza de las disposiciones y la claridad con que fueron expuestas las intenciones en el bando, iban consolidando el movimiento. La seguridad a la que iba accediéndose permitÃa usar tÃtulos que venÃan a ser, en realidad, fieles refle jos de las verdaderas intenciones de los rebeldes. Todas las cartas conocidas, enviadas por Zela desde este dÃa, llevaban en el encabezamiento un representativo rótulo: Comandancia Militar de la Unión Americanaâ. FRENESà EXPANSIVO Aunque Cúneo la considera entre los actos que corresponden al dÃa 22 de junio, Seiner incluye una carta con el membrete "Comandancia Militar de la Unión Americanaâ, fechada el mismo 21 de junio, enviado âen forma conjunta, a los señores alcaldes y al comandante militar de Arica con el tenor siguiente: Incluyo, dice Zela para conocimiento de Vuestras Mercedes, copia del bando que en el dÃa de hoy se ha publicado por la Comandancia Militar del partido, que ejerzo provisionalmenteâ. La mención a que ese dÃa se publicará el bando, refuerza la seguridad de su datación. Pasa de inmediato a una redacción admonitiva, manifestándoles que espera "de la religiosidad de Vuestras Mercedes, de su celo patriótico e interés propio, que no vayan en nada en contra de lo que se relacione con nuestra justa causa, sagrada religión, Patria y Estadoâ. "De lo contrario se harán V. V. M. 108 M. muy infelices; y cualquier otro que con ceguedad se oponga a tan justa determinación, se expondrá a que se le desatienda y declare por desconocido a la nación; lo que en todo derecho se castiga con las más severas penasâ. "Hago saber que castigaré con las mayores penas al que tuviera la desgracia de caer en semejante entredicho. Ofrezco a V. V. M. M. Y a todo el vecindario protección, amparo, y justicia. La mansedumbre de mi corazón y la generosidad de nuestros restauradores, cuya personerÃa ejerce el doctor don Juan José Castelli, darán a conocer el beneficio que se os esperaâ. "Ofrezco a V. V. M. M. muchos años. Francisco Antonio de Zela". Considera Seiner que las âamenazas lanzadas y las promesas ofrecidas, evidencian la seguridad de Zela en el cercano apoyo de las fuerzas bonaerensesâ. EL TERCER DIA DE INSURRECCIÃN: EL DESPERTAR DE LA âUNIÃN AMERICANAâ Dice Lizardo Seiner que el âsábado 22 de junio, Francisco continuó en su consolidación del movimientoâ dedicándose, según Cúneo, a escribir âa determinados vecinos del valle de Sama y de los pueblos de Locumba, Ilabaya y Tarata, incitándolos a secundar el movimiento de Tacnaâ y a conminar a diferentes autoridades realistas de Tacna y Arica para que cumplan determinadas indicaciones. Refiere Cúneo que también hizo ânuevos nombramientos civiles y militaresâ, aunque no detalla las fuentes que le sirvieron de base para afirmar esto, agrega que, para ello contó con el apoyo de Pedro Alejandrino de Barrios y de Cipriano Vargas. Mientras tanto, las tropas seguÃan âacuarteladas, preparándose para la revista de las fuerzas armadas de la revolución, que estaba anunciada para el siguiente dÃa. El vecindario continuó fraternizando con el nuevo orden de cosas y la juventud local siguió engrosando las filas de Granaderosâ. Cúneo hace concluir el dÃa indicando que Zela âpasó las últimas horas del dÃa 22 entregado a atenciones de buen gobiernoâ. Las cartas dirigidas son motivo de otros capÃtulos. 109 LAS CARTAS DEL TERCER DÃA Uno de los logros significativos del dÃa 22 de junio fue enviar cartas colocándoles como encabezamiento el rótulo de Comandancia Militar de la Unión Americana, evidencia de una mayor toma de conciencia en el movimiento. La carta enviada por Zela al subdelegado Rivero trasluce los rasgos que hemos visto aparecer en documentos anteriores; su acceso al poder, conminado a renunciar al mando y de no hacerlo aparecer responsable ante el rey. Una primera carta fue dirigida al puerto de Arica al âSeñor Capitán don Antonio de Rivero y AranÃbarâ. Se cuida bien de poner el cargo que ostenta u ostentaba, según Zela, antes de la noche del 20 de junio; esto es de Gobernador y Subdelegado. Aunque en el vocativo se dirigÃa a Rivero como de su âmayor aprecioâ. Cosas increÃbles a que, a veces obliga el protocolo, de inmediato cambiaba de estilo y le informaba primero que habiendo âasumido el mando polÃtico y militar de este partido el dÃa 20 de los corrientes, por exigirlo asà urgentes circunstancias del momento, el bien general del pueblo y su distritoâ. Seguidamente lo ponÃa sobre aviso que, si tales autoridades no se pronunciaban âpor la Patria podrÃan ser hostilizados en breve tiempo por las tropas del mando del ExcelentÃsimo señor Castelli, que se hallan en activo movimiento desde que se violó escandalosamente, por parte del general Goyeneche, el armisticio pactadoâ. Entonces le recomendaba que, en esas circunstancias se hacÃa âindispensable que Vuestra Merced se abstenga de todo procedimiento que esté en contradicción con estas ideas y tienda a perturbar el orden y unión que felizmente se van conservando y consolidando en esta plaza; y que mucho menos, intente Vuesa Merced recobrar con el auxilio de la fuerza el indicado mando, pues, prescindiendo de que sus esfuerzos serÃan infructuosos, subsistirÃa el hecho de que le hago responsable desde este momento a nombre del Rey y de la Patria de los funestos resultados que podrÃa traer aparejada una conducta tan poco meditada, pero circunspecta y nada conforme al bien públicoâ. Terminaba manifestándole que esperaba que âpenetrada Vuesa Merced de la fuerza de las razones expuestas contribuirá con la más prudente renuncia, a la unión de todos los pueblos del partido colocado a mis órdenesâ. Se despedÃa con el acostumbrado "Dios guarde a V. Md. muchos añosâ, firmaba, Francisco Antonio de Zela. 110 La carta dirigida a don Hilarión Blancas, vecino notable de Arica le escribió en términos, mucho más cordiales, llamándolo, sencillamente, mi âmuy estimado amigoâ. Le contaba, con mucha sencillez y sinceridad, que las âfatigas del dÃa y hora de las doce de la noche en que escribo a V. Md. no dan lugar para más que avisarle que, por voluntad del Excmo. Señor Castelli, quedo encargado de las armas de ambos cuarteles, los que se hallan en poder de nuestros hermanosâ. Luego le confiaba que teniendo confianza "en la viveza, actividad y amor constante por el bien público que a Vuesa Merced le asisten, en que nos gane sin demora la voluntad de los señores alcaldes de esa ciudad, principalmente la de don Justo Pastor Portocarrero Calderón, ayudante mayor de esa guarnición y demás amigos, a quienes juzgue deseosos de unirse a una causa tan justa como lo es en la que nos vemos empeñadosâ. Se despedÃa pidiendo que Dios lo guardase muchos años para satisfacción de éste su amigo y demás compatriotas verdaderos que secundan su obra, âson los deseos de éste su Seguro Servidor que Sus manos besaâ decia textualmente y firmaba Francisco Antonio de Zela. La tercera carta tenÃa como destinatario al Señor Sargento Mayor, don Felipe Portocarrero Calderón, Alcalde de Arica; quien, seguramente era uno de los comprometidos en el proyecto de la insurrección del 20 de junio, situación que se puede colegir del texto de una primera carta que Zela le envió la noche misma del levantamiento. Por esa razón el vocativo que usa es sumamente cordial: Señor y amigo de mi mayor aprecio: El contenido de la epÃstola es muy sucinto. En él sólo le indica que en una âcarta que con esta fecha dirijo a nuestro común amigo don Hilarión Blancas doy cuenta de los sucesos ocurridos en esta ciudad, en que hemos creÃdo del caso tomar la justa defensa de los intereses de nuestro soberano, de la religión y de la Patriaâ. Concluye el breve texto recomendándole a don Felipe Portocarrero Calderón que se entere âde su contenidoâ. Se despide ofreciéndole con el celo y voluntad de V.M. âsu amantÃsimo compatriota y amigo que S.M.B. Francisco Antonio de Zelaâ. 111 UN OFICIO HASTA AHORA DESCONOCIDO Además de las cuatro cartas que reproduce Cúneo; existen otras dos una quinta, dirigida a Ramón Copaja, reproducida en 1927 por el Ministerio de Relaciones Exteriores y una sexta, no conocida hasta ahora, que se mantuvo en los archivos de las Cajas Reales. Está dirigida a âLos Señores Ministros Provisionales de Real Haciendaâ, por la que los conmina a que del âcaudal de Real Hacienda que está a cargo de Ustedes, se entregará a la mayor brevedad los asuntos del real servicio, al Coronel encargado Don Rafael Gavino de Barrios, todo lo que se encuentre en moneda, quien proveerá para la satisfacción de los empleados de este cuerpo, y otros que fuese necesariosâ. Concluye, siempre, con la forma protocolar o de estilo aunque reafirmando su condición de Comandante âDios Guarde a Ustedes muchos años. Comandancia Militar de la Unión Americana. Junio 22 de 1811. Francisco Antonio de Zelaâ. OTRA CARTA PARA EL CACIQUE DE TARATA De la intensa actividad desarrollada por Zela, sólo en redactar tantas y diferentes misivas, seguramente por las noches, alumbrado por un débil candil. Si sólo han llegado hasta nosotros esas pocas cartas, hay que imaginar cuantas otras, de timoratos destinatarios, fueron prontamente destruidas por el fuego. Las pocas comunicaciones que conocemos son las que fueron entregadas a las autoridades realistas de âpacificaciónâ, para âsalvar su responsabilidadâ o demostrar su invariable âfidelismoâ, por personalidades timoratas, como en el caso de Portocarrero. Otras descuidadamente conservadas en un archivo, como la dirigida a los Ministros de la Real Caja. Otras, finalmente, incautadas, requisadas o arrancadas a mensajeros de la rebelión como el caso de la siguiente carta de Zela que iba dirigida a don Ramón Copaja, cacique de Tarata, y que âcuando menos lo pensabaâ cayeron en manos del cura de Tarata, don Lorenzo de Barrios. Eran, según palabras del cura, âcuatro originales del caudillo de Tacna dirigidos a su compadre Copajaâ. En una de estas misivas, fechada en Tacna el 22 de junio de 1811, y dirigidas a su âCompadre muy amadoâ; le dice que la carta que va adjunta es una âcircular, pero con UsÃa me muestro âcomo siempre, ofreciendo a su disposición el empleo de comandante Militar de este partido que obtengo desde el dÃa anterior al de la fechaâ. No tengo que dudar del buen ánimo y constancia que asiste en UsÃa y en los súbditos de su cargo, que especialmente les hade dar a conocer lo que les he servido antes de poderlo hacer con la libertad del dÃaâ. 112 Desconocido oficio suscrito por Zela como Comandante Militar de la Unión Americana (original en el Archivo General de la Nación Lima). 113 Llama su atención, porque ya âes tiempo de que se doblen los cuidados de UsÃa para alivio de los mÃos: Precisa que a la entrada del Maure se pongan vigÃas para que prontamente den aviso de cualesquiera tropa que pueda mandarnos en perturbación del sosiego que logramos en el dÃaâ. Prosigue dándole a Copaja algunas indicaciones: ordene Usted -le dice- âque todas las personas que van de este pueblo sin el correspondiente pasaporte en que esté estampada mi firma como la tiene UsÃa reconocida se le ponga presa y se me dé aviso del destino que llevaba y las cosas que se le encontrareâ. Igualmente indica que a âlos que vinieren de la sierra que se les quite la correspondencia la que fuere frÃvola que no trate del estado de los ejércitos, asà nuestros como contrarios se le represaran las que trajeren algo contrario y lo favorable se le dejará pasar con el mismo conductorâ. Esto debe dar a entender a Usted âque la persona que no viniere de mala fe son de nuestro partido de los demás enemigos que deben asegurarse y remitirse con guardias de seguridad que serán satisfechas a costa del sujeto en quien fuere conducidas las cartas en caso que el portador sea fallidoâ. Zela le recomienda al Cacique Copaja no omitir ânada de lo que queda expresado y por lo contrario le amplÃo toda facultad para que opere como comandante militar bien entendido que el premio de su mérito y demás personas que acrediten su amor al Real servicio será primero que el mÃo que sólo me intereso en cuidar a los buenos servidores del Rey nuestro señorâ. Su sencilla carta se cierra con un saludo a âmi amada comadrita muchos besamanos y reciba V. las más afectuosas memorias de todos los de esta su casa mi corazón entero por ser lo único que me resta en la que tengo encerrada la buena fe con que procedo y le ama su afectÃsimo compadre que sus manos besaâ. LA RELACIÃN CON SU COMPADRE RAMÃN COPAJA Como se registró en capÃtulo anterior, don Francisco Antonio de Zela tenÃa un gran aliado en la localidad serrana de San Benedicto de Tarata. Era don Ramón Copaja, anciano cacique de los naturales de la doctrina de Tarata. Entre el cacique ây el caudillo de Tacna, don Francisco Antonio de Zela, habÃa un vÃnculo de parentesco espiritual puesto que, ambos eran compadresâ. Ramón apadrinó primero, el 5 de octubre de 1807 a MarÃa del 114 Rosario de Zela, que falleció de un año y dos meses de edad, el 7 de enero de 1808. Zela renovó a Copaja su amistad haciéndolo padrino de su último hijo, Lucas Miguel, nacido el 10 de octubre de 1810 y bautizado siete dÃas después. Usualmente, el padrinazgo solÃa vincular al padre del bautizado con un padrino de un status social más encumbrado. Más poderoso, rico y de prestigio. Los mestizos buscaban, por lo general a los peninsulares o criollo. Por ello el hecho que, por el contrario, un criollo, que era alto funcionario de la corona, y que mostraba una estampa de rasgos caucásicos; escogiese como padrino, en dos oportunidades, a un indio segundón, candidato a cacique; de un pueblo, entonces recóndito, como Tarata; demuestra las convicciones democráticas de Zela, su sensibilidad y espÃritu de justicia. Copaja, a la sazón, acababa de oficializar su mandato de Cacique de Tarata. Era un hombre de edad muy provecta, casado con una mujer también de mayor edad incapaz de darle un sucesor para el cacicazgo. Don Ramón no tuvo sucesión ni descendencia alguna. Pero, a pesar de los años, y quizás de los achaques, don Ramón Copaja, desde el año 1810, ya aparece involucrado en la empresa que con tanto entusiasmo abrazó Zela para distraer a las fuerzas realistas mientras los argentinos ganaban posiciones en el cercano Altiplano. Por eso lo vimos figurar como emisario en la abortada estratagema de los âchapetonesâ de Lluta de ese año. Hay otras versiones que consideran a don Ramón como el primer emisario entre los expedicionarios argentinos y Zela. No por otra razón, Cúneo lo ha parangonado con âEl Pescador Mensajeroâ, llamándolo âEl Olaya tacneñoâ. AnÃbal Gálvez incluye en su obra sobre âZelaâ que la noticia del levantamiento de Tacna de la noche del 20 de junio de 1811, fue comunicada âinmediatamente, por medio de propios, a Sama, a Tarata, a Locumba, a Ilabaya y a Candarave, a cuyos habitantes dirige Zela una proclama invitándolos para unir sus esfuerzos a los del pueblo de Tacna en la obra revolucionariaâ. Cúneo, que tuvo sobre Gálvez la ventaja de conocer la âSumaria Informaciónâ mandada a practicar por el Subdelegado y gobernador militar don Antonio de Rivero y AranÃbar, no acepta la prontitud con que, afirma Gálvez, se remitieron correos a los pobladores de casi todas las localidades del Partido. 115 Para Cúneo sólo dos dÃas después, el 22 de junio por la tarde, Zela escribió âa determinados vecinos del valle de Sama y de los pueblos de Locumba, Ilabaya y Torata (sic) (debe ser Tarata)(*), incitándolos a secundar el movimiento de Tacnaâ. Pero, de otra parte el mismo Cúneo incluye, al Cacique de Tarata, don Ramón Copajaâ, entre los que asistieron âa la reunión de la noche del 20 de junio de 1811â. Para el efecto interpreta que uno de los presentes en el acto mencionado por José Belisario Gómez en âEl Coloniajeâ con el nombre de âciudadano Capiscaâ, no era otro que el referido cacique âequivocando nombre y calidadâ. Cuneo concluye afirmando âque en aquella cita de patriotismo tacneño no hubo más Capisca que Ramón Copaja, cacique de Tarata y Putina, prócer de la independencia nacionalâ. El pulcro y respetabilÃsimo historiador ariqueño no se percató que, en otras páginas las mismas valiosas fuentes que habÃa consultado y en el libro que publicó, aparecÃa el verdadero poseedor de ese sobrenombre que era un âJosé Morales, alias el Capiscaâ incluido entre los encausados por ser âautores y complicados en la insurrección del tres de octubreâ. Contra lo que Cúneo afirmaba, que Ramón Copaja estuvo en Tacna la noche del histórico levantamiento, existen pruebas de lo contrario. Esto en razón a que, dos dÃas después, el dÃa 22 de junio, su compadre Zela le envió, por lo menos, las dos cartas que fueron referidas en capÃtulo anterior. Dice Seiner que en la fase de contactos con el Bajo Perú âla elección de Copaja, cacique de Tarata, no resultaba extraña. Sin duda, los argentinos conocÃan bien las ventajas que les reportarÃa contar con la adhesión de autoridades indÃgenas en el Alto Perú, especialmente para llevar a cabo instrucciones de la Junta que contenÃa la explÃcita orden de conquistar la voluntad de los indios: las entrevistas de Castelli con los caciques en el Alto Perú y las numerosas proclamas emitidas, que entre otras cosas exceptuaban a los indios de cargas y tributo, buscaban atraer al campesinado. Es posible que Castelli haya buscado proceder en idénticos términos en el Bajo Perúâ. (*) En la primera y segunda edición figura asÃ. 116 El do m in go 23 ,l a re be lió n de Ta cn a al ca nz ó su m om en to cu lm in an te co n la lle ga da de jin et es de la s D oc tr in as ci rc un da nt es e in di os de lo s ay llu sa lo s qu e Z el a pa só re vi st a. 117 CUARTO DÃA: DE LA APOTEOSIS AL DESALIENTO El cuarto dÃa, que era el domingo 23 de junio de 1811, amaneció luminoso, radiante, como que coincidÃa con el solsticio de invierno y previo al dÃa, que los Incas, en su fiesta principal, consagraban al dios Sol. Según el historiador Valega la ârevolución debÃa señalarse en ese dÃa por un acto público, visible, de la voluntad de sostenerla en sus autores y colaboradoresâ. Mientras Cúneo que, inexplicablemente, confundió la fecha de la gran manifestación, considerando al âdomingo 24 de junioâ como el cuarto dÃa de la insurrección omitiendo el dÃa 23; dice que la primera revolución tacneña conoció su dÃa de auge, camino de un descontado triunfo. Lizardo Seiner Lizárraga, por su parte, reflexiona sobre el hecho manifestando que tradicionalmente âse considera que éste fue el dÃa de auge de la rebelión; ciertamente lo fue, pero también empezó a gestarse el comienzo del finâ. Don Rómulo Cúneo, que a veces abandona su extraordinario rigor para aproximarse al exitoso estilo de Emil Ludwig, insertando el dato frÃo en un escenario más vÃvido, más dramático; enfoca al caudillo Zela, âque desde la noche del 20 de junio no habÃa disfrutado apenas de sueño; que no habÃa probado apenas alimento, sostenido tan sólo por el ardor de su entusiasmo, (que) vio próximas a realizarse sus más caras esperanzas. El vecindario tacneño aceptaba de pleno la revolución y se aprestaba a defenderla con las armas en la manoâ. DÃas antes Zela habÃa ordenado âal capitán don Rafael Gavino de Barrios (para que haga venir) la gente de los valles a este puebloâ. Para entonces llegaron âtropas de caballerÃa (...) de los valles del partidoâ. Cree uno de los informantes que los pobladores de los valles más cercanos lo hicieron acatando una âorden del dicho balanzario, de quien sabe que en la noche del 20 de junio de 1811 hizo un propio a la ciudad de Arica y otros a Locumba y Tacnaâ (sic.) tal vez queriendo decir Sama. Asà mismo ordenó a Santiago Pastrana, que era uno de los militares más expertos del medio, âpara que a los individuos de los escuadrones que habÃan venido de fuera los formase en el sitio donde se practica la disciplina que llaman pampa de Caramolleâ. Cúneo, jugando un poco con algunos apellidos caracterÃsticos de los pueblos del interior de Tacna, reconstruye las caravanas que llegaban a la gran concentración. Asà desde âTarata, encabezados por el honrado cacique Copaja; de Sama, conducidos por los Julio Rospigliosi y los Osorio; de Locumba, por los Vértiz, los Nieto, los Barrios, los Yáñez y los Castañón; de Ilabaya por los Sánchez, los Villanueva y los Lupistaca, llegaban por momentos grupos de jinetes que, unidos a los seiscientos entre jinetes e 118 infantes acuartelados en el pueblo, sumaban un buen millar de futuros combatientesâ. Se imagina Cúneo la âvista de aquellos escuadrones, allegadizos, tumultuosos e indisciplinados, pero, con todo, dueños de buen talante y de la mejor disposición, llenaban al caudillo de la revolución tacneña de júbilo en el presente y de halagüeñas esperanzas para el porvenir. Era aquel - decÃase a sà mismo- el comienzo de la sublevación en masa de los pueblos de la costa preconizado por Castelli, la cual, comprometiendo la situación del brigadier de Goyeneche a orillas del Desaguadero en el Alto Perú, permitirÃa a los jinetes argentinos abrirse franco camino hasta las orillas del PacÃficoâ. Zela también âdio orden al cacique don Toribio Ara para que juntase a los indios del circuito de este puebloâ. Todo estaba preparado para la gran revista de las fuerzas revolucionarias que se realizarÃa en un descampado ubicado en la parte noroeste del poblado, conocido desde la antigüedad como la âPampa de Caramolleâ, también bautizada, desde comienzos del siglo XVII, como âPampa del Gobernadorâ y desde 1784 como âPampa de la Disciplinaâ. Se desconoce la hora de la gran revista. Ninguno de los interrogados en la Sumaria información entró en este detalle. Cúneo supone que esta fue por la tarde cuando âdieron las tres en el reloj de la iglesia del pueblo, hora señalada para la junta del vecindario y de las fuerzas armadas de la revolución en la Pampa de la Disciplina, que hoy decimos de Caramolleâ. Otros, la consideran una actividad matinal. Finalmente hay los que prefieren la opción del medio dÃa. Seiner, aunque refiere que, por âla mañana, el ambiente era de plena expectativa en Tacna: (aunque) horas más tarde en la pampa de Caramolle -llamada también de la Disciplina- se pasarÃa revista a las tropas compuestas tanto por los contingentes provenientes de los valles circundantes como por los formados por los indiosâ. Relata Seiner que pasado âel mediodÃa y en compañÃa de Cipriano Vargas y Rafael Gavino de Barrios partió Francisco de su cuartel en direc- ción al citado punto de reuniónâ. Cúneo relata, además, que la âescolta del caudillo, compuesta de un medio centenar de mozos pertenecientes a las familias principales de la localidad y de los valles vecinos, esperábale a la salida de la Comandancia de Armasâ. 119 También, agrega que en la calle, aguardando su salida, le esperaba un numeroso gentÃo, y en él, una banda de músicos, el eco de cuyos instrumentos, agregado al fragor de las aclamaciones populares, atronaba el espacio: ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la Religión! ¡Viva la Junta Suprema de Buenos Aires! ¡Viva el doctor Castelli! ¡Viva don Francisco Antonio de Zela! ¡Viva la Patria!. Don Rómulo Cúneo Vidal pinta la manifestación de una manera espectacular. Dice que el âsol brillaba en el espacio. La dulzura de la inefable tarde tacneña infundÃa alegrÃa en los corazones. Allende las casas del pueblo, y más allá de los cultivos de la amena vega, divisábase la masa, saturada de intención aborigen, de la cordillera, de que es atalaya el majestuoso Tacora, monte que las antiguas estirpes locales apellidaron" dios Tacora ", o dios inquieto, por aquello de las bramadoras tempestades que / suelen desencadenarse en sus alturas, vestidas de ordinario de eternas nievesâ. Cúneo completa el relato manifestando que una âhora más tarde al término de un paseo triunfal por las calles del pueblo, Francisco Antonio de Zela hizo su aparición en la pampa de Caramolle, donde le aguardaban el vecindario, la indiada de los nueve ayllus del valle y las fuerzas armadas de la revoluciónâ. Su recepción fue estruendosa. Las aclamaciones no se hicieron esperarâ. Cúneo refiere que Zela, âal paso de su brioso caballo limeño, se desprendió de su escolta y se detuvo delante de la media compañÃa, a cuyo frente dos alfereces sostenÃan las banderas mancomunadas de España y del RÃo de la Plataâ. En ese emotivo momento que ofrece el calor espontáneo de las masas, âde inmediato Francisco hizo una arenga que fue recibida satisfactoriamente por las tropasâ. Las palabras saturadas de patriótico entusiasmo, en que su alma luchaba por comunicarse a sus oyentes, acudieron a borbotones a sus labios. Acota Cúneo que una âaclamación fragorosa atronó el espacio y repercutió, como tenÃa que suceder, en la contextura sensible del caudillo que desde setenta horas no concedÃa descanso a su cuerpo ni tregua a su espÃritu; embargada su entera vitalidad por las preocupaciones de su magna empresaâ. 120 Prócer Francisco Antonio de Zela y Arizaga 121 Seiner, advierte que don âFrancisco no se hallaba tranquilo, pues aún no recibÃa las respuestas de los aliados de Arequipa y Tarapacá, comarcas en las cuales consideraba debÃan haberse ya producido alzamientos similares a los de Tacnaâ. Tampoco tenÃa noticias de la âllegada del auxilio argentino, cuyo explÃcito ofrecimiento por parte de Castelli determinara la acción tacneña en fecha improrrogable, significarÃa el robustecimiento y seguro triunfo de la revolución, y con ello aquella suma de justificaciones que trae aparejada consigo la victoria. Su demora, por el contrario, traerÃa consigo la deserción de los pusilánimes, el desaliento de los animosos, y en forma de lúgubre corolario, la derrota, allende la cual perfilábase con probabilidades trágicas el cadalsoâ. Considera que a esa altura âsetenta horas de insomnio y de ansiedades sobrehumanas, que habrÃan quebrantado la fibra del hombre más resistente, comenzaban a opacar sus facultades, antes inquebrantables y firmes como el acero de su bien templada tizonaâ. Ramos Aguirre, como Beltrán, refirieron que âen este acto hizo Zela renuncia del mando (y que) botando el bastónâ, mientras Cúneo agrega que, le sobrevino âun vértigo, precursor del fatal sÃncope que traidoramente venÃa acumulándose en su organismo, y se desplomó de su cabalgadura, en medio de la consternación de los presentesâ. Relata Cúneo que Zela con âtodo, se incorporó. Dio algunos pasos, inseguros; faltáronle las fuerzas, y se desplomó por segunda vez sobre el terreno, en donde permaneció largo rato inerte. El temido colapso nervioso, fruto de las violentas emociones de cuatro dÃas consecutivos, aliadas a un surmenage matador de su organismo, se pronunció sin lugar a duda. Zela recuperó el conocimiento durante algunos instantes. Realizando un esfuerzo sobrehumano, púsose de pie, llevando, / empero, en la retina una venda sombrÃa, y como quien huye de un enemigo fraguado por la imaginación, echó a correr delante de sÃ, hasta dar consigo entre los pies de los caballosâ. Sin embargo a los ojos de tres de los testigos que comparecieron en la Sumaria información la escena fue más simple. José Melitón Beltrán dijo que Zela âse tiró por tierra varias vecesâ. Manuel Ramos preciso que el prócer lo hizo âtres vecesâ. Pastrana, que es el más detallista, recuerda que Zela âse tiró a la tierra como muerto, se levantó, y salió corriendo por entre la formación de los caballosâ. 122 C ua nd o la Re vi st a M ili ta re sta ba en su cú sp id e, el ca ns an ci o, po rt re s no ch es de de sv el o y, se gu ra m en te un pr ob le m a de sa lu d, af ec ta ro n sú bi ta m en te al ca ud ill o, ca ye nd o de su ca ba lg ad ur a y de sm ay án do se an te el de sc on ci er to de la m ul tit ud . 123 Cúneo supone que las palabras que Zela debió gritar entonces serÃan ¡Se âha muerto mi obra! -se le oyó exclamar- ¡Soy un hombre acabado!... - agregó- ¡Hago dejación del mando! ¡Dese este bastón a persona sana y entera! SobrevÃnole un segundo vértigo. Rodeáronle su escolta y las personas más caracterizadasâ. La reacción de la multitud fue espontánea, solidaria y generosa. Uno de los testigos, José Melitón Beltrán dijo escuetamente que âaquellas gentes le pidieron por comandanteâ. Por su parte el interrogado Manuel Ramos, que no tenÃa ninguna simpatÃa por el caudillo Francisco Antonio de Zela manifestó que âlos concurrentes que serÃan como trescientos o más hombres, pidieron todos que siguiese en el mandoâ. El declarante Pastrana, no puede omitir que la âmultitud de (la) plebe lo agarró en peso con muchas vivas, proclamándolo comandante militar, y que aquietado un pocoâ, dada la gran afluencia de pobladores de la campiña, tributarios de los ayllus, se aprovechó para designar al comando de la Fuerza de Naturales. Se ânombró por coronel de naturales al cacique don Toribio Ara, y por teniente coronel (a) la su segunda persona del cacique don Pascual Quelopana, y por sargento mayor a (don) José (Rosa) Ara, hijo del caciqueâ. Cúneo relata finalmente que nadie âse habÃa dado cuenta cabal de lo ocurrido, rompió la valla que resguardaba a su caudillo, y con cariñosa violencia le repuso a caballo al grito de: ¡Viva Zela! ¡No queremos más caudillo que Zela! Por su parte, Pastrana declaró que âa renglón seguido salió por las calles con la tropa y plebe, a pedimento de ésta, y además consorcio a dar una vuelta en redondo, lo que se hizo, haciendo proclamar al que declara / la Religión, la Patria, el Rey nuestro Señor don Fernando VII, la Junta de Buenos Aires y de cuando en cuando a Castelli hasta llegar a la puerta de su casa donde quedó recibiendo parabienesâ. Cúneo difiere de la declaración de Pastrana. Para Cúneo âlo restituyeron medio desfallecido a su domicilio, del que faltaba desde cuatro dÃas atrás, en donde le esperaban su mujer e hijos con el corazón oprimido por el presentimiento de una irreparable desgraciaâ. 124 LAS SOMBRAS DEL INFORTUNIO Don Rómulo Cúneo Vidal, en la presentación secuencial de los episodios que ocurrieron los dÃas en que Tacna saboreó la libertad, que corresponde a los capÃtulos XI al XV de su portentosa obra, coloca al incidente con Fulgencio Valdés como un hecho anterior al de la Gran Revista de la Pampa de Caramolle, en la mañana del dÃa domingo 23. Lamentablemente el historiador ariqueño, no se percató que, en la Sumaria Información, en la parte correspondiente a las declaraciones del testigo Manuel Ramos Aguirre, éste refiere, bajo juramento, que âen la noche del domingo referido, dicho Zela le dio un sablazo a don Fulgencio Valdés y lo hirió en una mano y en la orejaâ (1613). Cúneo atribuye la desacostumbrada reacción del caudillo al hecho de que en âaquellos momentos de angustiosa espera, se le ocurrió âa su edecán don Fulgencio Valdés, expresar las dudas que comenzaban a hacer presa en su espÃritu, no distintas por cierto de las que torturaban el suyo propio, por mucho que se esforzase en disimularlas la estudiada severidad de su semblanteâ. Es en esas circunstancias cuando Zela, en un arrebato de impaciencia, ajeno a su carácter, de ordinario ecuánime y generoso, se le fue âencima con una espada desenvainada, y el edecán salió de la aventura: herido en una manoâ y también en la oreja, como se ha demostrado ad litem, con la declaración de Ramos. Cúneo completa el escenario de los hechos destacando que los âque presenciaron aquel suceso e impidieron que tuviese mayores alcances, recibieron la impresión de que algo anormal ocurrÃa en el modo de ser del caudillo de la revoluciónâ. Como era de esperarse en una pequeña colectividad, desacostumbrada en vivir dÃas intensos, como los que habÃan acontecido esa âmisma noche circuló la temida nueva en el puebloâ: se habÃa perdido en Huaqui. Concluye Cúneo que ¡Francisco Antonio de Zela, âel protomártir de la revolución tacneña, el vidente, el apóstol que consagrara su alma entera, generosa y ardiente, a su obra sublime de patriotismo, era un enfermo reducido a la impotencia! El historiador Lizardo Seiner Lizárraga considera que con âeste hecho prácticamente quedaba desactivada la rebelión, al verse seriamente menoscabada la imagen de su lÃder. Aprovechando este vacÃo de poder, los elementos contrarrevolucionarios revirtieron los logros alcanzados por el movimientoâ. 125 LA ESPERADA INFAUSTA NOTICIA A pesar de la enfermedad de Zela y la paralización de las actividades revolucionarias el âvecindario de Tacna continuaba descontando, hasta ese momento, el triunfo posible de las armas argentinas en el Alto Perúâ. Dice Seiner, refiriéndose a la derrota de Huaqui, que, a las mencionadas lamentables circunstancias âse sumó una noticia que provocó en los rebeldes tacneños la emergencia de un explicable sentimiento de desilusión, incertidumbre y temorâ. También aquà hay discrepancias. Según Cúneo, fue por la âtarde del martes 24 de junio, con la llegada del chasquiâ que traÃa las noticias de las ciudades del Altiplano, que se supo de la derrota de Huaqui. Pero, con más seguridad, AnÃbal Gálvez y Lizandro Seiner, que al parecer estaban al tanto de la demora de 5 a 6 dÃas del correo del Alto; registran que el âmiércoles 26 llegó a Tacna un oficio enviado por Goyeneche desde su campamento a orillas del Desaguadero, dando cuenta de su aplastante victoria sobre las tropas argentinasâ. Es probable que el sobre hubiese venido a nombre de Rivero, creyéndolo, hasta el 20, cuando Goyeneche remitió la infausta nueva, sin prisa alguna, por desconocer el levantamiento de Tacna; porque Cúneo sostiene que las autoridades recién instaladas âdieron pase libre sobre Arica al correo del brigadier de Goyenecheâ, dirigido al Subdelegado Rivero. Aún asÃ, siendo noticia tan importante, el conductor del correo expreso âque venÃa desde el campamento de las tropas del brigadier Goyenecheâ o el chasqui âde carreraâ que habitualmente todas las semanas traÃa y llevaba la correspondencia; pudo ser quien, con gran alboroto de la gente ansiosa por noticias, hacerla de conocimiento de la población que lo esperaba expectante en las goteras del pueblo. Afirma Seiner con toda seguridad que, con âla difusión de la noticia, los planes rebeldes se derrumbaron. En palabras de Cúneo "la revolución tacneña, abandonada a sà misma, se desplomó por su base", o con las que empleó Vicuña al recordar que "al saberse la catástrofe en Tacna, organizóse la reacción, pues el movimiento quedó aislado, y sus caudillos reducidos a la impotencia", podemos encontrar la uniformidad de las versiones clásicas que dan cuenta del movimiento; éstas incluyen, ciertamente, la de Mendiburu, para quien "con la noticia de aquella batalla, entró la confusión y el temor en la población y que ésto proporcionó prosélitos al que se decidió a formar esta reacciónâ. Gálvez habÃa expresado igual sentir. 126 25 DE JUNIO: LA HORA DE LAS DELACIONES, DEL ODIO, LA VENGANZA Y LA TRAICIÃN Dice Cúneo que la âmanera como se disolvió la insurrección de 1811 ha sido, hasta nuestros dÃas, uno de los puntos oscuros de la historia de Tacnaâ. Contrariamente a lo que referÃa AnÃbal Gálvez respecto a que los dÃas inmediatamente posteriores al desfallecimiento del caudillo de la primera insurrección de Tacna y, âhasta el de su captura, es presumible que Zela los dedicarÃa á la organización é instrucción de las tropas necesarias para la resistencia y á la recolección de fondos para sostenerla (3)â. Se sabe, por las declaraciones que hicieron los testigos Ramos Aguirre; que âel siguiente dÃa veinticuatro de junio, conociendo (...) que dicho Zela era vÃctima de un ataque cerebral que lo incapacitaba para el mandoâ; y Pastrana; que âprocuró el pueblo su deposiciónâ. Cúneo, ha concluido que âel vecindario tacneño exigió que los principales dirigentes que constituÃan, el que llamaremos estado mayor de la insurrección, se juntasen para deliberar acerca de lo por hacerâ; junta que después de una discusión que hemos de suponer ecuánime, âcreyó del caso confiar el mando de la plaza, en lo militar, al capitán don Rafael Gavino de Barrios, respetando en tal forma el nombramiento de coronel de Dragones conferido por Zela la noche del 20 de junio, y en lo polÃtico, a don Cipriano de Vargas, respetando en igual forma el nombramiento hecho por aquél en iguales circunstanciasâ. Tampoco, lo que supone el español GarcÃa Camba, que la rebelión âsólo duró horas, y que después de restablecido el imperio del coloniaje llegó el aviso oficial de la victoria de Guaquiâ. Como el testigo Pastrana refiere âen cuyo intermedio de mando quedó tranquilizado el pueblo, sin que se le notase a éste el más leve movimiento contrario, repuestas las autoridadesâ, considera Cúneo que las referidas medidas tomadas para reemplazar a la máxima autoridad del Partido insurreccionado eran las más oportunas y âaconsejadas por las circunstancias del momento, no parecen revestir, ante la mirada ecuánime del historiador, el sello de la violencia, ni el estigma de la deslealtad que suelen asumir de ordinario las contrarrevolucionesâ. Seiner considera que la âcoyuntura fue aprovechada por sectores rebeldes de escasa y oscilante convicción. Aprovechando la confusión provocada por la noticia, la reacción organizó su estrategia; como primer paso, se repuso a las autoridadesâ. Esa misma noche recuperó su libertad el coronel Navarro, quien es de suponer que por ese mero hecho recuperarÃa el mando del Regimiento de Dragones, y a mayor abundamiento, el de comandante militar de la plaza. Esa misma noche, por último, fue reducido a prisión Francisco Antonio de Zela âquien, no repuesto del ataque cerebral (3) Los datos precedentes sobre nombramientos y organización los he tomado del artÃculo' 'El grito de Zela en Tacna", por don Pedro Quina Castañón. 127 que le inhabilitara el dÃa 23 como caudillo de la revolución, permanecÃa recluido en su hogarâ. Rómulo Cúneo Vidal ha observado como algunos historiadores, que han escrito sobre la primera rebelión de Tacna; tales como José Belisario Gómez y Castañón, âen su (El) Coloniaje, GarcÃa Camba, en su Historia de las campañas de las armas españolas en el Perú, Mendiburu en su Diccionario Histórico; afirman, sin aducir pruebas, que la primera revolución tacneña fracasó a consecuencia de una reacción realista, encabezada por un traidor a Zelaâ y que esta suposición âcontinúa en pie, a través del tiempo, en las tradiciones populares de Tacnaâ. Sin embargo, él mismo no comparte esta causalidad simplista en âun movimiento, que, por lo espontáneo y acorde de las voluntades que en él actuaron, poseyó condiciones para sostener e influir poderosamente en el desenvolvimiento de los sucesos polÃticos y militares del Alto y Bajo Perúâ. Gómez y Castañón, que escribe, sobre este acontecimiento, sólo medio siglo después de haber acontecido; seguramente tomando versiones orales de personas que, sobre los setenta años de edad, o âlos propios deudos del protomártir, vivientes en 1861â podÃan evocar fidedignamente los hechos, informa que: âReposaba Zela y ArÃzaga al lado de su familia, circundado de sus hijos, cuando, de improviso, el traidor (a quien no queremos nombrar, dice Gómez) rodea su casa y apresta en las bocacalles soldados que detengan el paso al héroe de la revolución, si pretende fugarse; y da orden que le prendan aunque sea haciendo uso de sus armas cargadasâ. Los familiares del adalid han conservado como otro noble ejemplo de don Francisco Antonio de Zela, el hecho que, âsegún testigos oculares, quemó antes de entregarse preso, los papeles que comprometÃan a los mismos que acababan de traicionarloâ. Don âFrancisco Antonio toma entonces en sus brazos a uno de sus hijos, y presentase con él ante sus victimarios, fingiéndose con la razón extraviadaâ. José Belisario Gómez, reflexionando sobre la intención del Caudillo al ampararse en su hijo, considera que Zela "no pudo haberse hecho la ilusión de creer que se salvarÃa con su inocente ardid; pero sà no querrÃa presentar a su familia el horrible espectáculo de verle tal vez asesinado en medio de ella: temió sin duda, al ver el ruidoso y bélico aparato desplegado para asir a un hombre inerme e inofensivo, ser vÃctima de un delito atroz; y para precaverlo se escudó con su tierno hijo, pensando acertadamente que no se atreverÃan a cometer un infanticidioâ. âY debido a su estratagema fue acaso que sólo lo redujeran a prisiónâ. 128 Es ta nd o co nv al ec ie nt e, ro de ad o de se ño ra ,h ijo s y se rv id um br e lle ga ro n lo sc ap to re s pa ra lle va ra lp ró ce ra pr is ió n an te el do lo r y la an gu st ia de lo s su yo s. 129 DEBELAMIENTO DE LA REBELIÃN Entre algunos historiadores, especialmente los autodenominados modernos existe una valoración muy simplista y hasta injusta respecto del sacrificio de Zela y de la rebelión de Tacna. Sólo consideran como rebeliones previas a la etapa de las corrientes libertadoras, a la de Huánuco de 1812 y a la del Cuzco de 1814, quizás por su cruento desarrollo, su virulencia, duración, su naturaleza expansiva o la mayor presencia de población indÃgena. También los escritores de âprimer momentoâ, especialmente el historiador militar español Andrés GarcÃa Camba, en su âMemorias para la Historia de las Armas Españolas en el Perúâ menosprecian la trascendencia de los movimientos de Tacna. Don Rómulo Cúneo demuestra la desinformación o mala intención de GarcÃa Camba, cuando escribe que âla reacción realista, consumada por un alcalde comprometido en la revolución y el apresamiento de Zela se llevaron a cabo a las pocas horas de consumada la revolución, lo cual es a todas luces inexactoâ. Respecto a la ausencia de violencia Seiner analiza los factores coadyuvantes. Primeramente es que âhabiéndose operado el cambio de autoridades en Tacna sin mayor resistencia, no era pertinente echar mano a recursos violentos. En segundo lugar por âla tardÃa adhesión indÃgena al movimientoâ que, según el joven historiador, los naturales sólo âse pliegan al cuarto dÃa de estallada la rebeliónâ. Sobre la duración del movimiento, dos fueron, según Valega, las causas principales del rápido fracaso del movimiento: la âcruel y dolorosa enfermedad, (que) impidió a Zela consolidar la nueva situación creada por su valor y patriotismoâ y el desastre argentino de Huaqui, provocado, al que siguió, muy pronto la toma de Tacna, que se entregó al virrey, sin resistir. Por su parte Lizandro Seiner precisa mucho más el análisis del fracaso señalado que fueron varias âlas circunstancias que se conjugaron para permitir el develamiento de la rebeliónâ. La primera es el alejamiento del caudillo natural, Zela, del liderazgo de la revolución, debido al repentino mal que lo aquejó. Con la inhabilitación de Francisco Antonio, el movimiento quedaba sin un lÃder neto, imprescindible en momentos en que la organización de la tropa exigÃa disciplina y obediencia, que sólo podÃan ser motivadas y arregladas por la autoridad que emana de un mando unificado y que cuenta con respaldo. La rebelión quedaba asÃ, de súbito, acéfalaâ. 130 REACCIÃN DE ARICA FRENTE A LA DERROTA DE ZELA Desde el momento mismo del estallido de la primera rebelión de Tacna, hubo una fuerte oposición interna y externa al movimiento. La oposición interna, silenciosa y expectante estuvo constituida por los peninsulares a quienes no se les ha visto intervenir, en ninguno de los episodios revisados. Ãstos se replegaron temporalmente en espera de los acontecimientos. Pero también hubo personalidades criollas, como los párrocos de las doctrinas de Tacna y Tarata, que trabajaron afanosamente contra Zela y su revolución. El cura AranÃbar comunicó a su Obispo, la forma como trabajó âen la infausta noche de la octava para libertar la vida al Coronelâ, refiriéndose al Subdelegado Ribero. La oposición externa venÃa principalmente desde Arica. TodavÃa Moquegua no era un pueblo rival. TenÃa categorÃa de villa y tenÃa a su favor, respecto de Tacna, por lo menos en los aspectos urbanos, alguna superioridad como que contaba con conventos, escuela y hospital. La pugna con Moquegua corresponderá a los siglos XIX y XX. Por el contrario la âciudadâ de Arica guardaba, desde la primera mitad del siglo XVIII, un odio feroz contra Tacna que le habÃa âquitadoâ primero las âCajas Realesâ, la residencia habitual del corregidor, la sede de correos y finalmente la callana. Desde principios de ese siglo Tacna mostraba signos de un creciente progreso mientras Arica desfallecÃa sin más impulso que su odio al pueblo vecino de Tacna. En un folleto que hicieron circular en 1823, los miembros del suprimido Ayuntamiento Constitucional exiliados en Lima, que residÃan en dicha capital, recordaban los aportes de Tacna a la Independencia Nacional. Entre muchos ejemplos de los vejámenes que la población tacneña habÃa sufrido, los ex regidores del Ayuntamiento recordaban que, abortado el levantamiento de Zela, la población de Tacna recibió, âentonces, los insultos y atropellamientos de un pueblo vecino y rival, que se valió de este incidente para desplegar su encono, y ultrajar con los nombres de alzados e insurgentes a unos héroes que merecÃan la admiración en la historia de la independenciaâ. Aunque no se identifica al âpueblo vecino y rivalâ, indudablemente, se referÃan a Arica. Por lo menos, expresando esa aversión, como lo anota el historiador AnÃbal Gálvez, âlos vecinos de la ciudad de Arica no secundaron el 131 movimiento de Tacna y que el Sub-delegado se vio sostenido por el apoyo y la adhesión que le prestaron el ayuntamiento, el sargento mayor de las milicias, que era vecino de Arica y el cura rector de la parroquia que ejercieron eficaz influencia sobre el elemento pueblo, para mantenerlo en quietudâ. Refiere Gálvez que el Subdelegado don Antonio de Rivero advirtió que la guarnición de la plaza que tenÃa a sus órdenes en Arica, era insuficiente para sofocar solo la sedición, y no encontró medio mejor para salir del paso como ya se ha visto âque el de dirigirse al sub-delegado de Moquegua y al Intendente don Bartolomé MarÃa de Salamanca, pidiéndoles lo auxiliasen con tropasâ. Es cierto, âque sean cuales fueren las fuerzas que pudo acopiar, Rivero no avanzó un paso sobre Tacna, sino cuando, como consecuencia del desastre de Huaqui, supuso de diferente semblante las ocurrencias de Tacnaâ. Aunque Cúneo no se atreve a precisar la fecha de partida de la expedición âpunitivaâ de Arica considera que âla llegada del Subdelegado Rivero, al mando de doscientos hombres de la guarnición de Ãrica, no pudo realizarse antes del 27 de junio, que es como si dijéramos cuatro dÃas después de la inhabilitación de Zelaâ; se sabe con certeza que esto ocurrió ocho dÃas después. Aun si no se conociese esa fecha se podrÃa afirmar que tal fecha parece insuficiente y no por la personalidad poco enérgica de Rivero, sino porque la partida de las fuerzas realistas a Tacna sólo pudo programarse a partir del jueves 27, un dÃa después de haber sido recibidas en Tacna las noticias de los resultados de la batalla Huaqui. Fue, precisamente, ese jueves 27, cuando llegó muy temprano a Arica la misma misiva que el dÃa anterior habÃa llegado a Tacna. ReferÃa Rivero, citado por Seiner, habÃa recibido âel pliego del señor general en que le comunica la victoria conseguida el 20 del mismo sobre el enemigoâ. De inmediato, âmandó comunicar la noticia a las autoridades y al vecindario. No se hicieron esperar las salvas de cañonazos y el repique general de campanas; música y bailes denotaban el júbilo por el próximo retorno a la normalidadâ. 132 133 ¿QUIEN FUE EL TRAIDOR? Otro asunto de los que se mantiene en polémica por casi dos siglos, es el referido a la existencia de un traidor. Discusión que se descompone en dos interrogantes. Primera. ¿Hubo realmente un traidor o fueron otras circunstancias las que hicieron trizas una primavera de libertad soñada por Zela y los tacneños? Y segunda, de haber existido un traidor ¿Quién fue? Gálvez, cuestiona que muchos tratadistas, a partir del hecho que el â26 de junio llegó un expreso a Tacna, el que venÃa desde el campamento de las tropas del brigadier Goyenecheâ, deduzcan la posibilidad de plantearse la interrogante ¿Hubo entonces un traidor? El mismo se responde, categóricamente, que es ânecesario protestar, honradamente, de esa afirmación. Ni José Rosa Ara ni Rafael Gabino Barrios, ni otro tacneño alguno pudo ser capaz de tan fea acción, ni de mancillar con ella su nombre y arrojar esa mancha de infamia sobre la nacionalidad peruanaâ. Fundamenta su opinión afirmando que para âjuzgar los hechos históricos es necesario no tomarlos aisladamente sino en su conjunto, en su enlace con los que les precedieron; examinar las causas que los produjeron y las fuentes que fueron su origen. Es preciso algo más: conocido el tiempo en que se desarrollan los sucesos, y sus causas, se debe, también, apreciar el estado psicológico de los hombres y las modificaciones que en él producen los acontecimientosâ. Cúneo Vidal, después de desarrollar una de las posibles respecto de la identificación del traidor, proclamó que le repugnaba el hecho âque uno de los pronunciamientos más noblemente inspirados habidos en el Perú por la independencia nacional no hubiese podido sostenerse más allá de cuatro menguados dÃas sin ser manchado por el lodo de la infamia, publicamos en los diarios de Lima, en 1911, la impresión producida en nosotros por la lectura de la sumaria información de 8 de setiembre de 1811, en el sentido de que no hubo tal reacción realista, y en el de que el paso de la dirección de la revolución a manos distintas de las de Zela no tuvo más causa que el fatal accidente que inhabilitó a dicho caudilloâ. Incluye Cúneo, âuna carta de la señora tacneña doña Amalia Zela viuda de Manzanares, nieta de don Domingo Antonio de Zela y ArÃzaga, hermano de Francisco Antonioâ en la que comenta el artÃculo del historiador ariqueño y le manifiesta que, en cartas enviadas por don Francisco Antonio, desde su prisión en Chagres, figuran los nombres de los traidores a su persona y a la revolución de 1811. Nombres que ni su padre, don Felipe Alberto de Zela y Gandolfo, ni ella divulgaron. Esto le sirve a Cúneo para declarar que la Historia será la que se âencargará de revelar el nombre del hombre que apresó a Zela, en qué noche, y en qué conjunto de circunstancias; y de descubrirse en su acción, encono sectario, rivalidad de 134 persona, maldad ingénita y ruin ingratitud, como parece ser el caso tratándose del capitán don Rafael Gabino de Barrios, en el sentir de los descendientes del héroe, no será nuestra pluma la que, convertida en ardiente cautil estampe sobre la frente del culpable la marca de los réprobosâ. Finalmente, Lizandro Seiner, historiador contemporáneo, con el auxilio de la heurÃstica renovada, sostiene que no cree âque sea función de la Historia juzgar los hechos del pasado; condenar o absolver no son atribuciones de la disciplina. Toda connotación moral va al margen de lo que la realidad objetiva reflejó; una escurridiza imagen que trata de ser permanentemente rescatada y reconstruida en el quehacer histórico. Por ello, al cotejar las opiniones vertidas por los autores, no nos anima la pretensión de identificar puntualmente al supuesto traidor. De nuestra parte sólo estamos en condiciones de poder afirmar, según lo escrito por el conjunto de autores, que la contrarrevolución no provino de elementos ajenos al movimiento, sino que se gestó desde el interior de su dirigenciaâ. Respecto de la segunda interrogante, Cúneo manifiesta que uno âde los puntos oscuros, hasta hoy, en lo concerniente a la insurrección de Zela, era determinar quién fue el desleal que encabezó la reacción realista de Tacna y apresó al patriota limeñoâ. Además de los señalamientos, que ya se harán por cada persona; existen algunas observaciones generales respecto de las incongruencias y contradicciones del relato, como cuando Gómez Castañón refiere que el traidor puso a Zela a âlas órdenes del subdelegado que cinco dÃas antes habÃa huido a Arica quien vino a Tacna desde donde ofició a Goyeneche manifestándole lo sucedidoâ, cuando Rivero sólo llegó a Tacna en los primeros dÃas de julio. Sin embargo âJosé Belisario Gómez, BenjamÃn Vicuña Mackenna, Manuel de Mendiburu, N. GarcÃa Camba al escribir sus respectivas historias, relacionadas con los pronunciamientos de / Tacna hicieron mención de esos traidores, teniendo a la vista sin duda documentos irrecusablesâ. Comenzando con uno de los menos sindicados; hubo quien, desde dentro, logró provocar el derrumbe de la insurrección y tomar prisionero al prócer. Este pudo ser Santiago Pastrana. Abona esta suposición el hecho que el â19 de julio de 1811â, esto es casi un mes después del fracaso de la rebelión de Tacna, la Real Caja âprovee un aumento de un tercio de su sueldo a Santiago Pastranaâ. Otro de los señalados es don Cipriano de Vargas y Arguedas. Esto en razón a que GarcÃa Camba afirma que âuno de los alcaldes que habÃa entrado en la revolución, logró durante una de sus rondas, apoderarse de las armas que existÃan en el cuartel y aprehender a Zelaneira, con lo cual 135 quedaron restablecidas las autoridades realistas, con el apoyo de doscientos hombres pertenecientes a la guarnición de Arica que habÃa remitido el subdelegado Rivero, sabedor de lo ocurrido, por un aviso recibido del cura Benavente, realistaâ. Precisamente, entonces, el Alcalde Ordinario de Tacna, era el referido Vargas. Es curiosa la observación del hecho de no conocerse sanción a Vargas, aún habiendo sido uno de las personas más próximas a Zela durante la rebelión y no haber sido removida de su cargo de Alcalde, después de la finalización del movimiento de Tacna de 1811. Cúneo manifiesta que cabe en lo posible âque uno de los alcaldes fuese el promotor de la reacción de que se trata, atemorizado ante las posibles consecuencias de la empresa de Zela, o bien cediendo a los prejuicios de su época que hacÃan del rey un representante de Dios sobre la tierraâ. Que es âadmisible, además, que el alcalde aludido llevase al cabo su traición en la forma apuntada por GarcÃa Camba, pero es de todo punto falso que el cura Benavente, desconocido en Tacna, diese aviso al subdelegado, pues éste estuvo presente en Tacna la noche del 20 de junio, al ocurrir el levantamiento, por ser Tacna, desde fines del siglo XVIII, la residencia ordinaria de los subdelegados del partido de Arica, no obstante ser Arica cabeza titular de dicho repartimientoâ. Finalmente, existen indicios que recoge Seiner âcomo para suponer que el cabecilla de la reacción fue Rafael Gabino de Barrios, quien el jueves 27 de junio, al cabo de una semana de iniciado y ya para entonces sofocado el movimiento, escribió al Intendente Salamanca, desde Tacna, dando cuenta de haber debelado la insurrecciónâ. Refiere Cúneo que el â20 de junio de 1911, al cumplir el primer siglo de la primera revolución tacneña, don Jorge M. Corbacho en un artÃculo titulado ¿Quién fue el traidor de Zela?, publicado en Lima, no vaciló en señalar como a tal al capitán don Rafael Gabino de Barrios; que, según Seiner, es el que âmayor dureza empleó para identificar al traidor utilizando un tono abiertamente acusadorâ. EscribÃa Corbacho que pudo aclarar el hecho con un documento que encontró en su viaje al sur. Se trataba de âun oficio del 19 de julio de 1811, dirigido por el intendente de Arequipa don Bartolomé de Salamanca, a don Rafael Gabino de Barriosâ. Del contenido âde dicho documento se desprendÃa que en 27 de junio, Barrios dio cuenta al intendente de Arequipa de haber debelado la insurrección de Tacna, por lo cual merecÃa las felicitaciones de aquella autoridad". Contra este apresurado enjuiciamiento de Corbacho, Cúneo analisa el significado que podrÃan tener las frases utilizadas, como âhaber debelado la revolución de Tacna, y merecer las gracias de la autoridad de Arequipa, interpretaciones que son de la responsabilidad del señor Corbacho, para quien ambas se desprenden, en forma de conjetura, hija de su propio 136 criterio individual, del tenor del oficio que mencionaâ; porque lo esencial, serÃa âhallar en los archivos de la antigua Intendencia de Arequipa, en donde lo hemos buscado inútilmente en más de una ocasión, el oficio de Barrios, de fecha 27 de junio de 1811, a que se alude en el oficio del Intendente de Arequipa, y sacar de los propios términos de su redacción, las conclusiones necesariasâ. Concluye Cúneo sus disquisiciones puntualizando que âmientras aquello no suceda, no quedará más recurso que atenerse al sentido literal de la sumaria información que dejamos transcrita en otro lugarâ de su máxima obra sobre las Insurrecciones de Tacna. En ella, ninguna de las declaraciones de los interrogados, ni en la de Ferrándiz, ni en la del alférez Santiago Pastrana, tampoco en la del sargento primero Manuel Ramos Aguirre, ni en la del vecino español don José Melitón Beltrán se habla de una âreacción realista insinuada por Camba, suceso que, no vemos por qué, habÃan de ocultar Ferrándiz, Pastrana y Ramos Aguirre, siendo asà que todos ellos volvieron al servicio del rey, en conformidad a sus respectivos grados militares, en el regimiento de Dragonesâ. Cúneo, sacando una meditada conclusión, cree que âdesde el momento de ocurrir la fatal inhabilitación de Zela, circunstancia que admiten de consuno aquellos declarantes, la revolución tacneña estuvo condenada a disolverse por la fuerza de los acontecimientos, sin que hiciese falta una reacción cualquieraâ. Gómez parece coincidir en ello, al escribir que la ârevolución de Tacna, por sà sola, no podÃa surgirâ porque las âfuerzas que la sostenÃan y los recursos con que contaba eran diminutos comparados con el número y poder de las tropas realesâ. Que, âapoyada oportunamente por Castelli, podÃa servir eficazmente a la causa de la emancipación americanaâ. Por el contrario âsin el concurso de él la impotencia anulaba su acciónâ. Cúneo añade a lo expuesto por Gómez Castañón que una âsola circunstancia, descontada por Zela, habrÃa podido salvar a la revolución tacneña, aun a despecho de la inhabilitación momentánea de su caudillo: el triunfo de las armas porteñas en la batalla combatida en los llanos de Guaqui, Casa y Jesús de Machaca el 20 de junio, fecha en que se produjo el pronunciamiento de Tacnaâ. Que, desgraciadamente, âlas nuevas traÃdas por un correo venido del cuartel general del brigadier Goyeneche desvanecieron aquella probabilidad. Los argentinos, batidos en aquella acción, retirábanse maltrechos camino de PotosÃ, y el temible brigadier de Goyeneche, a las puertas, como quien dice, de Tacna, dominaba la situaciónâ. 137 IDENTIFICANDO A UN ESBIRRO Finalmente se discute sobre el sujeto que tuvo el inhumano coraje, la âsangre frÃaâ, para apresar a un hombre inerme que no tenÃa las manos manchadas de sangre, sólo la ilusión de la libertad. Dice Cúneo que la âtradición, queremos decir aquel conjunto de afectos, añoranzas y prevenciones en que las muchedumbres acostumbran resumir sus querellas, y desde luego sus innatas aspiraciones a lo hidalgo, en oposición a lo desleal, amontonó sus anatemas sobre a cabeza del hombre que, con o sin reacción realista, apresó a Zela y se pregunta / ¿Quién fue ese hombre? y ¿Cuándo, en qué noche y en qué circunstancias se llevó a cabo el acto odioso que repudian de consuno los descendientes del héroe mártir y el sentir popular? Dice el historiador ariqueño, don Rómulo Cúneo Vidal, que, sobre este episodio âesencial del proceso de la primera revolución tacneña, existe una discrepancia de pareceres que, sólo el hallazgo, algún dÃa, de nuevos documentos pertenecientes a los archivos de Tacna y Arequipa podrá esclarecerâ. Según Gómez Castañón que, para escribir su obra âEl Coloniajeâ, clarinada de la historiografÃa peruana y tacneña sobre la gesta de Zela, recogió su información de âlos deudos inmediatos del balanzario, la prisión de Zela se efectuó en el mismo momento en que ocurrÃa la llegada del subdelegado Rivero, al mando de doscientos hombres de la guarnición de Arica, lo cual, de ser cierto, no pudo realizarse antes del 27 de junio, que es como si dijéramos cuatro dÃas después de la inhabilitación de Zelaâ. Cúneo vuelve a preguntarse. Más, âen fin: ¿Quién apresó a Zela? ¿Barrios, a quien la libertad del coronel Navarro, la noche del 24 de junio, privaba de la investidura de comandante militar de la plaza por la: Patria? ¿Vargas, alcalde de igual manera, por la Patria, a quien la reposición de las autoridades realistas colocaba en igual predicamento? ¿Navarro, en forma de desquite de su propia prisión, sufrida a manos del promotor de la revolución? ¿El subdelegado Rivero, repuesto de su autoridad y empeñado en escarmentar a la revolución por la que se vio sorprendido? ¿Pastrana, que no simpatizó con la revolución y la sirvió a desgano? / ¿Barrios, de nuevo, en calidad de simple particular, como opina Corbacho, en vista el oficio del intendente de Arequipa de fecha 27 de junio? La noción de haber sido Barrios quien, del 24 al 25 de junio, apresó en forma odiosa a Zela, se mantiene en pie, desde ciento y diez años a esta parte en las tradiciones familiares de los que aún quedan del apellido Zelaâ. 138 LOS DIAS DE PRISIÃN EN TACNA Aunque Cúneo considera que fue âen una noche comprendida entre el 24 y el 27 de junio, fue encerrado de primera intención en la cárcel pública de Tacnaâ, lo más probable es que ésta se ejecutase el 26, cuando se tuvo noticia cierta de la derrota de los porteños en Huaqui. Un apresuramiento podrÃa ser riesgoso por las represalias que habrÃa de tomar Castelli de haber vencido en Huaqui y haber avanzado sobre la costa inmediata. Respecto del tiempo que Zela permaneció en la cárcel de Tacna hay versiones, como la de Valega, que creÃa que Zela, al poco tiempo de haber sido hecho âprisionero, en el lecho del dolor. HabÃa sido conducido a Lima, enfermo todavÃa y condenado a muerteâ mientras José Belisario Gómez, que seguramente recogió la versión de los ancianos sobrevivientes de aquella época, manifestó que el caudillo estuvo en âtreinta y tres dÃas en prisión, antes de que lo sacaran de Tacnaâ y Cúneo que expone que el caudillo âpermaneció en la celda que se le señaló en la cárcel pública de Tacna, hasta fines del mes de setiembreâ. Seiner, finalmente, concluye que dÃas más âdÃas menos, Zela debió permanecer alrededor de veinticinco o treinta dÃas al cabo de los cuales fue trasladado a Aricaâ (1700). LOS PESOS DE LA CONCIENCIA Don Francisco Antonio fue recluido en la vieja cárcel del pueblo, precisamente en la calle llamada âde la Cárcelâ, hoy cuadra primera de âDeustuaâ, acera poniente. Estando en prisión don Francisco Antonio de Zela recibió la visita de âdon JoaquÃn González Vigil, como substituto (sic) que fue del arriba expresadoâ. Se referÃa a Zela, a quién González Vigil reemplazo temporalmente. Le llevaba el registro titulado âLibro de Fundición de barras de plata hechas en el pueblo de Tacna por Francisco Antonio de Zela y Arizaga, Ensayador, Fundidor y Balanzario por Su Majestad en las Cajas Reales residentes en dicho pueblo. Año 1811â. En ese mismo momento se redactó una declaración por parte del prócer por los meses que tuvo a su cargo la función. Esta concluÃa manifestando que procedÃa oficialmente, âa la entrega de este libro en el cuartel de mi arresto, a 27 de julio de 1811. Entregué. Francisco Antonio de Zela (firma)â. 139 Desconocemos si entonces alguna norma protegÃa a los cesantes, viudas o deudos con el cincuenta por ciento del haber que habÃan disfrutado los titulares. Al parecer, dada la gravedad de los acontecimientos, que podÃan haber incluido una privación de este derecho, si hubiese existido, los Ministros de la Real Caja guardaron algunos signos de consideración para el compañero en desgracia. Le asignaron el 50% del total de su haber mensual. El 30 de junio de 1811, el Oficial de las Reales Cajas, don âJuan Fernández Camuñoâ, cobro el sueldo del prócer Zela, âpor indisposición de ésteâ. En octubre de 1812 Zela ya se encuentra prisionero en Lima. El 2 de febrero de 1816 y, desde allà en adelante, se le paga a doña MarÃa Siles, abnegada y fiel esposa de Zela, sólo âla mitad del sueldo del Ensayador Suspenso Francisco Antonio de Zelaâ. TodavÃa en noviembre de 1820, cuando don Francisco ya habÃa fallecido, se seguÃa abonando a doña MarÃa Natividad; el medio sueldo del marido. Siendo tan pulcra la administración española, esta podrÃa ser, tal vez, una demostración que el prócer sólo falleció entre los 1820 y 1821. REACCIÃN EN AREQUIPA El correo, que el 21 de junio, envió desde Arica el Subdelegado De Rivero, con noticias del levantamiento de Tacna y, previo paso por Moquegua, sólo llegó a Arequipa el âveintiséis de junio de mil ochocientos once, a las siete de esta mañanaâ. El Intendente Salamanca, preocupado por la situación y atento a la gravedad del asunto, de inmediato ordenó se derive el documento al Ilustre Cabildo para que se convocarán sus individuos en la hora. Por lo que se desprende de la convocatoria y, como se verá, de la propia acta de la sesión del Cabildo, éste se convirtió en âCabildo Abiertoâ en el que participaron, además de los cabildantes de rigor, autoridades religiosas, militares y vecinos visibles de la Blanca Ciudad. Ha escrito Valega que la âactitud de Zela, en Tacna, no significó que el único foco peruano, conectado con los patriotas del Plata, era la ciudad serrana (sic) del Sur. También, Arequipa, centro activo y culto de la Intendencia de su nombre, vivió dÃas de agitación, de zozobra y de inquietud liberalesâ. Ãsta era la segunda ciudad âdel virreinato, en cultura y en sociabilidad, era, como población de tránsito, la llave polÃtica, comercial y 140 administra tiva del Sur. Por ella discurrÃan las actividades de la colonia, ya de la costa al interior, hasta el Alto Perú y Buenos Aires; ya del centro limeño, en su vinculación con la amplia, rica y poblada zona sureñaâ. La bella ciudad del Misti, a pesar de su influyente aristocracia fidelista y de su clero mayoritariamente ultramontano ya habÃa demostrado, por parte de su naciente burguesÃa, de los cholos de su periferia y de sus mestizos del campo; su progresismo social, ây habÃa llamado la atención de los virreyes, desde el año 1776, cuando se exhibió como protestante armada, contra el exceso de tributación del implacable Arecheâ. La incidencia de la propaganda argentina, más fuerte en Arequipa que en Tacna, se aprecia en una copla militar que los soldados de Castelli, cantaban marchando al noroeste. Rescatada por Valega de la "Literatura Argentina" de Ricardo Rojas, decÃa: "Arequipa ha dado el sÃ, / la indiecita seguirá; / la Zamba vieja, ¿qué hará? / ¡Sufrir jeringas de ajÃ!". Valega interpreta los versos de la letrilla como que, en ese momento no sólo ya contaban con âla decisión arequipeña, sino que además) trazan el cuadro histórico del momento. En efecto, Cuzco la indiecita esperaba la acción mistiana, para seguir la causa de los insurrectos; y Lima la Zamba vieja, abandonada por las provincias, sufrirÃa el ataque ardiente de los patriotas. O sea, Lima, en último extremo, desarticulada por el Sur, caerÃa, por la fuerza de las armas patriotasâ. También avala la inquietud de Arequipa el hecho que poco antes de la rebelión de Tacna âlos jefes militares de Arequipa (...), avisaron a Abascal que algunos eclesiásticos respetables, no solamente por su estado, sino, también, por sus loables costumbres, y vecinos de muy elevado méritos y, sin excepción de otros cualesquiera, los más recomendables, habÃan, en Arequipa, personas tan adheridas a los sentimientos de la Junta instalada en Buenos Aires, que estaba prevenida y amenazaba, prestamente, una revolución". Finalmente, otro âhecho singular comprueba el entendimiento secreto de Arequipa con los patriotas de Buenos Aires. Un mes y 16 dÃas antes de que Zela se pronunciara en Tacna, el Cabildo mistiano reclamó, como ofensa a la ciudad, el estacionamiento de las tropas virreinales, salidas de Lima, hacia el Alto Perú. Y obtuvo que tales fuerzas se acuartelaran en la otra banda de la ciudad. El cabildo abierto era la oportunidad para que muchos patriotas hasta entonces protegidos en la sombra del anonimato se mostraran con valentÃa. No se sabe lo que realmente ocurrió, porque, según Valega âel acta fue confeccionada no en el instante, sino después que se supo la noticia de la acción en Guaqui y, para cohonestar la lenidad, se puso en ella, a posteriori, 141 como justa consideración la esperanza en el éxito de aquella, ocultándose los incidentes que en el cabildo ocurrieronâ. No obstante, el acta cercenada del referido Cabildo, hay palabras que permiten colegir que la sesión fue candente y polémica. En primer lugar en la sesión del 26, el único acuerdo, referido a convocar a un cabildo abierto para el 27; era evidentemente, a pesar de la urgencia para tomar decisiones, una medida dilatoria en espera de las noticias del resultado de la batalla que se esperaba tendrÃan los ejércitos realista y patriota. Para el Cabildo abierto, âfueron propuestos los siguientes puntos: ¿qué hará esta ciudad respecto al pueblo de Tacna, por sus acaecimientos? y ¿Qué se hará acerca de la seguridad de esta ciudad? Sobre el primero, con arreglo a la Ley de Indias, se acordó unánimemente se suspendiese todo acto hostil, y se requiriese primero con persuasiones y convenientes razones a los habitantes de Tacna, bajo el supuesto que en el entretanto se recibirÃan noticias positivas del buen éxito de nuestras armas en el Desaguadero, cuyo acto será suficiente para la pacificación de aquel puebloâ. Respecto al segundo asunto, en caso de una eventual victoria de Castelli, se tomaron diversas medidas para proteger la ciudad. Aunque no se conoce el acta fidedigna, Valega interpreta por algunos hechos aislados, que la discusión debió ser muy fuerte âcuando el Intendente renunció ipso facto a su investidura retirándose de la sala violentamente y cuando el Obispo pretextando razones de salud también la abandonó en seguida y el hecho de que nadie suscribiese el actaâ. La argucia dilatoria dio resultado porque el mismo 27 de junio el Intendente recibió âpor chasqui despachado por Goyeneche, noticia de la victoria realista sobre las fuerzas argentinas obtenida el 20 de junioâ. Allà también debió divulgarse rápidamente la nueva entre la población de todas las clases, y también debieron darse manifestaciones de júbilo por los adictos a la causa del rey. El 2 de julio hubo otra sesión del Cabildo en la que informó oficialmente de la derrota de los argentinos y âotro oficio sobre los acontecimientos de Tacna, en que se da razón de quedar todo tranquiloâ. Como era costumbre entonces se acordó se celebre una solemne Misa de acción de gracias y desde la noche anterior se ilumine la ciudad de Arequipa. En la sesión del 26 de julio acordó premiar a Goyeneche, hijo de aquella ciudad, obsequiándole una faja con âbordados de oroâ pidiendo al Rey la gracia de Marqués de la Victoria de Guaquiâ. 142 â. ..E ll un es 1º de ju lio ,e ls ub de le ga do R iv er o pa rti ó de A ric a co n pa rte de la gu ar ni ci ón y co n un a ba nd er a ne gr a, qu er ie nd o qu iz ás re fle ja re n el la el co lo rd e su ca us a. ..â . 143 RIVERO EN TACNA Rivero partió de Arica âel lunes 1º de julioâ âcon parte de la guarnición y con una bandera negra, queriendo quizás reflejar en ella el color de su causaâ, pero âal llegar sólo encontró una población enteramente en calma, con autoridades ya repuestas en sus antiguos cargosâ y el â4 de julio de 1811, que fue el dÃa de su entrada en la ciudad, se acuartelaron los refuerzos que llegaron de Arica para sofocar el levantamiento de Zelaâ. Lo primero que hizo el Subdelegado fue ordenar que âse publique un bando que haga conocer a la población las manifestaciones populares que han de realizarse con motivo de las victorias conseguidas por los ejércitos del Rey en el Alto Perú, y por la tranquilidad del pueblo de Tacnaâ. Pero parece que la población no festejó con gran entusiasmo ni lo uno ni lo otro, quizás, unos, por mantener su adhesión al fracasado levantamiento, otros por estar a la expectativa de las posibles sanciones. Esta frialdad o indiferencia, a los ojos del Subdelegado Rivero, podÃan demostrar que las âocurrencias de Tacna, no extinguidas del todoâ. También, ordenó la publicación de âun bando de perdón generalâ que, seguramente, se habÃa enviado ya desde Arica. También convocó a Pascual Infantas para âque exhiba cantidad de pesos que tiene en su poder para pagar a la tropa acuartelada en el pueblo de Tacnaâ. Este âPiquete de dragones que habÃa venido de auxilioâ, estaba mandado por el âsubteniente Justo Portocarrero, de caballerÃa, asà como los infantes: cabo segundo Carlos EnrÃquez y soldado Casimiro Vargas y el personal de caballerÃa: los soldados Domingo RamÃrez, José Bruno, Esteban Iglesias, Pedro Ibáñez y Narciso AlbarracÃnâ, todos con cabalgadura. El Subdelegado, con fecha 21 de julio de 1811, solicitó a los Ministros de la Caja Real los fondos suficientes âpara mandar un expreso con noticias urgentes a Goyenecheâ. El 3 de agosto de 1811, que se cumplÃa un mes de su llegada a Tacna, solicitaron se les abonase los sueldos que le correspondÃan por un mes. Como ya se indicó el 19 de julio la Real Caja dispuso un âsospechosoâ aumento de un tercio de su sueldo a Pastrana. Por entonces se tramitó una protesta âde algunos arrieros por que no se les cancela por las acémilas que las autoridades realistas tomaron para el ejército del Desaguadero y los agricultores del valle arriba, porque las bestias de carga de la división a cargo de Juan de Dios Sarabia destrozaron sus alfalfaresâ. 144 LA DISPLICENCIA DE UN INTENDENTE Refiere don Cúneo Vidal que el Intendente âSalamanca, cuya actitud de exagerada fidelidad a la causa realista, contraria a las aspiraciones de independencia, que comenzaban a tomar cuerpo en el Ãntimo sentir de los americanos fue premiado con la promoción o ascenso que se le hizo al grado de capitán de navÃo de las reales armadas españolasâ. El 28 de junio, desde Arica, el Subdelegado Rivero habÃa escrito al Intendente Salamanca contándole sobre el resultado de la batalla de Huaqui e informándole sobre el comportamiento fidelista de los vecinos de Arica; de los regidores del Cabildo ây principal y particularmente el del Señor cura rector; pidiéndole algún honor para la fidelidad de Arica y, finalmente, informándole sobre el regocijo con que los ariqueños habÃan recibido la noticia del triunfo de Goyenecheâ. La carta del Intendente comienza comunicando a Rivero haber recibido, recién el 4 de julio, su carta, de fecha 28 de junio. El contenido original de esta carta se desconoce, sólo se han podido recuperar algunos fragmentos de la respuesta que le dirigió el Intendente con fecha 5 de julio. Luego le comenta cada una de las noticias que, parece, traÃa la carta, felicitando y aprobando las medidas tomadas. Parece que el Subdelegado le pidió un indulto para los comprometidos. Salamanca le responde que reserva la decisión final âprincipalmente en cuanto al indulto al ExcelentÃsimo Señor Virreyâ. Se expresa de la rebelión de Tacna como âsólo el desorden de un corto número de cabezas perturbadas, pudo alterar por un momento un pequeño punto de su Virreinatoâ. Por el contrario el Intendente Salamanca pidió al Subdelegado Rivero extender su agradecimiento al âilustre cuerpo Ayuntamiento, a todos los vecinos y particularmente al señor cura rectorâ. En la acostumbrada Memoria de fin de gobierno que informa sobre la gestión realizada, el Intendente Salamanca minimiza los sucesos de junio de 1811 en Tacna, ocurridos durante su gestión gubernativa. Al final de de su exposición manifiesta en pocas lÃneas que únicamente le restaba âdecir que las conmociones populares de Tacna, que luego desaparecieron, se suscitaron por algunos incautos que deslumbrados o vanamente persuadidos, degeneraron allà los sentimientos de tranquilidad y obedienciaâ. 145 ¡EL LOCO DE DON FRANCISCO! Dos personajes que, aprovechando su investidura, actuaron en la sombra contra la rebelión de Zela, fueron el Párroco de Tacna don Jacinto de AranÃbar y el de Tarata don Lorenzo Barrios, que enviaron cartas infamantes contra Zela. Más en el caso de Tarata que en el de Tacna, estas cartas permiten ampliar el panorama. La carta de AranÃbar nos ilustra sobre la estrategia de Zela de poner guardas en los caminos que daban acceso a Tacna. También la reacción de Barrios, es un ejemplo de como los enemigos del movimiento del 20 de junio preparaban, desde fuera, una reacción. Estas cartas, que constituyen otra novedad del presente volumen, permitirán una comprensión del hecho histórico en la perspectiva de factores intervinientes que no son los tantas veces referidos protagonistas, que ilustrarán sobre las actitudes de los grupos y los individuos. El 7 de julio de 1811 el doctor don Jacinto de AranÃbar le escribÃa a su Obispo, doctor don Luis Gonzaga de la Encina, por primera vez, después de la rebelión de Tacna, para contarle que luego âque aconteció la desgraciada revolución del 20 del pasado, quiso participárselo con mensajero o propio para que el Obispo dirigiese sus votos y oraciones al Dios de los Ejércitos y alcanzarle misericordia para esta porción infeliz de su rebaño. Pero el cabeza de la revolución, el loco de don Francisco Zela, cerró los caminos de suerte que no se podÃa comunicar aún con las doctrinas más inmediatasâ. Continuaba agradeciendo a Dios y expresando: âya estamos libres; se ha restablecido el orden, ha vuelto la paz y tranquilidad, se ha restituido al Subdelegado, como largamente podrá decirlo a Vuestra SeñorÃa IlustrÃsima el cura Ustarizâ. Seguidamente, le comunica, que el referido Ustariz âle informará también ¡cuánto no trabajé en la infausta noche de la octava para libertar la vida al Coronel, para que no hubiese efusión de sangre! ¡Y cómo lo logré todo!, pero tengo la dulce satisfacción de saber que mis feligreses me aman, y que mis fatigas no han sido vanas. En estos dÃas voy a hacer una rogativa y a dar gracias a Dios, como para alcanzar el importante bien de la paz. Vuestra SeñorÃa IlustrÃsima no pierda de vista a estas infelices ovejas; y si los superiores intentan hacer algún castigo, imploraré la alta piedad de Vuestra SeñorÃa YlustrÃsima para que implore el perdón de unos desgraciados que han delinquido más por ignorancia que de maliciaâ. 146 SITUACIÃN EN TARATA: INTRIGAS Y FELONÃAS DE UN CURA REALISTA Durante el proceso emancipatorio de las colonias españolas de América hubo sacerdotes con ideas avanzadas favorables a la independencia, como, en México, el cura Hidalgo y su sucesor Morelos; en Chile el padre Camilo EnrÃquez y en el Virreinato del Perú el cura Muñecas y don Toribio RodrÃguez de Mendoza. A Tarata, le tocó tener por entonces a un párroco fanático exponente del fidelismo. Se llamaba Lorenzo de Barrios. Atemorizado por las cosas que pasaban en el Alto Perú desde 1809 siempre estuvo en contacto con el prelado de Arequipa para ponerlo al tanto de su miedo. Ya, desde 1810 le hacÃa conocer algunos indicios de lo que denominaba âperturbaciónâ. Cuando el Obispo de Arequipa, doctor don Luis Gonzaga de la Encina, peninsular y realista militante, publicó una pastoral a los fieles de su diócesis para que mantengan su fidelidad al rey Cautivo, Barrios lo divulgó con pasión e hizo grandes esfuerzos para evitar que la población indÃgena de Tarata se plegase al movimiento de Zela. En carta fechada en Tarata el 8 de julio de 1811, don Lorenzo Barrios le decÃa al Obispo de la Encina que llegada la referida pastoral âme esforcé cuanto pude y mi poca noticia del aimará me permitió hacerles comprender cuantos males se nos seguÃan de faltar a la lealtad que debemos al soberano y someternos a que nos gobiernen extrañosâ, refiriéndose a los propagandistas de la Junta de Buenos Aires. Le informa además que âdesde muy atrás, se han estado carteando reservadamente el cacique de esta doctrina y el caudillo de Tacna don Francisco Antonio de Zela, ambos compadresâ y que, teniendo necesidad de comunicarlo a los más altos niveles, aprovechando su presencia en Tarata se lo hizo saber âal Señor Oidor doctor don Pedro Vicente Cañete que la antevÃspera de la Purificación de Nuestra Señora pasó por aquà de Tacna para el Desaguaderoâ. Le recuerda que, no obstante las rogativas y prevenciones el âpueblo de Tacna se declaró a favor de la Junta de Buenos Aires y las providencias que venÃan a éste de Tarata se atropellaban unas con otras; si la cosa no hubiese durado tan poco tiempo; ya yo hubiese estado en Tacna bien amarrado, pues la sentencia estaba dada contra mÃ, sólo porque en la publicación de la Pastoral de Vuestra SeñorÃa YlustrÃsima me esforcé cuanto pude y mi poca noticia de la lengua aimará me permitió hacerles 147 comprender cuantos males se nos seguÃan de faltar a la lealtad que debemos al Soberano y someternos a que nos gobiernen extrañosâ. Le manifiesta, además, que a âpesar de lo que me amenazaba, no desamparé al pueblo y aún atraje algunas providencias que vinieron para que aquà se les diese curso, en una palabra para que se alzasen, como que ya se habÃan empezado a cortar palos de lloque para las lanzas y se iba a publicar en forma de bando una de las comisiones que vinieron porque, y desde entonces he estado esperando por horas lo que ya querÃan practicar conmigo de amarrarme por verme diametralmente opuesto a sus ideas y aunque, según se dice, ya se dispersó enteramente el ejército de los porteños pero no falta quien, para mantener el fermento, que aún no está del todo acabado, diga, que aún tienen fuerzas bastantes y que volverán. Nada menos que antes de ayer, un indio ebrio decÃa a gritos, queriendo acometer a algunos que tenÃa delante Yo soy soldado de los porteños y mi capitán mi (sic) manda a que mate a éstos. Si la cosa vuelve a alborotarse, yo no paro aquà y aún si Vuestra SeñorÃa YlustrÃsima me lo permite prontamente me retiraré. A este propósito me ha destinado la divina providencia un sacerdote aimarista de profesión, a quien, en meses pasados habÃa solicitado, incluyo a V.S.Y. su carta para que me conceda las licencias necesarias para que él pueda servir la Doctrina, y yo retirarme, es fresca, sólo espera mi respuesta y yo la de Vuestra SeñorÃa YlustrÃsimaâ. Más adelante le informa de un hecho que se habÃa mantenido hasta entonces en secreto, respecto a que âestando escribiendo ésta, ha llegado a mà noticia que en un anexo nombrado Tarucachi, donde estuve desde la vÃspera de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo hasta la vÃspera de la octava, dicen que, aunque no lo cumplieron, me quisieron apresar los mismos indios, bien que seducidos por los tacneños, pues en catorce años que soy cura de aquÃ, y aún andando en quince, no han dado la menor queja contra mÃ; sin embargo de ser unos indios tan esquivos, que no ha habido cura en esta doctrina contra quien no se hayan quejado, y que yo no los he tratado con condescendencia, sino como me ha dictado la conciencia que debo hacerlo, y mediante ello, los he subordinado, doctrinado, etc. como lo sabrá V.S.Y. pues hoy es el nones del Obispadoâ. Ya en la parte final de la carta recomienda que, si el Obispo opina favorablemente, las cosas se hagan âcon el mayor sigilo porque el lugar está lleno de forasteros, tanto de Tacna, como de San Andrés y de Jesús de Machaca, entre éstos me aseguran hay algunos porteñosâ. La prudente desatención del obispo de entonces, provocó la impaciencia del clérigo que, con fecha 27 de abril de 1812, le remite una carta, exagerada seguramente, y con el propósito de sacar ventaja de la situación para que no trasladen a religiosos que estaban bajo su jurisdicción. 148 Finalmente dice: âAsi como soy y seré obedientÃsimo súbdito de Vuestra SeñorÃa IlustrÃsima he sido y seré también fidelÃsimo vasallo de su Majestad. Me opuse a todo esto y de ahà ha nacido la enemiga; y aun podÃa decir que me solicitó y no quise entrar en sus miras, pues varias veces a pesar de mi adhesión a la justa causa, que tiene bien experimentada, se dejaba caer diciendo que tenÃa muchÃsimas insinuaciones de su compadre para llevarse bien conmigo, y especialmente tres cartas, y como nada de esto lo aprovechó, ahà tiene V.S.I. el origen de tanto testimonio y clamor contrario, alegando hostilidades en el cobro de primicias y excesos de jurisdicción; pero como la verdad no pide muchos esfuerzos, no obstante la estrechez de tiempo demostré a V.S.I. hasta la evidencia las imposturas de Copaja y la suavidad y justicia con que estaba cobrando las primicias; he suspendido hasta la actualidad, sin embargo de que ya la fruta y las papas se acaban, sólo por esperar su determinación. Yo vivÃa satisfecho de haber manejado esta doctrina que se puso a mi cuidado, con demasiada prudencia, pues en quince años que corro con ella no habÃa alentado la menor queja contra mÃ, aún siendo como son, le puede informar el Sr. Doctoral Don Manuel Menaut naturalmente belicosos y haberla yo adelantado hasta el término en que se halla, remando casi siempre contra el viento, pero veo que me equivocaba, pues la malignidad de un sólo indio dÃscolo, en bastante a borrar el sacrificio que he hecho de mi salud e interés en beneficio de la misma feligresÃa y su iglesia: por tanto reproduzco mi solicitud, suplicando de nuevo a V.S.I. me conceda aprovechar estos últimos despojos de vida que me han quedado en el sociego de mi casa, pues ya mi salud no esta para servir curato. Asi lo espero de la benignidad de V.S.I.â. LA TORTURA DE SER JUZGADO ¿Qué ocurrió mientras Zela estuvo en la prisión de Tacna? Cúneo refiere que, âGoyeneche, engreÃdo con su triunfo de Guaqui, aparentó dar escasa importancia a los sucesos tacneños, y se limitó, a exigir el enjuiciamiento de Zela, en su calidad de cabecilla, y el de los reos a quienes concernÃa el fuero militarâ. Fuero que, según Gómez Castañón, encarnaba Rivero quien una vez instalado en Tacna âsometió a Zela a un consejo de guerra y muy en breve se le condenó al patÃbulo, que debÃa cumplirse tan pronto como fuese confirmada la sentencia en Lima, lo cual no llegó a sucederâ. Pero AnÃbal Gálvez, que confesaba haberse visto obligado a valerse âde suposiciones, más ó menos fundadas, pero deducidas del sistema de administración de justicia vigente en el año de 1811â. 149 DeducÃa que, como entonces no existÃan âlos consejos de guerra para el juzgamiento de los delincuentes, aun cuando lo fuesen de los delitos de infidencia, alboroto, motÃn ó rebelión el Sub-delegado en el partido y el gobernador en la Intendencia eran los jueces únicos; debiendo, pues, Rivero, de por sÃ, iniciar el juicio, ordenar la captura de los principales comprometidos y pronunciar su fallo final que, según se dice, fue de indulto para todos los comprometidos y de pena de muerte para Zelaâ. Seiner analiza la imposibilidad del juzgamiento por un Consejo de Guerra, puesto que la formación de este tribunal âsólo procedÃa cuando los hechos resultaban absoluta y positivamente evidentes y el acusado perteneciese al fuero militar. Un caso asà se produjo en 1815, cuando una Junta Militar dictaminó, previa formación de causa y dictamen de fiscal militar ad hoc, la aplicación de la pena de muerte a Pumacahua, en su condición de brigadier de los Reales Ejércitos. Lo de Zela era, pues, en esencia diferente; no perteneciendo al fuero militar, tal juzgamiento no procedÃa y era, por tanto, posibilidad descartada. AparecÃa asà el subdelegado como la instancia idónea para administrar justiciaâ. El Subdelegado era un funcionario que unÃa a sus funciones gubernativas, las judiciales; entonces le correspondÃa juzgar a Zela. El mismo Seiner se formula varias preguntas que surgen de lo atÃpico del proceso. Si âcondenó a muerte a Zela ¿Por qué entonces no ejecutó la sen- tencia? ¿Qué impedimento existió para que Zela no fuese ejecutado en Tacna? ¿Qué recurso se interpuso para que su causa fuera remitida a Lima? ¿Qué diferenciaba a Zela de futuros caudillos, como Crespo y Castillo, que sà fue ejecutado en el mismo lugar donde se rebeló, Huánuco 1812â sin que su expediente pase a la Audiencia de Lima? Como ya se refirió, el 9 de julio, se inició la Instructiva que mandó instaurar Rivero, con asistencia del Escribano de Tacna, Juan de Benavides, se inició, en primera instancia, el proceso judicial contra los implicados en el levantamiento del 20 de junio de 1811, especialmente en lo que se consideraba hechos punibles como la toma del cuartel, el apresamiento del Coronel Navarro y la apropiación del dinero de las Cajas Reales. Se comenzó interrogando al oficial de guardia, el Alférez don Antonio Ferrándiz. Recién el 6 de setiembre de 1811 le tocó rendir su instructiva al Sargento de la Guardia, don Manuel Ramos Aguirre, de 35 años; el 7 de setiembre le tocó al alférez don Santiago Pastrana; y el vecino José Melitón Beltrán, de 32 años de edad. En el desarrollo de las declaraciones, observa Seiner una notoria dilatación del proceso, ya que entre el bloque de la apertura y la primera declaración, que fue la de Ferrándiz, el 9 de julio, y el bloque de las comparecencias de Ramos, Pastrana y Beltrán, reiniciado el 6 de setiembre; media un lapso de 62 dÃas. 150 UN VIAJE SIN RETORNO Indica Cúneo que el âexpediente respectivo se cerró el 9 de setiembre, con la resolución siguiente: Respecto de haberse concluido la anterior sumaria, remÃtase, a don Francisco Antonio de Zela a Lima, a disposición del Excmo. Señor Virrey del Perúâ. Terminaba la Resolución señalando que ârespecto de no tener dicho Zela bienes conocidos que embargarle, agréguese a la presente sumaria los documentos que se han hallado en su poder, los cuales hacen ver su conducta, y dirÃjase todo ello, de igual manera a S.E. el señor virrey, dejando testimonio de los mismos en este juzgadoâ. Firmaba Rivero ante el escribano Juan de Benavides. Cúneo, destacando en los términos âremÃtase a don Francisco Antonio de Zela a Limaâ expuestos en la conclusión de la Sumaria Información fechada en 9 de setiembre; afirma que el caudillo, âenfermo del cuerpo y del espÃritu, permaneció hasta fines del mes de setiembreâ, incluso, en base a esos términos, desautoriza âla versión generalmente aceptada de que se le despachó al Callao en la fragata âBretagne" en los primeros dÃas del mes de agosto del mismo añoâ. En fecha que Cúneo confiesa no poder precisar âse le trasladó a Arica, en cuya cárcel, anexa por aquella época al viejo cuartel de San Francisco, situado frente a la antigua Recova, se le mantuvo el tiempo necesarioâ. Allà fue âJusto Portocarrero, oficial del cuartel, quien tenÃa a su cargo el resguardo del reo ante la ausencia de carcelerosâ. Sin embargo, respecto de la fecha de envÃo a Lima; parece que la conclusión de la Sumaria sólo fue un acto formal, porque, quizás, presionado por Goyeneche y el mismo Virrey âRivero mandó embarcar a Zela el 31 de julio de 1811 bajo partida de registro en la fragata "Bretaña". El mismo dÃa envió una carta al capitán del barco, Francisco Parga, en la que se le confÃa la remisión del reoâ. La carta decÃa que âCon esta fecha noticio al Excmo. Señor Virrey del Reino, que remito al cargo de Ud. en su fragata Bretaña, que hoy da a la vela al puerto del Callao, el revolucionario del pueblo de Tacna don Francisco de Zela, para que, bajo las correspondientes seguridades lo transporte Ud. a dicho puerto a disposición del Excmo. Señor Virrey; el oficial del cuartel don Justo Portocarrero a cuyo cargo está el preso lo entregará a Ud. con el adjunto pliego y de todo otorgará Ud. el correspondiente recibo. Dios guarde a Ud. muchos años. Chacalluta, 31 de julio de 1811". Entonces, definitivamente, el 31 de julio de 1811, Zela partió para nunca más volver. 151 LLEGADA Y PERIPECIAS DE ZELA EN CALLAO Y EN LIMA Seiner, que en esta parte, ha enriquecido notablemente la información; refiere que, aunque un viaje por vÃa marÃtima, a vela, âentre Arica y el Callao, sin escalas y en condiciones normales, exigÃa 22 dÃas de travesÃa en ida y vuelta (4) el viaje que llevó a Zela representó 15 o menos dÃas de travesÃaâ; llegando âal Callao, el 14 de agostoâ. Ha sido posible saber la fecha por un oficio de Abascal, del 15 de agosto de 1811, en el que comunica que, a âbordo de la fragata Bretaña que ha llegado al puerto del Callao proveniente del de Arica ha venido el caudillo de la sublevación del pueblo de Tacna Don Francisco de Zelaâ. Este oficio que llegó primero al Intendente Salamanca, fue derivado al Subdelegado de Tacna, el 29 de agosto de 1811. Rivero debió recibirlo el 3 de setiembre de 1811, gracias a los mensajeros que recorrÃan entre Tacna y Arequipa en cinco jornadas. El oficio Nº 243, en su parte medular, ordenaba a Salamanca y a Rivero âremitir a la brevedad los documentos de la causa seguida a Zela en Tacnaâ. Este hecho podrÃa explicar la interrupción de la Sumaria Información, en julio, su largo receso y la imprevista reactivación entre el 6 y el 9 de setiembre. De inmediato âlas autoridades ordenaron que se le retuviese preso en los aljibes del Real Felipe antes de ser conducido a Lima para su juzgamiento en segunda instancia ante la Audienciaâ. Se desconoce cuanto tiempo permaneció en las ergástulas de la fortaleza del Callao antes de su traslado a la Cárcel de Corte en Lima. Dice Gómez que, finalmente, âZela fue trasladado a Lima, donde lo tuvieron en la âCárcel de Corteâ, una de las prisiones más antiguas, ubicada en la parte noreste del Palacio de los Virreyes, dice Cúneo que Zela âfue encerrado en el calabozo âdel corazónâ asà llamado por ocupar la parte céntrica del viejo edificioâ. Seiner ha encontrado evidencias de los tormentos que sufrió el prócer, además de lo que significaba la prisión, la ausencia de la familia, el desamparo de sus tiernos hijos, tal vez, el remordimiento; encontró una carta de âagosto 14, de 1813", en la que Zela solicitaba se obligue al alcaide, que era un tal José de Jaramillo, âpara que no lo insulte como lo tiene de costumbreâ. Sin embargo hubo, tal vez, más allá de las muestras de aliento de sus parientes, residentes en Lima, clarinadas esperanzadoras que Gálvez ha sabido graficar. Eran las noticias de los levantamientos de Huánuco, de Tacna de 1813, de los avances argentinos en el Alto Perú y la gran revolución de los Angulo en Cuzco. 4 Las travesÃas de sur a norte demoraban menos que los 22 dÃas que se precisaban para los viajes de norte a sur. 152 LOS REEMPLAZANTES DE ZELA EN EL CARGO DE FUNDIDOR Mientras tanto en Tacna, después de los sucesos de junio de 1811, las cosas volvÃan lentamente a lo que, debiendo llamarse rutina, se denomina ânormalidadâ. En las Cajas Reales se habÃa designado como reemplazante de don Francisco Antonio de Zela a don JoaquÃn González Vigil. No se sabe exactamente la fecha, pero, posteriormente, se nombró como titular a don José Muñoz Romero en los cargos de âFundidor, Ensayador y Balanzario de las Cajas Nacionales de Arica que residen en Tacnaâ. Como era de rigor, con fecha 30 de noviembre de 1813, ante el Escribano don Juan de Benavides, se presentó don Felipe Zavala, propietario y vecino del valle de Ilabaya, con el propósito de otorgar fianza, hasta por â500 pesos, para cubrir cualquier resulta que pudiese ocurrir en ejercicio de su ministerioâ. Muñoz fue Balanzario hasta que comenzó la Etapa Republicana. No se tiene información respecto de su patria, sus antecedentes familiares ni laborales. INDULTO PARA LOS COMPROMETIDOS Gálvez supone que el Subdelegado Rivero al iniciar el proceso en Tacna, a comienzos de julio de 1811, debió âordenar la captura de los principales comprometidos y pronunciar su fallo final que, según se dice, fue de indulto para todos los comprometidos y de pena de muerte para don Francisco Antonio de Zelaâ. A fines de 1811 Goyeneche, embriagado por la victoria, no se dejó ganar por âlas venganzas o las represiones, sino que, lo encaminó por el sendero de la piedad y lanzó su decreto de perdón e indulto general para todos los rebeldesâ. Concedió âindulto a los individuos que intervinieron en la Revolución de Tacna, con excepción de los principales autores de ellaâ. Este acuerdo fue elevado para su aprobación por el Virrey y éste lo hizo; remitiendo al Jefe realista de las Charcas, con fecha â23 de enero de 1812 el auto proveido por Real Acuerdo, aprobando el indulto, Goyeneche lo comunicó de inmediato a Rivero para que âhaciéndolo notorio se convenzan aquellos de la lenidad con que por primera vez se les han dispensado tan atroces confederaciones, y les estimule a ser fieles al Rey, y pacÃficos a la Sociedad, de que son individuosâ. Todo esto fue informado al Virrey por Goyeneche desde su cuartel general de Potosà el 10 de abril de 1812. Cúneo dice, respecto âa los demás comprometidos en esta insurrección, 153 unos fugaron de Tacna y otros se entregaron a las autoridades realistas tan pronto como éstas se vieron repuestas en sus respectivos cargos. A éstos, se les siguió un proceso ante la Sala del Crimen de la Audiencia de Lima. Los jueces parece que los trataron con benevolencia, ya que todos fueron consiguiendo la libertad, a excepción del principal autor de la rebeliónâ. Los que huyeron de Tacna, según tradición uniforme, que recoge Gálvez, y asà se libraron de la prisión fueron Francisco de Paula Alayza, Pedro José Gil y José Siles y Antequeraâ. El mencionado MatÃas Téllez, que sólo figura en el expediente de 1825, declaraba âque con motivo de la contrarrevolución en que se prendió al precitado don Francisco Zela, salió huyendo el declaranteâ. Posteriormente, en pleno proceso a Zela, el â4 de marzo de 1812, la Sala del Crimen lanzó un auto de perdón para con los comprometidos en los acontecimientos de Tacna, excepción hecha de Zela, Gil y Silesâ. LA HORA DE LAS RECOMPENSAS Después de remitir a Lima los documentos para juzgar a Zela, y a punto de concluir su gestión; Rivero tramitó ante el Intendente y el Cabildo de Arequipa, un de reconocimiento de servicios. En el último, de tres pedimentos al Cabildo de Arequipa, Rivero cuya fecha se desconoce, le rogaba se sirviese âinformar (y será la cuarta vez) con arreglo a los nuevos documentos que tengo el honor de acompañarâ. Luego le enumeraba los contenidos de los nueve cuadernos con los que pretendÃa enriquecer su argumentación. El segundo se relacionaba con los desvelos indecibles de policÃa en obsequio y beneficio del importante puerto de Arica. El tercero comprendÃa âlos trabajos y acertados medios con que logré sofocar la insurrección del pueblo de Tacna ocurrida la noche del 20 de junio de 1811â. Del cuarto al octavo a âlos servicios prestados al señor general en jefe, mariscal de campo don José Manuel de Goyeneche y las fuerzas de su mando durante las operaciones realizadas en el Alto Perú, todo ello certificado por los señores oficiales reales de las Reales Cajas de Aricaâ. ConcluÃa su pedimento señalando que con esos âantecedentes, de cuya rectitud y sinceridad podrá salir garante ese Cabildo, pues son de su conocimiento los hechos referidos, ruego que éste se digne dirigirse al supremo Concejo de Regencia que actualmente gobierna, pidiendo que sean premiados mis servicios y trabajosâ. 154 Pl in to ci lÃn dr ic o de pi ed ra de ca nt er Ãa y bu st o de lp ró ce re n la pl az a de Po co lla y, in au gu ra do en ju lio de 18 99 ,p or el C or on el do n C iri lo C ar ba ja lG od Ãn ez ,C om is ar io R ur al de Po co lla y. 155 EL GRITO DE ZELA EN POCOLLAY: UNA LEYENDA MÃS EN LA HISTORIA DE TACNA Está muy difundida una versión que sostiene que la epopeya de Francisco Antonio de Zela ocurrió en ese, hasta hace medio siglo, idÃlico distrito. La plaza de ese pueblo esta presidida por un bello bronce donde se aprecia a don Francisco Antonio de Zela, rompiendo las cadenas del coloniaje y todos los años se conmemora, con demostrada unción patriótica, cada 20 de junio. Esa versión, irresponsablemente difundida, no tiene ningún fundamento ni histórico ni lógico. Históricamente, se puede asegurar que no existe ninguna mención documental referida a que en algún momento de la rebelión el Prócer tuviese algún acto memorable en dicho lugar. Todo ocurrió en el ámbito urbano del pueblo de Tacna y en un descampado inmediato a ella conocido como âPampa de la Disciplinaâ o del âCaramolleâ, hoy Avenida â2 de Mayoâ. Para los que podrÃan atribuir a esta pervivencia el soporte de la tradición oral o la memoria colectiva, hay razones lógicas. En 1811 no existÃa el pueblo de Pocollay. Ãste fue fundado sobre un descampado en 1857 por el Prefecto Ildefonso de Zavala. Tampoco existÃa allà alguna instalación militar por neutralizar. Si se hubiesen preparado barricadas, parapetos o defensas para obstaculizar la llegada de refuerzos, éstas debieron estar orientadas hacia Arica, o en el peor de los casos hacia Moquegua y Arequipa. Entonces, ¿Cómo nació la leyenda? En 1887 el Alguacil, o Comisario Rural de Pocollay, Coronel don Cirilo Carbajal GodÃnez, tuvo la iniciativa de levantar un busto al Prócer en la delineada plaza de Pocollay, sin que esto tuviera que ver con algún acontecimiento ocurrido allÃ. El plinto cilÃndrico de piedra de canterÃa y el busto pequeño de yeso endurecido fueron inaugurados, en julio de 1899, contándose con la presencia de don Francisco M. de Zela, que habÃa llegado para la ocasión âprocedente de La Pazâ. LOS COMPAÃEROS DE ZELA: MARCELINO CASTRO âCHILLEJOâ Vistas ya las referencias biográficas de Rafael Gavino de Barrios y Cipriano Vargas, cuando se reseñaron sus gestiones como alcaldes de Tacna; existen personalidades no investigadas todavÃa, ni presentadas en los libros escritos al respecto, pero que figuran en las relaciones de comprometidos y cabezas visibles en el movimiento de Zela. Es el caso de Marcelino Castro, prácticamente el único, del cual hay referencias que hizo uso de las armas. 156 Se conoce tan poco de este patrono âin pectoreâ de la InfanterÃa Tacneña, que, cuando Rómulo Cúneo Vidal, presenta la relación de los implicados en el movimiento del 20 de junio de 1811, lo incluye al final de la nómina, como âMarcelino Castro, alias Chillejo (¿Chileno?)â. Esta última alusión; entre paréntesis y signos de interrogación, es más que una duda. Es una hipótesis que parece deducir de un probable error caligráfico. Sin embargo, analizados algunos elementos, no parece corresponder. Al parecer el apodo âchillejoâ, por no decir âchillónâ, era aplicado, entonces, a personas que solÃan expresarse, hablar, con un tono de voz muy agudo. El redescubierto Marcelino Castro era bien peruano y locumbeño por añadidura. Pero eso no es todo. Como Castro no figuraba entre los vecinos notables de Tacna, terratenientes y funcionarios; Cúneo lo presenta como âel artesano Marcelino Castroâ. Tampoco en esto acertó el gran historiador. Castro era agricultor, un chacarero. Una escritura pública de 25 de setiembre de 1809, registra que Marcelino Castro, âvecino del valle de Sitana, en la doctrina de Locumba vende a favor de doña Francisca Barrios, vecina de Tacna, cinco topos de tierras de pan llevar, las mismas que compró de doña Josefa Suasnábarâ. Estaba emparentado con un Mariano Castro, medio hermano o cuñado de una MarÃa Torres, que âel 29 de enero de 1811, vendió un pedazo de tierras de su propiedad en el referido valle de Sitanaâ. Este Marcelino Castro, con toda seguridad mestizo, impetuoso e idealista fue el que juntamente con Zela y José Rosa Ara encabezaron la toma del Cuartel de InfanterÃa y Castro el que, sorprendido por el alférez de la guardia, usó de su espada, hiriéndolo en mano y cabeza. LOS COMPAÃEROS DE ZELA: MANUEL CHOQUE Contra lo que se ha sostenido, por algunos tratadistas, respecto a que el levantamiento de 1811, fue liderado por vecinos de extracción netamente criolla y mestiza; o por otros, que la población indÃgena de Tacna sólo se incorporó al movimiento, el 23 de junio, cuando Zela pidió al cacique Toribio Ara, convoque a los naturales de los ayllus de la campiña circundante de Tacna en la âPampa de Caramolleâ; la presencia de un Manuel Choque, en la nómina de los abanderados del movimiento del 20 de junio, demuestra que el elemento indÃgena urbano, asentado quizás en una de las âRancherÃasâ, participó desde el comienzo dándole a la Insurrección que encabezó Zela, un carácter pluri-clasista. 157 No se puede afirmar que Choque fuese tacneño, más parece que fue oriundo de Ilabaya. Lo que sà se puede afirmar que nació hacia 1776. Debió pertenecer a la condición de indÃgenas no tributarios o considerado en ese breve estrato, más cultural que racial, de los âcholosâ que trabajaban en el campo arrendando pequeñas parcelas, trabajándolas con tesón, o desarrollando alguna actividad urbana como el comercio, el transporte o la artesanÃa. De haber sido, Choque, un indio tributario, al momento de sepultarlo, el acta de entierro habrÃa sido incluida en los libros parroquiales reservados a los ânaturalesâ o âindÃgenasâ. El 6 de julio de 1810 Manuel Choque era peón, o quizás arrendatario, de âun pedazo de tierras nombrado La Era, situado en el rÃo salado del valle de Ilabaya de propiedad del doctor don José Antonio Aldana, vecino de Ilabayaâ. En la indicada fecha se la dio como parte de una deuda que le tenÃa a doña Ildefonsa RamÃrez. Al momento de la transacción âel terreno estaba cultivado de alfalfa a cargo del indio Manuel Choqueâ. No obstante, era letrado y se le tenÃan deferencias, aún por personas de cierta consideración, porque el 20 de abril de 1810 doña MarÃa Cáceres revoca un poder conferido a don Francisco de Paula Alayza y âlo sustituye en Manuel Choqueâ para el recojo y venta de su esclavo zambo llamado Juan Pablo. Era casado con MarÃa Vargas, de quien no se tiene otra información. Ella lo sobrevivió. Choque participó decididamente en el levantamiento del 20 de junio de 1811. Al parecer no tuvo descendencia. Falleció el 13 de febrero de 1816. Fue enterrado âde caridadâ, al dÃa siguiente. LOS COMPAÃEROS DE ZELA: COMANDANTE JOSà GIL DE HERRERA Y MONTES DE OCA Según apreciación de don Rómulo Cúneo Vidal, sobre el âcoman- dante Pedro José Gil de Herrera y Montes de Oca cabe decir que representó al elemento militar tacneño en la revolución de 1811â. Fue âel militar tacneño de alta graduación que intervino en la revolución de 1811, poniendo el ascendiente que le proporcionaban su grado y su condición de criollo sobre los elementos americanos de la guarnición de Tacnaâ. El influjo e importancia que don Pedro José Gil de Herrera tuvo en la preparación y ejecución del gran movimiento de Tacna de 1811, lo demuestran âel haber sido excluido del indulto que favoreció a la mayor 158 parte de los comprometidos en aquella aventura, y el haber sido sentenciado a muerte, en rebeldÃaâ. Pedro José, nacido en 1751, fue hijo legÃtimo de don Estanislao Gil de Herrera y doña MarÃa Montes de Oca, tacneños, pertenecientes a dos tradicionales familias de Tacna. Dice Cúneo que abrazó âdesde temprano la carrera de las armasâ, alcanzando al momento de casarse, en 1782, el grado militar de âayudante mayor de InfanterÃa españolaâ de Tacna. Dice Rómulo Cúneo que don âPedro José Gil fue casado con doña Petronila de Alcántara Valderrama, hija del capitán don Pedro José de Valderrama y de doña Francisca Javiera de Palzaâ. El matrimonio se realizó en Tacna el 8 de setiembre de 1782. Añade Cúneo que ésta, dicha âdoña Petronila fue madre, no sabemos en que grado de legitimidad, del conspirador José Gómez, el cual, nació en 1782, que fue el año en que don Pedro José Gil casó con su madre, sin que en la respectiva partida matrimonial se diga haber sido ella viuda de un primer marido de apellido Gómezâ. Para llegar, finalmente, a una emocionante conclusión. Pocas veces, dice Cúneo, âse habrá dado el caso de un acuerdo más Ãntimo de ideas y voluntades que el que se vio entre aquellos dos hombres, Gil y Gómez, quienes, dados los resabios inevitables del corazón humano, debieron quizá, no quererseâ. Pero en el entorno de las patrióticas vibraciones del pueblo de Tacna, el padrastro y el âhijo allegadizo conspiraron por la libertad del Perú, lucharon tesoneramente por ver realizado tan santo ideal y fueron a la postre vencidos, ahorcado el uno, prófugo el otro en lejanas tierrasâ. Sentencia Cúneo que si âFrancisco Antonio de Zela fue el alma de la revolución de 1811, Pedro José Gil fue el brazo de la mismaâ; que Zela âfue el hombre del ideal; Gil era el organizador nato de las fuerzas de aquella revoluciónâ. Agrega que, fracasada âla revolución de Tacna, Pedro José Gil apeló a la fuga y, juntamente con Francisco de Paula Alayza y José Siles y Antequera, cuñado de Zela, provistos de veloces cabalgaduras ganaron el Alto Perú y el campamento de Belgrano (sic) (Cúneo, quiso decir, tal vez, Castelli, en esos momentos en fuga); quien lo acogió con simpatÃa y distinciónâ. 159 Dice Cúneo que cuando âocurrió el levantamiento de Paillardelle en 1813, Pedro José Gil, con el grado de coronel en las filas de Belgrano y José Gómez, so capa de mercader, fueron los agentes seguros, astutos e incansables de quienes se valió el general argentino para insurreccionar la costaâ. Cuando âel 4 de marzo de 1812 la Sala del Crimen de la Audiencia de Lima liquidó las causas seguidas a los enjuiciados por el levantamiento de 1811. El fallo fue de perdón para todos los rebeldes con las excepciones siguientes: Francisco Antonio de Zela y ArÃzaga, condenado a muerte; Pedro José Gil, condenado a la degradación y a la muerte y José Siles y Antequera, condenado a destierro perpetuoâ. Hay versiones que registran una breve prisión en Tacna, después de la cual viajó a Lima con su esposa, donde al parecer falleció de dolor después de haber avisado a su confesor, confiando en el secreto que garantiza ese sacramento, los planes subversivos de su hijo; delación que lo llevó al patÃbulo. Se indigna el ilustre investigador ariqueño por el hecho que la historia no habÃa dispensado hasta 1921, año que publicó su colosal obra, después de ciento diez años; âal teniente coronel tacneño don Pedro José Gil el galardón, hecho de recuerdo y gratitud a que lo hacen acreedor sus nobles esfuerzos por la libertad de su tierra natalâ. Reclamo que, a las puertas del segundo centenario del gran levantamiento de Tacna, sigue siendo una voz en el desierto y una demanda para una justa reparación. LOS COMPAÃEROS DE ZELA: JOSà FULGENCIO VALDÃS Y ROSPIGLIOSI Don José Fulgencio Valdés y Rospigliosi representó en el grupo de los comprometidos con el primer movimiento emancipatorio de Tacna, al sector más pudiente y aristocrático. Nació en Arica. Era hijo legÃtimo del Capitán don âNicolás Antonio Valdés Avalos, bautizado en Buenos Aires el 26 de Junio de 1734, hijo de don Francisco Valdés, natural del Reyno de Chile, y de doña Josefa Ãvalos y Mendozaâ, y âsu madre fue doña MarÃa Emerenciana Julia Rospigliosi de BustÃosâ, nacida âen Moquegua en 1742 donde, en 1773, también casó en segundas con el referido don Nicolás y dio poder para testar en 1783â, hija legÃtima de don âVictoriano Julio Rospigliosi Yáñez de Montenegro y doña MarÃa Inés de BustÃos Vélez de Córdovaâ. 160 Tuvo tres hermanos legÃtimos conocidos âllamados José Lucas Valdés Rospigliosi, casado con doña Bartola Coria, natural de Arica, con numerosa sucesión y doña MarÃa Mercedes Valdés Rospigliosiâ. Para acrecentar riqueza y poder contrajo matrimonio con una dama de gran fortuna, âdoña Petronila Yáñez de Montenegro, del mismo lugarâ, es decir de Arica, hija del terrateniente de Locumba y Sama, don Francisco Yáñez de Montenegro y Yáñez de Montenegro y doña MarÃa Vélez de Córdova. El 30 de octubre de 1812 vende a favor de su cuñado âJosé Félix Yáñezâ, la acción y derecho que le corresponde a aquella en la viña de Locumba. Aunque por otras versiones aparece como sobrino del doctor don José Mariano de Vargas de quien heredó âun cuarto y solar ubicado en la calle frente a las Cajas Realesâ que vende el 27 de agosto de 1818; no se ha podido establecer filiación ni con éste ni con otras personas pertenecientes a familias moqueguanas mencionadas, como tÃos, tal es el caso de âdoña Antonia y doña MarÃa Pastora de Vargas y don Pedro Vicente Cornejoâ. La referida doña Antonia âera legÃtima mujer del capitán don Juan Marcos de Angulo, Regidor y Fiel Ejecutor de Moquegua y doña MarÃa Pastora lo era de don Bartolomé Maldonado, Receptor de Alcabalas, residente en Iloâ. Debió participar muy joven en el movimiento libertario de 1811 porque el 5 de marzo de 1819 don José Fulgencio Valdés era todavÃa âAlférez disciplinado del Partido de Aricaâ como apoderado de los mismos, hace otra venta de inmueble. TodavÃa el 22 de abril de 1820 recibe un poder âde don Tiburcio Baluarte, vecino de Moqueguaâ. Pasó finalmente a residir en Arica donde en 1821 arrendó una casa que acababa de construir don Feliciano Antonio Gómez âen 90 pesos anualesâ. Fue hijo de don José Fulgencio Valdés Rospigliosi y doña Petronila Yáñez de Montenegro y Vélez de Córdova don âJosé Rafael Valdez Yáñez de Montenegro, bautizado en Tacna en 1797, fue su padrino don P. Portocarreroâ. 161 LOS COMPAÃEROS DE ZELA: MANUEL ARGANDOÃA Dice Cúneo que el primer exponente de la familia de apellido Argandoña que se avecinó en Tacna fue âdon Juan de Argandoña, teniente de Milicias que casó en el año de 1740, en dicha ciudad de Tacna, con doña Manuela Oviedo natural de Aricaâ. Pero don Juan debió contraer segundas nupcias con doña Tomasa Bartola, criolla de Tarapacá. Del primer matrimonio tuvieron dos hijos José y MarÃa Argandoña Oviedo. Del segundo nacerÃa don Manuel Argandoña, nuestro biografiado. El referido José Argandoña y Oviedo, casó en Tacna el 8 de octubre de1766 con doña MarÃa del Rosario GodÃnes y Cuellar, natural de Tacna e hija legÃtima de MartÃn GodÃnez y MarÃa Cuellar. Fueron padres de Ana, Felipe, Isabel, Plácida, y nuestro biografiado Manuel Argandoña GodÃnez. Doña Ana Argandoña GodÃnez contrajo nupcias, el 16 de noviembre de 1799, con Marcos Espinoza; don Felipe, el 20 de febrero de 1808 con doña MarÃa Acevedo González; doña Isabel casó el 20 de agosto de 1808 con José Pimentel Bustamante; y doña Plácida, el 22 de setiembre de 1814 con Melchor Sarria BerrÃos. MarÃa Argandoña Oviedo, mestiza, contrajo matrimonio el 2 de mayo de 1771 con Blas Figueroa, natural de Mojos del Tucumán, residente en Tacna desde su tierna edad e hijo natural de Benancia Figueroa.Don âManuel Argandoñaâ, nació en Tarapacá en 1759. Se avecinó en Tacna donde participó en la insurrección de 1811. Falleció el 4 de agosto de 1834. Al parecer no habÃa casado ni tenido hijos. Su precaria situación se evidencia porque fue enterrado de caridad. LOS COMPAÃEROS DE ZELA: JUAN JULIO ROSPIGLIOSI Aunque la familia Rospigliosi es extensa y antigua en la región, de don Juan Julio Rospigliosi se tienen muy pocas referencias. El hecho de poseer el segundo nombre, Julio, que caracteriza a los varones de la rama principal, convierte a Juan Julio Rospigliosi en uno de los descendientes directos del fundador don âPedro Julio Rospigliosi, natural de Pistoia, hermano del PontÃfice Clemente IX. Don Pedro casó con Bárbara de Candia, hija de Juan Andrés de CandÃa, conquistador muerto en la batalla de Chumbivilcas, y de Francisca SpÃnola, hija a su vez del conquistador don Francisco SpÃnola y de doña Urraca Serranoâ. Aunque existen muchos Rospigliosi llamados Juan; sólo se ha podido descubrir uno cuyo ciclo vital se enmarca entre los años 1750, para los que eran maduros en 1811, y 1850 para los que tenÃan 20 años el año de la Insurrección. Este Juan Julio Rospigliosi contrajo matrimonio con Josefa Vargas y fueron padres de Manuel Julio Rospigliosi Vargas, bautizado en Tacna el 20 de enero de 1793. 162 LOS COMPAÃEROS DE ZELA: DON RAMON COPAJA Don Ramón Copaja habÃa comenzado a ejercer el cargo de Cacique de Tarata sólo meses antes del movimiento de Tacna de 1811. Recién el 17 de marzo de 1810, figurando todavÃa como vecino del pueblo de Tarata, inicia trámites para lograr el cacicazgo de esa doctrina, como nieto legÃtimo del que obtuvo estos mismos empleos, don Lorenzo Copaja y Ninaja. Aun sin manejar la vara cacical, don Ramón era un reconocido vecino de Tarata que habÃa hecho fortuna gracias al arrieraje. Hacia 1794 vivÃa en una casona ubicada en âla calle que sube al cerro que llaman Santa Bárbaraâ desde la plaza del pueblo; teniendo como lindero inferior la casa Parroquial. Pero, desde años antes de tomar asiento en la tiana o trono cacical, entre el anciano Copaja y el Balanzario Zela, habÃa una honda amistad; tanta que, en octubre de 1805, sin ostentar cargo alguno fue escogido padrino de bautismo de una hija de Zela llamada Rosario. Como esta falleciese párvula, el Balanzario le reiteró su estima y lo hizo padrino de su último hijo, Lucas Miguel, nacido el 10 de octubre de 1810 y bautizado siete dÃas después. Por eso concluye Cúneo que ese âgrado de afinidad, muy respetado entre indÃgenas y criollos, fue causa de que las repetidas visitas del cacique tarateño al compadre limeño pasasen inadvertidas para las autoridades realistasâ. Por esa razón se puede asegurar que Zela tenÃa en Copaja un aliado incondicional en la localidad serrana de San Benedicto de Tarata. Se señala que en 1810 Copaja acababa de oficializar su mandato como Cacique de Tarata; pero, a la sazón ya era un hombre de edad muy avanzada y su mujer también era de mayor edad incapaz de darle un sucesor para el cacicazgo. Don Ramón no tuvo sucesión ni descendencia alguna. Que la explosión revolucionaria de Tacna se preparó con mucha anticipación se puede deducir de lo que dice una carta del Párroco de Tarata, Lorenzo de Barrios a su Obispo, sobre como desde mucho antes de la rebelión se habÃan âestado carteando reservadamente el caciqueâ Copaja y su compadre Zela. Según Cúneo, en el levantamiento de Tacna de 1811, fue âel activo emisario entre los argentinos acampados en el Alto Perú y los patriotas tacneños y el agente activo y seguro de que se valieron Zela y Castelli en 163 aquellos dÃas saturados de expectación patrióticaâ; lo que le valió por este autor el tÃtulo de El Olaya tacneño. En la etapa preparatoria del movimiento, detallada en el breve proceso que se siguió a Zela, en octubre de 1810, por una comunicación sospechosa que tuvo con Ignacio de Oviedo, estanquillero de la renta de tabacos en Arica, donde le manifiesta que le remitÃa unas especies que, por la forma criptográfica con que se enumeran, parece que correspondÃan, a pertrechos de guerra. Le preocupa a Cúneo, como quizás le intrigó al Comandante de la plaza de Arica ¿qué hacÃa de mensajero don Ramón Copaja, a treinta leguas de su jurisdicción, metido en cosas que no correspondÃan a su función? No acierta Cúneo cuando escribe que el âcacique de Tarata y Putina asistió a la reunión de la noche del 20 de junio de 1811, de la que salió armada de punta en blanco la primera revolución tacneñaâ. Reproduciendo lo que expresa José Belisario Gómez, en su Coloniaje, refiriéndose a aquel episodio, hace asistir a esa reunión a un ciudadano Capisca. âPodemos afirmar, por parte nuestra dice Cúneo que en aquella cita del patriotismo tacneño no hubo tal Capisca sino Ramón Copaja, cacique de Tarata y Putina, prócer de la independencia peruanaâ. Pero, como ya lo señalamos, no concurrió porque existen cartas enviadas por Zela a Tarata teniendo por destinatario a Copaja, y porque el pseudónimo de Capisca se aclara cuando en la rebelión de Paillardelle figura un José Morales, alias el Capisca. Sin embargo su obra de convencimiento fue tal que el cura de Tarata vivÃa aterrado de la forma como habÃan cundido las ideas revolucionarias en su parroquia. Cuando se normalizó la vida cÃvica en esa doctrina, el cura Barrios logró se destituya a Copaja haciéndolo reemplazar por un Juan Ara. Pero, felizmente, después de muchas batallas, recuperó la tiana cacical. Seguramente, sintiendo próxima la muerte y tratando de evitar lo ocurrido a los Ticona que, por no tener sucesión masculina, truncaron su âdinastÃaâ; Copaja pidió se designe para sucederlo a un familiar colateral por no tener hijos, ni esperar sucesión legÃtima por la avanzada edad de su mujer. Por esa razón solicitaba se declaren por sucesores a los hijos de su sobrina doña Josefa Copaja, mujer legÃtima del actual Alcalde Mayor, don Manuel Valdivia, hija legÃtima de su finado hermano, don Lorenzo Copaja. 164 LOS COMPAÃEROS DE ZELA: FRANCISCO MARINO En Tacna existieron hacia fines del siglo XVIII y todo el XIX y el XX dos apellidos que se suelen confundir: MarÃn y Marino. El âFrancisco MarÃnâ de la relación de los acompañantes de Zela que presenta Cúneo es precisamente Francisco Marino. Los Marino, propietarios del famoso âTambo Marinoâ ubicado en la cuadra octava del jirón âZelaâ. El primero, de los de esta familia, registrado, fue Juan Marino que casó con Josefa Santana. Sólo se les conoce un hijo llamado Ignacio Marino Santana que nació hacia 1760. Contrajo matrimonio en dos oportunidades. Primero, en 1785, con doña Catalina Palza y Gil de Herrera; hija de MatÃas Palza RodrÃguez e Ilaria Gil de Herrera. Posteriormente, casó en fecha que se desconoce con MarÃa BerrÃos Pizarro, hija de Jerónima BerrÃos. Don Ignacio falleció, âde 93 añosâ, el 4 de junio de 1853. Del primer matrimonio nacieron Francisco Marino Palza, que es el comprometido con el movimiento de Zela y Juan Marino Palza que fue bautizado el 29 de diciembre de 1792. Del segundo matrimonio fueron hijos Casimiro y Eugenio Marino BerrÃos. Don Francisco Marino Palza, contrajo matrimonio con doña Josefa Valderrama y Gil de Herrera, hija de Pedro Valderrama y Gregoria Gil. TodavÃa el 10 de mayo de 1821 sepultan a un hijo, llamado âMiguel de 5 años de edadâ. LOS COMPAÃEROS DE ZELA: JOSà MANUEL ARA Los Ara figuran entre los vecinos de Tacna que ocuparon los primeros puestos en la gran rebelión. No sólo el Cacique don Toribio y su hijo José Rosa Ara, de quienes se ha escrito mucho, sino otros Ara, como José Manuel o Fulgencio, de quienes poco o nada se conoce. Para entender la filiciación es preciso comenzar en el setecientos, se sabe que el Cacique doctor Carlos Ara y Ticona estudió âleyes en la Universidad de San Javier de Chuquisaca, donde obtuvo el tÃtulo de Licenciado en Derechoâ. Nació el 3 de diciembre de 1724 y murió el 10 de enero de 1784. Casó en dos oportunidades. La primera fue el 15 de octubre de 1751, con doña Josefa Cáceres Montanchez. Tuvo cuatro hijos: el doctor don Cipriano, doña MarÃa, que murió soltera; el doctor don Santiago y don José Toribio Ara y Cáceres. En el segundo matrimonio, ocurrido el 9 de diciembre de 1762, fue con doña Pascuala Sánchez y Suárez, âhija legÃtima de don José Sánchez y doña Pastora Suárezâ, tuvo a don Manuel, MarÃa, Luciano y José Ara y Sánchez. El primogénito de don Carlos de Ara, y a quien correspondÃa la vara cacical, era el doctor don Santiago de Ara. Dice Cúneo que, como âsu 165 padre, cursó leyes en la Universidad de San Javier de Chuquisaca y se recibió de abogado en esa Real Audiencia. Casó con doña Paula Gómez, natural de Chuquisaca, en la que no tuvo sucesión. Viudo, volvió a casarse en el año de 1790 con doña Ana Sánchez, natural de Tacna. Tampoco tuvo sucesion en este matrimonio. Falleció el 4 de junio de 1792â. Refiere Cúneo que el âgobierno cacical de don Santiago debe haber transcurrido lleno de dificultades y contrariedades, pues su testamento, extendido en 1792 ante el gobernador don Tomás de Menocal, a falta de notario, dice asà en una de las cláusulas: Ruego a Dios que mi hermano Toribio disfrute el cargo de cacique en que me sucede, con todo sosiego y no con las tropelÃas y disgustos que yo he pasado desde el dÃa en que empuñé el bastónâ. Al morir don Santiago sin sucesión, la tiana cacical le correspondÃa al único hermano sobreviviente que era don Toribio. En el âDiccionarioâ de don Rómulo Cúneo se registra que don âJosé Toribio de Ara, segundo hijo de don Carlos de Ara y doña Josefa Cáceres, asumió el cacicazgo en 1792â. Tomó parte activa y en el levantamiento de Tacna del año 1811, promovido por el prócer Francisco Antonio de Zela y ArÃzaga. Fue ânombrado coronel del Batallón de Naturales creado para sostén de aquel movimiento separatista. Tanto él como toda su familia abrazan con fervor el partido de la Patria. Cuando en 1820 San MartÃn envÃo desde Chile a algunos emisarios secretos para que informasen sobre la situación en que se encontraba la población peruana respecto de la idea de emanciparse de España; uno de ellos, Landa y Vizcarra, informó desde Tacna que el âGobernador y Cacique del pueblo don Toribio Ara era un patriota decidido, con influjo, casado, con bastante familia y con más de regular fortunaâ. Don Toribio, nacido hacia 1747, tenÃa al momento de la rebelión la respetable edad de 64 años. Casó, en 1777 con âdoña MarÃa de la Trinidad Roblesâ; pero tuvo antes de casarse dos hijos con Melchora Yáñez Ortiz y una última con Vicencia Sánchez. Hijos del matrimonio fueron José Rosa; Manuela; Antonia y Toribia Ara y Robles. Hijos naturales: doña Segunda y José Manuel Ara y Yáñez, de una madre y doña Tomasa Ara Sánchez, de la otra. Doña Segunda Ara y Yáñez casó el 11 de febrero de 1804 con el escribano don José Gregorio de Céspedes e Infantas. Por decreto dictado por el Libertador BolÃvar, el 4 de julio de 1825, fue suprimida la institución cacical en el Perú, como don José Toribio de Ara, falleció el 22 de marzo de 1831, fue el último Cacique de Tacna. DecÃa el decreto que en âel futuro los caciques deberÃan ser tratados por las autoridades de la República como ciudadanos dignos de toda consideración, pero sin reconocerles ninguna autoridadâ. 166 Acota Cúneo que tal âcambio tan brusco, que extinguÃa una institución cuyo origen venÃa desde los tiempos del Incanato, no podÃa hacer variar en los fieles indios su amor y devoción, asà como su acatamiento a sus gobernadores naturales, a quienes continuaron reconociéndolos como a tales, aunque fuere simbólicamenteâ. Don José Manuel Ara y Yáñez, al parecer uno de los que figuran en primera lÃnea en la rebelión de 1811; casó de edad madura el 12 de noviembre de 1823 con doña Teodora Céspedes y Vargas, hija natural de Pedro Céspedes y de doña Isidora Vargas. A veces aparece mencionado sólo como José Manuel Yáñez. No hay más referencias biográficas. Hubo también un Manuel a secas. Fue don Manuel Ara Sánchez, medio hermano de José Toribio, que casó el 2 de mayo de 1793 âcon doña Josefa Campusano Suárezâ, nacida en Arica, fallecidos antes de 1829. Doña Josefa era hija legÃtima de Mariano Campusano y de LucÃa Suárez Lucuis (5); ambos vecinos de Arica. LOS COMPAÃEROS DE ZELA: JOSà ROSA ARA El único hijo varón legÃtimo del cacique don Toribio fue José de la Rosa Ara y Robles, nacido en 1778. TenÃa 33 años cuando participó de la gesta de 1811. Casó, primero, el 31 de enero de 1818, âcon doña Tomasa Churruca y Salazar, natural y vecina de Tacna, hija legÃtima de don Tomás Churruca y Fernández de Córdova y de doña Josefa Salazarâ y Rospigliosi y, posteriormente, el 2 de septiembre de 1840, con doña Antonia Churruca. Dice Cúneo que don José Rosa Ara y Robles, hijo primogénito y heredero del Cacicazgo de Tacna; es el prócer tacneño que más se distingue en la gl oriosa acción en que se da el primer grito de la independencia nacional. Es él quien primero desnuda su acero y se enfrenta a las tropas realistas. Seguido por sus fieles indios se apodera de primera intención del Cuartel de la CaballerÃa, hecho lo cual, Francisco Antonio de Zela opera (5)De esta rama descienden los ilustres tacneños doctores José y Arturo Jiménez Borja; hijos de don José Esteban Jiménez y Ara, nietos de doña Dolores Ara y Robles y bisnietos de don Manuel Ara Campusano, que fue uno de los hijos del referido don Manuel Ara Sánchez 167 contra el Cuartel de la InfanterÃa, culminando asà el golpe de la revolución tacneñaâ. Precisamente el emisario Landa y Vizcarra cuando se refiere a don José Rosa Ara dice que es âhijo del anterior y su heredero en el cacicazgo de Tacnaâ dice, refiriéndose a don José Toribio, a quien a descrito en el párrafo anterior. Puntualiza, además que dicho don José Rosa actuó âen 1811 en connivencia con Zela, y en 1813 en connivencia con Paillardelle y Calderón de la Barca. Casado y con familiaâ. Eran hermanas enteras de don José Rosa e hijas del Cacique don José Toribio y de doña MarÃa Trinidad: âdoña Manuela Ara y Robles, natural de Tacnaâ que contrajo matrimonio, el 25 de febrero de 1830, con don Manuel MarÃa Forero y Segura, natural de Bogota, en la Gran Colombia y vecino de Tacna desde 1828; âhijo legÃtimo de don Ignacio Forero y de doña Sebastiana Seguraâ. Doña Antonia Ara y Robles, que casó el 30 de abril de 1830 âcon el Señor Teniente Coronel don José Cruz Fernández, natural de Puerto Rico, hijo legÃtimo de don Francisco Fernández y doña MarÃa Victoria Gonzálezâ y, finalmente, doña Toribia Ara y Robles que casó con el prócer Manuel Calderón de la Barca. Por su parte don José Rosa Ara y Robles en el primer matrimonio con doña Tomasa fueron padres de Carmen, MarÃa de los Santos, Manuela y Feliciana Ara y Churruca. Doña Carmen Ara y Churruca, nacida en 1811, precisamente el año de la rebelión, pero por las circunstancias que vivió Tacna sólo pudo bautizarse en 1818; contrajo matrimonio el 1 de julio de 1828 con don Lucas Vargas y Arguedas, hijo legÃtimo de don Cipriano de Vargas y Arguedas y de doña Apolonia Osorio y Yáñez de Montenegro. Fueron padres legÃtimos de doña Rosaura, doña Delmira y doña Rosa Vargas y Ara. Doña Rosaura, nació hacia 1829 y contrajo matrimonio en dos oportunidades, primero con don Mariano Antonio Sierra, y viuda ya, casó con el británico don Enrique Blaxton Harrison, con sucesión que fue tronco de los apellidos Vargas Ara, Harrison Vargas y Cúneo Harrison del Perú y Bolivia. Doña Delmira que nació en 1835, casó, el 25 de mayo de 1835, con el inglés don John Davis Campbell, dueño de los grandes yacimientos salitreros de Agua Santa y Tocopilla en Tarapacá. Tronco de los apellidos ingleses: Campbell, Haig, Dunsford, Price y Hoyle. 168 EL PRÃCER JOSà DE LA ROSA ARA Y ROBLES. 169 Doña Rosa nació en 1836 contrajo matrimonio con el germano don Alejo de Visscher Gaensbeck. El matrimonio Ara Churruca sólo durarÃa diez años. Doña MarÃa de los Santos Ara y Churruca que casó el 7 de marzo de 1839 con el viudo de su hermana Carmen, don Lucas Vargas y Osorio, natural de Tacna, âhijo legÃtimo de don Cipriano Vargas y la finada doña Apolonia Osorioâ. De aquà surgen las ramas que ostentan los apellidos Abell, Jones y Visscher von Gaesbeck, de Inglaterra, Alemania y Chile y Valverde de Bolivia. El matrimonio Vargas y Ara tuvieron como hijos a doña Emilia, don Lucas BenjamÃn y Apolonia. Doña Emilia Vargas y Ara, nacida en 1739 casó con el británico don Godofredo Abell, natural de Londres. Don Lucas BenjamÃn Vargas y Ara casó con doña Juana Corrales. Finalmente, doña Apolonia Vargas y Ara se desposó con don Macedonio Valverde Pacheco; natural de la República de Bolivia, hijo de don Juan Valverde y doña Juana Pacheco. Doña Manuela Ara y Churruca, nació en Tacna en 1717, casó, el 17 de agosto de 1837, con el doctor don Felipe Osorio Pomareda, natural de Moquegua e âhijo legÃtimo de don Ramón de Osorio y Yáñez de Montenegro y de la finada doña Manuela Pomaredaâ y Vargas. Tuvieron dos hijas llamadas doña Deidamia y doña Adelaida Osorio y Ara. Doña Deidamia Osorio y Ara contrajo matrimonio con su tÃo don Emilio Forero y Ara, notable abogado y polÃtico, dueño de la hacienda âParaâ. Doña Adelaida Osorio y Ara contrajo matrimonio con Alberto Freudenhammer. Finalmente, doña Feliciana Ara y Churruca, nacida en 1813, fue también bautizada en 1818. Tuvo una hija natural llamada doña Amelia Lloveras y Ara. 170 SENTENCIA DE ZELA Las causas seguidas contra los insurrectos de Tacna vistas por la Sala de lo Criminal de la Audiencia de Lima demoraron tres años para dictar sentencia. En el interin muchos de los comprometidos habÃan conseguido su libertad quedando arrestado y juzgado por lo evidente de su responsabilidad como principal conductor. Cúneo cree que el âmotivo de tal postergación consistió, indudablemente, en las influencias puestas en juego por los deudos de Zelaâ. El virrey Abascal clamaba por la rápida terminación del proceso y trasmitÃa sus quejas a la corte de España. Fue el dinero del presbÃtero don Juan Manuel de Zela y Arizaga, y el de don Julián GarcÃa Monterroso, hermano y sobrino polÃtico del sentenciado, como marido de doña MarÃa Eugenia de Urrutia y Zela, hija de la hermana mayor, lo que influyó en la revocación de aquel fallo vengador. De GarcÃa se dijo que donó a la Corona âla suma de veinte mil pesos para obtener la conmutación de la pena de muerte impuesta a Zela, por la de destierro perpetuoâ. Finalmente, el â11 de octubre de 1814, se pronunció sentencia de vista por los señores de la Real Sala del Crimen, por la que condenaron a este reo a diez años de destierro en el Presidio del del Morro de La Habana, para que sirva en las obras de Su Majestad y públicas, a ración y sin sueldo, cumplidos los cuales no pueda volver al reino del Perú, pena de la vida; cuya sentencia de vista, por otra pronunciada en grado de revista, a 19 de abril de 1815, se confirmó, con la calidad de que los diez años se entienden en el presidio de Chagres y no en el Morro de La Habana. En la causa criminal que de oficio se ha seguido contra el indicado Zela de Nayra y otros correos (¿? Corresponsables) por el levantamiento de la noche del 20 de junio de 1811 se verificó en la villa de Tacnaâ. El 28 de marzo de 1815 Zela fue embarcado finalmente en el Callao, rigurosamente custodiado, rumbo a la prisión que serÃa también su tumba: el presidio de Chagres. 171 Los esteros y bahÃa de Chagres (Fondo izquierda el castillo-prisión) Vista del castillo-prisión desde el poblado de Posada de las Cruces Vista, desde la playa, del castillo-prisión de Chagres 172 ZELA EN CHAGRES Seiner es quien mejor ha investigado esta última etapa en la vida del prócer, aportando datos sobre los afanes de su hermano, el cura Juan Miguel, para cambiarle la pena, por otra más benigna. Ãstos no prosperaron. Llegó Zela a esa prisión panameña en 1815, âcon cuarenta y siete años a cuestas, su salud seriamente quebrantada y en compañÃa de su sexto hijo José Manuelâ. En esa prisión tropical, a los rigores del âclima se sumaron las propias limitaciones que le imponÃa su condición de reo: el portar cadenas, alimentación insuficiente y la presumible insalubridad de su celda. A los dolores del cuerpo, debió agregar los dolores del alma, José Manuel, su hijo, niño de alrededor de 12 años, sucumbió rápidamente a los embates del clima istmeño. Como intuÃa un autor âmatáronle el clima del istmo y la falta de libertad, de movimiento, de luz y de alegrÃa, sin los cuales no se concibe la edad venturosa de la niñezâ. Debió morir probablemente en 1817, dos años después de haber llegado a Chagres según lo anotado por Cúneo, que afirmaba que el niño fue sepultado en el cementerio de la Posada de las Cruces, villorrio situado cerca al presidioâ. Seiner registra que durante âel tiempo que permaneció recluido, tampoco dejó Zela de enviar comunicaciones a su esposa. Desde el momento mismo en que se disponÃa a partir (...), hacia 1815, escribió Zela tres cartas a su esposa MarÃa Natividad. En una de ellas, le solicitaba acceder al pedido de ser acompañado por su hijo José Manuel, pedido del que no pudo sustraerse la madre, quien desde ese momento agregaba una angustia más a su ya largamente atribulado corazón. Confinado ya en el presidio, se sabe que Francisco Antonio redactó y envió, a comienzos de 1821, dos misivas dirigidas a su esposa, aunque cuesta bastante creer que solamente después de transcurridos seis años de encierro recién se animase a escribir cartas. Su inquietud por la situación de sus hijos, su descripción quizás moderada del presidio para no ahondar las angustias de su esposa, justifican sobradamente la existencia de cartas que hoy y muy probablemente en el futuro todavÃa desconozcamosâ. Las dos cartas, escritas a principios de 1821, cuando a MarÃa Natividad ya vivÃa en Ilabaya; están extraviadas. Prestadas por los hijos a un pretendido historiador boliviano, ni se publicaron, ni retornaron a la familia. Se ha conservado, no obstante, idea de su contenido. En la segunda trataba sobre âla contrarrevolución que algunos de sus compañeros tramaron contra él. En ella, se queja Francisco Antonio de cinco compañeros de conspiración a cuya tibieza achaca el fracaso del movimiento. Además, se lamenta del quebrantamiento de salud que lo redujo a la impotencia de seguir liderando a sus hombres y le impidió tomar bajo su control Arica, en donde pensaba sostenerse aún en la hipótesis que Castelli resultara vencido en Guaquiâ 173 ¿DEBIDO A QUà LA FAMILIA DE ZELA SE TRASPLANTà A SUELO ILABAYANO? Pinta Seiner, patéticamente, la situación de los Zela Siles. Perci- biendo el 50% del sueldo de Balanzario, vendida la casa de Tacna, las cartas, âa principios de 1821, encontraron a MarÃa Natividad viviendo en el pueblo de Ilabayaâ. La pregunta formulada en el tÃtulo de este capÃtulo es una interrogante que muchos se hicieron y se hacen, incluso sus descendientes. Preocupa reconocer que, todavÃa hoy, con carreteras y vehÃculos motorizados, Ilabaya, la capital del distrito del mismo nombre, nos parece muy distante, remota, inalcanzable y casi legendaria. Inquieta comprobar como una familia de funcionarios, necesariamente urbanos, como los Zela, secularmente arraigada al pueblo de Tacna, como los Siles; escogiesen a la entonces lejana Ilabaya, como su nuevo y definitivo asiento. Aunque los Siles tenÃan grandes intereses en la hacienda de Cinto, que habÃa sido de su propiedad, y, que una hija de don Francisco Antonio de Zela, llamada doña MarÃa Flora de Zela y Siles, casase con un poderoso señor de Ilabaya, don Pedro Antonio Julio Ropigliosi; la vinculación viene de tiempo antiguo. Parece que todo se remonta a la amistad que debió existir entre don Alberto de Zela y Neyra y los Vizcardo, vecinos y propietarios de primera, en el valle de Majes, jurisdicción de Arequipa. Don Alberto, ensayador en la callana de Cailloma, escaparÃa, de vez en cuando, de los frÃos glaciales de la mina y pasarÃa al valle más inmediato, para disfrutar en los plácidos vergeles de Pampacolca, Viraco, Machaguay, Corire o Aplao para disfrutar de su buen temple, su fruta y sus bien reputados licores. Allà conocerÃa a la familia Vizcardo de Pampacolca, a cuya ilustre cepa pertenecerÃa, precisamente, el jesuita expulsado en 1768 y autor de una carta de denuncia contra la tiranÃa de España en el Nuevo Mundo y considerado uno de los precursores de la independencia nacional. El 30 de junio de 1789 se extiendió una escritura de arrendamiento de la hacienda âEl Cairoâ, de la comprensión de Ilabaya, que hace don Alberto de Zela y Neyra, como apoderado de âmi Señora doña MarÃa Gregoria Vizcardoâ, propietaria de la misma. 174 LA MUERTE DE ZELA: DE LO HISTÃRICO A LO LEGENDARIO Aunque se ha sostenido, quizás alegóricamente por Cúneo que el prócer cerró sus ojos en las tórridas selvas de Chagres el mismo 28 de julio de 1821 cuando la luz de la libertad iluminaba el suelo peruano. Seiner ha revisado todas las fechas que se han propuesto a través del tiempo. Asà âCorbacho entendÃa ser 1817 aunque después coincidió con AnÃbal Gálvez en ubicada en 1818; Mendiburu, GarcÃa Rosell, Montani y Lavalle reconocieron haberse producido en 1819. El único que dio a entender el año de 1820 fue Luis A. Eguiguren, a pesar de haber planteado en obra anterior el año de 1819. En 1911, Juan Bautista de Lavalle, encargado por la Comisión Centenario de Zela de redactar, con carácter de difusión, una versión compendiada de la vida del prócer y pormenores de la insurrección de 1811, señalaba al respecto: "créese que murió el año 1819 en vista del parte del gobernador de Chagres en que da cuenta de la muerte de Zela y que es de 1820". La sufrida y abnegada viuda de Zela, en un petitorio al Supremo Gobierno, el año 1837, manifiesta que âhasta poco antes de Ayacucho en que tuvieron noticia cierta del fallecimiento del confinadoâ. Concluye Seiner que todo ello âconduce a establecer como fecha de fallecimiento 1819 o quizás 1820, si consideramos la posibilidad de haberse redactado en los meses finales de este añoâ. DESCENDENCIA DE DON FRANCISCO ANTONIO DE ZELA De los nueve hijos de don Francisco Antonio de Zela y Arizaga y de doña MarÃa Natividad Siles de Antequera, mencionados; sólo llegaron a la mayorÃa de edad y tuvieron sucesión: MarÃa Flora, Emerenciana, José Buenaventura, José Santos y Lucas Miguel de Zela y Siles. MarÃa Manuela, José Santiago y MarÃa del Rosario de Zela y Siles, bautizados en 1799, 1800 y 1807, respectivamente, fallecieron de tierna edad. Finalmente el pequeño José Manuel que cuando tenÃa sólo nueve años de edad, acompañó a su padre al destierro y prisión en Chagres donde falleció de 11 años de edad (6). MarÃa Flora de Zela y Siles casó con don Pedro Antonio Julio Rospigliosi, hijo legÃtimo del Teniente Coronel Bartolomé Julio Rospigliosi y 6 Desde 1921 no se actualizaba el linaje de don Francisco Antonio de Zela. Con toda seguridad el que esbozamos en el presente capÃtulo debe tener muchas omisiones involuntarias, seguramente numerosos errores, pero pretende iniciar una tarea que deberá estar concluida en el 2011 año en que recordaremos solemnemente el bicentenario del grito libertario de Zela en Tacna. Agradezco a la Señora Lida Olivares de Burns por su invalorable apoyo en esta difÃcil tarea. 175 AlbarracÃn y de Eugenia de la Flor y Vértiz; y fueron padres de Antonio, Angel, Mariano, Federico y Eugenia Rospigliosi y de Zela. Sólo tuvieron sucesión Angel y Eugenia Rospigliosi de Zela. Aquél casó con Urbana Nieto y Vértiz; y ésta contrajo matrimonio con Juan Siles Infantas. Los primeros fueron padres de Manuel Antonio, Carmen, Delfina, Amelia y Juan de Dios Julio Rospigliosi y Nieto. Sólo Manuel Antonio Rospigliosi Nieto tomó estado al desposarse con Matilde Arbelo y Correa, los demás murieron solteros. Los segundos fueron padres de Juan y Manuela Siles Rospigliosi, gemelos; de Mercedes, MarÃa, Gerardo, Pedro y Alcira Siles Rospigliosi. Sólo ésta última, contrajo matrimonio. Los demás hermanos murieron sin sucesión. Alcira Siles Infantas Rospigliosi casó con Elesbán Fernández Prada y procrearon a Angela, Flora y Eduardo Fernández Prada y Siles Infantas. La descendencia de Emerenciana de Zela y Siles es más copiosa. Casó con el ilabayano Luis Sánchez y fueron padres de Manuel de la Cruz, Angela, Pedro y Eusebia Sánchez Zela. Eusebia murió sin sucesión. Fueron hijos de Manuel de la Cruz Sánchez de Zela los siguientes: Arturo, Etelvina, Manuel y Pablo Sánchez de Zela. Sólo Etelvina tuvo sucesión porque procreó una hija legÃtima llamada Etelvina Llosa y Sánchez. Doña Angela Sánchez de Zela fue casada con don Manuel Isaac Yánez Fernández Cornejo, hijo legÃtimo de don José FermÃn Yánez y de doña Paula Fernández Cornejo. Tuvieron los siguientes hijos legÃtimos: Emerenciana, Paula, Lastenia y José F. Yáñez y Sánchez. Paula y José F, murieron sin dejar descendencia. Emerenciana Yáñez y Sánchez contrajo matrimonio con don Mariano Cornejo y fueron padres legÃtimos de Angela y Paula Cornejo Yáñez, que fallecieron sin sucesión. Lastenia Yáñez y Sánchez que se desposó en 1859 con don Neptalà Nieto Cornejo y fueron padres legÃtimos de Neptalà y Blanca Nieto Yáñez. Don Neptalà Nieto Yáñez fue padre de don VÃctor, Genaro, Jesús y Lastenia Nieto y Lévano. Don VÃctor Nieto Lévano contrajo matrimonio con doña MarÃa Becerra y fueron padres de Federico, César, VÃctor, Hidia y MarÃa y Javier Nieto Becerra; con sucesión de apellidos Nieto Rossi, Nieto Vega, Nieto Portales, Nieto Mazuelos y Velarde Nieto. Don Genero Nieto Lévano fue padre de Rosa, Nora, Carlos, Fernando, Norma Nieto Juárez; con descendientes de apellidos Velarde Nieto y Nieto Ormeño. Don Jesús Nieto Lévano fue padre de Doris, Rosa, Jesús y Victoria Nieto Ordóñez que origina las familias de apellido Temoche Nieto, Pinto Temoche, Temoche Becerra, Ayala Nieto, Nieto Luna y Ortega Nieto. Finalmente, Lastenia Nieto Lévano que es madre Arvey, Juvenal, Rosa, Marina y José Juárez Nieto que forman, entre otros, las familias de apellidos Málaga Juárez y Juarez Gutiérrez. Doña Blanca Nieto Yáñez fue madre de Norberto y Julia Cerrato Nieto. Corresponde a esta rama don Alberto Alzamora Nieto, padre de 176 DelfÃn Alzamora Ordóñez. Don Norberto Cerrato Nieto fue padre de Norberto, Juan, Miguel Angel, Luis y Alberto Cerrato Tamayo. Norberto Cerrato Tamayo es padre de Priscila, Rodrigo y Antuane Cerrato Ramos. Juan Cerrato Tamayo es padre de Alessandro y Fernando Cerrato Velásquez. Miguel Angel Cerrato Tamayo es padre de Danika y Luiggi Cerrato Saavedra. Alberto Cerrato Tamayo es padre de Fabián Cerrato. Doña Julia Cerrato Nieto casó con don Alberto Valdez y fueron padres de Lourdes, Teresa y Carlos Valdez Cerrato. Lourdes y Teresa originan las familias Zapata Valdez y BolÃvar Valdez, respectivamente. Pedro Sánchez de Zela, en sus dos matrimonios fue padre de Isidoro, Corina y Luis Sánchez Zevallos y de Aurelio, Honorio y Ernestina Sánchez Herrera. Isidoro Sánchez Zevallos falleció sin sucesión. Corina casó con el doctor Artidoro Espejo Asturizaga. Luis Sánchez Zevallos fue padre legÃtimo de MarÃa Luisa, Emma y Luis Sánchez Picoaga. Emma Sánchez Picoaga casó con don Pastor Aguirre Morales y fueron padres de Luis Aguirre Sánchez, destacado periodista y de Elena Leticia Aguirre Sánchez. MarÃa Luisa casó con Arturo Aguirre Morales y fueron padres de Arturo, José Marcos, y Maria Luisa Aguirre Sánchez. MarÃa Luisa Aguirre Sánchez contrajo matrimonio con Helmer Sward y fueron padres de Helmer John Sward Aguirre, Anna Cristina Sward Aguirre e Inga Marianne Sward Aguirre. Celia Aguirre Sánchez casó con Gonzalo Calderón Torres, General del Ejército Peruano; padres de Eva Linda del Pilar, Gonzalo y Ana MarÃa Calderón Aguirre. José Marcos M. Aguirre Sánchez es padre de Mario, MarÃa Luisa, Marco Antonio, Rosario y Pilar Aguirre López. El doctor Aurelio Sánchez Herrera casó con doña Blanca Tregear y fueron padres del ingeniero Hernán y Hortensia Sánchez Tregear y de Carmen Luz Sánchez Tregear de Patriau. Honorio Sánchez Herrera fue padre legÃtimo de DarÃo y Teresa Irene Sánchez Quelopana. Ernestina Sánchez Herrera de Quelopana madre legÃtima de Dionisio Quelopana Sánchez y abuela de los distinguidos militares Chávez Quelopana. Lucas Miguel de Zela y Siles. Siguió la carrera militar hasta alcanzar el grado de Coronel. Sólo se sabe que casó con MarÃa Paz; pero se desconoce si tuvieron sucesión. 177 Josefa de Zela y Cornejo, hija de Buenaventura de Zela y Siles AntolÃn de Zela y Cornejo, hijo de Buenaventura de Zela Descendientes y familiares de Buenaventura de Zela y Siles, hijo de Francisco Antonio de Zela Matilde Vértiz esposa de AntolÃn de Zela y Cornejo, Esposa dMMae AntolÃn 178 José Buenaventura de Zela y Siles, que a veces figura como Vicente, nació y se bautizó en Tacna el 13 de julio de 1806. Pasó a residir con su madre y hermanos a Ilabaya en 1827. Fue casado en dos oportunidades, primero, con Rosa Sánchez, que falleció en 1839; y, segundo, en Ilabaya el 10 de julio de 1841 con Petronila Cornejo Vértiz, natural de Ilabaya hija legÃtima de José Cornejo Vértiz y Tomasa Vértiz Cornejo. Sólo hubo descendencia en el segundo matrimonio constituida por Martina, Segunda, Delmira, Josefa y AntolÃn (el primero), Francisco Antonio y MarÃa Adelaida de Zela y Cornejo. Todas las hijas y Francisco Antonio fallecieron sin sucesión; sólo AntolÃn tuvo numerosa descendencia. Don AntolÃn de Zela y Cornejo, nacido en 1878, contrajo matrimonio en Ilabaya el 20 de abril de 1871 con Matilde Vértiz y Nieto, nacida en ese distrito hija legÃtima de Pedro José Vertiz Cornejo y de Petronila Nieto y Vértiz. Fueron sus hijos: Petronila Deidamia, M. AntolÃn, Matilde Alina, Carmen Regina, Manuel Alejandro, Francisco Armando y Juan Luis de Zela y Vértiz. De Petronila Deidamia, Matilde Alina y Carmen Regina de Zela y Vértiz no existen referencias sobre su estado civil ni descendencia. M. AntolÃn (el segundo) de Zela y Vértiz nacido hacia 1878. Fue padre de MarÃa Luisa de Zela Vértiz, con numerosa y notable descendencia. El segundo compromiso de don AntolÃn fue con Raquel Vargas con quien casó en Ilabaya el 2 de agosto de 1908. Al parecer no tuvo sucesión. Viudo contrajo enlace con la dama de familias ilabayanas, doña Albina Hurtado. El matrimonio se realizó en Ilabaya el 9 de octubre de 1919. Fueron hijos de este matrimonio: Hugo, AntolÃn, Francisco, Carmen, Matilde y Nelson de Zela y Hurtado. De los hijos de don AntolÃn, doña MarÃa Luisa de Zela Vértiz, nacida en 1900 y fallecida en 1994, habÃa casado en 1915 con el capitán EP Ernesto Merino Rivera, representante a la constituyente de 1931. Falleció en 1967. Fueron sus hijos: MarÃa Luisa, fallecida de tierna edad; Elsa Lyda, Ethel Mildred, Dora, Lyllian Maud y Betsy Mabel Merino de Zela. MarÃa Luisa Merino de Zela, murió a poco de nacer en 1916 y Dora Merino de Zela, nacida en Cuzco, falleció de 18 años sin sucesión. La doctora en EtnologÃa Ethel Mildred Merino de Zela, nació en Lima el 7 de octubre de 1922 y falleció el 5 de diciembre de 2005. Fue directora de la Escuela de Música y Danzas Folklóricas y Fundadora del seminario de Folklore del Instituto Riva Agüero. Entre 1955 y 1957 residió en Tacna, tierra donde su ilustre antepasado dio el primer grito de libertad, como directora del Instituto Industrial. 179 Descendientes de Buenaventura de Zela y Siles Dr. Hugo de Zela Hurtado, biznieto de Buenaventura Francisco Armando de Zela y Vértiz, hijo de AntolÃn Juan Luis de ZelaRodrÃguez, Nieto de AntolÃn de Zela Luis Enrique de Zela y Loayza, hijo de Juan Luis Francisco Armando de Zela y esposa, Rosenda Nieto Elva de Zela y Nieto, hija de Francisco Armando de Zela MarÃa Luisa Muñoz de Zela, sobrina de Luis Enrique Marlene Cristina de Zela Cucho de Walters MarÃa de Zela y Cornejo, hija de Buenaventura 180 Lyllian Maud Merino de Zela nació en Lima. Experta en Turismo y aeronavegación comercial. Es soltera. Elsa Lyda Merino de Zela casó con Eduardo Molina Solis. Fueron padres de Elsa Luttie, Eduardo y Linda RocÃo Molina Merino. La primera, nació en 1949, casó con Jorge Lazarte Conroy y fueron padres de Eduardo, Rodrigo y Diego Lazarte Molina. Eduardo Molina Merino; es divorciado sin hijos y Linda RocÃo Molina Merino es soltera sin hijos. Finalmente, Betsy Mabel Merino de Zela, que nació en Lima el 9 de octubre de 1928, casó en Lima con José Luis Recavarren Castañeda, natural de Lima fallecido en enero de 1980. Son sus hijos: Betsy Herminia Luisa, José Alejandro Ernesto y Alberto Eduardo Reynaldo Recavarren Merino. José Alejandro Ernesto Recavarren Merino falleció soltero en 1986 y Alberto Eduardo Reynaldo Recavarren Merino es soltero. La señora Betsy Herminia Luisa Recavarren Merino de Zela, a quien el autor agradece, por haberle facilitado los datos familiares, contrajo matrimonio en 1990 con Willy Hermoza Samanez. Los hermanos de Zela Hurtado son de todos los descendiente del prócer Zela, los que han estado más vinculados a Tacna. El diplomático Hugo de Zela Hurtado ha sido fundador de la Asociación Departamental Tacna, más tarde fusionada con el antiguo club, presidente del Club Departamental Tacna en varias oportunidades. A su gestión corresponde la consecución del amplio local de la Avenida Salaverry y a la creación de la Asociación de Clubes Departamentales. Diputado electo en 1962. Es casado con Eva MartÃnez. Son padres de tres hijos Hugo, Francisco Antonio y Patricia. Su hijo Hugo Claudio de Zela y MartÃnez ha seguido la honrosa tradición diplomática de su padre. Es casado con MarÃa Eugenia Chioza. Otro hijo es Francisco Antonio de Zela MartÃnez, destacado cientÃfico casado con Isabel DÃaz. Patricia de Zela y MartÃnez es una exitosa empresaria El doctor AntolÃn de Zela Hurtado, distinguido médico, y Carmen de Zela y Hurtado, impulsora del Comité Femenino del Club Departamental Tacna y su presidenta, recientemente fallecidos. El recordado Francisco Antonio de Zela Hurtado, oficial de la FAP, muerto muy joven en un accidente aéreo. Matilde de Zela y Hurtado representó a Tacna en el certamen para elegir a la mujer más bella del Perú. Nelson de Zela y Hurtado, destacado ingeniero y empresario, es el descendiente de don Francisco Antonio de Zela que reproduce, con más fidelidad, los rasgos fisonómicos del Prócer. 181 Descendientes de Emerenciana de Zela y Siles Don Luis Sánchez y de Zela, hijo de Emerenciana de Zela Don Luis Sánchez, esposo de doña Emerenciana de Zela y Siles. Blanca Nieto Yáñez, hija de Lastenia Yáñez y Sánchez, nieta de Ãngela Sánchez de Zela y bisnieta de Emerenciana de Zela y Siles. Maria Luisa Sánchez Picoaga, nieta de Pedro Sánchez y De Zela y bisnieta de Emerenciana De Zela 182 Juan Luis de Zela Vértiz, se radicó en Lima. Contrajo matrimonio con MarÃa Luisa Sulfache RodrÃguez y fueron padres de Juan Luis de Zela RodrÃguez, nacido en Lima el 20 de mayo de 1924 casó con Luzmila Loayza Ortiz de Zela. Fueron padres de Luz Irene y Luis Enrique de Zela Loayza. Luz Irene de Zela y Loayza, nació el 22 de setiembre de 1951, contrajo matrimonio con Ãngel Lorenzo Muñoz Mayor. Fueron padres de RocÃo Irene, MarÃa Luisa y Miguel Ãngel Muñoz de Zela. RocÃo Irene Muñoz de Zela nació el 8 de junio de 1973, se desposó con Jaime Orlando Cueto Loayza. MarÃa Luisa Muñoz de Zela, nacida el 1º de febrero de 1975; a quien el autor agradece infinitamente por lo mucho que ha colaborado en desarrollar esta rama del fecundo árbol familiar de los Zela. Miguel Ãngel Muñoz de Zela, nacido el 13 de junio de 1979 casado con Ãngela Patricia Maravà Acosta. Luis Enrique de Zela y Loayza, nacido el 19 de febrero de 1962 y fallecido el 24 de enero de 2006. Casó con Dora Victoria DÃaz. Tuvo dos hijos: Luis Enrique y Marisol de Zela DÃaz, nacidos el 21 de mayo de 1991 y el 27 de agosto de 1997, respectivamente. Francisco Armado de Zela y Vértiz, conocido familiarmente sólo como Armando nació el 16 de julio de 1887 y murió el 25 de enero de 1931; contrajo matrimonio con Rosenda Nieto Villanueva, también descendiente de dos familias muy reconocidas de Ilabaya; nacida el 29 de agosto de 1902 y fallecida el 18 de noviembre de 1979. Tuvieron cuatro hijos llamados Esperanza, Carlos Alberto, Jorge y Elva de Zela Nieto. Carlos Alberto de Zela Nieto, fue piloto de la Fuerza Aérea y falleció joven y sin sucesión en acto de servicio y Jorge de Zela Nieto falleció de corta edad. Esperanza de Zela Nieto casó con Juan Vargas Llosa y fueron padres de Carlos Armando y Adrián Juan Jorge Vargas de Zela. Carlos Armando Vargas de Zela contrajo enlace con Miriam Méndez y tienen tres hijos llamados Arianna, Aracelli y Fabricio Vargas Méndez. Adrián Juan Jorge Vargas de Zela se desposó con Helena Rubio Balarezo y tienen dos hijas llamadas MarÃa Belén y Micaela Vargas Rubio. Elva de Zela Nieto contrajo matrimonio con Hugo Maldonado Lértora. Tuvieron cuatro hijos llamados Hugo, Miriam, Liliana y Arturo. Hugo Maldonado de Zela casó con Ava Jurado y tienen tres hijas Ava, Cynthia y Mariana Maldonado Jurado. 183 Descendientes de MarÃa Flora de Zela y Siles Eugenia Rospigliosi y de Zela, nieta del prócer Francisco Antonio de Zela Esposa de Angel Rospigliosi y de Zela, Urbana Nieto y Vértiz e hijas, Carmen y Amelia Rospigliosi Nieto Descendientes de Zela y el autor en el âClub Tacnaâ de Lima, el 26 de febrero de 2007. De izquierda a derecha del espectador: Miriam Maldonado de Zela de Salinas; MarÃa Luisa Muñoz de Zela; el autor, Elva de Zela y Nieto de Maldonado y Luz Irene de Zela y Loayza 184 Miriam Maldonado de Zela, a quien el autor expresa su gratitud por el apoyo brindado a esta obra, se desposó con Oscar Salinas Ortega y tienen tres hijos llamados Fiorella, Oscar y Giancarlo Salinas Maldonado. Liliana Maldonado de Zela, casada, tiene un hijo llamado Alexander. Arturo Maldonado de Zela, casado, tiene cuatro hijos llamados Pamela, Mateo, Nicolás y Flavia. Finalmente, Manuel Alejandro de Zela y Vértiz, padre de Carlos Guillermo, Francisco, Consuelo y Nelly de Zela Castillo. El primero de los nombrados, Suboficial de la Guardia Republicana, tuvo un solo hijo llamado Carlos Alejandro de Zela Flores, nacido en Tacna, miembro de la PIP, quien, a su vez, fue padre de Carlos MartÃn y Marlene Cristina de Zela Cucho. Marlene Cristina de Zela Cucho de Walters, nació en Lima en 1971. Es Licenciada en enfermerÃa y a ella, el autor de este volumen, le debe la información que este capÃtulo registra de esta rama del vigoroso árbol genésico de don Francisco Antonio de Zela.
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