ZELA_2011

May 4, 2018 | Author: Anonymous | Category: Documents
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1 Zela Adalid de la Libertad Doc. Luis V. Cavagnaro Orellana. 2 3 LA REMOTA Y FUNDAMENTAL HEROICIDAD DE TACNA Debemos al recordado historiador Juan José Vega Bello la lapidaria expresión “Tacna fue heroica también con Manco Inca”. En su historia de la conquista, desde la perspectiva de los derrotados, titulada “La Guerra de los Wiracochas” destaca, como un hito fundamental de la rebeldía, el espíritu libertario, la identidad con lo propio y la heroicidad, virtudes propias del pueblo de Tacna a través de su historia. La auroral rebelión de los habitantes primitivos del litoral de Tacna en seguimiento del levantamiento de Manco Inca, primero, atacando al “Santiaguillo” un navío que llevaba vituallas, armas, cabalgaduras y refuerzos a las destartaladas fuerzas que tenía Almagro en Chile, posteriormente, bloqueando y “dando guerra a la gente de mar” del “San Pedro”, otro barquichuelo que llevaba el mismo destino y que había recalado en Sama para abastecerse. No exageran quienes defienden el mestizaje del poblador de Tacna desde el momento mismo de la conquista hasta el presente. El hecho de iniciar su proceso urbanístico, no como una ciudad, ni como una villa, al estilo español, que separaba a los europeos de los indios; sino como una “reducción de indígenas”, lo explica en parte. La Reducción de San Pedro de Tacna, fue incorporando, sangre europea de arrieros y funcionarios y sangre africana de negros libertos. Amalgama que ofreció a la todavía naciente idea de Patria remotos precursores como, Ali, Juan Buitrón, Ignacio de Castro, Isidoro Herrera, Juan José Segovia; incluso el prócer Juan Vélez de Córdova que, aunque moqueguano de cuna, vivió su juventud entre Tacna y Sama, donde casó con tacneña y donde tuvo su “fiat lux”, su despertar justiciero, al presenciar y reaccionar frente a la crueldad y la injusticia ejercida por la autoridad colonial, en Estique que luchaba por el derecho a su agua de regadío. Punto culminante de ese historial de heroismo y rebeldía son los movimientos de Zela, en 1811, y Paillardelli, en 1813; trascendentales por que fueron sabrosa primicia de libertad, gritos inermes ahogados en sangre, estallido popular que unía a todas las razas y rangos sociales. Testimonios no menos valiosos son el sacrificio de José Gómez Valderrama; la declaración lapidaria de Landa y Vizcarra y el apoyo multitudinario brindado a Miller en su paso por Tacna, acto que contribuyó a la victoria de Mirave. Tanta valentía y sacrificio le dio a ese pueblo, todavía pequeño, el timbre insigne de “Heroica Ciudad”. Estos fastos serían soporte de otros grandes desafíos como la ocupación de estos territorios por Bolivia entre 1841 y 1842, de la que se liberó por obra de sus valerosos hijos; su liderazgo en todas las campañas por la justicia y la legalidad en el siglo XIX; su sacrificio en los episodios de la guerra con Chile, especialmente en los holocaustos 4 del Campo de la Alianza y Arica; así como la indoblegable resistencia de Albarracín en territorio ocupado. También lo fue durante el medio siglo de ocupación chilena, especialmente en los años de la chilenización violenta entre 1901 y 1914 y durante el martirologio de la campaña pre-plebiscitaria. En toda esa trayectoria dos son los momentos trascendentales: la guerra con Chile y el medio siglo de martirologio, de una parte, y los movimientos emancipatorios de Zela y Paillardelli, de otra. ANDANZAS DE DON ALBERTO DE ZELA Y NEYRA Hasta que Rómulo Cúneo publicó, en 1921, su “Las Insurrecciones de Tacna por la Independencia del Perú”, ninguna de las obras escritas sobre Zela y su rebelión; como las de Andrés García Camba, Belisario Gómez, Manuel de Mendiburu, Benjamín Vicuña Mackenna o Aníbal Gálvez; habían tratado el tema del origen y los antepasados de don Alberto de Zela y Neyra, padre del prócer. Fue Cúneo, con su prolijidad de investigador y las grandes posibilidades que tuvo para viajar y revisar los archivos de América y España; el primero que indagó sobre su cuna y raíces familiares. Refiere Cúneo que, aunque en la región de Galicia existen más de veinte pueblos denominados “de Cela” y, más precisamente, en Lugo, de donde proceden los Zela de Tacna, uno, de 300 vecinos, llamado de San Juan de Cela; en ninguno de ellos nació Alberto de Zela y Neyra. Éste nació en Savarey, un anexo de la parroquia de Lapio, jurisdicción de Aday, en el departamento de Lugo, de Galicia; el 27 de abril de 1734. Fue hijo legítimo de Domingo Cela y Rosa Neyra y nieto, por la parte paterna, de Juan Cela e Isabel López, y por el lado materno, de Bernardo Neyra e Isabel Gómez. Contrariamente al hecho que ni los cuatro abuelos ni los padres de Alberto recibiesen tratamiento de “don”, reservado, en la Península, a varones de alcurnia o rango social, Seiner aporta la información referida a que el linaje de los Zela o Cela venía de antiguo, con escudo, seguramente, de los hidalgos de esa familia, que describe el heraldista Atieza. Los Zela del Perú tampoco comenzaron con este gallego nacido en Santa María Magdalena de Savarey, en 1734. Ya, hacia 1627 figura un don Juan Lorenzo de Zela, vecino de Lima y tronco de otros Zela, no emparentados con el prócer, que figuraron en los siglos XVII y XVIII. En Pachía, el 24 de enero de 1770, una Paula Zela Oyola, nacida en La Paz, hija legítima de Francisco Zela, casó con un Juan Castillo Quiñónez. Gálvez; refuta una información de Juan Salaverry, seguramente, tomada de la tradición familiar, que registraba que don Alberto, “antes de venir al Perú ocupó (un) puesto importante en la casa de la Moneda de Madrid, y que fue por eso, quizás a manera de ascenso, que se le envió al destino de ensayador de la callana del rico mineral de Caylloma”; porque, 5 aunque pudo haber aprendido el complicado oficio. La afirmación de Salaverry es improbable, primero, porque ese oficio era vendible sólo por el Virrey del Perú y, segundo, por que don Alberto se estableció en Lima, donde formó una familia numerosa, muchos años antes de ir a Caylloma. Finalmente, y sin menospreciar al mencionado mineral en las serranías de Arequipa, el hecho de haber ofrecido desde Madrid, un traslado a ese difícil lugar, no parece corresponder a un “ascenso”. Se desconoce el origen de la afirmación de Cúneo, respecto a que don Alberto llegó al Perú en 1759, un año antes de contraer matrimonio, que según Seiner, fue en 1760 y que Gálvez calcula entre 1760 y 1766, fechas de su llegada al Perú y del nacimiento de su primogénito, respectivamente. Mientras Gálvez opina que el desposorio ocurrió en Lima, mientras Cúneo y Seiner coinciden que el enlace fue en el Callao. Cúneo buscó inútilmente el expediente matrimonial en el Archivo Arzobispal de Lima, suponiendo se hubiese celebrado en la iglesia de los jesuitas de Bellavista, la cual hizo las veces de parroquia del Callao desde el terremoto de 1746, hasta 1765. La dama escogida para compañera de su vida fue doña María Mercedes Arizaga y Hurtado de Mendoza que, según Cúneo era una “señora de ilustre cuna, y vinculada por el parentesco de sangre con nobles y antiguas familias del Callao”. El tiempo que vivió en Lima trabajó en la agrícultura, primero, como administrador de la hacienda Calera, propiedad de los Jesuitas, hasta 1767, año de su expulsión, entonces Zela y Neyra, pasó a la hacienda Limatambo, donde trabajó entre 1767 y 1769. EL ÁRBOL DE LA VIDA Los Zela y Arizaga procrearon a María Tadea y Bartolomé José, nacidos en Calera de los Jesuitas el 28 de octubre de 1763 y el 24 de agosto de 1765, respectivamente. Feliciano Antonio, nació en Lima el 9 de julio de 1767. Francisco Solano, que pasaría a la posteridad como Francisco Antonio, vio la luz en Lima el 24 de julio de 1768 y se bautizó en la parroquia de Santa Ana el 12 de diciembre de ese año. Finalmente Juan Miguel y Domingo Antonio que nacieron en Lima el 9 de febrero de 1770 y el 13 de junio de 1773, respectivamente. La partida de bautismo, que descubrió, Cúneo dice “Francisco Solano. En la Ciudad de los Reyes del Perú, el 12 de diciembre de 1768, yo, el Teniente Cura de esta parroquia de Santa Ana exorcisé, puse óleo y crisma a Francisco Solano, a quien bautizó el muy reverendo P. M. Fr. Gregorio de la Peña, del orden seráfico, el día 24 de julio, en que nació”. “Es hijo legítimo de don Alberto de Zela y Neyra, natural del Obispado de Lugo, en el reino de Galicia y de doña María Mercedes de Arizaga y Hurtado”. “Fue su padrino don Diego Luis de la Vega, y testigos Lucas Arévalo y Manuel Recalde”. 6 DON ALBERTO DE ZELA: EN LOS CORREOS DE LA PAZ Existe a esta altura de la vida de don Alberto de Zela un inquietante vacío cronológico entre 1770 y 1773. Paréntesis que, en parte, podría ser cubierto por las informaciones que se consignan, todavía condicionalmente, hasta la verificación de firma y rúbrica de éste en los archivos de La Paz, respecto a que un Alberto de Zela y Neyra había servido a la corona hasta 1773, como Administrador de Correos en la ciudad altoperuana de La Paz. Refiere una ordenanza que la administración del “Correo de La Paz estaba servida por “don Alberto de Zela y Neyra, con un sueldo anual de 700 pesos y el costo de la casa donde funcionaba dicha oficina”. Zela y Neyra ocupó ese cargo hasta el 6 de agosto de 1773 en que el Administrador General de Correos del Perú, don José Antonio Pando nombró en su reemplazo a don Francisco de Enales y Mollinedo. Éste había trabajado, desde 1769, como subalterno de los correos de Tacna, hasta que, en abril de 1771, por fallecimiento del Administrador titular, don Ramón López de la Huerta, ocupó la vacante. El 7 de julio de 1772 el corregidor de Arica, don Demetrio Egan, lo nombró corregidor del nuevo corregimiento de Tarapacá. De allí pasó a La Paz. Es difícil una homonimia de nombre y dos apellidos que no eran compuestos. También de porque el tiempo en el que no existen menciones de don Alberto en Lima, coincide con los años en que trabajó en La Paz. Don Alberto sabría, por boca de Enales y Mollinedo, de la existencia de este pueblo singular y acogedor. Zela y Neyra pudo haber visitado Tacna, antes de su definitivo establecimiento, cuando para trasladarse a La Paz, pudo haber usado el camino de Tacna. CONSAGRACIÓN A LA METALURGIA: DE CAYLLOMA A TACNA Cúneo asegura que Zela y Neyra compró el cargo de Fundidor y Balanzario de Caylloma en 1773, mientras Seiner lo fija en 1771 y Gálvez, al parecer, con el propósito de acortar los años “desconocidos”, lo retrotrae a antes de 1770, año que supone erróneamente se trasladó al pueblo de Caylloma. Gálvez supuso, erróneamente, que fue la posición social y económica de su esposa lo que “le proporcionó los medios de obtener el citado cargo, comprándolo a su anterior poseedor o a sus herederos, a fin de dedicar su actividad a esa ocupación para la que tenía los conocimientos necesarios, y para ejercerlo”. Entonces no se conocía el testamento de don Alberto, donde menciona que él había “introducido en la sociedad marital la cantidad de cuatro mil pesos, no habiendo aportado su esposa sino su decencia mujeril”. 7 Según Cúneo, el “gallego” adquirió el cargo en el asiento mineral de Caylloma” empleando el fruto de sus economías. Tal función consistía en pesar los metales recibidos y depositarlos en el reverbero para que, al fundirlos, alcanzasen la ley esperada, de pesarlos nuevamente y sellar los lingotes y registrarlos contablemente. Seiner Lizárraga aporta un importante dato, hasta ahora desconocido, respecto a que don Alberto de Zela, antes “de partir a hacerse cargo de su puesto dejó un testamento ante el notario Francisco Luque, de Lima”. Zela permaneció en Caylloma, al parecer, por cinco años, soportando la decadencia del mineral, “la destemplanza del clima y la escasez de los artículos de subsistencia” hasta que se enteró de las gestiones que se hacían en Tacna para el establecimiento de una fundición o callana. Por ello, un año antes de su creación oficial, por decreto del virrey Guirior de 12 de abril de 1779; don Alberto de Zela y Neyra, consiguió autorización del Tribunal Mayor de Minería, para traspasar a un tercero el dicho empleo de Ensayador de las minas de Caylloma y, con lo obtenido, compró en la cantidad de cuatro mil pesos, el empleo de igual clase anexo a la Callana de Tacna que pasó a desempeñar en 1779. Fue en tales circunstancias que llegó a Tacna el andariego gallego don Alberto de Zela y poco después su ínclito hijo el prócer Francisco Antonio de Zela. LA LLEGADA A TACNA DEL JOVEN ZELA Es imposible, como lo registran Lavalle, Montani y Vicuña Mackenna; que Francisco Antonio, como firmaba, o Francisco Solano, como reza su partida de bautismo, saliese de Lima, acompañando a su padre, rumbo a Caylloma. De ello no existe información fidedigna. Gálvez, al referirse a los biógrafos de Zela, dice los que éstos afirman que don Alberto llevó a su hijo “Francisco Antonio al mineral de Caylloma”, han incurrido en un error histórico. El clima de Caylloma era cruento y riesgoso para un niño de cuatro años, como el aislamiento, la altitud, el tortuoso camino y el frío intenso. Tampoco es posible, que lo hiciese en 1779, cuando Alberto tuvo que trasladarse a Tacna para cumplir la función en las Reales Cajas recién creadas, porque Francisco Antonio, sólo tenía 11 años de edad. Gálvez sugiere, que sólo cuando Francisco Antonio terminó en Lima su educación pudo partir “a acompañar a su padre”, dando pié a Seiner para deducir que esto pudo ocurrir “hacia 1786 cuando tenía 18 años y se encontraba dispuesto a emprender, solo, el largo y penoso viaje de Lima a Tacna”. ¿Cuál era el propósito del viaje? Gálvez y Seiner afirman que, además de atender la necesidad de compañía de don Alberto, Francisco Antonio, se trasladó a Tacna con el propósito de “aprender, bajo su enseñanza, la profesión de fundidor y ensayador”. 8 Como los cargos, “comprados a la corona”, como el de balanzario, eran hereditarios, cree Seiner que al morir prematuramente Bartolomé José, el segundo de los hijos, correspondía a Feliciano, el tercero, el derecho de suceder a su padre en tal cargo, pero que algún impedimento debió anular su derecho ya que Francisco, el hermano que seguía, ocupó el puesto. Aunque, no se conoce con exactitud la fecha de arribo de Francisco Antonio a Tacna, se sabe, con certeza, que fue antes de 1788. Por la corta edad de Francisco era lógico que viajase con su padre. Como don Alberto estuvo de viaje, seguramente en Lima en, por lo menos, dos oportunidades: en el verano de 1781 y, a fines de 1784; es probable, entonces, que el Prócer llegase a Tacna entre 1784 y 1788. FRANCISCO ANTONIO: AMANUENSE DE LAS CAJAS REALES Seiner, analizado el tiempo libre que tuvo el joven Zela después de ayudar a su padre en las labores de su función, colige que pudo haber tenido otra ocupación, un trabajo a tiempo completo y remunerado, en un oficio que no exigiese preparación “especializada como la de un contador o tesorero”. Sugiere que Francisco Antonio pudo desempeñar labores como Guardia Subalterno de las Reales Cajas o encargado del resguardo del Real Estanco de Tabacos”. Era acertada la deducción de Seiner. En una declaración, hasta ahora desconocida, hecha por doña Mercedes, madre de Zela, en 1792, cuando éste luchaba por heredar el cargo dejado por su padre; recordaban los servicios que el joven Zela “tenía hechos en distintas oficinas de Real Hacienda”. Otro documento ubicado recientemente demuestra que Francisco Antonio trabajó, efectivamente, como uno de los amanuenses en las Cajas Reales de Tacna. Tenía por entonces poco menos de veinte años de edad. No se puede precisar la fecha de su ingreso al puesto de “plumario”, pero si la del momento en que dejó de serlo. Por orden, de 12 de junio de 1788, expedida en Arequipa, por el Intendente Álvarez, se establecía que, por “cuanto se halla vacante una de las plazas de amanuense de la Real Caja de Arica por renuncia que de ella hizo don Francisco de Zela”, quedaba en su reemplazo don Francisco Salguero. Revisados los libros, de gran formato, propios de las Cajas Reales, correspondientes a los años y meses previos a la señalada data, con el propósito de identificar la caligrafía del prócer y aproximar la fecha de su incorporación a la referida función, se puede deducir que Zela pudo haber asumido tal función hacia fines de 1786 y que, consecuentemente, su arribo debió ocurrir algunas semanas o meses antes. ¿Por qué el joven Zela cesó en su trabajo de amanuense? Parece que se trató de una renuncia más que de una destitución. Alcanzada la mayoría de edad tendría la intención de viajar a Lima para lograr una calificación profesional, de carácter oficial, en el dominio de la metalurgia que era la función pública en la que debería heredar al padre. 9 Z el a in gr es ó a la s C aj as R ea le s d e T ac n a tr ab aj an do co m o am an ue ns e. 10 Gálvez afirma que Francisco Antonio viajó, en aquella oportunidad, para hacer “estudios especiales en la Casa de la Moneda de Lima, y que en ella contrajo méritos para ingresar en el real servicio. Se desconoce cuanto tiempo permaneció en la capital. Debieron ser, ni más ni menos, los años que precisaba una capacitación más que artesanal, de dos o tres años, durante los cuales, con “habilidad, constante aplicación y amor al manejo del noble arte de ensayar plata y oro y beneficiar de toda especie de minerales y metales, de cuya aptitud dio pruebas suficientes de lo logrado durante ese tiempo en el examen del laboratorio químico metalúrgico” que debió rendir. Terminados satisfactoriamente sus estudios pero sin haber recibido todavía el certificado o título que lo acreditaba como balanzario; Zela debió emprender el viaje de retorno, por tierra, con dirección a Tacna, previo paso por Arequipa. El título de “ensayador interino”, sólo fue expedido por el Virrey Taboada y Lemus, en Lima, el 25 de octubre de 1792. ZELA EN 1793 ¿ENAMORADO OBSESIVO, LIMEÑO ARROGANTE O LIBERTADOR EN CIERNES? Las personalidades se burilan con el tiempo, con los hechos vividos. Francisco Antonio de Zela y Arizaga, un criollo limeño avecinado en Tacna, fue haciéndose patriota y prócer con los hechos, con las circunstancias, que le tocó vivir. ¿Zela tuvo como un rasgo de su personalidad la rebeldía? ¿Fue impulsivo, apasionado o vehemente? Efectivamente, existen hechos que retratan su proceder juvenil. Se trata de una querella entre Francisco Antonio de Zela y el Alcalde Ordinario de Tacna don Pedro Pablo Gil de Herrera que, según fuentes consultadas por Seiner, no ocurrió “en 1793 sino en 1791”. Efectivamente Eguiguren, ubicó en el “Libro del acuerdo y Ordenanzas de la Real Sala del Crimen de la Audiencia de Lima”, que comienza el 1º de enero de 1791, un asiento, del 6 de agosto, donde se registra que, en dicho día, hubo acuerdo ordinario, y se despachó la causa remitida por el Alcalde Ordinario de Tacna contra Francisco Antonio de Zela sobre desacatos a la Real Justicia”. Expresa Eguiguren, que “ya en 1791, el prócer Zela demostraba su inquietud y su carácter” destacando el referido hecho como precursor de las convicciones libertarias de Zela “diez y nueve años antes del grito fervoroso que, por la independencia del Perú, dio Tacna” en 1811. Nada más se conoce, al respecto, de este primer proceso judicial. Más certero y minucioso es lo que se supone fue un segundo incidente, que, según Gálvez y Seiner, corresponde sólo a lo que se registró como primero. Resulta que, previo al primer viaje que debía hacer Francisco Antonio a Lima, y a antes de la muerte de su padre, ocurrió un incidente en el que Zela fue principal protagonista. 11 A pe sa rd e la pr oh ib ic ió n, Ze la re co rr ía la sc al le s de sa fi an do la au to rid ad de la lc al de G il de H er re ra . 12 En 1905, Aníbal Gálvez, en una tradición titulada “Una Partida Interesante: Crónica tacneña 1793”, interpretó un comentado hecho ocurrido en Tacna desde el 7 de marzo del año 1793, como puntualiza el tradicionalista, tratando un juicio que siguió en Tacna, su Alcalde Ordinario, don Pedro Pablo Gil de Herrera, contra don Francisco Antonio de Zela, ensayador, fundidor y balanzario de sus Reales Cajas. El émulo de Palma le atribuyó un móvil romántico. Exponiendo con el clásico estilo de las “Tradiciones Peruanas”, narra que decían “las malas lenguas y yo lo repito, sin garantizarlo, que entre el Alcalde y el Balanzario había unas faldas, llevadas por una hermosa hija de San Marcos de Arica, la que halagaba con sus miradas al de Zela y enloquecía con sus desdenes al de Gil de Herrera. Agregaban, que de allí nació una enemistad entre ambos”. En 1911, el mismo Gálvez en su libro “Zela”, expuso el asunto con más rigor y formalidad. Esta información tan interesante, cuya fuente no indicó Aníbal Gálvez, corresponde, efectivamente, a un juicio criminal, que era como entonces se denominaba a los juicios penales, atendido, en primera instancia, por el Subdelegado y llevado en apelación, primero, a la Intendencia de Arequipa y, finalmente, hasta la Audiencia de Lima, donde se sentenció y archivó. Tuvimos la suerte de localizar, en la Sección Real Audiencia del Archivo General de la Nación, en Lima, el expediente que conoció y aprovechó Gálvez para escribir la tradición, lo que permitirá contrastar el documento oficial con la versión novelesca tratada tan amenamente por Gálvez. Don Francisco Antonio, quizás, dejándose llevar por su juvenil y limeña arrogancia, había violado una norma expedida por el Corregidor Ordóñez cuando la gran revolución de Túpac Amaru amenazaba amagar esos territorios durante la gestión. Esta orden estaba referida a la prohibición de transitar por el pueblo después de las “nueve de la noche en que sale la retreta ( debiendo los vecinos) recogerse y dejar en silencio el pueblo”. La tradición por su parte dice que “a las diez y media de la noche del 7 de marzo de 1793, un caballero embozado se retiraba precipitadamente de la ventana de una casa o de una romántica conversación junto a una reja de la ventana de una de las casas de Tacna”, cuando, “al escuchar el ruido de las pisadas de la ronda” se caló el chambergo y se alejó raudamente. Los alguaciles capitaneados por el Alcalde “apresuraron la marcha y pronto alcanzaron al nocturno galanteador” descubriendo que se trataba, nada menos, que del joven Zela. Aunque el documento oficia no refiere que Gil estuviese a la cabeza del cuerpo armado, la tradición imagina que sí agregando, de su cosecha, el irónico diálogo. ¡Hola: señor don Francisco! ¿Y que hace a tales horas por estos barrios? Preguntó el jefe de la partida “que era el Alcalde en persona”. “-ya lo ve, su merced; voy tranquilamente a 13 mi casa-, contestó Zela” Gil de Herrera, entonces, extralimitándose, ordenó “Pues en marcha y prontito. Si su merced, reincide en andar por estos barrios a deshoras de la noche, me veré obligado a castigarlo severamente”. “Vaya despacio, señor Alcalde, y ningún alcalde ordinario como su merced, puede ser mi juez legítimo”. El expediente registra un diálogo fue breve y preciso, cuando “siendo preguntado Zela por Gil del destino que llevaba, le (respondió) -que el de recogerse a dormir”- y punto”. Este primer incidente concluyó cuando el flamante Balanzario, a pesar de su juventud, reclamó por el respeto a sus fueros reconviniendo a Gil que “en cuenta tenga que gozo de fuero, y por lo tanto, ningún alcalde ordinario, como su merced, puede ser mi juez legítimo”. Gálvez concluye novelezcamente el incidente narrando que Gil de Herrera mordiéndose “los labios aguantó el alfilerazo, con la esperanza de devolverlo a su tiempo. Pero don Francisco no se quedó allí ¡Qué iba a quedarse! Al día siguiente, 8 de marzo de 1793, Zela acudió donde el “Subdelegado de aquel Partido ofreciendo información de este atropellamiento”, apelando a unos privilegios que se habían concedido, en 1767, a los empleados de la Real Caja de Pasco, a rogativa de uno de ellos, don Andrés Barrientos. A los pocos días “su apoderado en Arequipa se presentó al Intendente don Antonio Álvarez y Ximénez” y éste, como era lo usual los remitió a su asesor al Promotor Fiscal, que a la sazón era el doctor Zuzunaga. El primer apoderado de Zela, que según poder otorgado en Tacna el 19 de octubre de 1792 era, don Francisco Salguero interpretó la contestación de Zela como “juiciosa respuesta que antes de satisfacer como debía a dicho señor Alcalde, sólo sirvió para que este Señor abocándose jurisdicción que no tiene le intimase a mi parte una severa reprehensión conminatoria y envuelta en términos disonantes a la moderación y arreglada conducta”. Del segundo apoderado, que era “don Isidro Alcázar”, no se conoce ningún trámite significativo. Uno y otro apoderado eran vecinos de Arequipa. El doctor Zuzunaga recomendó a la autoridad para que a Zela “le sean guardados los fueros que por su empleo le corresponden y señaladamente la independencia del Alcalde Ordinario del pueblo de Tacna”. Dijo que “apareciendo del contexto de la misma Real Cédula la distinción y honores que al empleo de Ensayador corresponden, y constando por notoriedad que la persona de don Francisco de Zela no desmerece obtenerlo y que es legítimo sucesor en él por fallecimiento de su legítimo padre que por muchos años lo sirvió bien en el partido de Caylloma y en el mismo de Arica”. Concluyó su informe con un puntillazo dirigido al prepotente Gil de Herrera: “extrañándose en el actual Alcalde Ordinario de Tacna la ignorancia de estas excepciones” pide se le prevenga como al Subdelegado del Partido”. 14 Aunque es probable que existiese una posterior apelación dado que el expediente reposaba en los archivos de la Real Audiencia de Lima; el 5 de abril de 1793 se pronunció el fallo del Intendente de Arequipa, don Antonio Álvarez y Ximénez, que ordenó se “Guárdese a don Francisco de Zela, Ensayador, Fundidor y Balanzario el fuero y privilegios que como tal le corresponden”. Corrido el exhorto el Escribano de Tacna hizo saber la sentencia y la orden al Subdelegado y al Alcalde Ordinario de Tacna. No es difícil reconocer la trascendencia de este hecho que, como señala Gálvez, permite conocer otro rasgo de la personalidad de Zela: “la de la prudencia para precaverse de ultrajes a su dignidad”, tan importante en la formación de la contextura moral del adalid. Existen, sin embargo, dos posibles consecuencias de este, aparentemente pintoresco suceso. La primera está referida a lo mucho que el criollo limeño ganó en autoestima, rasgo psicológico indispensable en la formación del líder; al haber, con sus veinticuatro años mozos, “puesto en su sitio” al primer Subdelegado, el fatuo de don Thomás de Menocal, y ridiculizar al alcalde ordinario y tacneño viejo, emparentado, linajudo y hacendado como don Pedro Pablo Gil de Herrera. La segunda corresponde a que, a despecho de su investidura de importante funcionario de la corona, don Francisco Antonio de Zela, sin llegar a ser, todavía, rebelde o levantisco, se enfrenta, aún imberbe, inexperto, al statu quo, al sistema colonial al que él pertenecía. A diferencia de Cúneo, que no dispensó interés al suceso; Gálvez lo valoró reconociendo “que en Zela forjó la idea de sublevarse, luego de haber experimentado la incapacidad de revertir un encarcelamiento injusto”. LA FATAL DEMOSTRACIÓN DE UN ARMA Aunque la forma trágica como murió don Alberto de Zela y Neyra, era un aporte exclusivo de Belisario Gómez, hasta la publicación de Gálvez, inclusive, la fecha de fallecimiento de era desconocida porque, según confiesa el referido autor, no existe “dato alguno en los archivos de Lima” limitándose a reproducir lo referido por Gómez y a manifestar que estas informaciones “no tienen comprobación alguna, y sólo puede afirmarse que don Alberto no dejó fortuna alguna en dinero y que su muerte ocurrió antes del año 1792”. Como más adelante se expondrá, existen otras fuentes sobre el accidente que terminó con la vida de don Alberto y de la fecha de su muerte. Refería Gómez que don Alberto de Zela y Neyra murió “en Tacna de una manera casual. Estando de visita en casa del Cacique se suscitó entre los dos una ligera disputa, pretendiendo cada uno tener una escopeta de mejor calidad que la del otro, y para solucionarla mandó don Alberto trajeran de su casa la suya. El Cacique teniendo la certidumbre de que ésta estaba descargada, según lo aseguraba su dueño, la preparó y llevando la chanza adelante, apuntó a su amigo y en breve se oyó una detonación y las sombras de la muerte cubrieron para siempre los ojos de (don) Alberto”. 15 C re ye nd o qu e el ar m a es ta ba de sc ar ga da el Ca ci qu e T or ib io A ra di sp ar ó a do n A lb er to de Z el a y N ey ra ,q ui en ca yó m or ta lm en te he ri do . 16 Mientras Gálvez, reproduce fielmente a Gómez en lo que corresponde al fatal accidente, Cúneo, que en su propósito de fijar la fecha, escribe que, don “Alberto murió trágicamente el 18 de setiembre de 1792, en las circunstancias referidas por José Belisario Gómez en su Coloniaje”, aunque con su extraordinario estilo, dramatiza el luctuoso suceso que terminó con la vida del laborioso balanzario. Relata Cúneo, como, oída la detonación don “Alberto se desplomó mortalmente herido (...) (y que, al momento) de expirar dictó sus últimas disposiciones a presencia del escribano público don Francisco Enrique Portales”. Seiner, con más prudencia, no señala el día del fallecimiento de don Alberto, concretándose a manifestar que en “setiembre de ese año encontró trágica muerte a manos del cacique de Tacna, don Toribio Ara, quien casualmente disparó su arma contra él”. Lo cierto es que el referido Zela no testó poco antes de expirar ni al momento de ser herido, ni murió el mismo 18, día del accidente. Información localizada en el Archivo Nacional de Chile amplía el panorama. TESTAMENTO Y CODICILO DEL AGONIZANTE ZELA Y NEYRA A Gómez, por su metodología intuitiva, no se le ocurrió buscar el testamento del padre del prócer en los archivos notariales ni en los libros parroquiales de entierro de Tacna, ciudad en que había nacido y donde residió hasta su juventud; Gálvez, tampoco investigó fuera de los archivos capitalinos. Así, cuando al tratar el lamentable suceso expresa que respecto “a la fecha de su muerte tampoco hay dato alguno en los archivos de Lima”. Cúneo fue más sistemático y tuvo posibilidades económicas para recorrer el mundo rebuscando archivos y encontrando datos sorprendentes. Datos que, para desaliento de los investigadores, presentaba sin incluir detalle de las fuentes. En las temporadas en que Cúneo retornaba a la “Heroica Ciudad”, podía consultar los archivos notariales que todavía se conservaban en Tacna, antes de ser trasladados a Santiago de Chile. Entre los libros del Escribano Ignacio Enrique Portales, a quien Cúneo menciona erróneamente como Francisco Enrique Portales, custodiado entonces por el notario chileno Manuel Líbano, encontró el referido testamento. Según Cúneo, don Alberto, testó el mismo 18 de setiembre de 1792. El referido testamento es un documento imperfecto denominado testamento oral, a diferencia de los testamentos que se dictaban en aquella época, extensos y detallistas; la memoria testamentaria de Zela, por las circunstancias en que se dictó, es breve y conciso, dando la apariencia de corresponder a un testador sin bienes rústicos ni urbanos y con sólo dos esclavos. En fin, una persona modesta y con escasos recursos. 17 A go ni za nt e do n A lb er to de Ze la y N ey ra so lo pu do tr az ar un a lín ea en el pr ot oc ol o do nd e co ns ta ba su po st re ra vo lu nt ad . 18 edad y ser “natural de los reinos de Galicia, ciudad de Lugo, hijo legítimo de don Domingo de Zela y de doña Rosa Gómez de Neira”, sus padres que en la santa gloria hayan. En la quinta cláusula declara ser “casado y velado según orden de Nuestra Santa Madre Iglesia con doña María Mercedes Arizaga, residente en la ciudad de Lima, de cuyo matrimonio” han tenido y procreado por sus hijos legítimos a “don Feliciano, don Francisco Antonio, don Juan Miguel, don Antonio y doña María Tadea de Zela y Arizaga; así lo declara para que conste”. Aclara que su esposa no llevó bien alguno al matrimonio “más que la decencia mujeril”. En la séptima cláusula manifiesta que a su hija doña María Tadea, para que contrajera matrimonio con don Vicente Urrutia, finado, le dio 3000 pesos”. En la cláusula octava recuerda que deja dos esclavos: Félix en casa y Antonio en Sama. Termina el documento designando como sus albaceas, en primer lugar, a don Miguel de Hérnicas y, en segundo orden, a don Joaquín González Vigil, administrador de la Renta de Correos. Fueron testigos en dicho acto don Domingo Agüero, Tesorero de las Reales Cajas, el Capitán don Antonio de Tagle y Bracho, el Teniente don Pedro José Gil de Herrera, don Pedro Méndez y don Matías Baluarte. En aquella oportunidad, Portales, incluyó la nota referida a que Zela “se hallaba incapaz de poder firmar”. Cúneo, quizás interpretando el hecho más dramáticamente pero, poniéndolo entre comillas, como si se tratase de algo textual; dice que “habiéndole alcanzado la pluma para que firmase, no pudo ejecutarlo por tener el pulso débil, por lo cual rogó al ministro tesorero don Domingo de Agüero para que lo ejecutase por él”. Lamentablemente el más grande historiador del pasado regional se confundió. Este hecho no ocurrió en el acto del día 18, sino, al día siguiente, cuando a pedido del testador se dictó un primer codicilo. Cúneo, seguramente ufano por el hallazgo, no se percató que, una foja detrás de esa escritura, existía otra escritura del mismo carácter. Se trataba de un codicilo. Este fue dictado, agonizante don Alberto, al día siguiente, 19 de setiembre, con el fin de aclarar algunas cláusulas del testamento que había ordenado el día anterior. Sin embargo, por la gravedad que atravesaba se debió interrumpir el acto. En esas circunstancias, como era lo usual, se pidió al testigo más reconocido del pueblo, para que lo suscribiese en su nombre. El elegido para la solemnidad de firmar, a nombre de Zela, no fue don Domingo de Agüero como lo sostiene Cúneo, sino, don Pedro Josef Gil de Herrera y Montes de Oca. Esto se conoce esto porque, precisamente, el escribano Portales registró que, “en este estado poniéndole este instrumento en la mano para que lo firmase no pudo ejecutarlo como lo manifiesta la raya antecedente y rogó al Teniente de capitán don Pedro José Gil y Montes lo hiciera por él”. 19 MUERTE DE ALBERTO DE ZELA Y NEYRA Respecto del fallecimiento de don Alberto existen algunas informaciones imprecisas o desconocidas. Aunque Cúneo afirma que don Alberto “murió trágicamente el día 18 de Setiembre de 1792”, el hecho de que, todavía, el 19 dictara un codicilo, el mismo que intentó firmar; demuestra que, en lo que respecta a la fecha de muerte, Cúneo no revisó con su proverbial acuciosidad el protocolo notarial de Portales, ni los libros de entierro; prefiriendo reproducir, sin reserva, lo que había escrito al respecto, José Belisario Gómez y que era, seguramente, una versión oral que, circularía setenta años después del suceso entre la gente antigua de Tacna. Es muy probable que la agonía no fuese tan corta como lo insinúa Cúneo. En la liquidación de los gastos hechos en los postreros cuidados y en los funerales se incluye un recibo de 10 pesos a favor de Josefa Patricia Rospigliosi “por la asistencia en la enfermedad de dicho finado” y otro a nombre del médico Juan de Urrutia por 5 pesos. Respecto a que su muerte fue sólo el día 20 de setiembre, lo confirma el libro de entierros de la parroquia de Tacna. Allí se registra que el 21 de setiembre de 1792 fray Esteban Ortega, de la orden seráfica, Guardián del convento de San Francisco de Arica, de licencia, enterró el cuerpo mayor de “don Alberto de Zela y Neira, de 55 años, natural del reino de Galisia (sic), en los de España; Fundidor y Valansario (sic) que fue de las Reales Cajas de este Partido, casado con doña María de las Mercedes Arízaga, vecina de Lima”. Se pagó 44 pesos por entierro de primera con 4 capas; el carpintero José Botentano cobró 25 pesos por la confección del féretro. Se anotó en el acta de entierro que “hizo su testamento y nombró por albaceas a don Miguel de Hérnicas y a don Joaquín Vigil y por herederos a sus legítimos hijos”. Para solemnizar sus funerales, como era costumbre se vistió de luto a sus dos esclavos Félix y Antonio. La referida fecha de muerte de don Alberto también acerca más el paralelo entre dos símbolos de Tacna: Zela y Vigil. Resulta que, una semana antes de ese deceso había nacido Francisco de Paula González Vigil y “desde el 20 de setiembre del año 1792, en que falleció (…) don Alberto de Zela” las funciones las desempeñó “el substituto (sic) Fundidor y Balanzario de ellas, don Joaquín González Vigil”. A los pocos días don Joaquín, que había sido designado albacea, seguramente reparando en la incompatibilidad que provenía del hecho de ser éste reemplazante del testador en su función de balanzario, renunció a aceptar el cumplimiento de tal disposición testamentaria. El “veintisiete de setiembre” se admitió su renuncia al albaceazgo. 20 EL PRECIPITADO RETORNO DE FRANCISCO ANTONIO Cuando ocurrió el fatal accidente en la casa del Cacique y en el momento del desenlace, el hijo que había venido para acompañar a Alberto de Zela no estaba en Tacna. Francisco Antonio, de veinticuatro años de edad, se encontraba en esos momentos de paso por Arequipa, con rumbo a Tacna, en el viaje que lo traía por tierra desde Lima, donde estaba concluyendo los trámites que lo convertirían en un ensayador o, tal vez, había viajado para asumir su defensa en el litis que tenía desde marzo de ese año con Gil de Herrera, tratado en capítulo anterior. Fue en Arequipa donde, el 21 de Setiembre-recuerda Zela- recibió “la noticia de esta catástrofe”. Con la palabra catástrofe Zela debió referirse al fatal accidente. Imposible que fuese la noticia de la muerte, que ocurrió el 20 de setiembre, porque el correo veloz de Tacna a Arequipa demoraba, con cambio de cabalgadura, de tres a cuatro días. La preparación del viaje de Francisco Antonio debió demorar más de lo acostumbrado, porque, pudiendo haber salido de Arequipa el 22 de setiembre y llegado a Tacna, a más tardar el 29 del mismo mes, arrivó después de quince días. El mismo Zela manifestó, en su oportunidad, que, “habiendo continuado mi viaje a este relacionado pueblo llegué el día 8 de octubre (...) y todavía encontré que no se habían hecho los inventarios de los bienes por no haberse dado parte a ningún juzgado desde el fallecimiento de mi expresado padre”. LAS GESTIONES PARA LA POSESIÓN EFECTIVA DE LA HERENCIA Zela llegó a Tacna el 8 de octubre, seguramente, por la noche, porque, sólo, el 10 se presentó al Subdelegado al correspondiente escribano para iniciar los trámites de ley. Declaró llamarse como se conoce y ser de “edad (de) veinticuatro años y tres meses”. En tales circunstancias debió conocer las farragosas exigencias que, desde entonces existen para hacer efectiva una herencia. De inmediato se comunicaría por correo marítimo con su familia de Lima para darle la mala noticia y demandar la agilización de las gestiones. Sólo el 22 de noviembre de 1792, en Lima, ante Francisco Tenorio y Palacios, escribano; doña María Mercedes Arizaga, viuda de don Alberto, por sí y en representación de sus hijos menores de edad, Juan Miguel y Domingo Antonio de Zela y Arizaga, “el primero de veintitrés años y el segundo de veinte”, juntamente con sus hijos, María Tadea y Feliciano de Zela y Neyra dieron “poder a don Francisco de Zela y Neyra, igualmente hijo de la otorgante y hermano de los demás” para que inicie los trámites de reconocimiento de memoria testamentaria y partición de bienes. 21 U na cu rio sa re fe re nc ia pu ed e in sin ua rq ue la m ad re de Ze la ,d oñ a M er ce de sd e A ríz ag a, es tu vo en al gú n m om en to en T ac na . 22 El referido poder debió llegar a Tacna, traído por Domingo Antonio, sólo a fines de diciembre, porque sólo el 3 de enero de 1793 don Francisco Antonio se presentó ante las autoridades del Partido de Tacna para iniciar los trámites de posesión efectiva. En el referido pedimento ya se presenta como “ensayador, fundidor y balanzario de éstas Reales Cajas”. Entonces Francisco pudo conocer el testamento donde se menciona a los albaceas, Miguel de Hérnicas y Joaquín González Vigil. Pidió al primero, puesto que el segundo había renunciado, la entrega de los inventarios de los bienes de su padre. Cuando Hérnicas le comunicó no haber cumplido con la exigencia de la facción de inventarios, Zela se molestó quejándose contra el albacea por su incumplimiento. Este hecho, como el del incumplimiento de los albaceas para iniciar la facción de inventarios, podría interpretarse como un temor de estos funcionarios por las repercusiones que podría tener en el Superior Gobierno la inexplicable muerte de don Alberto. Los trámites, que fueron prolongados y engorrosos, concluyeron a fines de 1793, y constan en el expediente de “Partición de los bienes de don Alberto de Zela y Neyra” una de cuyas copias está custodiada en el Archivo Nacional de Chile. El 22 de enero de 1794 don Francisco pudo extender, ante el escribano Portales, una escritura de fianza “a favor de su menor hermano Juan Miguel de Zela” indispensable para participar en el proceso de “división y partición de bienes de su padre realizados por orden de don Thomás de Menocal” y ejecutado por los partidores Juan de Benavides y Miguel Rospigliosi” ¿ESTUVO EN TACNA LA MADRE DE ZELA? Se afirma que doña María Mercedes Arizaga, madre del prócer, había permanecido residiendo en Lima, junto a la mayoría de sus hijos, mientras don Alberto había radicado más tiempo fuera de la capital del Virreinato, incluso en Tacna, cumpliendo diferentes funciones. Se tenía por seguro que ésta no había viajado a Tacna, ni aún para velar por sus intereses y los de sus hijos a la muerte de su esposo. Para el efecto se tenía entendido que fue su hijo Domingo Antonio, registrado, a veces, erróneamente como Antonio Felipe, quien a “raíz del fallecimiento de su padre, pasó a reunirse con su hermano Francisco en Tacna a fines de 1792, llevando consigo el poder que su madre y hermanos otorgaban a Francisco para hacer cumplir las disposiciones testamentarias de don Alberto”. Sin embargo, como suele suceder, una información expuesta sin contexto, ni detalles motiva algunas interrogantes. En la relación de los gastos realizados en los cuidados prodigados al agonizante, su funeral, duelo, y otros desembolsos colaterales, que don Francisco Antonio presentó a la Real Justicia, figura uno en el que se señala entre los gastos “la litera que condujo a la señora mi madre”. Nada más se dice al respecto. 23 Hasta entonces algunas dignidades y damas solían desplazarse en litera trasportada por dos o cuatro cargadores, generalmente esclavos, dependiendo del peso y volumen del “pasajero”. En este caso ¿dónde? o ¿hacia dónde se trasladó doña María Mercedes para incluir tal servicio en la relación de gastos? Imposible pensar que viniese desde Lima en litera. Lo más probable es que tal medio de transporte se hubiese usado entre Lima y Callao, para abordar la nave que la traería al sur, o que hubiese viajado, en tales condiciones, entre Arica y Tacna. De haber ocurrido el desplazamiento ¿Cuándo pudo haber ocurrido el viaje? Pudo ser en diciembre de 1792, después del 22 de noviembre en que, estando en Lima, otorgó el poder indicado y antes del 3 de enero de 1793 en que Francisco Antonio, iniciando el juicio, presentó la referida relación de gastos. ¿Cuánto tiempo estuvo? Hasta ahora no se ha encontrado documento que valide esta presunción. Lo probables es que, si fuese cierto el viaje, muy pronto, doña María Mercedes retornó a Lima para no volver. UN LÍO DE NEGROS Un tercer acontecimiento enfrentaría a Zela con las autoridades coloniales de Tacna, especialmente con su eterno rival, el Alcalde Ordinario, don Pedro Pablo Gil de Herrera. En aquella época los Alcaldes Ordinarios, tenían también la función de administrar Justicia en primera instancia, casi con las mismas prerrogativas de un Subdelegado y, Gil de Herrera, las usó, vistos los conflictos con el Balanzario, con muy poca imparcialidad. Este sonado caso comenzó en Tacna el jueves 30 de mayo de 1793, cuando se realizaba la procesión, seguramente de las octavas del “Corpus Christi”. Era costumbre que, “abriendo” el cortejo o detrás de la multitud, se incluyeran bailarines, ataviados con disfraz de diablos, que representaban el sometimiento final de los “malignos” a la Sagrada Forma. En esta ocasión un negro esclavo de propiedad de Zela, “nombrado Antonio, de casta bozal”, que era como se denominaba a los nacidos en África que se habían vendido en América, “salió con vestuario de diablo y corriendo por las calles y plazas, haciendo morisquetas y gestos que el traje requería, (se) encontró con un (...) esclavo de doña Juana Oporto, el que lo incomodó, y acercándose el esclavo de (...) (Zela), le dio un empujón, el que fue bastante para que el (...) (ocasional adversario) se echase sobre él, y lo maltratase con crueldad”. Primero, el mulatillo, propiedad de la Oporto dio una pedrada en la mano al esclavo Antonio que estuvo a punto de quedar defectuosa y entonces éste tomó otra piedra, con la cual le rompió la cabeza al adversario. Debió entonces comenzar una gresca en la que, por las contusiones en la cara de Antonio y la sangre que manaba hasta empaparlo, se pudo deducir que el esclavo de la Oportus lo había herido 24 con exceso. El mulatillo que era propiedad de la Oporto, tía del infaltable Pedro Pablo Gil de Herrera, sabiendo “que tenía la justicia en casa corrió prontamente a poner su queja”. La intervención de la autoridad fue inmediata y, como era de esperarse, por orden del mencionado Alcalde, se encarceló al inquieto y ensangrentado diablo Antonio. Zela, que no había concurrido a la procesión, ignoraba lo que estaba ocurriendo en la calle y sólo, “hacia las doce (del día) se le comunicó noticia, poco instructiva, de lo que va referido”. Aníbal Gálvez se pregunta “¿Qué aconsejaba la prudencia y una correcta educación social?”, y él mismo se responde “Seguir el camino que adoptó Zela: presentarse a la autoridad y solicitar la libertad del esclavo preso”. Era costumbre además, que fuese el amo, quien públicamente castigase al infractor, generalmente a latigazos. Por esa razón, Zela se dirigió de inmediato a la “casa del mencionado Alcalde y entrando con urbanidad y cortesía, después de una comedida salutación, le preguntó” ¿qué si de su orden se hallaba preso su negro esclavo? El dueño de casa repuso lacónicamente que sí. Zela replicó, entonces, sobre ¿Cuál era la causa? Gil de Herrera respondió “que, porque quería, porque le daba la gana y porque tenía facultad para ello”. Cree Gálvez que, de esa manera, “Gil de Herrera halló la ocasión que necesitaba para mortificar a Zela, recordando la noche aquella en que éste le intimara que le guardase su fuero y prerrogativas de oficial y caballero”; y estimando que, como Alcalde Ordinario que era, “tenía en sus manos la administración de justicia, arma (...) que hiere deslizándose por entre las callejuelas de la ley escrita, y tenía también las armas de la fuerza bruta puestas en manos de sus alguaciles”. Zela refirió que sólo atinó a protestar por las formas poco educadas con que Gil le contestaba. Estando allí (como invitado a almorzar) “el licenciado don José Barrios y Hurtado, su pariente”, el balanzario lo instó a que se pronunciase sobre la verdad de lo que decía. Gil se levantó de la mesa y dio “orden a un negro su esclavo (para que) llevase (a Zela) preso a la cárcel pero el negro amenazado por el “balanzario” que le decía “cuidado como te llegas porque mañana puedo ser tu amo”, no cumplió la orden. En el clímax de la pelea Pedro Pablo Gil de Herrera agravió nuevamente “al balanzario, le infirió herida honda que la sintió en su honor, en su decoro y en su linaje”. El alcalde, avanzó como para atacarlo violentamente, diciéndole “que era un sambo limeño, borracho, injurias que agravó con la suspensión de la mano en ademán de descargarle un golpe”. Fue ésta la gota que colmó el vaso. Levantando la voz Gil le gritó echándole la “hora mala, a lo que (...) (Zela sólo pudo decirle) que advirtiese con quien 25 U n es cl av o de do n Fr an ci sc o A nt on io de Ze la se lió ag ol pe s co n ot ro de pr op ie da d de un a pa rie nt e de lA lc al de do n Pe dr o Pa bl o G il de H er re ra ,p ro vo ca nd o un co nf lic to qu e lle gó a m ay or es . 26 hablaba, que era un hombre empleado, que se moderase, que no era (...) (su) juez y que a mayor abundamiento tenía providencias del Señor Gobernador Intendente” y “sorprendido y turbado con la destemplanza de aquel Juez, no menos que íntimamente consternado con tan acerbas palabras, repuso que su borrachera sería con el aguardiente que (Gil) cargó”, que era como decirle “mula de arria”. Dicho esto Zela se retiró. La tarde del mismo jueves Zela fue de visita a la casa del señor cura para contarle, seguramente, los incidentes del medio día. Se percataron, entonces, que el Alcalde había ordenado salir a la calle pelotones de gente armada e, interpretando, seguramente, que se trataba de alardes para amedrentarlo y apresarlo posteriormente; “regresó a su casa llevando camino por otra calle desviada”. Pero, cuando Francisco Antonio de Zela estaba por llegar a su casa, “se le echaron encima los que ya la custodiaban, ejecutando con fidelidad las órdenes de un juez airado que no había omitido diligencia para su desaire”. Pero, simultáneamente, en su desesperación por buscar a Zela, el iracundo Gil fue a “buscarlo en casa de un tercero de honor, como fue la de don Toribio Ara, cacique principal del pueblo y hombre noble”. El espectáculo de la captura de Zela fue tan exagerado como deplorable. Tomado por la fuerza “en el centro de una chusma de más de cincuenta hombres, entre los cuales iban ocho armados y el Alcalde con un sable curvo que llevaba desnudo en la mano” fue llevado a la cárcel pública“ a las cinco de la tarde” por el mismo Gil, en unión del teniente de alguacil mayor don Antonio Auñón”. No satisfecho con tales vejámenes el mismo Alcalde la noche del referido jueves mandó custodiar la casa “con dos centinelas” y dio órdenes para que en el día siguiente extrajesen de la casa del balanzario “sus baúles y cuanto tenía”. Ingresaron a la casa para inventariarlo todo. Procedieron de inmediato a descerrajar y abrir los “baúles, sacándose de ellos los papeles y correspondencias secretas (sic) (...) (así como) los borradores de gastos en las fundiciones y los cuadernos”. El mismo Alcalde maliciosamente al “encargarse de unos cristales puestos en una repisa, sólo numeró de ellos una limeta (que era como entonces se denominaba a una pequeña jarra para escanciar vino) y un vaso, para que fuesen indicios de que (...) (Zela tenía la debilidad de la) embriaguez”. Estando Zela encarcelado su defensor, don Francisco Salguero, inició los trámites para su liberación. También los “oficiales reales escribieron de inmediato al Intendente Álvarez informándole la prisión del balanzario; su gran preocupación estribaba en que se hallaba próxima arribar a Tacna la remesa de plata desde Huantajaya, y al no hallarse Zela desempeñando su puesto se corría el riesgo de no poder fundirla”. 27 Ze la fu e ac as a de G il de H er re ra a re cl am ar po rl a af re nt a y és te lo in ju rió y m al tra tó . 28 posteriormente los pormenores del suceso. Gálvez reflexiona sobre esta vivencia del caudillo del primer levantamiento por la independencia del Perú. Piensa, por ejemplo, que “Zela hubo de comprender, a los veinticinco años de edad, el gran fondo de injusticia que había en la aplicación de las leyes, y como éstas, en las manos de ciertas autoridades del régimen español, se convertían en medios de opresión” y que “en el fondo del oscuro calabozo de una cárcel de pueblo, halló cuanta inmoralidad existía en la administración de justicia y cuanta suma de poder habían puesto los reyes de España en manos poco escrupulosas”. También sentiría estremecer todo su ser al percatarse que, sí en su caso que por razones de cargo desempeñado, privilegios, vinculaciones familiares, instrucción y capacidad para ejercer su defensa era “víctima de la arbitrariedad de un alcalde de pueblo”; cuanta injusticia se estaría ejerciendo contra los que no tenían las ventajas de ser criollo, letrado, instruido, funcionario colonial, capitalino, familiarmente bien vinculado y con recursos económicos como para vivir cómodamente. ¡Qué “cúmulo de abusos, de vejaciones y de injusticias” se ejercerían entonces contra los pobres, los desamparados, los humildes, los olvidados! Gálvez concluye que no “fue el 20 de junio de 1811, sino el 30 de mayo de 1793, cuando se forjó un carácter, cuándo Francisco Antonio de Zela, concibió la idea de sublevarse y levantar, alto, muy alto, el pendón de los ciudadanos de América”. FRANCISCO ANTONIO DE ZELA ENSAYADOR INTERINO DE LA CAJA REAL Se hace especial hincapié en la mención que dentro de la Causa de Hacienda se hace del Personal de las Cajas Reales, que figura en la Relación como de la Callana de Tacna; por que en ella laboraba interinamente una personalidad que tuvo gran figuración en los movimientos emancipatorios de Tacna. Los funcionarios eran: el “Ministro Tesorero, don Domingo de Agüero con 1 500 (pesos, anuales,) de sueldo; Oficial Mayor, don Juan Fernández Caamaño con 500; amanuense don Pedro José Belaúnde con 200. Guarda Mayor de Alcabalas, don Juan Manuel Carvajal con 1 000; Guardas, don Francisco Solís, don Rafael Bahamondes y don José María Arias con 400 cada uno”. Curiosamente la Relación que registró el Visitador omite el nombre del Contador, que era don Francisco Basadre. Esto debido a que ese año, con el mismo cargo, fue promovido a la importante Real Caja de la ciudad de Cuzco; y hasta el momento de la visita no se había designado a su reemplazante en Tacna. Después de presentar una relación minuciosa de las máquinas y herramientas que existían en la callana, se menciona que el responsable de esos equipos es un “Ensayador, que actualmente es interino, don Francisco Antonio de Zela (y Arízaga) con el sueldo de 500 pesos”. 29 Preguntado Zela sobre los procedimientos que seguía para establecer la ley o calidad de los metales preciosos que debía valorar. Se le consultó “si practicaba los Ensayos por fuego o copella, y no por toque y sonido con perjuicio del público y de los Reales derechos contestó Zela que lo ejecutaba por el primero, mostrando en su apoyo las hornillas y bitácora que se hallaron arregladas a su Ministerio e igualmente el Libro donde asienta las barras fundidas que corre desde primero de enero del corriente año hasta el trece del mes que rige, encontrándose en el haber fundido ochenta y tres barras”. Lizardo Seiner Lizárraga ha incorporado un elemento importante en la remuneración de Zela. Se trata de un “plus” que “recibía regularmente, aparte del sueldo asignado, un ingreso que provenía de su labor como fundidor. El 4 de enero de 1810, por ejemplo, Francisco recibe 150 pesos que por reglamento le correspondían a cuenta de las fundiciones hechas el año anterior”. DON FRANCISCO ANTONIO DE ZELA JURA COMO BALANZARIO INTERINO El título que confería a Zela, interinamente, el ejercicio de Fundidor, Ensayador y Balanzario sólo fue rubricado por el Virrey Francisco Gil de Taboada y Lemus el 25 de octubre de 1792; pero el documento que lo acreditaba demoraría, todavía varias semanas en llegar. El documento oficial debió llegar sólo en la segunda quincena de diciembre de 1792. Fue seguramente enviado desde Lima por la madre de Zela que también estaba iniciando los trámites para la sucesión del título de Ensayador en la persona de su hijo. Con el referido documento, don Francisco Antonio de Zela y Arizaga, cargando el luto de su recordado padre, se presentó ante los Ministros de las Reales Cajas para su incorporación oficial. Aceptadas las formalidades, don Francisco Antonio de Zela, “prestó el juramento exigido para desempeñar el cargo, ante los Oficiales Reales de la Caja de Tacna” en condición de interino. El acta de juramentación redactada en ese momento, certificaba que en “el pueblo de San Pedro de Tacna en primero de enero de 1793 años”. El juramento, se acostumbraba, se hizo “ante los ministros de Real Hacienda de las Cajas” de Tacna. Se leyó el superior despacho a don Francisco Antonio de Zela y Arizaga, por el que se le confiere el empleo de fundidor, ensayador y balanzario de ellas y se le asigna el salario de 500 pesos anuales desde el día de su recepción; y habiéndose verificado ésta hoy día de la fecha ante nos, tomándole el juramento acostumbrado, que lo hizo por Dios nuestro Señor y una señal de la cruz, de usar bien y fielmente el dicho empleo, lo hubimos y recibimos a él”. Fueron testigos don Juan Fernández Camuño y don Rafael Bahamondes. 30 El titulo definitivo debió llegar sólo a mediados de 1794, porque para completar las formalidades y para garantizar el manejo de crecidas sumas, Zela debió conseguir que vecinos solventes de Tacna, lo afianzaran. El 29 de agosto de 1794, nada menos que don Joaquín González Vigil y Molina; nombre caro para todo tacneño por haber sido el padre del célebre Francisco de Paula González Vigil y Yáñez; otorgó ante el escribano don Ignacio Enrique Portales; por un monto de, hasta 500 pesos, a favor de don Francisco Antonio de Zela; para que pueda cumplir a cabalidad el cargo de “Ensayador, Fundidor y Balanzario” de las Reales Cajas del pueblo de Tacna. ZELA Y EL CACIQUE QUE SE ENFRENTÓ A LA AUTORIDAD En la historia las tramas se unen y se desatan y los personajes van definiendo sus perfiles. Casi simultáneamente con los juicios referidos anteriormente se produjo en Tacna otro sonado caso de confrontación con la autoridad española. No era la corta férula del Alcalde Ordinario sino el recio bastón del Subdelegado, Menocal. Tampoco era Zela, el impetuoso y romántico criollo protagonista de las dos ya relatadas historias. Se trata, ahora, del cacique de los Naturales de Tacna, don Toribio Ara y Cáceres. Lo más interesante es que, por coincidencia, le correspondió, finalmente, a Francisco Antonio de Zela, llevar adelante, por orden del Intendente, el proceso, en consideración a que todas las autoridades llamadas a administrar justicia estaban incluidas en la acusación del Cacique. Sucede que Menocal cultivó una amistad condescendiente hasta la complicidad con el penúltimo Cacique, Santiago Ara y Cáceres, y con la madrastra, ambiciosa segunda mujer del Cacique Carlos Ara, doña Pascuala Sánchez, privando a Toribio, hermano menor del referido Curaca, de los derechos que, como hijo y heredero del difunto Cacique Carlos Ara y Ticona, le correspondían. La particular manera de reaccionar o defenderse de Toribio generó una creciente animadversión de Menocal. Como, abogado que era, don Santiago Ara, fue asesor privado de Menocal, a quien le pasaba los expedientes del suplicante, don Toribio Ara, “para que los decretase, siendo éstos en contra del mismo don Santiago”, demandándolo por las acciones que le pertenecían de la herencia de su padre”. Así Menocal lo privó violentamente de la Hacienda del Puquio que lo sustentaba, como parte de los bienes de su difunto padre don Carlos Ara; ni le concedió de su legítima patrimonial ni casa en que vivir ni un criado para su servicio. El Subdelegado, íntimo amigo y parcial de don Santiago; todo lo reservó para que la disfrutase éste, integra e indivisamente. Enfermo Santiago hizo su testamento en 1792, a falta de notario, ante el gobernador Menocal. Dice, no exento de ironía, que rogaba a Dios para que su 31 A lv isi ta rl a C al la na de Ta cn a, Á lv ar ez y Xi m én ez en co nt ró al fr en te de el la ,c om o En sa ya do ri nt er in o a do n Fr an ci sc o A nt on io de Ze la . 32 hermano Toribio disfrutase “el cargo de Cacique en que me sucede, con todo sosiego y no con las tropelías y disgustos que yo he pasado desde el día en que empuñé el bastón’’. Muerto sin descendencia, el 4 de junio de 1792, el referido abogado cacique, su hermano, don Toribio, que era el siguiente en orden de sucesión, debió asumir el Cacicazgo a fines de ese mismo año. Entonces comenzaron los conflictos con el dicho Menocal y su “corte”. Primero, éste entorpeció la partición de la herencia paterna dejando a doña Pascuala como administradora; luego, le negó hasta la bodega anexa a la casa del cacique que el Intendente, le había asignado y dado posesión interina y, finalmente, formó causa en contra de don Toribio “sobre la imaginada calumnia que demandaba la Juana (Martínez de) Oporto por haber (don Toribio) (…) defendido la sustracción de agua que cometió el jueves de mi mita”. Para tales arbitrariedades los tres jueces, Menocal, don Joseph Santa María y don Pedro Pablo Gil, coludidos y vengativos, juntamente con el Protector de Naturales, don Matías Baluarte y el Escribano don Ignacio Enrique Portales, que se hallaban sometidos al capricho y la arbitrariedad del Subdelegado; el 6 de marzo de 1793, lo pusieron preso en la cárcel pública de este pueblo, causándole vejámenes y atropellamientos hasta llegar al extremo casi de ponerlo en las manos de la referida viuda del dicho su hermano, de su suegra y criados e incitando a los indios alcaldes” para que lo sacasen de su casa amarrado y preso a la cárcel del pueblo. Estando en la cárcel y sin tener autoridad local a quien recurrir hizo un pedimento al Intendente de Arequipa detallándole los incidentes y recordándole los privilegios que debían “gozar los caciques, para no ser presos por ningún juez ordinario, sin delito grave, criminal”. El Intendente proveyó auto en Arequipa el 20 de marzo de 1793 reconociendo que no podían ser los caciques presos por los jueces ordinarios y exhortando al Subdelegado a que cumplan, para que, bajo de fianza de hacienda, ponga al Cacique don Toribio Ara en libertad de la carcelería en que se hallaba. Un nuevo escrito del Cacique reparaba en la imposibilidad de lograr justicia en Tacna, con las autoridades entonces en ejercicio por estar emparentados entre sí, “…por ser la Juana (Martínez de) Oporto tía carnal de Baluarte (…) Isidoro Gil, Ambrosio Gardeazabal (y) Pedro Gil, sobrinos carnales de ésta; vienen a ser con el Alcalde Ordinario, don Pedro Pablo Gil, aquella, prima hermana y éstos primos en segundo grado, y el propio parentesco milita para con doña Incolaza Gil, mujer de Baluarte, hermana del Alcalde, prima hermana de la Juana (Martínez de) Oporto y, en segundo lugar con los sobrinos de ésta, cuya familia, de pública voz y fama se halla beneficiada del Subdelegado”. Una nueva orden del Intendente, suscrita en Arequipa el 11 de abril de 1793, libra despacho “…al Ministro Tesorero don Domingo Agüero, y en su defecto al Fundidor don Francisco Antonio de Zela…” para que, previa fianza se deje en libertad al Cacique y se reciba “…Información de las violencias que el expresado cacique expone haber hecho el Subdelegado con su persona…” 33 L a cr ue ld ad de To m ás de M en oc al lle gó ha st a el in ju sto y pr ol on ga do en ci er ro de lC ac iq ue do n T or ib io A ra . 34 Ara inserta en el expediente un escrito, en el que le comunicaba que “…luego que llegó el expreso con el citado pliego, que fue el día treinta del próximo mes pasado de Marzo incontinenti (es decir, inmediatamente), valiéndome del Ensayador, Fundidor y Balanzario de esta Reales Cajas, don Francisco de Zela y Arízaga, persona de honor, se lo hice pasar y se verificó su entrega en mano propia, de suerte que lo abrió, lo leyó y se enteró de su contenido y se dejó decir que con una carta se le contestaba a Vuestra Señoría su Providencia; sobre cuyo particular está pronto a declararlo el referido don Francisco de Zela”. Pero pasaron tres días y Menocal no se movió a darle obedecimiento, ni la menor providencia. Entonces el miércoles 3 de abril, a las 8 de la mañana, se le hizo acuerdo de la causa y se le exigió su cumplimiento, presentándole a don Josef Santos Arias, persona de honor y facultades, como fiador de Toribio para que saliese libre, pero Menocal no lo verificó, nuevamente. Muy por el contrario, a las doce del propio fue a la cárcel Juan Benavides, su comisionado, a intimar a Toribio con un decreto por el cual declaraba no haber lugar a la providencia del Intendente, hasta que la parte contraria no responda al traslado que se le había pasado. Cuando llegó la hora de ejecutar la orden del Intendente, es decir, enfrentar al abusivo y despótico Menocal, curiosamente el pusilánime el Contador Domingo de Agüero, se ausentó a la ciudad y puerto de Arica, pretextando entendiendo en asuntos del Real Servicio pasando esta comisión a don Francisco de Zela y Arízaga. Zela, de inmediato, comenzó a interrogar a los testigos del hecho con total independencia. Frente a los timoratos y a los coluditos, el futuro caudillo de 1811, se perfila con una personalidad autónoma, valerosa y justiciera. MATRIMONIO DE DON DOMINGO ANTONIO DE ZELA Y ARIZAGA Domingo Antonio, el único hermano del Prócer que vivió en Tacna, no compartió los ideales ni las peripecias de don Francisco Antonio. Mientras Francisco se nos retrata apasionado, político, protagónico, rebelde; Domingo es más calculador, indiferente, marido prematuro, exitoso comerciante, sometido al convencionalismo social y al orden imperante. Domingo, nacido hacia 1772, antes de su asentamiento definitivo, pudo haber visitado Tacna. En aquella oportunidad debió conocer a Tomasa su futura esposa. La última vez que llegó a Tacna fue después de la muerte de su padre, portando el poder que su madre extendió en Lima, el 22 de noviembre de 1792, a favor de Francisco. Allí Domingo figura como menor. Éste debió llegar, en el mejor de los casos, a mediados de diciembre de ese año y vivir con su hermano Francisco en la casa dejada por don Alberto. Seiner ha pintado la situación de Zela, por lo menos, hasta octubre de 1793, que sobrellevó “con el único y más cercano pariente con quien contaba en el pueblo: su hermano Domingo Antonio. Vivió con él por espacio de varios meses. Cuando el intendente Álvarez visitó Tacna en agosto de 1793, entre 35 las varias acciones de gobierno que buscó implementar, mandó que los funcionarios de la Real Hacienda pasaran inmediatamente a vivir en el amplio edificio designado para albergar las Cajas Reales. No obstante, ninguno acató la orden, esgrimiendo, al efecto, razones personales. Don Francisco Antonio de Zela adujo que “al ensayador no se le podía obligar a ello por no tener comodidad para vivir con su hermano y dos esclavos que tenían el defecto de la embriaguez”. Continua Seiner refiriendo que la “convivencia fraterna terminó al contraer nupcias Antonio con Tomasa Gandolfo en Octubre de 1793”. Parece que este matrimonio, inesperado también, terminó con la férrea unión que existía entre los dos hermanos: Domingo y Francisco. Doña Tomasa era una joven de fortuna, hija legítima de don Silvestre Gandolfo Malatesta, italiano, comerciante, artesano, constructor, etc. y de doña Melchora Portales y Rejas, heredera de una familia afrodescendiente que alcanzó la prosperidad. Casaron en la parroquia de Tacna el 31 de octubre de 1793. El acta de matrimonio dice: “yo el doctor don Francisco Méndez de licentia parrochi, casé y velé a don Antonio de Zela, soltero, hijo legítimo de don Alberto de Zela y Neyra y de doña María Mercedes de Arízaga, vecina de Lima, como el primero vecino de este pueblo, con doña Tomasa Gandolfo, hija legítima de don Silvestre Gandolfo y de doña Melchora Portales (...) procedí a verificar dicho matrimonio, de mandamiento del doctor don Juan José Manrique cura propio y vicario de este pueblo (...) Testigos don Manuel Yánez, don Pedro Salgado y don Agustín Cárdenas (...) (Firmado) doctor Francisco Méndez”. CUANDO DOS HISTORIAS SE UNEN Hay momentos trascendentales en la vida: nacimiento, muerte, encumbramiento a posiciones que permitan la gestión de grandes cambios positivos o la plasmación de obras admirables. En el ámbito familiar: unir su destino con el de otra persona y procrear hijos valiosos y ejemplares. Estas pautas se cumplen en las vidas extraordinarias como en el caso de Zela: su rebelión abre el periodo insurreccional de la Emancipación y su prisión, destierro y muerte lo consagran. Su matrimonio con María de la Natividad es mucho más que una alianza para los propósitos familiares. Ella supo compartir los ideales de su marido, aun después del fracaso de 1811, como se verá tratando el levantamiento de 1813. No hay detalles del noviazgo, que, entonces era largo y vigilado. Francisco Antonio, visitaría a doña María Antonia de Antequera para solicitarle la mano de la fina y bella María de la Natividad, de 22 años. La boda sería un acontecimiento social por la estimación que los cónyuges tenían, en casi todos los sectores del pueblo de Tacna; como que fueron sus padrinos el ex Alcalde Ordinario y “Coronel de Milicias de la Provincia de Arica, don Francisco Navarro y su esposa doña Norverta de Soto”. El acta matrimonial dice, a la letra dice, que el 5 de junio de 1796 “el doctor don Fulgencio de Barrios con facultad y licencia del licenciado don Marcos Domingo Rubio, encargado de la doctrina de Tacna 36 casó inn faccie ecclesiae, por palabras de presente que hacen verdadero matrimonio, y (veló) según orden de nuestra Santa Madre Iglesia a don Francisco Antonio de Zela, natural de la ciudad de Lima, hijo legítimo de don Alberto de Zela y Neyra, difunto, y de doña María Mercedes de Arizaga, con doña María de la Natividad Siles de Antequera, oriunda de este pueblo (de Tacna), hija legítima de don Pedro Siles, difunto, y de doña María Antonia de Antequera, habiéndose leído las proclamas en tres días festivos que fueron el 26, 29 y 30 de marzo. Y, aunque resultó impedimento de afinidad ilícita en segundo grado, le fue dispensado por (Su Ilustrísimo), Obispo, mi señor, según consta del documento correspondiente; y no resultó otro impedimento de la información y demás diligencias que se practicaron. Fueron testigos el coronel don Francisco Navarro, y Lorenzo Ramos, y para que conste lo firmo”. Sin embargo no se registra firma ni rúbrica del celebrante. Dice Cúneo que la novia llevó 10,000 pesos de dote, sin incluir la histórica casa de la calle llamada entonces “Mercaderes”, hoy cuadra quinta del Jirón o calle de “Zela”. LOS SILES DEL ALCÁZAR El fundador de la familia Siles a la que perteneció la digna y abnegada compañera de Francisco Antonio de Zela fue don Joseph de Siles, vecino de la ciudad de Cochabamba, en la Audiencia de Charcas y, probablemente, uno de los arrieros que trajinaban entre Arica, Tacna y las ciudades del Alto Perú. Fue padre natural de don Diego, don Tomás y doña Isidora Siles del Alcázar, habidos en la tacneña doña Isidora del Alcázar y Padilla. Tuvo además muchos hijos naturales. Que don Joseph fuese “trajinero” se deduce del hecho que sus dos hijos naturales Diego Siles y Thomás Siles fueron también arrieros desde su juventud, origen de una prosperidad alcanzada cuando sólo tenían 27 años de edad. Aunque en el acta matrimonial Diego figura como tacneño, en su testamento declara ser “natural de la villa de Cochabamba”, donde habría nacido hacia 1709. El 2 de julio de 1739, casó en Tacna con doña Juana Bruselas, que en otros documentos figura como Juana Brucel y, en otros, como Juana Sarria; nacida hacia 1718, también natural del pueblo de Tacna y viuda de Andrés Arias. Don Diego fue un exitoso comerciante que constituyó, a criterio de Seiner, “una de las más importantes personalidades financieras de Tacna en la segunda mitad del siglo XVIII” y que logró, en medio siglo “un respetable poder económico basado en el comercio que ejercía con el Alto Perú y en las crecidas sumas que percibía como producto del préstamo de dinero a una elevada tasa de interés” y, según Cúneo al negocio de adelanto de dinero sobre cosechas en pie a los viticultores de los valles de Cinto y Locumba; a la especulación sobre vinos y licores en el mercado altoperuano y a (hacer) préstamos”. Gálvez, tratando sobre su vida cree que 37 el “sociólogo y el historiador encontrarán en ella el tipo, el modelo de muchos hombres de la época colonial”. Efectivamente, don Diego fue uno de los más activos “empresarios” en la lucrativa actividad del arrieraje, tanto así que cuando, en agosto de 1736, se produjo la protesta de los dueños de recuas por el incremento de arrieros “informales” en el “trajín” con el Alto Perú”, entre los protagonistas figuran don “Diego Siles (y don) Tomás Siles”. Progresó tanto el cochabambino que, el 1º de Marzo de 1771, compró al capitán don Pedro de Ureta y Peralta, vecino de Lima, una viña que éste heredó de sus padres, sita en el valle de Cinto, términos de la doctrina de Ilabaya, en 21000 pesos. Tenía esta hacienda 8500 cepas de vid y, a comienzos de 1789, era dueño, también, de una hacienda “de alfalfares y tierras de sembrío en Challata, del valle de Tacna” y de una “chacra de tierras de sembrío en el pago de Yalata del valle de Sama” que legó a su hijo natural José María Siles Pizarro. También poseía predios urbanos, como las tres casas que señaló en su testamento; una casa y solar dejada a su hija natural María Siles Salguero, que era donde ésta vivía y otras dos casas que correspondían a su nieta legítima doña María Natividad Siles de Antequera. Una de estas dos referidas sería la histórica casa donde moró Zela y donde tuvo lugar el acontecimiento del 20 de junio de 1811. Otro indicador de la fortuna de don Diego eran los numerosos esclavos que poseía en sus casas de Tacna y chacra de Challata. No menos de veinte sin contar los de Cinto y Sama, que debieron ser también numerosos. A esa riqueza unía prestigio, como que fue capitán de milicias territoriales; que, en 1788, llegó a ser el Tercer Alcalde Ordinario de Tacna por designación del Intendente de Arequipa. Gálvez lamenta que el “tiempo de matrimonio fue corto” por que sólo duró catorce años. El 3 de mayo de 1753 falleció doña Juana Bruselas, cuando sólo tenía 35 años de edad, mujer que fue de Diego Siles; dejando dos hijos legítimos doña Gregoria y don Pedro Siles Brucel. Aquella “entró de monja y profesó con el nombre de Sor Gregoria de Santa Teresa en el monasterio de Santa Teresa de la villa de Potosí” para lo cual se la dotó con 4 000 pesos; y, éste nacido hacia 1744; falleció de 40 años el 14 de agosto de 1784 había casado con doña María Antonia de Antequera y Laso de la Vega, natural de Chuquisaca, como “murió de repente” no pudo recibir los auxilios espirituales. Fue sepultado “en la capilla de Nuestra Señora del Rosario”. Sin embargo hubo una tercera hija, Mariana, que falleció de sólo 4 meses de edad “el 22 de enero de 1752”. Fue registrada como mestiza. Don Diego, tuvo, además, cuatro hijos naturales, con Magdalena (o Margarita) Salguero a María y Agustín Siles y Salguero y otros dos, cuyas madres no se han registrado, llamados Matías, Bernardo y, ya en viudez, con Bernarda Pizarro un cuarto llamado José María Siles Pizarro que murió, de 20 años, en 1803. De sus dos hijos legítimos, don Pedro Siles Brucel “tuvo por hijos a don Juan 38 D ed ic at or ia a la fo to de do ña M ar ía N at iv id ad Si le sh ec ha po re lj ur ist a D r. A ur el io Sá nc he z H er re ra . La fo to gr af ía de ló le o de do ña M ar ía Si le s; co nf un di da co n su hi ja ,d oñ aM ar ia Em er en ci an a de Z el a y Si le s. 39 Bautista, doña María Flora, don Agustín, don Josef y doña María (Natividad) de Siles y Antequera”, la abnegada esposa del prócer. Don Diego testó ante el escribano don Ignacio Enrique Portales y Rejas el “6 de enero de 1789 (...) (asistiendo) como testigos de este postrimer acto de la vida civil, cuatro notables vecinos de Tacna, llamados don Fernando Pomareda, don Vicente Ballón, don Juan de Benavides y don Lorenzo Mazuelos”. Falleció de 80 años de edad el 7 de enero de 1789. Fue sepultado con gran solemnidad y con un cortejo de diez religiosos encabezados por el Teniente Cura Fray Fernando de Tapia y Cárdenas; previa misa de cuerpo presente, en el lugar correspondiente de la iglesia parroquial el 8 de enero de 1789. EL POLÉMICO RETRATO DE DOÑA MARÍA DE LA NATIVIDAD SILES DE ANTEQUERA El doctor don Aurelio Sánchez Herrera, vocal de la Corte Superior de Justicia de Tacna y Moquegua, varias veces su Presidente y descendiente de Francisco Antonio de Zela; tuvo la fineza de obsequiar al primer obispo de la Diócesis de Tacna y Moquegua, Monseñor Carlos Alberto Arce Masías, que estaba organizando un museo, una curiosa fotografía tomada de un cuadro. Correspondía a una anciana. En el reverso la dedicatoria decía “Emerenciana de Zela de Sánchez. Hija del Prócer don Francisco Antonio de Zela i Arízaga. Afectuosa i respetuosamente. Excmo. y Rvmo. Monseñor Carlos Alberto Arce Masías. 1er Obispo de Tacna. Aurelio Sánchez Herrera. 1952”. La foto era poco nítida. Había sido tomada directamente de un cuadro. Las condiciones de la impresión ofrecían muchas distorsiones. La señora retratada se veía muy anciana, seria y con facciones poco finas. Cuando el entusiasta Obispo fue promovido a la arquidiócesis de Piura, recomendó que dichas fotos se entregasen cuando se estableciese un Museo permanente en Tacna. Cuando se creó el Archivo Departamental y se estimularon donaciones para formar la “Fototeca de Tacna”; el Canciller de la Diócesis, Padre Pedro Vila Duffy y, muy especialmente la Señorita Secretaria Anita Cocha Saravesse; con la anuencia del señor Obispo; transfirieron al mencionado repositorio las referidas fotografías. Con motivo de la reconstrucción del inmueble donde moró el prócer Zela y su puesta al servicio de la colectividad como casa-museo; gracias a la política patriótica y cultural del directorio del Banco Industrial; el Ingeniero Hernán Sánchez Tregear, entonces alto funcionario de Electro Perú, hijo del recordado doctor Aurelio Sánchez Herrera y, por lo tanto descendiente directo de Zela; tuvo el noble gesto de desprenderse de retratos de sus antepasados que la familia cuidaba con veneración y gran celo, de generación en generación, donándolas a la referida casa-museo. 40 Doña María Natividad Siles de Antequera. Óleo existente en el museo Casa de Zela. 41 Sobresalían dos oleos, tipo medallón interior, de un caballero de edad provecta y una dama de mayor edad, que era precisamente el original de la fotografía donada al Archivo. La figura del óleo, no obstante ser el original, se ve diferente. Refleja a una digna anciana, de belleza serena que no ha marchitado el tiempo. Su tez es blanca con tonos carmín y su cabello cano. Sin embargo se descubre en su pequeños ojos sombras de quebranto y heridas del alma sin cicatrizar. Los cuadros que corresponden a la anciana y al anciano fueron colocados en el salón principal de la casa, en la pared más amplia, que da al Este, a uno y otro lado del retrato, más grande, del prócer don Francisco Antonio de Zela. Esta distribución de los óleos fue motivo para una nueva errada conclusión del bien intencionado guía: los ancianos eran el padre y la madre de Francisco Antonio de Zela. Con criterio intuitivo, pre-conceptual no podía aceptarse que respecto de una estampa juvenil y radiante del Prócer, una anciana sea la esposa de Zela y, un anciano, su hijo político. Doña María Natividad Siles de Antequera y Laso de la Vega viuda de Zela, residió un buen tiempo en Ilabaya, para sobrellevar pobreza, ingratitud y olvido, como se tratará más adelante; pero siendo ya anciana, retornó a Tacna para vivir sus últimos años. Falleció doña María Natividad, “viuda de don Francisco Antonio de Zela”, el 4 de febrero de 1852. Tenía entonces setenta y cuatro años” de edad. Se conoce que las primeras fotografías que se tomaron en Tacna, hacia 1862, fueron hechas por el fotógrafo itinerante Juan de la Cruz Palomino. Tal vez se hicieron daguerrotipos a mediados de los cincuenta. Sin embargo, antes de esa fecha abundaban los pintores de caballete acostumbrados a ofrecer a las familias retratos al óleo, generalmente, de sus damas. Uno de esos pintores, que se referirán en el próximo capítulo, retrató a doña María Natividad Siles. En unas notas de mi responsabilidad, escritas con lápiz, en la dedicatoria de la fotografía, cuando se estaba organizando la fototeca del referido Archivo; se comenta que no se trata de Emerenciana, la hija de Zela, nacida en 1802, porque ni la edad que representa la dama ni la indumentaria que luce corresponden ni a los cincuenta años de edad ni a la las modas del medio siglo XIX. Tampoco puede ser la madre de Zela porque todo contacto con doña Mercedes se perdió con la venida de Zela a Tacna. Sólo puede tratarse de doña María Natividad. El anciano del otro óleo, es, con toda seguridad, don Luis Sánchez, casado con doña Emerenciana de Zela y Siles, segunda hija de don Francisco y doña María Natividad. Para verificarlo fue menester conseguir una fotografía tipo “carte de visite” donde aparecen el referido don Luis, su hijo Pedro Sánchez y Zela y su primer nieto, Isidoro Sánchez Zevallos. En la dedicatoria del reverso se lee: “Señor Pedro José Vértiz, tu afectuoso compadre y amigo, Luis Sánchez; Sinto (sic), febrero, 13 de 1874”. 42 LAS TIERNAS RAMAS Se sabe que el hogar conformado por don Francisco Antonio de Zela y Arízaga y doña María Natividad Siles de Antequera, se vio adornado por la presencia de nueve bellos y saludables hijos. El primer historiador que incluyó en la biografía del prócer los nombres de los hijos de Zela, fue José Belisario Gómez Castañón en su opúsculo titulado “El Coloniaje”. Lo hizo con algunos errores que fueron subsanados posteriormente. El historiador Aníbal Gálvez que conocía la obra de Gómez, confirmó nombres y fechas; con notas a pie de página puso a salvo su responsabilidad en datos poco claros y corrigió los lapsus calami en las dos primeras fechas de nacimiento consignadas como 1897 y 1899; por las correctas de 1797 y 1799. Don Rómulo Cúneo Vidal, que también conocía el valioso libro del tacneño Gómez se tomó el trabajo de verificar con exactitud, en los libros parroquiales bautismo de San Pedro de Tacna, una a una “las fechas publicadas por José Belisario Gómez en su Coloniaje acerca del nacimiento de los hijos de Zela”. Con la más reciente obra referida a Zela, del historiador Seiner, la información se ha verificado completamente. Según Lizardo Seiner Lizárraga los hijos de don Francisco Antonio de Zela fueron los siguientes: doña Flora María Dolores, nacida el 21 de abril de 1797; doña María Manuela, nacida el) 30 de marzo de 1799; don Santiago nacido el 25 de julio de 1800; doña Emerenciana nacida el 23 de enero de 1802; don José Santos que vio la luz el 1 de noviembre de 1803; don José Manuel nacido el 17 de febrero de 1805; don Buenaventura que fue alumbrado el 13 de julio de 1806; doña María del Rosario que nació el 2 de octubre de 1807 pero que falleció al año de edad el 7 de enero de 1809, sumiendo a sus padres en un inconsolable dolor; y Lucas Miguel, nacido el 16 de octubre de 1810. UN DESCONOCIDO JUICIO A ZELA Se desconocía hasta la actualidad que, entre Francisco Antonio de Zela y su compañero en la gesta de 1811, don Rafael Gavino de Barrios y Liendo, hubiese existido un conflicto que llegó a la Real Justicia. El litigio, cuya materia o asunto se desconoce y que, por 1807, debió estar ya en segunda instancia, es decir, a nivel de Intendencia, que ventilaba los juicios en la ciudad de Arequipa; debió comenzar con anterioridad a 1807. En 27 de octubre de 1807, el capitán Rafael Gavino de Barrios otorgó poder a favor del doctor don Juan Antonio Valdés, abogado de las cortes y vecino de Arequipa “para que lo defienda en el pleito pendiente contra el balanzario don Francisco Antonio de Zela”. 43 El 30 de ab ril de 18 01 ,e n el pu er to de A ric a, un a fra ga ta in gl es a, ar m ad a en gu er ra ,a fia nz ab a su pa be lló n co n ca ño na zo y ba la . 44 LA GUERRA ENTRE ESPAÑA E INGLATERRA: REPERCUSIONES EN LAS COSTAS DEL EXTREMO SUR DEL PERÚ Los ingleses declararon la guerra a España. Comenzaron su estrategia boicoteando en los puertos de América, todas las posibilidades comerciales, pasaron al Pacífico. La primera intentona ocurrió en Arica el 30 de abril de 1801. Otra en ocurrió en Iquique, en junio de 1801. El Capitán José Lino Portocarrero, Comandante Militar de Arica comunicó al Subdelegado Calvo de Encalada, que “habiendo tomado este puerto de Arica, la tarde del 30 de abril último, una fragata inglesa, armada en guerra, afianzando su pabellón con cañonazo y bala”. Por lo ocurrido en Arica, dos meses antes, se conocía que algunas naves inglesas merodeaban por la costa entre los puertos de Ilo e Iquique. Una de ellas, había combatido en alta mar con la fragata “Castor”, más conocida como “La Gran Bretaña”; donde le hirieron a un hombre. En Iquique, que pertenecía al Partido de Tarapacá, era Subdelegado don Ramón de Echáve y Alguizar, Comandante Militar, don Juan José de La Fuente y Alcalde, don Ventura Vera; ocurrió otro intento. El 15 de junio de 1801, la tripulación de “un barco guanero, propio de don Juan Bautista Elustondo, llamado La Piragua”, se percató que una nave de tres mástiles se les aproximaba. Era la fragata inglesa que venía de combatir con la “Castor”. Entonces “reconociendo la tripulación del barco, por la dirección que llevaba la fragata que venía sobre él, mudando de rumbo, hacia arriba, con dirección a este puerto llegando poco antes de la dicha fragata”. La gente que estaba en la parte alta de Iquique, con vista panorámica del mar; vio con alarma como “La Piragua” era perseguida y abordada por una extraña fragata inglesa, el Alcalde Ventura Vera, mandó buscar, urgentemente, al Comandante Militar, don Juan de a Fuente. Estando ya tomada la nave, a cuyo maestro condujeron a su bordo y también a un pasajero, por medio del cual escribieron a los pocos vecinos de ese puerto con el intento de que se les mandase en una chalupa, de las suyas, que vino a tierra; unos cortos víveres cuyo importe ofrecieron pagar y de lo contrario darían fuego al referido barco “La Piragua” y otros de menor consideración que se hallaban en este fondeadero. Llegado el emisario a la orilla, los pocos vecinos estuvieron de acuerdo en enviar lo solicitado. Recolectados los víveres se envió la chalupa con el mismo emisario. Pero los ingleses, no contentos con los víveres recibidos, insistieron con una nueva demanda, para que los iquiqueños les “dieran todo lo que había en el pueblo, viniendo a recogerla con esta embajada, tres chalupas, cada una con un cañón y gente armada”. En estas dramáticas circunstancias llegó el Comandante Militar La Fuente “y se dedicó a estudiar las fuerzas con que contaba el enemigo”. Pudo percatarse que la fragata 45 inglesa tenía, a cada lado, 18 cañones debidamente encureñados y 85 tripulantes. De inmediato, La Fuente, escribió dos oficios, uno para el Subdelegado Echave, que vivía en el pueblo de Tarapacá, informándole de lo ocurrido; y otro para don Manuel Hidalgo, quizás Alcalde del asiento de Huantajaya, el centro poblado más inmediato, para solicitarle inmediata ayuda militar. Estaban La Fuente y Vera preparando la defensa cuando les avisaron que los enemigos “venían de vuelta”. Avanzaban, “la fragata y las tres chalupas con su barca”. Entonces, entre otras cosas, La Fuente ordenó a los vecinos para que “retiren cuanto en sus casas hubiese de útil”. En esos momentos, los ingleses, habían comenzando el saqueo, desmontando los mástiles “de La Piragua y extraído de ella y de los demás barquitos cuanto habían encontrado”. Concluida esta tarea los ingleses “se atrevieron a saltar a tierra” desembarcando por la parte norte y avanzando sobre la población que, en vistas de su desguarnecimiento y por órdenes del Comandante Militar, se replegaron sobre los cerros, dejando sus casas al enemigo. El Comandante militar, recordó esos últimos instantes, diciendo que robaron “lo que a su vista se ha patentizado” y que temía intenten mayores cosas”. Culminada su obra destructiva los ingleses se reembarcaron. Esto fue informado por Vera a Echave, el 16 de junio de 1801, y éste al Comandante Militar La Fuente. Esta será la primera de las incursiones inglesas sobre costas del extremo sur del Perú. UN CINTO QUE NO UNÍA Sinto o Cinto, desde la antigüedad se han usado las dos formas de escribirlo, prevaleciendo la segunda. Fue, un extraordinario valle frutícola, sobre todo, viñero, de la doctrina de Ilabaya. Parece que el primero que valoró sus posibilidades vitivinícolas fue don Bartolomé de Gárate. Luego la adquirió el corregidor Ureta y, finalmente, la compró por partes a los descendientes de éste, don Diego Siles. Este ricohombre la legó, por partes, a sus cuatro nietos, propios de su finado hijo Pedro de Siles Brucel, llamados “don Juan Bautista, doña María Flora, don Agustín, don Josef y doña María de Siles y Antequera”. En la medida en que los Siles que pertenecían a la tercera generación fueron valerosos en los momentos en que la patria demandaba su concurso; también fueron poco afectos a explotar la riqueza que ofrece la tierra y vieron en el fundo de Cinto no un bien para trabajar y lograr mayor fortuna sino como una obligación poco grata o sólo un patrimonio para gozar hasta consumir. Los Siles de Antequera se endeudaron con la garantía de Cinto y, como no cumplieron las acreencias, terminaron perdiendo lo suyo. 46 Dice Seiner que, “Josef decidió vender su parte a Toribio Ara, Juan Bautista había sido demandado por la cantidad de 3 000 pesos” y, al no cumplir, se remató la parte de la hacienda que le correspondía, ganándola Toribio Ara. Zela, representando a sus cuñados y a su esposa, se opuso a la citada venta, aduciendo que debía preceder a ésta su división y partición. Finalmente Ara ganó el juicio y quedó como dueño de la mitad del fundo. Gálvez destaca como Zela no fue sólo el guardián de los intereses de sus cuñados “sino también el defensor de sus derechos. La conservación de ese bien en poder de la familia de su esposa le ocasionó continuas molestias y quizás también le atrajo enemistades”. A doña María Natividad, esposa de Zela, le correspondió el derecho a 9 832 pesos en el fundo. Pero, dice Gálvez “que su dote fue origen de contrariedades que amargaron la existencia de Zela”. Éste, que debía defender la hacienda, y al final la parte que le correspondía a doña María Natividad; se vio obligado a pleitear con propios y extraños El juicio con los Ara fue prolongado y cruento. Seiner repara en el hecho paradojal de un proceso que enfrentó “seis años antes de estallar la rebelión, a dos de sus principales protagonistas: Zela y Ara. Queda por hurgar las razones que motivaron el acercamiento”. LA INVASIÓN INGLESA A BUENOS AIRES: REPERCUSIONES EN LAS COSTAS DEL EXTREMO SUR DEL PERÚ Dentro de la campaña inglesa contra las colonias españolas de América, pero con anterioridad a la invasión de Buenos Aires por las fuerzas de Lord Popham; hubo naves de guerra británicas que merodearon por las costas del extremo sur del Perú. Las naves que consiguieron cruzar el Estrecho, llegaron a un mundo que desconocían. Las características de las corrientes, las profundidades, los vientos convertían al Océano Pacífico en un permanente riesgo, bastante lejos de su país y de su último centro de aprovisionamiento. Cree Cúneo que la incursión británica en costas peruanas “más fue de observación que de abierto guerrear”. Por eso las primeras defensoras de los puertos del Pacífico, fueron las fuerzas de la naturaleza. Así, en 1805 se estrelló en la peñolería del puerto de Iquique la fragata británica “Minerva”, y su tripulación fue hecha prisionera y enviada a Lima”. En Tacna se dio relativa libertad a los británicos prisioneros, para que alternasen con la gente de la ciudad; la estrechez de la cárcel obligó a repartirlos en casas de algunos vecinos de confianza”. Al año siguiente, con la invasión inglesa a Buenos Aires y la proyectada invasión en el Pacífico Sur, sobre Valparaíso, la presencia inglesa pasará de meramente de misiones observadoras a incursiones violentas y a veces, accidentadas. 47 R ec or rid o qu e si gu ie ro n la st ro pa si ng le sa s du ra nt e la pr im er a y se gu nd a in va sió n a B ue no s A ire s. 48 LA INVASIÓN INGLESA EN BUENOS AIRES Contrariamente a los que ven la invasión de Buenos Aires por los ingleses y la expedición de Miranda como dos acontecimientos inconexos, Luis Alberto Sánchez, en su monumental “Historia de América” considera que por el contrario los ingleses pretendieron “apoderarse de las mencionadas posesiones hispánicas y planearon un triple ataque: Por el noreste, desembarcarían en Venezuela; por el sudeste, en el Río de la Plata, y por el suroeste en Chile, con lo cual coparían todo conato de resistencia ibérica, imposibilitarían cualquier propósito francés y se adueñarían de los mejores pasos de la América del Sur, tal como habían hecho en el Mediterráneo con Gibraltar”. Dentro del bloqueo, la flota armada inglesa, al mando de Lord Popham, se apoderó del Cabo de Buena Esperanza, término del continente africano, ubicado casi en el mismo paralelo que la desembocadura del Río de la Plata. Lo hacía para cortar los suministros del Extremo Oriente y para castigar a los holandeses que no se adherían a la Coalición. Conseguido el objetivo la poderosa flota aprovechó su poderío para amagar a las más próximas colonias hispanas de América. El “5 de junio de 1806, las tropas inglesas desembarcaron en la costa de Quilmes. El día 27 una columna de 1 560 hombres entraba en las calles de Buenos Aires, tomando posesión de una ciudad de 50 000 almas. El virrey Sobremonte sólo atinó a huir hacia Córdoba, pretendiendo salvar los caudales, pero fue inútilmente, pues estos cayeron en poder del general inglés Beresford y fueron enviados a Londres”. Los ingleses hicieron a los porteños ofrecimiento de aquellas libertades que su condición burguesa requería, como “la administración de justicia, la propiedad privada, la religión católica y el comercio libre, a semejanza de las otras colonias inglesas”. Sin embargo, entre los reclamos y el odio a España y la sumisión a un pueblo extraño que se había impuesto por la fuerza de las armas, prevaleció la fidelidad a España. El criollo Juan Martín de Puyrredón juntó 1 000 paisanos pero fue dispersado por los ingleses. La población, desamparada por el timorato virrey, encargó a Santiago Liniers, un francés al servicio de España, para que organizara la reacción. Liniers, en su condición de extranjero, obtuvo permiso para ingresar a la ciudad y observar los dispositivos militares, luego pasó a Montevideo para coordinar el contraataque. Recibió allí un contingente de mil hombres. 49 Con éstos y los dispersos de Pueyrredón, Liniers, después de larga y cruenta batalla en las calles, reconquistó Buenos Aires, logrando la “rendición de 1 200 ingleses que quedaron presos de los españoles” y “que Beresford capitulase el 12 de agosto de 1806”. Enterado de la victoria criolla, Sobremonte quiso retornar como Virrey pero la población se lo impidió, ésta, en Cabildo abierto, eligió a Santiago Liniers. Acto de especial trascendencia puesto que, no era el rey de España, sino la voluntad popular quien había ungido a su nuevo Virrey. Aun antes de conocer la derrota sufrida frente a los porteños, “el gobierno inglés envió a Samuel Achmuty al frente de un ejército para reforzar el de Beresford (y envió) otro al mando de Crawfurd, para que conquistara Valparaíso, sirviendo desde allí de defensa a Buenos Aires, evitando que esta ciudad pudiese recibir auxilios del Perú”. Cuando en pleno viaje por el Atlántico los ingleses se enteraron de la victoria de los rioplatenses; para no perder su petulante condición de invictos, quisieron cobrarse la revancha; ordenaron a Crawfurd abandonase su misión sobre Chile y se sumase a las fuerzas “vengadoras” de Achmuty así como a otras fuerzas para constituir un escudo invencible. El contingente jefaturado por Achmuty sextuplicaba al de la primera invasión puesto que sumaba a las fuerzas de éste, las de Crawfurd y las de Baird, que traía 1 300 hombres desde el Cabo de la Buena Esperanza; hasta sumar un total de 12 000 combatientes. La flota la integraban “veinte naves de guerra y 90 transportes”. Las fuerzas porteñas, por su parte, y que eran las que defenderían la ciudad no pasaban de 8,600 hombres. Sin embargo, los ingleses, no atacaron directamente a Buenos Aires. Esta vez, atacaron primero Montevideo, el 3 de febrero de 1807. Sólo el 28 de junio desembarcaron en territorios del Virreinato de Río de la Plata. Esta vez, aunque, en algunos frentes, como el que comandaba Liniers, o la Plaza de Toros, los ingleses vencieron; finalmente y después de las obras de fortificación ordenadas por el Alcalde español de Buenos Aires, don Martín Álzaga; los ingleses fueron nuevamente derrotados. El “general Whitelocke se rindió aceptando la capitulación que propuso Liniers, en virtud de la cual los ingleses se obligaban a evacuar inmediatamente Buenos Aires y a entregar la plaza de Montevideo”. 50 N av es in gl es as qu e se pr es en ta ro n en la s co st as qu e va n de Iq ui qu e a Ilo ,d ur an te lo s añ os 16 06 y 16 07 ,v an a te ne ru n pr op ós ito m ás ag re si vo . 51 LA GUERRA CON INGLATERRA LLEGA A LAS COSTAS DE TARAPACÁ, ARICA, TACNA Y MOQUEGUA Mientras la accidentada presencia de naves inglesas en el extremo sur del Perú, en 1805; tenía, el propósito de observar, las posibilidades de desembarco; las naves que se presentaron en 1606 y 1607, entre Iquique e Ilo, tenían un propósito más agresivo dentro de la estrategia británica de destruir a España. Se sabe que en enero de 1806 se tomaron 27 prisioneros de naves de bandera inglesa que habían venido a merodear las costas peruanas. Sin embargo aunque se desconocen las circunstancias y el lugar, estuvieron en la cárcel Real de Tacna entre enero y julio de ese año. Por los registros de la Caja Real se ha podido conocer las raciones que suministró la Caja Real para su manutención fueron de “7 pesos de enero a marzo; en abril de 7 y 4 reales; en mayo de 7 pesos y 6 reales; en junio de 7 pesos y 4 reales y en julio de de 7 pesos con 6 reales”. El 30 de abril de 1807 ocurrió igual cosa en la bahía de Arica, cuando naves enviadas por Beresford bombardearon, desembarcaron y saquearon su puerto y, una de ellas, la fragata “Luisa” embarrancó y su tripulación en parte prisionera, fue hecha prisionera por las milicias del puerto y traída a Tacna en cuya cárcel estuvo depositada. Se desconoce por cuanto tiempo. En aquella ocasión un desconocido hasta entonces, llamado Antonio Pereyra sacó indebidamente de la fragata inglesa varada Remigton II 3 papeles escritos en inglés que el Comandante Militar de Arica, don José Lino Portocarrero, por oficio de 13 de mayo de 1806, dirigido al Subdelegado don Juan José de La Fuente y Loayza, en Tacna, para que los haga traducir con “los ingleses presos que hay en ese pueblo”. Se eligió como traductor a un “Antonio Morales, prisionero en este real cuartel”. Finalmente, los ingleses fueron envidos “a Lima y encerrados en el fuerte “Santa Catalina”, en el torreón que desde entonces se llamó “de los ingleses”. En agosto de 1806 el Subdelegado de Moquegua capturó un barco inglés sorprendido en Ilo, apresando a su tripulación, la que, de inmediato fue enviada, con fuerte custodia, al Partido de Tacna. Estos quince ingleses prisioneros llegaron el día 28 de agosto al cuartel de Tacna, donde permanecieron hasta su remisión al puerto de Arica para embarcarlos rumbo al Callao. Así lo hicieron saber al Subdelegado, el 3 de septiembre de 1806 los Ministros de las Cajas de Tacna, Domingo Agüero y Juan de Ozamiz”. Entre la tripulación de la fragata inglesa “Lucía”, que encalló en Arica y fue hecha prisionera y trasladada a la cárcel de Tacna, figuraba un “Pedro, de 60 años” de edad, cuyo apellido se ignora. Sólo se pudo saber que era “de nación holandesa”. Este holandés al servicio de la rapiña británica enfermó y, sintiendo próxima la muerte “después de haber abjurado sus errores, se le reconcilió con nuestra Madre Iglesia Católica Apostólica Romana”. 52 LAS CHARCAS ENTRE DOS AMORES: LIMA O BUENOS AIRES Antes de la confrontación entre las potencias de Francia, aliada de España, e Inglaterra; la población de Las Charcas se sentía más ligada a la región del Bajo Perú. Como una consecuencia de las “invasiones inglesas de 1806 y 1807 a Buenos Aires se evidenciaron los sentimientos de fidelidad del Alto Perú; prontamente se movilizaron tropas por si su auxilio era necesario y se festejaron como propios los triunfos obtenidos por los porteños patriotas sobre los invasores”. Desde este momento el prestigio de la distante capital del Virreinato (del Río de la Plata) creció en las provincias del Altiplano, originando una corriente de solidaridad que no había logrado despertar el vínculo político existente desde 30 años antes”, cuando se separó la Audiencia de Charcas del Virreinato del Perú para anexarlo al recién creado virreinato de Río de la Plata. SAL HABAS CAL La tradición de Palma, que contaba como, colocando en su gabinete tres puñados: uno de sal, otro de habas y uno tercero de cal; los limeños insinuaron al recio virrey el poco afecto que le tenían por de su fidelismo a ultranza y su fina crueldad. Don Fernando de Abascal y Souza, nació el 3 de junio de 1743 en Oviedo, la capital histórica de España. En sus montañas, el valeroso Pelayo resistió la invasión árabe. Algo de Pelayo le quedaría al obstinado virrey. Abascal fue militar toda su vida. Comenzó como soldado distinguido; y fue ascendiendo en el escalafón militar. Cumplió funciones en casi toda América hispana: Puerto Rico en 1767; Montevideo en 1776, Santo Domingo en 1781 y La Habana en 1797 como “lugarteniente de gobernador”. Desde 1799 estuvo de “Presidente de la audiencia de de Guadalajara”, cuando en 1804, fue nombrado Virrey de Río de la Plata. Viajando a España fue hecho prisionero por los ingleses que lo dejaron en Lisboa. El penoso viaje a Buenos Aires lo llevó primero a Brasil donde llegó en julio de 1805, pero, poco antes se había enterado de la Real Cédula de 10 de noviembre de 1804, que revocaba su anterior nombramiento y le confiaba el del Perú. Debió salir por tierra desde Buenos Aires, cruzar el Alto Perú y llegar a Lima el 26 de julio de 1806. Ese penoso viaje de mil trescientas leguas le permitieron “conocer anticipadamente una porción considerable del territorio que venía a gobernar” y teatro donde sucederían los acontecimientos que más perturbaron su largo gobierno. Su entrada triunfal a Lima, fue el 20 de agosto de ese año. Antes que Abascal asumiese el mando ya España estaba en guerra contra Inglaterra y sus efectos se sentían en Arica, Tacna, Ilo y Moquegua. 53 La genialidad de Abascal se puso “en evidencia, cuando ve la importancia del levantamiento porteño, como expresará luego en sus Memorias (que): Es una fuerte persuasión para que el proyecto que nació en Buenos Aires se hiciera extensivo a todo el continente. Comprendió que si no se detenía a tiempo ese movimiento, posteriormente no sería posible hacerlo y que se extendería a las otras colonias”. Una de las estrategias persuasivas del Virrey fue, como señala Fernando Díaz Venteo en su “Las Campañas Militares del Virrey Abascal” (1), la de confrontar a los exponentes de la misma clase o componente racial, precisamente de aquella que, en esos momentos, protagonizaba la protesta, como era la criolla. “urdió una política maquiavélica para la creación de una corriente contrarrevolucionaria, formada esencialmente por americanos, para oponerla a la independentista, por esto, confió el mando y la organización de ejércitos de resistencia del sur a Goyeneche, quien, además de ser criollo, tenía la confianza de otros americanos como Tristán, Picoaga, Bombera, de manera que consiguió formar un ejército peruano, que hiciera frente a las expediciones que incursionaban desde El Plata y que ahogó todos los intentos separatistas que se produjeron en la zona, secundando con habilidad y eficacia la astuta política de Abascal”. Este ejército sofocó la insurgencia de las provincias del Alto Perú y detuvo el avance de los ejércitos argentinos. Lo puso bajo las órdenes sucesivas de los generales Goyeneche y Pezuela. Este ejército obtuvo las victorias de Guaqui, Vilcapuquio, Ayouma y Viluma. Con el propósito de superar las rivalidades que comenzaban a manifestarse entre los españoles europeos y los nacidos en América, creó un Regimiento formado en todos sus grados por americanos y peninsulares que denominó de la Concordia. En el frente interno, derrotó los levantamientos de Tacna, Huánuco y Cuzco. Mientras la insurgencia externa fue neutralizada. Extinguió la Junta de Quito con la expedición de Montes. La de Chile, por las tres expediciones, a las órdenes de Gainza, Pareja y Osorio. Cansado Abascal del gobierno y de las permanentes tensiones, pidió insistentemente su relevo. Finalmente se aceptó su renuncia designándose como reemplazante interino al General Pezuela. Le hizo entrega del gobierno el 7 de julio de 1816, y el 13 de noviembre del mismo año partió para España en la corbeta "Cinco hermanos". Falleció en Madrid el 31 de julio de 1821 a los 78 años de su edad. (1) DÍAZ VENTEO, Fernando... Las Campañas Militares del Virrey Abascal , Sevilla, C.S.I.C., 1948. 54 EL ABDICANTE, EL PRISIONERO Y EL USURPADOR Nunca antes, como a comienzos del siglo XIX, la historia europea influyó tanto ideológicamente en los destinos de América. La Revolución francesa, la obra de Napoleón, la rivalidad entre Francia e Inglaterra o la crisis de la dinastía de los Barbón, tuvieron repercusiones trascendentales en los procesos independentistas de los nuevos estados. En 1806 el emperador Napoleón I aseguró su dominio de Europa en el flanco oriental gracias a la victoria de Austerlitz y al tratado de Presburgo del 1º de enero de 1806; y, para consolidar el carácter imperial de su gobierno, quiso establecer reinos que actuasen bajo su férula y comenzó creando una excusa para sacar de Portugal a la dinastía de los Braganza, y, so pretexto de contar con un permiso de su aliado el rey Carlos IV, para invadir Portugal cruzando territorio español; se quedaron en España indefinidamente. La permanencia abusiva de las tropas del general Dupont exasperó al pueblo que explotó el 18 de marzo en el denominado “Motín de Aranjuez”(*). Al día siguiente Carlos IV abdicó su corona a favor de su hijo Fernando VII; pero, presionado por el mismo Napoleón a través de su intrigante “embajador” el príncipe Murat; lo obligó a retornársela el 6 de mayo. Un día antes Carlos IV había cedido a Napoleón la corona de España a cambio de conservar los territorios de ultramar “y dotar a él y a sus hermanos e infantes de una renta” significativa y vitalicia. Fernando quedó deportado y prisionero en Bayona. Esta ignominia provocó el sangriento levantamiento de Madrid, del 2 de mayo, y de casi todas las regiones de España. Entonces el 6 de junio de 1808 el Emperador cumplió con sus propósitos imperiales, entregando la corona de España a su hermano José Bonaparte, que hasta entonces, había sido rey de Nápoles y de Sicilia. José Bonaparte, malévolamente apodado “Pepe botellas”; ingresó a Madrid, el 20 de Julio, “rodeado por sus poderosas tropas, en medio del contenido rencor de sus habitantes”, para ser coronado y proclamado el 25 del mismo mes. José I se jactaba de haber asumido, también “para sí, la corona de Indias”. La indignación de los peninsulares y algunos criollos fidelistas de América al conocer los sucesos de España fue inmediata aunque no tan manifiesta como en la metrópolis. (*) El odiado Godoy, retomando un proyecto del Ministro conde de Aranda de 1783, propuso al Rey trasladarse con su familia a América, como lo habían hecho los reyes de Portugal pasando a residir en Brasil. Su proyecto “...fue crear en América española una “comunidad de naciones” unidas por vínculos de sangre en la persona de varios príncipes españoles. (...) (cercanos, familiarmente, a Carlos IV) que gobernarían como príncipes regentes en lugar de los virreyes, asesorados por un senado mixto de peninsulares y americanos, y contando con tribunales de justicia autónomos. (Burriel y Floria... Crónica de América, Barcelona, Quinto Centenario Plaza y Janes Editores S.A., 1990, tomo II, pág. 325. 55 También cundió el desconcierto porque eran “tres personas las que pretendían llamarse reyes de España. Luego se añadió una cuarta, que fue doña Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII”. La postura predominante fue la de la “lealtad a Fernando VII”. La usurpación napoleónica y la lealtad al rey “deseado” terminó promoviendo en los pueblos españoles primero el establecimiento de “Juntas populares de defensa reasumiendo legalmente el poder legítimo, ante el cautiverio del rey” aun a despecho de las autoridades constituidas” que suponían dentro de la estructura administrativa que sustentaba al rey usurpador. La Junta establecida en Aranjuez, se constituyó como Junta Suprema el 25 de septiembre de 1808 y pasó a instalarse en Sevilla. Los americanos tuvieron la misma reacción que los peninsulares aunque en unos casos fueron promovidas por las mismas autoridades coloniales como en el caso de Montevideo, cuyo gobernador Francisco Javier Elío, presidiendo ésta debido a que, con tal acto, desconocía al Virrey de Buenos Aires, el francés Santiago Liniers, bajo cuyo mandato estaba; por sospechar de su complicidad con su paisano emperador. En otros casos, como en Bogotá, convocadas originalmente en 1808, por el propio Virrey, sólo se concretaron a luchar para vivir autónomamente en 1810. Pero las primeras, que precisamente tiene grandes vinculaciones con Tacna, fueron las de Chuquisaca y La Paz, establecidas el 25 de mayo de 1809 y el 16 de julio del mismo año, respectivamente. LA CAPA GRANA DEL CIRUJANO LATINO En la hermosa y extensa historia local existen gratas anécdotas que humanizan las biografías emblemáticas, como la de don Francisco Antonio de Zela; y, a la vez, permiten conocer parte de la vida cotidiana de la ciudad, como fue el caso de un “doctor Manuel López Moreno, cirujano latino, oriundo de Popayán, en el Nuevo Reino de Granada, de Santa Fe de Bogotá”. Había llegado a Tacna, en razón a que, en 1803, fue invitado por el Señor Subdelegado capitán don Juan Josef de La Fuente y Loayza para que lo acompañase al Partido de Tacna a lo que accedió, con tal que le prestase 250 pesos para habilitarse en el nuevo asiento. Debía ser, sino aristócrata venido a menos, un criollo de campanillas como que era “hijo legítimo de don Manuel López Moreno, Alguacil Mayor del Cabildo de Popayán y de doña Bárbara Rosalía Baca” y, aunque “era casado en Popayán con doña María Leonor González de Velasco” con tres hijos vivos; todos residentes en la referida ciudad neogranadina; el médico vivía en este pueblo con la despreocupación y el solaz propios de un soltero. 56 Era amiguero, divertido y jugador. En el juzgado de Tacna pendía un juicio en el que lo demandaban por “juego, por don Pedro Vargas”. Al barbero, con quien, a veces, debía haber trabajado en compañía; aquél diagnosticando, u operando; éste, realizando las infaltables sangrías, terminó debiéndole 3 pesos. No obstante sus urgencias, parece no haber dispensado su bálsamo benéfico sino sólo a aquellos que le resultaban atendibles. Lo mismo parece que ocurría cuando los males no eran muy aceptables a la vista y al olfato. En noviembre de 1805 un Lorenzo Palza, que pugnaba por ser considerado como indígena tributario y no pagar la tasa que le correspondía, pidió al Cacique “se sirva mandar que los médicos cirujanos y demás peritos conocidos de esta población me reconozcan ciertos tumores, carbúnculos, granos o llagas que tengo en todo el cuerpo principalmente en las sentaderas y piernas” y hecho ésto se le franqueen a continuación la certificación jurada. Así, el 23 de diciembre de 1805, como “el cirujano latino don Manuel López Moreno”, que parece no haber soportado la psoriasis de Lorenzo se excusó de hacerlo”. El jefe de los “Dragones de Tacna”, don Francisco Navarro, tuvo que enviar a hacer “la revisión al práctico cirujano del regimiento a su cargo, don Vicente Mendoza”. El 26 de junio de 1807, algo grave ocurriría con la salud del despreocupado cirujano como para mandar de inmediato por el Escribano Público, don Juan de Benavides, con el fin de trasmitirle su postrera voluntad. Dijo, en el corto y curioso testamento, entre otras cosas curiosas, que dejaba un “estuche de cirugía el cual compré al cirujano doctor Roque Barreda en 18 pesos, pero le robaron la tijera recta y se halla con este defecto”. Nombró albacea testamentario a su amigo don Julián Eyzaguirre y testigos a don Josef Santos Tagle, don Juan Manuel Herran y don Baltasar Esteban, el maestro preceptor del pueblo. La cláusula más interesante del testamento es la que está referida a la mención de su vestuario. También dejo por mis bienes, dice “unos pocos vestidillos muy usados, y entre ellos, una capa grana con sus vueltas de raso blanco, la que suplico que si fuere posible procure reservarse de la satisfacción de deudas, y se le dé a mi nombre a mi compadre don Francisco Antonio de Zela”. 57 GOYENECHE: UN AREQUIPEÑO TEMIDO Y EXITOSO Se conoce que en el frente realista existían “dos tendencias: los liberales y los absolutistas, éstos partidarios del antiguo régimen y del poder monárquico absoluto. Tanto el Virrey Abascal como Goyeneche, pertenecían a estos últimos”. La Junta Central de Gobierno de España, establecida en Sevilla, envió a don José Manuel de Goyeneche como Comisionado especial para visitar las colonias. Éste llegó primero a Río de Janeiro donde se entrevistó con el Regente, Don Juan, de allí pasó a Uruguay y Chuquisaca. Había rumores que éste traía instrucciones para que en América se reconozca a la infanta doña Carlota Joaquina, hija de Carlos IV, como reina de España e Indias, y ésta, como esposa del infante don Pedro Carlos de Portugal, incorporaría las Charcas al reino de Brasil. Cuando el general Goyeneche, comisionado de la Junta llegó a Charcas el 11 de noviembre de 1808 fue recibido de diferente manera según la institución que le correspondía. Así, mientras el Presidente y el Arzobispo lo recepcionaban “con inusitados agasajos”, los oidores de la Audiencia no lo reconocieron ni lo recibieron, entre otras razones, por haber sido portador de cartas de la Infanta Carlota Joaquina, “radicada en Río de Janeiro, empeñada en el plan de coronarse bajo el pretexto de tutelar los derechos de su hermano el rey Fernando VII”. El Presidente, don Ramón García Pizarro “convocó una reunión de las personas más representativas a la que asistieron algunos oidores, allí expuso el comisionado Goyeneche el objeto de la misión que le confiara la Junta, los oidores presentes negaron la legitimidad de ella”. Entonces algunos oidores, como el fiscal Zudáñez, se excedieron en sus protestas. Aunque la reunión terminó en paz gracias a la intervención del Arzobispo, los ánimos no se amainaron en el resto de la ciudad. Se esperó la partida de Goyeneche a Potosí y La Paz, para continuar su misión; para retomar las acciones. En la Universidad se discutió sobre las pretensiones de Carlota, considerándose su comunicación como “subversiva”. La Universidad tuvo la valentía, o la audacia, de enviar al Presidente sus conclusiones y pidiéndole su parecer. La respuesta de García Pizarro fue “tachar y destruir los documentos de la corporación relativos a la consulta; el Presidente Pizarro hizo conducir a su casa el libro de actas de la Universidad donde fueron arrancadas las hojas conteniendo las actuaciones”. Esto exasperó al estudiantado y al pueblo en general. Eran las vísperas del gran levantamiento. 58 El pueblo de Chuquisaca, cuando se enteró de la destitución del presidente salió tumultuosamente a las calles. 59 LA ANTORCHA INEXTINGUIBLE Un grupo de criollos y mestizos de La Paz, encabezados por Pedro Domingo Murillo, soldado mestizo; entusiasmados por los sucesos del 25 de mayo en Chuquisaca, se levantó el 16 de julio del 1809. Aprovecharon la festividad de la Virgen del Carmen a cuya procesión había concurrido toda una compañía de las fuerzas acantonadas. Como a la hora de relevo quedarían muy poco efectivo acuartelado, era el momento preciso para asaltar el cuartel. Así lo hicieron, efectivamente, y mientras unos tomaban por asal to el fortín, otros trepaban “a la torre de la Catedral y con sus campanas tocaron a entredicho o fuego haciéndose general el alboroto”. De inmediato los caudillos destituyeron “al Gobernador Dávila y al Señor Obispo arrestándolos en el Palacio Episcopal y dispusieron que la autoridad civil recayese en el Cabildo agregando como miembros de la ilustre corporación, a dos incondicionales de la causa insurgente, el) doctor don Gregorio Lanza, natural de La Paz, y al doctor don Juan Basilio Catacora”, oriundo de Ácora. El día 17 de julio se realizó en la plaza un acto de Juramentación de fidelidad al rey y al movimiento revolucionario, especialmente programado para los peninsulares y personas de comportamiento poco confiable y se reemplazó a los funcionarios realistas por otros revolucionarios. También se designó a Murillo como “Coronel de Ejército y Comandante de Armas; “de Teniente Coronel a don Juan Pedro Indaburu y como Sargento Mayor al doctor don Juan Bautista Sagárnaga”. La protesta de La Paz que encabezó Murillo, aunque fue “inicialmente encubierta bajo los velos de una Junta Tuitiva, que apareció como protectora de los derechos de Fernando VII”, más adelante mostró su definitiva orientación separatista. En una proclama dirigida al pueblo el 27 de julio se manifestaba que ya era “tiempo de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad”, “de organizar un sistema nuevo de gobierno, fundado en los intereses de nuestra patria, altamente deprimida por la política bastarda de Madrid” y “de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía”. 60 TROPAS TACNEÑAS EN EL DEVELAMIENTO DE LA JUNTA DE LA PAZ DE 1809 Cuando en Lima se supo del alzamiento de La Paz, Abascal ordenó a “Goyeneche, que hacía poco tiempo se la había nombrado Presidente de la Real Audiencia del Cuzco, que tomara las providencias para que, acercándose a Puno, impidiera la propagación de la revuelta y, al mismo tiempo, se pusiera de acuerdo con las Intendencias de Arequipa y de Potosí, así como con el Virrey de Buenos Aires, Que en esa época era don Baltazar Hidalgo de Cisneros, con cuyo asentimiento debía contarse, como máxima autoridad de ese territorio sin embargo, antes de recibir estas órdenes, ya Goyeneche había dispuesto, que un piquete al mando del sargento mayor, don Fermín Piérola, se posesionara del Desaguadero, mientras se concentraba en Puno, con las del Cuzco, las tropas que debían, venir de Arequipa, para juntas marchar a debelar la sublevación”. El Intendente de Arequipa ordenó de inmediato a los subdelegados de su mando que enviasen todas las fuerzas posibles para concentrarse en las inmediaciones del Desaguadero. El 23 de setiembre de 1809 se extendió una escritura de fianza a favor de don Toribio del Calvo para que pueda ejercer de habilitado de la expedición de 200 dragones “que van a marchar hasta la ciudad” y dos días después el “Teniente de milicias del Partido de la ciudad de Arica y capitán de una de las compañías de la Expedición que va a marchar para la ciudad de Puno, don Jacinto de Vargas, extiende poder a favor de don Cipriano Vargas”, para varios efectos. Entonces, por orden del Subdelegado, salió de Tacna “el 27 de septiembre de 1809”, rumbo a Puno, el Comandante Tiburcio Calvo con una selecta fuerza de doscientos dragones, para unirse al grueso de los realistas y cruzando el Desaguadero enfrentar a los “juntistas”. Cúneo refiere que al ejército que primeramente se llamó “de observación” y que más tarde operó en la altiplanicie a las órdenes de Goyeneche, el Intendente Salamanca lo reforzó con 1,220 hombres perfectamente equipados que pudo reunir en los Partidos de su Intendencia los mismos que participaron con valor en las operaciones de la campaña”. De todas las doctrinas del Partido de Tacna, se armaron, entonces, “200 Dragones despachados hacía Arequipa, el 26 de setiembre de 1809, a órdenes del capitán don Tomás Navarro”. Este es un errado dato de Cúneo. Éste, tomó el nombre de Navarro de la relación de jefes del Regimiento acantonado en Tacna mucho antes de dicha fecha, según aparece en la Guía de Forasteros. Para 1809 Navarro ya era un anciano. Por lo indicado en los libros de Contabilidad fue don Tiburcio Calvo. 61 Como desde hacía algún tiempo podían fundirse cañones en Tacna, se dispuso por la Comandancia General que se remitiesen a Arequipa los que ya estaban listos. Entonces los Ministros de la Caja Real, don Domingo de Agüero y don Juan Ozamiz, le consultaron “acerca de los pagos que deben efectuar por bagajes y de las personas que deben llevar unos cañones hasta Arequipa”. No quedando satisfechos con el primer contingente, posteriormente, irían “100 Dragones despachados el 16 de noviembre del año subsiguiente a órdenes del capitán don Vicente Cortaverría”. En la lista de la tropa que marchó al Alto figura un “Francisco de Zela”. De ninguna manera puede tratarse del balanzario y prócer don Francisco Antonio. Lo más probable es que se trate de un esclavo liberto propiedad del mismo don Francisco Antonio o de su padre don Alberto. Para confeccionar los soportes de las carpas que usarían, los 200 dragones; se contrató al carpintero Antonio Botentano por 12 pesos para la preparación de 40 palos o parantes, 10 docenas de estacas y macetas para “plantar” los parantes. Todo por 12 pesos y 6 reales. Los cobertores de las 17 carpas se hicieron en el taller del “maestro” sastre Fernando Albarracín. Lo apoyaron el “principiante” Pedro Trillo y los “aprendices” Atanasio, apodado “el sastre”, Inocencio Guerra, Diego Gijón, Felipe Santa María, Ramón Catito, Baltazar Lanchipa y José Albarracín. Parece que la fuerza que se envió de Tacna e incluso la fuerza congregante que salió de Arequipa, tuvo un desempeño poco significativo en el develamiento de la insurrección altoperuana. Las fuerzas realistas que comandaba Goyeneche y que integraban los dragones llegados de Tacna; obligaron a los patriotas a retroceder internándose en los Yungas. Las fuerzas realistas, entre octubre y noviembre, derrotaron a los seguidores de Murillo en los enfrentamientos de Irupana y Chicaloma. Hay constancia que de las 17 tiendas de tela que llevaron los tacneños, cuatro “fueron dejadas cuando ocurrió el ataque de yungas”. Mientras tanto en la Audiencia de Charcas, la represión no se dejó esperar. Las fuerzas realistas de Goyeneche cayeron sobre los rebeldes y éstos no tuvieron suficiente entereza como para oponer resistencia. Murillo fue ajusticiado en La Paz. Fueron sus frases premonitorias: “El fuego que he encendido no se apagará jamás”. Meses después se anunciaba que el “12 de abril de 1810, llegó de regreso a órdenes de don Tiburcio Calvo y Cossío el Escuadrón que desde a Tacna había ido a sofocar el levantamiento de La Paz en 1809”. 62 “. ..J ua n M ur ill o a qu ie n se le (h ab ía )v ist o en tre na rm ili ta rm en te a lo sn at ur al es en la sp ro xi m id ad es de T ac na ”. 63 UN HOMÓNIMO Y ADICTO AL PACEÑO MURILLO ALARMA A LOS REALISTAS DE TACNA En medio de los temores de unos tacneños y la expectativa de otros respecto a las Juntas de Gobierno surgidas en las ciudades de Chuquisaca, primero y La Paz, después; hubo en el pueblo un revuelo inusitado. Sucede que en octubre de 1809 llegó a conocimiento del “Gobernador Subdelegado don Juan José de la Fuente y Loayza” que había llegado a Tacna un tal “Juan Murillo a quien se le había visto entrenar militarmente a los naturales en las proximidades de Tacna”. Inmediatamente inició un proceso “para averiguar las actividades, presumiblemente sediciosas” del referido Murillo. Agravaba la situación el hecho que en esos momentos, todavía estaba en ebullición la revuelta del Alto Perú y que el presunto sedicioso se llamara, precisamente, Juan Murillo, como el caudillo del levantamiento de La Paz. A los pocos días, el 14 de octubre de 1809, se otorgó fianza carcelaria por don Fernando Albarracín por cuanto “Juan Murillo se halla preso en la cárcel de este pueblo de orden del Señor Gobernador Subdelegado y Comandante Militar del Partido, y que ha mandado relajarle de la prisión bajo de la fianza de permanecer en este partido hasta que cesen las turbaciones de la Provincia de la ciudad de La Paz, y que poniéndole en efecto, siendo cierto y sabedor de lo que en este caso le compete; otorga que fía al dicho Murillo que residirá en este Partido y sin salir de él durante el expresado tiempo”. DON ANTONIO DE RIVERO Y ARANÍBAR: DÉCIMO CUARTO SUBDELEGADO El capitán don Antonio de Rivero y Araníbar y Salazar fue el quinto “Gobernador Subdelegado y Comandante Militar del Partido de Tacna”. Nació en Arequipa en 1759, y tenía “52 años al ocurrir el primer levantamiento de Tacna. Cúneo Vidal. historiando esta antigua y aristocrática familia arequipeña, dice que fue “…cabeza de los Riveros arequipeños el licenciado don Juan Antonio de Rivero y Alderete, natural de Segovia, deudo en segunda o tercera instancia del conquistador y gobernador de Chile don Jerónimo de Alderete, que vino al Perú en 1595, con el Virrey conde de Monterrey, en calidad de su asesor y se estableció en Lima durante los primeros años de su venida al Perú, se trasladó a Arequipa en comisión de aquella Audiencia, al ocurrir la espantosa erupción del volcán de Ubinas que asoló los valles de Omate y Carumas”. Casó allí, iniciando una estirpe arequipeña que ha dado al país presidentes, prelados, diplomáticos, educadores y juristas. Tataranieto de este fue “don Manuel de Rivero y Salazar, marido de doña Gertrudis de Araníbar y Fernández Cornejo”. Fueron hijos de éstos el capitán don Manuel, doña Bárbara y don Antonio de Rivero y Araníbar. 64 De los tres mencionados, don Rómulo Cúneo Vidal , destaca al “capitán don Manuel de Rivero y Araníbar, que fue marido de doña Isabel de Besoaín y Romero, procesado en 1813 y encerrado por término de dos años en los aljibes del Real Felipe del Callao con motivo de una sublevación que debió estallar en Arequipa bajo su dirección, contemporáneamente con la ocurrida en Tacna el 3 de octubre, por instigación de Belgrano y obra de sus agentes los hermanos Paillardelle y Sagardia” y al Teniente Coronel don Antonio de Rivero y Araníbar que fue Subdelegado del Partido de Arica, con sede en Tacna y estuvo presente durante las rebeliones de 1811 y 1813. Don Antonio de Rivero casó con la dama arequipeña, “doña Brígida Ustariz, en quien procreó a don Mariano Eduardo de Rivero y Ustariz, sabio eminente, autor de obras científ icas de gran valía, colaborador de Tschudi en su obra Antigüedades Peruanas de fama mundial” y Prefecto del gran departamento de Moquegua, cuya capital era Tacna. A poco tiempo de asumir el mando una hija legítima suya “doña Tomasa Rivero y Ustariz”, natural de Arequipa y vecina de Tacna, contrajo matrimonio en dicho pueblo el 19 de marzo de 1810 con “don Mariano Miguel de Ugarte, natural de Locumba y vecino de Tacna, hijo legítimo del Capitán don Lorenzo de Ugarte y de doña Evarista Ureta y Peralta”. Los Rivero, antes de este matrimonio, ya estaban unidos familiarmente con los Ureta, puesto que, casi medio siglo antes, doña Bárbara de Rivero y Araníbar, la tercera de los mencionados hermanos fue legítima esposa “del teniente coronel y ricohombre de Locumba don José de Ureta”. En histórico año “1811 el teniente coronel don Antonio de Rivero y Araníbar llevaba empleados treinta años en la carrera administrativa, y gozaba de la entera confianza de las autoridades superiores de las que dependió”. DONATIVOS PARA LAS GUERRAS CONTRA FRANCIA Y LA JUNTA DE BUENOS AIRES: ACTITUD DE ZELA La institución del donativo era cosa muy común durante los casi tres siglos de dominación hispánica. Estos se realizaban, por lo general, en tiempo de guerra. Los donantes eran, por lo general, servidores de la corona, más temerosos de su cese u otras represalias que colaboradores voluntarios sinceros. A veces se presionaba a personas de mucha fortuna para que lo hicieran, aunque fuese, a regañadientes. Cuando se tuvo necesidad de apoyar a las fuerzas de resistencia que luchaban en territorio español contra el invasor francés se corrió un donativo que también incluyó a Tacna. El 4 de mayo de 1810, se remitieron hacia la capital 142 pesos y cinco reales que sumaron los aportes oblados por don “Manuel Tinajas, minero de Huantajaya con 14 pesos y cinco reales; don Manuel Vicente de Belaunde con la crecida suma de 50 pesos; don Domingo Agüero, Tesorero de la Caja y don Juan de Ozamis, Contador de la Real Caja; cada uno con la suma de 25 pesos; y don Juan Fernández Camuño, Oficial de la Real Caja, con 20 pesos”. Los dos últimos erogantes que figuran son, 65 precisamente, don “Francisco Antonio de Zela, ensayador con sólo 6 pesos y Julián Gil, amanuense de la Caja Real, sólo 2 pesos”. La actitud de Zela era valerosa. El nivel jerárquico que ostentaba, su nada despreciable sueldo y la fortuna de su esposa posibilitaban un óbolo más generoso, quizás similar al de los Ministros de la Real Caja; pero, seguramente, su posición contraria al fidelismo servil de otros funcionarios, lo impulsaron a manifestarse a través de este signo silencioso. En febrero de 1811 se corrió un nuevo donativo “voluntario” esta vez con un fin más específico: para “la Guerra en el Alto Perú”. Cooperaron, entonces, sólo tres personas, todas ellas vinculadas con la esfera militar. El “coronel Francisco Navarro colaboró con 49 pesos; el Capitán Rafael de Barrios y el capitán Manuel Vicente Belaúnde cada uno con 29 pesos”. Esta vez Zela y otros complotados con rango militar, como Pedro José Gil y Montes de Oca, no colaboraron, simple y categóricamente. Hubo otra colecta a mediados de 1816 para la guerra contra los patriotas que querían la independencia de Chile. Se desconoce la relación de erogantes pero se tiene informaciones de que el 12 de septiembre de 1816, desde el pago de Coruca, el propietario de la hacienda de ese nombre, “don Juan Antonio González Vigil, mandó 50 pesos” de donativo. AVANCE ARGENTINO SOBRE LAS CHARCAS Uno de los primeros actos que debió llevar adelante la Primera Junta Gubernativa de las Provincias Unidas de Río de la Plata fue la de enviar una expedición para asegurar la soberanía de lo que hasta entonces era la Audiencia de Charcas y, de paso, destruir el foco contrarrevolucionario que en Córdoba encabezaba Liniers. El 9 de julio de 1810 salió de Buenos Aires la Primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú, al mando del Coronel don Francisco Ortiz de Ocampo y llevando, como segundo jefe al Teniente Coronel don Antonio González Balcarce. Como, entre los propósitos de la Expedición, se incluían asuntos políticos como la designación de autoridades leales a la Junta en los cargos que debían dejar las autoridades realistas; iba también un representante de la Junta de Buenos Aires que era Hipólito Vieytes. El 8 de agosto ocuparon Córdova apresando a los cabecillas del movimiento contrario al separatismo. La aparente poca energía de Ortiz de Ocampo y la apatía de Vieytes; provocan su reemplazo por Balcarce y por el doctor Juan José Castelli, respectivamente. Fue Castelli el que decidió el 26 de agosto de 1810, el fusilamiento de Santiago Liniers, el héroe de la defensa de Buenos Aires contra la invasión inglesa de 1806 y el que determinó el reinicio de la marcha sobre el Alto Perú. 66 NUEVAMENTE FUERZAS TACNEÑAS REALISTAS EN EL ALTO PERÚ FRENTE AL AVANCE DE LAS EXPEDICIONES ARGENTINAS Seguramente a fines de agosto de 1810, se tuvo noticia en Lima de la insurrección ocurrida en otras ciudades del Alto Perú. También del avance de las fuerzas argentinas, reunidas en la denominada “Expedición Auxiliadora Argentina de sobre el Alto Perú”. Éstas había partido de Buenos Aires el 9 de julio de 1810, al mando, primero, del Coronel don Francisco Ortiz de Ocampo y, posteriormente, del Teniente Coronel don Antonio González Valcárcel. Las autoridades realistas de las Charcas pidieron auxilio al virrey Abascal y a la Intendencia de Arequipa la que, de inmediato, ordenó al Subdelegado de Tacna se enviase gente en armas “para socorrer a La Paz”. Esta comunicación fue recibida el 25 de setiembre de 1810; haciéndose, de inmediato, los preparativos para el correcto equipamiento, como se detallará en el capítulo siguiente. Es probable que el destacamento de dragones que comandaba don Tiburcio Calvo volviese al teatro de operaciones, porque en una comunicación que dirigió el Virrey Abascal al Brigadier Goyeneche el 22 de mayo de 1812 le manifiesta su dolor por “los infaustos acaecimientos que refiere V.S. en carta de 23 de Febrero de la Partida del mando del Capitán Tiburcio Calvo, D. Josef Pol y la del Capitán de Granaderos Badillo; da clara idea de la sobresaliente fidelidad y arrojo de las tropas de ese Ejército”. ¿Qué ocurrió con las fuerzas que comandaba Calvo? En otro párrafo de la carta añade “debe considerarse invencible ese Ejército siempre que la demasiada confianza no arrastre a sus individuos a algún precipicio como en el que cayó Calvo”. ¿Alude ese “precipicio” a un acto de cobardía? Analizando el hecho con la poca información que se dispone y desde la perspectiva patriota; podría interpretarse, quizás, como un flaquear en sus convicciones fidelistas y un despertar de la conciencia de Patria de Calvo y su gente. ¿Fue una traición a la causa realista? Mejor todavía. No se puede obviar el hecho que, a la sazón, ya ha ocurrido la rebelión tacneña y la fuerte represión realista contra Zela y sus seguidores. ¿De cuántos sería amigo el angustiado Calvo? Lamentablemente los pocos documentos que, hasta el momento, se disponen para esclarecer el hecho, imposibilita una afirmación categórica de las motivaciones del hecho. IMPEDIMENTA PARA UNA LARGA CAMPAÑA Los preparativos para la expedición al Alto Perú fueron muy exigentes. Entre el bagaje que se precisaba, como siempre, tenía atención preferente la confección de carpas. El mismo día que llegaron las noticias y la orden se dispuso de inmediato la compra de los materiales y se convocó a los operarios para, con el equipo bien dispuesto, las fuerzas pudiesen 67 constituirse en Puno en el mínimo tiempo posible. Por precisos recibos que se conservan en los archivos de las Cajas Reales se puede conocer, con precisión, que la jerga se compró “en la tienda de Ignacio Marino” y en la de don Urbano Gamad (¡!). También se compraron en la “tienda de Silvestre Gandolfo” los correspondientes palos más rústicos, para que sirviesen de estacas, desembolsándose para el efecto 1 peso y 2 reales. Con estos elementos se contrató a “Agustín Rodríguez, maestro sastre” para la confección de 8 carpas múltiples. Cobró por ello 10 pesos. Pero para completar el campamento se precisaba de otros parantes y estacas que podían ser de madera más rústica. Entonces se convocó al Alcalde Mayor de Naturales, “Sebastián Romero”, con el propósito de que, éste, a su vez, compre a los Principales de los ayllus, 33 palos de sauce a razón de 1 peso y medio reales cada uno, lo que sumaba un total de 6 pesos 1 y medio reales. Con ese mismo propósito se encargó a José Pimentel la compra de sogas. Este compró 33 sogas a 3 pesos y 5 reales; de las cuales 20 fueron compradas a los indígenas de Tacna que las hacían con gran destreza. Pagó por ellas 2 pesos. Como no fueron suficientes, las 13 restantes las tuvo que adquirir en las pulperías del pueblo a un precio de 1 real cada una. Para la segunda compañía que partió desde Tacna en noviembre de 1810, se tuvieron que hacer otras compras, tales como 2 pailas que se compraron “en la tienda de Pascual Infantas a 4 reales la libra”. Como las 2 pailas pesan 70 libras y media costaron 9 pesos 2 reales. LOS DESIGNIOS DEL ESPACIO Coincidimos con don Rómulo Cúneo cuando manifiesta que “Arica y Tacna eran puntos clave, para cualquier beligerante, para asegurar el triunfo de sus armas. De igual manera pensaron años después Belgrano en 1813 y San Martín en 1820, cuando envió al coronel Miller en la primera expedición de Puertos Intermedios”. Habría que agregar la Primera Expedición a Intermedios, la Segunda Expedición a Intermedios con Santa Cruz, en 1823, y hasta la campaña de Tacna y Arica en la Guerra con Chile. Por esta razón “los emisarios de Castelli trabajaron sin descanso y alentaron las ideas separatistas proclamadas desde el Río de la Plata”. Concluye el historiador que hay que “reconocer que el pueblo tacneño estaba preparado para la Emancipación. Había ambiente para ello. Tacna siempre había sido amante de la libertad, no así Arica, que ya sea por rivalidad a la ciudad vecina o por conveniencia, se distinguía por “chapetona” y partidaria de la monarquía”. 68 RAMÓN COPAJA ASUME EL CACICAZGO DE TARATA En capítulos anteriores se vio como la dinastía de los Ticona había cedido la tiana cacical a los Copaja, que la disputaban desde el siglo XVII. Aunque desde antes don Ramón Copaja estuvo haciendo gestiones para heredar la tiana cacical, el 5 de febrero de 1805 otorgó, ante Juan Benavides, un poder abierto, con el fin de que el apoderado “intente la acción y derecho que le corresponde al cacicazgo de la doctrina de Tarata”. Recién, el 17 de marzo de 1810, “don Ramón Copaja, (figurando sólo como) vecino del pueblo de Tarata” inicia los trámites para lograr el cacicazgo de esa doctrina. Entonces, ante el escribano Benavides, y con presencia del Protector de Naturales, don José Vicente Angulo, extiende poder a favor de don Manuel Yoldi Rosas, vecino de Lima, a fin de conseguir la “propiedad y posesión en que ha de ponerse al otorgante don Ramón Copaja en los empleos de cacique gobernador de los naturales de la doctrina y pueblo de Tarata, jurisdicción del Partido de Arica, como nieto legítimo del que obtuvo estos mismos empleos, don Lorenzo Copaja y Ninaja. Con lo ocurrido a los Ticona que, por no tener sucesión masculina, truncaron su “dinastía”; Ramón, solicita se designe al que deba sucederlo, puesto que, para desilusión de muchos tarateños que ostentan el apellido Copaja y que abrigaban la esperanza de ser descendientes del cacique prócer; éste expresó que dejaba como sucesor a un familiar colateral “por no tener el poderdante Ramón Copaja hijos, ni esperar sucesión legítima por la avanzada edad de su mujer”. Solicitó “se declaren por subcesores (sic) después del otorgante a los hijos de su sobrina doña Josefa Copaja, mujer legítima del actual Alcalde Mayor, don Manuel Valdivia, hija legítima de su hermano, don Lorenzo Copaja, finado”. BATALLAS DE COTAGAITA Y SUIPACHA En tales circunstancias debieron llegar noticias a Chuquisaca, a La Paz y, posteriormente, a Lima, del avance de las fuerzas argentinas; provocando alarma en el gobierno virreinal y obligándolo a preparar la defensa realista de esos territorios que, habiendo pertenecido al Virreinato del Río de la Plata eran, de esa manera violenta, incorporados al Virreinato del Perú. Allende la frontera con Las Charcas, el 27 de octubre de 1810, en un lugar cercano al pueblo de Cotagaita, 400 kilómetros al norte de Jujuy, se produjo el primer encuentro entre las fuerzas argentinas de avanzada, provenientes de Salta y Tarija, y el ejército realista, de 2 000 hombres, comandado por el General José de Córdoba. Aunque los resultados no fueron definitivos para ninguno de los bandos, los patriotas debieron 69 replegarse demorando más la fuerza de artillería, protegida por las fuerzas del Teniente Martín Güemes, con el propósito de cuidar sus cañones. Las tropas patriotas quedaron estacionadas en Nazareno, cerca a Tupiza. Desde allí, la vanguardia salteña que comandaba Güemes junto con los refuerzos llegados de Buenos Aires; total 600 hombres que mandaban González de Valcarce, Díaz Vélez y Castelli, atacaron sorpresivamente a los 800 realistas que habían establecido su campamento en Suipacha y que jefaturaba Córdoba; derrotándolos el 7 de noviembre de 1809. Esta fue la memorable victoria de Suipacha que muchos autores consideran “La Primera Victoria de la Independencia”. Los realistas derrotados fugaron en diversas direcciones, mientras los patriotas avanzaban al norte, sobre la frontera de la Audiencia de Charcas con el virreinato del Perú. RESPLANDORES DEL ALBA Cúneo descubrió un documento, fechado “en octubre de 1810” que, a todas luces permite reconocer que antes de la histórica noche del 20 de junio de 1811 existía en Tacna un clima favorable a la insurrección y que Francisco Antonio de Zela, el adalid del movimiento, ya había iniciado sus actividades conspirativas. Dice Cúneo que en el referido mes llegó a manos del gobernador don Felipe Portocarrero Calderón, sargento mayor de la 6ª Compañía de Dragones de la guarnición de Arica, comandante de la plaza y su alcalde ordinario, una carta escrita por Francisco Antonio de Zela a Ignacio Oviedo real estanquillero de la Renta de Papel Sellado y Tabacos en el valle de Azapa, agregada a la cual se halló un papel concebido en los siguientes términos: “Reservado. Aquí corre la nueva que hay más de veinticinco chapetones escondidos en el valle de Lluta con la mira de asaltar la artillería de ese puerto. Que estén alerta,(…) (con) sigilo, sin descubrir al autor”. La carta, propiamente dicha, escrita de puño y letra por don Francisco Antonio de Zela, estaba fechada en Tacna, el 17 de octubre de 1810 y estaba dirigida a su estimado amigo Oviedo. Le comunica haber recibido el 16 una carta de Oviedo fechada el 8 y que se había puesto “de espía para caerle al cuello a su inquilino”. Manifiesta que logró hallarlo y que, sin pérdida de tiempo, le sacó “media arroba de tabaco, que corresponde a los nueve mazos que remitía con mi compadre el Cacique de Tarata don Ramón Copaja, los que han importado catorce y medio reales”. También decía haber enviado “siete manos de papel de mejor calidad uno que otro, pero todos al precio de nueve reales. Así, su importe total era de seis pesos y seis reales, que con los catorce reales que mando en plata, son los veintidós pesos con cuatro reales y medio, que es el total de lo cobrado”. 70 GENERAL ANTONIO GONZÁLEZ DE BALCARCE. 71 Al final le decía que, por “lo que hace el encargo de los diezmos, es preciso que se presente portador seguro para hacer la diligencia sin pérdida de un instante y con la mejor recomendación que se pueda” y se despedía deseándole toda salud en unión de la compañera y familia, firmando Francisco Antonio de Zela. En una post data le decía que tuviese cuidado “con la cuentecita adjunta”. Al Comandante de la plaza de Arica le debieron haber llamado la atención algunas situaciones. ¿Qué hacía el portador de la misiva, Ramón Copaja, “a treinta leguas de su jurisdicción, metido en incumbencias impropias de un cacique de su” condición? Considera Cúneo que esto no “admite otra explicación sino su carácter de emisario secreto de los porteños acampados por entonces en el Alto Perú” o la forzada redacción de la carta “cuyos términos tabaco, mazos y manos de papel pudieron referirse en forma convencional a pertrechos de guerra, como ser pólvora, balas y bocas de fuego”. El Comandante de la plaza de Arica, don Felipe Portocarrero Calderón, ordenó, de inmediato el arresto de Ignacio Oviedo y en “consideración a las delicadas y críticas circunstancias del día, y a que la misiva reservada de fojas 1 de este expediente indica muchas sospechas que Oviedo dice se la envió propiamente don Francisco Antonio de Zela, balanzario de la Real Callana de Tacna; y que el referido papel reservado es de diversa fecha de la de la carta, y a que su contenido no trae concordancia con aquella, decretó para que se le tome confesión a dicho Ignacio Oviedo que se halla arrestado en el cuartel” para que declarase lo siguiente: ¿Si el papel reservado de fojas 1 vino dentro de la carta que le escribe dicho Zela con fecha 17 del corriente?¿Si ésta se la dirigió el referido Zela?¿Si éste es su apoderado o corresponsal ordinario en Tacna?¿Quién fue el sujeto que condujo la carta?¿En presencia de quiénes se la entregó?¿ Si antes de ello ha tenido noticia, por el mismo balanzario Zela u otras personas cuyos nombres y apellidos dará, de los 25 chapetones que “quieren tomar el Fuerte y la artillería de él, y se dirigen con este objeto a esta ciudad” de Arica? ¿Si sabe del paradero oculto o lugar donde se hallan aquellos veinticinco hombres? Finalmente le pregunta si la post data de la carta que se refiere a una cuentecita que dice adjuntarle encargándole cuidarla ¿es el papel reservado u otro documento aparte no visto hasta entonces? Todo el expediente fue remitido, entonces, al Subdelegado don Antonio de Rivero, para que determinase lo más conveniente. Como no existía en Arica escribano alguno, el propio Portocarrero, también hizo de tal con la presencia de testigos que fueron don Antonio Ayala y Santiago Pastrana. El 21 de julio, todavía en prisión, fue interrogado Ignacio Oviedo. Dijo tener cuarenta y cinco años de edad. Respecto de las preguntas, manifestó 72 que el papel reservado venía dentro de la carta y que “el autor de dicha carta fue el balanzario de la Real Callana de Tacna, don Francisco Antonio de Zela”. No era propiamente su apoderado, sino su amigo y corresponsal de ocasión. Que la carta fue entregada a su mujer María Portocarrero, por un indio cuyo nombre desconoce. Contestando a la siguiente pregunta refirió que “a la mujer de Juan de Dios Madueño, residente en el valle de Lluta, y a un hijo de Manuel Menéndez, oyó decir que en aquel valle había algunos chapetones escondidos, pero que no le dijeron con qué fin; y que no sabe si otros individuos tenían noticias acerca de este asunto” 1310; que la post data vino inclusa en la carta y que la “cuentecita” encargada se refiere exclusivamente al papel reservado por ser este último el único que contuvo dicha carta. Trasladado el expediente a Tacna, con fecha 22 de octubre de 1810, en el Juzgado del Subdelegado Rivero, se mandó comparecer a don Francisco Antonio de Zela, ensayador, fundidor y balanzario de las Reales Cajas; quien después del juramento, que hizo por Dios Nuestro Señor y una señal de la cruz, sobre lo que ofreció decir la verdad de lo que supiese y fuese preguntado, dijo que es cierto que escribió la carta que se le puso a la vista, incluso el papel agregado. La alusión a los “chapetones”, resultó de haber oído decir eso mismo a Paulino Murguía y Gregorio Robles, vecinos de este pueblo, lo que se transmitió como simple rumor. A la siguiente pregunta don Francisco Antonio de Zela respondió que “el día 17 de los corrientes, en que escribió la carta de que se trata, pasó igual noticia a Su Merced el señor subdelegado, lo que verificó teniendo presente el arte del emperador de Francia y el método con que tomó la isla de Malta, y otras muchas cosas, porque ve padeciendo a nuestro amado rey y señor don Fernando VII; que la causa de haber encargado que no se le descubriese como autor de dicha noticia, fue por evitar se le siguiese perjuicio, y que con esto no ha sido su ánimo manchar el honor de los forasteros que habitan en este lugar y que considerando que el fuerte de Arica suele estar en poder de uno o dos centinelas que lo guardan, se persuadió el declarante de que, dando la noticia referida, se tomaría por el señor alcalde de aquella ciudad alguna providencia, inter este juzgado resolviese”. Respecto del balanzario don Francisco Antonio de Zela el fallo parece haber sido excesivamente blando. Sólo se le recomendaba “que en lo sucesivo proceda con más circunspección y sin esa ligereza que denota el papel que ha motivado estas diligencias”. El 22 de octubre, Zela se enteró, por boca del escribano don Juan de Benavides, del benigno fallo. A partir de estas respuestas, dice el historiador ariqueño don Rómulo Cúneo Vidal ¿Cómo no ver “en estas complicadas tretas, que nos presentan, a treinta leguas de su jurisdicción, a todo un cacique metido en las incumbencias de un chasqui vulgar, y en la fraseología convencional de la carta de Zela, las trazas de una audaz” conspiración? 73 Considera, además, en un portento de ucronía, que el propósito de esas cartas, era que fuesen a parar a manos del Subdelegado ariqueño, y sucesivamente a las de las autoridades tacneñas y que éstas, “en un momento de ofuscación, mandasen desguarnecer a Tacna, en donde se preparaba un levantamiento de verdad, para precaver a Arica de un asalto imaginario; que desguarnecida la plaza de Tacna en la medida de los refuerzos que se desprendiesen sobre Arica, el levantamiento que las circunstancias aplazaron a junio de 1811, se habría verificado, sin mayor dilación, en 1810, a tiempo que una montonera, más o menos numerosa, a órdenes del ariqueño Oviedo, habría operado entre el puerto de Arica y las lindes del Alto Perú”.Esta situación habría obligado al Brigadier don José Manuel de Goyeneche, amenazado por la retaguardia, en las posiciones que ocupaba en Jesús de Machaca, a desprender fuerzas de consideración sobre Arica, y a debilitar en tal forma sus efectivos del momento, dando a sus adversarios la oportunidad de batirlo. Pero, este plan, harto bien pensado, fracasó lastimosamente o, por lo menos se aplazo poco más de medio año. Concluye Cúneo que, debajo de lo que, el confiado Subdelegado Rivero, entendió por rumores o conjeturas lugareñas, “se descubren, no obstante, los indicios de la conspiración que día tras día tomaba consistencia en Tacna, las juntas que en noches determinadas celebraban con sigilo hasta dieciocho vecinos del lugar, y la presencia de cierto número de argentinos emponchados a la usanza salteña o tucumana, venidos, evidentemente, con el objeto de darse cuenta de los recursos militares de la plaza y vigilar la marcha de la misión insurreccional confiada por Castelli a Zela” . EL REGRESO DE LOS DERROTADOS Y LOS GRANDES TEMORES Después de la derrota de Suipacha los realistas vencidos huyeron hacia el norte, perseguidos por los argentinos. El 3 de diciembre de 1810 ingresaron a Tacna de vuelta de Potosí derrotados y en estado calamitoso, los soldados del primer Batallón Arequipa”. Recibidas las atenciones que precisaban siguieron viaje a dicha ciudad. El 6, el Subdelegado Rivero pidió al Intendente autorización para poner sobre las armas en los caminos y entradas del Partido 25 hombres para que se pueda averiguar el destino de multitud de forasteros que arriban. El 16, el Subdelegado, ordenó el acuartelamiento de “los veinticinco hombres para el fin expuesto. A los pocos días ya había 23 vigías en las quebradas de “Chero, camino de Tarata, Palca, camino directo a La Paz y a la cabeza del valle de Azapa”. Se agravó la situación al saberse que emisarios de Balcarce y Castelli, entraban y salían por la frontera con las Charcas; el 1º de abril de 1811, Ribero, ordenó a los piquetes encargados de cuidar los puntos de acceso a Tacna para que le suministrasen informes detallados. 74 La “división realista de Oruro al mando del capitán Juan de Dios Saravia” traía 75 mulas flacas que servían de transporte a su artillería. Fueron dejadas para su refresco en los alfalfares que Eustaquio Palza poseía en Challata; más arriba de Calientes. Cuando la división retomó su destino rumbo a Arequipa, no se cumplió con abonarle los “84 pesos 3 reales” que le debían. A fines de diciembre de 1810 siguen llegando derrotados los soldados tacneños enrolados en el ejército realista. Aunque Cúneo afirma que don Vicente Cortaverría, que participó en Huaqui había regresado “con su gente a Tacna, después del levantamiento de Zela”. Lo más probable es que permaneciese en Charcas hasta después de la batalla de Suipacha. Como es común a los derrotados, éstos vendrían con versiones exageradas y alarmistas para justificar su vergüenza, que preocuparían más a las autoridades coloniales que verían a los argentinos “entrando a Tacna”. Entre diciembre y febrero pasan por Tacna grupos de soldados realistas vencidos a los que la Caja habilita para seguir viaje. Como una muestra de la desmoralización de los realistas el 20 de diciembre de 1810, “el Teniente Coronel don Juan de Imas, edecán Goyeneche, de paso por Tacna, otorgó poder para que venda su chacra Cantutani ubicada cerca a La Paz. El 6 de febrero de 1811 se formó en Tacna el escuadrón de reemplazo para completar los cuadros del ejército del Desaguadero”. INSURGENCIA EN OTRAS CIUDADES DEL ALTO PERÚ Y AVANCE DE CASTELLI SOBRE EL DESAGUADERO Cochabamba se había levantado contra España el 14 de septiembre de 1810. Sin embargo, lamentablemente, el entusiasmo patriótico de los primeros días parecía que iba desfalleciendo con el paso del tiempo. Cuando se conoció sobre el triunfo patriota en el sur, la rebelión consiguió el aliento suficiente como para perseverar. Poco después cuando, en Potosí, se conoció la victoria de Suipacha, en el pueblo se produjo un levantamiento. Fue el 10 de noviembre de 1810 y, entre otras acciones “exigieron al Cabildo el reconocimiento de la Junta de Buenos Aires y la prisión de Paula Sanz, formándose además una junta de nueve miembros”. Finalmente en Chuquisaca, la ciudad capital, donde todavía las heridas dejadas por la represión al movimiento de mayo de 1809 no habían cicatrizado, la noticia llevada, de inmediato, por jinetes chicheños, entusiasmó a la gente. Un “Cabildo abierto reunido el 12, anuló por unanimidad la anexión al Perú, adhirió a la revolución porteña, dispuso mandar una diputación a Buenos Aires y otra representativa de todas las corporaciones a recibir al ejército libertador”. El 14 las fuerzas patriotas de Cochabamba vencieron a las enviadas por el Virrey del Perú en la batalla de Aroma y el 19 se levantaba La Paz y, 75 a los pocos días, se pronunciaba Santa Cruz de la Sierra por la revolución en tanto que tropas de Cochabamba tomaban Oruro. El éxito de la insurgencia revolucionaria de los pueblos del Alto Perú, “allanó el camino del ejército invasor, que realizó una marcha triunfal hasta Potosí, donde entró en medio del júbilo popular. Castelli que acompañaba al ejército como delegado de la Junta, en cumplimiento de instrucciones recibidas, hizo fusilar a Nieto, Paula Sanz y Córdoba, aplicando el principio revolucionario del castigo ejemplar, decretado para todos los que resistieran el nuevo gobierno”. Aunque Castelli aplico de inmediato medidas sociales reclamadas por las multitudes como abolir “la servidumbre de los indígenas equiparándolos al resto de los habitantes, medida que contribuyó a popularizar la revolución”, también, por otra parte, radicalizando su liberalismo en extremo, “procedió arbitrariamente contra vecinos honorables, hirió los sentimientos religiosos profundamente arraigados en la masa de la población e intervino en intrigas lugareñas”. Cuando llegó a Chuquisaca había dejado tras de sí, disminuido el fervor revolucionario de los pueblos, víctimas, además de los excesos de las tropas cuya relajada disciplina era imposible remediar”. En esas circunstancias el gobierno de Buenos Aires designó a “Juan Martín de Pueyrredón Presidente de la Audiencia de Charcas, éste constituyó bajo su presidencia una Junta provisional, convocando más tarde a elecciones de diputados al Congreso, con la innovación de que además de los correspondientes a cada provincia, debían elegirse otros cuatro de raza indígena. La personería política de los indios reconocida en un territorio cuya población integraban en gran mayoría, dio gran prestigio al jefe revolucionario; proclamas escritas en lengua indígena hicieron saber a los habitantes su nueva situación jurídica; reconocidos los indios ingresaban en masa al ejército, transportaban el material de guerra y facilitaban víveres”. Desde Chuquisaca, Castelli avanzó hasta Oruro, enterado del fermento revolucionario existente con las provincias limítrofes del Bajo Perú, les dirigió un manifiesto incitándolos a la rebelión; pasó más tarde a La Paz, donde fue acogido calurosamente. Sin embargo el doctor Castelli, por su conducta radical, intransigente, fue perdiendo la simpatía de los habitantes de las ciudades que iba recogiendo. Desde aquí, Castelli, entabló comunicaciones confidenciales con el General Goyeneche, que al frente de un ejército enviado por el Virrey del Perú, estaba acampado en las márgenes del río Desaguadero, límite de los dos virreinatos. Era una estrategia disuasiva, que parecía querer ganar un tiempo, que al final terminó favoreciendo al arequipeño. 76 Ruta que siguieron las tropas argentinas de la primera expedición sobre el Alto Perú. 77 LA DESESPERADA PROCLAMA DE ABASCAL A LOS PUEBLOS DEL BAJO PERÚ Enterado el Virrey Abascal de la delicada situación que hacía peligrar el sur del Virreinato a su mando, el 26 de octubre preparó y publicó una proclama en la que “trataba de borrar de las mentes la creencia de la completa ruina de España; infundía ánimo á los espíritus que desconfiaban del vencimiento de las huestes francesas que ocupaban la península; anunciaba que el tirano de la Europa, Napoleón primero, sentía su debilidad ante la bravura y constancia de los españoles; exhortaba á los súbditos de Fernando VII á conservarse unidos á España y renovaba las promesas de abrir á los hijos de América el camino de la instrucción, de los empleos públicos y de los honores”. APRESTOS DE GOYENECHE QUE COMPROMETIERON A TACNA Y AL SUR DEL PERÚ El Ejército argentino había establecido su cuartel general en Huaqui, pueblo a la margen izquierda del río Desaguadero. El propósito de González Balcarce y Castelli era claro y lógico: Constituirse una cuña entre el Bajo Perú y la insurreccionada Audiencia de Charcas. Además, ubicados allí, el río Desaguadero les serviría de parapeto natural. Goyeneche no perdió tiempo en preparar a su ejército de la mejor manera posible para enfrentar a los argentinos y para ello pidió apoyo al Virrey Abascal, al Intendente Salamanca y al Subdelegado de Tacna don Antonio de Rivero. El 20 de enero de 1811 el Subdelegado Rivero solicita a las Reales Cajas de Tacna dinero para comprar caballos. Éstos han sido escogidos por el cadete Manuel Barrios en el valle de Sama y serán destinados “para el Ejército del General Goyeneche”. El 24 de enero de 1811 el General don José Manuel de Goyeneche, desde su cuartel, expide una orden general para que se reúnan en el campamento de Desaguadero todos “los que hayan servido en el ejército de Potosí o Suipacha”. Entre los convocados estaba el moqueguano “capitán de las milicias de Arequipa” don Andrés de Arguedas. En Tacna residía, entre los muchos derrotados que habían huido de Suipacha, don Antonio González de Ulloa, que había sido Teniente de la Sala de Armas de Potosí. Dada la experiencia del referido, la Real Caja le otorgó el dinero que precisaba para trasladarse hasta la frontera con Las Charcas. Como ya se dijo, a comienzos de febrero de 1811, por orden del Señor Subdelegado don Antonio de Rivero, se formó el “Escuadrón de Reemplazos”. Como era comprensible, este escuadrón tendría que estar constituido por personal bisoño que iba a reemplazar a los “soldados enfermos y desertores del Ejército del Desaguadero”. El mismo mes se corrió un nuevo donativo con el fin específico de apoyar a Goyeneche, como se ha referido en un capítulo anterior. Las exigencias de éste iban de menos a más hasta convertirse en excesivas. 78 Por oficio del “22 de febrero de 1811 Goyeneche solicitó por intermedio del Intendente Salamanca al Subdelegado Rivero de Tacna, el envío de hasta 1000 mulas de las que habían en el valle sirviendo a los arrieros”, para el transporte de su artillería. Para lograr este objetivo, debieron hacerse grandes requisas de bestias de carga en la campiña de Tacna y valles inmediatos(*). El 30 de abril de 1811 el Subdelegado Rivero comunicó a José Manuel Goyeneche la imposibilidad que tenía para seguirle suministrándole tropas, puesto que para el mes de mayo, que se iniciaba, su lista de revista sólo incluía como tropa acuartelada en Tacna a sólo “66 hombres para la defensa de la ciudad. Le adjunta nómina y grado de cada uno”. Tanta era la ansiedad de Goyeneche para reunir una mayor cantidad de soldados que terminó dejando a las ciudades de la costa inmediata casi desguarnecidas, oportunidad que los ojos de Zela y otros adictos a la causa de la Patria vieron como favorable a sus planes. También eran preocupación y desvelos de Goyeneche, conocer la situación del enemigo. Por esa razón debió requerir informes de la situación allende el Desaguadero a los Subdelegados de los Partidos inmediatos a esa frontera. El Subdelegado Rivero, mandó practicar una sumaria información a dos súbditos “que acababan de llegar desde la villa de Oruro, para que informen sobre el estado de las tropas Porteñas y sus propósitos; los ocasionales informantes eran dos personas comunes y corrientes, arrieros o comerciantes llamados don Evaristo Beltrán y don Bernardo Domínguez”. Pero Goyeneche no era el único jefe realista preocupado. El propio virrey don José de Abascal, remite un oficio a don Antonio de Rivero y Araníbar, Gobernador Subdelegado y Comandante Militar del Partido de Arica, en Tacna, “recomendándole redoble la vigilancia militar de todos los puntos por donde los revolucionarios de Buenos Aires, puedan intentar introducirse”. EL POLÉMICO OIDOR DON PEDRO VICENTE CAÑETE: AMIGO DE TACNA A comienzos de 1811, hubo otro revuelo en el valle que riega el Caplina. El Capitán “Don Antonio de Ribero y Araníbar, Gobernador Subdelegado y Comandante Militar de la ciudad y Partido de San Marcos de Arica” se enteró que en el pueblo de Tacna corría la especie referida a que el Oidor honorario de la Audiencia de Charcas, don Pedro Vicente Cañete y (*) Todavía en 1812, cuando Eustaquio Palza, un arriero y propietario del valle del Caplina, reclamó por una deuda que le tenía la Corona por forrajes consumidos por la división de Oruro; se quejó por “...haber perdido toda su recua al servicio de Goyeneche...” (A.G.N. Archivo Histórico. Libros de Contabilidad de la Caja Real de Tacna, 1812). 79 Domínguez vendría al Tacna “nombrado como Subdelegado y Comandante Militar del Partido de Tacna”. El Subdelegado, después de afirmar que esa remoción era legalmente imposible, porque un civil no podía asumir la Comandancia Militar; ordenó se hiciesen las averiguaciones sobre el origen del rumor, mandando a practicar una información de testigos para averiguar quién había divulgado la noticia. Entre “los investigados estuvo don Francisco Antonio de Zela” y resultó que la punta de la madeja era él, precisamente. ¿Quién era este Pedro Vicente Cañete? Lo primero que habría que afirmar es que era un alto funcionario español de la Audiencia de Charcas, que visitaba con cierta frecuencia el pueblo de Tacna, donde tenía amigos, compraba esclavos y otorgaba poderes. Era oriundo de Paraguay, era doctor “en Teología y ambos derechos”. Comenzó su carrera al servicio de la corona española como “Asesor General y Auditor de Guerra del primer Virrey de Buenos Aires, Pedro de Cevallos; luego, Asesor General de la Capitanía General de Paraguay”. En 1789 fue nombrado asesor de la Intendencia de Potosí y del Presidente de la Audiencia de Charcas, General don Ramón de García Pizarro. Más tarde, Consejero “honorario de Indias” y Visitador del Erario Real de la Audiencia de Charcas y Oidor de su Audiencia. Desde el punto de vista de su producción se le ha definido como un destacado intelectual que reflexionó sobre el destino de Iberoamérica. Era, según el historiador argentino don Ricardo Levene, “persona de alguna ilustración y azarosa carrera administrativa, estaba identificado con las ideas conservadoras en cuya defensa se halló frente a Victorián de Villalba, quien en un escrito trazó un retrato moral de su adversario, no muy favorable”. Cuando, en 1808, con motivo de la usurpación del trono español por Bonaparte, correspondió a los ideólogos buscar una salida política al asunto, Pedro Vicente Cañete, propuso que mientras durase el cautiverio de Fernando se respetara a todas las autoridades nombradas o elegidas durante el reinado de éste o de su padre y admitiendo, solamente, “la Regencia como nominal” y sólo hasta que se concrete la reunión de las Cortes de Indias”, para llegar a esa conclusión, recuerda Gabriel René Moreno, los próceres altoperuanos, entre ellos el referido Cañete, elaboraron un silogismo en el que la premisa mayor afirmaba que si el “vasallaje colonial es un tributo debido, no a España sino a la persona del legítimo rey borbónico”; y la premisa menor señalaba que habiendo abdicado Fernando VII; la conclusión que resulta expresa que “la monarquía está legal y definitivamente acéfala” como también lo está el usurpador napoleónico y cualquier otro pretendiente. Estando en Potosí Cañete conoció a Vicente Pazos Kanki y debatió con él en el seno de la intimidad sobre los más arduos problemas del régimen colonial. En un documento que redactaron los realistas vecinos de La Paz, asilados en Arica con motivo del estallido del 16 de julio, conocido como: “Relación Imparcial”, se recuerda como los Visitadores del Erario Real de la Audiencia de Charcas, actuando más por presión de los interesados en la impunidad, debieron “abandonar 80 con precipitación aquel suelo como en nuestro tiempo ha sucedido con los visitadores como el doctor don Pedro Vicente Cañeta (sic)”. El 15 de julio de 1812 Abascal en una carta dirigida a Goyeneche le comunica que habiendo recomendado a Su Majestad “los méritos y servicios del Señor Don Pedro Vicente Cañete, incluye carta de éste, de 7 de junio de 1812, pidiendo recompensas. Entre la producción intelectual de Cañete y Domínguez destaca su libro titulado “Guía histórica, geográfica, física, política, civil y legal del Gobierno e Intendencia de la Provincia de Potosí”. Eran frecuentes las visitas de Cañete a Tacna. Así, el 15 de diciembre de 1810, María Josefa Siles, vendió al “Oidor don Pedro Domingo Cañete y Domínguez, un mulato (esclavo) llamado Pedro Congona, que compró a doña Josefa de la Huerta, en 300 pesos” y el cura Lorenzo de Barrios, conversó en Tarata con el “Señor Oidor doctor don Pedro Vicente Cañete (…) la antevíspera de la Purificación de Nuestra Señora, 31 de enero de 1811, (en que) pasó de Tacna para el Desaguadero”, rumbo a Las Charcas. LA PRIMERA PROCLAMA DE CASTELLI A LOS PUEBLOS DEL BAJO PERÚ Castelli, ocupó triunfalmente Oruro, entusiasmado por las noticias que tenía de las conspiraciones en las provincias limítrofes del Bajo Perú, les envió secretamente proclamas incitándolos a la rebelión. Una, dirigida a “los habitantes del virreinato del Perú”, decía que “La proclama que, con fecha 26 de octubre (de 1810 les había dirigido el Virrey lo ponía) en la necesidad de combatir sus principios, antes que vuestra sencillez sea víctima del engaño, y venga á decidir el error la suerte de vosotros y de vuestros hijos”. Se interesaba por la felicidad de esos pueblos por carácter, sistema, nacimiento y reflexión y que faltaría a sus primeras obligaciones; si consintiese que se les oculte la verdad y disfracen la mentira “Hasta hoy, ciertamente, no habéis escuchado el eco de mi compasión, ni ha llegado hasta vosotros la luz de la verdad que tantas veces deseaba anunciaros, cuando la imagen de vuestra miseria y abatimiento atormentaba mi corazón sensible; pero ya es tiempo de que os hable en el lenguaje de la sinceridad y os haga conocer lo que acaso no habéis llegado á sospechar”. Manifestaba que “Vuestro virrey os da á entender que la metrópoli aun dista mucho de su ruina, cuando asegura, sin temer a censura pública, que el tirano de la Europa siente su debilidad á vista de la constancia española y trata de alcanzar con la seducción y el engaño lo que no ha podido conseguir con la fuerza. ¿Y os halláis tentados á creer esta falsedad? No me persuado: vosotros no podéis ignorar, que la España gime, mucho tiempo ha, bajo el yugo de un usurpador sagaz y poderoso, que 81 después de haber aniquilado sus fuerzas, agotado sus arbitrios y anulado sus recursos, se complace de verla arrastrada ante el trono de su tirano, oprimida de las fuertes cadenas que arrastra con oprobio; no podéis ignorar que arrebatado por la perfidia del trono de sus mayores el señor don Fernando sétimo, suspira inútilmente por su libertad en un país extraño y conjurado contra él, sin la menor esperanza de redención; no podéis, en fin, ignorar que los mandatarios de ese antiguo gobierno metropolitano, Que han quedado entre vosotros, ven decidida su suerte y desesperada su ambición, si la América no une su destino al de la Península, y si los pueblos no reciben ciegamente el yugo que quieran imponerle los partidarios de sí mismos. Por esto es, que para manteneros en un engaño favorable á sus miras, os anuncian victorias, os lisonjean con esperanzas y entretienen vuestra curiosidad con noticias preparadas en los gabinetes de intrigas. Les anunciaba “…como nacido en el mismo suelo que vosotros, que ya la España tributa vasallaje á la raza exterminadora del emperador de los franceses, y que por consiguiente es tiempo de que penséis en vosotros mismos, desconfiando de las falsas y seductoras esperanzas con que creen asegurar vuestra servidumbre”. “No es otro el espíritu del virrey del Perú, cuando ofrece abriros el camino de la instrucción, de los honores y empleos á que jamás os han creído acreedores. ¿Pero de cuando acá, le podéis preguntar, os considera dignos de tanta elevación? ¿No es verdad que siempre habéis sido mirados como esclavos y tratados con el mayor ultraje sin más derecho que la fuerza, ni más crimen que habitar en vuestra propia Patria? Hoy os lisonjean con promesas ventajosas, y mañana desolarán vuestros hogares, consternarán vuestras familias, y aumentarán los eslabones de la cadena que arrastráis”. “Observad, sobre este particular, el manejo de vuestros jefes; decidme si alguna vez han cumplido las promesas que por una política artificiosa os hacen con tanta frecuencia y nunca con efecto; comparad esta conducta con la que observa la excelentísima junta de donde emana mi comisión, con la que yo mismo observo y todos los demás jefes que dependen de mí”. Sabed que el gobierno de donde procedo sólo aspira á restituir á los pueblos su libertad civil; y que vosotros, bajo su protección, viviréis / libres; y gozareis en paz, juntamente con nosotros, esos derechos originarios, que nos usurpó la fuerza”. Concluía manifestando que “Ilustrados ya del partido que os conviene, burlad la esperanza de los que intentan perpetuar el engaño en vuestras comarcas, á fin de consumar el plan de sus conveniencias; y jamás dudéis que mi principal objeto es libertaros de su opresión, mejorar vuestra suerte, adelantar vuestros recursos, desterrar lejos de vosotros la miseria y haceros felices en vuestra patria. Para conseguir este fin tengo el apoyo del Río de la Plata, y sobre todo de su numeroso ejército, superior en virtudes y en valor á ese tropel de soldados mercenarios y cobardes, con que intentan sofocar el clamor de vuestros derechos los jefes y mandatarios del virreinato del Perú”. Firmaba Juan José Castelli. 82 LA POPULARIDAD DE ZELA ENTRE LA GENTE DE CAMPO Existen facetas en la biografía de Zela que no se han investigado todavía. Aunque, primero, Aníbal Gálvez y recientemente Lizandro Seiner Lizárraga han ubicado a Zela en el nivel social que le correspondía, como se ha expuesto en un capítulo anterior, lo que no se ha visto todavía, y cuyo análisis correspondería a la tendencia de historia de las mentalidades, es lo referido a sus relaciones con otras clases, pudiendo asumir correlatos de identidad o simpatía, de desconocimiento, indiferencia, antipatía o rechazo. ¿Cuál fue el signo que unió a Zela con los sectores sociales que servirían de soporte y sustento al movimiento del 20 de junio de 1811? El Primer Grito de Libertad tuvo, entre sus virtudes, una que no se ha destacado todavía. Se puede afirmar que el movimiento de 1811 fue “pluriclasista” o “multiétnico” porque participaron casi todos los componentes del tejido social de Tacna, con la única exclusión de los peninsulares. ¿Cómo pudo lograr Zela tanta adhesión popular a pesar de ser “funcionario”, de su origen urbano y limeño y su estampa gallega? Existen documentos que ponen en evidencia la popularidad del caudillo entre los habitantes de la campiña de Tacna, de extracción étnica mestiza e indígena. Sin contar las numerosas oportunidades en que fue padrino, testigo, albacea, apoderado o beneficiario de un legado; existe una escritura pública del 19 de octubre de 1810, en la que numerosos descendientes de Diego González y María Petronila Menéndez, de apellidos González, Pango, Espinoza, Liendo, Menéndez, Quina, campesinos todos del valle del Caplina, acuerdan no dividir un pequeño predio heredado de 2 topos y medio; ubicado en el pago de Calientes y lo venden a Estanislao Rejas. La venta se hace con presencia del Defensor de Naturales, don Clemente Izurza. Al momento de suscribir la escritura Pascual Siles firmó por su madre Ascencia González (Ortiz) y “por María Menéndez y sus hijas Josefa y Antonia González y como testigo, don Francisco Antonio de Zela”. Se sabe que entonces los actos protocolares no se improvisaban. Tampoco pudo tratarse de una presencia ocasional del prócer en la escribanía el día del acto, porque ni antes ni después existe una escritura pública en la que intervenga Zela. Se entiende que los que intervinieron en el movimiento que estalló la noche del 20 de junio no fueron sólo los que figuran en la sumaria información, por lo general criollos y mestizos, gente visible, como el cacique y su familia. Hubo, como hasta ahora, detrás de los “agitadores” y “tumultuarios” una población numerosa de anónimos campesinos, quizás de negros esclavos y libertos que entonces no se pudo identificar. 83 PREPARATIVOS PARA LA GRAN INSURRECCIÓN Que el grito de Zela se preparó con bastante antelación lo demuestra lo que se dijo en el capítulo “Los resplandores del alba” así como una carta que el cura de Tarata, Lorenzo de Barrios, al Obispo de la Encina le dice que “desde muy atrás, se han estado carteando reservadamente el cacique de esta doctrina” don Ramón Copaja. Lo que el grupo insurgente de Tacna esperaba era el desguarnecimiento del pueblo. Éste, como se ha tratado, fue paulatino. Ha escrito Cúneo que, para bien “de la causa nacional, el levantamiento de La Paz ocurrido en 1809 y la aparición en el altiplano, el año subsiguiente de las primeras fuerzas libertadoras argentinas, fueron causa de que se despachase prontamente a la línea del Desaguadero, lo más escogido de la guarnición de Tacna”. Del “total nominal de seiscientas plazas, al mando de un coronel, dos comandantes, un sargento mayor y un número proporcionado de tenientes y alfereces”, salieron, “el 26 de setiembre de 1809 doscientos dragones al mando del capitán don Tomás Navarro, y el 16 de noviembre de 1810 otro ciento al mando del capitán don Vicente Cortaverría”. Sumándose el hecho que esas fuerzas reunían a lo mejor y más experimentado del contingente y “lo mejor que hubo a mano por lo que hace a armamento, municiones y bagajes”. Teóricamente sólo quedaba, en la región, la mitad de los efectivos. 300 hombres diseminados entre Tacna y Arica. Aunque, en realidad, para mayo, como ya se ha dicho, la lista de revista de ese mes registraba a sólo 66 hombres como tropa acuartelada en Tacna. Quedaban éstos al mando del Coronel don Francisco Navarro de la Helguera. Afirma Cúneo que siendo éste, anciano, “pues contaba setenta años de edad, vióse colocado al frente de la guarnición de Tacna en momentos que demandaban el vigor de mano y la resolución de ánimo de un jefe animoso y joven” y que “no se dio cuenta de la propaganda revolucionaria que los agentes de Castelli realizaban en Tacna, ni de las juntas secretas que celebraban en casa de Zela, hasta la noche del 20 de junio, en que los hechos, con brutal elocuencia, se encargaron de desengañarlo”. Incluso, cree Cúneo que fueron sus pedidos los que, aplastada la insurrección, “contribuyeron a quebrantar el enojo del implacable general arequipeño, e inclinar las determinaciones del Virrey del reino en el sentido de una moderación y de una clemencia que, de no mediar, ellas no se hubiesen manifestado. Dice Cúneo que de haber permanecido “intacto en Tacna el regimiento disciplinado que la guarnecía, los levantamientos populares de 1811 y 1813 hubiesen quedado aplazados por tiempo indeterminado”. Zela supo aprovechar aquel desguarnecimiento. Sólo faltaba ponerse de acuerdo respecto de la fecha y los detalles de la estrategia que se aplicaría. 84 OTRA PROCLAMA DE CASTELLI Desde ciudad de La Paz, con fecha 13 de junio de 1811, Castelli, viendo próximo el esperado triunfo sobre las fuerzas realistas en el Alto y Bajo Perú; publicó una proclama que, posteriormente, fue convertida en bando o pasquín. El documento, que seguramente circuló por todas las ciudades pueblos y villas del Bajo Perú se titulaba: “Manifiesto del doctor J.J. Castelli, sobre el derecho y necesidad en que nos hallamos de hacer una formal declaratoria de Guerra al Ejército de Lima, situado en las inmediaciones del abismo de los Tiranos”. La proclama dice “Hace más de cinco meses que, por medios directos e indirectos, he acreditado que la unión pacífica de estas provincias ha sido el suspirado objeto de mis designios”. “Siempre he mirado con horror la efusión de lágrimas y de sangre, y nunca he olvidado que la destrucción de un solo americano es un mal que se debe evitar”. “Jamás se ha angustiado tanto mi corazón como cuando he llegado a calcular que al fin sería inevitable teñir nuestras armas en la sangre de nuestros hermanos”. “Tengo el dolor de verme reducido a esta fatal necesidad, pero me lisonjeo al mismo tiempo de no haber motivado yo las desolaciones que se preparan”. “Mil veces he invitado a la paz y concordia al general del ejército de Lima”. “Le he hecho ver al mismo la justicia de nuestra causa, las ventajas que le resultarían a él mismo de nuestra reunión, la imparcialidad y pureza de nuestras miras, y la seguridad y rectitud de nuestras intenciones”. “Hasta hoy no se podrá decir que el suceso haya desmentido estas mis protestas”. “Todos saben que mis operaciones han sido consiguientes a estos principios; y la última prueba de esta verdad es el armisticio que estipulamos solemnemente el 16 de mayo de este año”. “Nuestro ejército estaba ya en disposición de atacar, y el triunfo parecía estar reservado a nuestras armas”. 85 “En este estado recibo los pliegos del Ayuntamiento de Lima, veo el que me acompaña el brigadier Goyeneche, y aunque poco seguro de las ideas pacíficas que me anunciaba, acuerdo dar el último testimonio de mi adhesión a la paz y armonía de estas provincias, y hago lugar a una tregua de cuarenta días”. “En algunos momentos llegué a lisonjearme que por estos medios se cerrarían para siempre las puertas del templo de Jano y pondríamos en olvido el arte funesto de destruirnos unos a otros; pero bien presto la felonía burló mis esperanzas y vi alejarse de mi vista el horizonte de la paz”. “Un corazón formado en la intriga y habituado al crimen no puede ocultar por mucho tiempo el veneno que lo alimenta; y aunque la explosión de su malicia se dilata algunas veces, al fin se descubren sus progresos”. “Así sucedió durante la noche del 6 del presente, en que desapareció ese fantasma de simulación, cuya sombra ocultaba el mayor monstruo que ha abortado América”. “Nuestro ejército se hallaba en un equilibrio de serenidad, y descan- saba bajo la garantía de la buena fe que había ofrecido guardar ese general que tanto alarde hace de la dignidad de su palabra, cuando, entre diez y once de aquella noche, se dirigieron a atacar nuestra avanzada de Yurancoragua mil hombres divididos en tres columnas, con sus respectivas piezas de artillería; y después de haber quebrantado sacrílegamente la solemne tregua en que nos hallábamos, sufrieron el oprobio de hacer una precipitada fuga, dejando en nuestro poder cinco soldados y un cabo prisioneros, con varias armas, cuyo detalle se analiza suficientemente en el número 3 de la Gaceta Mercurio y Marte” “Este hecho, capaz de escandalizar a todo el que no sea tan depra- vado como sus autores, demuestra que hay en nuestra edad un hombre cuyos atentados sólo pueden creerse cuando el suceso ha demostrado su posibilidad”. “Tal es el general del ejército de Lima. Su propia conducta justifica el paralelo que hago”. “Este es aquel patriota sin igual que, al paso que sus contestaciones oficiales y credenciales le aseguraban tiempo a que ninguno tenía mejor disposición que él para promover la suerte de América, siempre que los medios adoptados fueran conforme a los principios del honor y de la probidad, tuvo la indiferencia de escribir al brigadier don Francisco de Rivera, proponiéndose conducirlo por medio de miserables sofismas y ofrecimientos inverificables, como si su prestigiosa política fuese capaz de trastornar los sentimientos de un patriota que ha jurado borrar hasta la memoria de los tiranos, uniendo sus batallones a los nuestros”. 86 “Nada diré del tumulto acaecido en la villa de Potosí, que segura- mente ha sido el resultado de las combinaciones ocultas que medita y lleva a efecto el general Goyeneche con el resto de desnaturalizados que hubo en aquella villa”. “Ello es que, aún prescindiendo de la escandalosa infracción del armisticio, podía justamente haber procedido a tiempo por la fuerza de las armas del Perú, si este designio no hubiese sido contrario a mis pacíficos anhelos”. “Mas, ya que son inevitables los males de la guerra, ninguna con- sideración podría justificar mi conducta si dejase violado el decoro de nuestras armas y expuesta la seguridad de nuestro territorio a las incursiones de ese tropel de esclavos”. “Es justo, es necesario exterminar a los liberticidas de la Patria, humillar a nuestros rivales, enseñarles a respetar nuestras armas y destruir, en fin, la causa inmediata de las zozobras que agitan a nuestro territorio”. “En consecuencia, declaro disuelto el armisticio, y anuncio que nuestras legiones de ciudadanos armados se hallan a punto de cumplir con sus deberes”. “Salvando la Patria del Último conflicto en que se halla, triunfaremos sin duda alguna, y con la sangre de los tiranos que restan en pie sellaremos la libertad de la Patria”. “Pueblos de la América del Sur, pueblo de Tacna, vuestro destino es ser libre o no existir, y mi invariable resolución es sacrificar la vida por vuestra independencia”. “La muerte será la mayor recompensa de mis fatigas, cuando haya visto expirar a todos los enemigos de la Patria, para que entonces nada tenga que desear mi corazón”. “Mi esperanza quedará en una eterna apatía al ver asegurada para siempre la libertad del pueblo americano”. Lo firmaba Juan José Castelli. Aunque se dice en otras fuentes que el Bajo Perú estaba inundado con papeles subversivos enviados secretamente por los porteños. Este documento pudo haber sido el bando que leería Francisco Antonio de Zela a los participantes en la histórica reunión de la noche del 20 de junio y que al día siguiente se convertiría en uno de los bandos que se leyó y fijó en los lugares de costumbre. 87 UNA INGRATA COINCIDENCIA: LA DERROTA DE HUAQUI Y EL ESTALLIDO DE TACNA Por esas lamentables coincidencias que registra la historia, un mismo día, que pudo ser de gloria para la naciente Emancipación de América, fue a la vez el de la primera manifestación de un pueblo, en la etapa decisoria, por su autonomía; y el de la derrota de la esperada batalla, a las puertas del Virreinato del Perú. Esa derrota, lamentablemente, también arrastraría al fracaso a ese grito esperanzador de Tacna. Todo había estado cuidadosamente calculado. Se había estado complotando y seguramente se había conseguido el compromiso de vecinos influyentes de las ciudades, villas y pueblos del sur del Virreinato del Perú: “para un levantamiento simultáneo de las provincias del litoral comprendido entre Islay y el Loa”. Aníbal Gálvez opina que esas “provincias o partidos eran el Cuzco, Puno, Arequipa, Moquegua, Arica y Tarapacá, y a ellas se dirigió la acción de propaganda y de persuasión del doctor Castelli”. Según Valega, “Zela, era el encargado de provocar, en Tacna y Tarapacá, el movimiento conjuntivo”. Un movimiento, “de cierta magnitud realizado en esos precisos momentos, a espaldas del brigadier de Goyeneche, acampado a la sazón en el llano de Guaqui, frente a las fuerzas de Castelli, habría expuesto la causa realista a un descalabro por poco que la suerte de las armas favoreciese a los independientes en el encuentro que venía preparándose”. La ocasión se ofrecía muy “favorable, a mediados de junio de 1811”. Sin embargo las cosas fueron distintas allende el Desaguadero. Llegado a La Paz, “Castelli entabló comunicaciones confidenciales con el general Goyeneche que al frente de un ejército enviado por el virrey del Perú, estaba acampado en las márgenes del río Desaguadero, que era el límite de los dos virreinatos pero Goyeneche se negó a pactar, por lo que Castelli propuso el 14 de mayo un armisticio de cuarenta días que fue aceptado, en tanto se desenvolvían negociaciones con el ayuntamiento limeño”. Pero, para desgracia de los patriotas, el arequipeño no cumplió lo pactado y “tres días antes de terminar la tregua, el 20 de junio, Goyeneche atacó al ejército revolucionario que fue totalmente deshecho; más que una derrota fue un desbande al que siguió la fuga desordenada”. Así se produjo “el desastre de Huaqui, etapa final de la primera campaña revolucionaria iniciada con éxito insospechado en el Alto Perú. 88 Los fugitivos llevaron el terror sobre todo el territorio que atravesaron, Castelli retrocedió hasta Chuquisaca mientras Balcarce, Viamonte y Díaz Vélez, intentaban reunir a los dispersos”. La mañana del mismo 20 de junio en que Zela y Tacna debían, por la noche, hacer explotar en el Bajo Perú, el grito de Libertad, las fuerzas argentinas habían sido derrotadas por los realistas en Huaqui. Los argentinos y altoperuanos fugitivos llevaron el terror sobre todo el territorio que atravesaron. Mientras Castelli retrocedía hasta Chuquisaca, Balcarce, Viamonte y Díaz Vélez, trataban de reagrupar al contingente dispersado. Dice Levene que “Huaqui, significó un rudo golpe asestado a la revolución; el Alto Perú pese a las reiteradas expediciones y continuos levantamientos no pudo ser reconquistado”. En la política interna de Río de la Plata, la derrota tuvo graves consecuencias. El propio Presidente de la Junta de Buenos Aires, Cornelio de Saavedra, se vio obligado a marchar al norte para observar la situación y tomar medidas. En Buenos Aires, mientras tanto, un Triunvirato, instalado el 22 de setiembre, se hacía cargo del Poder Ejecutivo. Esta concentración de poderes tendía a dar mayor unidad y rapidez a las decisiones del organismo directivo. El General Goyeneche, artífice del triunfo, “como premio a su victoria, obtuvo el título de Conde de Huaqui, pese al éxito rotundo no se apresuró a sacar partido del triunfo; al cabo de un mes, invitó por nota a las autoridades y corporaciones de Chuquisaca a reunirse en asamblea con la presencia de vecinos calificados y exponer en ella sus aspiraciones”. Pueyrredón que todavía estaba en ejercicio del cargo de Presidente de la Audiencia, contestó a Goyeneche negándole autoridad en el territorio altoperuano que había jurado fidelidad a la Junta de Buenos Aires. Los habitantes de Cochabamba intentaron oponerse al avance de Goyeneche. Una muchedumbre mandada por Rivero, carente de disciplina y armamento, unida a un escaso número de tropas regulares, a cuyo frente se hallaba Díaz Vélez, salió al encuentro del ejército español. El 13 de agosto de 1811 cayeron vencidos en Sipe-Sipe. Como consecuencia, los revolucionarios perdieron la ciudad de Cochabamba. 89 LA MEMORABLE NOCHE DEL 20 DE JUNIO DE 1811 Con todo el sigilo de una logia francmasónica; después, de muchas reuniones previas realizadas “con la anticipación de un mes” y como estuvo pactado, el 20 de junio de 1811, que poco antes de “las ocho de la noche, cautelosamente se (deslizaron) por las angostas calles del pueblo los más notables de sus vecinos para reunirse en la casa de don Francisco Antonio de Zela y Arízaga. Prosigue Gálvez recreando el momento que gracias “…á la luz de las bujías que alumbraban la sala se les podía conocer”. Allí se encontraban: Don Toribio Ara, el cacique y gobernador de naturales, que aportaba el contingente de su influencia en los ayllos de Olanique, Umo, Aymará, Ayca, Callana, Silpay, Tonchaca y Capanique y de los pagos de Pachía y Calana y de Pocollay; como que era el representante del elemento indígena en el cual gozaba de prestigio, aparte del que le daba su riqueza. Le acompaña su hijo, José Rosa Ara” . También se podía reconocer a don “Francisco de Paula Alayza que se iniciaba entonces en las luchas por la libertad nacional. Estaba allí don Manuel Argandoña; don Pedro Alejandrino Barrios, el doctor don José Barrios y don Rafael Gavino Barrios; don Marcelino Castro; don Pedro José Gil y don Felipe Gil; el alférez de asamblea don Santiago Pastrana; don Pascual Quelopana; don Juan Rospigliosi; don José Siles y Antequera, cuñado de Zela; don Fulgencio Valdez y don Cipriano Vargas y en torno de estos los milicianos, los hijos humildes del pueblo” De igual manera había concurrido don Matías Téllez quien, en el expediente de 1825, declaró haber sido “uno de los sujetos “combinados” por el expresado don Francisco”. Imagina Gálvez, sin faltarle razón, que la “actitud de esos hombres era resuelta, decidida, inquebrantable, y entre ellos se destacaba, serena y tranquila pero llena de firmeza, la notable figura de don Francisco Antonio de Zela”. Cúneo lo retrata en ese momento dramático cuando la luz del velón que alumbraba la escena, en aquella hora histórica, ponía de manifiesto el airoso continente del caudillo, sus facciones a la vez enérgicas e insinuantes, su frente despejada, su mirada fulgurante y sus viriles ademanes; de todo lo cual parecía desprenderse un extraño fluido: el fluido avasallador que Dios tiene a bien encerrar, de tarde en tarde, en la personalidad de determinados seres predestinados; el fluido, decimos, que alguna vez se manifestó en la personalidad de Juana de Arco, de Korner, de Melgar, de Mazzini, de Garibaldi, de Gambetta o de Martí. 90 En junio de 1811, al momento de su trascendental decisión para enfrentar al tirano español, don Francisco Antonio de Zela tenía 43 años. Don José Antonio de Lavalle, en su artículo periodístico titulado “Zela y el grito de independencia en Tacna” lo retrata como de imponente “presencia y elevada estatura, tenía un aire marcial que despertaba simpatía y confianza. Lleva con nobleza la casaca bordada y la pechera alba y leve. Su fisonomía es á la vez enérgica y suave: nada habla en ella de las inferiores victorias de la vanidad. Sus ojos azules transparentan una alma osada y serena á un tiempo; ojos abiertos á una visión lejana y sublime; mirada pensativa toda llena de una firme aspiración. Su rasurada faz tiene un sello de intrepidez marina. En la frente noble y amplia resplandecen aquellas realidades invisibles que dieron sentido y valor á su vida” Seguramente, como lo ha imaginado don Rómulo Cúneo Vidal, el adalid leyó pausada y enérgicamente “las últimas comunicaciones de Castelli”. Se tomaría un tiempo en leer la última proclama, que tenía fecha 13 de junio. Manifiesto que, como se ha visto en capítulo anterior, mostraba “los progresos innegables de la idea revolucionaria, la excelente moral del aguerrido ejército porteño que en aquellos momentos tomaba posiciones a orillas del Desaguadero, preparándose para atacar al enemigo con la seguridad del triunfo, las dificultades con que tropezaba el brigadier de Goyeneche, y se anunciaba, por último, que Arequipa, Moquegua y Tarapacá se sublevarían de consuno, a espaldas de los chapetones, en día y hora señalados”. En el referido documento había una directa exhortación a los tacneños. Seguramente en otro papel secreto se indicaría que la “fecha señalada para el levantamiento simultáneo de los pueblos de la costa era ese mismo 20 de junio, en que se realizaba aquella junta memorable del elemento patriota tacneño”.Afirma Rómulo Cúneo que siendo un hecho coordinado se trataba “de un plazo impostergable. En esas circunstancias, se pregunta ¿Dejarían transcurrir esa fecha los patriotas de Tacna? ¿Dejaría de concurrir, Tacna, aquella cita del civismo americano? ¿Permanecería sorda, Tacna, al llamamiento de sus hermanos” del Alto Perú. Dice Cúneo que terminada “aquella lectura y formuladas aquellas preguntas, Zela permaneció de pie en la, cabecera del salón en que se realizaba aquella reunión, con la mano izquierda apoyada en el puño de la espada, en espera de la respuesta debida a sus palabras”. Reproduciendo a Cúneo en lo que suponía habían sido las palabras de Zela en esos momentos, dice que hizo una pregunta categórica ¿Qué haremos entonces? ¿Desnudaremos “el acero, como americanos y hombres libres que somos, por la ventura de nuestra Patria; o bien, cediendo a una 91 La no ch e de l2 0 de ju ni o, de un a m an er a di sc re ta ,s e re un ie ro n en la ca sa de lo sZ el a- Si le s lo sc om pr om et id os pa ra re al iz ar la to m a de cu ar te le s y pr is ió n de au to ri da de sr ea lis ta s, in st au ra nd o un go bi er no lib re de lp od er es pa ño l, en ac ue rd o co n la ex pe di ci ón en vi ad a a C ha rc as po rl a Ju nt a de B ue no s A ire s. 92 pusilanimidad que me resisto a creer que anide en nuestros pechos, nos resignaremos a que Se nos venda mañana, como un vil hato de esclavos por los afrancesados, a José Bonaparte, o bien por los sugestionados de Río de Janeiro, a la princesa María Joaquina” del Brasil? Volvió Zela a preguntar ¿Consentiremos “en ser franceses o portugueses, nosotros, sangre de iberos y de héroes, según convenga a los designios” de una camarilla nefanda? Cúneo considera que la respuesta fue categórica ¡Eso no! “por la sangre de Cristo! ¡No lo consentiremos en vida nuestra! exclamaron los presentes”. Entonces “el caudillo, transfigurado por la emoción, a ver que el calor y el ardimiento de su alma generosa hacían presa en aquellos corazones” exclamó que si ello era así “manos a la obra, y que ello sea en este preciso instante, pues no tenemos tiempo que perder”. Recordándoles que dentro de una hora vencía “el plazo que les tenían señalado sus hermanos del Alto Perú para levantarse en armas contra sus antiguos amos". Concluye Cúneo imaginando que Zela “diciendo esto, desnudó su firme espada, de abultada taza, amplios gavilanes y hoja fina y flexible, sobre la cual, reza la tradición que estuvo grabada la frase sacramental de ¡Por el Rey!”. “Los presentes le imitaron”. Gálvez, completa la escena, refiriendo que nadie “vaciló en aquellos momentos; ningún corazón latió bajo la impresión del temor; no hubo alma en que se infiltrara el frío de la cobardía; y como si se preparasen para la acción inmediata las manos oprimían nerviosamente los cabos de los puñales, los mangos de las pistolas y las empuñaduras de las espadas”. Nombrados uno a uno fue pronunciándose a favor de la acción. Dice que allí y entonces “juraron morir por la Patria”. En la declaración de Matías Téllez, uno de los asistentes a la histórica reunión recuerda que “asi mismo firmó el acta secreta de juramento que se prestó por todos los “combinados” (sic) para la empresa del 20 de junio de 1811”. 93 EL MOMENTO PRECISO Después de este juramento debían pasar de las declaraciones a los hechos, organizarse para cumplir el primer acto, el más arriesgado, tomar los cuarteles y prender a las autoridades y, muy luego, “las comisiones partieron á capturar al coronel de las milicias del partido don Francisco Navarro, (2) á don Pablo Pastrana, y quizás á otros vecinos que podrían oponerse al régimen que se inauguraba", pero, sobre todo, asaltar los cuarteles que era donde residía todo el poder real. La casi totalidad de tratadistas del tema coinciden en que las acciones de los insurrectos sobre los cuarteles y prisión de autoridades fueron a las 8 de la noche. Se basan tanto en el párrafo de la carta que le dirige Zela a Felipe Portocarrero en la que le dice que a “las 8 de la noche de hoy nos hemos apoderado de ambos cuarteles, y quedamos de dueños de la plaza”, así como en las declaraciones, que en la sumaria información hicieron el Subdelegado de Rivero, quien dijo que “el 20 de junio próximo anterior fue asaltado el cuartel de este pueblo, a cosa de las ocho de la noche”. El Alférez don Antonio Ferrándiz, que “serían las ocho horas de ella, cuando se presentaron como cuarenta hombres armados” y el Sargento Manuel Ramos Aguirre manifestando que “siendo cosa de las ocho de la noche”. Siendo el acto culminante de esta delicada empresa, la toma del cuartel de infantería ubicado en la actual calle “San Martín”, cuadras 4/5, parece que esta precisión del tiempo no es tan exacta. En la carta que envía el Subdelegado Rivero a las autoridades de Arequipa les dice que “a las once y media por las noticias que tuvo se encaminó al cuartel y estando cerca le dijeron: han sorprendido la Guardia y se han apoderado de las armas y al mismo tiempo” la voz de Zela dando órdenes de atacar. En la declaración sumaria de don José Melitón Beltrán dice que “como a hora de poco más de las ocho de la noche, fue asaltado el cuartel”. Lo más probable es que las 8 de la noche, hora que señalan las fuentes conocidas, corresponda al momento de la reunión que a la del ataque a los cuarteles. Así parece interpretarlo Gálvez cuando expone que como a las ocho de la noche, los comprometidos avanzaban por las (2) Navarro fue casado con doña María Nolberta Soto, y ambos figuran entre los deudores de los herederos de don Diego Siles por la suma de 2000 pesos. Navarro había sido alcalde ordinario de Tacna en 1794, y, según Gómez, eran padrinos de, matrimonio de Zela. 94 angostas calles de Tacna para reunirse en la casa de don Francisco Antonio de Zela y Arízaga. Marchaban sigilosamente, para reunirse en la casa de Zela” y que el desplazamiento fuese, como declaró Beltrán a una hora poco más de las ocho; es decir, las nueve. En estos términos, no encajan los tiempos registrados en la carta que escribió Rivero a las autoridades de Arequipa. Dice la carta que Rivero recibió la noticia a las once y media de la noche. Que fue de inmediato al cuartel y que escuchó a Zela dando órdenes de atacar. No es creíble que la confrontación durase dos horas y media. Lo más probable es que Rivero estuviese escondido en algún lugar, las referidas dos horas, informado permanentemente por alguien de su absoluta confianza para decidir el momento de la huída y enviar alguna información al Intendente. Se concluye que el inicio de la insurrección, con la toma del cuartel de infantería, fue a poco antes de las 9 de la noche del 20 de junio de 1811. Respecto del contingente se podría decir que no fueron solamente los que concurrieron a la casa de Zela; tampoco la gente del pueblo que se sumó a éstos. Cuando Rivero escribe que se enteró de los acontecimientos cuando “entró un individuo en mi cuarto y me dijo: Señor, los del cuartel se han lanzado”. Esto último permite suponer, como lo insinúa Seiner, que entre los “treinta y cuarenta hombres que salieron de la casa de Zela se confundían vecinos y soldados, desertores éstos del regimiento del pueblo” y que dentro de los cuarteles había personal comprometido con el movimiento; tanto así que en la sumaria información Pastrana manifiesta que en el asalto al “cuartel de infantería, fueron con los invasores la mayor parte de los soldados de este dicho cuartel”. También hay discrepancias respecto del orden de los sucesos. Mientras en la declaración de Pastrana se dice que “al asalto del primero, esto es, del cuartel de infantería”. En la de Ramos se expone que “antes de asaltar el cuartel de infantería habían asaltado el de caballería, que está situado en distancia de dos cuadras”. Decisión esta última que parece más prudente y acertada. Rómulo Cúneo es del mismo parecer. La intervención de la caballería realista, oportunamente informada de los sucesos que estaban ocurriendo en el cuartel de infantes, podía cambiar el signo de la contienda de victoria en derrota. Por el contrario el ataque a este escuadrón requería de poca gente, estaba menos protegida y más alejada del centro del poblado. Es por lo tanto más creíble la información que brindó Ramos Aguirre. 95 ¡CARGAR Y ADELANTE! Dice Cúneo que no se conoce “exactamente los pormenores de cómo se realizó el ataque al cuartel de Dragones, pues no hemos encontrado la sumaria información, que seguramente se hizo, al igual que la del cuartel de infantería, en la que debieron prestar sus declaraciones los oficiales y clases del cuerpo de guardia y su comandante el Coronel don Francisco Navarro”. Aunque adelanta la hora a “más o menos a las siete y media de la noche”, manifiesta que sólo se sabe que fue “un grupo de catorce hombres capitaneados por don José Rosa Ara tras de sostener una violenta lucha, lograron que se rindiera el cuartel de caballería y apoderarse de las armas y demás implementos que allí existían”. Añade, no sabemos si apoyado en soporte documental o deduciéndolo, simplemente; que de inmediato “aquel puñado de hombres valerosos, engrosadas sus filas con los soldados que se plegaron a la insurrección, más o menos unos treinta hombres, salieron para tomar el cuartel de infantería distante unos doscientos metros, situado en la antigua calle del Medio” que corresponde a la actual “San Martín”. Refiere Cúneo que al “llegar a las cercanías del cuartel se separaron del grupo José Rosa Ara y el artesano Marcelino Castro alias ‘Chillejo’, para caer de sorpresa sobre el centinela y dominarlo”. El locumbeño ‘Chillejo’, portando “un sable en la mano, le dijo a Manuel Ramos Aguirre, que era el Sargento de Guardia que entregase las armas, porque así convenía a la Patria”. Como Ramos se resistiese “a tal entrega con el fusil de que estaba armado, el dicho Castro le acometió con el sable, del que hecho mano Ramos y forcejeando con dicho su asaltante, por ver si se lo podía quitar, Ramos resultó herido en la mano derecha”. Conseguido su objeto y reducidos a la impotencia el centinela y el sargento de guardia quedaba al grupo patriota enfrentar a la fuerza ya alertada que los esperaba dentro del cuartel. Debió ser en esos momentos cuando Zela instando a sus seguidores pronunció la frase señera. Decía la carta de Rivero que en esas circunstancias oyó “la voz de D. Francisco Zela, que prorrumpió en esta expresión: cargar y adelante”. Entonces, los patriotas, “sin más dilación ingresaron y se abalanzaron sobre los componentes del cuerpo de guardia” y de todos los efectivos. Registra Cúneo que los realistas, tomados de sorpresa, no pudieron reaccionar. Eran como “veinte hombres, y entre ellos el balanzario don Francisco Antonio de Zela, que estaba dando órdenes y se le obedecía”. 96 El Alférez Antonio Ferrandiz, que se hallaba de oficial de guardia, vio impotente como se apoderaban “de las armas del cuartel, atropellando no sólo a Ferrandiz, sino también al centinela, al sargento de guardia y a dos soldados, dándole un sablazo en el brazo al mencionado sargento Manuel Ramos”. Entonces don José Rosa Ara que se presentó, como “oficial de las fuerzas revolucionarias” se dirigió al referido Ferrándiz, intimándole arresto. Zela usó, en pequeño, la estrategia que aplicaba Abascal para enfrentar a los miembros de la misma familia. El caudillo rebelde ordenaba a los realistas sometidos actuar sobre las autoridades del régimen depuesto. Al Alférez Antonio Ferrándiz “le dio orden para que, cuando viniese al cuartel el alférez Santiago Pastrana, que hacía de ayudante de plaza, lo arrestasen en el cuartel”. Cúneo agrega que “Santiago Pastrana fue arrestado en momentos en que se dirigía al cuartel, posiblemente con el propósito de reaccionar a la tropa”. Agrega el historiador ariqueño que el “vecindario, despertando del rumor de aquellos sucesos, comenzó a reunirse a las inmediaciones del cuartel dando vivas al rey, a la Junta de Buenos Aires, a Castelli y a Zela”. En las declaraciones que hicieron en la Sumaria Información Manuel Ramos Aguirre, que la noche del 20 de junio de 1811, el propio Zela estuvo recorriendo diferentes puntos del pueblo, como la Casa del Subdelegado, del Comandante del Regimiento o las Cajas Reales, “anduvo con tropa, armas y gente por las calles y decía en alta voz: viva la Patria, Viva la religión, Viva el Rey Nuestro Señor don Fernando VII y también viva Castelli”. José Melitón Beltrán agregó otro "viva" a la Junta de Buenos Aires. LAS PALABRAS DE ZELA: UNA PEQUEÑA HISTORIA En 1921 se publicó la “Historia de las Insurrecciones” de Cúneo. Aunque se sabía que el, seguramente voluminoso, expediente del juicio contra Zela y comprometidos, estaba extraviado, parecía que el tema se había completado. Cúneo, con su característica honestidad, dice que la “Sumaria Información”, que pudo usar en su libro; después de buscarlo inútilmente “en los archivos de Tacna, Arequipa y Lima; llegó a sus manos gracias al patriótico desprendimiento de don Pedro Quina Castañón, escritor tacneño, a quien una vez más agradece. El hecho que la Sumaria información; practicada por el Rivero, a los pocos días de la insurrección; que debía estar incluida en los primeros folios de ese legajo, se encontrase separada; abre una posibilidad aún más lamentable. La de su desglosamiento y diseminación. 97 A la vo z de “. ..c ar ga ry ad el an te ”, Ze la en ca be zó la to m a de lC cu ar te ld e in fa nt er ía la no ch e de l2 0 de ju ni o de 18 11 . 98 Pero, queda mucho más por incorporar. Cúneo, al decir de Valega, buscó un parte de Rivero, que, por declaración de los testigos de la Sumaria Información, había remitido desde Arica al Intendente Salamanca. No lo “pudo hallar en el archivo de la Intendencia de Arequipa el historiador tacneño Cúneo Vidal. Valega, expresa regocijado, que él había tenido “la suerte de encontrarlo en el archivo del Cabildo” de Arequipa. Lo encontró “copiado limpiamente en el folio 54 del libro de toma de razón, correspondiente al período de 1811 a 1825”. Aunque, en realidad, quién “lo dio a conocer, por vez primera, fue don Francisco Mostajo en 1939”. En el Cabildo abierto, seguramente, se dio lectura del referido parte. En él se menciona la frase lapidaria dicha por Zela en el fragor de la acción bélica ¡cargar y adelante! Dice Valega que desde “hoy, en que por primera vez se publica, la resuelta frase del jefe heroico de la revolución tacneña de cargar y adelante perdurará en la historia, al par que las grandes frases sublimes, pronunciadas por los superhombres de los pueblos, en solemnes momentos colectivos. Si la espartana respuesta de Bolognesi: hasta quemar el último cartucho, constituye para el Perú el voto de la inmolación patriótica, la voz de combate de Zela: cargar y adelante, constituirá, en lo sucesivo, para los peruanos, la frase de la acción denodada”. Valega concluye el texto exclamando ¡Gloria “a Zela, esforzado varón, gran mártir de la causa libertaria, gloriosamente prócer, a quien se dedicó apenas, en Lima, una placa conmemorativa, cuando es digno de la estatua, en actitud de pronunciar su enérgica orden: “cargar y adelante”. EL SUSTENTO POLÍTICO-ADMINISTRATIVO DE LA TACNA LIBERADA Después de la destrucción del aparato militar realista era preciso la eliminación del aparato político-administrativo y su reemplazo por otro sistema político-administrativo que represente el nuevo estado de las cosas en esta Patria Libre en germen. Como era de esperarse, en una situación así, única hasta entonces en Tacna, la masa insaciable en su sed de justicia recorría las calles como un alud incontenible, siguiendo al caudillo que fue casa por casa notificando, cercando o arrestando. El primer objetivo fue el “jefe militar del partido, coronel del regimiento de dragones, Francisco Navarro. Interrogados algunos soldados por el paradero del jefe, respondieron hallarse en su domicilio, distante algunas cuadras. Zela conocía bien a Navarro; años atrás y en compañía de su esposa, Navarro había testificado en el matrimonio de Francisco; no era, pues, un sujeto ajeno al balanzario. De nada valieron los parentescos. Siendo Navarro uno de los previsibles líderes de una contrarrevolución, 99 debía capturársele y deponerlo de inmediato”. Fue, según la declaración que hizo Antonio Ferrándiz, esta masa “en compañía de Ara, con más gente que allí se juntó, y a poco rato, volvieron trayendo preso al coronel don Francisco Navarro al cuartel, En donde lo dejaron a cargo del propio alférez don Antonio Ferrándiz, con doce hombres, entre los que vio a José Siles y Antequera haciendo de sargento, dándosele orden por don Francisco Antonio de Zela para que lo custodiase so pena de la vida, y encargando a los soldados el cuidado que habían de tener con Ferrándiz, según se lo avisó sigilosamente un soldado”. Según la declaración de Pastrana no fue José Rosa Ara, sino el propio “don Francisco Antonio de Zela quien salió con tropa para apresar al coronel don Francisco Navarro, lo que ejecutó, y confinándolo en el cuartel donde, a los dos días, le hizo poner grillos, habiendo pasado a ello personalmente”.Dice que tal "comisión se la dio Zela anteriormente a Pastrana, pero que no lo verificó este último por la resistencia del Coronel” Francisco Navarro. De esta manera Tacna vivía sus primeras horas de libertad. ZELA: JEFE POLÍTICO Y MILITAR DE TACNA LIBRE En esos momentos ya era posible la organización del diminuto Estado. Don “Francisco Antonio de Zela asumió sin mayor dilación el cargo, de Jefe Político y Militar de la Plaza, nombró por sus ayudantes a Pedro José Gil, Fulgencio Valdés y Juan Julio Rospigliosi, y declaró instalada la Comandancia de Armas del nuevo gobierno en la mayoría del cuartel de infantería que acababa de ser ocupado”. Afirma Seiner que, con la garantía de la prisión de Navarro, “podía Zela continuar la realización de su proyecto; así, salió con destino a las Cajas Reales, los domicilios de los oficiales reales, el domicilio del ayudante mayor de la plaza y a la casa del subdelegado”. El siguiente paso era, destituir al Subdelegado Rivero, primera autoridad del Partido. El declarante Santiago Pastrana manifestó que Zela “luego de dejar en esa forma, en el cuartel, al mencionado coronel, pasó en demanda de Su Merced a su propia casa, y no habiéndolo encontrado, le dejó puestas guardias en la puerta de la calle y en las que dan al río”. Pero cuando “el caudillo de la revolución llegó al domicilio del hombre a quien buscaba, éste había fugado con rumbo a Arica”. Ha escrito el brillante historiador Lizardo Seiner Lizárraga, que Rivero “describió detallada y vívidamente los angustiosos momentos que le tocó experimentar”. 100 Dijo el Subdelegado don Antonio de Rivero y Araníbar que el 20 de junio, a las once y media, estando en su habitación, después de haber estado en la iglesia, cuando “entró un individuo en su cuarto y le dijo: Señor, los del cuartel se han alzado a esta noticia acompañó una precipitada salida y se encaminó al cuartel, y estando cerca, lo contuvieron unos que allí estaban parados, y le dijeron: que habían sorprendido la Guardia y se habían apoderado de las Armas, y al mismo tiempo oyó la voz de Don Francisco Zela, que prorrumpió en esta expresión: cargar y adelante; en tan apurada situación”, acudió “a casa del vicario a fin de consultarle sobre lo más conveniente a hacer en situación tan apremiante; el cura, Jacinto de Araníbar, le confirmó lo que ya había decidido hacer: salir del pueblo lo más rápidamente posible. Fugó a tiempo porque a los pocos minutos llegaban a las puertas de su casa varios rebeldes encabezados por Zela dispuestos a capturarlo. En ese momento, algunos informaron a Zela que Rivero se hallaba oculto en la casa del cura. Ello ya era un avance. Decidió Francisco aplazar la captura para más adelante; otros asuntos requerían su inmediata presencia en el cuartel”. Terminaba el parte noticiándolo que esa misiva se la dirigía a Vuestra Señoría con correo expreso por intermedio “del Caballero Subdelegado de Moquegua, a quien le decía que con la mayor brevedad le remitiese cien hombres armados y V. S. se lo reencargará para que con la mayor brevedad lo verifique. Al dicho subdelegado. También expongo haga un propio al Sr. General Goyeneche con el oficio que le acompaño por hallarse de esta parte cerrados los caminos”. Efectivamente el Subdelegado Rivero, huyó a Arica la noche del 20 y llegó al puerto, a todo galope, en la mañana del 21. De inmediato escribió, al Intendente Salamanca, la nota que se reprodujo líneas arriba. Para asegurar el envío confió, en un experimentado correo, para que, por vía del litoral y tomando, a la altura de Sama, el camino de Moquegua, llevase la nota al Subdelegado de Moquegua. El mensajero debió llegar a Moquegua en la tarde del día 23. El Subdelegado refrescó al correo enviando al instante otro correo rumbo a Arequipa donde llegó a las 7 de la mañana del 26. El Subdelegado de Moquegua, por su parte, quedaba con el encargo de formar una fuerza de 100 hombres para enviarla a reducir a los insurrectos de Tacna. Mientras tanto en Tacna, después de confirmarse la fuga del Subdelegado y poner guardias en las puertas de su casa; Zela “cuya actividad no desmayó un solo momento durante aquella noche memorable”, “siguió andando en el pueblo y sus calles con tropa y plebe”; pasando “en seguida en busca de los oficiales reales de las Cajas Reales”, intento “estéril, pues no halló a ninguno; ni Domingo de Agüero ni Juan de Ozamiz, los oficiales reales se encontraban en sus respectivas viviendas”. Entonces el caudillo haciendo “uso del título de Comandante de las Fuerzas Unidas de América, los declaró destituidos en sus empleos y reemplazados por don Pedro Alejandrino de Barrios y don Pedro Cossío”. Para completar la acción represiva contra los cesados Agüero y Ozamiz, “puso a las puertas 101 de la casa donde residían y en las Cajas Reales, una guardia que reparase no fuesen a robar los intereses que allí se custodian”. Esa misma noche “decretó la reorganización del regimiento Dragones al mando del Comandante don Rafael Gavino de Barrios, en reemplazo del Coronel Navarro, a quien hubo necesidad de colocar grillos, para castigar sus denuestos contra los autores de la revolución, e impedir sus tentativas por reaccionar a la tropa” y nombrando como “ayudante mayor y de órdenes a don Fulgencio Valdés”. También fueron “siete veces” a la casa de Pastrana sin poderlo encontrar. Después de este recorrido en un marco triunfal por las “aclamaciones y las simpatías de que disfrutaba Zela”. El caudillo “regresó a la Comandancia de Armas y despachó propios a Sama, Locumba e Ilabaya solicitando la adhesión de aquellos vecinos, y lo que más hacía al caso, al campamento de Castelli en el Alto Perú, solicitando refuerzos”. También se dirigieron cartas a Arica y a Tarata. Finalmente, hacia “la media noche el balanzario, que hasta ese instante había dado prueba de no omitir detalle que pudiese influir en la realización de sus planes, escribió de su puño y letra al sargento mayor don Felipe Portocarrero, alcalde ordinario y comandante militar interino de la plaza de Arica, el mismo al que le cupo hacer abortar el conato de insurrección de 1810”. LAS CARTAS ENVIADAS Esa noche se enviaron emisarios a los puntos más próximos a Tacna para conseguir su apoyo. Las cartas, fechadas todas el 20 de junio de 1811, dado el apremio que se vivía, pudieron tener similar tenor de la enviada al Señor "sargento mayor don Felipe Portocarrero Calderón” en Arica. El vocativo o parte salutatorio era breve, pasando de lo formal a lo cordial. Muy “señor mío y apreciado compatriota y amigo” le decía. Apelando a un pacto o promesa antelada le recordaba a don Felipe que había llegado “el día en que se cumplan los ofrecimientos hechos por el pasado, y en que usemos de los rasgos de valentía y generosidad con que debemos cuidarnos unos a otros como verdaderos hermanos”. Pasaba a contarle que a “las 8 de la noche de hoy nos hemos apoderado de ambos cuarteles, y quedamos de dueños de la plaza que el coronel Navarro se halla preso e incomunicado y el subdelegado ha fugado, pero sabemos que se halla oculto en la casa del párroco”. Luego advierte que ¡Ya caerá en nuestras manos! Remata el relato comunicándolo que el "vecindario está tranquilo y de parte nuestra tanto que sus vivas a la Patria se confunden con sus aclamaciones al rey don Fernando VII, por ello, nuestra actuación está asegurada, por lo tanto, no hay que temer, pues en estos instantes sale un propio dirigido al doctor Castelli, que actualmente se halla acampado en el llano de Jesús de Machaca, pidiéndole dos mil hombres, y es de esperar que dentro de ocho días los tengamos en casa”. 102 Termina ofreciendo dar, por lo "pronto las fuerzas que sean necesarias para resguardo de ese puerto” alentando a Portocarrero con un ¡ánimo! “amigo, y que Dios aumente los años de vuestra merced; son los deseos de su amante compatriota y despidiéndose con el estilo pomposo de entonces "Besa las manos de vuestra merced su obsecuente servidor” . La firma como "Francisco Antonio de Zela” e incluye un postdata en que le comunica estarle enviando "copia del bando que se publicará mañana por la Comandancia Militar del partido, cargo que ejerzo provisionalmente” y que espera su efectividad “y de su celo por nuestra justa causa que en ésa no se vaya en contra de nada que afecte, a nuestra sagrada religión; y que a cualquiera que con ceguedad se oponga a tan justa determinación se le desatienda y declare por desconocido de la nación, y se le castigue con las mayores penas” y se despide ofreciéndole a don Felipe "y a todo ese vecindario la protección y amparo necesarios”. LA PRIMERA CARTA ENVIADA A RAMÓN COPAJA El 21, el caudillo dirigió una carta circular a personas de su confianza residentes y con influencia en los lugares cercanos a Tacna. Una de esas fue dirigida a su compadre el Cacique de Tarata Ramón Copaja. Aunque la trascripción omite la fecha de envío, debió ser en las primeras horas del 21, puesto que el 22 escribió otra, cuyo tenor completo se reproduce, que permite deducir que aquella, por la mención a Rivero en Arica, fue escrita, por lo menos, un día antes. Además en la segunda se dice que la “que antecede es circular, pero con Usía me significo como siempre”.En esta primera carta circular, cuyo fragmento se conoce, les comunicaba que desde el 21 era Comandante Militar del Partido. Siéndole constante les decía, “el amor patriótico que en Vuestra Merced reside, como el que sin temor debemos a la defensa de la Patria, le participo que me hallo de Comandante Militar del Partido por la felicidad con que logré avanzar los cuarteles, tomar sus armas y unir las fuerzas. Tengo aviso cierto de que Rivero está en Arica juntando gente, y que se ha armado con la artillería como el que espera socorro de Tarapacá; vea Usía la forma de impedir la presencia de cualesquiera fuerza y el que todo caminante se le registre desde el sombrero hasta las plantas de los zapatos y forros de sus vestimentas, que se le trabuqueen los bastos de los aperos, uno a uno, y al que se le encontrase algo escrito que sea contrario de un pacífico gobierno que se le ponga con la debida seguridad dándome parte de lo que ocurra para dar a Usía los socorros que necesiten”. Se despide con el clásico Dios “guarde a Vuestra Merced muchos años. Comandancia Militar de la Unión Americana”. 103 DESVELOS DE ZELA POR CUIDAR A LA PATRIA EN CIERNES Cúneo Vidal, que comienza el recuento de los hechos del segundo día de insurrección, desde la media noche, señala que a “la una de la madrugada del día 21, viernes, el teniente de una de las patrullas enviadas a recorrer el pueblo volvió a dar cuenta de que todo marchaba a satisfacción demostrando, de esa forma, que el vecindario aceptaba de pleno la revolución, y sus elementos jóvenes se aprestaban a reforzar sus filas”. Seiner, con una admirable capacidad de síntesis refiere lo que ocurrió el día “Viernes 21 de junio de 1811. Zela empleó la madrugada de este segundo día en asegurar la adhesión de algunos oficiales del regimiento. Vuelto al cuartel alrededor de las 2.30 am, encontró al alférez Pastrana aguardándolo en situación de arresto tal como él mismo lo había ordenado. Como vimos líneas atrás, Zela logró, al cabo de una serie de advertencias, la cooperación de Pastrana”. Pastrana, hasta entonces, había estado escondido “en casa del capitán don Manuel Vicente de Belaúnde porque podría peligrar su vida. Que no habiendo podido conseguir bestias para fugar, como lo tenía pensado, resolvió presentarse al cuartel, donde se encontró con la orden de prisión, la que le fue intimada por el oficial don Antonio Ferrándiz y por don Fulgencio Valdés. Entonces se quedó en el cuartel hasta las dos y media de la mañana en que dicho Zela vino al cuartel con la tropa y la plebe, en cuya ocasión, después de varias relaciones que hizo, le intimó a nombre de la Junta de Buenos Aires se hiciese cargo de la tropa como oficial veterano para el gobierno de ellas y siguiese con el mando que antes tenía de ayudante mayor de la plaza”. Debió seguir escribiendo misivas para las amistades que tenía. Muchas en Arequipa, donde había, estado varias veces desde su juventud; otras en Moquegua, unidas por vínculos comerciales y de parentesco. Las de Locumba e Ilabaya, más próximas aún, por los intereses agrícolas de su esposa. Con los mineros de Huantajaya, la quebrada de Palca o Mecalaco a los cuales atendía. Con sus compadres, como Copaja de Tarata. Cúneo, traza los rasgos espirituales del adalid, que “lejos de conceder a su cuerpo, y más que todo a su espíritu, algunas horas de descanso, tras de una noche y de un día de febril agitación, Zela empleó la noche del 20 y las primeras horas del 21 en redactar” o “revisar los términos en que había sido redactado, días antes, el bando que muy temprano en la mañana mandaría hacer pregonar en el pueblo”, agrega Seiner. 104 CUANDO TACNA AMANECIÓ EN LIBERTAD El 21 de junio de 1811, el humilde pueblo de San Pedro de Tacna, sin más pergamino que su laboriosidad, progresismo, cohesión social, democrática, fue el único lugar del Perú donde el sol de los Incas surgió entre el Tacora inundando con su luz a un pueblo libre y llamado a grandes destinos. A las seis de la mañana del 21, Zela, salió por segunda vez “acompañado de tropa en busca de los oficiales reales, para exigirles la inmediata entrega del dinero depositado en las Cajas Reales”; así como de “documentos de propiedad del Estado” allí depositados. Conseguidas “las tres llaves del arca donde se resguardaban los caudales reales, mandó abrirla y extraer el dinero existente en ella, que no pasó de dos mil pesos” los que, dice Seiner, encomendó cargar “a varios soldados y depositarlos en lugar seguro. Acto seguido, depuso a los oficiales reales y nombró en su lugar al capitán Pedro Alejandrino de Barrios, nombrado “nuevo Tesorero Nacional” y a Pedro Cossío como Contador. Este Cossío “antes, en 1809, había andado notablemente mezclado en la revolución de La Paz”, ha recordado Valega. Este dato permite conocer, tal vez, a uno de los agentes de la Insurrección del Alto Perú que actuaron a la sombra o, quizás a uno de los mentores de Zela respecto de los propósitos e ideología de la revolución altoperuana. Seiner dice que al “cabo de poco más de dos horas, Zela regresó al cuartel donde esperaba el alférez Antonio Ferrándiz, suspendido de su puesto de oficial de guardia la noche anterior. Buscó Francisco atraerlo al nuevo orden y lo nombró oficial del cuartel, quedando así a cargo del resguardo de Navarro; sin embargo, no había terminado aún la mañana cuando Ferrándiz” fue a “pedirle a Zela un pasaporte para retirarse a la ciudad de Arica en busca del Subdelegado y que se lo negó dicho Zela, pretextando que, siendo oficial, iría a Arica a ponerse al frente de una compañía y vendría a dar contra él y contra este pueblo: y que habiéndolo colocado al declarante en el mismo cuartel de oficial, duró en él sólo una mañana no cabal, y pidiendo que se le relevase pedido que el encargado, don Fulgencio Valdez, aceptó. De inmediato, colocó en su reemplazo a Juan Bautista Julio Rospigliosi y que, a media mañana, cuando la población comenzaba su rutina, “Zela dispuso que se iniciara el pregón del bando lo más rápidamente posible, buscando, de ese modo, informar cabalmente al vecindario las 105 razones de la acción de la noche anterior” lo mandó “pronunciar en los lugares de costumbre, por boca de pregonero”. Manifiesta Seiner que el referido bando, fue divulgado, por primera vez, por Rómulo Cúneo “en 1921, es uno de los más importantes documentos relativos a la rebelión, que al parecer fue redactado por Zela antes del jueves 20. En él se reflejan los argumentos esgrimidos por el prócer para hacerse del poder y las proyecciones que alcanzará su empresa”. Al parecer el documento que preparó Zela no parece ser ni muy sólido ni suficientemente convincente. Es sencillo breve y se estructura en dos bien marcadas partes. La primera, donde pretende justificar el movimiento, haciendo esguinces entre el fidelismo al Rey de España y el separatismo que representaba la Junta de Buenos Aires y la presencia de Castelli en el Alto Perú. La segunda parte esta dirigida a informar, exigir y ordenar. La interpretación del documento que pudo haber tenido la población, por lo menos, para los que fueron interrogados en la Sumaria Información, fue “para que se le reconociese como comandante y se obedeciese a la Junta de Buenos Aires”, en el caso de la declaración de Ferrándiz; mientras en la de José Melitón Beltrán el propósito se reducía a que levantados en armas en Tacna “se diese por ganada la acción del Desaguadero y se reconociese a la Junta de Buenos Aires”. Otra de las acciones tomadas el 21 fue la de mandar cerrar “los caminos de suerte, que no se podía comunicar aún con las doctrinas más inmediatas”. EL BANDO: CLARINADA DE ESPERANZA El bando correspondiente al día 21 de junio de 1811, que se leyó, con voz de pregonero y acompañado de caja y clarín, en las esquinas acostumbradas del pueblo, juntamente con la proclama de Castelli del 13 de junio de 1811, que fue también la que se leyó en la reunión en la casa de Zela, previa a la toma de los cuarteles; era la siguiente: Después de datar el documento en “el pueblo de San Pedro de Tacna, en 21 días del mes de junio de 1811 años”, se presentaba como don "Francisco Antonio de Zela, el más fiel esclavo del rey nuestro señor don Fernando VII, y de su augusta generación, en mi carácter de ministro ensayador, fundidor y balanzario de las Reales Cajas del partido, y en el de comandante militar accidental de esta plaza, de orden del Excmo. Señor doctor don José Castelli, Vocal de la Excma. Junta de las Provincias del Río de la Plata y naciones aliadas; y justificaba su actuación en virtud de la justa 106 defensa que se hace para la conservación de estos justos dominios en beneficio de nuestro oprimido soberano, el señor don Fernando VII y de quien justo título tenga al trono español”. Entrando a la parte informativa hacía "saber a sus amantísimos hermanos y compatriotas de todo estado y condición que interesa al bien público la unión de nuestros corazones, humillados ante nuestro omnipotente Creador, y la de las fuerzas que éste nos conserva con el objeto de secundar todos los habitantes de América, los esfuerzos de los rescatadores de la Religión, la Patria y el Estado, que con engaños quieren entregar algunos malos españoles al monstruo, al tirano, el emperador de los franceses, lo que está de manifiesto con motivo de haber quebrantado el general de las tropas del Alto Perú el armisticio que fraudulentamente tramó el gobierno de Lima, para vender con vilipendio la sangre de los fieles vasallos americanos; gobierno que ha pretendido abrogarse la propiedad de nuestro propio suelo con el objeto de comer y subsistir de sus poderosas entrañas, en que Dios ha tenido a bien depositar la subsistencia de nuestra posteridad, para la conservación de nuestros hogares y honra de nuestros descendientes”. Que esto "se ve confirmado por el tenor del oficio del ejército argentino del Alto Perú que acredita la declaratoria de rompimiento decretado por nuestros jefes de las provincias del Río de la Plata, cuya representación ejerce el Excmo. vocal, doctor don Juan José Castelli; en cuyo nombre y en virtud de la comisión a mí conferida por el mismo, requiere a todos los estantes y habitantes de este pueblo para que se presenten en persona, a las diez de la mañana de este mismo día, en las Cajas Reales, trayendo consigo las armas blancas y de fuego que tengan de suyo, de las que se llevará cuenta y razón, para devolvérselas cuando sea tiempo”. Ingresando a lo imperativo, también requería al señor subdelegado, “capitán don Antonio de Rivera y Araníbar y a los señores Ministros de la Real Hacienda, Tesorero don Domingo de Agüero, Contador don Juan de Oramiz, para que se presenten en el lugar designado; e igualmente al Administrador de la renta de Tabacos y Correos, don Joaquín González Vigil, para que todos ellos presenten los libros y caudales de su manejo, los que serán entregados para su mejor guardia y custodia a los empleados que provisionalmente se tienen nombrados por su buena conducta y conocidos bienes”. Pasó entonces a presentar a los funcionarios designados, manifestando que estos eran “don Pedro Alejandrino de Barrios, tesorero; Don Pedro Cossío, contador y don Cipriano de Vargas, administrador de correos así como para el empleo de coronel del regimiento de Dragones, re- conocerán los habitantes de este partido a don Gavino de Barrios, los que 107 provisionalmente ocuparán estos destinos, hasta que sea tiempo que premiar a cada vecino según su mérito, antigüedad y conducta”. Mencionaba, además, que “para inteligencia de este vecindario y su partido, ordeno y mando que se publique esta determinación en forma de bando, a usanza de guerra, por voz de pregonero, que pronuncie con claridad las razones que se le dicten por el actuario, sacándose las copias que sean necesarias para inteligencia de los señores jueces reales y comandantes particulares de las milicias del partido”. Finalmente, anunciaba haber nombrado “por asesor de este Juzgado y para toda ocurrencias de justicia, al licenciado don José de Barrios y Hurtado, abogado de las Reales Audiencias de Lima y Charcas, quien habiéndose hallado presente juró por Dios Nuestro Señor y una señal de la cruz de usar el cargo de tal asesor, bien, fiel y legalmente, dictando cuantas providencias sean arregladas a derecho y convengan al mejor servicio del Rey, y de la Patria”. El bando lo firman, ante el Escribano Juan de Benavides, el propio Zela y su asesor Barrios y Hurtado. Respecto de de la proclama de Castelli, que ya se reprodujo, Zela firmó, al pie una resolución que decía: “Publíquese por bando y circúlese para conocimiento de los estantes y habitantes del partido. Tacna y 21 de junio de 1811.Francisco Antonio de Zela". Opina Seiner que la “adhesión del vecindario, la firmeza de las disposiciones y la claridad con que fueron expuestas las intenciones en el bando, iban consolidando el movimiento. La seguridad a la que iba accediéndose permitía usar títulos que venían a ser, en realidad, fieles refle jos de las verdaderas intenciones de los rebeldes. Todas las cartas conocidas, enviadas por Zela desde este día, llevaban en el encabezamiento un representativo rótulo: Comandancia Militar de la Unión Americana”. FRENESÍ EXPANSIVO Aunque Cúneo la considera entre los actos que corresponden al día 22 de junio, Seiner incluye una carta con el membrete "Comandancia Militar de la Unión Americana”, fechada el mismo 21 de junio, enviado “en forma conjunta, a los señores alcaldes y al comandante militar de Arica con el tenor siguiente: Incluyo, dice Zela para conocimiento de Vuestras Mercedes, copia del bando que en el día de hoy se ha publicado por la Comandancia Militar del partido, que ejerzo provisionalmente”. La mención a que ese día se publicará el bando, refuerza la seguridad de su datación. Pasa de inmediato a una redacción admonitiva, manifestándoles que espera "de la religiosidad de Vuestras Mercedes, de su celo patriótico e interés propio, que no vayan en nada en contra de lo que se relacione con nuestra justa causa, sagrada religión, Patria y Estado”. "De lo contrario se harán V. V. M. 108 M. muy infelices; y cualquier otro que con ceguedad se oponga a tan justa determinación, se expondrá a que se le desatienda y declare por desconocido a la nación; lo que en todo derecho se castiga con las más severas penas”. "Hago saber que castigaré con las mayores penas al que tuviera la desgracia de caer en semejante entredicho. Ofrezco a V. V. M. M. Y a todo el vecindario protección, amparo, y justicia. La mansedumbre de mi corazón y la generosidad de nuestros restauradores, cuya personería ejerce el doctor don Juan José Castelli, darán a conocer el beneficio que se os espera”. "Ofrezco a V. V. M. M. muchos años. Francisco Antonio de Zela". Considera Seiner que las “amenazas lanzadas y las promesas ofrecidas, evidencian la seguridad de Zela en el cercano apoyo de las fuerzas bonaerenses”. EL TERCER DIA DE INSURRECCIÓN: EL DESPERTAR DE LA “UNIÓN AMERICANA” Dice Lizardo Seiner que el “sábado 22 de junio, Francisco continuó en su consolidación del movimiento” dedicándose, según Cúneo, a escribir “a determinados vecinos del valle de Sama y de los pueblos de Locumba, Ilabaya y Tarata, incitándolos a secundar el movimiento de Tacna” y a conminar a diferentes autoridades realistas de Tacna y Arica para que cumplan determinadas indicaciones. Refiere Cúneo que también hizo “nuevos nombramientos civiles y militares”, aunque no detalla las fuentes que le sirvieron de base para afirmar esto, agrega que, para ello contó con el apoyo de Pedro Alejandrino de Barrios y de Cipriano Vargas. Mientras tanto, las tropas seguían “acuarteladas, preparándose para la revista de las fuerzas armadas de la revolución, que estaba anunciada para el siguiente día. El vecindario continuó fraternizando con el nuevo orden de cosas y la juventud local siguió engrosando las filas de Granaderos”. Cúneo hace concluir el día indicando que Zela “pasó las últimas horas del día 22 entregado a atenciones de buen gobierno”. Las cartas dirigidas son motivo de otros capítulos. 109 LAS CARTAS DEL TERCER DÍA Uno de los logros significativos del día 22 de junio fue enviar cartas colocándoles como encabezamiento el rótulo de Comandancia Militar de la Unión Americana, evidencia de una mayor toma de conciencia en el movimiento. La carta enviada por Zela al subdelegado Rivero trasluce los rasgos que hemos visto aparecer en documentos anteriores; su acceso al poder, conminado a renunciar al mando y de no hacerlo aparecer responsable ante el rey. Una primera carta fue dirigida al puerto de Arica al “Señor Capitán don Antonio de Rivero y Araníbar”. Se cuida bien de poner el cargo que ostenta u ostentaba, según Zela, antes de la noche del 20 de junio; esto es de Gobernador y Subdelegado. Aunque en el vocativo se dirigía a Rivero como de su “mayor aprecio”. Cosas increíbles a que, a veces obliga el protocolo, de inmediato cambiaba de estilo y le informaba primero que habiendo “asumido el mando político y militar de este partido el día 20 de los corrientes, por exigirlo así urgentes circunstancias del momento, el bien general del pueblo y su distrito”. Seguidamente lo ponía sobre aviso que, si tales autoridades no se pronunciaban “por la Patria podrían ser hostilizados en breve tiempo por las tropas del mando del Excelentísimo señor Castelli, que se hallan en activo movimiento desde que se violó escandalosamente, por parte del general Goyeneche, el armisticio pactado”. Entonces le recomendaba que, en esas circunstancias se hacía “indispensable que Vuestra Merced se abstenga de todo procedimiento que esté en contradicción con estas ideas y tienda a perturbar el orden y unión que felizmente se van conservando y consolidando en esta plaza; y que mucho menos, intente Vuesa Merced recobrar con el auxilio de la fuerza el indicado mando, pues, prescindiendo de que sus esfuerzos serían infructuosos, subsistiría el hecho de que le hago responsable desde este momento a nombre del Rey y de la Patria de los funestos resultados que podría traer aparejada una conducta tan poco meditada, pero circunspecta y nada conforme al bien público”. Terminaba manifestándole que esperaba que “penetrada Vuesa Merced de la fuerza de las razones expuestas contribuirá con la más prudente renuncia, a la unión de todos los pueblos del partido colocado a mis órdenes”. Se despedía con el acostumbrado "Dios guarde a V. Md. muchos años”, firmaba, Francisco Antonio de Zela. 110 La carta dirigida a don Hilarión Blancas, vecino notable de Arica le escribió en términos, mucho más cordiales, llamándolo, sencillamente, mi “muy estimado amigo”. Le contaba, con mucha sencillez y sinceridad, que las “fatigas del día y hora de las doce de la noche en que escribo a V. Md. no dan lugar para más que avisarle que, por voluntad del Excmo. Señor Castelli, quedo encargado de las armas de ambos cuarteles, los que se hallan en poder de nuestros hermanos”. Luego le confiaba que teniendo confianza "en la viveza, actividad y amor constante por el bien público que a Vuesa Merced le asisten, en que nos gane sin demora la voluntad de los señores alcaldes de esa ciudad, principalmente la de don Justo Pastor Portocarrero Calderón, ayudante mayor de esa guarnición y demás amigos, a quienes juzgue deseosos de unirse a una causa tan justa como lo es en la que nos vemos empeñados”. Se despedía pidiendo que Dios lo guardase muchos años para satisfacción de éste su amigo y demás compatriotas verdaderos que secundan su obra, “son los deseos de éste su Seguro Servidor que Sus manos besa” decia textualmente y firmaba Francisco Antonio de Zela. La tercera carta tenía como destinatario al Señor Sargento Mayor, don Felipe Portocarrero Calderón, Alcalde de Arica; quien, seguramente era uno de los comprometidos en el proyecto de la insurrección del 20 de junio, situación que se puede colegir del texto de una primera carta que Zela le envió la noche misma del levantamiento. Por esa razón el vocativo que usa es sumamente cordial: Señor y amigo de mi mayor aprecio: El contenido de la epístola es muy sucinto. En él sólo le indica que en una “carta que con esta fecha dirijo a nuestro común amigo don Hilarión Blancas doy cuenta de los sucesos ocurridos en esta ciudad, en que hemos creído del caso tomar la justa defensa de los intereses de nuestro soberano, de la religión y de la Patria”. Concluye el breve texto recomendándole a don Felipe Portocarrero Calderón que se entere “de su contenido”. Se despide ofreciéndole con el celo y voluntad de V.M. “su amantísimo compatriota y amigo que S.M.B. Francisco Antonio de Zela”. 111 UN OFICIO HASTA AHORA DESCONOCIDO Además de las cuatro cartas que reproduce Cúneo; existen otras dos una quinta, dirigida a Ramón Copaja, reproducida en 1927 por el Ministerio de Relaciones Exteriores y una sexta, no conocida hasta ahora, que se mantuvo en los archivos de las Cajas Reales. Está dirigida a “Los Señores Ministros Provisionales de Real Hacienda”, por la que los conmina a que del “caudal de Real Hacienda que está a cargo de Ustedes, se entregará a la mayor brevedad los asuntos del real servicio, al Coronel encargado Don Rafael Gavino de Barrios, todo lo que se encuentre en moneda, quien proveerá para la satisfacción de los empleados de este cuerpo, y otros que fuese necesarios”. Concluye, siempre, con la forma protocolar o de estilo aunque reafirmando su condición de Comandante “Dios Guarde a Ustedes muchos años. Comandancia Militar de la Unión Americana. Junio 22 de 1811. Francisco Antonio de Zela”. OTRA CARTA PARA EL CACIQUE DE TARATA De la intensa actividad desarrollada por Zela, sólo en redactar tantas y diferentes misivas, seguramente por las noches, alumbrado por un débil candil. Si sólo han llegado hasta nosotros esas pocas cartas, hay que imaginar cuantas otras, de timoratos destinatarios, fueron prontamente destruidas por el fuego. Las pocas comunicaciones que conocemos son las que fueron entregadas a las autoridades realistas de “pacificación”, para “salvar su responsabilidad” o demostrar su invariable “fidelismo”, por personalidades timoratas, como en el caso de Portocarrero. Otras descuidadamente conservadas en un archivo, como la dirigida a los Ministros de la Real Caja. Otras, finalmente, incautadas, requisadas o arrancadas a mensajeros de la rebelión como el caso de la siguiente carta de Zela que iba dirigida a don Ramón Copaja, cacique de Tarata, y que “cuando menos lo pensaba” cayeron en manos del cura de Tarata, don Lorenzo de Barrios. Eran, según palabras del cura, “cuatro originales del caudillo de Tacna dirigidos a su compadre Copaja”. En una de estas misivas, fechada en Tacna el 22 de junio de 1811, y dirigidas a su “Compadre muy amado”; le dice que la carta que va adjunta es una “circular, pero con Usía me muestro “como siempre, ofreciendo a su disposición el empleo de comandante Militar de este partido que obtengo desde el día anterior al de la fecha”. No tengo que dudar del buen ánimo y constancia que asiste en Usía y en los súbditos de su cargo, que especialmente les hade dar a conocer lo que les he servido antes de poderlo hacer con la libertad del día”. 112 Desconocido oficio suscrito por Zela como Comandante Militar de la Unión Americana (original en el Archivo General de la Nación Lima). 113 Llama su atención, porque ya “es tiempo de que se doblen los cuidados de Usía para alivio de los míos: Precisa que a la entrada del Maure se pongan vigías para que prontamente den aviso de cualesquiera tropa que pueda mandarnos en perturbación del sosiego que logramos en el día”. Prosigue dándole a Copaja algunas indicaciones: ordene Usted -le dice- “que todas las personas que van de este pueblo sin el correspondiente pasaporte en que esté estampada mi firma como la tiene Usía reconocida se le ponga presa y se me dé aviso del destino que llevaba y las cosas que se le encontrare”. Igualmente indica que a “los que vinieren de la sierra que se les quite la correspondencia la que fuere frívola que no trate del estado de los ejércitos, así nuestros como contrarios se le represaran las que trajeren algo contrario y lo favorable se le dejará pasar con el mismo conductor”. Esto debe dar a entender a Usted “que la persona que no viniere de mala fe son de nuestro partido de los demás enemigos que deben asegurarse y remitirse con guardias de seguridad que serán satisfechas a costa del sujeto en quien fuere conducidas las cartas en caso que el portador sea fallido”. Zela le recomienda al Cacique Copaja no omitir “nada de lo que queda expresado y por lo contrario le amplío toda facultad para que opere como comandante militar bien entendido que el premio de su mérito y demás personas que acrediten su amor al Real servicio será primero que el mío que sólo me intereso en cuidar a los buenos servidores del Rey nuestro señor”. Su sencilla carta se cierra con un saludo a “mi amada comadrita muchos besamanos y reciba V. las más afectuosas memorias de todos los de esta su casa mi corazón entero por ser lo único que me resta en la que tengo encerrada la buena fe con que procedo y le ama su afectísimo compadre que sus manos besa”. LA RELACIÓN CON SU COMPADRE RAMÓN COPAJA Como se registró en capítulo anterior, don Francisco Antonio de Zela tenía un gran aliado en la localidad serrana de San Benedicto de Tarata. Era don Ramón Copaja, anciano cacique de los naturales de la doctrina de Tarata. Entre el cacique “y el caudillo de Tacna, don Francisco Antonio de Zela, había un vínculo de parentesco espiritual puesto que, ambos eran compadres”. Ramón apadrinó primero, el 5 de octubre de 1807 a María del 114 Rosario de Zela, que falleció de un año y dos meses de edad, el 7 de enero de 1808. Zela renovó a Copaja su amistad haciéndolo padrino de su último hijo, Lucas Miguel, nacido el 10 de octubre de 1810 y bautizado siete días después. Usualmente, el padrinazgo solía vincular al padre del bautizado con un padrino de un status social más encumbrado. Más poderoso, rico y de prestigio. Los mestizos buscaban, por lo general a los peninsulares o criollo. Por ello el hecho que, por el contrario, un criollo, que era alto funcionario de la corona, y que mostraba una estampa de rasgos caucásicos; escogiese como padrino, en dos oportunidades, a un indio segundón, candidato a cacique; de un pueblo, entonces recóndito, como Tarata; demuestra las convicciones democráticas de Zela, su sensibilidad y espíritu de justicia. Copaja, a la sazón, acababa de oficializar su mandato de Cacique de Tarata. Era un hombre de edad muy provecta, casado con una mujer también de mayor edad incapaz de darle un sucesor para el cacicazgo. Don Ramón no tuvo sucesión ni descendencia alguna. Pero, a pesar de los años, y quizás de los achaques, don Ramón Copaja, desde el año 1810, ya aparece involucrado en la empresa que con tanto entusiasmo abrazó Zela para distraer a las fuerzas realistas mientras los argentinos ganaban posiciones en el cercano Altiplano. Por eso lo vimos figurar como emisario en la abortada estratagema de los “chapetones” de Lluta de ese año. Hay otras versiones que consideran a don Ramón como el primer emisario entre los expedicionarios argentinos y Zela. No por otra razón, Cúneo lo ha parangonado con “El Pescador Mensajero”, llamándolo “El Olaya tacneño”. Aníbal Gálvez incluye en su obra sobre “Zela” que la noticia del levantamiento de Tacna de la noche del 20 de junio de 1811, fue comunicada “inmediatamente, por medio de propios, a Sama, a Tarata, a Locumba, a Ilabaya y a Candarave, a cuyos habitantes dirige Zela una proclama invitándolos para unir sus esfuerzos a los del pueblo de Tacna en la obra revolucionaria”. Cúneo, que tuvo sobre Gálvez la ventaja de conocer la “Sumaria Información” mandada a practicar por el Subdelegado y gobernador militar don Antonio de Rivero y Araníbar, no acepta la prontitud con que, afirma Gálvez, se remitieron correos a los pobladores de casi todas las localidades del Partido. 115 Para Cúneo sólo dos días después, el 22 de junio por la tarde, Zela escribió “a determinados vecinos del valle de Sama y de los pueblos de Locumba, Ilabaya y Torata (sic) (debe ser Tarata)(*), incitándolos a secundar el movimiento de Tacna”. Pero, de otra parte el mismo Cúneo incluye, al Cacique de Tarata, don Ramón Copaja”, entre los que asistieron “a la reunión de la noche del 20 de junio de 1811”. Para el efecto interpreta que uno de los presentes en el acto mencionado por José Belisario Gómez en “El Coloniaje” con el nombre de “ciudadano Capisca”, no era otro que el referido cacique “equivocando nombre y calidad”. Cuneo concluye afirmando “que en aquella cita de patriotismo tacneño no hubo más Capisca que Ramón Copaja, cacique de Tarata y Putina, prócer de la independencia nacional”. El pulcro y respetabilísimo historiador ariqueño no se percató que, en otras páginas las mismas valiosas fuentes que había consultado y en el libro que publicó, aparecía el verdadero poseedor de ese sobrenombre que era un “José Morales, alias el Capisca” incluido entre los encausados por ser “autores y complicados en la insurrección del tres de octubre”. Contra lo que Cúneo afirmaba, que Ramón Copaja estuvo en Tacna la noche del histórico levantamiento, existen pruebas de lo contrario. Esto en razón a que, dos días después, el día 22 de junio, su compadre Zela le envió, por lo menos, las dos cartas que fueron referidas en capítulo anterior. Dice Seiner que en la fase de contactos con el Bajo Perú “la elección de Copaja, cacique de Tarata, no resultaba extraña. Sin duda, los argentinos conocían bien las ventajas que les reportaría contar con la adhesión de autoridades indígenas en el Alto Perú, especialmente para llevar a cabo instrucciones de la Junta que contenía la explícita orden de conquistar la voluntad de los indios: las entrevistas de Castelli con los caciques en el Alto Perú y las numerosas proclamas emitidas, que entre otras cosas exceptuaban a los indios de cargas y tributo, buscaban atraer al campesinado. Es posible que Castelli haya buscado proceder en idénticos términos en el Bajo Perú”. (*) En la primera y segunda edición figura así. 116 El do m in go 23 ,l a re be lió n de Ta cn a al ca nz ó su m om en to cu lm in an te co n la lle ga da de jin et es de la s D oc tr in as ci rc un da nt es e in di os de lo s ay llu sa lo s qu e Z el a pa só re vi st a. 117 CUARTO DÍA: DE LA APOTEOSIS AL DESALIENTO El cuarto día, que era el domingo 23 de junio de 1811, amaneció luminoso, radiante, como que coincidía con el solsticio de invierno y previo al día, que los Incas, en su fiesta principal, consagraban al dios Sol. Según el historiador Valega la “revolución debía señalarse en ese día por un acto público, visible, de la voluntad de sostenerla en sus autores y colaboradores”. Mientras Cúneo que, inexplicablemente, confundió la fecha de la gran manifestación, considerando al “domingo 24 de junio” como el cuarto día de la insurrección omitiendo el día 23; dice que la primera revolución tacneña conoció su día de auge, camino de un descontado triunfo. Lizardo Seiner Lizárraga, por su parte, reflexiona sobre el hecho manifestando que tradicionalmente “se considera que éste fue el día de auge de la rebelión; ciertamente lo fue, pero también empezó a gestarse el comienzo del fin”. Don Rómulo Cúneo, que a veces abandona su extraordinario rigor para aproximarse al exitoso estilo de Emil Ludwig, insertando el dato frío en un escenario más vívido, más dramático; enfoca al caudillo Zela, “que desde la noche del 20 de junio no había disfrutado apenas de sueño; que no había probado apenas alimento, sostenido tan sólo por el ardor de su entusiasmo, (que) vio próximas a realizarse sus más caras esperanzas. El vecindario tacneño aceptaba de pleno la revolución y se aprestaba a defenderla con las armas en la mano”. Días antes Zela había ordenado “al capitán don Rafael Gavino de Barrios (para que haga venir) la gente de los valles a este pueblo”. Para entonces llegaron “tropas de caballería (...) de los valles del partido”. Cree uno de los informantes que los pobladores de los valles más cercanos lo hicieron acatando una “orden del dicho balanzario, de quien sabe que en la noche del 20 de junio de 1811 hizo un propio a la ciudad de Arica y otros a Locumba y Tacna” (sic.) tal vez queriendo decir Sama. Así mismo ordenó a Santiago Pastrana, que era uno de los militares más expertos del medio, “para que a los individuos de los escuadrones que habían venido de fuera los formase en el sitio donde se practica la disciplina que llaman pampa de Caramolle”. Cúneo, jugando un poco con algunos apellidos característicos de los pueblos del interior de Tacna, reconstruye las caravanas que llegaban a la gran concentración. Así desde “Tarata, encabezados por el honrado cacique Copaja; de Sama, conducidos por los Julio Rospigliosi y los Osorio; de Locumba, por los Vértiz, los Nieto, los Barrios, los Yáñez y los Castañón; de Ilabaya por los Sánchez, los Villanueva y los Lupistaca, llegaban por momentos grupos de jinetes que, unidos a los seiscientos entre jinetes e 118 infantes acuartelados en el pueblo, sumaban un buen millar de futuros combatientes”. Se imagina Cúneo la “vista de aquellos escuadrones, allegadizos, tumultuosos e indisciplinados, pero, con todo, dueños de buen talante y de la mejor disposición, llenaban al caudillo de la revolución tacneña de júbilo en el presente y de halagüeñas esperanzas para el porvenir. Era aquel - decíase a sí mismo- el comienzo de la sublevación en masa de los pueblos de la costa preconizado por Castelli, la cual, comprometiendo la situación del brigadier de Goyeneche a orillas del Desaguadero en el Alto Perú, permitiría a los jinetes argentinos abrirse franco camino hasta las orillas del Pacífico”. Zela también “dio orden al cacique don Toribio Ara para que juntase a los indios del circuito de este pueblo”. Todo estaba preparado para la gran revista de las fuerzas revolucionarias que se realizaría en un descampado ubicado en la parte noroeste del poblado, conocido desde la antigüedad como la “Pampa de Caramolle”, también bautizada, desde comienzos del siglo XVII, como “Pampa del Gobernador” y desde 1784 como “Pampa de la Disciplina”. Se desconoce la hora de la gran revista. Ninguno de los interrogados en la Sumaria información entró en este detalle. Cúneo supone que esta fue por la tarde cuando “dieron las tres en el reloj de la iglesia del pueblo, hora señalada para la junta del vecindario y de las fuerzas armadas de la revolución en la Pampa de la Disciplina, que hoy decimos de Caramolle”. Otros, la consideran una actividad matinal. Finalmente hay los que prefieren la opción del medio día. Seiner, aunque refiere que, por “la mañana, el ambiente era de plena expectativa en Tacna: (aunque) horas más tarde en la pampa de Caramolle -llamada también de la Disciplina- se pasaría revista a las tropas compuestas tanto por los contingentes provenientes de los valles circundantes como por los formados por los indios”. Relata Seiner que pasado “el mediodía y en compañía de Cipriano Vargas y Rafael Gavino de Barrios partió Francisco de su cuartel en direc- ción al citado punto de reunión”. Cúneo relata, además, que la “escolta del caudillo, compuesta de un medio centenar de mozos pertenecientes a las familias principales de la localidad y de los valles vecinos, esperábale a la salida de la Comandancia de Armas”. 119 También, agrega que en la calle, aguardando su salida, le esperaba un numeroso gentío, y en él, una banda de músicos, el eco de cuyos instrumentos, agregado al fragor de las aclamaciones populares, atronaba el espacio: ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la Religión! ¡Viva la Junta Suprema de Buenos Aires! ¡Viva el doctor Castelli! ¡Viva don Francisco Antonio de Zela! ¡Viva la Patria!. Don Rómulo Cúneo Vidal pinta la manifestación de una manera espectacular. Dice que el “sol brillaba en el espacio. La dulzura de la inefable tarde tacneña infundía alegría en los corazones. Allende las casas del pueblo, y más allá de los cultivos de la amena vega, divisábase la masa, saturada de intención aborigen, de la cordillera, de que es atalaya el majestuoso Tacora, monte que las antiguas estirpes locales apellidaron" dios Tacora ", o dios inquieto, por aquello de las bramadoras tempestades que / suelen desencadenarse en sus alturas, vestidas de ordinario de eternas nieves”. Cúneo completa el relato manifestando que una “hora más tarde al término de un paseo triunfal por las calles del pueblo, Francisco Antonio de Zela hizo su aparición en la pampa de Caramolle, donde le aguardaban el vecindario, la indiada de los nueve ayllus del valle y las fuerzas armadas de la revolución”. Su recepción fue estruendosa. Las aclamaciones no se hicieron esperar”. Cúneo refiere que Zela, “al paso de su brioso caballo limeño, se desprendió de su escolta y se detuvo delante de la media compañía, a cuyo frente dos alfereces sostenían las banderas mancomunadas de España y del Río de la Plata”. En ese emotivo momento que ofrece el calor espontáneo de las masas, “de inmediato Francisco hizo una arenga que fue recibida satisfactoriamente por las tropas”. Las palabras saturadas de patriótico entusiasmo, en que su alma luchaba por comunicarse a sus oyentes, acudieron a borbotones a sus labios. Acota Cúneo que una “aclamación fragorosa atronó el espacio y repercutió, como tenía que suceder, en la contextura sensible del caudillo que desde setenta horas no concedía descanso a su cuerpo ni tregua a su espíritu; embargada su entera vitalidad por las preocupaciones de su magna empresa”. 120 Prócer Francisco Antonio de Zela y Arizaga 121 Seiner, advierte que don “Francisco no se hallaba tranquilo, pues aún no recibía las respuestas de los aliados de Arequipa y Tarapacá, comarcas en las cuales consideraba debían haberse ya producido alzamientos similares a los de Tacna”. Tampoco tenía noticias de la “llegada del auxilio argentino, cuyo explícito ofrecimiento por parte de Castelli determinara la acción tacneña en fecha improrrogable, significaría el robustecimiento y seguro triunfo de la revolución, y con ello aquella suma de justificaciones que trae aparejada consigo la victoria. Su demora, por el contrario, traería consigo la deserción de los pusilánimes, el desaliento de los animosos, y en forma de lúgubre corolario, la derrota, allende la cual perfilábase con probabilidades trágicas el cadalso”. Considera que a esa altura “setenta horas de insomnio y de ansiedades sobrehumanas, que habrían quebrantado la fibra del hombre más resistente, comenzaban a opacar sus facultades, antes inquebrantables y firmes como el acero de su bien templada tizona”. Ramos Aguirre, como Beltrán, refirieron que “en este acto hizo Zela renuncia del mando (y que) botando el bastón”, mientras Cúneo agrega que, le sobrevino “un vértigo, precursor del fatal síncope que traidoramente venía acumulándose en su organismo, y se desplomó de su cabalgadura, en medio de la consternación de los presentes”. Relata Cúneo que Zela con “todo, se incorporó. Dio algunos pasos, inseguros; faltáronle las fuerzas, y se desplomó por segunda vez sobre el terreno, en donde permaneció largo rato inerte. El temido colapso nervioso, fruto de las violentas emociones de cuatro días consecutivos, aliadas a un surmenage matador de su organismo, se pronunció sin lugar a duda. Zela recuperó el conocimiento durante algunos instantes. Realizando un esfuerzo sobrehumano, púsose de pie, llevando, / empero, en la retina una venda sombría, y como quien huye de un enemigo fraguado por la imaginación, echó a correr delante de sí, hasta dar consigo entre los pies de los caballos”. Sin embargo a los ojos de tres de los testigos que comparecieron en la Sumaria información la escena fue más simple. José Melitón Beltrán dijo que Zela “se tiró por tierra varias veces”. Manuel Ramos preciso que el prócer lo hizo “tres veces”. Pastrana, que es el más detallista, recuerda que Zela “se tiró a la tierra como muerto, se levantó, y salió corriendo por entre la formación de los caballos”. 122 C ua nd o la Re vi st a M ili ta re sta ba en su cú sp id e, el ca ns an ci o, po rt re s no ch es de de sv el o y, se gu ra m en te un pr ob le m a de sa lu d, af ec ta ro n sú bi ta m en te al ca ud ill o, ca ye nd o de su ca ba lg ad ur a y de sm ay án do se an te el de sc on ci er to de la m ul tit ud . 123 Cúneo supone que las palabras que Zela debió gritar entonces serían ¡Se “ha muerto mi obra! -se le oyó exclamar- ¡Soy un hombre acabado!... - agregó- ¡Hago dejación del mando! ¡Dese este bastón a persona sana y entera! Sobrevínole un segundo vértigo. Rodeáronle su escolta y las personas más caracterizadas”. La reacción de la multitud fue espontánea, solidaria y generosa. Uno de los testigos, José Melitón Beltrán dijo escuetamente que “aquellas gentes le pidieron por comandante”. Por su parte el interrogado Manuel Ramos, que no tenía ninguna simpatía por el caudillo Francisco Antonio de Zela manifestó que “los concurrentes que serían como trescientos o más hombres, pidieron todos que siguiese en el mando”. El declarante Pastrana, no puede omitir que la “multitud de (la) plebe lo agarró en peso con muchas vivas, proclamándolo comandante militar, y que aquietado un poco”, dada la gran afluencia de pobladores de la campiña, tributarios de los ayllus, se aprovechó para designar al comando de la Fuerza de Naturales. Se “nombró por coronel de naturales al cacique don Toribio Ara, y por teniente coronel (a) la su segunda persona del cacique don Pascual Quelopana, y por sargento mayor a (don) José (Rosa) Ara, hijo del cacique”. Cúneo relata finalmente que nadie “se había dado cuenta cabal de lo ocurrido, rompió la valla que resguardaba a su caudillo, y con cariñosa violencia le repuso a caballo al grito de: ¡Viva Zela! ¡No queremos más caudillo que Zela! Por su parte, Pastrana declaró que “a renglón seguido salió por las calles con la tropa y plebe, a pedimento de ésta, y además consorcio a dar una vuelta en redondo, lo que se hizo, haciendo proclamar al que declara / la Religión, la Patria, el Rey nuestro Señor don Fernando VII, la Junta de Buenos Aires y de cuando en cuando a Castelli hasta llegar a la puerta de su casa donde quedó recibiendo parabienes”. Cúneo difiere de la declaración de Pastrana. Para Cúneo “lo restituyeron medio desfallecido a su domicilio, del que faltaba desde cuatro días atrás, en donde le esperaban su mujer e hijos con el corazón oprimido por el presentimiento de una irreparable desgracia”. 124 LAS SOMBRAS DEL INFORTUNIO Don Rómulo Cúneo Vidal, en la presentación secuencial de los episodios que ocurrieron los días en que Tacna saboreó la libertad, que corresponde a los capítulos XI al XV de su portentosa obra, coloca al incidente con Fulgencio Valdés como un hecho anterior al de la Gran Revista de la Pampa de Caramolle, en la mañana del día domingo 23. Lamentablemente el historiador ariqueño, no se percató que, en la Sumaria Información, en la parte correspondiente a las declaraciones del testigo Manuel Ramos Aguirre, éste refiere, bajo juramento, que “en la noche del domingo referido, dicho Zela le dio un sablazo a don Fulgencio Valdés y lo hirió en una mano y en la oreja” (1613). Cúneo atribuye la desacostumbrada reacción del caudillo al hecho de que en “aquellos momentos de angustiosa espera, se le ocurrió “a su edecán don Fulgencio Valdés, expresar las dudas que comenzaban a hacer presa en su espíritu, no distintas por cierto de las que torturaban el suyo propio, por mucho que se esforzase en disimularlas la estudiada severidad de su semblante”. Es en esas circunstancias cuando Zela, en un arrebato de impaciencia, ajeno a su carácter, de ordinario ecuánime y generoso, se le fue “encima con una espada desenvainada, y el edecán salió de la aventura: herido en una mano” y también en la oreja, como se ha demostrado ad litem, con la declaración de Ramos. Cúneo completa el escenario de los hechos destacando que los “que presenciaron aquel suceso e impidieron que tuviese mayores alcances, recibieron la impresión de que algo anormal ocurría en el modo de ser del caudillo de la revolución”. Como era de esperarse en una pequeña colectividad, desacostumbrada en vivir días intensos, como los que habían acontecido esa “misma noche circuló la temida nueva en el pueblo”: se había perdido en Huaqui. Concluye Cúneo que ¡Francisco Antonio de Zela, “el protomártir de la revolución tacneña, el vidente, el apóstol que consagrara su alma entera, generosa y ardiente, a su obra sublime de patriotismo, era un enfermo reducido a la impotencia! El historiador Lizardo Seiner Lizárraga considera que con “este hecho prácticamente quedaba desactivada la rebelión, al verse seriamente menoscabada la imagen de su líder. Aprovechando este vacío de poder, los elementos contrarrevolucionarios revirtieron los logros alcanzados por el movimiento”. 125 LA ESPERADA INFAUSTA NOTICIA A pesar de la enfermedad de Zela y la paralización de las actividades revolucionarias el “vecindario de Tacna continuaba descontando, hasta ese momento, el triunfo posible de las armas argentinas en el Alto Perú”. Dice Seiner, refiriéndose a la derrota de Huaqui, que, a las mencionadas lamentables circunstancias “se sumó una noticia que provocó en los rebeldes tacneños la emergencia de un explicable sentimiento de desilusión, incertidumbre y temor”. También aquí hay discrepancias. Según Cúneo, fue por la “tarde del martes 24 de junio, con la llegada del chasqui” que traía las noticias de las ciudades del Altiplano, que se supo de la derrota de Huaqui. Pero, con más seguridad, Aníbal Gálvez y Lizandro Seiner, que al parecer estaban al tanto de la demora de 5 a 6 días del correo del Alto; registran que el “miércoles 26 llegó a Tacna un oficio enviado por Goyeneche desde su campamento a orillas del Desaguadero, dando cuenta de su aplastante victoria sobre las tropas argentinas”. Es probable que el sobre hubiese venido a nombre de Rivero, creyéndolo, hasta el 20, cuando Goyeneche remitió la infausta nueva, sin prisa alguna, por desconocer el levantamiento de Tacna; porque Cúneo sostiene que las autoridades recién instaladas “dieron pase libre sobre Arica al correo del brigadier de Goyeneche”, dirigido al Subdelegado Rivero. Aún así, siendo noticia tan importante, el conductor del correo expreso “que venía desde el campamento de las tropas del brigadier Goyeneche” o el chasqui “de carrera” que habitualmente todas las semanas traía y llevaba la correspondencia; pudo ser quien, con gran alboroto de la gente ansiosa por noticias, hacerla de conocimiento de la población que lo esperaba expectante en las goteras del pueblo. Afirma Seiner con toda seguridad que, con “la difusión de la noticia, los planes rebeldes se derrumbaron. En palabras de Cúneo "la revolución tacneña, abandonada a sí misma, se desplomó por su base", o con las que empleó Vicuña al recordar que "al saberse la catástrofe en Tacna, organizóse la reacción, pues el movimiento quedó aislado, y sus caudillos reducidos a la impotencia", podemos encontrar la uniformidad de las versiones clásicas que dan cuenta del movimiento; éstas incluyen, ciertamente, la de Mendiburu, para quien "con la noticia de aquella batalla, entró la confusión y el temor en la población y que ésto proporcionó prosélitos al que se decidió a formar esta reacción”. Gálvez había expresado igual sentir. 126 25 DE JUNIO: LA HORA DE LAS DELACIONES, DEL ODIO, LA VENGANZA Y LA TRAICIÓN Dice Cúneo que la “manera como se disolvió la insurrección de 1811 ha sido, hasta nuestros días, uno de los puntos oscuros de la historia de Tacna”. Contrariamente a lo que refería Aníbal Gálvez respecto a que los días inmediatamente posteriores al desfallecimiento del caudillo de la primera insurrección de Tacna y, “hasta el de su captura, es presumible que Zela los dedicaría á la organización é instrucción de las tropas necesarias para la resistencia y á la recolección de fondos para sostenerla (3)”. Se sabe, por las declaraciones que hicieron los testigos Ramos Aguirre; que “el siguiente día veinticuatro de junio, conociendo (...) que dicho Zela era víctima de un ataque cerebral que lo incapacitaba para el mando”; y Pastrana; que “procuró el pueblo su deposición”. Cúneo, ha concluido que “el vecindario tacneño exigió que los principales dirigentes que constituían, el que llamaremos estado mayor de la insurrección, se juntasen para deliberar acerca de lo por hacer”; junta que después de una discusión que hemos de suponer ecuánime, “creyó del caso confiar el mando de la plaza, en lo militar, al capitán don Rafael Gavino de Barrios, respetando en tal forma el nombramiento de coronel de Dragones conferido por Zela la noche del 20 de junio, y en lo político, a don Cipriano de Vargas, respetando en igual forma el nombramiento hecho por aquél en iguales circunstancias”. Tampoco, lo que supone el español García Camba, que la rebelión “sólo duró horas, y que después de restablecido el imperio del coloniaje llegó el aviso oficial de la victoria de Guaqui”. Como el testigo Pastrana refiere “en cuyo intermedio de mando quedó tranquilizado el pueblo, sin que se le notase a éste el más leve movimiento contrario, repuestas las autoridades”, considera Cúneo que las referidas medidas tomadas para reemplazar a la máxima autoridad del Partido insurreccionado eran las más oportunas y “aconsejadas por las circunstancias del momento, no parecen revestir, ante la mirada ecuánime del historiador, el sello de la violencia, ni el estigma de la deslealtad que suelen asumir de ordinario las contrarrevoluciones”. Seiner considera que la “coyuntura fue aprovechada por sectores rebeldes de escasa y oscilante convicción. Aprovechando la confusión provocada por la noticia, la reacción organizó su estrategia; como primer paso, se repuso a las autoridades”. Esa misma noche recuperó su libertad el coronel Navarro, quien es de suponer que por ese mero hecho recuperaría el mando del Regimiento de Dragones, y a mayor abundamiento, el de comandante militar de la plaza. Esa misma noche, por último, fue reducido a prisión Francisco Antonio de Zela “quien, no repuesto del ataque cerebral (3) Los datos precedentes sobre nombramientos y organización los he tomado del artículo' 'El grito de Zela en Tacna", por don Pedro Quina Castañón. 127 que le inhabilitara el día 23 como caudillo de la revolución, permanecía recluido en su hogar”. Rómulo Cúneo Vidal ha observado como algunos historiadores, que han escrito sobre la primera rebelión de Tacna; tales como José Belisario Gómez y Castañón, “en su (El) Coloniaje, García Camba, en su Historia de las campañas de las armas españolas en el Perú, Mendiburu en su Diccionario Histórico; afirman, sin aducir pruebas, que la primera revolución tacneña fracasó a consecuencia de una reacción realista, encabezada por un traidor a Zela” y que esta suposición “continúa en pie, a través del tiempo, en las tradiciones populares de Tacna”. Sin embargo, él mismo no comparte esta causalidad simplista en “un movimiento, que, por lo espontáneo y acorde de las voluntades que en él actuaron, poseyó condiciones para sostener e influir poderosamente en el desenvolvimiento de los sucesos políticos y militares del Alto y Bajo Perú”. Gómez y Castañón, que escribe, sobre este acontecimiento, sólo medio siglo después de haber acontecido; seguramente tomando versiones orales de personas que, sobre los setenta años de edad, o “los propios deudos del protomártir, vivientes en 1861” podían evocar fidedignamente los hechos, informa que: “Reposaba Zela y Arízaga al lado de su familia, circundado de sus hijos, cuando, de improviso, el traidor (a quien no queremos nombrar, dice Gómez) rodea su casa y apresta en las bocacalles soldados que detengan el paso al héroe de la revolución, si pretende fugarse; y da orden que le prendan aunque sea haciendo uso de sus armas cargadas”. Los familiares del adalid han conservado como otro noble ejemplo de don Francisco Antonio de Zela, el hecho que, “según testigos oculares, quemó antes de entregarse preso, los papeles que comprometían a los mismos que acababan de traicionarlo”. Don “Francisco Antonio toma entonces en sus brazos a uno de sus hijos, y presentase con él ante sus victimarios, fingiéndose con la razón extraviada”. José Belisario Gómez, reflexionando sobre la intención del Caudillo al ampararse en su hijo, considera que Zela "no pudo haberse hecho la ilusión de creer que se salvaría con su inocente ardid; pero sí no querría presentar a su familia el horrible espectáculo de verle tal vez asesinado en medio de ella: temió sin duda, al ver el ruidoso y bélico aparato desplegado para asir a un hombre inerme e inofensivo, ser víctima de un delito atroz; y para precaverlo se escudó con su tierno hijo, pensando acertadamente que no se atreverían a cometer un infanticidio”. “Y debido a su estratagema fue acaso que sólo lo redujeran a prisión”. 128 Es ta nd o co nv al ec ie nt e, ro de ad o de se ño ra ,h ijo s y se rv id um br e lle ga ro n lo sc ap to re s pa ra lle va ra lp ró ce ra pr is ió n an te el do lo r y la an gu st ia de lo s su yo s. 129 DEBELAMIENTO DE LA REBELIÓN Entre algunos historiadores, especialmente los autodenominados modernos existe una valoración muy simplista y hasta injusta respecto del sacrificio de Zela y de la rebelión de Tacna. Sólo consideran como rebeliones previas a la etapa de las corrientes libertadoras, a la de Huánuco de 1812 y a la del Cuzco de 1814, quizás por su cruento desarrollo, su virulencia, duración, su naturaleza expansiva o la mayor presencia de población indígena. También los escritores de “primer momento”, especialmente el historiador militar español Andrés García Camba, en su “Memorias para la Historia de las Armas Españolas en el Perú” menosprecian la trascendencia de los movimientos de Tacna. Don Rómulo Cúneo demuestra la desinformación o mala intención de García Camba, cuando escribe que “la reacción realista, consumada por un alcalde comprometido en la revolución y el apresamiento de Zela se llevaron a cabo a las pocas horas de consumada la revolución, lo cual es a todas luces inexacto”. Respecto a la ausencia de violencia Seiner analiza los factores coadyuvantes. Primeramente es que “habiéndose operado el cambio de autoridades en Tacna sin mayor resistencia, no era pertinente echar mano a recursos violentos. En segundo lugar por “la tardía adhesión indígena al movimiento” que, según el joven historiador, los naturales sólo “se pliegan al cuarto día de estallada la rebelión”. Sobre la duración del movimiento, dos fueron, según Valega, las causas principales del rápido fracaso del movimiento: la “cruel y dolorosa enfermedad, (que) impidió a Zela consolidar la nueva situación creada por su valor y patriotismo” y el desastre argentino de Huaqui, provocado, al que siguió, muy pronto la toma de Tacna, que se entregó al virrey, sin resistir. Por su parte Lizandro Seiner precisa mucho más el análisis del fracaso señalado que fueron varias “las circunstancias que se conjugaron para permitir el develamiento de la rebelión”. La primera es el alejamiento del caudillo natural, Zela, del liderazgo de la revolución, debido al repentino mal que lo aquejó. Con la inhabilitación de Francisco Antonio, el movimiento quedaba sin un líder neto, imprescindible en momentos en que la organización de la tropa exigía disciplina y obediencia, que sólo podían ser motivadas y arregladas por la autoridad que emana de un mando unificado y que cuenta con respaldo. La rebelión quedaba así, de súbito, acéfala”. 130 REACCIÓN DE ARICA FRENTE A LA DERROTA DE ZELA Desde el momento mismo del estallido de la primera rebelión de Tacna, hubo una fuerte oposición interna y externa al movimiento. La oposición interna, silenciosa y expectante estuvo constituida por los peninsulares a quienes no se les ha visto intervenir, en ninguno de los episodios revisados. Éstos se replegaron temporalmente en espera de los acontecimientos. Pero también hubo personalidades criollas, como los párrocos de las doctrinas de Tacna y Tarata, que trabajaron afanosamente contra Zela y su revolución. El cura Araníbar comunicó a su Obispo, la forma como trabajó “en la infausta noche de la octava para libertar la vida al Coronel”, refiriéndose al Subdelegado Ribero. La oposición externa venía principalmente desde Arica. Todavía Moquegua no era un pueblo rival. Tenía categoría de villa y tenía a su favor, respecto de Tacna, por lo menos en los aspectos urbanos, alguna superioridad como que contaba con conventos, escuela y hospital. La pugna con Moquegua corresponderá a los siglos XIX y XX. Por el contrario la “ciudad” de Arica guardaba, desde la primera mitad del siglo XVIII, un odio feroz contra Tacna que le había “quitado” primero las “Cajas Reales”, la residencia habitual del corregidor, la sede de correos y finalmente la callana. Desde principios de ese siglo Tacna mostraba signos de un creciente progreso mientras Arica desfallecía sin más impulso que su odio al pueblo vecino de Tacna. En un folleto que hicieron circular en 1823, los miembros del suprimido Ayuntamiento Constitucional exiliados en Lima, que residían en dicha capital, recordaban los aportes de Tacna a la Independencia Nacional. Entre muchos ejemplos de los vejámenes que la población tacneña había sufrido, los ex regidores del Ayuntamiento recordaban que, abortado el levantamiento de Zela, la población de Tacna recibió, “entonces, los insultos y atropellamientos de un pueblo vecino y rival, que se valió de este incidente para desplegar su encono, y ultrajar con los nombres de alzados e insurgentes a unos héroes que merecían la admiración en la historia de la independencia”. Aunque no se identifica al “pueblo vecino y rival”, indudablemente, se referían a Arica. Por lo menos, expresando esa aversión, como lo anota el historiador Aníbal Gálvez, “los vecinos de la ciudad de Arica no secundaron el 131 movimiento de Tacna y que el Sub-delegado se vio sostenido por el apoyo y la adhesión que le prestaron el ayuntamiento, el sargento mayor de las milicias, que era vecino de Arica y el cura rector de la parroquia que ejercieron eficaz influencia sobre el elemento pueblo, para mantenerlo en quietud”. Refiere Gálvez que el Subdelegado don Antonio de Rivero advirtió que la guarnición de la plaza que tenía a sus órdenes en Arica, era insuficiente para sofocar solo la sedición, y no encontró medio mejor para salir del paso como ya se ha visto “que el de dirigirse al sub-delegado de Moquegua y al Intendente don Bartolomé María de Salamanca, pidiéndoles lo auxiliasen con tropas”. Es cierto, “que sean cuales fueren las fuerzas que pudo acopiar, Rivero no avanzó un paso sobre Tacna, sino cuando, como consecuencia del desastre de Huaqui, supuso de diferente semblante las ocurrencias de Tacna”. Aunque Cúneo no se atreve a precisar la fecha de partida de la expedición “punitiva” de Arica considera que “la llegada del Subdelegado Rivero, al mando de doscientos hombres de la guarnición de Árica, no pudo realizarse antes del 27 de junio, que es como si dijéramos cuatro días después de la inhabilitación de Zela”; se sabe con certeza que esto ocurrió ocho días después. Aun si no se conociese esa fecha se podría afirmar que tal fecha parece insuficiente y no por la personalidad poco enérgica de Rivero, sino porque la partida de las fuerzas realistas a Tacna sólo pudo programarse a partir del jueves 27, un día después de haber sido recibidas en Tacna las noticias de los resultados de la batalla Huaqui. Fue, precisamente, ese jueves 27, cuando llegó muy temprano a Arica la misma misiva que el día anterior había llegado a Tacna. Refería Rivero, citado por Seiner, había recibido “el pliego del señor general en que le comunica la victoria conseguida el 20 del mismo sobre el enemigo”. De inmediato, “mandó comunicar la noticia a las autoridades y al vecindario. No se hicieron esperar las salvas de cañonazos y el repique general de campanas; música y bailes denotaban el júbilo por el próximo retorno a la normalidad”. 132 133 ¿QUIEN FUE EL TRAIDOR? Otro asunto de los que se mantiene en polémica por casi dos siglos, es el referido a la existencia de un traidor. Discusión que se descompone en dos interrogantes. Primera. ¿Hubo realmente un traidor o fueron otras circunstancias las que hicieron trizas una primavera de libertad soñada por Zela y los tacneños? Y segunda, de haber existido un traidor ¿Quién fue? Gálvez, cuestiona que muchos tratadistas, a partir del hecho que el “26 de junio llegó un expreso a Tacna, el que venía desde el campamento de las tropas del brigadier Goyeneche”, deduzcan la posibilidad de plantearse la interrogante ¿Hubo entonces un traidor? El mismo se responde, categóricamente, que es “necesario protestar, honradamente, de esa afirmación. Ni José Rosa Ara ni Rafael Gabino Barrios, ni otro tacneño alguno pudo ser capaz de tan fea acción, ni de mancillar con ella su nombre y arrojar esa mancha de infamia sobre la nacionalidad peruana”. Fundamenta su opinión afirmando que para “juzgar los hechos históricos es necesario no tomarlos aisladamente sino en su conjunto, en su enlace con los que les precedieron; examinar las causas que los produjeron y las fuentes que fueron su origen. Es preciso algo más: conocido el tiempo en que se desarrollan los sucesos, y sus causas, se debe, también, apreciar el estado psicológico de los hombres y las modificaciones que en él producen los acontecimientos”. Cúneo Vidal, después de desarrollar una de las posibles respecto de la identificación del traidor, proclamó que le repugnaba el hecho “que uno de los pronunciamientos más noblemente inspirados habidos en el Perú por la independencia nacional no hubiese podido sostenerse más allá de cuatro menguados días sin ser manchado por el lodo de la infamia, publicamos en los diarios de Lima, en 1911, la impresión producida en nosotros por la lectura de la sumaria información de 8 de setiembre de 1811, en el sentido de que no hubo tal reacción realista, y en el de que el paso de la dirección de la revolución a manos distintas de las de Zela no tuvo más causa que el fatal accidente que inhabilitó a dicho caudillo”. Incluye Cúneo, “una carta de la señora tacneña doña Amalia Zela viuda de Manzanares, nieta de don Domingo Antonio de Zela y Arízaga, hermano de Francisco Antonio” en la que comenta el artículo del historiador ariqueño y le manifiesta que, en cartas enviadas por don Francisco Antonio, desde su prisión en Chagres, figuran los nombres de los traidores a su persona y a la revolución de 1811. Nombres que ni su padre, don Felipe Alberto de Zela y Gandolfo, ni ella divulgaron. Esto le sirve a Cúneo para declarar que la Historia será la que se “encargará de revelar el nombre del hombre que apresó a Zela, en qué noche, y en qué conjunto de circunstancias; y de descubrirse en su acción, encono sectario, rivalidad de 134 persona, maldad ingénita y ruin ingratitud, como parece ser el caso tratándose del capitán don Rafael Gabino de Barrios, en el sentir de los descendientes del héroe, no será nuestra pluma la que, convertida en ardiente cautil estampe sobre la frente del culpable la marca de los réprobos”. Finalmente, Lizandro Seiner, historiador contemporáneo, con el auxilio de la heurística renovada, sostiene que no cree “que sea función de la Historia juzgar los hechos del pasado; condenar o absolver no son atribuciones de la disciplina. Toda connotación moral va al margen de lo que la realidad objetiva reflejó; una escurridiza imagen que trata de ser permanentemente rescatada y reconstruida en el quehacer histórico. Por ello, al cotejar las opiniones vertidas por los autores, no nos anima la pretensión de identificar puntualmente al supuesto traidor. De nuestra parte sólo estamos en condiciones de poder afirmar, según lo escrito por el conjunto de autores, que la contrarrevolución no provino de elementos ajenos al movimiento, sino que se gestó desde el interior de su dirigencia”. Respecto de la segunda interrogante, Cúneo manifiesta que uno “de los puntos oscuros, hasta hoy, en lo concerniente a la insurrección de Zela, era determinar quién fue el desleal que encabezó la reacción realista de Tacna y apresó al patriota limeño”. Además de los señalamientos, que ya se harán por cada persona; existen algunas observaciones generales respecto de las incongruencias y contradicciones del relato, como cuando Gómez Castañón refiere que el traidor puso a Zela a “las órdenes del subdelegado que cinco días antes había huido a Arica quien vino a Tacna desde donde ofició a Goyeneche manifestándole lo sucedido”, cuando Rivero sólo llegó a Tacna en los primeros días de julio. Sin embargo “José Belisario Gómez, Benjamín Vicuña Mackenna, Manuel de Mendiburu, N. García Camba al escribir sus respectivas historias, relacionadas con los pronunciamientos de / Tacna hicieron mención de esos traidores, teniendo a la vista sin duda documentos irrecusables”. Comenzando con uno de los menos sindicados; hubo quien, desde dentro, logró provocar el derrumbe de la insurrección y tomar prisionero al prócer. Este pudo ser Santiago Pastrana. Abona esta suposición el hecho que el “19 de julio de 1811”, esto es casi un mes después del fracaso de la rebelión de Tacna, la Real Caja “provee un aumento de un tercio de su sueldo a Santiago Pastrana”. Otro de los señalados es don Cipriano de Vargas y Arguedas. Esto en razón a que García Camba afirma que “uno de los alcaldes que había entrado en la revolución, logró durante una de sus rondas, apoderarse de las armas que existían en el cuartel y aprehender a Zelaneira, con lo cual 135 quedaron restablecidas las autoridades realistas, con el apoyo de doscientos hombres pertenecientes a la guarnición de Arica que había remitido el subdelegado Rivero, sabedor de lo ocurrido, por un aviso recibido del cura Benavente, realista”. Precisamente, entonces, el Alcalde Ordinario de Tacna, era el referido Vargas. Es curiosa la observación del hecho de no conocerse sanción a Vargas, aún habiendo sido uno de las personas más próximas a Zela durante la rebelión y no haber sido removida de su cargo de Alcalde, después de la finalización del movimiento de Tacna de 1811. Cúneo manifiesta que cabe en lo posible “que uno de los alcaldes fuese el promotor de la reacción de que se trata, atemorizado ante las posibles consecuencias de la empresa de Zela, o bien cediendo a los prejuicios de su época que hacían del rey un representante de Dios sobre la tierra”. Que es “admisible, además, que el alcalde aludido llevase al cabo su traición en la forma apuntada por García Camba, pero es de todo punto falso que el cura Benavente, desconocido en Tacna, diese aviso al subdelegado, pues éste estuvo presente en Tacna la noche del 20 de junio, al ocurrir el levantamiento, por ser Tacna, desde fines del siglo XVIII, la residencia ordinaria de los subdelegados del partido de Arica, no obstante ser Arica cabeza titular de dicho repartimiento”. Finalmente, existen indicios que recoge Seiner “como para suponer que el cabecilla de la reacción fue Rafael Gabino de Barrios, quien el jueves 27 de junio, al cabo de una semana de iniciado y ya para entonces sofocado el movimiento, escribió al Intendente Salamanca, desde Tacna, dando cuenta de haber debelado la insurrección”. Refiere Cúneo que el “20 de junio de 1911, al cumplir el primer siglo de la primera revolución tacneña, don Jorge M. Corbacho en un artículo titulado ¿Quién fue el traidor de Zela?, publicado en Lima, no vaciló en señalar como a tal al capitán don Rafael Gabino de Barrios; que, según Seiner, es el que “mayor dureza empleó para identificar al traidor utilizando un tono abiertamente acusador”. Escribía Corbacho que pudo aclarar el hecho con un documento que encontró en su viaje al sur. Se trataba de “un oficio del 19 de julio de 1811, dirigido por el intendente de Arequipa don Bartolomé de Salamanca, a don Rafael Gabino de Barrios”. Del contenido “de dicho documento se desprendía que en 27 de junio, Barrios dio cuenta al intendente de Arequipa de haber debelado la insurrección de Tacna, por lo cual merecía las felicitaciones de aquella autoridad". Contra este apresurado enjuiciamiento de Corbacho, Cúneo analisa el significado que podrían tener las frases utilizadas, como “haber debelado la revolución de Tacna, y merecer las gracias de la autoridad de Arequipa, interpretaciones que son de la responsabilidad del señor Corbacho, para quien ambas se desprenden, en forma de conjetura, hija de su propio 136 criterio individual, del tenor del oficio que menciona”; porque lo esencial, sería “hallar en los archivos de la antigua Intendencia de Arequipa, en donde lo hemos buscado inútilmente en más de una ocasión, el oficio de Barrios, de fecha 27 de junio de 1811, a que se alude en el oficio del Intendente de Arequipa, y sacar de los propios términos de su redacción, las conclusiones necesarias”. Concluye Cúneo sus disquisiciones puntualizando que “mientras aquello no suceda, no quedará más recurso que atenerse al sentido literal de la sumaria información que dejamos transcrita en otro lugar” de su máxima obra sobre las Insurrecciones de Tacna. En ella, ninguna de las declaraciones de los interrogados, ni en la de Ferrándiz, ni en la del alférez Santiago Pastrana, tampoco en la del sargento primero Manuel Ramos Aguirre, ni en la del vecino español don José Melitón Beltrán se habla de una “reacción realista insinuada por Camba, suceso que, no vemos por qué, habían de ocultar Ferrándiz, Pastrana y Ramos Aguirre, siendo así que todos ellos volvieron al servicio del rey, en conformidad a sus respectivos grados militares, en el regimiento de Dragones”. Cúneo, sacando una meditada conclusión, cree que “desde el momento de ocurrir la fatal inhabilitación de Zela, circunstancia que admiten de consuno aquellos declarantes, la revolución tacneña estuvo condenada a disolverse por la fuerza de los acontecimientos, sin que hiciese falta una reacción cualquiera”. Gómez parece coincidir en ello, al escribir que la “revolución de Tacna, por sí sola, no podía surgir” porque las “fuerzas que la sostenían y los recursos con que contaba eran diminutos comparados con el número y poder de las tropas reales”. Que, “apoyada oportunamente por Castelli, podía servir eficazmente a la causa de la emancipación americana”. Por el contrario “sin el concurso de él la impotencia anulaba su acción”. Cúneo añade a lo expuesto por Gómez Castañón que una “sola circunstancia, descontada por Zela, habría podido salvar a la revolución tacneña, aun a despecho de la inhabilitación momentánea de su caudillo: el triunfo de las armas porteñas en la batalla combatida en los llanos de Guaqui, Casa y Jesús de Machaca el 20 de junio, fecha en que se produjo el pronunciamiento de Tacna”. Que, desgraciadamente, “las nuevas traídas por un correo venido del cuartel general del brigadier Goyeneche desvanecieron aquella probabilidad. Los argentinos, batidos en aquella acción, retirábanse maltrechos camino de Potosí, y el temible brigadier de Goyeneche, a las puertas, como quien dice, de Tacna, dominaba la situación”. 137 IDENTIFICANDO A UN ESBIRRO Finalmente se discute sobre el sujeto que tuvo el inhumano coraje, la “sangre fría”, para apresar a un hombre inerme que no tenía las manos manchadas de sangre, sólo la ilusión de la libertad. Dice Cúneo que la “tradición, queremos decir aquel conjunto de afectos, añoranzas y prevenciones en que las muchedumbres acostumbran resumir sus querellas, y desde luego sus innatas aspiraciones a lo hidalgo, en oposición a lo desleal, amontonó sus anatemas sobre a cabeza del hombre que, con o sin reacción realista, apresó a Zela y se pregunta / ¿Quién fue ese hombre? y ¿Cuándo, en qué noche y en qué circunstancias se llevó a cabo el acto odioso que repudian de consuno los descendientes del héroe mártir y el sentir popular? Dice el historiador ariqueño, don Rómulo Cúneo Vidal, que, sobre este episodio “esencial del proceso de la primera revolución tacneña, existe una discrepancia de pareceres que, sólo el hallazgo, algún día, de nuevos documentos pertenecientes a los archivos de Tacna y Arequipa podrá esclarecer”. Según Gómez Castañón que, para escribir su obra “El Coloniaje”, clarinada de la historiografía peruana y tacneña sobre la gesta de Zela, recogió su información de “los deudos inmediatos del balanzario, la prisión de Zela se efectuó en el mismo momento en que ocurría la llegada del subdelegado Rivero, al mando de doscientos hombres de la guarnición de Arica, lo cual, de ser cierto, no pudo realizarse antes del 27 de junio, que es como si dijéramos cuatro días después de la inhabilitación de Zela”. Cúneo vuelve a preguntarse. Más, “en fin: ¿Quién apresó a Zela? ¿Barrios, a quien la libertad del coronel Navarro, la noche del 24 de junio, privaba de la investidura de comandante militar de la plaza por la: Patria? ¿Vargas, alcalde de igual manera, por la Patria, a quien la reposición de las autoridades realistas colocaba en igual predicamento? ¿Navarro, en forma de desquite de su propia prisión, sufrida a manos del promotor de la revolución? ¿El subdelegado Rivero, repuesto de su autoridad y empeñado en escarmentar a la revolución por la que se vio sorprendido? ¿Pastrana, que no simpatizó con la revolución y la sirvió a desgano? / ¿Barrios, de nuevo, en calidad de simple particular, como opina Corbacho, en vista el oficio del intendente de Arequipa de fecha 27 de junio? La noción de haber sido Barrios quien, del 24 al 25 de junio, apresó en forma odiosa a Zela, se mantiene en pie, desde ciento y diez años a esta parte en las tradiciones familiares de los que aún quedan del apellido Zela”. 138 LOS DIAS DE PRISIÓN EN TACNA Aunque Cúneo considera que fue “en una noche comprendida entre el 24 y el 27 de junio, fue encerrado de primera intención en la cárcel pública de Tacna”, lo más probable es que ésta se ejecutase el 26, cuando se tuvo noticia cierta de la derrota de los porteños en Huaqui. Un apresuramiento podría ser riesgoso por las represalias que habría de tomar Castelli de haber vencido en Huaqui y haber avanzado sobre la costa inmediata. Respecto del tiempo que Zela permaneció en la cárcel de Tacna hay versiones, como la de Valega, que creía que Zela, al poco tiempo de haber sido hecho “prisionero, en el lecho del dolor. Había sido conducido a Lima, enfermo todavía y condenado a muerte” mientras José Belisario Gómez, que seguramente recogió la versión de los ancianos sobrevivientes de aquella época, manifestó que el caudillo estuvo en “treinta y tres días en prisión, antes de que lo sacaran de Tacna” y Cúneo que expone que el caudillo “permaneció en la celda que se le señaló en la cárcel pública de Tacna, hasta fines del mes de setiembre”. Seiner, finalmente, concluye que días más “días menos, Zela debió permanecer alrededor de veinticinco o treinta días al cabo de los cuales fue trasladado a Arica” (1700). LOS PESOS DE LA CONCIENCIA Don Francisco Antonio fue recluido en la vieja cárcel del pueblo, precisamente en la calle llamada “de la Cárcel”, hoy cuadra primera de “Deustua”, acera poniente. Estando en prisión don Francisco Antonio de Zela recibió la visita de “don Joaquín González Vigil, como substituto (sic) que fue del arriba expresado”. Se refería a Zela, a quién González Vigil reemplazo temporalmente. Le llevaba el registro titulado “Libro de Fundición de barras de plata hechas en el pueblo de Tacna por Francisco Antonio de Zela y Arizaga, Ensayador, Fundidor y Balanzario por Su Majestad en las Cajas Reales residentes en dicho pueblo. Año 1811”. En ese mismo momento se redactó una declaración por parte del prócer por los meses que tuvo a su cargo la función. Esta concluía manifestando que procedía oficialmente, “a la entrega de este libro en el cuartel de mi arresto, a 27 de julio de 1811. Entregué. Francisco Antonio de Zela (firma)”. 139 Desconocemos si entonces alguna norma protegía a los cesantes, viudas o deudos con el cincuenta por ciento del haber que habían disfrutado los titulares. Al parecer, dada la gravedad de los acontecimientos, que podían haber incluido una privación de este derecho, si hubiese existido, los Ministros de la Real Caja guardaron algunos signos de consideración para el compañero en desgracia. Le asignaron el 50% del total de su haber mensual. El 30 de junio de 1811, el Oficial de las Reales Cajas, don “Juan Fernández Camuño”, cobro el sueldo del prócer Zela, “por indisposición de éste”. En octubre de 1812 Zela ya se encuentra prisionero en Lima. El 2 de febrero de 1816 y, desde allí en adelante, se le paga a doña María Siles, abnegada y fiel esposa de Zela, sólo “la mitad del sueldo del Ensayador Suspenso Francisco Antonio de Zela”. Todavía en noviembre de 1820, cuando don Francisco ya había fallecido, se seguía abonando a doña María Natividad; el medio sueldo del marido. Siendo tan pulcra la administración española, esta podría ser, tal vez, una demostración que el prócer sólo falleció entre los 1820 y 1821. REACCIÓN EN AREQUIPA El correo, que el 21 de junio, envió desde Arica el Subdelegado De Rivero, con noticias del levantamiento de Tacna y, previo paso por Moquegua, sólo llegó a Arequipa el “veintiséis de junio de mil ochocientos once, a las siete de esta mañana”. El Intendente Salamanca, preocupado por la situación y atento a la gravedad del asunto, de inmediato ordenó se derive el documento al Ilustre Cabildo para que se convocarán sus individuos en la hora. Por lo que se desprende de la convocatoria y, como se verá, de la propia acta de la sesión del Cabildo, éste se convirtió en “Cabildo Abierto” en el que participaron, además de los cabildantes de rigor, autoridades religiosas, militares y vecinos visibles de la Blanca Ciudad. Ha escrito Valega que la “actitud de Zela, en Tacna, no significó que el único foco peruano, conectado con los patriotas del Plata, era la ciudad serrana (sic) del Sur. También, Arequipa, centro activo y culto de la Intendencia de su nombre, vivió días de agitación, de zozobra y de inquietud liberales”. Ésta era la segunda ciudad “del virreinato, en cultura y en sociabilidad, era, como población de tránsito, la llave política, comercial y 140 administra tiva del Sur. Por ella discurrían las actividades de la colonia, ya de la costa al interior, hasta el Alto Perú y Buenos Aires; ya del centro limeño, en su vinculación con la amplia, rica y poblada zona sureña”. La bella ciudad del Misti, a pesar de su influyente aristocracia fidelista y de su clero mayoritariamente ultramontano ya había demostrado, por parte de su naciente burguesía, de los cholos de su periferia y de sus mestizos del campo; su progresismo social, “y había llamado la atención de los virreyes, desde el año 1776, cuando se exhibió como protestante armada, contra el exceso de tributación del implacable Areche”. La incidencia de la propaganda argentina, más fuerte en Arequipa que en Tacna, se aprecia en una copla militar que los soldados de Castelli, cantaban marchando al noroeste. Rescatada por Valega de la "Literatura Argentina" de Ricardo Rojas, decía: "Arequipa ha dado el sí, / la indiecita seguirá; / la Zamba vieja, ¿qué hará? / ¡Sufrir jeringas de ají!". Valega interpreta los versos de la letrilla como que, en ese momento no sólo ya contaban con “la decisión arequipeña, sino que además) trazan el cuadro histórico del momento. En efecto, Cuzco la indiecita esperaba la acción mistiana, para seguir la causa de los insurrectos; y Lima la Zamba vieja, abandonada por las provincias, sufriría el ataque ardiente de los patriotas. O sea, Lima, en último extremo, desarticulada por el Sur, caería, por la fuerza de las armas patriotas”. También avala la inquietud de Arequipa el hecho que poco antes de la rebelión de Tacna “los jefes militares de Arequipa (...), avisaron a Abascal que algunos eclesiásticos respetables, no solamente por su estado, sino, también, por sus loables costumbres, y vecinos de muy elevado méritos y, sin excepción de otros cualesquiera, los más recomendables, habían, en Arequipa, personas tan adheridas a los sentimientos de la Junta instalada en Buenos Aires, que estaba prevenida y amenazaba, prestamente, una revolución". Finalmente, otro “hecho singular comprueba el entendimiento secreto de Arequipa con los patriotas de Buenos Aires. Un mes y 16 días antes de que Zela se pronunciara en Tacna, el Cabildo mistiano reclamó, como ofensa a la ciudad, el estacionamiento de las tropas virreinales, salidas de Lima, hacia el Alto Perú. Y obtuvo que tales fuerzas se acuartelaran en la otra banda de la ciudad. El cabildo abierto era la oportunidad para que muchos patriotas hasta entonces protegidos en la sombra del anonimato se mostraran con valentía. No se sabe lo que realmente ocurrió, porque, según Valega “el acta fue confeccionada no en el instante, sino después que se supo la noticia de la acción en Guaqui y, para cohonestar la lenidad, se puso en ella, a posteriori, 141 como justa consideración la esperanza en el éxito de aquella, ocultándose los incidentes que en el cabildo ocurrieron”. No obstante, el acta cercenada del referido Cabildo, hay palabras que permiten colegir que la sesión fue candente y polémica. En primer lugar en la sesión del 26, el único acuerdo, referido a convocar a un cabildo abierto para el 27; era evidentemente, a pesar de la urgencia para tomar decisiones, una medida dilatoria en espera de las noticias del resultado de la batalla que se esperaba tendrían los ejércitos realista y patriota. Para el Cabildo abierto, “fueron propuestos los siguientes puntos: ¿qué hará esta ciudad respecto al pueblo de Tacna, por sus acaecimientos? y ¿Qué se hará acerca de la seguridad de esta ciudad? Sobre el primero, con arreglo a la Ley de Indias, se acordó unánimemente se suspendiese todo acto hostil, y se requiriese primero con persuasiones y convenientes razones a los habitantes de Tacna, bajo el supuesto que en el entretanto se recibirían noticias positivas del buen éxito de nuestras armas en el Desaguadero, cuyo acto será suficiente para la pacificación de aquel pueblo”. Respecto al segundo asunto, en caso de una eventual victoria de Castelli, se tomaron diversas medidas para proteger la ciudad. Aunque no se conoce el acta fidedigna, Valega interpreta por algunos hechos aislados, que la discusión debió ser muy fuerte “cuando el Intendente renunció ipso facto a su investidura retirándose de la sala violentamente y cuando el Obispo pretextando razones de salud también la abandonó en seguida y el hecho de que nadie suscribiese el acta”. La argucia dilatoria dio resultado porque el mismo 27 de junio el Intendente recibió “por chasqui despachado por Goyeneche, noticia de la victoria realista sobre las fuerzas argentinas obtenida el 20 de junio”. Allí también debió divulgarse rápidamente la nueva entre la población de todas las clases, y también debieron darse manifestaciones de júbilo por los adictos a la causa del rey. El 2 de julio hubo otra sesión del Cabildo en la que informó oficialmente de la derrota de los argentinos y “otro oficio sobre los acontecimientos de Tacna, en que se da razón de quedar todo tranquilo”. Como era costumbre entonces se acordó se celebre una solemne Misa de acción de gracias y desde la noche anterior se ilumine la ciudad de Arequipa. En la sesión del 26 de julio acordó premiar a Goyeneche, hijo de aquella ciudad, obsequiándole una faja con “bordados de oro” pidiendo al Rey la gracia de Marqués de la Victoria de Guaqui”. 142 “. ..E ll un es 1º de ju lio ,e ls ub de le ga do R iv er o pa rti ó de A ric a co n pa rte de la gu ar ni ci ón y co n un a ba nd er a ne gr a, qu er ie nd o qu iz ás re fle ja re n el la el co lo rd e su ca us a. ..” . 143 RIVERO EN TACNA Rivero partió de Arica “el lunes 1º de julio” “con parte de la guarnición y con una bandera negra, queriendo quizás reflejar en ella el color de su causa”, pero “al llegar sólo encontró una población enteramente en calma, con autoridades ya repuestas en sus antiguos cargos” y el “4 de julio de 1811, que fue el día de su entrada en la ciudad, se acuartelaron los refuerzos que llegaron de Arica para sofocar el levantamiento de Zela”. Lo primero que hizo el Subdelegado fue ordenar que “se publique un bando que haga conocer a la población las manifestaciones populares que han de realizarse con motivo de las victorias conseguidas por los ejércitos del Rey en el Alto Perú, y por la tranquilidad del pueblo de Tacna”. Pero parece que la población no festejó con gran entusiasmo ni lo uno ni lo otro, quizás, unos, por mantener su adhesión al fracasado levantamiento, otros por estar a la expectativa de las posibles sanciones. Esta frialdad o indiferencia, a los ojos del Subdelegado Rivero, podían demostrar que las “ocurrencias de Tacna, no extinguidas del todo”. También, ordenó la publicación de “un bando de perdón general” que, seguramente, se había enviado ya desde Arica. También convocó a Pascual Infantas para “que exhiba cantidad de pesos que tiene en su poder para pagar a la tropa acuartelada en el pueblo de Tacna”. Este “Piquete de dragones que había venido de auxilio”, estaba mandado por el “subteniente Justo Portocarrero, de caballería, así como los infantes: cabo segundo Carlos Enríquez y soldado Casimiro Vargas y el personal de caballería: los soldados Domingo Ramírez, José Bruno, Esteban Iglesias, Pedro Ibáñez y Narciso Albarracín”, todos con cabalgadura. El Subdelegado, con fecha 21 de julio de 1811, solicitó a los Ministros de la Caja Real los fondos suficientes “para mandar un expreso con noticias urgentes a Goyeneche”. El 3 de agosto de 1811, que se cumplía un mes de su llegada a Tacna, solicitaron se les abonase los sueldos que le correspondían por un mes. Como ya se indicó el 19 de julio la Real Caja dispuso un “sospechoso” aumento de un tercio de su sueldo a Pastrana. Por entonces se tramitó una protesta “de algunos arrieros por que no se les cancela por las acémilas que las autoridades realistas tomaron para el ejército del Desaguadero y los agricultores del valle arriba, porque las bestias de carga de la división a cargo de Juan de Dios Sarabia destrozaron sus alfalfares”. 144 LA DISPLICENCIA DE UN INTENDENTE Refiere don Cúneo Vidal que el Intendente “Salamanca, cuya actitud de exagerada fidelidad a la causa realista, contraria a las aspiraciones de independencia, que comenzaban a tomar cuerpo en el íntimo sentir de los americanos fue premiado con la promoción o ascenso que se le hizo al grado de capitán de navío de las reales armadas españolas”. El 28 de junio, desde Arica, el Subdelegado Rivero había escrito al Intendente Salamanca contándole sobre el resultado de la batalla de Huaqui e informándole sobre el comportamiento fidelista de los vecinos de Arica; de los regidores del Cabildo “y principal y particularmente el del Señor cura rector; pidiéndole algún honor para la fidelidad de Arica y, finalmente, informándole sobre el regocijo con que los ariqueños habían recibido la noticia del triunfo de Goyeneche”. La carta del Intendente comienza comunicando a Rivero haber recibido, recién el 4 de julio, su carta, de fecha 28 de junio. El contenido original de esta carta se desconoce, sólo se han podido recuperar algunos fragmentos de la respuesta que le dirigió el Intendente con fecha 5 de julio. Luego le comenta cada una de las noticias que, parece, traía la carta, felicitando y aprobando las medidas tomadas. Parece que el Subdelegado le pidió un indulto para los comprometidos. Salamanca le responde que reserva la decisión final “principalmente en cuanto al indulto al Excelentísimo Señor Virrey”. Se expresa de la rebelión de Tacna como “sólo el desorden de un corto número de cabezas perturbadas, pudo alterar por un momento un pequeño punto de su Virreinato”. Por el contrario el Intendente Salamanca pidió al Subdelegado Rivero extender su agradecimiento al “ilustre cuerpo Ayuntamiento, a todos los vecinos y particularmente al señor cura rector”. En la acostumbrada Memoria de fin de gobierno que informa sobre la gestión realizada, el Intendente Salamanca minimiza los sucesos de junio de 1811 en Tacna, ocurridos durante su gestión gubernativa. Al final de de su exposición manifiesta en pocas líneas que únicamente le restaba “decir que las conmociones populares de Tacna, que luego desaparecieron, se suscitaron por algunos incautos que deslumbrados o vanamente persuadidos, degeneraron allí los sentimientos de tranquilidad y obediencia”. 145 ¡EL LOCO DE DON FRANCISCO! Dos personajes que, aprovechando su investidura, actuaron en la sombra contra la rebelión de Zela, fueron el Párroco de Tacna don Jacinto de Araníbar y el de Tarata don Lorenzo Barrios, que enviaron cartas infamantes contra Zela. Más en el caso de Tarata que en el de Tacna, estas cartas permiten ampliar el panorama. La carta de Araníbar nos ilustra sobre la estrategia de Zela de poner guardas en los caminos que daban acceso a Tacna. También la reacción de Barrios, es un ejemplo de como los enemigos del movimiento del 20 de junio preparaban, desde fuera, una reacción. Estas cartas, que constituyen otra novedad del presente volumen, permitirán una comprensión del hecho histórico en la perspectiva de factores intervinientes que no son los tantas veces referidos protagonistas, que ilustrarán sobre las actitudes de los grupos y los individuos. El 7 de julio de 1811 el doctor don Jacinto de Araníbar le escribía a su Obispo, doctor don Luis Gonzaga de la Encina, por primera vez, después de la rebelión de Tacna, para contarle que luego “que aconteció la desgraciada revolución del 20 del pasado, quiso participárselo con mensajero o propio para que el Obispo dirigiese sus votos y oraciones al Dios de los Ejércitos y alcanzarle misericordia para esta porción infeliz de su rebaño. Pero el cabeza de la revolución, el loco de don Francisco Zela, cerró los caminos de suerte que no se podía comunicar aún con las doctrinas más inmediatas”. Continuaba agradeciendo a Dios y expresando: “ya estamos libres; se ha restablecido el orden, ha vuelto la paz y tranquilidad, se ha restituido al Subdelegado, como largamente podrá decirlo a Vuestra Señoría Ilustrísima el cura Ustariz”. Seguidamente, le comunica, que el referido Ustariz “le informará también ¡cuánto no trabajé en la infausta noche de la octava para libertar la vida al Coronel, para que no hubiese efusión de sangre! ¡Y cómo lo logré todo!, pero tengo la dulce satisfacción de saber que mis feligreses me aman, y que mis fatigas no han sido vanas. En estos días voy a hacer una rogativa y a dar gracias a Dios, como para alcanzar el importante bien de la paz. Vuestra Señoría Ilustrísima no pierda de vista a estas infelices ovejas; y si los superiores intentan hacer algún castigo, imploraré la alta piedad de Vuestra Señoría Ylustrísima para que implore el perdón de unos desgraciados que han delinquido más por ignorancia que de malicia”. 146 SITUACIÓN EN TARATA: INTRIGAS Y FELONÍAS DE UN CURA REALISTA Durante el proceso emancipatorio de las colonias españolas de América hubo sacerdotes con ideas avanzadas favorables a la independencia, como, en México, el cura Hidalgo y su sucesor Morelos; en Chile el padre Camilo Enríquez y en el Virreinato del Perú el cura Muñecas y don Toribio Rodríguez de Mendoza. A Tarata, le tocó tener por entonces a un párroco fanático exponente del fidelismo. Se llamaba Lorenzo de Barrios. Atemorizado por las cosas que pasaban en el Alto Perú desde 1809 siempre estuvo en contacto con el prelado de Arequipa para ponerlo al tanto de su miedo. Ya, desde 1810 le hacía conocer algunos indicios de lo que denominaba “perturbación”. Cuando el Obispo de Arequipa, doctor don Luis Gonzaga de la Encina, peninsular y realista militante, publicó una pastoral a los fieles de su diócesis para que mantengan su fidelidad al rey Cautivo, Barrios lo divulgó con pasión e hizo grandes esfuerzos para evitar que la población indígena de Tarata se plegase al movimiento de Zela. En carta fechada en Tarata el 8 de julio de 1811, don Lorenzo Barrios le decía al Obispo de la Encina que llegada la referida pastoral “me esforcé cuanto pude y mi poca noticia del aimará me permitió hacerles comprender cuantos males se nos seguían de faltar a la lealtad que debemos al soberano y someternos a que nos gobiernen extraños”, refiriéndose a los propagandistas de la Junta de Buenos Aires. Le informa además que “desde muy atrás, se han estado carteando reservadamente el cacique de esta doctrina y el caudillo de Tacna don Francisco Antonio de Zela, ambos compadres” y que, teniendo necesidad de comunicarlo a los más altos niveles, aprovechando su presencia en Tarata se lo hizo saber “al Señor Oidor doctor don Pedro Vicente Cañete que la antevíspera de la Purificación de Nuestra Señora pasó por aquí de Tacna para el Desaguadero”. Le recuerda que, no obstante las rogativas y prevenciones el “pueblo de Tacna se declaró a favor de la Junta de Buenos Aires y las providencias que venían a éste de Tarata se atropellaban unas con otras; si la cosa no hubiese durado tan poco tiempo; ya yo hubiese estado en Tacna bien amarrado, pues la sentencia estaba dada contra mí, sólo porque en la publicación de la Pastoral de Vuestra Señoría Ylustrísima me esforcé cuanto pude y mi poca noticia de la lengua aimará me permitió hacerles 147 comprender cuantos males se nos seguían de faltar a la lealtad que debemos al Soberano y someternos a que nos gobiernen extraños”. Le manifiesta, además, que a “pesar de lo que me amenazaba, no desamparé al pueblo y aún atraje algunas providencias que vinieron para que aquí se les diese curso, en una palabra para que se alzasen, como que ya se habían empezado a cortar palos de lloque para las lanzas y se iba a publicar en forma de bando una de las comisiones que vinieron porque, y desde entonces he estado esperando por horas lo que ya querían practicar conmigo de amarrarme por verme diametralmente opuesto a sus ideas y aunque, según se dice, ya se dispersó enteramente el ejército de los porteños pero no falta quien, para mantener el fermento, que aún no está del todo acabado, diga, que aún tienen fuerzas bastantes y que volverán. Nada menos que antes de ayer, un indio ebrio decía a gritos, queriendo acometer a algunos que tenía delante Yo soy soldado de los porteños y mi capitán mi (sic) manda a que mate a éstos. Si la cosa vuelve a alborotarse, yo no paro aquí y aún si Vuestra Señoría Ylustrísima me lo permite prontamente me retiraré. A este propósito me ha destinado la divina providencia un sacerdote aimarista de profesión, a quien, en meses pasados había solicitado, incluyo a V.S.Y. su carta para que me conceda las licencias necesarias para que él pueda servir la Doctrina, y yo retirarme, es fresca, sólo espera mi respuesta y yo la de Vuestra Señoría Ylustrísima”. Más adelante le informa de un hecho que se había mantenido hasta entonces en secreto, respecto a que “estando escribiendo ésta, ha llegado a mí noticia que en un anexo nombrado Tarucachi, donde estuve desde la víspera de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo hasta la víspera de la octava, dicen que, aunque no lo cumplieron, me quisieron apresar los mismos indios, bien que seducidos por los tacneños, pues en catorce años que soy cura de aquí, y aún andando en quince, no han dado la menor queja contra mí; sin embargo de ser unos indios tan esquivos, que no ha habido cura en esta doctrina contra quien no se hayan quejado, y que yo no los he tratado con condescendencia, sino como me ha dictado la conciencia que debo hacerlo, y mediante ello, los he subordinado, doctrinado, etc. como lo sabrá V.S.Y. pues hoy es el nones del Obispado”. Ya en la parte final de la carta recomienda que, si el Obispo opina favorablemente, las cosas se hagan “con el mayor sigilo porque el lugar está lleno de forasteros, tanto de Tacna, como de San Andrés y de Jesús de Machaca, entre éstos me aseguran hay algunos porteños”. La prudente desatención del obispo de entonces, provocó la impaciencia del clérigo que, con fecha 27 de abril de 1812, le remite una carta, exagerada seguramente, y con el propósito de sacar ventaja de la situación para que no trasladen a religiosos que estaban bajo su jurisdicción. 148 Finalmente dice: “Asi como soy y seré obedientísimo súbdito de Vuestra Señoría Ilustrísima he sido y seré también fidelísimo vasallo de su Majestad. Me opuse a todo esto y de ahí ha nacido la enemiga; y aun podía decir que me solicitó y no quise entrar en sus miras, pues varias veces a pesar de mi adhesión a la justa causa, que tiene bien experimentada, se dejaba caer diciendo que tenía muchísimas insinuaciones de su compadre para llevarse bien conmigo, y especialmente tres cartas, y como nada de esto lo aprovechó, ahí tiene V.S.I. el origen de tanto testimonio y clamor contrario, alegando hostilidades en el cobro de primicias y excesos de jurisdicción; pero como la verdad no pide muchos esfuerzos, no obstante la estrechez de tiempo demostré a V.S.I. hasta la evidencia las imposturas de Copaja y la suavidad y justicia con que estaba cobrando las primicias; he suspendido hasta la actualidad, sin embargo de que ya la fruta y las papas se acaban, sólo por esperar su determinación. Yo vivía satisfecho de haber manejado esta doctrina que se puso a mi cuidado, con demasiada prudencia, pues en quince años que corro con ella no había alentado la menor queja contra mí, aún siendo como son, le puede informar el Sr. Doctoral Don Manuel Menaut naturalmente belicosos y haberla yo adelantado hasta el término en que se halla, remando casi siempre contra el viento, pero veo que me equivocaba, pues la malignidad de un sólo indio díscolo, en bastante a borrar el sacrificio que he hecho de mi salud e interés en beneficio de la misma feligresía y su iglesia: por tanto reproduzco mi solicitud, suplicando de nuevo a V.S.I. me conceda aprovechar estos últimos despojos de vida que me han quedado en el sociego de mi casa, pues ya mi salud no esta para servir curato. Asi lo espero de la benignidad de V.S.I.”. LA TORTURA DE SER JUZGADO ¿Qué ocurrió mientras Zela estuvo en la prisión de Tacna? Cúneo refiere que, “Goyeneche, engreído con su triunfo de Guaqui, aparentó dar escasa importancia a los sucesos tacneños, y se limitó, a exigir el enjuiciamiento de Zela, en su calidad de cabecilla, y el de los reos a quienes concernía el fuero militar”. Fuero que, según Gómez Castañón, encarnaba Rivero quien una vez instalado en Tacna “sometió a Zela a un consejo de guerra y muy en breve se le condenó al patíbulo, que debía cumplirse tan pronto como fuese confirmada la sentencia en Lima, lo cual no llegó a suceder”. Pero Aníbal Gálvez, que confesaba haberse visto obligado a valerse “de suposiciones, más ó menos fundadas, pero deducidas del sistema de administración de justicia vigente en el año de 1811”. 149 Deducía que, como entonces no existían “los consejos de guerra para el juzgamiento de los delincuentes, aun cuando lo fuesen de los delitos de infidencia, alboroto, motín ó rebelión el Sub-delegado en el partido y el gobernador en la Intendencia eran los jueces únicos; debiendo, pues, Rivero, de por sí, iniciar el juicio, ordenar la captura de los principales comprometidos y pronunciar su fallo final que, según se dice, fue de indulto para todos los comprometidos y de pena de muerte para Zela”. Seiner analiza la imposibilidad del juzgamiento por un Consejo de Guerra, puesto que la formación de este tribunal “sólo procedía cuando los hechos resultaban absoluta y positivamente evidentes y el acusado perteneciese al fuero militar. Un caso así se produjo en 1815, cuando una Junta Militar dictaminó, previa formación de causa y dictamen de fiscal militar ad hoc, la aplicación de la pena de muerte a Pumacahua, en su condición de brigadier de los Reales Ejércitos. Lo de Zela era, pues, en esencia diferente; no perteneciendo al fuero militar, tal juzgamiento no procedía y era, por tanto, posibilidad descartada. Aparecía así el subdelegado como la instancia idónea para administrar justicia”. El Subdelegado era un funcionario que unía a sus funciones gubernativas, las judiciales; entonces le correspondía juzgar a Zela. El mismo Seiner se formula varias preguntas que surgen de lo atípico del proceso. Si “condenó a muerte a Zela ¿Por qué entonces no ejecutó la sen- tencia? ¿Qué impedimento existió para que Zela no fuese ejecutado en Tacna? ¿Qué recurso se interpuso para que su causa fuera remitida a Lima? ¿Qué diferenciaba a Zela de futuros caudillos, como Crespo y Castillo, que sí fue ejecutado en el mismo lugar donde se rebeló, Huánuco 1812” sin que su expediente pase a la Audiencia de Lima? Como ya se refirió, el 9 de julio, se inició la Instructiva que mandó instaurar Rivero, con asistencia del Escribano de Tacna, Juan de Benavides, se inició, en primera instancia, el proceso judicial contra los implicados en el levantamiento del 20 de junio de 1811, especialmente en lo que se consideraba hechos punibles como la toma del cuartel, el apresamiento del Coronel Navarro y la apropiación del dinero de las Cajas Reales. Se comenzó interrogando al oficial de guardia, el Alférez don Antonio Ferrándiz. Recién el 6 de setiembre de 1811 le tocó rendir su instructiva al Sargento de la Guardia, don Manuel Ramos Aguirre, de 35 años; el 7 de setiembre le tocó al alférez don Santiago Pastrana; y el vecino José Melitón Beltrán, de 32 años de edad. En el desarrollo de las declaraciones, observa Seiner una notoria dilatación del proceso, ya que entre el bloque de la apertura y la primera declaración, que fue la de Ferrándiz, el 9 de julio, y el bloque de las comparecencias de Ramos, Pastrana y Beltrán, reiniciado el 6 de setiembre; media un lapso de 62 días. 150 UN VIAJE SIN RETORNO Indica Cúneo que el “expediente respectivo se cerró el 9 de setiembre, con la resolución siguiente: Respecto de haberse concluido la anterior sumaria, remítase, a don Francisco Antonio de Zela a Lima, a disposición del Excmo. Señor Virrey del Perú”. Terminaba la Resolución señalando que “respecto de no tener dicho Zela bienes conocidos que embargarle, agréguese a la presente sumaria los documentos que se han hallado en su poder, los cuales hacen ver su conducta, y diríjase todo ello, de igual manera a S.E. el señor virrey, dejando testimonio de los mismos en este juzgado”. Firmaba Rivero ante el escribano Juan de Benavides. Cúneo, destacando en los términos “remítase a don Francisco Antonio de Zela a Lima” expuestos en la conclusión de la Sumaria Información fechada en 9 de setiembre; afirma que el caudillo, “enfermo del cuerpo y del espíritu, permaneció hasta fines del mes de setiembre”, incluso, en base a esos términos, desautoriza “la versión generalmente aceptada de que se le despachó al Callao en la fragata “Bretagne" en los primeros días del mes de agosto del mismo año”. En fecha que Cúneo confiesa no poder precisar “se le trasladó a Arica, en cuya cárcel, anexa por aquella época al viejo cuartel de San Francisco, situado frente a la antigua Recova, se le mantuvo el tiempo necesario”. Allí fue “Justo Portocarrero, oficial del cuartel, quien tenía a su cargo el resguardo del reo ante la ausencia de carceleros”. Sin embargo, respecto de la fecha de envío a Lima; parece que la conclusión de la Sumaria sólo fue un acto formal, porque, quizás, presionado por Goyeneche y el mismo Virrey “Rivero mandó embarcar a Zela el 31 de julio de 1811 bajo partida de registro en la fragata "Bretaña". El mismo día envió una carta al capitán del barco, Francisco Parga, en la que se le confía la remisión del reo”. La carta decía que “Con esta fecha noticio al Excmo. Señor Virrey del Reino, que remito al cargo de Ud. en su fragata Bretaña, que hoy da a la vela al puerto del Callao, el revolucionario del pueblo de Tacna don Francisco de Zela, para que, bajo las correspondientes seguridades lo transporte Ud. a dicho puerto a disposición del Excmo. Señor Virrey; el oficial del cuartel don Justo Portocarrero a cuyo cargo está el preso lo entregará a Ud. con el adjunto pliego y de todo otorgará Ud. el correspondiente recibo. Dios guarde a Ud. muchos años. Chacalluta, 31 de julio de 1811". Entonces, definitivamente, el 31 de julio de 1811, Zela partió para nunca más volver. 151 LLEGADA Y PERIPECIAS DE ZELA EN CALLAO Y EN LIMA Seiner, que en esta parte, ha enriquecido notablemente la información; refiere que, aunque un viaje por vía marítima, a vela, “entre Arica y el Callao, sin escalas y en condiciones normales, exigía 22 días de travesía en ida y vuelta (4) el viaje que llevó a Zela representó 15 o menos días de travesía”; llegando “al Callao, el 14 de agosto”. Ha sido posible saber la fecha por un oficio de Abascal, del 15 de agosto de 1811, en el que comunica que, a “bordo de la fragata Bretaña que ha llegado al puerto del Callao proveniente del de Arica ha venido el caudillo de la sublevación del pueblo de Tacna Don Francisco de Zela”. Este oficio que llegó primero al Intendente Salamanca, fue derivado al Subdelegado de Tacna, el 29 de agosto de 1811. Rivero debió recibirlo el 3 de setiembre de 1811, gracias a los mensajeros que recorrían entre Tacna y Arequipa en cinco jornadas. El oficio Nº 243, en su parte medular, ordenaba a Salamanca y a Rivero “remitir a la brevedad los documentos de la causa seguida a Zela en Tacna”. Este hecho podría explicar la interrupción de la Sumaria Información, en julio, su largo receso y la imprevista reactivación entre el 6 y el 9 de setiembre. De inmediato “las autoridades ordenaron que se le retuviese preso en los aljibes del Real Felipe antes de ser conducido a Lima para su juzgamiento en segunda instancia ante la Audiencia”. Se desconoce cuanto tiempo permaneció en las ergástulas de la fortaleza del Callao antes de su traslado a la Cárcel de Corte en Lima. Dice Gómez que, finalmente, “Zela fue trasladado a Lima, donde lo tuvieron en la “Cárcel de Corte”, una de las prisiones más antiguas, ubicada en la parte noreste del Palacio de los Virreyes, dice Cúneo que Zela “fue encerrado en el calabozo “del corazón” así llamado por ocupar la parte céntrica del viejo edificio”. Seiner ha encontrado evidencias de los tormentos que sufrió el prócer, además de lo que significaba la prisión, la ausencia de la familia, el desamparo de sus tiernos hijos, tal vez, el remordimiento; encontró una carta de “agosto 14, de 1813", en la que Zela solicitaba se obligue al alcaide, que era un tal José de Jaramillo, “para que no lo insulte como lo tiene de costumbre”. Sin embargo hubo, tal vez, más allá de las muestras de aliento de sus parientes, residentes en Lima, clarinadas esperanzadoras que Gálvez ha sabido graficar. Eran las noticias de los levantamientos de Huánuco, de Tacna de 1813, de los avances argentinos en el Alto Perú y la gran revolución de los Angulo en Cuzco. 4 Las travesías de sur a norte demoraban menos que los 22 días que se precisaban para los viajes de norte a sur. 152 LOS REEMPLAZANTES DE ZELA EN EL CARGO DE FUNDIDOR Mientras tanto en Tacna, después de los sucesos de junio de 1811, las cosas volvían lentamente a lo que, debiendo llamarse rutina, se denomina “normalidad”. En las Cajas Reales se había designado como reemplazante de don Francisco Antonio de Zela a don Joaquín González Vigil. No se sabe exactamente la fecha, pero, posteriormente, se nombró como titular a don José Muñoz Romero en los cargos de “Fundidor, Ensayador y Balanzario de las Cajas Nacionales de Arica que residen en Tacna”. Como era de rigor, con fecha 30 de noviembre de 1813, ante el Escribano don Juan de Benavides, se presentó don Felipe Zavala, propietario y vecino del valle de Ilabaya, con el propósito de otorgar fianza, hasta por “500 pesos, para cubrir cualquier resulta que pudiese ocurrir en ejercicio de su ministerio”. Muñoz fue Balanzario hasta que comenzó la Etapa Republicana. No se tiene información respecto de su patria, sus antecedentes familiares ni laborales. INDULTO PARA LOS COMPROMETIDOS Gálvez supone que el Subdelegado Rivero al iniciar el proceso en Tacna, a comienzos de julio de 1811, debió “ordenar la captura de los principales comprometidos y pronunciar su fallo final que, según se dice, fue de indulto para todos los comprometidos y de pena de muerte para don Francisco Antonio de Zela”. A fines de 1811 Goyeneche, embriagado por la victoria, no se dejó ganar por “las venganzas o las represiones, sino que, lo encaminó por el sendero de la piedad y lanzó su decreto de perdón e indulto general para todos los rebeldes”. Concedió “indulto a los individuos que intervinieron en la Revolución de Tacna, con excepción de los principales autores de ella”. Este acuerdo fue elevado para su aprobación por el Virrey y éste lo hizo; remitiendo al Jefe realista de las Charcas, con fecha “23 de enero de 1812 el auto proveido por Real Acuerdo, aprobando el indulto, Goyeneche lo comunicó de inmediato a Rivero para que “haciéndolo notorio se convenzan aquellos de la lenidad con que por primera vez se les han dispensado tan atroces confederaciones, y les estimule a ser fieles al Rey, y pacíficos a la Sociedad, de que son individuos”. Todo esto fue informado al Virrey por Goyeneche desde su cuartel general de Potosí el 10 de abril de 1812. Cúneo dice, respecto “a los demás comprometidos en esta insurrección, 153 unos fugaron de Tacna y otros se entregaron a las autoridades realistas tan pronto como éstas se vieron repuestas en sus respectivos cargos. A éstos, se les siguió un proceso ante la Sala del Crimen de la Audiencia de Lima. Los jueces parece que los trataron con benevolencia, ya que todos fueron consiguiendo la libertad, a excepción del principal autor de la rebelión”. Los que huyeron de Tacna, según tradición uniforme, que recoge Gálvez, y así se libraron de la prisión fueron Francisco de Paula Alayza, Pedro José Gil y José Siles y Antequera”. El mencionado Matías Téllez, que sólo figura en el expediente de 1825, declaraba “que con motivo de la contrarrevolución en que se prendió al precitado don Francisco Zela, salió huyendo el declarante”. Posteriormente, en pleno proceso a Zela, el “4 de marzo de 1812, la Sala del Crimen lanzó un auto de perdón para con los comprometidos en los acontecimientos de Tacna, excepción hecha de Zela, Gil y Siles”. LA HORA DE LAS RECOMPENSAS Después de remitir a Lima los documentos para juzgar a Zela, y a punto de concluir su gestión; Rivero tramitó ante el Intendente y el Cabildo de Arequipa, un de reconocimiento de servicios. En el último, de tres pedimentos al Cabildo de Arequipa, Rivero cuya fecha se desconoce, le rogaba se sirviese “informar (y será la cuarta vez) con arreglo a los nuevos documentos que tengo el honor de acompañar”. Luego le enumeraba los contenidos de los nueve cuadernos con los que pretendía enriquecer su argumentación. El segundo se relacionaba con los desvelos indecibles de policía en obsequio y beneficio del importante puerto de Arica. El tercero comprendía “los trabajos y acertados medios con que logré sofocar la insurrección del pueblo de Tacna ocurrida la noche del 20 de junio de 1811”. Del cuarto al octavo a “los servicios prestados al señor general en jefe, mariscal de campo don José Manuel de Goyeneche y las fuerzas de su mando durante las operaciones realizadas en el Alto Perú, todo ello certificado por los señores oficiales reales de las Reales Cajas de Arica”. Concluía su pedimento señalando que con esos “antecedentes, de cuya rectitud y sinceridad podrá salir garante ese Cabildo, pues son de su conocimiento los hechos referidos, ruego que éste se digne dirigirse al supremo Concejo de Regencia que actualmente gobierna, pidiendo que sean premiados mis servicios y trabajos”. 154 Pl in to ci lín dr ic o de pi ed ra de ca nt er ía y bu st o de lp ró ce re n la pl az a de Po co lla y, in au gu ra do en ju lio de 18 99 ,p or el C or on el do n C iri lo C ar ba ja lG od ín ez ,C om is ar io R ur al de Po co lla y. 155 EL GRITO DE ZELA EN POCOLLAY: UNA LEYENDA MÁS EN LA HISTORIA DE TACNA Está muy difundida una versión que sostiene que la epopeya de Francisco Antonio de Zela ocurrió en ese, hasta hace medio siglo, idílico distrito. La plaza de ese pueblo esta presidida por un bello bronce donde se aprecia a don Francisco Antonio de Zela, rompiendo las cadenas del coloniaje y todos los años se conmemora, con demostrada unción patriótica, cada 20 de junio. Esa versión, irresponsablemente difundida, no tiene ningún fundamento ni histórico ni lógico. Históricamente, se puede asegurar que no existe ninguna mención documental referida a que en algún momento de la rebelión el Prócer tuviese algún acto memorable en dicho lugar. Todo ocurrió en el ámbito urbano del pueblo de Tacna y en un descampado inmediato a ella conocido como “Pampa de la Disciplina” o del “Caramolle”, hoy Avenida “2 de Mayo”. Para los que podrían atribuir a esta pervivencia el soporte de la tradición oral o la memoria colectiva, hay razones lógicas. En 1811 no existía el pueblo de Pocollay. Éste fue fundado sobre un descampado en 1857 por el Prefecto Ildefonso de Zavala. Tampoco existía allí alguna instalación militar por neutralizar. Si se hubiesen preparado barricadas, parapetos o defensas para obstaculizar la llegada de refuerzos, éstas debieron estar orientadas hacia Arica, o en el peor de los casos hacia Moquegua y Arequipa. Entonces, ¿Cómo nació la leyenda? En 1887 el Alguacil, o Comisario Rural de Pocollay, Coronel don Cirilo Carbajal Godínez, tuvo la iniciativa de levantar un busto al Prócer en la delineada plaza de Pocollay, sin que esto tuviera que ver con algún acontecimiento ocurrido allí. El plinto cilíndrico de piedra de cantería y el busto pequeño de yeso endurecido fueron inaugurados, en julio de 1899, contándose con la presencia de don Francisco M. de Zela, que había llegado para la ocasión “procedente de La Paz”. LOS COMPAÑEROS DE ZELA: MARCELINO CASTRO “CHILLEJO” Vistas ya las referencias biográficas de Rafael Gavino de Barrios y Cipriano Vargas, cuando se reseñaron sus gestiones como alcaldes de Tacna; existen personalidades no investigadas todavía, ni presentadas en los libros escritos al respecto, pero que figuran en las relaciones de comprometidos y cabezas visibles en el movimiento de Zela. Es el caso de Marcelino Castro, prácticamente el único, del cual hay referencias que hizo uso de las armas. 156 Se conoce tan poco de este patrono “in pectore” de la Infantería Tacneña, que, cuando Rómulo Cúneo Vidal, presenta la relación de los implicados en el movimiento del 20 de junio de 1811, lo incluye al final de la nómina, como “Marcelino Castro, alias Chillejo (¿Chileno?)”. Esta última alusión; entre paréntesis y signos de interrogación, es más que una duda. Es una hipótesis que parece deducir de un probable error caligráfico. Sin embargo, analizados algunos elementos, no parece corresponder. Al parecer el apodo “chillejo”, por no decir “chillón”, era aplicado, entonces, a personas que solían expresarse, hablar, con un tono de voz muy agudo. El redescubierto Marcelino Castro era bien peruano y locumbeño por añadidura. Pero eso no es todo. Como Castro no figuraba entre los vecinos notables de Tacna, terratenientes y funcionarios; Cúneo lo presenta como “el artesano Marcelino Castro”. Tampoco en esto acertó el gran historiador. Castro era agricultor, un chacarero. Una escritura pública de 25 de setiembre de 1809, registra que Marcelino Castro, “vecino del valle de Sitana, en la doctrina de Locumba vende a favor de doña Francisca Barrios, vecina de Tacna, cinco topos de tierras de pan llevar, las mismas que compró de doña Josefa Suasnábar”. Estaba emparentado con un Mariano Castro, medio hermano o cuñado de una María Torres, que “el 29 de enero de 1811, vendió un pedazo de tierras de su propiedad en el referido valle de Sitana”. Este Marcelino Castro, con toda seguridad mestizo, impetuoso e idealista fue el que juntamente con Zela y José Rosa Ara encabezaron la toma del Cuartel de Infantería y Castro el que, sorprendido por el alférez de la guardia, usó de su espada, hiriéndolo en mano y cabeza. LOS COMPAÑEROS DE ZELA: MANUEL CHOQUE Contra lo que se ha sostenido, por algunos tratadistas, respecto a que el levantamiento de 1811, fue liderado por vecinos de extracción netamente criolla y mestiza; o por otros, que la población indígena de Tacna sólo se incorporó al movimiento, el 23 de junio, cuando Zela pidió al cacique Toribio Ara, convoque a los naturales de los ayllus de la campiña circundante de Tacna en la “Pampa de Caramolle”; la presencia de un Manuel Choque, en la nómina de los abanderados del movimiento del 20 de junio, demuestra que el elemento indígena urbano, asentado quizás en una de las “Rancherías”, participó desde el comienzo dándole a la Insurrección que encabezó Zela, un carácter pluri-clasista. 157 No se puede afirmar que Choque fuese tacneño, más parece que fue oriundo de Ilabaya. Lo que sí se puede afirmar que nació hacia 1776. Debió pertenecer a la condición de indígenas no tributarios o considerado en ese breve estrato, más cultural que racial, de los “cholos” que trabajaban en el campo arrendando pequeñas parcelas, trabajándolas con tesón, o desarrollando alguna actividad urbana como el comercio, el transporte o la artesanía. De haber sido, Choque, un indio tributario, al momento de sepultarlo, el acta de entierro habría sido incluida en los libros parroquiales reservados a los “naturales” o “indígenas”. El 6 de julio de 1810 Manuel Choque era peón, o quizás arrendatario, de “un pedazo de tierras nombrado La Era, situado en el río salado del valle de Ilabaya de propiedad del doctor don José Antonio Aldana, vecino de Ilabaya”. En la indicada fecha se la dio como parte de una deuda que le tenía a doña Ildefonsa Ramírez. Al momento de la transacción “el terreno estaba cultivado de alfalfa a cargo del indio Manuel Choque”. No obstante, era letrado y se le tenían deferencias, aún por personas de cierta consideración, porque el 20 de abril de 1810 doña María Cáceres revoca un poder conferido a don Francisco de Paula Alayza y “lo sustituye en Manuel Choque” para el recojo y venta de su esclavo zambo llamado Juan Pablo. Era casado con María Vargas, de quien no se tiene otra información. Ella lo sobrevivió. Choque participó decididamente en el levantamiento del 20 de junio de 1811. Al parecer no tuvo descendencia. Falleció el 13 de febrero de 1816. Fue enterrado “de caridad”, al día siguiente. LOS COMPAÑEROS DE ZELA: COMANDANTE JOSÉ GIL DE HERRERA Y MONTES DE OCA Según apreciación de don Rómulo Cúneo Vidal, sobre el “coman- dante Pedro José Gil de Herrera y Montes de Oca cabe decir que representó al elemento militar tacneño en la revolución de 1811”. Fue “el militar tacneño de alta graduación que intervino en la revolución de 1811, poniendo el ascendiente que le proporcionaban su grado y su condición de criollo sobre los elementos americanos de la guarnición de Tacna”. El influjo e importancia que don Pedro José Gil de Herrera tuvo en la preparación y ejecución del gran movimiento de Tacna de 1811, lo demuestran “el haber sido excluido del indulto que favoreció a la mayor 158 parte de los comprometidos en aquella aventura, y el haber sido sentenciado a muerte, en rebeldía”. Pedro José, nacido en 1751, fue hijo legítimo de don Estanislao Gil de Herrera y doña María Montes de Oca, tacneños, pertenecientes a dos tradicionales familias de Tacna. Dice Cúneo que abrazó “desde temprano la carrera de las armas”, alcanzando al momento de casarse, en 1782, el grado militar de “ayudante mayor de Infantería española” de Tacna. Dice Rómulo Cúneo que don “Pedro José Gil fue casado con doña Petronila de Alcántara Valderrama, hija del capitán don Pedro José de Valderrama y de doña Francisca Javiera de Palza”. El matrimonio se realizó en Tacna el 8 de setiembre de 1782. Añade Cúneo que ésta, dicha “doña Petronila fue madre, no sabemos en que grado de legitimidad, del conspirador José Gómez, el cual, nació en 1782, que fue el año en que don Pedro José Gil casó con su madre, sin que en la respectiva partida matrimonial se diga haber sido ella viuda de un primer marido de apellido Gómez”. Para llegar, finalmente, a una emocionante conclusión. Pocas veces, dice Cúneo, “se habrá dado el caso de un acuerdo más íntimo de ideas y voluntades que el que se vio entre aquellos dos hombres, Gil y Gómez, quienes, dados los resabios inevitables del corazón humano, debieron quizá, no quererse”. Pero en el entorno de las patrióticas vibraciones del pueblo de Tacna, el padrastro y el “hijo allegadizo conspiraron por la libertad del Perú, lucharon tesoneramente por ver realizado tan santo ideal y fueron a la postre vencidos, ahorcado el uno, prófugo el otro en lejanas tierras”. Sentencia Cúneo que si “Francisco Antonio de Zela fue el alma de la revolución de 1811, Pedro José Gil fue el brazo de la misma”; que Zela “fue el hombre del ideal; Gil era el organizador nato de las fuerzas de aquella revolución”. Agrega que, fracasada “la revolución de Tacna, Pedro José Gil apeló a la fuga y, juntamente con Francisco de Paula Alayza y José Siles y Antequera, cuñado de Zela, provistos de veloces cabalgaduras ganaron el Alto Perú y el campamento de Belgrano (sic) (Cúneo, quiso decir, tal vez, Castelli, en esos momentos en fuga); quien lo acogió con simpatía y distinción”. 159 Dice Cúneo que cuando “ocurrió el levantamiento de Paillardelle en 1813, Pedro José Gil, con el grado de coronel en las filas de Belgrano y José Gómez, so capa de mercader, fueron los agentes seguros, astutos e incansables de quienes se valió el general argentino para insurreccionar la costa”. Cuando “el 4 de marzo de 1812 la Sala del Crimen de la Audiencia de Lima liquidó las causas seguidas a los enjuiciados por el levantamiento de 1811. El fallo fue de perdón para todos los rebeldes con las excepciones siguientes: Francisco Antonio de Zela y Arízaga, condenado a muerte; Pedro José Gil, condenado a la degradación y a la muerte y José Siles y Antequera, condenado a destierro perpetuo”. Hay versiones que registran una breve prisión en Tacna, después de la cual viajó a Lima con su esposa, donde al parecer falleció de dolor después de haber avisado a su confesor, confiando en el secreto que garantiza ese sacramento, los planes subversivos de su hijo; delación que lo llevó al patíbulo. Se indigna el ilustre investigador ariqueño por el hecho que la historia no había dispensado hasta 1921, año que publicó su colosal obra, después de ciento diez años; “al teniente coronel tacneño don Pedro José Gil el galardón, hecho de recuerdo y gratitud a que lo hacen acreedor sus nobles esfuerzos por la libertad de su tierra natal”. Reclamo que, a las puertas del segundo centenario del gran levantamiento de Tacna, sigue siendo una voz en el desierto y una demanda para una justa reparación. LOS COMPAÑEROS DE ZELA: JOSÉ FULGENCIO VALDÉS Y ROSPIGLIOSI Don José Fulgencio Valdés y Rospigliosi representó en el grupo de los comprometidos con el primer movimiento emancipatorio de Tacna, al sector más pudiente y aristocrático. Nació en Arica. Era hijo legítimo del Capitán don “Nicolás Antonio Valdés Avalos, bautizado en Buenos Aires el 26 de Junio de 1734, hijo de don Francisco Valdés, natural del Reyno de Chile, y de doña Josefa Ávalos y Mendoza”, y “su madre fue doña María Emerenciana Julia Rospigliosi de Bustíos”, nacida “en Moquegua en 1742 donde, en 1773, también casó en segundas con el referido don Nicolás y dio poder para testar en 1783”, hija legítima de don “Victoriano Julio Rospigliosi Yáñez de Montenegro y doña María Inés de Bustíos Vélez de Córdova”. 160 Tuvo tres hermanos legítimos conocidos “llamados José Lucas Valdés Rospigliosi, casado con doña Bartola Coria, natural de Arica, con numerosa sucesión y doña María Mercedes Valdés Rospigliosi”. Para acrecentar riqueza y poder contrajo matrimonio con una dama de gran fortuna, “doña Petronila Yáñez de Montenegro, del mismo lugar”, es decir de Arica, hija del terrateniente de Locumba y Sama, don Francisco Yáñez de Montenegro y Yáñez de Montenegro y doña María Vélez de Córdova. El 30 de octubre de 1812 vende a favor de su cuñado “José Félix Yáñez”, la acción y derecho que le corresponde a aquella en la viña de Locumba. Aunque por otras versiones aparece como sobrino del doctor don José Mariano de Vargas de quien heredó “un cuarto y solar ubicado en la calle frente a las Cajas Reales” que vende el 27 de agosto de 1818; no se ha podido establecer filiación ni con éste ni con otras personas pertenecientes a familias moqueguanas mencionadas, como tíos, tal es el caso de “doña Antonia y doña María Pastora de Vargas y don Pedro Vicente Cornejo”. La referida doña Antonia “era legítima mujer del capitán don Juan Marcos de Angulo, Regidor y Fiel Ejecutor de Moquegua y doña María Pastora lo era de don Bartolomé Maldonado, Receptor de Alcabalas, residente en Ilo”. Debió participar muy joven en el movimiento libertario de 1811 porque el 5 de marzo de 1819 don José Fulgencio Valdés era todavía “Alférez disciplinado del Partido de Arica” como apoderado de los mismos, hace otra venta de inmueble. Todavía el 22 de abril de 1820 recibe un poder “de don Tiburcio Baluarte, vecino de Moquegua”. Pasó finalmente a residir en Arica donde en 1821 arrendó una casa que acababa de construir don Feliciano Antonio Gómez “en 90 pesos anuales”. Fue hijo de don José Fulgencio Valdés Rospigliosi y doña Petronila Yáñez de Montenegro y Vélez de Córdova don “José Rafael Valdez Yáñez de Montenegro, bautizado en Tacna en 1797, fue su padrino don P. Portocarrero”. 161 LOS COMPAÑEROS DE ZELA: MANUEL ARGANDOÑA Dice Cúneo que el primer exponente de la familia de apellido Argandoña que se avecinó en Tacna fue “don Juan de Argandoña, teniente de Milicias que casó en el año de 1740, en dicha ciudad de Tacna, con doña Manuela Oviedo natural de Arica”. Pero don Juan debió contraer segundas nupcias con doña Tomasa Bartola, criolla de Tarapacá. Del primer matrimonio tuvieron dos hijos José y María Argandoña Oviedo. Del segundo nacería don Manuel Argandoña, nuestro biografiado. El referido José Argandoña y Oviedo, casó en Tacna el 8 de octubre de1766 con doña María del Rosario Godínes y Cuellar, natural de Tacna e hija legítima de Martín Godínez y María Cuellar. Fueron padres de Ana, Felipe, Isabel, Plácida, y nuestro biografiado Manuel Argandoña Godínez. Doña Ana Argandoña Godínez contrajo nupcias, el 16 de noviembre de 1799, con Marcos Espinoza; don Felipe, el 20 de febrero de 1808 con doña María Acevedo González; doña Isabel casó el 20 de agosto de 1808 con José Pimentel Bustamante; y doña Plácida, el 22 de setiembre de 1814 con Melchor Sarria Berríos. María Argandoña Oviedo, mestiza, contrajo matrimonio el 2 de mayo de 1771 con Blas Figueroa, natural de Mojos del Tucumán, residente en Tacna desde su tierna edad e hijo natural de Benancia Figueroa.Don “Manuel Argandoña”, nació en Tarapacá en 1759. Se avecinó en Tacna donde participó en la insurrección de 1811. Falleció el 4 de agosto de 1834. Al parecer no había casado ni tenido hijos. Su precaria situación se evidencia porque fue enterrado de caridad. LOS COMPAÑEROS DE ZELA: JUAN JULIO ROSPIGLIOSI Aunque la familia Rospigliosi es extensa y antigua en la región, de don Juan Julio Rospigliosi se tienen muy pocas referencias. El hecho de poseer el segundo nombre, Julio, que caracteriza a los varones de la rama principal, convierte a Juan Julio Rospigliosi en uno de los descendientes directos del fundador don “Pedro Julio Rospigliosi, natural de Pistoia, hermano del Pontífice Clemente IX. Don Pedro casó con Bárbara de Candia, hija de Juan Andrés de Candía, conquistador muerto en la batalla de Chumbivilcas, y de Francisca Spínola, hija a su vez del conquistador don Francisco Spínola y de doña Urraca Serrano”. Aunque existen muchos Rospigliosi llamados Juan; sólo se ha podido descubrir uno cuyo ciclo vital se enmarca entre los años 1750, para los que eran maduros en 1811, y 1850 para los que tenían 20 años el año de la Insurrección. Este Juan Julio Rospigliosi contrajo matrimonio con Josefa Vargas y fueron padres de Manuel Julio Rospigliosi Vargas, bautizado en Tacna el 20 de enero de 1793. 162 LOS COMPAÑEROS DE ZELA: DON RAMON COPAJA Don Ramón Copaja había comenzado a ejercer el cargo de Cacique de Tarata sólo meses antes del movimiento de Tacna de 1811. Recién el 17 de marzo de 1810, figurando todavía como vecino del pueblo de Tarata, inicia trámites para lograr el cacicazgo de esa doctrina, como nieto legítimo del que obtuvo estos mismos empleos, don Lorenzo Copaja y Ninaja. Aun sin manejar la vara cacical, don Ramón era un reconocido vecino de Tarata que había hecho fortuna gracias al arrieraje. Hacia 1794 vivía en una casona ubicada en “la calle que sube al cerro que llaman Santa Bárbara” desde la plaza del pueblo; teniendo como lindero inferior la casa Parroquial. Pero, desde años antes de tomar asiento en la tiana o trono cacical, entre el anciano Copaja y el Balanzario Zela, había una honda amistad; tanta que, en octubre de 1805, sin ostentar cargo alguno fue escogido padrino de bautismo de una hija de Zela llamada Rosario. Como esta falleciese párvula, el Balanzario le reiteró su estima y lo hizo padrino de su último hijo, Lucas Miguel, nacido el 10 de octubre de 1810 y bautizado siete días después. Por eso concluye Cúneo que ese “grado de afinidad, muy respetado entre indígenas y criollos, fue causa de que las repetidas visitas del cacique tarateño al compadre limeño pasasen inadvertidas para las autoridades realistas”. Por esa razón se puede asegurar que Zela tenía en Copaja un aliado incondicional en la localidad serrana de San Benedicto de Tarata. Se señala que en 1810 Copaja acababa de oficializar su mandato como Cacique de Tarata; pero, a la sazón ya era un hombre de edad muy avanzada y su mujer también era de mayor edad incapaz de darle un sucesor para el cacicazgo. Don Ramón no tuvo sucesión ni descendencia alguna. Que la explosión revolucionaria de Tacna se preparó con mucha anticipación se puede deducir de lo que dice una carta del Párroco de Tarata, Lorenzo de Barrios a su Obispo, sobre como desde mucho antes de la rebelión se habían “estado carteando reservadamente el cacique” Copaja y su compadre Zela. Según Cúneo, en el levantamiento de Tacna de 1811, fue “el activo emisario entre los argentinos acampados en el Alto Perú y los patriotas tacneños y el agente activo y seguro de que se valieron Zela y Castelli en 163 aquellos días saturados de expectación patriótica”; lo que le valió por este autor el título de El Olaya tacneño. En la etapa preparatoria del movimiento, detallada en el breve proceso que se siguió a Zela, en octubre de 1810, por una comunicación sospechosa que tuvo con Ignacio de Oviedo, estanquillero de la renta de tabacos en Arica, donde le manifiesta que le remitía unas especies que, por la forma criptográfica con que se enumeran, parece que correspondían, a pertrechos de guerra. Le preocupa a Cúneo, como quizás le intrigó al Comandante de la plaza de Arica ¿qué hacía de mensajero don Ramón Copaja, a treinta leguas de su jurisdicción, metido en cosas que no correspondían a su función? No acierta Cúneo cuando escribe que el “cacique de Tarata y Putina asistió a la reunión de la noche del 20 de junio de 1811, de la que salió armada de punta en blanco la primera revolución tacneña”. Reproduciendo lo que expresa José Belisario Gómez, en su Coloniaje, refiriéndose a aquel episodio, hace asistir a esa reunión a un ciudadano Capisca. “Podemos afirmar, por parte nuestra dice Cúneo que en aquella cita del patriotismo tacneño no hubo tal Capisca sino Ramón Copaja, cacique de Tarata y Putina, prócer de la independencia peruana”. Pero, como ya lo señalamos, no concurrió porque existen cartas enviadas por Zela a Tarata teniendo por destinatario a Copaja, y porque el pseudónimo de Capisca se aclara cuando en la rebelión de Paillardelle figura un José Morales, alias el Capisca. Sin embargo su obra de convencimiento fue tal que el cura de Tarata vivía aterrado de la forma como habían cundido las ideas revolucionarias en su parroquia. Cuando se normalizó la vida cívica en esa doctrina, el cura Barrios logró se destituya a Copaja haciéndolo reemplazar por un Juan Ara. Pero, felizmente, después de muchas batallas, recuperó la tiana cacical. Seguramente, sintiendo próxima la muerte y tratando de evitar lo ocurrido a los Ticona que, por no tener sucesión masculina, truncaron su “dinastía”; Copaja pidió se designe para sucederlo a un familiar colateral por no tener hijos, ni esperar sucesión legítima por la avanzada edad de su mujer. Por esa razón solicitaba se declaren por sucesores a los hijos de su sobrina doña Josefa Copaja, mujer legítima del actual Alcalde Mayor, don Manuel Valdivia, hija legítima de su finado hermano, don Lorenzo Copaja. 164 LOS COMPAÑEROS DE ZELA: FRANCISCO MARINO En Tacna existieron hacia fines del siglo XVIII y todo el XIX y el XX dos apellidos que se suelen confundir: Marín y Marino. El “Francisco Marín” de la relación de los acompañantes de Zela que presenta Cúneo es precisamente Francisco Marino. Los Marino, propietarios del famoso “Tambo Marino” ubicado en la cuadra octava del jirón “Zela”. El primero, de los de esta familia, registrado, fue Juan Marino que casó con Josefa Santana. Sólo se les conoce un hijo llamado Ignacio Marino Santana que nació hacia 1760. Contrajo matrimonio en dos oportunidades. Primero, en 1785, con doña Catalina Palza y Gil de Herrera; hija de Matías Palza Rodríguez e Ilaria Gil de Herrera. Posteriormente, casó en fecha que se desconoce con María Berríos Pizarro, hija de Jerónima Berríos. Don Ignacio falleció, “de 93 años”, el 4 de junio de 1853. Del primer matrimonio nacieron Francisco Marino Palza, que es el comprometido con el movimiento de Zela y Juan Marino Palza que fue bautizado el 29 de diciembre de 1792. Del segundo matrimonio fueron hijos Casimiro y Eugenio Marino Berríos. Don Francisco Marino Palza, contrajo matrimonio con doña Josefa Valderrama y Gil de Herrera, hija de Pedro Valderrama y Gregoria Gil. Todavía el 10 de mayo de 1821 sepultan a un hijo, llamado “Miguel de 5 años de edad”. LOS COMPAÑEROS DE ZELA: JOSÉ MANUEL ARA Los Ara figuran entre los vecinos de Tacna que ocuparon los primeros puestos en la gran rebelión. No sólo el Cacique don Toribio y su hijo José Rosa Ara, de quienes se ha escrito mucho, sino otros Ara, como José Manuel o Fulgencio, de quienes poco o nada se conoce. Para entender la filiciación es preciso comenzar en el setecientos, se sabe que el Cacique doctor Carlos Ara y Ticona estudió “leyes en la Universidad de San Javier de Chuquisaca, donde obtuvo el título de Licenciado en Derecho”. Nació el 3 de diciembre de 1724 y murió el 10 de enero de 1784. Casó en dos oportunidades. La primera fue el 15 de octubre de 1751, con doña Josefa Cáceres Montanchez. Tuvo cuatro hijos: el doctor don Cipriano, doña María, que murió soltera; el doctor don Santiago y don José Toribio Ara y Cáceres. En el segundo matrimonio, ocurrido el 9 de diciembre de 1762, fue con doña Pascuala Sánchez y Suárez, “hija legítima de don José Sánchez y doña Pastora Suárez”, tuvo a don Manuel, María, Luciano y José Ara y Sánchez. El primogénito de don Carlos de Ara, y a quien correspondía la vara cacical, era el doctor don Santiago de Ara. Dice Cúneo que, como “su 165 padre, cursó leyes en la Universidad de San Javier de Chuquisaca y se recibió de abogado en esa Real Audiencia. Casó con doña Paula Gómez, natural de Chuquisaca, en la que no tuvo sucesión. Viudo, volvió a casarse en el año de 1790 con doña Ana Sánchez, natural de Tacna. Tampoco tuvo sucesion en este matrimonio. Falleció el 4 de junio de 1792”. Refiere Cúneo que el “gobierno cacical de don Santiago debe haber transcurrido lleno de dificultades y contrariedades, pues su testamento, extendido en 1792 ante el gobernador don Tomás de Menocal, a falta de notario, dice así en una de las cláusulas: Ruego a Dios que mi hermano Toribio disfrute el cargo de cacique en que me sucede, con todo sosiego y no con las tropelías y disgustos que yo he pasado desde el día en que empuñé el bastón”. Al morir don Santiago sin sucesión, la tiana cacical le correspondía al único hermano sobreviviente que era don Toribio. En el “Diccionario” de don Rómulo Cúneo se registra que don “José Toribio de Ara, segundo hijo de don Carlos de Ara y doña Josefa Cáceres, asumió el cacicazgo en 1792”. Tomó parte activa y en el levantamiento de Tacna del año 1811, promovido por el prócer Francisco Antonio de Zela y Arízaga. Fue “nombrado coronel del Batallón de Naturales creado para sostén de aquel movimiento separatista. Tanto él como toda su familia abrazan con fervor el partido de la Patria. Cuando en 1820 San Martín envío desde Chile a algunos emisarios secretos para que informasen sobre la situación en que se encontraba la población peruana respecto de la idea de emanciparse de España; uno de ellos, Landa y Vizcarra, informó desde Tacna que el “Gobernador y Cacique del pueblo don Toribio Ara era un patriota decidido, con influjo, casado, con bastante familia y con más de regular fortuna”. Don Toribio, nacido hacia 1747, tenía al momento de la rebelión la respetable edad de 64 años. Casó, en 1777 con “doña María de la Trinidad Robles”; pero tuvo antes de casarse dos hijos con Melchora Yáñez Ortiz y una última con Vicencia Sánchez. Hijos del matrimonio fueron José Rosa; Manuela; Antonia y Toribia Ara y Robles. Hijos naturales: doña Segunda y José Manuel Ara y Yáñez, de una madre y doña Tomasa Ara Sánchez, de la otra. Doña Segunda Ara y Yáñez casó el 11 de febrero de 1804 con el escribano don José Gregorio de Céspedes e Infantas. Por decreto dictado por el Libertador Bolívar, el 4 de julio de 1825, fue suprimida la institución cacical en el Perú, como don José Toribio de Ara, falleció el 22 de marzo de 1831, fue el último Cacique de Tacna. Decía el decreto que en “el futuro los caciques deberían ser tratados por las autoridades de la República como ciudadanos dignos de toda consideración, pero sin reconocerles ninguna autoridad”. 166 Acota Cúneo que tal “cambio tan brusco, que extinguía una institución cuyo origen venía desde los tiempos del Incanato, no podía hacer variar en los fieles indios su amor y devoción, así como su acatamiento a sus gobernadores naturales, a quienes continuaron reconociéndolos como a tales, aunque fuere simbólicamente”. Don José Manuel Ara y Yáñez, al parecer uno de los que figuran en primera línea en la rebelión de 1811; casó de edad madura el 12 de noviembre de 1823 con doña Teodora Céspedes y Vargas, hija natural de Pedro Céspedes y de doña Isidora Vargas. A veces aparece mencionado sólo como José Manuel Yáñez. No hay más referencias biográficas. Hubo también un Manuel a secas. Fue don Manuel Ara Sánchez, medio hermano de José Toribio, que casó el 2 de mayo de 1793 “con doña Josefa Campusano Suárez”, nacida en Arica, fallecidos antes de 1829. Doña Josefa era hija legítima de Mariano Campusano y de Lucía Suárez Lucuis (5); ambos vecinos de Arica. LOS COMPAÑEROS DE ZELA: JOSÉ ROSA ARA El único hijo varón legítimo del cacique don Toribio fue José de la Rosa Ara y Robles, nacido en 1778. Tenía 33 años cuando participó de la gesta de 1811. Casó, primero, el 31 de enero de 1818, “con doña Tomasa Churruca y Salazar, natural y vecina de Tacna, hija legítima de don Tomás Churruca y Fernández de Córdova y de doña Josefa Salazar” y Rospigliosi y, posteriormente, el 2 de septiembre de 1840, con doña Antonia Churruca. Dice Cúneo que don José Rosa Ara y Robles, hijo primogénito y heredero del Cacicazgo de Tacna; es el prócer tacneño que más se distingue en la gl oriosa acción en que se da el primer grito de la independencia nacional. Es él quien primero desnuda su acero y se enfrenta a las tropas realistas. Seguido por sus fieles indios se apodera de primera intención del Cuartel de la Caballería, hecho lo cual, Francisco Antonio de Zela opera (5)De esta rama descienden los ilustres tacneños doctores José y Arturo Jiménez Borja; hijos de don José Esteban Jiménez y Ara, nietos de doña Dolores Ara y Robles y bisnietos de don Manuel Ara Campusano, que fue uno de los hijos del referido don Manuel Ara Sánchez 167 contra el Cuartel de la Infantería, culminando así el golpe de la revolución tacneña”. Precisamente el emisario Landa y Vizcarra cuando se refiere a don José Rosa Ara dice que es “hijo del anterior y su heredero en el cacicazgo de Tacna” dice, refiriéndose a don José Toribio, a quien a descrito en el párrafo anterior. Puntualiza, además que dicho don José Rosa actuó “en 1811 en connivencia con Zela, y en 1813 en connivencia con Paillardelle y Calderón de la Barca. Casado y con familia”. Eran hermanas enteras de don José Rosa e hijas del Cacique don José Toribio y de doña María Trinidad: “doña Manuela Ara y Robles, natural de Tacna” que contrajo matrimonio, el 25 de febrero de 1830, con don Manuel María Forero y Segura, natural de Bogota, en la Gran Colombia y vecino de Tacna desde 1828; “hijo legítimo de don Ignacio Forero y de doña Sebastiana Segura”. Doña Antonia Ara y Robles, que casó el 30 de abril de 1830 “con el Señor Teniente Coronel don José Cruz Fernández, natural de Puerto Rico, hijo legítimo de don Francisco Fernández y doña María Victoria González” y, finalmente, doña Toribia Ara y Robles que casó con el prócer Manuel Calderón de la Barca. Por su parte don José Rosa Ara y Robles en el primer matrimonio con doña Tomasa fueron padres de Carmen, María de los Santos, Manuela y Feliciana Ara y Churruca. Doña Carmen Ara y Churruca, nacida en 1811, precisamente el año de la rebelión, pero por las circunstancias que vivió Tacna sólo pudo bautizarse en 1818; contrajo matrimonio el 1 de julio de 1828 con don Lucas Vargas y Arguedas, hijo legítimo de don Cipriano de Vargas y Arguedas y de doña Apolonia Osorio y Yáñez de Montenegro. Fueron padres legítimos de doña Rosaura, doña Delmira y doña Rosa Vargas y Ara. Doña Rosaura, nació hacia 1829 y contrajo matrimonio en dos oportunidades, primero con don Mariano Antonio Sierra, y viuda ya, casó con el británico don Enrique Blaxton Harrison, con sucesión que fue tronco de los apellidos Vargas Ara, Harrison Vargas y Cúneo Harrison del Perú y Bolivia. Doña Delmira que nació en 1835, casó, el 25 de mayo de 1835, con el inglés don John Davis Campbell, dueño de los grandes yacimientos salitreros de Agua Santa y Tocopilla en Tarapacá. Tronco de los apellidos ingleses: Campbell, Haig, Dunsford, Price y Hoyle. 168 EL PRÓCER JOSÉ DE LA ROSA ARA Y ROBLES. 169 Doña Rosa nació en 1836 contrajo matrimonio con el germano don Alejo de Visscher Gaensbeck. El matrimonio Ara Churruca sólo duraría diez años. Doña María de los Santos Ara y Churruca que casó el 7 de marzo de 1839 con el viudo de su hermana Carmen, don Lucas Vargas y Osorio, natural de Tacna, “hijo legítimo de don Cipriano Vargas y la finada doña Apolonia Osorio”. De aquí surgen las ramas que ostentan los apellidos Abell, Jones y Visscher von Gaesbeck, de Inglaterra, Alemania y Chile y Valverde de Bolivia. El matrimonio Vargas y Ara tuvieron como hijos a doña Emilia, don Lucas Benjamín y Apolonia. Doña Emilia Vargas y Ara, nacida en 1739 casó con el británico don Godofredo Abell, natural de Londres. Don Lucas Benjamín Vargas y Ara casó con doña Juana Corrales. Finalmente, doña Apolonia Vargas y Ara se desposó con don Macedonio Valverde Pacheco; natural de la República de Bolivia, hijo de don Juan Valverde y doña Juana Pacheco. Doña Manuela Ara y Churruca, nació en Tacna en 1717, casó, el 17 de agosto de 1837, con el doctor don Felipe Osorio Pomareda, natural de Moquegua e “hijo legítimo de don Ramón de Osorio y Yáñez de Montenegro y de la finada doña Manuela Pomareda” y Vargas. Tuvieron dos hijas llamadas doña Deidamia y doña Adelaida Osorio y Ara. Doña Deidamia Osorio y Ara contrajo matrimonio con su tío don Emilio Forero y Ara, notable abogado y político, dueño de la hacienda “Para”. Doña Adelaida Osorio y Ara contrajo matrimonio con Alberto Freudenhammer. Finalmente, doña Feliciana Ara y Churruca, nacida en 1813, fue también bautizada en 1818. Tuvo una hija natural llamada doña Amelia Lloveras y Ara. 170 SENTENCIA DE ZELA Las causas seguidas contra los insurrectos de Tacna vistas por la Sala de lo Criminal de la Audiencia de Lima demoraron tres años para dictar sentencia. En el interin muchos de los comprometidos habían conseguido su libertad quedando arrestado y juzgado por lo evidente de su responsabilidad como principal conductor. Cúneo cree que el “motivo de tal postergación consistió, indudablemente, en las influencias puestas en juego por los deudos de Zela”. El virrey Abascal clamaba por la rápida terminación del proceso y trasmitía sus quejas a la corte de España. Fue el dinero del presbítero don Juan Manuel de Zela y Arizaga, y el de don Julián García Monterroso, hermano y sobrino político del sentenciado, como marido de doña María Eugenia de Urrutia y Zela, hija de la hermana mayor, lo que influyó en la revocación de aquel fallo vengador. De García se dijo que donó a la Corona “la suma de veinte mil pesos para obtener la conmutación de la pena de muerte impuesta a Zela, por la de destierro perpetuo”. Finalmente, el “11 de octubre de 1814, se pronunció sentencia de vista por los señores de la Real Sala del Crimen, por la que condenaron a este reo a diez años de destierro en el Presidio del del Morro de La Habana, para que sirva en las obras de Su Majestad y públicas, a ración y sin sueldo, cumplidos los cuales no pueda volver al reino del Perú, pena de la vida; cuya sentencia de vista, por otra pronunciada en grado de revista, a 19 de abril de 1815, se confirmó, con la calidad de que los diez años se entienden en el presidio de Chagres y no en el Morro de La Habana. En la causa criminal que de oficio se ha seguido contra el indicado Zela de Nayra y otros correos (¿? Corresponsables) por el levantamiento de la noche del 20 de junio de 1811 se verificó en la villa de Tacna”. El 28 de marzo de 1815 Zela fue embarcado finalmente en el Callao, rigurosamente custodiado, rumbo a la prisión que sería también su tumba: el presidio de Chagres. 171 Los esteros y bahía de Chagres (Fondo izquierda el castillo-prisión) Vista del castillo-prisión desde el poblado de Posada de las Cruces Vista, desde la playa, del castillo-prisión de Chagres 172 ZELA EN CHAGRES Seiner es quien mejor ha investigado esta última etapa en la vida del prócer, aportando datos sobre los afanes de su hermano, el cura Juan Miguel, para cambiarle la pena, por otra más benigna. Éstos no prosperaron. Llegó Zela a esa prisión panameña en 1815, “con cuarenta y siete años a cuestas, su salud seriamente quebrantada y en compañía de su sexto hijo José Manuel”. En esa prisión tropical, a los rigores del “clima se sumaron las propias limitaciones que le imponía su condición de reo: el portar cadenas, alimentación insuficiente y la presumible insalubridad de su celda. A los dolores del cuerpo, debió agregar los dolores del alma, José Manuel, su hijo, niño de alrededor de 12 años, sucumbió rápidamente a los embates del clima istmeño. Como intuía un autor “matáronle el clima del istmo y la falta de libertad, de movimiento, de luz y de alegría, sin los cuales no se concibe la edad venturosa de la niñez”. Debió morir probablemente en 1817, dos años después de haber llegado a Chagres según lo anotado por Cúneo, que afirmaba que el niño fue sepultado en el cementerio de la Posada de las Cruces, villorrio situado cerca al presidio”. Seiner registra que durante “el tiempo que permaneció recluido, tampoco dejó Zela de enviar comunicaciones a su esposa. Desde el momento mismo en que se disponía a partir (...), hacia 1815, escribió Zela tres cartas a su esposa María Natividad. En una de ellas, le solicitaba acceder al pedido de ser acompañado por su hijo José Manuel, pedido del que no pudo sustraerse la madre, quien desde ese momento agregaba una angustia más a su ya largamente atribulado corazón. Confinado ya en el presidio, se sabe que Francisco Antonio redactó y envió, a comienzos de 1821, dos misivas dirigidas a su esposa, aunque cuesta bastante creer que solamente después de transcurridos seis años de encierro recién se animase a escribir cartas. Su inquietud por la situación de sus hijos, su descripción quizás moderada del presidio para no ahondar las angustias de su esposa, justifican sobradamente la existencia de cartas que hoy y muy probablemente en el futuro todavía desconozcamos”. Las dos cartas, escritas a principios de 1821, cuando a María Natividad ya vivía en Ilabaya; están extraviadas. Prestadas por los hijos a un pretendido historiador boliviano, ni se publicaron, ni retornaron a la familia. Se ha conservado, no obstante, idea de su contenido. En la segunda trataba sobre “la contrarrevolución que algunos de sus compañeros tramaron contra él. En ella, se queja Francisco Antonio de cinco compañeros de conspiración a cuya tibieza achaca el fracaso del movimiento. Además, se lamenta del quebrantamiento de salud que lo redujo a la impotencia de seguir liderando a sus hombres y le impidió tomar bajo su control Arica, en donde pensaba sostenerse aún en la hipótesis que Castelli resultara vencido en Guaqui” 173 ¿DEBIDO A QUÉ LA FAMILIA DE ZELA SE TRASPLANTÓ A SUELO ILABAYANO? Pinta Seiner, patéticamente, la situación de los Zela Siles. Perci- biendo el 50% del sueldo de Balanzario, vendida la casa de Tacna, las cartas, “a principios de 1821, encontraron a María Natividad viviendo en el pueblo de Ilabaya”. La pregunta formulada en el título de este capítulo es una interrogante que muchos se hicieron y se hacen, incluso sus descendientes. Preocupa reconocer que, todavía hoy, con carreteras y vehículos motorizados, Ilabaya, la capital del distrito del mismo nombre, nos parece muy distante, remota, inalcanzable y casi legendaria. Inquieta comprobar como una familia de funcionarios, necesariamente urbanos, como los Zela, secularmente arraigada al pueblo de Tacna, como los Siles; escogiesen a la entonces lejana Ilabaya, como su nuevo y definitivo asiento. Aunque los Siles tenían grandes intereses en la hacienda de Cinto, que había sido de su propiedad, y, que una hija de don Francisco Antonio de Zela, llamada doña María Flora de Zela y Siles, casase con un poderoso señor de Ilabaya, don Pedro Antonio Julio Ropigliosi; la vinculación viene de tiempo antiguo. Parece que todo se remonta a la amistad que debió existir entre don Alberto de Zela y Neyra y los Vizcardo, vecinos y propietarios de primera, en el valle de Majes, jurisdicción de Arequipa. Don Alberto, ensayador en la callana de Cailloma, escaparía, de vez en cuando, de los fríos glaciales de la mina y pasaría al valle más inmediato, para disfrutar en los plácidos vergeles de Pampacolca, Viraco, Machaguay, Corire o Aplao para disfrutar de su buen temple, su fruta y sus bien reputados licores. Allí conocería a la familia Vizcardo de Pampacolca, a cuya ilustre cepa pertenecería, precisamente, el jesuita expulsado en 1768 y autor de una carta de denuncia contra la tiranía de España en el Nuevo Mundo y considerado uno de los precursores de la independencia nacional. El 30 de junio de 1789 se extiendió una escritura de arrendamiento de la hacienda “El Cairo”, de la comprensión de Ilabaya, que hace don Alberto de Zela y Neyra, como apoderado de “mi Señora doña María Gregoria Vizcardo”, propietaria de la misma. 174 LA MUERTE DE ZELA: DE LO HISTÓRICO A LO LEGENDARIO Aunque se ha sostenido, quizás alegóricamente por Cúneo que el prócer cerró sus ojos en las tórridas selvas de Chagres el mismo 28 de julio de 1821 cuando la luz de la libertad iluminaba el suelo peruano. Seiner ha revisado todas las fechas que se han propuesto a través del tiempo. Así “Corbacho entendía ser 1817 aunque después coincidió con Aníbal Gálvez en ubicada en 1818; Mendiburu, García Rosell, Montani y Lavalle reconocieron haberse producido en 1819. El único que dio a entender el año de 1820 fue Luis A. Eguiguren, a pesar de haber planteado en obra anterior el año de 1819. En 1911, Juan Bautista de Lavalle, encargado por la Comisión Centenario de Zela de redactar, con carácter de difusión, una versión compendiada de la vida del prócer y pormenores de la insurrección de 1811, señalaba al respecto: "créese que murió el año 1819 en vista del parte del gobernador de Chagres en que da cuenta de la muerte de Zela y que es de 1820". La sufrida y abnegada viuda de Zela, en un petitorio al Supremo Gobierno, el año 1837, manifiesta que “hasta poco antes de Ayacucho en que tuvieron noticia cierta del fallecimiento del confinado”. Concluye Seiner que todo ello “conduce a establecer como fecha de fallecimiento 1819 o quizás 1820, si consideramos la posibilidad de haberse redactado en los meses finales de este año”. DESCENDENCIA DE DON FRANCISCO ANTONIO DE ZELA De los nueve hijos de don Francisco Antonio de Zela y Arizaga y de doña María Natividad Siles de Antequera, mencionados; sólo llegaron a la mayoría de edad y tuvieron sucesión: María Flora, Emerenciana, José Buenaventura, José Santos y Lucas Miguel de Zela y Siles. María Manuela, José Santiago y María del Rosario de Zela y Siles, bautizados en 1799, 1800 y 1807, respectivamente, fallecieron de tierna edad. Finalmente el pequeño José Manuel que cuando tenía sólo nueve años de edad, acompañó a su padre al destierro y prisión en Chagres donde falleció de 11 años de edad (6). María Flora de Zela y Siles casó con don Pedro Antonio Julio Rospigliosi, hijo legítimo del Teniente Coronel Bartolomé Julio Rospigliosi y 6 Desde 1921 no se actualizaba el linaje de don Francisco Antonio de Zela. Con toda seguridad el que esbozamos en el presente capítulo debe tener muchas omisiones involuntarias, seguramente numerosos errores, pero pretende iniciar una tarea que deberá estar concluida en el 2011 año en que recordaremos solemnemente el bicentenario del grito libertario de Zela en Tacna. Agradezco a la Señora Lida Olivares de Burns por su invalorable apoyo en esta difícil tarea. 175 Albarracín y de Eugenia de la Flor y Vértiz; y fueron padres de Antonio, Angel, Mariano, Federico y Eugenia Rospigliosi y de Zela. Sólo tuvieron sucesión Angel y Eugenia Rospigliosi de Zela. Aquél casó con Urbana Nieto y Vértiz; y ésta contrajo matrimonio con Juan Siles Infantas. Los primeros fueron padres de Manuel Antonio, Carmen, Delfina, Amelia y Juan de Dios Julio Rospigliosi y Nieto. Sólo Manuel Antonio Rospigliosi Nieto tomó estado al desposarse con Matilde Arbelo y Correa, los demás murieron solteros. Los segundos fueron padres de Juan y Manuela Siles Rospigliosi, gemelos; de Mercedes, María, Gerardo, Pedro y Alcira Siles Rospigliosi. Sólo ésta última, contrajo matrimonio. Los demás hermanos murieron sin sucesión. Alcira Siles Infantas Rospigliosi casó con Elesbán Fernández Prada y procrearon a Angela, Flora y Eduardo Fernández Prada y Siles Infantas. La descendencia de Emerenciana de Zela y Siles es más copiosa. Casó con el ilabayano Luis Sánchez y fueron padres de Manuel de la Cruz, Angela, Pedro y Eusebia Sánchez Zela. Eusebia murió sin sucesión. Fueron hijos de Manuel de la Cruz Sánchez de Zela los siguientes: Arturo, Etelvina, Manuel y Pablo Sánchez de Zela. Sólo Etelvina tuvo sucesión porque procreó una hija legítima llamada Etelvina Llosa y Sánchez. Doña Angela Sánchez de Zela fue casada con don Manuel Isaac Yánez Fernández Cornejo, hijo legítimo de don José Fermín Yánez y de doña Paula Fernández Cornejo. Tuvieron los siguientes hijos legítimos: Emerenciana, Paula, Lastenia y José F. Yáñez y Sánchez. Paula y José F, murieron sin dejar descendencia. Emerenciana Yáñez y Sánchez contrajo matrimonio con don Mariano Cornejo y fueron padres legítimos de Angela y Paula Cornejo Yáñez, que fallecieron sin sucesión. Lastenia Yáñez y Sánchez que se desposó en 1859 con don Neptalí Nieto Cornejo y fueron padres legítimos de Neptalí y Blanca Nieto Yáñez. Don Neptalí Nieto Yáñez fue padre de don Víctor, Genaro, Jesús y Lastenia Nieto y Lévano. Don Víctor Nieto Lévano contrajo matrimonio con doña María Becerra y fueron padres de Federico, César, Víctor, Hidia y María y Javier Nieto Becerra; con sucesión de apellidos Nieto Rossi, Nieto Vega, Nieto Portales, Nieto Mazuelos y Velarde Nieto. Don Genero Nieto Lévano fue padre de Rosa, Nora, Carlos, Fernando, Norma Nieto Juárez; con descendientes de apellidos Velarde Nieto y Nieto Ormeño. Don Jesús Nieto Lévano fue padre de Doris, Rosa, Jesús y Victoria Nieto Ordóñez que origina las familias de apellido Temoche Nieto, Pinto Temoche, Temoche Becerra, Ayala Nieto, Nieto Luna y Ortega Nieto. Finalmente, Lastenia Nieto Lévano que es madre Arvey, Juvenal, Rosa, Marina y José Juárez Nieto que forman, entre otros, las familias de apellidos Málaga Juárez y Juarez Gutiérrez. Doña Blanca Nieto Yáñez fue madre de Norberto y Julia Cerrato Nieto. Corresponde a esta rama don Alberto Alzamora Nieto, padre de 176 Delfín Alzamora Ordóñez. Don Norberto Cerrato Nieto fue padre de Norberto, Juan, Miguel Angel, Luis y Alberto Cerrato Tamayo. Norberto Cerrato Tamayo es padre de Priscila, Rodrigo y Antuane Cerrato Ramos. Juan Cerrato Tamayo es padre de Alessandro y Fernando Cerrato Velásquez. Miguel Angel Cerrato Tamayo es padre de Danika y Luiggi Cerrato Saavedra. Alberto Cerrato Tamayo es padre de Fabián Cerrato. Doña Julia Cerrato Nieto casó con don Alberto Valdez y fueron padres de Lourdes, Teresa y Carlos Valdez Cerrato. Lourdes y Teresa originan las familias Zapata Valdez y Bolívar Valdez, respectivamente. Pedro Sánchez de Zela, en sus dos matrimonios fue padre de Isidoro, Corina y Luis Sánchez Zevallos y de Aurelio, Honorio y Ernestina Sánchez Herrera. Isidoro Sánchez Zevallos falleció sin sucesión. Corina casó con el doctor Artidoro Espejo Asturizaga. Luis Sánchez Zevallos fue padre legítimo de María Luisa, Emma y Luis Sánchez Picoaga. Emma Sánchez Picoaga casó con don Pastor Aguirre Morales y fueron padres de Luis Aguirre Sánchez, destacado periodista y de Elena Leticia Aguirre Sánchez. María Luisa casó con Arturo Aguirre Morales y fueron padres de Arturo, José Marcos, y Maria Luisa Aguirre Sánchez. María Luisa Aguirre Sánchez contrajo matrimonio con Helmer Sward y fueron padres de Helmer John Sward Aguirre, Anna Cristina Sward Aguirre e Inga Marianne Sward Aguirre. Celia Aguirre Sánchez casó con Gonzalo Calderón Torres, General del Ejército Peruano; padres de Eva Linda del Pilar, Gonzalo y Ana María Calderón Aguirre. José Marcos M. Aguirre Sánchez es padre de Mario, María Luisa, Marco Antonio, Rosario y Pilar Aguirre López. El doctor Aurelio Sánchez Herrera casó con doña Blanca Tregear y fueron padres del ingeniero Hernán y Hortensia Sánchez Tregear y de Carmen Luz Sánchez Tregear de Patriau. Honorio Sánchez Herrera fue padre legítimo de Darío y Teresa Irene Sánchez Quelopana. Ernestina Sánchez Herrera de Quelopana madre legítima de Dionisio Quelopana Sánchez y abuela de los distinguidos militares Chávez Quelopana. Lucas Miguel de Zela y Siles. Siguió la carrera militar hasta alcanzar el grado de Coronel. Sólo se sabe que casó con María Paz; pero se desconoce si tuvieron sucesión. 177 Josefa de Zela y Cornejo, hija de Buenaventura de Zela y Siles Antolín de Zela y Cornejo, hijo de Buenaventura de Zela Descendientes y familiares de Buenaventura de Zela y Siles, hijo de Francisco Antonio de Zela Matilde Vértiz esposa de Antolín de Zela y Cornejo, Esposa dMMae Antolín 178 José Buenaventura de Zela y Siles, que a veces figura como Vicente, nació y se bautizó en Tacna el 13 de julio de 1806. Pasó a residir con su madre y hermanos a Ilabaya en 1827. Fue casado en dos oportunidades, primero, con Rosa Sánchez, que falleció en 1839; y, segundo, en Ilabaya el 10 de julio de 1841 con Petronila Cornejo Vértiz, natural de Ilabaya hija legítima de José Cornejo Vértiz y Tomasa Vértiz Cornejo. Sólo hubo descendencia en el segundo matrimonio constituida por Martina, Segunda, Delmira, Josefa y Antolín (el primero), Francisco Antonio y María Adelaida de Zela y Cornejo. Todas las hijas y Francisco Antonio fallecieron sin sucesión; sólo Antolín tuvo numerosa descendencia. Don Antolín de Zela y Cornejo, nacido en 1878, contrajo matrimonio en Ilabaya el 20 de abril de 1871 con Matilde Vértiz y Nieto, nacida en ese distrito hija legítima de Pedro José Vertiz Cornejo y de Petronila Nieto y Vértiz. Fueron sus hijos: Petronila Deidamia, M. Antolín, Matilde Alina, Carmen Regina, Manuel Alejandro, Francisco Armando y Juan Luis de Zela y Vértiz. De Petronila Deidamia, Matilde Alina y Carmen Regina de Zela y Vértiz no existen referencias sobre su estado civil ni descendencia. M. Antolín (el segundo) de Zela y Vértiz nacido hacia 1878. Fue padre de María Luisa de Zela Vértiz, con numerosa y notable descendencia. El segundo compromiso de don Antolín fue con Raquel Vargas con quien casó en Ilabaya el 2 de agosto de 1908. Al parecer no tuvo sucesión. Viudo contrajo enlace con la dama de familias ilabayanas, doña Albina Hurtado. El matrimonio se realizó en Ilabaya el 9 de octubre de 1919. Fueron hijos de este matrimonio: Hugo, Antolín, Francisco, Carmen, Matilde y Nelson de Zela y Hurtado. De los hijos de don Antolín, doña María Luisa de Zela Vértiz, nacida en 1900 y fallecida en 1994, había casado en 1915 con el capitán EP Ernesto Merino Rivera, representante a la constituyente de 1931. Falleció en 1967. Fueron sus hijos: María Luisa, fallecida de tierna edad; Elsa Lyda, Ethel Mildred, Dora, Lyllian Maud y Betsy Mabel Merino de Zela. María Luisa Merino de Zela, murió a poco de nacer en 1916 y Dora Merino de Zela, nacida en Cuzco, falleció de 18 años sin sucesión. La doctora en Etnología Ethel Mildred Merino de Zela, nació en Lima el 7 de octubre de 1922 y falleció el 5 de diciembre de 2005. Fue directora de la Escuela de Música y Danzas Folklóricas y Fundadora del seminario de Folklore del Instituto Riva Agüero. Entre 1955 y 1957 residió en Tacna, tierra donde su ilustre antepasado dio el primer grito de libertad, como directora del Instituto Industrial. 179 Descendientes de Buenaventura de Zela y Siles Dr. Hugo de Zela Hurtado, biznieto de Buenaventura Francisco Armando de Zela y Vértiz, hijo de Antolín Juan Luis de ZelaRodríguez, Nieto de Antolín de Zela Luis Enrique de Zela y Loayza, hijo de Juan Luis Francisco Armando de Zela y esposa, Rosenda Nieto Elva de Zela y Nieto, hija de Francisco Armando de Zela María Luisa Muñoz de Zela, sobrina de Luis Enrique Marlene Cristina de Zela Cucho de Walters María de Zela y Cornejo, hija de Buenaventura 180 Lyllian Maud Merino de Zela nació en Lima. Experta en Turismo y aeronavegación comercial. Es soltera. Elsa Lyda Merino de Zela casó con Eduardo Molina Solis. Fueron padres de Elsa Luttie, Eduardo y Linda Rocío Molina Merino. La primera, nació en 1949, casó con Jorge Lazarte Conroy y fueron padres de Eduardo, Rodrigo y Diego Lazarte Molina. Eduardo Molina Merino; es divorciado sin hijos y Linda Rocío Molina Merino es soltera sin hijos. Finalmente, Betsy Mabel Merino de Zela, que nació en Lima el 9 de octubre de 1928, casó en Lima con José Luis Recavarren Castañeda, natural de Lima fallecido en enero de 1980. Son sus hijos: Betsy Herminia Luisa, José Alejandro Ernesto y Alberto Eduardo Reynaldo Recavarren Merino. José Alejandro Ernesto Recavarren Merino falleció soltero en 1986 y Alberto Eduardo Reynaldo Recavarren Merino es soltero. La señora Betsy Herminia Luisa Recavarren Merino de Zela, a quien el autor agradece, por haberle facilitado los datos familiares, contrajo matrimonio en 1990 con Willy Hermoza Samanez. Los hermanos de Zela Hurtado son de todos los descendiente del prócer Zela, los que han estado más vinculados a Tacna. El diplomático Hugo de Zela Hurtado ha sido fundador de la Asociación Departamental Tacna, más tarde fusionada con el antiguo club, presidente del Club Departamental Tacna en varias oportunidades. A su gestión corresponde la consecución del amplio local de la Avenida Salaverry y a la creación de la Asociación de Clubes Departamentales. Diputado electo en 1962. Es casado con Eva Martínez. Son padres de tres hijos Hugo, Francisco Antonio y Patricia. Su hijo Hugo Claudio de Zela y Martínez ha seguido la honrosa tradición diplomática de su padre. Es casado con María Eugenia Chioza. Otro hijo es Francisco Antonio de Zela Martínez, destacado científico casado con Isabel Díaz. Patricia de Zela y Martínez es una exitosa empresaria El doctor Antolín de Zela Hurtado, distinguido médico, y Carmen de Zela y Hurtado, impulsora del Comité Femenino del Club Departamental Tacna y su presidenta, recientemente fallecidos. El recordado Francisco Antonio de Zela Hurtado, oficial de la FAP, muerto muy joven en un accidente aéreo. Matilde de Zela y Hurtado representó a Tacna en el certamen para elegir a la mujer más bella del Perú. Nelson de Zela y Hurtado, destacado ingeniero y empresario, es el descendiente de don Francisco Antonio de Zela que reproduce, con más fidelidad, los rasgos fisonómicos del Prócer. 181 Descendientes de Emerenciana de Zela y Siles Don Luis Sánchez y de Zela, hijo de Emerenciana de Zela Don Luis Sánchez, esposo de doña Emerenciana de Zela y Siles. Blanca Nieto Yáñez, hija de Lastenia Yáñez y Sánchez, nieta de Ángela Sánchez de Zela y bisnieta de Emerenciana de Zela y Siles. Maria Luisa Sánchez Picoaga, nieta de Pedro Sánchez y De Zela y bisnieta de Emerenciana De Zela 182 Juan Luis de Zela Vértiz, se radicó en Lima. Contrajo matrimonio con María Luisa Sulfache Rodríguez y fueron padres de Juan Luis de Zela Rodríguez, nacido en Lima el 20 de mayo de 1924 casó con Luzmila Loayza Ortiz de Zela. Fueron padres de Luz Irene y Luis Enrique de Zela Loayza. Luz Irene de Zela y Loayza, nació el 22 de setiembre de 1951, contrajo matrimonio con Ángel Lorenzo Muñoz Mayor. Fueron padres de Rocío Irene, María Luisa y Miguel Ángel Muñoz de Zela. Rocío Irene Muñoz de Zela nació el 8 de junio de 1973, se desposó con Jaime Orlando Cueto Loayza. María Luisa Muñoz de Zela, nacida el 1º de febrero de 1975; a quien el autor agradece infinitamente por lo mucho que ha colaborado en desarrollar esta rama del fecundo árbol familiar de los Zela. Miguel Ángel Muñoz de Zela, nacido el 13 de junio de 1979 casado con Ángela Patricia Maraví Acosta. Luis Enrique de Zela y Loayza, nacido el 19 de febrero de 1962 y fallecido el 24 de enero de 2006. Casó con Dora Victoria Díaz. Tuvo dos hijos: Luis Enrique y Marisol de Zela Díaz, nacidos el 21 de mayo de 1991 y el 27 de agosto de 1997, respectivamente. Francisco Armado de Zela y Vértiz, conocido familiarmente sólo como Armando nació el 16 de julio de 1887 y murió el 25 de enero de 1931; contrajo matrimonio con Rosenda Nieto Villanueva, también descendiente de dos familias muy reconocidas de Ilabaya; nacida el 29 de agosto de 1902 y fallecida el 18 de noviembre de 1979. Tuvieron cuatro hijos llamados Esperanza, Carlos Alberto, Jorge y Elva de Zela Nieto. Carlos Alberto de Zela Nieto, fue piloto de la Fuerza Aérea y falleció joven y sin sucesión en acto de servicio y Jorge de Zela Nieto falleció de corta edad. Esperanza de Zela Nieto casó con Juan Vargas Llosa y fueron padres de Carlos Armando y Adrián Juan Jorge Vargas de Zela. Carlos Armando Vargas de Zela contrajo enlace con Miriam Méndez y tienen tres hijos llamados Arianna, Aracelli y Fabricio Vargas Méndez. Adrián Juan Jorge Vargas de Zela se desposó con Helena Rubio Balarezo y tienen dos hijas llamadas María Belén y Micaela Vargas Rubio. Elva de Zela Nieto contrajo matrimonio con Hugo Maldonado Lértora. Tuvieron cuatro hijos llamados Hugo, Miriam, Liliana y Arturo. Hugo Maldonado de Zela casó con Ava Jurado y tienen tres hijas Ava, Cynthia y Mariana Maldonado Jurado. 183 Descendientes de María Flora de Zela y Siles Eugenia Rospigliosi y de Zela, nieta del prócer Francisco Antonio de Zela Esposa de Angel Rospigliosi y de Zela, Urbana Nieto y Vértiz e hijas, Carmen y Amelia Rospigliosi Nieto Descendientes de Zela y el autor en el “Club Tacna” de Lima, el 26 de febrero de 2007. De izquierda a derecha del espectador: Miriam Maldonado de Zela de Salinas; María Luisa Muñoz de Zela; el autor, Elva de Zela y Nieto de Maldonado y Luz Irene de Zela y Loayza 184 Miriam Maldonado de Zela, a quien el autor expresa su gratitud por el apoyo brindado a esta obra, se desposó con Oscar Salinas Ortega y tienen tres hijos llamados Fiorella, Oscar y Giancarlo Salinas Maldonado. Liliana Maldonado de Zela, casada, tiene un hijo llamado Alexander. Arturo Maldonado de Zela, casado, tiene cuatro hijos llamados Pamela, Mateo, Nicolás y Flavia. Finalmente, Manuel Alejandro de Zela y Vértiz, padre de Carlos Guillermo, Francisco, Consuelo y Nelly de Zela Castillo. El primero de los nombrados, Suboficial de la Guardia Republicana, tuvo un solo hijo llamado Carlos Alejandro de Zela Flores, nacido en Tacna, miembro de la PIP, quien, a su vez, fue padre de Carlos Martín y Marlene Cristina de Zela Cucho. Marlene Cristina de Zela Cucho de Walters, nació en Lima en 1971. Es Licenciada en enfermería y a ella, el autor de este volumen, le debe la información que este capítulo registra de esta rama del vigoroso árbol genésico de don Francisco Antonio de Zela.


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