Prólogo (a Cien años de soledad. Una interpretación de Josefina Ludmer) I Este libro se escribió sobre una serie de rechazos. Por un lado contra un tipo de crítica judicial y sociológica de la literatura que se fundaba en la unicidad absoluta de los sujetos escritores (y eran los escritores, y no la literatura, su verdadero objeto): leía del mismo modo las ideas de un poema, los gestos, una declaración pública o un desplazamiento y se apoyaba, para juzgar al sujeto, en su origen de clase y en los vaivenes de su biografía. Para esta crítica no existían campos diferenciados de prácticas, posiciones variables ni instituciones como marcos de transformación de los discursos. Contra esta tendencia tratamos de reivindicar la lectura de un texto singular y quizás microscópica; la idea de que la ideología se relaciona mucho más con los programas narrativos y textuales, con las configuraciones de la sintaxis, las posturas diversas de los sujetos y las demandas de lo que se lee como literatura. Por otro lado un tipo de crítica estética y ornamental que deseaba fundirse con la literatura y exhibía escasas y dispersas ideas, pero sobre todo otra subjetividad privilegiada: esta vez la del crítico. Él era capaz, por un sistema intransmisible, por pura lucidez intuitiva, de leer la verdad. Contra esta lectura tratamos de valorar la objetividad, un estilo remoto e impersonal, la desaparición del crítico bajo un texto que parece leerse a sí mismo o que parece ser leído por una colectividad posible. El conocimiento es polémico y estratégico. Los restos que deja una lectura analítica, sus vacíos y puntos ciegos, remiten a los rechazos y también a lo que vendrá. (Una vez formalizado el texto e inscripto en cierta teoría queda un resto no totalizable, no semantizable, no representable; ese resto –el “desperdicio” del texto‐ es diferente según el sistema de análisis, y llevó a pensar en una inagotabilidad del objeto o en una multiplicación indefinida de los caminos de la lectura.) Los residuos resistentes constituyen la historicidad de la crítica: forman el núcleo y la materia de las lecturas futuras. Lo que en esta lectura de Cien años de soledad no encuentre explicación, lo que niegue por lo tanto el fundamento mismo del modo de leer, será el punto de partida de otras lecturas construidas quizás sobre el rechazo de la categoría “texto” como objeto privilegiado, sobre la negación de la función interpretativa del crítico y su pretensión de objetividad, sobre la necesidad de trascender una lectura unitaria y unificante y de construir otro concepto de contexto. No hay como los resquicios del presente para entrever el movimiento de la historia. II Una corriente crítica puede enfrentar a otra según una lógica política (las diversas tendencias contemporáneas pugnan por las ideologías de la literatura y por la dominación textual e interpretativa), o según una lógica universitaria (que funda el pasaje sucesivo de una tendencia a la siguiente: el abandono de lo que se sostenía ayer y su reemplazo por lo que se sostiene hoy: el desplazamiento constante de la verdad). No son excluyentes y muchas veces se superponen. Pero entre y adentro de esas dos lógicas, otro modo de crítica a la crítica: la que tiende a revisar los fundamentos de la práctica y de su reinserción institucional, y cuestiona no solo los modos vigentes de lectura sino los lugares desde donde se ejercen. Esta es la que nos interesa ahora; sus puntos de partida serán algunos ejes problemáticos: 1. La autonomía de la literatura, su constitución como esfera separada, característica de la cultura burguesa moderna, la dispone para cualquier fin: se puede leer lo que se desee y darle el uso que se elija. Esa disponibilidad abre los diferente caminos de la crítica: qué objetos se leen cada vez en el interior del campo literario y qué sentido se les atribuye (puede leerse un verso, el conjunto de un texto, un género, las ideas, los dibujos de la estructura, la multitud de voces, y puede verse allí la “verdad del ser”, las relaciones sociales, el deseo y sus avatares, la misma literatura, los mitos, las formas de la cultura). La crítica a la crítica analiza los ademanes interpretativos y su lógica: por qué se usan determinadas concepciones para leer, qué conocimiento se produce (puesto que hay paralelismo entre teorías de la interpretación y del conocimiento) y sujeto a qué intereses. 2. Pero la autonomía de la literatura ha sido negada periódicamente en nuestra sociedad: el poder represivo politiza violentamente la cultura y al mismo tiempo enfrenta la politización alternativa (niega que politiza la cultura y atribuye ese gesto al enemigo). Por su parte, los sectores que enfrentan al poder leen la literatura y la usan desde la política. Esa tensión entre autonomía (disponibilidad de significar) y usos políticos de la literatura define el carácter específico del enfrentamiento de las lecturas críticas. Y a la tensión se añade la conexión: las zonas antagónicas de politización o autonomización se ligan por algún dato que, cada vez, condensa el modo dominante de la lectura. La crítica a la crítica analiza las tensiones y conexiones entre los usos autonomizantes y políticos de la literatura en coyunturas específicas. 3. Los críticos son agentes de mediaciones: mercantiles, de legitimación cultural, políticas; hay lugares desde donde, muchas veces sin saberlo, leen y enuncian sus discursos y trazan el circuito de circulación‐destinación de sus textos. Esos lugares pueden ser lugares deseados, imaginados y postulados por el discurso, y señalan centros organizadores de nuestra cultura: la crítica a la crítica se pregunta desde dónde se lee y qué inserción institucional (imaginaria y real) tienen los críticos, de dónde extraen su autoridad y a quienes se dirigen. (Estén el juez y los representantes de los espacios de consagración, llamados a decidir el valor de la literatura, a premiar y a repudiar; el burócrata, intermediario entre una línea política y la práctica de los escritores: su ambición es dirigir el curso de la literatura; el descifrador, que enuncia la “verdad” oculta en la escritura; el importador (y no importa qué importe cada vez, sino su lugar de mediación entre las nuevas teorías y las zonas locales en que las aplica); el profesor y su modo de leer el patrimonio y el pasado: su función es desapasionar y neutralizar la relación con la literatura.) Hay muchos más: pueden dialogar con los escritores, con el mercado, con los otros críticos; pueden ocupar varias zonas a la vez. Las tensiones entre estos lugares marcan el uso institucional de la literatura; para esta reflexión no interesan las teorías o instrumentos, que pueden sucederse o variarse; no interesa que el juez se apoye en una u otra convención de lo que es buena literatura: su lugar de juez y el circuito de su interlocución fundan el tipo y efecto de su discurso. 4. La práctica de la lectura se liga con la práctica literaria: la crítica a la crítica se interroga sobre la conexión entre el estado de la crítica y sus categorías, y el de la literatura (sus técnicas, materiales, procesos, que tienen historias propias): a qué corriente o tendencia literaria, datada y situada, corresponde un modo determinado de leer. Esto implica desligar la crítica de la dependencia de una ciencia auxiliar y ligarla históricamente con su propio campo; las teorías aparecen como herramientas secundarias o como sistematización de estilos de lectura relacionados con ciertos estilos literarios. (La mirada puede situarse, por ejemplo, en el realismo ruso o francés del siglo XIX y desde allí buscar en las obras pasadas o contemporáneas técnicas, un tipo de personaje o situación, un pathos o descripciones de esas tendencias; o en las vanguardias del 20 y esperar un modo de trabajo en la lengua; o en una tendencia nacional específica.) Cada posición literaria tiene su perspectiva y su modo de leer. III Un análisis de la práctica crítica que la relaciona con las prácticas literarias, con los usos interpretativos que se da a la literatura y con los lugares institucionales desde donde se lee, llevaría como epígrafe estas proposiciones parafraseadas de Bertolt Brecht: ¿a quién beneficia esa lectura? ¿a quién pretende beneficiar? ¿qué proposiciones tiene como consecuencia? ¿en qué proposiciones se apoya? ¿en qué situación es pronunciada?¿por quién? ¿a qué práctica literaria corresponde? ¿a qué exhorta? Josefina Ludmer Buenos Aires, agosto de 1984
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