Ponencia Fidel Oñoro

May 6, 2018 | Author: Anonymous | Category: Documents
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1 FIDEL OÑORO, CJM © ENTRE LA GRACIA Y LA LIBERTAD: LAS TRES RAÍCES DE LA VIDA DE MARÍA (LC 1, 28) En Lc 22, 28, la identidad del discípulo en Lucas se expresa en términos de perseverancia, de fe inquebrantable, de solidez en el seguimiento de Jesús, en última instancia se trata de una cualidad: “Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas” (Lc 22, 28). Para comprender mejor el discipulado de María, la manera como ella se sitúa en el camino de Jesús y de su Evangelio, vamos a volver sobre el relato de su vocación. En él podemos ver la tarea que recibió y el puesto que ocupa en la historia de la salvación, pero también descubriremos elementos que nos hablan de nuestra propia relación con Dios y que animan nuestro esfuerzo por la fidelidad. El relato de Lc 1, 26-38 es quizás uno de los más conocidos de los Evangelios y de toda la Sagrada Escritura. Aparece una y otra vez en la Eucaristía de muchas fiestas marianas. Lo recordamos en el comienzo de cada Ave María. En nuestra Lectio, vamos a detenernos sobre todo en el comienzo del relato:“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (1, 28). Estas palabras forman un arco dialogal que desemboca en la frase final de María: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” (1, 38). Ambas frases contienen elementos únicos y particularmente importantes. En el centro está ciertamente Jesús y el anuncio de su nacimiento, pero la escena enfoca su atención también en la persona de María y las bases sobre las que comienza a construirse el perfil de su discipulado. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” El saludo del Ángel contiene tres elementos: (1) la exhortación a la alegría, (2) la descripción de la relación de Dios con María y (3) la seguridad de la ayuda de Dios. Comencemos con el tercer elemento. 1. “El Señor está contigo” La expresión es familiar para nosotros ya que la repetimos en la liturgia: “El Señor esté con ustedes”. Sus raíces están en una expresión bíblica. Sin embargo, ¿estamos conscientes del significado de esta expresión? El uso de este saludo en la Biblia nos permite ver la hondura de su significado.Vamos a examinar dos datos, a partir de ellos veremos el alcance de esta expresión en la vida de María. 2 (1) Primer dato: en los anuncios de nacimiento en la Biblia no se le dice a nadie “El Señor está contigo” Los anuncios de nacimientos no son frecuentes en la Biblia. Tenemos los siguientes casos: - Agar, la criada de Sara, recibe el anuncio del nacimiento de Ismael (Gn 16, 11). - Abraham recibe el anuncio del nacimiento de Isaac en dos ocasiones (Gn 17, 19; 18, 10. 14). - La mujer estéril de Manóaj escucha el anuncio del nacimiento de su hijo Sansón (Jc 13, 5). - El profeta Isaías le comunica al rey Ajaz el nacimiento de un niño (Is 7,14). - En el Nuevo Testamento, a José recibe instrucciones sobre el nacimiento de Jesús (Mt 1, 21). - Zacarías recibe el anuncio del nacimiento de su hijo Juan (Lc 1, 13). Los términos de todas estas comunicaciones tienen mucho en común entre sí y con el relato de la anunciación a María (Lc 1, 31-33). Sin embargo, ninguno de todos estos anuncios contiene la frase: “El Señor está contigo”. Sólo María recibe esta expresión de ayuda de parte de Dios; Dios está con ella en el acontecimiento del nacimiento de Jesús. ¿Por qué esta excepción? (2) Segundo dato: en los relatos vocacionales en los que Dios dice “El Señor está contigo” ninguno tiene que ver con un nacimiento La expresión “El Señor está contigo” aparece en una serie de pasajes vocacionales, pero éstos no tienen que ver con un nacimiento. Veamos: - Cuando Dios se le aparece a Moisés y lo llamada desde la zarza ardiente, Dios le asigna una tarea: “Ahora, pues, ve; yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto” (Ex 3, 10). Sin embargo, Moisés pone una objeción: “¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas” (3, 11). Entonces Dios le responde: “Yo estaré contigo” (3, 12). - Cuando Josué recibe su tarea de parte de Dios, se le dice: “Pasa ese Jordán, tú con todo este pueblo, hacia la tierra que yo les doy” (Jos 1, 21). Al mismo tiempo Dios le asegura: “Lo mismo que yo estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré” (1, 5). - Cuando Jeremías es llamado, Dios le dice:”Yo profeta de las naciones te constituí” (Jr 1, 5). El profeta pone objeción: “Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho” (1, 6). Entonces Dios le dice: “No les tengas miedo, que contigo estoy para salvarte” (1, 8). - Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, les infunde confianza: “Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). En estos casos vemos dos cosas: - Que la expresión siempre proviene de Dios, con ella manifiesta su intervención definitiva y extraordinaria a favor de su pueblo: o el pueblo que sale de Egipto y entra a la tierra (Moisés y Josué), 3 - o el pueblo que había perdido la fe y regresa a su Señor (Jeremías y otros profetas), o todos los pueblos que deben ser conducidos a Jesús, el Hijo de Dios crucificado y resucitado (Mateo). Que las personas a quienes se les dice la expresión comprometen completamente y para siempre sus vidas en una misión. Frente a ella, ellos se percatan de su debilidad e incapacidad. Pues bien, Dios no sólo da una tarea sino también la fuerza necesaria para poder llevarla a cabo. Así es la fidelidad de Dios: no abandona a quienes llama, ni los empuja por el túnel de un fracaso por causa de su tarea, más bien permanece con ellos sosteniéndolos con su divino poder. Dios en persona viene en ayuda de su pueblo a través y junto con aquellos que él ha llamado y elegido para una tarea específica en la historia de la salvación. (3) Cómo ocurre de forma concreta esa asistencia del poder divino Volvamos al relato de la anunciación. Cuando el Ángel le dice a María “El Señor está contigo”, Dios le está asegurando la especial asistencia de su poder porque a ella se le dará una tarea especial. Desde el puro comienzo María se caracteriza porque “Dios está con ella”. Apenas el Ángel le ha dado esta seguridad a María, enseguida le anuncia en qué consiste la tarea especial para la cual fue escogida: “Concebirás y darás a luz un Hijo, al cual le pondrás el nombre de Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su Padre y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 31-33). María ha sido elegida para ser la Madre de aquel que es Hijo del Altísimo, a quien Dios enviará como Mesías, como el último y definitivo rey de su pueblo, y a través de él Dios concede a todos la plenitud de la vida y la salvación. El interés de Dios por la salvación de su pueblo es el trasfondo en el cual María ejercitará su rol específico. La pregunta de María: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (1, 34), expone que ella está consciente de su incapacidad para llevar a cabo esta tarea, dada su condición virginal ella no lo puede hacer por su propio poder. El ángel continúa y le comunica de forma más concreta lo que ya estaba implicado en la frase “El Señor está contigo”: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder el Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que va a nacer será Santo y reconocido como Hijo de Dios” (1, 35). Es gracias a una libre decisión que Dios envía a su Hijo y es de esta única manera que se dirige a la humanidad para entrar en comunión con todas las personas. Todo proviene Dios y de Dios depende. María llega a ser Madre, no por la cooperación de un hombre, sino por la obra del Espíritu Santo, es decir, por el poder creador de Dios. Su tarea es acoger en ella esta acción divina para llegar a ser la virginal Madre del Hijo de Dios. 4 Todo lo que Dios hace por medio de aquellos a quienes les promete su presencia y asistencia (“Yo estaré contigo”) es una preparación de su obra. A través de María, Virgen y Madre, Dios comienza el cumplimiento de su obra de salvación y envía su Hijo al mundo como Salvador y Señor (Lc 2, 11). (4) Consecuencias. Una tarea única, envolvente e irrepetible en el marco de la historia de las relaciones de Dios con la humanidad: la madre virginal del Hijo de Dios a. Donde está María está Dios La frase “El Señor está contigo” se refiere a la manera como María concibe virginalmente a su Hijo y se convierte en la madre del Hijo de Dios. La concepción es sólo el comienzo de una tarea y de una relación que no terminará nunca. En consecuencia, el poder de Dios acompañará a María durante toda su vida. Siempre la podremos reconocer como una persona con la que Dios siempre está, y lo está en relación con su rol de Virgen Madre del Hijo de Dios. Nadie más puede compartir este rol con María y éste es su servicio al pueblo de Dios. b. Dios acompaña a María en todas las etapas de su maternidad y la capacida Con la concepción comienza la misión de María de ser la Madre del Hijo de Dios. Pero ella también lo acompaña en todas las fases de su desarrollo humano. Puesto que los deberes de una madre cambian según la etapa del desarrollo en que se encuentre su hijo, María tiene una tarea que nunca acaba y que implica la persona entera de ella, todas sus energías y capacidades. El rol de María, como el de toda madre, no consiste en una acción externa y transitoria, sino que involucra todo el ser de la madre y deja una profunda huella, un gran efecto, en toda su vida. Por tanto, la frase “El Señor está contigo”, que le asegura a María que la poderosa asistencia de Dios en todos los detalles de su vida, quiere decir, en última instancia que en su Hijo, el Hijo del cual se ocupa por encargo de Dios, en este Hijo el Señor está con ella. c. Lo extraordinario e inédito de la misión de María Pero todavía hay más. En el conjunto de textos que vimos antes y que nos ayudan a contextualizar la frase nos permitió ver: (1) que en ningún anuncio de nacimiento en la Biblia se le dijo a nadie “El Señor está contigo” y (2) que en todos los relatos vocacionales en los que siempre apareció el “El Señor está contigo”, ninguno de ellos tenía que ver con un nacimiento. Entonces podemos decir con absoluta certeza que: [En común con todos] María está al nivel de las grandes vocaciones y tareas que Dios asigna en el Antiguo Testamento. Con ella, como ocurrió con los otros vocacionados, Dios hizo avanzar la historia de la salvación. 5 - [A diferencia de todos] El servicio específico para cual Dios la elige no tiene parangón, no tiene antecedentes ni puede ser repetido. Cuando llega la plenitud de los tiempos Dios envía a su Hijo (Gal 4, 4) por medio del nacimiento en una mujer, no por medio del oficio de un varón. Dios llamó a María para ser la madre virginal de aquel que es el único nacido como Hijo de Dios y a través de quien Dios quiso permanecer unido de forma inseparable a la humanidad. Es así como Dios nos da la plenitud de la vida y de la alegría. 2. “Llena de gracia” Anotación previa. El “Ave María”, en el que se combinan el saludo del Ángel (1, 28) con el Isabel (1, 42), comienza diciendo: “Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo”. Aquí insertamos el nombre de María, aunque el Ángel dice nada más “llena de gracia”, el Señor está contigo”. El Ángel no usa el nombre propio de María sino que hace referencia a una cualidad particular de la persona. Además de éste, sólo tenemos otro texto bíblico en el que se saluda a una persona con un calificativo: “El Señor está contigo, hombre fuerte y valiente” (Jueces 6, 12), le dice el Ángel a Gedeón. El significado de la expresión ¿Cuál es el significado del “llena de gracia”? Yendo al grano, enseguida podemos decir que esta expresión no es una traducción literal del original griego, donde leemos “Kejaritomene” (el participio perfecto pasivo del verbo “Jaritóo” que significa: “hacer bella” o “amable” a una persona). En el saludo de Isabel, tenemos el término “Eulogemene” (también un participio perfecto pasivo, en este caso del verbo “eulogeo”, “bendecir”), en cuyo caso la traducción exacta: “Bendita tú eres entre todas las mujeres”. a. La prioridad de Dios: La acción de Dios en la persona de María Para entender estas expresiones un poco más, tenemos que recordar la costumbre judía de los tiempos de Jesús: no se pronunciaba el nombre de Dios, en cambio acudía a ciertos eufemismos con el darle una vuelta al problema. Una de las formas para evitar el nombre divino es el uso del pasivo (lo llamamos “pasivo divino”): en vez de decir “Dios te ha bendecido”, se dice “Bendita” (o “tú eres bendita”); de esta manera se evitaba la pronunciación del nombre del autor de la bendición. Por tanto, al comienzo de su saludo, Isabel expresa cómo Dios ha obrado en María: “Dios te ha bendecido entre todas las mujeres”. De la misma manera, el Ángel se refiere a la acción de Dios en la persona de María y le dice: “Dios se ha complacido contigo… Dios te ha hecho hermosa, encantadora”. La cualidad que caracteriza a María es precisamente ésta. De ahí que el saludo “Llena de gracia” no sea un vago cumplido sino la referencia una acción de Dios específica. El Ángel expresa dos veces seguidas y complementarias, con dos títulos diferentes, cómo es la relación que Dios tiene con María: “Dios te ha hecho agraciada, el Señor está contigo”. Claro está, estas dos expresiones están a la base de la exhortación: “Alégrate”. 6 b. Primero es la gracia, no el mérito… La fidelidad fundante María es agraciada a los ojos de Dios. El amor, la gracia, la benevolencia, la complacencia de Dios se encuentra en ella. El Ángel del Señor le dice con autoridad que ella puede estar segura de eso, que el ser amada por Dios de esta manera, no es el resultado de sus méritos o de su comportamiento previo ante Dios, sino de la obra de Dios: “¡Dios te ha hecho así!”. Entonces no depende de María sino completamente del don de Dios, es entonces un dato del que se puede estar cierto. Y, por supuesto, este hecho se convierte en una fuente inmensa e inagotable de María, es parte del misterioso designio de la elección de María: Dios la ha creado de tal manera que su amor y su benevolencia están dirigida hacia ella como no lo ha hecho con ninguna otra criatura, que es de esta manera que ella está unida a Dios. c. Un nombre nuevo: La persona y la misión El “Llena de gracia” sustituye el nombre de María, ella se llama simplemente: “Llena de gracia”, la única que sido creada así, completamente llena, colmada, impregnada hasta lo más profundo de su ser por el infinito amor de Dios. En el mundo bíblico el nombre generalmente expresa una característica de la persona, de ahí que el Ángel deje claro el hecho ésta sea la característica más destacable de María. Uno puede decir, como lo anotamos al principio, que “María” es el nombre que María recibió de sus familiares y que “Llena de gracia” es el nombre que Dios le dio. Tanto el “Llena de gracia” como “El Señor está contigo” establecen las coordenadas de la relación de Dios con María, teniendo en vista que su vida es una referencia hacia el Hijo con el cual tiene una tarea de servicio encomendada por este mismo Dios. Ahora podemos decir que el “Lena de gracia” tiene en vista a la persona de María y que “El Señor está contigo” a su rol en el plan de salvación. La primera, “Llena de gracia” sólo está dirigida a María y describe la acción y la actitud de Dios hacia ella. La segunda, “El Señor está contigo”, también aparece en otros lugares de la Sagrada Escritura, donde se asigna una tarea especial en la historia de salvación, siendo un respaldo divino a la persona que necesitará de la poderosa ayuda de Dios para poder cumplir con su misión. En ambos casos el Evangelio nos invita a contemplar admirados y agradecidos la manera como Dios se inclina hacia la persona de María y de qué manera ella entra en relación con él. 3. “Alégrate” Otra anotación previa. La primera palabra que el Ángel le dirige a María aparece en griego como “Jaire”, literalmente: “Alégrate” o “regocíjate”. La traducción latina dice “¡Ave María!”, retomando el saludo habitual latino y no propiamente el texto bíblico. La 7 diferencia se puede explicar en el hecho de que “Jaire” (y “Jaírete”) es la forma como se saluda en el mundo griego, la cuale no es traducidas al latín sino sustituida por la que en esta lengua se usaba: “Ave”. No es traducción literal sino funcional. Pero dejemos de lado esa anotación inicial y veamos más bien el sentido de la exhortación del Ángel a María: ella es invitada a la alegría (y más adelante será fuente de alegría: por lo que le ocurre a Isabel y a Juan en la visitación y por lo que ella misma dice en el Magníficat: “Todas las generaciones me llamarán dichosa”). Antes de la entrada de Jesús en el mundo, Dios envió a su Ángel tres veces: a Zacarías, a María y a los pastores. La primera y la tercera, el Ángel aparece explícitamente como un mensajero de alegría: - A Zacarías le dice: “Será para ti gozo y alegría y muchos se gozarán en su nacimiento” (1, 14). - A los pastores les dice: “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo” (2, 10). En este contexto uno no puede pensar que el Ángel, realizando su misión más importante, quiera empezar su tarea con un saludo banal. Por tanto, en conformidad con la naturaleza de la misión de María, el anuncio de alegría ya es parte del mensaje, o mejor, el anuncio está permeado por este sentimiento. Todo lo que el Ángel le anuncia a maría es una razón de regocijo para María misma y para toda la humanidad. Este llamado a la alegría muestra que Dios no ve a María como si fuera un instrumento impersonal e insignificante para el cumplimiento de su plan divino. Todo lo contrario: Dios involucra a María como persona, su humanidad es respetada completamente. La alegría es una de las emociones más vibrantes e íntimas de una persona. El llamado a la alegría es la invitación para participar de forma personal e intensa en la misión que ha recibido y no cumplirla como una tarea impuesta desde fuera. La misión involucra todas las dimensiones de la persona de manera profunda e íntima, es un motivo de inmensa alegría. El Ángel invita a María a alegrarse. Sin embargo su primera reacción no es la alegría, sino la sorpresa, el estupor. María se pone a reflexionar sobre el significado del saludo recibido. Es que la alegría no puede ser impuesta, no es un mandato. María necesita tiempo para que brote, crezca y se desarrolle en ella la alegría. Especialmente, necesita reflexión y comprensión. Es por eso que María se pregunta por el sentido del saludo. Su gozo se va haciendo cada vez más intenso y profundo, y por lo tanto real, en la medida en que penetra en la comprensión de la tarea que el Señor le ha confiado. Un primer momento culminante del regocijo de María ocurre cuando su corazón vuela en las hermosas palabras del Magníficat: su espíritu se alegra, su corazón exulta de alegría. Esta alegría se manifiesta en palabras de alabanza y glorificación a Dios porque su divino poder está actuando en ella (1, 46-49). 8 Algunas sugerencias para la reflexión… En primer lugar, pongámonos ante la obra de Dios con María, admirados y gozosamente agradecidos ante tamaña manifestación del poder de Dios: lo que Dios ha hecho en ella es único. Dios está unido a María de una manera especial, ella tuvo una misión particular al convertirse en la Madre Virginal del Hijo de Dios. En segundo lugar, reflexionemos en presencia de Dios sobre nuestra propia vocación y misión. Aunque la vocación de María es única, también los tres elementos fundantes de su discipulado tienen que ver con nosotros: (1) “El Señor está contigo”. El Señor nos confío una misión y una tarea específica, dentro de las circunstancias de nuestra vida, como un servicio al pueblo de Dios y la humanidad. No vivimos para nosotros mismos sino para Dios quien espera de nosotros la prontitud y la responsabilidad de los siervos. Es posible que sintamos que no contamos con todos los recursos, pero no estamos solos para llevar a cabo la tarea, siempre podemos contar con la ayuda de Dios. En todas las dificultades, y frecuentemente a la hora de los grandes problemas o cuando las responsabilidades parezcan superarnos, pidamos la ayuda del Señor y confiémonos en sus manos. El Señor nunca nos pedirá hacer algo sin darnos la gracia que necesitamos para llevarlo a cabo. (2) “Llena de gracia”. También esto es propio de la relación de Dios con María. Sin embargo, Dios no nos ve a ninguno de nosotros de forma genérica o impersonal, él nos mira uno por uno con cuidado y amor. La prueba más sencilla y elemental es el e hecho de nuestra existencia: existo ante todo porque Dios lo quiso. En nuestra vida, sin duda alguna, hay muchos signos del amor de Dios, tenemos que descubrirlos. Tenemos que estar atentos para descubrirlos y ponderarlos con gratitud. Hay que tener los ojos abiertos en todo momento para ver y recibir ese amor de Dios que en cada instante viene a nuestro encuentro. Así nuestra vida es un continuo abrazo con Dios. (3) “Regocíjate”. La vocación de María se situó bajo el signo de la alegría. No hay un motivo más auténtico ni un fundamento más seguro que el gozo ilimitado que proviene del abrazo de la divina gracia, del amor y del apoyo de Dios. Cuando se pierden motivos para la alegría se comienza a perder la llama interna de la vocación (=de la respuesta a la vocación, porque la fidelidad es indestructible) y nos precipitamos por la ruta segura del fracaso. La llamada es para una tarea particular, sin embargo está ante todo y en primer lugar la relación con Dios que es la fuente primera de la alegría. No hay llamada de Dios que no sea en primer lugar un llamado a la plenitud de vida y, por tanto, a la alegría. Tenemos que descubrir todos los días la alegría de nuestra vocación y de nuestra misión, lo mejor que nos ha podido suceder es haber sido llamados como ministros del Señor. La alegría de una persona que ha sido llamada al servicio del Señor muestra cuán sensible es hacia su vocación, o más exactamente hacia la presencia de Dios en su vocación. La atención 9 vigilante, la comprensión que profundiza y la gratitud por todo lo que experimentamos deben marcar el camino de la alegría, como nos enseña María. P. Fidel Oñoro, cjm Centro Bíblico del CELAM 10 Segunda parte La fidelidad de María con Dios: la respuesta de María (1, 38) “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra” El saludo que el Ángel Gabriel le dirige a María es único: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (1, 28). De la misma manera, la manera como María termina el encuentro es único: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu Palabra” (1, 38). La expresión “la esclava del Señor”, aplicada a una mujer, no encuentra en ninguna otra parte de la Biblia, sólo aquí. María dice cómo entiende su relación con Dios y también que consiente llegar a ser la madre virginal del Hijo de Dios. Sólo María y ninguna otra mujer, es llamada “la esclava del Señor”. Esto nos permite comprender cómo María no es una más entre otros servidores del Señor, sino que tiene una posición única en cuanto “esclava del Señor”. Si nosotros queremos entender el significado de este título, tenemos que estudiar cómo la Biblia habla de siervos en relación con Dios. 1. El título “siervo” en la Biblia 1.1. En el Nuevo Testamento La palabra griega para referirse a una mujer esclava es “doulé” y aparece sólo tres veces en el NT, mientras que término masculino equivalente, que es “doulos”, lo encontramos 124 veces en el NT. “Mujer sierva” se usa siempre para hablar de la relación de una mujer con Dios. Ya conocemos la expresión única que usa María: “He aquí la esclava del Señor”. En otra ocasión, María se describe a sí misma como sierva en relación con Dios: “Ha mirado la humildad de su esclava” (1, 48). En el otro texto, en la predicación en el día Pentecostés, Pedro interpreta los acontecimientos refiriéndose al mensaje de Dios por medio del profeta Joel: “Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu y ellos profetizarán” (Hch 2, 18; Joel 3, 2). En este caso no llama a un individuo “siervo del Señor” sino a muchos, y el término no expresa una relación particular con Dios sino que se refiere a todas las personas sobre las cuales se derramará el Espíritu Santo. Podemos que sólo María es la única mujer llamada “sierva del Señor”; también es la única persona cuya relación con Dios es cualificada por el término “sierva”. Hay que tener presente que es María quien se llama a sí misma en estos términos. Ella misma tiene esta intuición por el Espíritu Santo. 1.2. “Sierva” en el Antiguo Testamento 11 La palabra para denominar a una mujer como “sierva” sólo aparece cinco veces en el AT, también aquí describe la relación con Dios. Siempre aparece usada en conexión con una oración de súplica. Un hombre que está haciendo una súplica usa el término “siervo” para describir su relación con Dios; textos de este tipo son frecuentes. Al usar este término, el orante no está expresando una relación de subyugación sino de pertenencia. Refiriéndose a sí mismo como “siervo” el orante le está recordando a Dios que le pertenece a su Señor, para quien no es como un extranjero sino uno al que le tiene gran confianza. El siervo puede contar con la asistencia poderosa de su Señor. Muchos Salmos usan este término y todo israelita se siente capacitado para hablarle a Dios de esta manera. Rara vez una mujer se denomina a sí misma “sierva” con relación al Señor Dios. Tenemos el caso de Ana, la estéril que fue madre de Samuel. Ella se dirige a Dios de esta manera: “¡Oh Yahveh Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí, no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahveh por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza” (1 Sam 1, 11). Con la misma confianza, la reina Ester va ante Dios: “Señor y Dios nuestro, tú eres mi único. Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y mi vida está en peligro… Que tu sierva no ha comido a la mesa de Amán… Que no tuvo tu sierva instante de alegría, desde su encumbramiento hasta el día de hoy, sino sólo en ti, Señor y Dios de Abraham” (Ester 4, 17 l.x.y) La confianza y la sinceridad con que estas mujeres se llaman a sí mismas siervas e intensa la intensidad con que se dirigen a Dios. Jesús nos enseñó a tener esta misma confianza, seguridad y sinceridad en la relación con Dios nuestro Padre. La expresión “hijo de tu sierva” se encuentra en algunas oraciones de súplica: “Mas tú, Señor, Dios clemente y compasivo, tardo a la cólera, lleno de amor y de verdad, ¡vuélvete a mí, tenme compasión! Da tu fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu sierva” (Sal 86, 15-16; cf. Sal 116, 6; Sab 9, 5). El orante describe su propia conciencia y comprensión de Dios. Quien ora expresa el hecho de que pertenece a este Señor compasivo y misericordioso, y procede así usando la frase “tu siervo”; esto es reforzado por la expresión paralela “el hijo de tu sierva”. De esta forma declara que pertenece a este Señor bajo un doble título: (1) por su propia cuenta (tu siervo), y (2) a través de su madre (el hijo de tu sierva), desde el principio de su vida y desde las raíces de su existencia. Por tanto su confianza muy grande e intensa. Por lo anterior podemos ver que la palabra, aplicada a una mujer “sierva”, en conexión con Dios, se encuentra en el AT solamente en oraciones de súplica. Este trasfondo muestra con claridad la forma inédita como María habla ante el Ángel. El término “sierva del Señor”, 12 que se aplica a sí misma, es única. También es única la circunstancia en que habla; no lo hace en medio de una oración de súplica sino en su respuesta al Ángel del Señor (1, 38) y en himno de júbilo y alabanza dirigido al Señor (1, 48). No se puede dudar que María, como la otra mujer orante, quería reconocer a Dios como su Señor, o sea, que ella estaba íntimamente unida con él y que ella había puesto toda su confianza en él. Sin embargo, podemos todavía preguntarnos si puede haber otro significado en esta expresión única. Buscando una respuesta, vamos a ampliar nuestro estudio, hasta ahora restringida a la palabra femenina “sierva”, examinando el término en masculino, más precisamente la expresión “el siervo del Señor”. 2. El título “siervo del Señor” en la Biblia 2.1. En el AT Esta expresión se con relativa frecuencia de varias formas en el AT: “El siervo de Yahvé”, “el siervo del Señor”, “el siervo de Dios”. Sin embargo, no se usa de forma indiscriminada por parte de cualquier mimbro del pueblo de Dios. Aparece fuera del contexto de la oración y se aplica especialmente hombres a quienes Dios le ha confiado una tarea importante a favor de su pueblo. Estos hombres son principalmente Moisés, David y, en plural, los profetas. Tenemos el caso especial de Isaías 40-55, en que Dios llama al entero pueblo de Israel “Su siervo” y donde se pueden encontrar los famosos cánticos del siervo de Yahvé (42, 1-9; 49, 1-9; 50, 4-9; 52, 13 – 53, 12), que tanta influencia han tenido en la comprensión de la pasión de Jesús. Con relación a Moisés hay un texto que dice: “Allí murió Moisés, servidor de Yahveh, en el país de Moab, como había dispuesto Yahveh” (Dt 34, 5). La carta a los Hebreos contrasta a Moisés el siervo con Cristo el Hijo: “Ciertamente, Moisés fue fiel en toda su casa, como servidor, para atestiguar cuanto había de anunciarse, pero Cristo lo fue como hijo, al frente de su propia casa, que somos nosotros, si es que mantenemos la entereza y la gozosa satisfacción de la esperanza” (Hb 3, 5-6). Conocemos el llamado de Moisés en la zarza ardiente (Ex 3,1 – 4,7): su gran tarea con el pueblo de Israel consiste en sacarlo de Egipto hasta el Jordán. Con relación a David, recordamos el día de su unción (1 Sm 16, 1-13). Dios manifiesta la tarea luego en 2 Sam 3, 18: “Yahveh ha dicho a David: Por mano de David mi siervo libraré a mi pueblo Israel de mano de los filisteos y de mano de todos sus enemigos”. Con relación a los profetas, su tarea es reconducir al pueblo a la fidelidad a la Alianza recordándoles los mandamientos y decretos del Señor: “Yahveh advertía a Israel y Judá por boca de todos los profetas y de todos los videntes diciendo: Volveos de vuestros malos caminos y guardad mis mandamientos y mis preceptos conforme a la Ley que ordené a vuestros padres y que les envié por mano de mis siervos los profetas” (2 Re 17, 13). 13 En la base de los textos en que encontramos la expresión “siervo del Señor”, podemos comenzar a formular una definición. Un siervo del Señor es una persona extraordinaria a la cual Dios ha escogido y llamado a su divino servicio. A esta persona le es dada una tarea especial que debe sacar adelante en función del pueblo de Dios y para la obra de salvación. También podemos observar que estas personas llamadas “siervos del Señor” son casi idénticas a las que recibieron la promesa:”El Señor está contigo”. Esto destaca la coherencia interna del relato de la vocación de María. 2.2. En el Nuevo Testamento La expresión aparece como “siervo de Dios”, “siervo del Señor”, “siervo de Jesucristo” (o similar), diez veces en singular y cuatro veces en plural en el NT. En singular siempre se refiere a una persona que anuncia el evangelio, excepto en el caso de Apocalipsis 15, 3, donde Moisés es llamado “siervo de Dios”, siguiendo el uso del AT. El término s usado al principio de seis cartas paulinas en las cuales el autor se presenta a sí mismo. Es típico el comienzo de la carta a los Romanos: “Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado para ser apóstol, puesto aparte para anunciar el Evangelio de Dios” (1, 1). Pablo se describe a sí mismo con tres características y justifica su escrito a los Romanos por medio de ellas. Al comienzo puntualiza su relación con Jesús, denominándose “siervo de Cristo Jesús”. Expresa su fe en Jesús como Señor y Cristo y afirma que él es su siervo. Las dos expresiones siguientes muestran que el término “siervo” no es genérico sino que tiene un significado específico. Pablo afirma su llamado y delinea su tarea. Dios, mediante una intervención especial, lo ha llamado para ser apóstol (cf. Gal 1, 15-17) y le ha asignado la tarea de anunciar el Evangelio. Estos puntos, de forma condensada, traen a la mente los elementos esenciales de las grandes vocaciones del AT. Cuando Pablo se llama a sí mismo siervo del Cristo Jesús, no está siendo de forma imaginaria sino que está encuadrando con precisión las bases de su identidad y autoridad. Pablo también usa el término “siervo del Señor” (o similar) fuera de la apertura de sus cartas pero sólo para referirse a aquellos que proclaman el Evangelio (Gal 1, 10; Col 4, 12; 2 Tm 2, 24) y no para aquellos a lo que les escribe, el creyente que pertenece a la comunidad cristiana. Estos posteriormente son llamados “amados de Dios y santos” (Rm 1, 7; cf. 1 Cor 1, 2; 2 Cor 1, 1; Ef 1, 1; Col 1, 2). El término “siervo del Señor” describe una relación muy especial con Cristo, basada en el llamado a la actividad apostólica, y sienta al mismo tiempo las bases de su autoridad apostólica. (Sería interesante mirar el comienzo de otras cartas: Flp 1, 1; Tito 1, 1; Santiago 1, 1; 2 Pe 1, 1; Judas 1). Nuestro estudio bíblico del uso de este título “siervo del Señor” en el NT nos muestra que éste conserva un significado técnico. No es un término genérico para expresar modestia o humildad, sino que está basado en un llamado específico y está conectado con una tarea precisa. Este acuerdo con su uso en el AT no hay que dejarlo de lado cuando tratamos de entender el término “siervo del Señor” cuando está en labios de maría. Tenemos también el hecho que, de tiempo en tiempo, en lugar de la frase “siervo del Señor” encontramos 14 “siervo de Cristo Jesús” (cf. Rm 1, 1; Flp 1, 1; St 1, 1), cuando Cristo Jesús es sustituido por Dios, siendo considerado igual a Dios. Esto debería hacernos reflexionar sobre el significado del papel de María, llamada a ser la madre de Jesús. 3. María, la “sierva del Señor” ¿Cuál es el resultado de nuestro análisis del significado de estos términos diferentes? Queda claro que la expresión “siervo del Señor” es aparentemente simple, es bien conocida y por eso se pasa de largo fácilmente, pero es absolutamente única. La única mujer en la Biblia que es llamada así es María y es ella quien se lo aplica a sí misma. Cuando aparece aplicada a un varón, el término “siervo del Señor” aparece con mayor frecuencia en la Biblia, en ambos testamentos, y tiene un significado preciso: se refiere a una persona al servicio de Dios, a quien Dios ha elegido para una tarea particular e importante que repercute en beneficio de su pueblo. Es improbable que el término pueda tener un significado diferente en el caso de María. Con todo, podemos notar otro aspecto único del uso de término por parte de María. Moisés y las otras figuras notables bíblicas que fueron llamadas por Dios, no se aplican la expresión a sí mismas, sino que es usada por Dios, por el narrador o por otros. María, por su parte, se lo aplica a ella misma (Lc 1, 38, 48) y muestra que ella está consciente de su propia vocación. Lucas presenta a María como una persona que actúa proactivamente en el encuentro con el Ángel del Señor: reflexiona (1, 29), pregunta (1, 34) y da su consentimiento (1, 38). María muestra que recibe la comunicación con total atención y comprensión inteligente. Sólo cuando ha entendido la tarea confiada por su Dios para ser la madre virginal del Hijo de Dios, ella da su consentimiento. María comprende que su tarea no es privada sino de gran significado para el pueblo de Dios y se ubica así entre las grandes figuras de la Biblia: - Moisés, quien actuó como mediador entre Dios y el pueblo y lo guio a la libertad de la tierra prometida. - David, tuvo la tarea de salvar a Israel de las manos de sus enemigos. El rol de María es algo diferente, pero no menos importante, y tiene un significado definido que conduce al cumplimiento de la obra de Dios: como madre virginal, María da al pueblo de Dios al verdadero Hijo de Dios. En el Hijo, Dios se une definitivamente con su pueblo, y junto con toda la humanidad, libres liberándolos del pecado y de la muerte para conducirlos a la vida eterna, que consiste en compartir la vida divina. Como madre, María es llamada a dar vida y acompañar en el camino humano de maduración a aquel a través de quien Dios ofrece a la humanidad la plenitud de la vida y del amor. Con su consentimiento libre y personal, María acepta en fe (cf. 1, 45) este rol y abre el camino para el acto definitivo de salvación por parte de Dios. Como Dios se ha involucrado amorosamente en la vida de su pueblo a través de sus siervos Moisés y David, y muchos profetas, así a través de su sierva María, Dios conduce a la plenitud de la salvación por medio de su Hijo Jesús. El servicio de Moisés y David promovió el bien de todos los 15 israelitas y, al mismo tiempo, el servicio de María abre a todo ser humano el camino de salvación. Puede parecer que nuestro punto de vista es estrecho al interpretar la respuesta de María de esta manera y atribuirle a ella esta comprensión de su tarea. Sin embargo, debemos tener presente que Lucas presenta a Isabel como una mujer con la misma inteligencia y claridad. Llena del Espíritu Santo, Isabel felicita a María y dice: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! Quién soy yo, para que venga a mí la madre de mi Señor?” (Lc 1, 42-43). Si Isabel afirma y reconoce que María es la madre de su Señor, no veo por qué María no podría tener igualmente una conciencia clara de su rol y de su posición en la historia de salvación. Con sorprendente certeza María afirma en su himno de Alabanza: “de generación en generación me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho grande obras en mi” (1 48-49). María no sufre de falsa humildad sino que reconoce la realidad. Las grandes cosas que el Todopoderoso ha hecho en ella, es real; no se trata de perfecciones o méritos logrados por sí mismo. Estas grandes cosas son la razón por las que ella será llamada bienaventurada. En conclusión, el Himno mariano de alabanza remite explícitamente a la historia de salvación: “Ayudó a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como había anunciado a nuestros padres, a favor de Abraham y de su linaje por los siglos (1, 54-55). Cuando María se autodenomina “sierva del Señor”, ella simplemente apunta a su lugar en esta historia de salvación, de la cual ella está verdaderamente consciente. Anotación complementaria Como ésta es la última conferencia, permítanme terminar con esto: Desde niño, siempre me ha resonado con una música especial el Salmo 43. El descubrimiento de la hermosura del sacerdocio por medio del sacerdote de mi parroquia donde era monaguillo estaba acompasada por un canto de entrada, precisamente este Salmo, que se repetía mucho: “Me acercaré al altar de Dios, la dicha de mi juventud”. El Salmo dice: “Envía tu luz y tu verdad, / ellas me escoltarán, / me llevarán a tu monte santo, / hasta entrar en tu Morada. Y entraré al altar de Dios, / al Dios de mi alegría. Te alabaré gozoso con la cítara, / oh Dios, Dios mío” (vv. 3-4) Cuando llega a la meta anhelada del Templo, el peregrino siente que tiene dos amigos que lo toman de ambos brazos y lo conducen hasta la presencia de Dios. Estos dos apoyos se 16 llaman: Tu Luz y Tu Verdad. Hoy me atrevería a hacer una ligera modificación al texto diciendo que los dos apoyos que me acompañan son la “Fidelidad de Cristo” y la “Fidelidad de María”. Le pido a él y a ella que me tomen en sus manos y sostengan los pasos vacilantes de mi fidelidad en la subida hasta el altar, hasta el Dios de mi alegría, sobre todo hasta la gozosa meta, cuando llegue el día en que no soltaré jamás la citará en la alabanza gozosa de mi Señor. Amén.


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