Metáfora y Objeto Metafórico en La Terapia - Andolfi

May 3, 2018 | Author: Anonymous | Category: Documents
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METÁFORA Y OBJETO METAFÓRICO EN LA TERAPIA M. Andolfi EL LENGUAJE METAFÓRICO La metáfora está ampliamente presente en el lenguaje cotidiano, donde, por la evocación de imágenes de semejanza, permite reproducir la realidad y los objetos del mundo circundante. El lenguaje y sus imágenes metafóricas cambian de significado según el contexto en que se sitúen y según las connotaciones que se agregan en virtud de las circunstancias de su empleo. Esto implica que, según los casos, cobrará mayor importancia esta o aquella característica del objeto, de la situación, o de la acción a que la metáfora se refiere. Así se explica que la metáfora se preste a que la utilicen los miembros de la familia para expresar estados de ánimo o situaciones de vínculo; o el terapeuta, para llevar a cabo su trabajo de análisis y de reestructuración. El mismo síntoma que el paciente o la familia presentan se puede convertir en la metáfora de un problema relacional, el intento de conciliar exigencias contradictorias por medio de un símbolo polivalente. Es como si el aspecto metafórico del síntoma lograra conciliar lados contrapuestos de la realidad, y obtuviera su simultánea cristalización. En efecto, si el síntoma no es resuelto, con el tiempo se puede convertir en el cruce de caminos en que confluyen situaciones muy distantes entre sí al principio el síntoma metafórico representa algún tipo de problema en la vida cotidiana y luego se va transformando en metáfora de otros problemas. De ese modo habrán creado una superposición y una condensación de situaciones que se manifestarán por el mismo símbolo. Entonces el síntoma puede perder poco a poco sus caracteres de especificidad: el símbolo del malestar específico se convertirá en el síntoma en sentido generalizado, ajeno al espacio y al tiempo, y válido para cualquier circunstancia. Por lo general, en el momento de intervenir el terapeuta, la evolución de la metáfora del paciente hacia características cada vez más abstractas e inespecíficas ha llegado a su culminación; por eso mismo, el terapeuta se encuentra en la necesidad de iniciar un proceso opuesto a fin de redescubrir en el interior de la imagen presentada los elementos históricos y relacionales originarios. Podrá entonces condensar en una metáfora propia los datos de observación recogidos en el curso de las interacciones entre los miembros del sistema terapéutico; en ese caso utilizará imágenes genéricas y adaptables a muy diversas situaciones, pero que contengan elementos singulares que se puedan superponer perfectamente a la situación en examen. En la metáfora, tanto si es expresada por los pacientes en sus síntomas como si lo es por el terapeuta quien los enfrenta a ella, se observan operar mecanismos análogos a los que se activan en cada uno de nosotros cuando se infringen las reglas que mantienen la coherencia de los mensajes enviados por el interlocutor. En efecto, si (a) yo (b) digo algo (c) a alguien (d) en una situación específica, puedo evitar definir la relación negando uno de los elementos o los cuatro. Puedo: (a) negar que personalmente comuniqué algo; (b) negar que algo haya sido comunicado; (c) negar que haya sido comunicado al otro; y (d) negar el contexto en que se lo ha comunicado. Esto es válido para el lenguaje verbal y no verbal, cada elemento puede ser respetado en un nivel y negado en otro. La metáfora es transmitida del mismo modo en que el paciente manifiesta el síntoma; en virtud de su contexto y su forma, se afirman y niegan al mismo tiempo el contenido del mensaje o su destinatario (Batenson). LA METÁFORA LITERARIA Por medio de un personaje literario se busca figurar en concreto una serie de conductas y funciones del paciente a través de connotaciones que caracterizan al personaje que entonces representa un término de cotejo. Así el paciente no debe buscar una definición de sí en una realidad en movimiento y en relaciones continuamente mudables: en efecto, esos procesos quedaban fijados en una imagen que en sí misma contenía una definición y una historia, que obraban como elemento de comparación externo al paciente esto es importante porque una de las mayores dificultades en el proceso evolutivo y en el afán de cambiar es no poder salirse de sí mismo para cotejarse con la propia imagen. El cambio solo puede brotar de un cotejo, es decir, de la apreciación de la diferencia entre un estado y otro, de una discontinuidad y esquematización arbitraria del continuo fluir de la experiencia. La imagen proporcionada define no solo al miembro designado, sino a las relaciones e interacciones que mantiene con los demás, situándolas en una atmósfera irreal y fantástica. Así, aunque el mensaje representativo se envía en apariencia a una sola persona, su estructura incluye de manera indirecta a las demás en la medida en que están en relación con aquella. El personaje literario es el que establecerá el marco en que se desenvolverán los intercambios posteriores, mientras que los detalles, y también la situación espacial y temporal específica, serán proporcionados por la posición del paciente en la historia familiar y por la definición que los demás dan de él, y él de sí mismo por sus propias acciones. El mundo de la literatura y el teatro nos proporciona un ejemplo de este proceder cuando nos propone la reedición de un personaje clásico en un drama moderno. LA METÁFORA CONTEXTUAL El empleo de la metáfora no se limita a que el terapeuta haga explicita la referencia a la persona, operando él mismo la ligazón con la imagen metafórica. En otras situaciones, se lleva a cabo de forma más sutil, por la amplificación de expresiones singulares de significado metafórico de los pacientes mismo, que pasarían inadvertidas si no se las extendiera de suerte que dejen de ser un elemento del discurso para convertirse en su marco contextual. En otros casos, el terapeuta puede condensar en una metáfora muchos elementos que pudo observar en el curso de las interacciones familiares, haciendo de manera que la ulterior definición de los rasgos de detalle de la metáfora se produzcan por obra del paciente. El terapeuta obliga a los interlocutores a cotejarse con la imagen que les proporciona, la cual se va definiendo más y más en detalles, adquiriendo connotaciones personales a medida que avanzan las respuestas. En el momento mismo en que todos aceptan la metáfora, esta se convierte en la estructura vehiculizadora del discurso y toda afirmación se sitúa de manera implícita en su interior. Por lo tanto, el terapeuta señala la vía para el curso de las asociaciones, mientras que la familia provee el material. En este proceso se integran dos mundos de percepción, que derivan de dos diversas historias personales: el mundo del terapeuta y el de la familia; el producto de esta integración pasa a formar parte de la cultura del sistema terapéutico y de este modo se erige en un poderoso factor de asociación entre los elementos que lo componen. En ocasiones, el terapeuta se sirve de continuas metáforas hasta llegar a un discurso alegórico en que a menudo la conexión con el sujeto real a quien apunta es establecida solo por el contexto en que se desenvuelve el diálogo. En estos casos, el terapeuta puede traer a cuento fantasías que se le ocurrieron o relatos sobre otros pacientes, en que, para evitar eventuales objeciones, el nexo con las personas directamente interesadas puede ser negado con frases del tipo “no me refería a usted” o “este detalle evidentemente no tiene nada que ver con usted”. La idea del símil, aunque se la niegue formalmente, es empero propuesta por vía implícita. EL OBJETO METAFÓRICO: INVENCIÓN DEL TERAPEUTA Una de las características de la metáfora es que consigue crear una imagen de las emociones, de la conducta, del carácter o de las relaciones que una persona tiene dentro de un sistema. En la práctica, los objetos representables son infinitos. Se habla de objeto porque toda representación es una fotografía de la realidad, es decir, una cristalización arbitraria de esta; por eso mismo ofrece la ventaja de presentarse como un elemento observable, sustancialmente exterior al fluir de los sucesos; y podemos cotejarla con ese fluir porque, fijándolos en el tiempo, confiere realidad a una serie de procesos que de otro modo serían indefinibles. El terapeuta puede también, en el curso de la sesión, elegir los objetos materiales que le parezcan más aptos para representar comportamientos, relaciones, interacciones actuales o reglas de la familia en tratamiento. En ese caso deberá observar con particular atención las interacciones familia-terapeuta (y las repeticiones de comunicación que presentan), donde él mismo se inserta con su modo de presentarse, su personalidad y sus vivencias emotivas. La elección del objeto metafórico es por lo tanto un acto de su inventiva, con el que introduce un nuevo código que define e interpreta cuanto está sucediendo; sobre la base de este código se empezarán a redefinir las relaciones entre los diversos miembros de la familia, y entre estos y el terapeuta. Así es posible valerse de la imagen expresada por uno de los participantes para amplificarla, transformándola en el eje en torno del cual girará la sesión. La ventaja que tiene la utilización de una metáfora tomada directamente de los pacientes consiste en el hecho de que así se reduce la posibilidad de eventuales resistencias, puesto que la imagen ya forma parte de su patrimonio perceptivo y simbólico, y por lo tanto, es muy difícil que se la niegue. Pero en este punto deja de ser exclusiva de los pacientes; en efecto, el relieve que se le confiere deriva de una percepción del terapeuta y de un acto creador de este, que la convierte en el lugar de encuentro de dos mundos diversos. Además de constituir un importante elemento de relación, la metáfora se vuelve el punto de partida de un movimiento circular en que cualquier respuesta a la imagen que el terapeuta o su interlocutor propusieron, es un estímulo para la producción de nuevas imágenes. La metáfora se materializa en el uso de un objeto que no solo refuerza la imagen, sino su significado de algo que es propiedad de la familia. Es como si en ese objeto se encarnaran relaciones, hábitos y reglas existentes en el interior del grupo. El objeto metafórico, más aún que la metáfora, permite al terapeuta descentralizarse: dejar de ser el punto de referencia, el foco de la atención, lugar que ahora ocupa el elemento material que está en medio del grupo, que pasa de mano en mano, y es sopesado, contemplado, como si fuera el depositario de un secreto por descifrar. El objeto puede ser un modo muy eficaz de tomar distancia cuando la situación se vuelve confusa o se está en un punto muerto; con el uso del objeto metafórico se recrea, en efecto, la oportunidad de arrojar la pelota a la familia y de observar desde fuera lo que sucede. Más que en la metáfora, en el objeto metafórico se evidencia la coexistencia de varios niveles de comunicación: el predominio de informaciones en los planos visual y táctil hace que se acentúe la contraposición entre el significado literal y material, y el simbólico del medio utilizado, lo que produce confusión en el destinatario del mensaje, que ya no sabe a cuál de los dos niveles se tiene que referir. Y como al mismo tiempo se le da también la posibilidad de hablar sobre aspectos significativos de sus relaciones, se siente tan animado a enfrentarlas como dueño de calibrar su intensidad. Es importante que la elección del medio representativo admita una referencia al mismo tiempo muy precisa y muy vaga: un objeto será tanto más eficaz cuanto más evoque algunos detalles de la situación de la relación o del personaje que está destinado a representar; y por otra parte, cuanto más apto sea para proponer un contexto genérico y ambiguo. Esto aumentará el grado de tensión y de confusión del interlocutor, que es el presupuesto indispensable para la búsqueda de significados y de comportamientos diferentes. EL OBJETO METAFÓRICO: ELEMENTO DE DRAMATIZACIÓN El hecho de que la metáfora puede hallar su apoyo material en el objeto metafórico permite utilizar este para dramatizar las relaciones, sea por medio de un dialogo directo o del pasarse el objeto de una persona a otra, en que la acción misma es la que adquiere un significado simbólico, mientras que para el objeto queda la misión de vehiculizar todas las connotaciones que los participantes, incluido el terapeuta, le atribuyen. De esta forma se introduce una dimensión nueva en el uso del objeto metafórico y de la metáfora en general: tras la equivalencia objeto-paciente y las tentativas de interpretación, el terapeuta invita a los miembros de la familia a empeñarse en una interacción en que el objeto imprevisible se vuelve, al mismo tiempo, estímulo para la acción y clave de un significado que se debía averiguar. Así, cada uno de los miembros de la familia tiene la oportunidad de actuar sus propias relaciones con el paciente y, por medio de él, con los demás, al tiempo que conseguían distanciarse y mirarse desde afuera. A menudo, este es un prerrequisito para que se produzca un vuelco en la visión que cada uno tiene de la realidad. EL OBJETO METAFÓRICO: INVENCIÓN DE LA FAMILIA Otro método de utilizar objetos en la terapia es valerse de lo que la familia trae consigo a la sesión y que emplea con un significado inicialmente diverso del que le atribuirá el terapeuta. Cada quien, en la vida de todos los días y dentro de los diversos sistemas en que participa, está rodeado de objetos que contribuyen a definir el contexto de las interacciones o a calificar las características de las personas que los utilizan y sus modalidades de relación. Por ello, es posible utilizar los objetos de manera más o menos deliberada, como instrumento de comunicación. El objeto se utiliza para redefinir su significado y conferirle un valor metafórico. Se convierte en mediador de relaciones familiares. El recurso de poner de relieve la inversión jerárquica permitió (en el ejemplo de la banana en el caso de los niños obesos) al terapeuta desplazar la atención sobre problemas diferentes de los propuestos al comienzo. Por último, haciendo que la alusión a estos problemas se mantuviera encubierta, se dificultaban eventuales cuestionamientos. En el ejemplo, la tradición y la cultura ofrecían la posibilidad de asociar la comida con los demás aspectos de la vida de relación; esto la volvía apta para llevar adelante un diálogo sobre esos aspectos, sin tener que recurrir de manera expresa a preguntas embarazosas. En este sentido, el objeto-alimento se convertía en un verdadero calificador de mensajes. Tanto en el uso de la metáfora como del objeto metafórico, y quizás en cualquier forma de terapia, es posible que surjan elementos de juegos. Toda persona, en el curso de su existencia, debe pasar de continuo por un juego, a fin de alcanzar un equilibrio en las relaciones con la realidad y las personas con quienes vive. Por medio del juego se experimenta la realidad de forma paradójica; en efecto, cumple actos reales, pero en un contexto que niega su realidad, al par que los objetos mismos que utiliza adquieren características multiformes; en efecto, al mismo tiempo son y no son lo que representan. Esto permite a cada persona verificar la visión que tiene del mundo y de las relaciones con los demás en una situación ficticia, pero que en buena parte se puede superponer a la real, y en la cual la distinción entre uno y otro plano está dada sobre todo por elementos contextuales. En la vida adulta estas situaciones se repiten constantemente en las relaciones cotidianas, el significado de los que se dice y se hace es implícito o negado. Si queremos entender mejor a nuestro interlocutor respecto de un asunto que nos interesa particularmente, podemos adoptar una conducta bromista, dejar caer una observación y esperar la reacción del otro antes de decidir la dirección en la que proseguiremos: utilizar un lenguaje alusivo o serio (negar lo que acabamos de decir asegurando que bromeábamos), o admitir nuestras intenciones y sentimientos reales, etc. Construimos con nuestro interlocutor un juego que poco a poco se delinean articulaciones precisas que forman los puntos de referencia en torno a los cuales nos podemos mover en las ulteriores exploraciones. Es un modo de percatarnos del valor relativo de las cosas y de la realidad. Si conseguimos hacer humorismo sobre nosotros mismos, nos redimensionaremos y podremos observarnos, lo que lleva a la aceptación de nuestras inevitables contradicciones y es la premisa para la superación. Si la realidad, y el sentimiento de lo trágico que a veces lleva adherida, se puede transformar en juego, quizá sea posible desatar un lazo de las funciones estereotipadas de los diversos miembros del sistema, y liberar potencialidades creadoras.


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