Historia de la arqueología en Querétaro

April 6, 2018 | Author: Anonymous | Category: Documents
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Historia de la Arqueología en Querétaro 1 2 Héctor Martínez Ruiz Historia de la Arqueología en Querétaro 3 4 Héctor Martínez Ruiz Estado de Querétaro Poder Ejecutivo Oficialía Mayor Lic. Francisco Garrido Patrón Gobernador del Estado de Querétaro Arq. Luis Miguel Sánchez Canterbury Oficial Mayor M. en A. Raúl Iturralde Olvera Rector Dr. Guillermo Cabrera López Secretario Académico Dra. Aurora Zamora Mendoza Secretaria de Extensión Universitaria DR© 2006 Gobierno del Estado de Querétaro Oficialía Mayor Archivo Histórico Madero 70 C.P. 76000, Santiago de Querétaro, Qro. Universidad Autónoma de Querétaro Centro Universitario, Cerro de las Campanas S/N C.P. 76010, Santiago de Querétaro, Qro Versión digital ISBN-13: 978-968-845-346-9 Primera edición, noviembre de 2007 Impreso y hecho en México DR© 2006 Historia de la Arqueología en Querétaro 5 A todos aquellos que han contribuido al conocimiento de la historia antigua del Estado… In Memoriam Ana María Crespo (1938-2004) 6 Héctor Martínez Ruiz Historia de la Arqueología en Querétaro 7 ÍNDICE Presentación Introducción Capítulo I. Antecedentes del trabajo arqueológico en Querétaro (1530-1821) 1.1. Los primeros testimonios 1.2. El Siglo de las Luces 1.2.1. Fray Francisco Palou 1.2.2. Fray Francisco de Ajofrín 1.2.3. Fray Juan Agustín de Morfi Capítulo II. La arqueología en el proyecto de nación (1821-1876) 2.1. John Phillips 2.2. Mariano Bárcena 2.3. Bartolomé Ballesteros Capítulo III. Positivismo y arqueología: (1876-1910) 3.1. José María Reyes 3.2. Manuel Orozco y Berra 3.3. Hubert. H. Bancroft 3.4. Alfredo Chavero 3.5. Antonio García Cubas 3.6. Manuel Murillo 3.7 Ignacio Pedraza 9 17 23 23 28 30 31 32 41 47 48 51 55 62 69 70 72 74 74 74 Capítulo IV. El triunfo de la memoria (1910-2000) 79 4.1. El panorama arqueológico en Querétaro 88 4.2. Los años de ruptura. Encuentros y desencuentros en la arqueología de México (1960-2000) 98 8 Héctor Martínez Ruiz 4.3. Los últimos años, nuestros días: La investigación arqueológica en Querétaro (1960-2000) 4.3.1. La arqueología en los Valles Queretanos 4.3.2. La investigación arqueológica en el Semidesierto de Querétaro 4.3.3. La arqueología de la Sierra Gorda de Querétaro Índice de figuras Bibliografía Fuentes y publicaciones consultadas 108 122 138 147 164 193 217 Historia de la Arqueología en Querétaro 9 PRESENTACIÓN La investigación arqueológica profesional en Querétaro es relativamente joven. Data de cincuenta años a la fecha. No obstante la existencia de importantes testimonios arqueológicos en lo que hoy conocemos como estado de Querétaro —mismos que quedaron registrados por cronistas, religiosos o viajeros de la talla de Francisco Javier Alegre, Juan Agustín de Morfi, Francisco de Ajofrín, Hubert H. Bancroft o Alfredo Chavero, aclara Héctor Martínez Ruiz en esta obra—, su estudio sistemático quedó relegado. Durante la primera mitad de la centuria del XX, los estudios que al respecto se realizaron tuvieron como objetivo central el registro y protección del patrimonio prehispánico, no su análisis y comprensión. Su carácter de frontera entre las áreas culturales de Aridoamérica y Mesoamérica, hizo que la región fuera relegada dentro de las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en el país, pues se le dio prioridad al estudio de lo que conocemos como el complejo cultural de Mesoamérica, área que concentraba evidencias monumentales. El resto quedó marginado. No fue sino hasta la década de los sesenta del siglo XX cuando investigadores profesionales se dedicaron a estudiar de manera sistemática los vestigios arqueológicos, dándole un impulso importante a la investigación arqueológica en Querétaro. Este libro recupera, organiza y analiza la diversidad de esfuerzos personales e institucionales que a través del tiempo se han hecho con relación a los registros y estudios arqueológicos en Querétaro. Con esta investigación, Héctor Martínez Ruiz ha realizado una importante contribución a la historia de la arqueología en Querétaro, pues se dedicó a la paciente labor de rastrear los testimonios que, desde tiempos pretéritos, viajeros, cronistas y religiosos fueron registrando de manera escrita, sobre las características e importancia de los vestigios existentes en la región. Gracias a esta meticulosa labor, los interesados en tener una visión panorámica sobre el desarrollo de la arqueología en esta re- 10 Héctor Martínez Ruiz gión frontera, y tener una primera aproximación a su historia antigua, tienen en este libro su más importante sistematización. Con testimonios dispersos, aislados y no de fácil consulta — pues algunos de ellos forman parte de colecciones privadas—, Héctor Martínez Ruiz fue tejiendo y organizando la información, ubicándola en su contexto histórico y en las particularidades que la investigación arqueológica tenía en la época en que fueron escritos. En un ir y venir de lo nacional a lo regional y de ésta o lo nacional, el autor nos presenta una visión retrospectiva de lo que desde la época colonial han significado los materiales arqueológicos en Querétaro: épocas históricas con características definidas y su correspondiente concepto de la arqueología. Desde la simple curiosidad por conocer a los pueblos antiguos a partir de los vestigios, hasta los resultados de investigaciones científicas, donde el objetivo ya no sólo es describir o registrar, sino clasificar, analizar y estudiar. Gracias a tales testimonios, y a las investigaciones que en fechas recientes se han llevado a cabo, hoy podemos conocer de la complejidad y dinamismo que caracterizaron a los habitantes de estas regiones. De los primeros escritos novohispanos que hacen referencia a los sitios arqueológicos queretanos, el autor destaca un reporte administrativo y las crónicas religiosas del Santuario de la Virgen de El Pueblito, aunque como el mismo autor lo aclara, en tales testimonios no hubo siquiera una descripción, ni mucho menos se indicó el estado en que se encontraba el lugar. Así, la mención de El Cerrito es la referencia más específica en materia de testimonios antiguos de Querétaro durante los siglos XVI y XVII. Al respecto, Héctor Martínez señala: El grado de desinterés llegó a tal extremo que uno de los cronistas de la época relató que hasta los naturales ya no advertían la presencia de los edificios en ruinas, y mucho menos que se interesaran por ellas. Con el paso del tiempo, quedaron sepultadas o se aprovecharon sus materiales para incorporarlos en la construcción de edificios coloniales Luego, viene un largo periodo de silencios y olvido, hasta la segunda mitad del siglo XVIII, periodo en que aparece uno de los Historia de la Arqueología en Querétaro 11 primeros testimonios sobre un objeto arqueológico, del misionero franciscano Francisco Palou, compañero de fray Junípero Serra, en su Relación Histórica de la vida del venerable padre fray Junípero Serra, y la breve mención que hace el fraile capuchino Francisco de Ajofrín, quien en su Diario del viaje a la Nueva España, dejó para la posteridad sus anotaciones sobre su visita al Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito, haciendo mención de los vestigios arqueológicos. Luego tenemos, en 1777, el testimonio del fraile Juan Agustín de Morfi, quien realizó una visita de inspección a El Cerrito y escribió sobre los objetos arqueológicos provenientes del lugar. Para Héctor Martínez Ruiz, este testimonio representa sin lugar a dudas, el suceso más importante del interés por las antigüedades en Querétaro, pues constituye el primer documento escrito en que se registró el interés que despertó en un personaje del siglo XVIII la información referente a un sitio arqueológico ubicado en Querétaro. Si bien los escasos testimonios novohispanos sobre la arqueología queretana hacen referencia de manera casi exclusiva a El Cerrito, para el siglo XIX este panorama se abre gracias a los descubrimientos efectuados en la Sierra Gorda. Un primer testimonio al respecto —del cual el autor sólo hace mención al mismo, pues no se recupera su contenido— es el reportaje publicado en un periódico capitalino, El Sol, cuyo contenido despertó el interés del historiador Carlos María de Bustamante. Luego, la breve referencia que el jesuita Francisco Javier Alegre hace en su Historia de la Compañía de Jesús, sobre El Cerrito. No será hasta mediados de la centuria decimonónica cuando se presenta lo que el autor considera el primer registro documental del sitio arqueológico de Toluquilla: la litografía publicada en el libro de John Phillips, México Ilustrado, mismo que contiene, también, una breve descripción del sitio prehispánico. Las agrupaciones científicas del siglo XIX renovaron el interés por lo antiguo, realizándose exploraciones arqueológicas que marcarán un nuevo rumbo a la investigación arqueológica en México. En dicho contexto, Barlotomé Ballesteros emprendió diversos recorridos por los asentamientos ubicados en la Sierra Gorda. Gra- 12 Héctor Martínez Ruiz cias a sus artículos publicados en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, conocemos sus observaciones y registros, en particular sobre las ruinas existentes en el mineral de El Doctor: ciudad de Ranas y ciudad de Canoas. En sus observaciones, anotó: Nadie absolutamente nadie se ha cuidado de la exploración de estos monumentos, que deben contener tesoros para la ciencia y la historia. No se equivocó. Sin embargo, tuvieron que pasar muchas décadas más para que la ciencia y la historia se ocuparan de dichos lugares. El estado arruinado y de abandono del lugar también fue denunciado por Mariano Bárcena, quien visitó la región de El Doctor en 1872. Bárcena no sólo dejó interesantes observaciones sobre las ruinas de Toluqilla, sino que abrió, aunque sin aportar muchos elementos, su espectro de registro a San Juan del Río. La recuperación de estos testimonios, su análisis y ubicación en el contexto político y cultural de la época en que se producen, son trabajadas por el autor en lo que conforma el capítulo segundo de esta obra. El capítulo tercero, denominado Positivismo y arqueología: 1876-1910, es para el autor de gran importancia, pues fue en este periodo cuando surge en México el estudio científico de la arqueología. El gobierno mexicano asumió la labor de coordinar la investigación de los vestigios localizados en territorio nacional, a través de diversas dependencias federales. Gracias a la profesionalización que tales estudios tuvieron, José María Reyes —quien recorrió en 1879 Ranas y Toluquilla—, no solo elaboró descripciones detalladas y completas, sino que también elaboró planos y tomó fotografías de tales lugares. Al respecto, Héctor Martínez puntualiza: Su interpretación de Toluquilla fue la más interesante de las que se habían hecho hasta ese momento; no obstante, después de su visita, inesperadamente se perdió el interés por este lugar y se suspendieron las investigaciones, al parecer sólo se reanudaron hasta la tercera década del siglo XX. Si bien en el periodo porfirista destacan los trabajos de José María Reyes, no fue el único. Investigaciones arqueológicas y Historia de la Arqueología en Querétaro 13 descripciones fueron hechas por Manuel Orozco y Berra, Hubert H. Bancroft, Alfredo Chavero, Antonio García Cubas, Manuel Murillo e Ignacio Pedraza. Luego, vino el estallido violento de la Revolución Mexicana de 1910 y su secuela de inestabilidad y conflictos. Superada la confrontación armada, el rostro de México había cambiado. La investigación arqueológica también. El contexto revolucionario imprimió a la época posrevolucionaria una exaltación de los valores del indio. Al respecto, Héctor Martínez señala que se pretendió unir el pasado con el presente a partir de la búsqueda de nuestros orígenes, recuperar la tradición perdida y cobrar conciencia de un destino común. Estos esfuerzos son analizados en lo que conforma el capítulo cuarto y último de esta obra, con el título de El triunfo de la memoria (1910-2000). Para el caso específico que interesa al autor, este largo periodo lo divide en dos momentos: en el primero analiza el panorama arqueológico en Querétaro en el lapso de 1910 a 1960; en el segundo, el periodo comprendido entre 1960 y 2000. Éste a su vez quedó conformado en el análisis de tres subregiones: los valles queretanos, el semidesierto y la Sierra Gorda. Con relación al primer periodo, Héctor Martínez destaca los trabajos de Ignacio Marquina Barredo, considerado por el autor uno de los más eminentes especialistas en arquitectura prehispánica; de Emilio Cuevas y Eduardo Noguera, quienes dejaron puntual testimonio del grado de destrucción en que se encontraban los sitios arqueológicos de Ranas y Toluquilla; de Joaquín Meade; del canónigo Vicente Acosta; entre otros, destacando la importante labor realizada por Germán Patiño, creador en 1936 del actual Museo Regional de Querétaro y la enorme relevancia que para la investigación arqueológica tuvo, a nivel nacional, la creación del Instituto Nacional de Antropología e Historia. En la década de los cuarenta destacan los aportes de Eduardo Noguera y Carlos Margaín. El primero, volvió a señalar el lastimoso estado de ruina y abandono en que se encontraba los sitios arqueológicos en la región. La importancia del segundo periodo que conforma el último capítulo, el autor la define de entrada al sostener: Durante los 14 Héctor Martínez Ruiz últimos cuarenta años, la investigación arqueológica en Querétaro se incrementó de manera notable. Un primer estudio al respecto es el emprendido por Cynthia Irwin Williams, de la Universidad de Harvard, quien exploró la región aledaña a Tequisquiapan en busca de vestigios que demostraran su temprana ocupación. Los hallazgos permitieron determinar que la región había sido poblada, por menos, desde hacía siete mil años y que en el lugar existieron sociedades agrícolas. Nuevas aportaciones fueron realizadas por Pedro Armillas, quien analizó la región cultural de Mesoamérica dándole una frontera dinámica en el tiempo. La lista de estudiosos de la arqueología queretana se incrementa significativamente al finalizar la década de los sesenta y la siguiente: Manuel Septién y Septién, Beatriz Braniff (quien promovió los estudios de frontera en lo que la investigadora denominó Mesoamérica marginal), Enrique Nalda, Rosa Brambila, Margarita Velasco, José Luis Franco, Adolphus Langenscheidt, Carlos Tang Lay, Arturo Romano, entre otros. Los aportes realizados en esta etapa, señala Héctor Martínez Ruiz, sentaron las bases para una nueva etapa de la arqueología en Querétaro, pues los descubrimientos efectuados despertaron el interés de la comunidad académica del país. A la lista de profesionales de la arqueología en Querétaro se sumaron más investigadores en las décadas subsecuentes, actividad que se vio notablemente fortalecida con la creación del Centro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Destacan para las últimas décadas los aportes de César Armando Quijada, Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Miguel Argüelles, Ana María Crespo, Luz María Flores, Dominique Michelet, Alberto Herrera, Rosa Brambila, Carlos Castañeda, Alejandro Pastrana, Carlos Viramontes, Antonio Urdapilleta, Elizabeth Mejía, Luis Barba y Teresa Muñoz, entre otros. Los hombres y las mujeres que han tenido que ver con el estudio de la historia antigua de lo que hoy conforma el estado de Querétaro, sus aportes, análisis y descubrimientos, así como las características que sus estudios tuvieron en el contexto cultural de su época, están presentes en este libro de la autoría de Héctor Historia de la Arqueología en Querétaro 15 Martínez Ruiz. Apretada síntesis que abarca más de dos centurias, este libro reúne y congrega en sus páginas a los más importantes y destacados estudiosos de la arqueología en Querétaro. Su autor elaboró esta investigación como proyecto para obtener el grado de maestro en Historia. Hoy que se presenta como libro, quienes en algún momento tuvimos la fortuna de tener como alumno a Héctor Martínez, nos llena de gusto y satisfacción este nuevo logro en su vida profesional. Es uno de nuestros egresados de la Maestría en Historia que mayor compromiso, profesionalismo y pasión han tenido con la investigación y difusión de la historia de Querétaro. Dra. Blanca Estela Gutiérrez Grageda Facultad de Filosofía Universidad Autónoma de Querétaro, 2006. 16 Héctor Martínez Ruiz Historia de la Arqueología en Querétaro 17 INTRODUCCIÓN La génesis de la arqueología 1 es incierta, históricamente tiene diversos orígenes. Algunos autores sostienen que ocurrió en Europa durante el Renacimiento. 2 Desde el siglo XV se despertó un interés por los objetos de la Antigüedad que se encontraban por todo el continente. Al pasar de moda los estilos románico y gótico, que marcaban el medievo, se comenzaron a ver las ruinas más antiguas, entre ellas las de griegos y romanos, como modelos estéticos para seguir. 3 A partir de ese momento, fueron imitados en la arquitectura y la escultura. Este hecho no sólo implicó la recuperación artística de la cultura clásica, sino que, además, renovó el interés por el pasado, constituyéndose en el eje impulsor del pensamiento humanista que posteriormente sería característico de Occidente. Bajo este panorama, se estableció la creencia de que la educación de un caballero de buena familia no estaba completa sin una estancia en Italia, que lo acercara a ese pasado, tan importante no sólo en el arte de aquel periodo, sino en las formas de conducta personal. Con ese conocimiento de primera mano se extendió a otras regiones la afición por lo antiguo.4 1 Entendida como la simple curiosidad por conocer, a partir de objetos, a los pueblos antiguos. Como disciplina científica que se encarga de dar a conocer, clasificar y estudiar los objetos fabricados por el hombre con el fin de reconstruir la forma de vida de las civilizaciones pasadas, su origen es bastante reciente y se remonta al final del siglo XIX y las primeras décadas del XX. 2 Para el caso de nuestro país, es conveniente recordar que las sociedades prehispánicas también sintieron una inmensa curiosidad por el pasado. Mucho antes del surgimiento de la arqueología como ciencia, los pueblos del México antiguo manifestaron una gran curiosidad y una profunda veneración por los vestigios de las civilizaciones desaparecidas; frecuentaron los centros ceremoniales en ruinas, escarbaron en ellos, exhumaron las reliquias e imitaron los viejos estilos. Véase Leonardo López Luján, «Historia de la arqueología en México I»: Arqueología de la arqueología. De la época prehispánica al siglo XVIII en Arqueología Mexicana, núm. 52, Raíces-INAH, México, 2001, p. 20. 3 Jaime Litvak King, Todas las piedras tienen dos mil años, Trillas, México, 1986, p. 12. 4 Ibídem, p. 13. 18 Héctor Martínez Ruiz Resulta claro reconocer que el final de la Edad Media significó para el Viejo Mundo la oportunidad de renovar sus vínculos culturales con la Antigüedad. Sin embargo, con el descubrimiento de América, Europa entró en contacto con culturas muy diferentes de la suya. Los nuevos territorios estaban poblados por hombres, que resultaban extraños, pues tenían costumbres y tradiciones diferentes de las del europeo. Como les parecieron salvajes, no sólo se convencieron de que deberían ser convertidos a la verdadera fe, sino que además era lícito esclavizar a los que se opusieran a dicho proceso. Fue también el momento en que algunos realizaron descripciones idílicas sobre los nativos, lo que propició la formación del mito del buen salvaje.5 Esta idea del hombre bueno y sano por sí, en su estado real, vino aparejada con un interés en las cosas, generalmente por las expresiones de cultura material que esa parte de la humanidad producía y usaba. Para ordenar y comprender lo que se describía se utilizó como punto de comparación la propia Europa. De tal suerte que se comenzó a nombrar y organizar el mundo americano a partir de su experiencia.6 Este primer momento se caracterizó porque los trabajos efectuados tuvieron un marcado corte humanista; fueron realizados principalmente por misioneros y buscando describir lo que se veía y vivía en ese momento, siempre tuvieron un fin práctico, ya que, evidentemente expresaban los propósitos de la conquista y su justificación teológica y moral.7 El mito del noble o buen salvaje se inició con el informe que realizó Cristóbal Colón de las tierras a que arribó en 1492, que no pertenecían a Catay (China), Cipango (Japón) o la India; pero en la carta que escribió a la Corona para informar de su viaje, trató de disimular su fracaso recurriendo a los relatos exóticos de Marco Polo y a los modelos literarios propios de la mitología griega. La descripción idílica que hizo Colón de la mayor parte de los grupos humanos que descubrió fue la base de este mito. En efecto, no sólo creó la visión europea del Nuevo Mundo, sino que con ello se reanimó el debate medieval sobre la exacta ubicación del Paraíso Terrenal e inspiró los humanistas –como Tomás Moro–, quienes mostraron su preocupación por los problemas de orden religioso y moral en la sociedad. Más adelante, Juan Jacobo Rousseau retomó esta idea de la pureza original de los grupos primitivos en su Contrato Social, escrito en 1762. Véase Emir Rodríguez Monegal, Noticias públicas y secretas de América, Tusquets Editores, España, 1984, p. 32. 6 María Ana Portal y Xóchitl Ramírez, Pensamiento Antropológico en México; un recorrido histórico, UAM-Iztapalapa, México, 1995, p. 13. 7 Ibídem, p. 13. 5 Historia de la Arqueología en Querétaro 19 El indio sin los defectos de la civilización occidental, puro, inocente y natural, preconcebido en Europa por ensayistas como Juan Jacobo Rousseau y Michel Eyquem de Montaigne, fue usado para escribir la historia de América. Se empleó para idealizar a los conquistados y poco después, también, para justificar la independencia de las colonias americanas. Las mentes que habían concebido la conquista como el triunfo de la justicia, la civilización y la religión sobre la brutalidad, la barbarie y el paganismo, viraron totalmente convirtiendo el siglo XVI en la etapa en que la injusticia, la crueldad y la corrupción del mundo occidental se impusieron sobre lo justo, lo dulce y lo puro del mundo primitivo que habían formado los nativos americanos. La mentalidad había cambiado. Esta situación estuvo reforzada por la evidencia que aportaba el arte de la América precolombina, que con su fuerza y magnificencia proveyó de una sólida base para sustentar la inclinación por el estudio de la Antigüedad en las enciclopédicas mentes del siglo XVIII y, por consecuencia, abanderar las causas independentistas.8 No resulta extraño que para el caso de la Nueva España este proceso ideológico comenzara a gestarse entre los intelectuales criollos, que los llevó a lo largo de casi dos siglos a conformar un proyecto de nación independiente en el cual tomaron el pasado prehispánico como propio y se declararon herederos de la gran civilización americana, considerada como similar a la de Grecia o Roma. Un ejemplo claro de este nuevo enfoque lo constituyó Carlos de Sigüenza y Góngora,9 quien manifestó su criollismo a partir de la exaltación del pasado indígena como paradigma de la grandiosidad humana.10 El interés de los eruditos se enfocó sobre los sitios arqueológicos en el siglo XVIII. Muchos de los estudiosos de la época los analizaron con gran rigor académico. En nuestro país, Francisco Javier Clavijero se 8 9 Jaime Litvak; op. cit., p. 17. Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700). Geógrafo, matemático, poeta indiano, salvador de archivos, astrólogo e historiador, es uno de los eruditos novohispanos más importantes del siglo XVII. Introdujo el método experimental en la arqueología mesoamericanista. Ver López Luján, op. cit, 2001, p. 27. 10 Portal y Ariosa, op. cit., p. 36. 20 Héctor Martínez Ruiz encargó de decirnos que entre las fuentes de estudio de la historia mexicana, desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, se encontraban los monumentos arqueológicos.11 Para el siglo XIX, el centro de interés por lo antiguo recayó en lo exótico, era lógico que esa inquietud se extendiera a la búsqueda de curiosidades de origen extraño. Fue la época de las grandes aventuras, de la exploración de regiones desconocidas, de los aventureros extranjeros. El mito del noble salvaje obviamente no había durado mucho. Los viajeros obtuvieron grandes ganancias al escribir libros sobre sus hazañas, al tiempo que hacían presentaciones donde las narraban. Incluyendo espectaculares telones de fondo y juegos de luces, llevaron consigo objetos que fueron considerados evidencias de la Antigüedad. Esas piezas fueron incluidas en las secciones especiales de etnografía de los museos, no de arqueología, eso era para los testimonios de la cultura grecorromana que se reconocían como el antepasado de lo europeo, por eso fueron colocadas donde se pudiera mostrar su rareza, junto con curiosidades de la más diversa índole, como testimonio de la otra humanidad. De igual forma, en este periodo se siguió por los caminos que ligaron la investigación arqueológica con los intereses políticos y económicos de los países donde se practicaba. Los aventureros que hasta ese momento habían realizado las exploraciones, al paso de los años, se volvieron comerciantes establecidos, llevando una vida tranquila y acomodada, al tiempo que las sociedades científicas, fundadas al amparo de los gobiernos positivistas, cuando menos en México, buscaron por todos los medios, ya fuera mediante excavaciones o restauraciones de edificios, motivos de orgullo nacional. En México, a principios del siglo XX, la historia antigua fue materia de investigación primordial, negación de los valores hispanos y revaloración del pasado indígena, como parte del movimiento nacionalista de fines del siglo XIX, fomentaron la investigación arqueológica. 11 Julio César Olivé Negrete, «Etnohistoria y Arqueología», en Memoria: Congreso Conmemorativo del Departamento de Etnohistoria, INAH, México, 1988, p. 338. Historia de la Arqueología en Querétaro 21 Los descubrimientos efectuados dieron un mensaje de la magnificencia de aquellas épocas. Leopoldo Batres trabajó en algunos sitios como Teotihuacan. A esta labor también se sumaron algunos extranjeros que llegaron a México, contribuyendo a la fundación de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnografías Americanas.12 Entre los alumnos que trabajaron en dicha escuela figuró Manuel Gamio, quien propuso que la grandeza de la época prehispánica debía recuperarse, como si se tratase de una edad perdida. Con este personaje se inició un movimiento teórico importante que durante la década de los treinta y hasta los años sesenta se conoció como la Escuela Mexicana de Arqueología.13 A partir de ese momento, el trabajo arqueológico en nuestro país determinó la directriz política que la legitimó durante más de cincuenta años, tiempo en que permaneció vigente ese movimiento. Ya sabemos que, en esos años, la necesidad de hacer arqueología estuvo ligada a la educación del mexicano en sus raíces nacionales. Con este fin se propició el interés y la identificación del país con su pasado, por eso, el estudio arqueológico y la difusión de los informes de tales investigaciones se orientó a las zonas que contaban únicamente con evidencias monumentales, las cuales, en su mayoría, poco a poco se habilitaron para el turismo, mientras que los sitios que carecían de esta jerarquía quedaban relegados. Querétaro fue una de las entidades federativas cuyos testimonios arqueológicos, no obstante haber sido mencionados por cronistas, religiosos y viajeros de la talla de Francisco Javier Alegre, Juan Agustín de Morfi, Francisco de Ajofrín, Hubert H. Bancroft 12 Uno de los más importantes fue el antropólogo Franz Boas (1858-1942), precursor del Particularismo Histórico, corriente antropológica surgida en Estados Unidos que proponía el estudio de una sociedad como asunto único y particular, de modo que su historia social fuera apreciable nada más desde la perspectiva de sus propios valores. Ver Lizandra Torres y Lina Torres, Introducción a las ciencias sociales. Sociedad y cultura contemporánea, Thomson Editores, México, 1998, p. 101. 13 Que en realidad, no hizo otra cosa más que continuar la tradición de hacer una arqueología para fines gubernamentales. Como sabemos, en México la institucionalización de esta disciplina, ha dependido del sostén gubernamental para su desarrollo. Véase Luis Vázquez León, «Historia y constitución profesional de la arqueología mexicana (1884-1949)», en II Coloquio Pedro Bosch-Gumpera, UNAM-IIA, México, 1993, p. 37. 22 Héctor Martínez Ruiz y Alfredo Chavero, entre otros, no se les dio la debida importancia durante los primeros cincuenta años del siglo XX; producto de ello, sólo se realizaron esporádicos estudios que buscaron principalmente su registro y protección. No fue sino hasta fines de los años sesenta cuando se incrementaron las exploraciones descubriéndose un mayor número de asentamientos prehispánicos, los cuales demostraron la importancia que tuvo en esa época el territorio que hoy ocupa nuestra entidad. A pesar de los resultados obtenidos, no se hicieron mayores investigaciones. No fue sino hasta la segunda mitad de la década de los setenta cuando se iniciaron los trabajos a cargo de Margarita Velasco, Rosa Brambila y Enrique Nalda, y que han continuado hasta nuestros días gracias a una gran cantidad de especialistas, entre los que han destacado Ana María Crespo, Juan Carlos Saint-Charles, Alberto Herrera, Elizabeth Mejía, Daniel Valencia, Carlos Viramontes, César Armando Quijada, Antonio Urdapilleta y Miguel Argüelles. Este hecho dio un fuerte impulso al desarrollo de la arqueología queretana incorporándola a la historia prehispánica de la actual República Mexicana. Historia de la Arqueología en Querétaro 23 CAPÍTULO I ANTECEDENTES DEL TRABAJO ARQUEOLÓGICO EN QUERÉTARO (1530-1821) 1.1. Los primeros testimonios En los tres siglos que duró el dominio español en México se advierten, desde el punto de vista del interés por las antigüedades indígenas, tres etapas: la primera y más larga va de la caída de México-Tenochtitlan a 1670; la segunda fase llegó hasta 1750, más o menos, y estuvo marcada por la notable figura de Carlos de Sigüenza y Góngora; la tercera y última, en la que destacó Francisco Javier Clavijero, correspondió al inicio del periodo de la Ilustración y terminó con la Independencia.14 Por lo regular se ha establecido que el trabajo arqueológico en México inició mucho después que en Europa, esto resulta claro si reconocemos que en esos momentos, la empresa de conquista y colonización se encontraba en su primera fase, es decir, todos los esfuerzos se encontraban encaminados a la descripción de los indios vivos, testigos de ese acontecimiento. Al principio no hubo una preocupación por la historia de esos pueblos, los pensadores europeos se encontraron con un mundo novedoso, que estudiaron a partir de sus esquemas etnocéntricos, adecuando lo descubierto a su conocimiento y religión.15 Más adelante, algunos misioneros, conquistadores, funcionarios, autores indígenas y viajeros iniciaron los trabajos sobre el tema. Aunque fueron básicamente de tipo etnohistórico, etnográfico y lingüístico, algunos incluyeron referencias materiales, pues en varias ocasiones hicieron uso de datos arqueológicos para demostrar la veracidad de sus afirmaciones;16 otras veces, gracias a estas fuentes, se tuvo noticia de algunos sitios, los cuales la historia oral y las fuentes escritas no habían citado. 14 Ignacio Bernal García y Pimentel, Historia de la Arqueología en México, Porrúa, México, 1979, p. 19. 15 Graciela González Phillips, «Antecedentes coloniales», en la Antropología en México, panorama histórico. Los hechos y los dichos (1521-1880), vol. 1, INAH, México, 1987, p. 216. 16 Bernal, op. cit., p. 9. 24 Héctor Martínez Ruiz Es necesario señalar que aunque autores como Fray Bernardino de Sahagún describieron edificios, esculturas u otros objetos, no lo hicieron por un interés especial en el tema. 17 Incluso llegaron a declarar que todos los vestigios debían destruirse 18 para acabar con las idolatrías y no dar cabida a futuras resistencias o permanencia de la cultura de los gentiles que, sobre, todo era perjudicial para la evangelización de los nativos. 19 Para ellos, fue clara la necesidad de desaparecer las huellas visibles de un pasado que se deseaba borrar. Después de todo, ésa era la misión de los frailes: 20 Destruid los ídolos, echadlos por tierra, quemad, confundid y acabad todos los lugares donde estuviesen, aniquilad los sitios, montes, y peñascos en que los pusieron, cubrid y cerrad a piedra y lodo las cuevas donde los ocultaron para que no se os ocurra al pensamiento su memoria; no hagáis sacrificios al demonio, ni pidáis consejos a los magos, encantadores, brujos maléficos, ni adivinos, no tengáis trato ni amistad con ellos, ni los ocultéis, sino descubridlos y acusadlos; aunque sean vuestros padres, madres, hijos, hermanos, maridos o mujeres propios; no oigáis ni creáis a los que os quieren engañar, aunque los veáis hacer cosas que os parezcan milagros, porque verdaderamente no lo son, sino embustes del demonio para apartaros de la fe. 21 Sin embargo, a pesar de este furor iconoclasta, los misioneros mostraron interés por el estudio de estos materiales, llegando en 17 Véase Fray Bernardino de Sahagún, «Confutación» del libro primero «Que habla del principal dios que adoraban los naturales de esta tierra que es la Nueva España», en Historia General de las Cosas de Nueva España, Porrúa, México, 1999, p. 64. 18 No obstante que, desde 1575, la Corona española, a través de las Leyes de Indias, había establecido que las ruinas de los edificios prehispánicos, como los santuarios, los adoratorios, las tumbas y los objetos que allí se encontrasen, pertenecerían a la Real Propiedad. Véase Julio César Olivé Negrete y Augusto Urteaga Castro-Pozo, INAH, una historia, INAH, México, 1988, p. 8. 19 González, op. cit., p. 200. 20 Véase a Bernal, op. cit., p. 38, y Castro, 1996, p. 75. 21 Fernando Benítez, Los primeros mexicanos. La vida criolla en el siglo XVI, Era, México, 1997, p. 117. Historia de la Arqueología en Querétaro 25 muchos casos más allá de las exigencias religiosas, pues describieron, no sin cierta curiosidad, los templos y las tumbas, los monumentos del tiempo de la gentilidad. En este contexto, se dio la primera mención de un sitio arqueológico en Querétaro: El Cerrito,22 que apareció registrado en el Album de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora del Pueblito (1946); el documento contiene información proveniente del primer tercio del siglo XVII, donde se menciona que: Al sudoeste y a poco más de ocho kilómetros de las inmediaciones de la Ciudad de Querétaro, se halla un pueblecito de indios […] llamóse a este pueblo San Francisco Galileo, ignórase la fecha de fundación, [pero] contaba ya un siglo la entonces villa, más los indígenas del Pueblito y los alrededores […] aunque asistían al catecismo, al santo sacrificio de la misa y a otras prácticas cristianas, subían por la noche a la pirámide llamada Gran Cué a adorar a sus antiguos ídolos y a entregarse a los ritos de la gentilidad. 23 El texto no hace mayor alusión al lugar, por lo que no se tienen muchos datos sobre alguna toponimia anterior que hiciera referencia al sitio, sin embargo: En la Relación de Querétaro,24 escrita a finales del siglo XVI [se] menciona, entre los pueblos sujetos a Querétaro, uno que podría asociarse a este asentamiento prehispánico: el de San Antonio Anbanica, que quiere decir Templo Alto, en otomí.25 22 Este asentamiento prehispánico ha recibido diversos nombres a lo largo de la historia, durante el siglo XVIII, se le conoció con los nombres de El Pueblito, Gran Cué, Cerro Pelón y Monte del Cascajo. 23 Álbum de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora del Pueblito, tomo 1, Talleres Litográficos del Sagrado Corazón, México, 1948, p. 17. 24 Para David Wright, el otro nombre con que se le conocía a este documento: Descripción de Querétaro, era erróneo, debía ser Relación Geográfica de Querétaro, escrita en 1582 por el escribano Francisco Ramos de Cárdenas y no por el alcalde mayor Hernando de Vargas. Ver David Wright. Querétaro en el siglo XVI, Documentos de Querétaro, núm. 13, Dirección de Patrimonio Cultural, Gobierno del Estado de Querétaro, Querétaro, 1989, p. 192. 25 Daniel Valencia, «Exploraciones en El Cerrito» en Jar Ñgú, INAH, México, 1999, p. 73. 26 Héctor Martínez Ruiz Como vemos, la mención de El Cerrito, la referencia más específica en materia de testimonios antiguos de Querétaro durante los siglos XVI y XVII,26 estuvo en función de un reporte administrativo y de las crónicas religiosas del Santuario de la Virgen de El Pueblito,27 no hubo siquiera una descripción, ni mucho menos se indicó el estado en que se encontraba el lugar. No resulta extraño por lo tanto, que el interés por la arquitectura prehispánica de la región central del país fuera mucho menor que por la del área maya;28 es posible que el estado de conservación, las crónicas y los hallazgos hayan influido en este hecho, de ahí la ausencia de trabajos. Por su parte, David Wright, en un análisis del Códice Mendocino, en la foja 31 recto, al observar lo que era la provincia de Jilotepec, abajo del glifo que representaba a esta comunidad, se percató de que se hacía referencia a los pueblos que le tributaban y uno de ellos resultó ser Tlachco, representado esquemáticamente por una cancha para el juego de pelota, asentamiento que algunos historiadores habían situado en Querétaro. Uno de los principales defensores de esta idea, Manuel Septién y Septién (1967), sostuvo que ese pueblo de Tlachco, debió ser El Cerrito, ya que era la zona arqueológica de mayor importancia que existía en toda la región. Fundamentaba su propuesta en una A pesar de que las mercedes reales que se dieron durante el periodo colonial en Querétaro, son documentos que nos ofrecen información sobre la existencia de cées, cuisillos o terremotillos (sic), como se les conocía en esta época a los edificios antiguos, en realidad, son pocos los casos en los que se describe su carácter arquitectónico o su estado de conservación. Véase José Antonio Cruz Rangel, «Querétaro en los umbrales de la conquista», en Indios y franciscanos en la construcción de Santiago de Querétaro (siglos XVI y XVII), México, Archivo Histórico de Querétaro, 1997; y Juan Ricardo Jiménez Gómez, Mercedes reales en Querétaro. Los orígenes de la propiedad privada 1531-1599, Universidad Autónoma de Querétaro, Querétaro, 1996. 27 Informes de este tipo fueron hechos también durante los siglos XVIII, XIX e incluso XX. Algunos de los más conocidos son de Hermenegildo Vilaplana (1785), Joseph María Zelaá e Hidalgo (1803), Valentín F. Frías (1923), Vicente Acosta (1932 y 1962), Cesáreo Munguía (1946), Jesús García Gutiérrez (1946), José Guadalupe Ramírez Álvarez (1949), Aurora Castillo y Genoveva Orvañados (1987), además de Ignacio Frías y Camacho (s.a.), entre otros. 28 González, op. cit., p. 222. 26 Historia de la Arqueología en Querétaro 27 nota que Carlos de Sigüenza y Góngora escribió en Glorias de Querétaro (1680), donde afirmaba que esa ciudad ya existía desde antes de 1446, cuando el tlatoani mexica Motecuhzoma Ilhuicamina la sometió ese año, junto con las provincias de Xilotepec y Hueychapan. De ser cierta esta suposición, sería una de las primeras referencias de un sitio considerado ahora arqueológico, que podría ser El Cerrito. Sin embargo, en su obra, el autor desechó esta posibilidad pues afirmó que el citado pictograma del juego de pelota en el Códice de Mendoza y en la Matricula de Tributos, se refería al pueblo llamado hoy Tasquillo, en Hidalgo.29 Fuera de esta anotación, la situación no cambió y durante este tiempo y hasta 1670, según Ignacio Bernal, en la Nueva España, no se tenían noticias sobre estudios llevados a cabo sobre los restos materiales, ni abundaron las exploraciones de los anticuarios, como las que se hacían en Europa. El grado de desinterés llegó a tal extremo que uno de los cronistas de la época relató que hasta los naturales ya no advertían la presencia de los edificios en ruinas, y mucho menos que se interesaran por ellas.30 Con el paso del tiempo, quedaron sepultadas o se aprovecharon sus materiales para incorporarlos en la construcción de edificios coloniales.31 Aunado a esta situación, el gobierno español, durante buena parte del régimen virreinal, mantuvo una política rígida hacia la presencia de extranjeros en sus colonias americanas. Por ello el reducido número de viajeros, particularmente en el periodo que nos ocupa. Algunos de los que llegaron, aunque ajenos al interés arqueológico, hicieron breves descripciones sobre sitios y materiales provenientes del área maya y del altiplano central, sin embargo no aportaron datos relativos al territorio queretano. Para 1670, el mundo indígena y la conquista estaban muy atrás, el Virreinato se encerró en sí mismo desinteresándose en general del México antiguo.32 29 Véase David Wright, op. cit., 1989, p. 44. En este sentido, es probable que esto sólo haya sido en parte, pues es un hecho que los indígenas mantuvieron ciertos ritos del pasado y siguieron congregándose en sus antiguos lugares de culto. De esto dieron cuenta Jerónimo de Labra, Francisco de Ajofrín y Agustín de Morfi, para el caso de Querétaro. 31 González, op. cit., p. 238. 32 Bernal, op. cit., p. 45. 30 28 Héctor Martínez Ruiz Así, el pasado indígena careció de relevancia para la sociedad novohispana de la época, pero a finales del siglo XVII, la situación cambió y se propuso que las antigüedades fueran consideradas como evidencia histórica de los pueblos sometidos.33 En este periodo, se dieron cambios importantes y aparecieron los primeros síntomas de lo que sería característico en la época siguiente. Con las ideas de la Ilustración se retomaron los principios que habían sido abandonados durante los primeros años de ese siglo y que llevaron a la concepción de un nuevo tipo cultural: el criollo. Esto promovió la necesidad de estudiar la vieja historia con un apasionante deseo de conocerla.34 1.2. El Siglo de las Luces El siglo de la Ilustración marcó el comienzo de la arqueología en México. En 1759, al asumir el trono, Carlos III mostró interés en que se conocieran las antigüedades de las posesiones españolas. Esto fue determinante para que en España se realizara una colección con objetos provenientes de sus colonias americanas. Con este rey, ascendió la Ilustración al trono español y por primera vez la Corona promovió las exploraciones arqueológicas.35 José de Gálvez, entonces ministro del Consejo de Indias, giró instrucciones a Antonio de Ulloa36 para que iniciara la empresa, la cual en poco tiempo logró reunir varios objetos provenientes de los sitios arqueológicos, entre los que destacaban esculturas, armas y herramientas.37 33 Ver Joseph Joaquín Granados y Gálvez. Tardes americanas, CONDUMEX, México, 1984. 34 Bernal, op. cit., p. 46. 35 Eduardo Matos Moctezuma, «Historia de la arqueología en México II: La Arqueología y la Ilustración (1750-1810)» en Arqueología Mexicana núm. 53, Raíces-INAH, México, 2003, p. 25. 36 Antonio de Ulloa (1716-1795) fue un distinguido científico y marino español. Miembro de la Royal Society de Londres y de las Academias de Ciencias de París, Copenhague y Estocolmo, participó por encargo del ministro del Consejo de Indias de España, José de Gálvez, en una de las más destacadas expediciones científicas que tuvieron lugar en el siglo XVIII. Ver Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México (R-Z), Porrúa, México, 1995, p. 3612. 37 González, op. cit., p. 240. Historia de la Arqueología en Querétaro 29 Tal empresa, monumental desde su concepción, para el caso de la Nueva España recayó en los criollos; como era de esperarse, disgustados con los peninsulares que detentaban el poder y ante la necesidad de la defensa de lo americano, produjeron varias obras de corte histórico donde enunciaron los errores de los escritores en torno a América; no vacilaron en realizar estudios sobre el pasado prehispánico y ser los primeros en hacer exploraciones francamente arqueológicas, cuya finalidad fue la de utilizar los vestigios como evidencia de un pasado glorioso, prueba irrefutable de una historia a la altura de la europea.38 La obra de Francisco Javier Clavijero39 se inscribe en este contexto y representa la piedra angular de todo el pensamiento criollo a través de su libro Disertaciones e Historia antigua de México. Clavijero fue uno de los eruditos que se preocupó por estudiar las culturas prehispánicas, en especial su arquitectura. Para él, un edificio manifestaba el carácter y la cultura de la gente. No se conformó con escribir de oídas, sino que visitó algunos sitios. Levantando mapas y dibujos completó sus investigaciones; dejando atrás las meras descripciones superficiales, hizo un trabajo exclusivamente arqueológico.40 Con la resignificación del legado antiguo, la investigación retomó una nueva modalidad, el trabajo se caracterizó también por el incesante afán de coleccionar todo tipo de manuscritos que incluyeran información histórica de objetos antiguos. Lógicamente, este pensamiento fue exclusivo de un grupo de criollos, pues reflejaba su deseo de glorificar el México Antiguo con el objetivo fundamental de fomentar un sentimiento de nacionalidad,41 el cual no Portal y Ramírez, op. cit., p. 41. Francisco Javier Clavijero (1731-1787). Ilustre erudito criollo, miembro de la Compañía de Jesús, que se alejó de los sistemas tradicionales de enseñanza novohispana e impulsó el nacionalismo criollo. A través de sus obras Disertaciones e Historia antigua de México, buscó romper con las formas europeas de ver el mundo y la historia de América. Su primer biógrafo, el padre Maneiro, lo consideraba el creador de la Historia de México. Véase Mariano Cuevas, «Prólogo», en Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, Porrúa, México, 1991. 40 Bernal, op. cit., p. 73. 41 Ibídem, p. 50. 39 38 30 Héctor Martínez Ruiz fue compartido por toda la sociedad novohispana, ya que el interés de este grupo vino acompañado de fines políticos, por lo que los españoles que tenían acomodo en el orden colonial vieron con malos ojos esta nueva modalidad. Lo trascendente para la arqueología fue que por vez primera se realizaron exploraciones arqueológicas y se procuró preservar los sitios y los objetos, incluso se pensó en establecer una academia en la Ciudad de México en 1746, cuya función sería la de investigar las fuentes documentales y probablemente también los vestigios arqueológicos de las culturas indígenas, en términos de una búsqueda de su significación a la luz de una historia abierta y universal.42 En esos años, en Querétaro, se inició la pacificación y reducción de los chichimecas jonaces de la Sierra Gorda (1740), y aunque los Labra, responsables de la campaña, rindieron un informe de esas actividades, sólo se limitaron a decir que los indígenas como apostatas, se mantenían en sus viciosas costumbres y ocio de su gentílica naturaleza.43 Además, se hizo un reporte del grado de destrucción que existía en las ruinas que se localizaban cerca de Apapátaro, el cual había sido provocado por los dueños de la hacienda de Bejil al ordenar la extracción de piedra para hacer cercas, lo que se demostraba por lo excavaciones que había en la zona.44 1.2.1. Fray Francisco Palou Uno de los primeros testimonios sobre un objeto considerado ahora como arqueológico fue el que proporcionó fray Francisco Palou.45 En su Relación Histórica de la vida del venerable padre fray Junípero Serra, escrita en 1787, relató que: Miguel León Portilla, op. cit., p. 57. Jerónimo de Labra, «Manifiesto de lo precedido en la conquista y reducción de los indios chichimecos jonaces de la Sierra Gorda, distante de México 35 leguas», en Jaime Nieto, Los habitantes de la Sierra Gorda, UAQ-CEIA, Querétaro, 1984, pp. 46-87. 44 AGN, tierras, v.2765, exp. 15, tomado de Cruz, op. cit., p. 30. 45 Francisco Palou (1722?-1789). Misionero Franciscano. Nació en Mallorca. Compañero de fray Junípero Serra. Guardián del Colegio de San Fernando y presidente de las misiones de California. Encabezó, junto con aquél, el grupo de franciscanos que reemplazó a los jesuitas en Baja California (1768). Fundador de la misión de San Francisco (1776) en la Alta California. Ver Diccionario Porrúa (L-Q) 1995, p. 2621. 43 42 Historia de la Arqueología en Querétaro 31 [En 1759, después de efectuada la conquista espiritual] y dejando a los indios con la instrucción que se ha dicho, [el padre Serra] se llevó consigo, como despojo del victorioso triunfo que había conseguido contra el infierno, al principal ídolo que adoraban como Dios aquellos infelices. Éste era una cara perfecta de mujer fabricada de tecale, que tenían en lo más alto de una encumbrada sierra, en una casa como adoratorio o capilla, a la que se subía por una escalera de piedra labrada, por cuyos lados y en el plan de arriba, había algunos sepulcros de indios principales de aquella nación pame que antes de morir habían pedido los enterrasen en aquel sitio. El nombre que daban al referido ídolo era el de Cachum, esto es, madre del Sol, que veneraban por su Dios [y que los] mismos indios ya convertidos, le entregaron [al padre Serra] el citado ídolo Cachum, que llevó a nuestro Colegio de San Fernando, y entregándolo al reverendo padre guardián, mandó éste se pusiera en el cajón del archivo perteneciente a los documentos y papeles de dichas misiones, para memoria de la espiritual conquista.46 Como era de esperarse, la pieza fue entregada al fraile en un acto de evangelización, los pames conversos como prueba de su fe, le ofrecieron la escultura. Además, resulta interesante la descripción del templo donde se encontraba depositada la imagen.47 Palou no refiere el lugar exacto de la Sierra Gorda donde ocurrió el acontecimiento, en cambio, sí menciona que la pieza incautada fue remitida a la Ciudad de México. 1.2.2. Fray Francisco de Ajofrín En 1764, el fraile capuchino Francisco de Ajofrín,48 que venía comisionado por el nuncio apostólico en España, monseñor Pallavicini, 46 Fray Francisco Palou, Relación histórica de la vida del venerable padre fray Junípero Serra, Porrúa, México, 1983, p. 24. 47 Aunque el fraile refiere que había muchísimos idolillos que se dieron al fuego, en realidad, sólo se limitó a describir la imagen de la deidad más importante de los indígenas. Véase Palou, op. cit., p. 23. 48 Fray Francisco de Ajofrín (1719-1789). Fraile capuchino conocido por ser un viajero infatigable que se dedicó a indagar y escribir sobre los sitios que visitaba, desde su historia, la traza urbana, los edificios e instituciones, hasta el clima, geografía, las costumbres y devociones, así de como sus personalidades. «Francisco de Ajofrín» en Diccionario Porrúa (A-C) 1995, p. 77. 32 Héctor Martínez Ruiz para recabar limosnas,49 al efectuar un recorrido por algunas provincias del Virreinato, llegó a Querétaro, entre marzo y abril de ese año, donde permaneció casi un mes recogiendo datos y dones del ambiente conventual de la ciudad, a la que describió en su Diario del viaje a la Nueva España. Precisamente en una de sus anotaciones sobre su visita al Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito, hizo una mención de los vestigios arqueológicos que, aunque fue breve, resulta interesante: [Cerca del Templo de Nuestra Señora de El Pueblito, los naturales veneran] a un famoso ídolo en el cerrito, fabricado a mano, que aún el día de hoy se conserva a corta distancia del Santuario…50 Es indudable que el montículo citado debió llamar la atención del fraile, a tal grado que lo incluyó en un dibujo que realizó del lugar.51 En él se observa el Santuario de Nuestra Señora del Pueblito, el caserío de San Francisco Galileo y El Cerrito, como una elevación sobre la que se aprecia una escalinata y los posibles cuerpos del basamento piramidal (Fig. 1).52 1.2.3. Fray Juan Agustín de Morfi El siglo XVIII se inició con grandes transformaciones en Europa. En 1713, España sufrió un cambio dinástico, los Habsburgo fueron substituidos por la casa de Borbón, la cual a mediados del siglo comenzó a implantar una serie de reformas que obedecían a una nueva concepción de Estado. En la Nueva España, los cambios se sintieron de inmediato, pero no se aplicaron formalmente, sino hasta que Carlos III (1759-1788) ascendió al trono, cuando, en 1765, se encargó al visitador José de Gálvez su imposición en la Colonia; sin embargo, se consolidaron durante el reinado de Carlos IV (1788-1808). A grandes rasgos, dichas reformas pretendían imponer los principios básicos del despotismo ilustrado, es 49 Heriberto Moreno, «Introducción», en Francisco de Ajofrín, Diario del Viaje a la Nueva España, SEP-Cultura, México, 1986, p. 11. 50 Francisco de Ajofrín, en Daniel Valencia Cruz, El Cerrito, santuario prehispánico de Querétaro, INAH-CONECULTA-Municipio de Corregidora, México, 2001, p. 9. 51 Es muy posible que este sea el primer registro gráfico del sitio arqueológico. 52 Valencia, op. cit., p. 8. Historia de la Arqueología en Querétaro 33 decir, los intereses del monarca y del Estado sobre los de individuos y corporaciones, el desarrollo de la industria, el comercio y la agricultura a partir de sistemas productivos más racionales, el creciente interés por desarrollar el conocimiento científico y técnico a través de la investigación, de publicaciones, de datos geográficos e históricos, de expediciones científicas costeadas por la Corona etc., y la difusión de las artes.53 Con la aplicación de las reformas borbónicas se reafirmó el creciente deseo de estudiar las antigüedades mexicanas;54 aumentó el interés por los vestigios arqueológicos y la vieja situación todavía prevaleciente hasta las primeras décadas de este siglo, de considerar que algunos sitios de los valles centrales y la zona maya eran los únicos focos culturales se dejó a un lado, aunque la importancia de estudiar las áreas desconocidas y considerarlas igualmente importantes, hubo de tardar mucho en reconocerse plenamente.55 Sin lugar a dudas, el suceso más importante del interés por las antigüedades en Querétaro durante este periodo ocurrió en 1777. El fraile Juan Agustín de Morfi56 realizó una visita de inspección a El Cerrito y escribió sobre los objetos arqueológicos provenientes del lugar. El franciscano acompañaba al caballero Teodoro de Croix en su recorrido hacia las regiones internas del Virreinato. Las causas de este viaje merecen un análisis detallado, pues las circunstancias que lo propiciaron, se articularon a la visita de José de Gálvez57 a la Nueva España en 1765. Su llegada Portal y Ramírez, op. cit., p. 36. González, op. cit., p. 246. 55 Bernal, op. cit., p. 74. 56 Juan Agustín de Morfi (1735-1783). Religioso integrante de la Orden de San Francisco, perteneciente a la Provincia del Santo Evangelio de México y conocido catedrático del Colegio de Santiago de Tlatelolco. Insigne orador y escritor, autor de varias obras sobre la empresa de evangelización en el norte de la Nueva España. Ver Ernesto de la Torre, Lecturas históricas mexicanas, tomo I, UNAM, México, 1994, p. 674. 57 José de Gálvez (1720-1787). Marqués de la Sonora. Fue secretario del duque Jerónimo de Grimaldi y ministro del Consejo de Indias; se le nombró visitador general del Virreinato de Nueva España, cargo que desempeñó de 1765 a 1771, con plenos poderes y funciones de inspección. Como resultado de su gestión, se creó la división administrativa de intendencias, se actualizó el sistema de tributación y se creó un ejército regular. Además, favoreció las misiones franciscanas en California y la colonización de Sonora. A su vuelta a España, fue ministro de Indias desde 1775 hasta su muerte. «José de Gálvez», en Diccionario Porrúa (D-K) 1995, p. 1364. 54 53 34 Héctor Martínez Ruiz tuvo intereses políticos y en realidad su finalidad fue la de reorganizar la hacienda pública.58 Al observar que las regiones norteñas de la Colonia estaban demasiado alejadas de la capital, propuso la creación de un gobierno en aquella región, buscando con esto hacer frente a los problemas de organización de este vasto y rico territorio. Este proyecto fue apoyado por el entonces virrey Carlos Francisco, marqués de Croix desde enero de 1768, pero al ser aprobado por el rey de España, en 1769, se atrasó su ejecución algunos años, al parecer, con la finalidad de buscar al hombre apropiado para confiarle un cargo de tanta responsabilidad. El 22 de agosto de 177659 se expidió un documento que explicaba los motivos para la creación de la Comandancia de las Provincias Internas; el hombre elegido para hacerse cargo de ese puesto resultó ser Teodoro de Croix, quien era sobrino del virrey.60 El caballero llegó a México en diciembre de 1776, e inmediatamente se dedicó a la organización de cuerpos militares para emprender el reconocimiento de los territorios que administraría. Una vez terminados los preparativos de la marcha, el caballero de Croix tuvo el acierto de solicitar por escrito en 25 de julio de 1777 a fray Isidro Murillo, provincial de la provincia franciscana del Santo Evangelio, que ordenara a fray Juan Agustín de Morfi lo acompañase en su viaje en virtud de santa obediencia para emplearlo oportunamente en servicio de Dios y del Rey.61 Vito Alessio Robles, «Noticia biobibliográfica y acotaciones», en Juan Agustín de Morfi, Viaje de indios y diario del Nuevo México, Porrúa, México, 1980, p. 21. 59 Para Vito Alessio Robles, en esa fecha se habían creado las intendencias, lo que no pudo haber sido, ya que tan sólo la real ordenanza para su establecimiento llegó a la capital del Virreinato el 28 de abril de 1781 y aquellas se erigieron por ley el 4 de diciembre de 1786. Únicamente la de Arizpe fue anterior. Véase Ricardo Rees Jones, «Introducción», en Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendencias de ejército y provincia en el reino de la Nueva España, 1786, México, UNAM, 1984: XI; y Edmundo O’ Gorman, Historia de las divisiones territoriales de México, Porrúa, México, 1994, p. 16. 60 O’ Gorman, ibídem, p. 16. 61 Alessio, op. cit., p. 30. 58 Historia de la Arqueología en Querétaro 35 […] En la selección del fraile, quizá intervino más que nada el conocimiento que éste poseía de la región norte del Virreinato, así como su reconocida fama de trabajador incansable, que todo veía y anotaba durante todos sus viajes.62 Por este motivo, el religioso se involucró en el recorrido durante el cual registró en su Diario todos los lugares visitados. Es conveniente mencionar que, por esta razón, el padre colector, Francisco García Figueroa, escribió una nota aclaratoria al inicio de la obra, donde menciona que: Aunque en la lista y también en la Real Orden se llama a esta obra: Viaje de Indios y Diario del Nuevo México, propiamente es el derrotero que llevó al Señor Comandante de Croix desde México hasta la provincia de Texas, en compañía del reverendo padre fray Juan Agustín de Morfi, quien detalló en este escrito todas las particularidades que se presentaron a su observación con aquel arreglo…63 En la parte relativa a su paso por la ciudad de Querétaro, enterado de que en la población de San Francisco Galileo se localizaban unas ruinas, decidió visitarlas. Morfi refiere que: Habiendo tenido noticia de las excavaciones que se estaban haciendo [en el sitio], resolvimos ir a excavarlas el Corregidor con su escribano, el ingeniero D. Carlos Duparguet y Yo. […] Al sur de Querétaro y legua y media de distancia de esta ciudad está la población llamada San Francisco Galileo. [Trasladándonos a esta localidad] nos dirigimos desde luego a la casa del señor cura [que] vive inmediato a la nueva iglesia; [nos recibió], obsequió con sumo agrado e instruido de la causa de nuestro viaje se dispuso a enseñarnos sus descubrimientos, insinuándonos el sentimiento que tenía de que no pudiésemos ver los preciosos, por haberlos remitido ya al actual Ilmo. Sr. Arzobispo de México por cuyo encargo aseguraba haber emprendido las excavaciones …64 El religioso describió algunos de los objetos arqueológicos que el cura conservaba en su parroquia: 62 63 Ibídem, p. 34. Idem: 34. 64 Juan Agustín de Morfi, «Parte relativa a la descripción de la zona arqueológica de El Cerrito» en Diario del viaje a la provincia de Texas. Ed. Tip. y Lib. del Sagrado Corazón, Querétaro, 1913, p. 2. 36 Héctor Martínez Ruiz En el patio interior de su casa estaba una cabeza taladrada verticalmente, que cuando entró al curato la encontró sirviendo de peana a una Santa Cruz, y de donde la quitó, temeroso de alguna superstición e idolatría de los naturales. Había allí muchas figuras de una vara de alto y que según parece, sirvieron de pedestales en algún edificio: dos de ellas eran de cuerpo entero; de otra se conserva el cuerpo entero; de otra se conserva la cabeza y las demás estaban hechas pedazos. Me regaló unos pedernales para flechas y otra para lanza...65 Algunos dibujos del franciscano complementaron la descripción de la escultura encontrada en El Cerrito: un atlante con los brazos en alto, la cabeza de un personaje y un chac mool (fig. 2).66 En una piedra como de tres cuartos en cuadro, se veían las piernas de un hombre desde las orillas vestidas, y con los lazos en los calzados de modo de nuestros antiguos españoles. Fuera del cementerio estaba una estatua que representaba a un hombre de tamaño natural, pero en una posición violentísima, ella está acostada de espaldas, los codos apoyados en el suelo, las manos tendidas sobre el estómago con las palmas al cielo, y separadas por una patena o adorno circular que tiene en el ombligo; las rodillas unidas al vientre; y los talones pegados al cuerpo, el rostro al revés de lo natural mirando al horizonte y con la barba sobre la espalda. Esta figura o ídolo es el más completo que se había encontrado, y por su pesadez no se envío a México…67 Morfi continuó con la descripción de los objetos arqueológicos, entre los cuales había: Piedras de diferentes tamaños y figuras, que fueron al parecer adornos y remates del edificio, entre ellas se singularizaban algunas, que según manifestaban habían servido en las puertas o cornisas [de los edificios] cuyas labores formaban cruces de Caravaca muy perfectas…68 Idem, p. 3. Sobre las ilustraciones de Morfi, véase Héctor Martínez Ruiz «Fray Juan Agustín de Morfi y el Diario de Indios y Viaje del Nuevo México» en Los Cronistas, núms. 42 y 43, México, Cronistas municipales del estado de Querétaro, 2003. 67 Morfi, op. cit., p. 3. 68 Idem, p. 3. 66 65 Historia de la Arqueología en Querétaro 37 En el lugar que ocupa el actual Santuario de la Virgen de El Pueblito, los vestigios que hasta hace unos años se observaban – hiladas de piedras, elevación del terreno y tiestos– confirmaron la información que había aportado la Relación de Querétaro, de que ya existía un asentamiento prehispánico en el territorio donde se fundó San Francisco Galileo.69 Esta noticia también fue confirmada por el cura del lugar, que había excavado en unas habitaciones antiguas y rescató algunas muestras de cerámica. La descripción de esas ruinas también fue hecha por Morfi. Pasamos de aquí como a doscientos pasos de la habitación, donde vimos una pequeña ruina, y aunque el cura la tiene como obra de la antigüedad, y asegura haber hallado en ella algunos monumentos que lo acreditan y que remitió a México; sin embargo, Yo nada encontré allí que lo comprobase, pues advertí los miserables fragmentos de una fábrica mezquina de adobes dividida en dos pequeñísimas piezas…70 Más adelante, cuando los viajeros terminaron de revisar los objetos que se encontraban en el Santuario, se dirigieron a las ruinas de El Cerrito: Continuamos como a un cuarto de legua al mismo rumbo hasta la lometa natural que tendría diez varas de elevación sobre el llano. Encima de ella hacia el sur, se descubre un edificio cuadrilongo de grande extensión, que por no ser la excavación profunda sólo presenta una como cornisa. Los trabajadores desembarazaron hasta ahora como media vara de la fábrica que ya por si misma se hacía ver sobre el terreno. Se advierte, sin embargo, en su centro una puerta, que, por su pequeñez y por no haberse acabado de destruir, no se discierne si es la principal de la fachada, o alguna otra de las interiores.71 Ya en el sitio, el padre Morfi se detuvo a describir las estructuras y sus materiales de construcción: En la construcción de estas paredes o cornisas, no se usó de la cal y arena; las piedras están unidas con una especie de barro o argamaza que parece tepetate blanco y de competente solidez. 69 Francisco Ramos de Cárdenas, «Relación Geográfica de Querétaro», en Wright, op. cit., p. 176. 70 Morfi, op. cit., p. 4. 71 Idem, p. 4. 38 Héctor Martínez Ruiz En las proximidades de este cuadrilongo, a distancia de cincuenta pasos y al parecer independientes, se hallan ruinas de pequeños edificios, uno al oriente con divisiones y otro al poniente, donde sacaron los ídolos o figuras y unas piedras sólidas, blancas pulidas, redondas y taladradas por su centro, como destinadas a servir de adorno. En este último se ha descubierto el pavimento que en lugar de ladrillo está formado por la propia argamaza que une las piedras del edificio grande. Esta loma sirve de base a un cerrito que al norte de las excavaciones se levanta sobre ella un pan de azúcar y que tendrá unas treinta varas de elevación perpendicular. Subimos a su cima con gran trabajo por la mucha pendiente y poca solidez del terreno […] Examinamos con la mayor intención la estructura del cerrito, y no nos quedó duda de ser artificial y construido por la mano de hombres. Todo él se compone de capas alternadas de lodo y piedra suelta, semejante a la que rueda en el llano, y todas de esta magnitud, que sin dificultad pudieron confundirse hasta la cumbre. Formaba ésta una pequeña mesa de doce varas de profundidad y de diámetro tres, sin sacar otro fruto de su trabajo, que la demostración de su estructura en capas de piedra y de lodo, como se advierte exteriormente desde la falda…72 El ingeniero Carlos Duparguet también registró el sitio arqueológico y las muestras de escultura, el chac mool, el atlante y la cabeza de un personaje que el párroco de San Francisco Galileo tenía en su poder (fig. 3).73 Por su parte, el franciscano dibujó el gran basamento y la plataforma del recinto tal y como se encontraba en 1777 (fig. 3); las anotaciones que realizó las integró en su diario, que más tarde fue publicado con el nombre de Viaje de indios y diario del Nuevo México. 74 Después de la visita al santuario y de la descripción del sitio, siguieron su camino con el caballero Teodoro de Croix rumbo al norte; mientras tanto, el lugar fue olvidado, salvo quizá por los lugareños y gente de la ciudad de Querétaro. Idem, p. 4. Acerca de estos dibujos es conveniente mencionar que más adelante fueron reproducidos en las obras de algunos autores, como Carlos Arvizu (1984), José Félix Zavala (1990) y Rafael Roa Torres (1994). 74 Cfr. Juan Agustín de Morfi, Viaje de indios y Diario del Nuevo México, Porrúa, México, 1980. 73 72 Historia de la Arqueología en Querétaro 39 El diario de Morfi es el primer documento escrito en que se registró el interés que despertó en un personaje del siglo XVIII la información referente a un sitio arqueológico ubicado en Querétaro y, a la vez, es un testimonio sobre los trabajos de exploración que ya se realizaban desde tiempo atrás, ambos eran ejemplos de la nueva postura ilustrada, en la que se hizo cada vez más evidente que el estudio de la historia antigua de los nativos americanos era una idea que el religioso compartía con el cura de la parroquia de San Francisco Galileo, el arzobispo de la Ciudad de México y las autoridades de España que ordenaron el proyecto de preparar una historia de las Indias, con la visión científica propia del Siglo de las Luces. Tiempo después, el rey Carlos IV continuó con la tendencia de su padre y ordenó que prosiguieran los recorridos por la Nueva España a fin de descubrir ruinas y objetos antiguos.75 El virrey Juan Vicente de Güemes, conde de Revillagigedo, dispuso que los materiales recuperados se conservaran, en vez de ser destruidos, como había ocurrido años atrás. Este cambio reflejaba la influencia de las ideas de Carlos III –gran amante de la arqueología– y de algunos de sus consejeros.76 En 1786, el cronista mayor de Indias, Juan Bautista Muñoz, solicitó a José de Gálvez, recientemente nombrado marqués de Sonora, que dispusiera de todo lo necesario para que se realizaran una serie de indagaciones y que, en la medida de lo posible, se estableciera una distinción entre las características arquitectónicas estudiadas, que se examinara los materiales de construcción y que se conservaran los utensilios que fuesen localizados. Como vemos, en este momento, hubo una exaltación de los ánimos hacia los restos materiales del pasado. Como si esto anticipara un cambio de mentalidad en torno a la concepción del testimonio arqueológico como documento histórico;77 y aunque las referencias de este tipo para el caso de Querétaro fueron básicamente sobre El Cerrito, para el siglo XIX, con los descubrimientos efectuados en la Sierra Gorda, aumentaron las exploraciones. 75 76 77 González, op. cit., p. 248. Bernal, op cit., p. 75. Ibídem, p. 61. 40 Héctor Martínez Ruiz Por último, vale la pena destacar la investigación realizada por Alejandro de Humboldt, viajero alemán que visitó la Nueva España a principios del siglo XIX. Aunque no realizó estudios arqueológicos en el territorio queretano, señaló las etapas por las que había pasado el interés de los eruditos por la historia precolombina. Afirmó que en un primer momento, después de la conquista y hasta mediados del siglo XVII, hubo el deseo de conocer la cultura indígena pasada, por parte de misioneros y cronistas. Posteriormente, esta tendencia decreció por la disposición de la Corona de no dejar entrar extranjeros a las colonias por el temor de volver a resucitar antiguas idolatrías y para evitar ataques al dominio español, y que no fue sino hasta fines de siglo, cuando resurgió la investigación de la historia antigua de México.78 Además, el ilustre barón dejó testimonios sobre la expectativa que causó en los círculos académicos europeos la arqueología novohispana, aunque fuera en términos muy vagos.79 Quedaba, pues, el legado intelectual de los sabios novohispanos, que con sus aportes dieron nueva presencia a los viejos monumentos cubiertos por el tiempo. Francisco Javier Clavijero, José Antonio Alzate, Antonio de León y Gama, entre otros, dejaron al México independiente un legado en materia arqueológica que constituyó, sin duda alguna, la base de lo que sería esta actividad en la etapa decimonónica.80 Alejandro de Humboldt, «Introducción», en Aportaciones a la Antropología Mexicana, Estudio y traducción de Jaime Labastida, Katún, México, 1986, p. 3. 79 Véase Alejandro de Humboldt, «Origen de las vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América», en op. cit., 1986. 80 Matos, op. cit., p. 25. 78 Historia de la Arqueología en Querétaro 41 CAPÍTULO II LA ARQUEOLOGÍA EN EL PROYECTO DE NACIÓN (1821-1876) En 1821, con la consumación de la Independencia se esperaba que nuestro país tuviera entre otras cosas un gobierno popular, rápido crecimiento económico, igualdad social, regeneración cultural y grandeza nacional; sin embargo, durante los primeros años, fue escenario de las disputas entre los grupos liberales y conservadores, quienes de acuerdo con sus principios ideológicos pretendieron imponer su propio modelo de gobierno. En este proceso, la urgente necesidad de desarrollar un proyecto de nación acorde a los intereses de estos grupos fue determinante para que orientaran sus esfuerzos a acciones políticas concretas dentro del panorama social del nuevo país, el cual no sufrió cambios, pues los conservadores mantuvieron su posición privilegiada de clase por mucho tiempo y no fue sino hasta el último tercio del siglo XIX, con el liberalismo triunfante y la consolidación de su idea de nación, cuando se quebrantó la estructura social y económica heredada de la Colonia y comenzó la edificación de un Estado fuerte como entidad superior a todas las demás. 81 81 El nacionalismo mexicano tuvo sus orígenes históricos en la conciencia del ser americano que asumieron los grupos criollos de la Nueva España, que los llevó a lo largo de casi dos siglos a conformar un proyecto propio de nación independiente. Sus postulados –base del indigenismo histórico y del nacionalismo histórico– fueron retomados principalmente por fray Servando Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante; sin embargo, las ideas del nacionalismo mexicano fueron duramente criticadas por liberales y conservadores. Para algunos liberales, el progreso era sinónimo de imitación. Educados según las ideas francesas, vieron en Estados Unidos su modelo. Con los ojos puestos en el futuro, un amplio sector de ellos despreció el pasado mexicano, colonial o indígena. Ideólogos como Mora y Zavala, sostuvieron que la historia de México empezaba con la Conquista. Por otro lado, Lucas Alamán representante del grupo conservador, soslayó por completo la Antigüedad. Para él, el único pasado aceptable era el de la Colonia. Alamán y Mora coincidieron en la condenación de la retórica del indigenismo histórico y del nacionalismo histórico que tanto pregonaba Bustamante. Como vemos, para esta época, el liberalismo mexicano estaba muy lejano del patriotismo liberal. Ver Portal y Ramírez, op. cit., p. 31, y David Brading, Los orígenes del nacionalismo criollo, Era, México, 1991, p. 117. 42 Héctor Martínez Ruiz La existencia de un gobierno con mayor control sobre la vida social y económica del país influyó notablemente en el contenido y la aplicación del conocimiento científico a diferencia, del periodo anterior. Curiosamente, a pesar del abismo ideológico, que hay entre conservadores y liberales, en un primer momento, se observó cierto interés por conformar una política de estudios sobre el pasado y su rescate material: los monumentos arqueológicos.82 Resulta claro reconocer que la actividad intelectual y la investigación científica en el periodo posterior a la consumación de la Independencia estuvo a cargo de militantes de los grupos liberales y conservadores, aunque también participaron personas sin filiación política aparente.83 Como toda empresa, el trabajo arqueológico estuvo marcado por las condiciones históricas en que se desenvolvió. Si bien mucho de la preocupación teórica expresada en la época tuvo relación directa e indirecta con la pugna entre estos grupos por imponer, también en el terreno de las ideas, su interpretación sobre los problemas del país y su historia. El pensamiento que se estableció en aquel momento, en el plano de la actividad científica, fue decisivo para que unos años más tarde se consolidara la investigación arqueológica en México. 84 Los acontecimientos políticos y sociales ocurridos en la Nueva España a inicios del siglo XIX, que a la postre habían desembocado en su independencia, no fueron propicios para la investigación arqueológica. Sin embargo, el interés por lo antiguo no decayó y la búsqueda de información se orientó más a las fuentes documentales coloniales y a los reportes de los viajeros que durante esta época recorrieron el territorio nacional. Más adelante, los miembros de las agrupaciones científicas, como la Sociedad Mexicana 83 Catalina Rodríguez Lazcano, «La interpretación nacional», en La antropología en México, panorama histórico: Los hechos y los dichos (1521-1880), Vol. 1, INAH, México, 1987, p. 264. 84 Tania Carrasco Vargas, «Hacia la formación de la antropología científica», en La antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (15211880), Vol. 1, INAH, México, 1987, p. 397. Historia de la Arqueología en Querétaro 43 de Geografía y Estadística, se ocuparon de realizar exploraciones y aportar información sobre estos sitios. Esta situación fue haciéndose más común durante los últimos años de ese siglo. Entre 1821 y 1876, a pesar de las circunstancias políticas y económicas poco propicias del país, se iniciaron los trabajos destinados a conocer y estudiar los diferentes testimonios. Ahora bien, ello fue posible gracias a dos razones: por un lado, a la necesidad de construir una conciencia nacionalista independiente, y por otro, al desarrollo de las preocupaciones propias del pensamiento antropológico, que se fue separando cada vez más de las explicaciones teológicas. La Biblia y otros textos religiosos dejaron de ser las fuentes básicas de referencia. El empleo de códices y crónicas coloniales ocuparon su lugar en la observación directa y, más adelante, se inició la aplicación de teorías científicas importadas de Europa y Estados Unidos. En efecto, tanto las técnicas como los temas e incluso métodos de investigación, de los cuales se valían los estudiosos de la primera mitad del siglo XIX, fueron una prolongación de los utilizados por los ilustrados desde mediados del siglo XVIII, en términos generales, el contexto de la investigación fue otro, la recién adquirida independencia política, modificó los fines de la investigación impulsándola a la búsqueda de elementos que contribuyeran a crear una identidad nacional. Desde este punto de vista, la justificación de las investigaciones no tuvo como fin conocer a los otros, como en el siglo XVI, ni la construcción de una conciencia criolla novohispana, sino la búsqueda de una raíz histórica para todos los mexicanos que facilitara la integración del país. 85 Con este enfoque, las investigaciones sobre los vestigios arqueológicos dominaron el campo de las inquietudes preantropológicas. Influidos por el creciente número de obras extranjeras sobre el mismo asunto, algunos de los estudiosos mexicanos se dedicaron a rescatar todos aquellos testimonios que probaran la grandeza de las culturas pasadas y, así, poder educar al pueblo según esa conciencia.86 85 86 Rodríguez, op. cit., 1987, p. 263. Ibídem, p. 287. 44 Héctor Martínez Ruiz No obstante, la mayor parte de los escritos arqueológicos se redujeron a los informes de hallazgos accidentales; las piezas obtenidas fueron integradas a la colección del Museo Nacional de México87 y, en algunos casos, empezaron a ser analizadas para conocer su composición, forma, tipo y material con que fueron elaboradas. Este trabajo poco a poco fue creciendo, hasta el grado de que en la década de 1840 su número se multiplicó reflejando mayor interés por esta actividad. En este periodo surgieron instituciones oficiales y privadas, como la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística88 y la Academia de Medicina, que promovieron el trabajo científico, al publicar los resultados de las investigaciones en gacetas y boletines. Algunas de estas revistas eran comparables en calidad con las europeas, tal fue el caso de El Ateneo Mexicano, la Revista Mexicana y el Boletín, de la SMGE.89 En esos años, el Estado reconoció la necesidad de llevar a cabo investigaciones para conocer la población que iba a gobernar. Además, admitió la idea de cimentar las raíces de la identidad nacional en el pasado prehispánico. Se trataba de fincar una conciencia sobre las bases de las antiguas culturas indígenas, y de oscurecer la raíz hispánica para justificar el movimiento independentista.90 En su momento, Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria apoyaron desde 1822 la formación del Conservatorio de Antigüedades de la Universidad. La justificación ideológica de esta empresa de preservación fue la de crear un medio de educación para el pueblo, una forma de divulgar todo lo concerniente al propio pasado: la grandeza de la raíz americana y los logros alcanzados en arquitectura, ciencias, costumbres y economía. Tal fue el objetivo del Conservatorio.91 En 1825, se fundó dicho museo, que antecedió a lo que más tarde sería el Museo Nacional de Antropología e Historia. En 1864, con Maximiliano en el poder, se le dio mayor importancia convirtiéndolo en un centro de la intelectualidad del momento. Allí se creó la Comisión Científica de México. Véase Portal y Ramírez, op. cit., p. 59. 88 Creada en 1833, por gestiones del ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, Bernardo González Angulo, originalmente se denominaba Instituto Nacional de Geografía y Estadística. Ver Catalina Rodríguez, op. cit., p. 278. 89 Ibídem, p. 276. 90 Ibídem, p. 277. 91 Ibídem, p. 282. 87 Historia de la Arqueología en Querétaro 45 Los trabajos arqueológicos en México, durante esta etapa, carecían de bases científicas y académicas. No había enseñanza en universidades y apenas se habían consolidado algunos centros que se ocupaban de ella. Sin métodos establecidos para excavar ni un fin más o menos claro de los conocimientos adquiridos y, sobre todo, sin ninguna disciplina, continuaron gracias a unos cuantos individuos, quienes en la mayoría de los casos especularon sobre la información que aportaban los documentos arqueológicos. Eso no importaba del todo, pues lo verdaderamente trascendente en ese momento era la localización de objetos y no la solución de problemas o la contestación a preguntas con valor histórico. 92 Con todas estas lagunas y su atraso con relación al trabajo realizado en Europa, la arqueología mexicana subsistió gracias al interés tan grande que tuvieron algunos eruditos en reunir documentos y objetos que permitieran escribir la historia antigua.93 Para el mismo fin, también se recurrió a la información obtenida por los viajeros y se reafirmó la idea de considerar las antigüedades documentos históricos. Por otro lado, el deseo de estudiar el pasado prehispánico y la realidad contemporánea, desde el punto de vista científico, no fue privativo de los eruditos mexicanos. Quizás antes que ellos, los extranjeros empezaron a interesarse por la historia y la realidad presente de países como el nuestro.94 Dicho interés respondió a las propias necesidades del desarrollo de la ciencia, pero más concretamente a la expansión de sus respectivos países. Por todas partes del mundo podían verse viajeros visitando los centros de 92 Bernal, op. cit., p. 117. Entre los que destacaron Carlos María de Bustamante, José Fernando Ramírez, Francisco del Paso y Troncoso, Joaquín García Icazbalceta, Alfredo Chavero y Manuel Orozco y Berra. 94 En este periodo, se dio una importante llegada de viajeros extranjeros: Guillaume Dupaix, Henry George Ward, William Bullock, Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, Eward Kinsborough, Alexis Aubin, Petrovich Wrangel, John Llyd Stephens, Hubert Howe Brancoft, Frederick Catherwood, John Phillips, John Herbert Caddy, Patrick Walker, Jean Frederic de Waldeck, Desiré Charnay y Alexander von Humboldt, entre otros. Véase José F. Alcina, «Historia de la arqueología en México III. La etapa de los viajeros (1804-1880)», en Arqueología Mexicana, núm. 54, RaícesINAH, México, 2002, p. 18. 93 46 Héctor Martínez Ruiz producción de riqueza, en previsión de posibles inversiones y, de paso, realizando reconocimientos y exploraciones en ruinas arqueológicas.95 Por primera vez, franceses, ingleses y norteamericanos, ante los dibujos y objetos desconocidos, se interesaron seriamente en las antigüedades y empezaron a verlos en términos de un desarrollo cultural, comparándolas así con las de Egipto e India.96 Durante este periodo, en Querétaro, se informó sobre la existencia de monumentos arqueológicos, principalmente los localizados en la Sierra Gorda. Se consigna, por ejemplo, que el historiador y político mexicano Carlos María de Bustamante97 –que fomentó el nacionalismo mexicano a partir de la recuperación del pasado prehispánico– mostró interés en un reportaje aparecido en el diario capitalino El Sol98, que daba a conocer la existencia de edificios en la zona; es probable que se tratara de Ranas99 y Toluquilla. El erudito escribió una carta a este diario con el propósito de obtener mayor información sobre esos sitios para averiguar sobre el rey que los había construido. 100 Bernal, op. cit., p. 93. Carlos María de Bustamante (1774-1848). Hijo de un funcionario peninsular, educado hasta los veinte años en Oaxaca, Bustamante, de ideas conservadoras, se graduó en Derecho y fue el primer editor del Diario de México, participó junto a Morelos en la guerra de Independencia. Fue el principal historiador de la insurgencia; exaltó el pasado indígena, el culto a la guadalupana y los héroes de la patria. Además, gracias a iniciativa suya, se publicaron las obras de fray Bernardino de Sahagún, Antonio León y Gama y de Francisco Javier Alegre, entre otras. Ver David Brading, op. cit., p. 116. 98 Periódico fundado por la logia masónica del rito escocés que se mantuvo en circulación de 1823 a 1832. Su contenido era muy variado: noticias de las cámaras de diputados y senadores, del extranjero, del interior, sobre deuda pública, observaciones atmosféricas, artículos sobre minería, etcétera. Véase Catalina Rodríguez, op. cit., p. 275. 99 Sobre el patronímico de Ranas, es necesario mencionar que así se le denominaba a un paraje que partía de San Joaquín y llegaba a Bucareli, por lo tanto, todos los sitios que se encontraban dentro de este territorio, durante el siglo XIX fueron referidos con el nombre Ranas. Por tal motivo es difícil reconocer el sitio a que hacía mención El Sol, al igual que el de Toluquilla. Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de 2004. 100 Bernal, op. cit., p. 91. 97 96 Historia de la Arqueología en Querétaro 47 La referencia hecha en El Sol, al parecer, fue la primera y seguramente debió causar expectación en el ambiente intelectual de la época, al menos en los defensores del nacionalismo mexicano, como lo fue en el caso de este autor. Curiosamente, gracias a él, aunque de manera indirecta, se difundió la noticia de que el jesuita Francisco Javier Alegre,101 durante la época colonial, había hecho mención de otro sitio ubicado en Querétaro. En efecto, al promover la publicación en México de la Historia de la Compañía de Jesús en 1841, se conoció que el religioso había realizado una breve descripción de El Cerrito: Extramuros [de Querétaro] se venera la milagrosa imagen de Nuestra Señora que llaman del Pueblito y cerca de allí se ven unos pequeños montecillos que se dice ser fabricados a mano en tiempo de la gentilidad, a semejanza de otros que se hallan cerca de San Juan Teotihuacan a nueve leguas de México, y que según las diversas interpretaciones servían de atalaya o de adoratorios en que subían a ofrecer sus bárbaros sacrificios.102 2.1. John Phillips En 1848, John Phillips103 visitó la Sierra Gorda y presentó en el libro México Ilustrado una litografía en la que se observaban las montañas de El Doctor104 y en la parte inferior derecha, un edificio de Toluquilla. Este dibujo es considerado el primer registro Francisco Javier Alegre (1729-1788) Insigne humanista, reformador de la enseñanza de la filosofía, traductor de los clásicos, teólogo, historiador jesuita novohispano autor de la Historia de la Compañía de Jesús, entre otras obras. Fue expulsado junto con sus compañeros de la Nueva España en 1767. Falleció en el destierro en Bolonia, Italia. Véase Ernesto de la Torre, op. cit., p. 684. 102 Francisco Javier Alegre. Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España, Tomo I, Libro VI, publicada por Carlos María de Bustamante, Imprenta de J.M. Lara, México, 1841, p. 164. 103 Químico inglés, secretario del consejo directivo de las minas del Real del Monte que llegó a México en los inicios de 1840. El motivo de su visita era para realizar una inspección de las citadas minas. No sólo se dedicó a esta actividad, ya que sus informes contienen varias litografías que ilustran con detalle los monumentos arquitectónicos y del paisaje, así como los aspectos costumbristas de vestimenta y tipos étnicos característicos de la época. Ver Margarita Velasco, La Sierra Gorda. Documentos para su historia, tomo II, INAH, México, 1997, p. 187. 104 Distrito minero localizado en el actual municipio de Cadereyta, Querétaro. 101 48 Héctor Martínez Ruiz documental del sitio arqueológico (Fig. 5). El reporte del químico inglés, también incluyó, aunque de manera breve, una descripción de la ciudad prehispánica: Las casas están edificadas con piedras toscas cubiertas de vegetación sacadas de las inmediaciones, y por cierto no demuestran señales de aquella civilización notada en las antigüedades del sur de México. La estampa representa las vistas desde una de estas ciudades destruidas.105 Phillips, empleó el método comparativo para deducir que los monumentos de la Sierra Gorda no se asemejaban en nada a los del sureste de México, los más conocidos en esa época. 2.2. Bartolomé Ballesteros Después de la visita de Phillips, en 1872, Bartolomé Ballesteros106 emprendió un par de recorridos arqueológicos por la zona. Los resultados fueron publicados en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Su crónica incluía datos de los asentamientos ubicados en la Sierra Gorda y, aunque era breve, se encargó de ampliarla en un segundo artículo. En el titulado Ruinas de Chicomóstoc en la hacienda de La Quemada, estado de Zacatecas, abordó la arquitectura de ese asentamiento, a la que comparó con dos sitios del lugar: En el Mineral de El Doctor, en la Sierra Gorda, partido de Cadereyta, existen dos grandes ruinas que llevan los nombres de Ciudad de Ranas y Ciudad de Canoas, tres leguas al norte de la cabecera. He visitado estos puntos en 1852 y recuerdo que su construcción es igual a la de Chicomóstoc: lajas superpuestas. […] La ciudad de Ranas está compuesta de fortines aislados, sin simetría ni orden; pero la de Canoas tiene todas las circunstancias que indican mejor inteligencia y civilización del 105 John Phillips, «México Ilustrado», en Velasco, op. cit., 1997, p. 187. El ingeniero Bartolomé Ballesteros, estudioso de la historia antigua, se interesó por los vestigios arqueológicos de La Quemada, Zacatecas. Buscando elementos de referencia en cuanto al sistema de construcción, los comparó con los vestigios encontrados a inicios del siglo XIX en la Sierra Gorda de Querétaro. Al destacar algunas similitudes entre los sitios, estableció su construcción en la misma etapa cronológica. Por otra parte, insistió en la necesidad de estudiar y conservar este patrimonio histórico y cultural. Ver Margarita Velasco, op. cit., 1997, p. 239. 106 Historia de la Arqueología en Querétaro 49 fundador. Construida sobre la planicie del cerro de su nombre, da su frente al gran cerro de San Nicolás, hacia el sur, teniendo de por medio una barranca profundísima, abierta por la naturaleza sin lugar alguno de paso. Una gran muralla circunda por la ceja del cerro a la ciudad. Esta tiene plazas, calles tiradas a cordel, anfiteatros con asientos, sin duda donde tenían sus juegos y ejercicios. Nadie absolutamente nadie se ha cuidado de la exploración de estos monumentos, que deben contener tesoros para la ciencia y la historia107 Ballesteros reclamó a la SMGE108 que le reconociera el mérito de dar a conocer de forma más precisa aquellos sitios. Como suplemento, escribió Monumentos Antiguos. Ciudad de Ranas. En éste, se ocupó más ampliamente de las construcciones antiguas de esta zona y de la Ciudad de Canoas.109 En su trabajo supuso que las edificaciones eran baluartes defensivos: He tenido […] la oportunidad de volver a ver los monumentos antiguos que se conocen allí con el nombre de Ciudad de Ranas y Ciudad de Canoas. […] Lo que todos han llamado hasta hoy ciudades, no son sino puntos fortificados que guardaban la ciudad propiamente dicha, que se halla situada en medio de los dos, y en el punto llamado Ranas, donde estaba la residencia del monarca. […] Sobre todas las lomas que parten de allí, se dejan ver vestigios de sus monumentos, particularmente lo que llaman cuisillos, sembrados por todas partes, desde las caídas del pueblo del Doctor, hasta los márgenes de los ríos del desagüe, frente a Zimapán y hasta el Extorax.110 Con esta alusión, Ballesteros nos dio una idea de la gran cantidad de vestigios que todavía podían observarse en el lugar en esa época. Por otra parte, la nueva visita aclaró algunas de las consideraciones que había hecho anteriormente sobre el sitio de Ranas: 107 Bartolomé Ballesteros, «Ruinas de Chicomostoc en la hacienda de La Quemada, estado de Zacatecas», en Velasco, op. cit., 1997, p. 236. 108 Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. 109 Antonio Santoyo Torres, «Entre la gloria pretérita y los insoslayables problemas presentes (1867-1880)», en La antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1521-1880), vol. 2, INAH, México, 1987, p. 553. 110 Bartolomé Ballesteros, «Monumentos Antiguos. Ciudad de Ranas», en Velasco, op. cit., 1997, p. 239. 50 Héctor Martínez Ruiz En mi primer artículo no di a la fortificación de Ranas toda la importancia que realmente tiene, porque cuando la visité los bosques eran espesos y no prestaban lugar a la fácil observación; pero ahora que los naturales han rasado el bosque, tuve la satisfacción de recorrerla toda. […] El filo de la loma sobre la que está fundada, tiene de longitud algo más de un cuarto de legua, y entre muralla y muralla caben sin estorbarse tres mil hombres. […] El terrible hundimiento de las montañas, tajó las piedras, y están perpendiculares en una elevación, por el norte, de más de cuatrocientas varas. Sobre la ceja de las peñas, fue construida la muralla de piedra sobrepuesta, pero de un espesor muy respetable y terraplenada la parte inferior, donde se guarecían los guerreros.111 Resulta claro que en la obra de Ballesteros se puede apreciar la concepción de las ciudades antiguas imperante en la época, donde los basamentos piramidales y los juegos de pelota se consideraban elementos arquitectónicos militares.112 En la parte más elevada de la muralla existe una especie de torreón, cuya altura, desde el fondo de la barranca, no bajará de seiscientas varas. […] El cerro no tiene más que una entrada, pero a la vez tiene tres puntos avanzados que impedían al enemigo aproximarse en número suficiente para dar un asalto. Por este mismo punto está el torreón que tal vez fuera la residencia del jefe de la fortaleza, cuya vista dominara los dos únicos caminos por donde el enemigo pudiera acercarse. […] Las dos fortificaciones distan una de otra dos leguas, y en toda esa extensión se ven los restos de la población, que aún habitan los naturales. La de Canoas guarda la entrada de Zimapán, por Santo Domingo y Maconí, y la de Ranas guarda la de Cadereyta y Pinal de Amoles. 113 Para Ballesteros, los sitios tenían la función de defender una ciudad situada justo en medio de las dos: Ibídem, p. 243. Alberto Herrera Muñoz y Jorge Quiroz Moreno, «Historiografía de la investigación arqueológica de la Sierra Gorda de Querétaro», en Querétaro Prehispánico, INAH, México, 1991, p. 289. 113 Ballesteros, op. cit., p. 244. 112 111 Historia de la Arqueología en Querétaro 51 Aunque de antemano me había formado el juicio de que la capital estaba situada en un punto céntrico de Ranas, era sin embargo muy vaga esta idea; pero ahora creo poder asegurarlo por haber hallado un lugar circuido de pequeñas prominencias, con todas las formas de una plaza circular, con bastantes restos de monumentos, que hayan sido ya destruidos por la ignorancia y la codicia…114 En el artículo, no sólo describió el estado de las edificaciones prehispánicas, también evidenció el grado de destrucción a que estaban siendo sometidas en esos momentos y abiertamente manifestó un profundo deseo por despertar la conciencia pública, o al menos la del Estado y de las sociedades científicas para que se preservaran esos sitios. Ahora mismo y en mi presencia se destruían por un vecino los últimos restos de un cuisillo para fundar su casa, sin que le hicieran poner término a su obra la presencia de los cadáveres de un hombre y una mujer, cuyos cráneos, que deseaba yo traer fueron reducidos a polvo al simple contacto con la mano.115 Ballesteros, sostuvo que los edificios localizados en este lugar por la presencia de materiales asociados a rituales fúnebres: No fueron otra cosa que monumentos mortuorios erigidos sobre sepulcros de las personas de categoría, y según ésta, eran más o menos grandiosos, según el poder del pueblo o de los adeudos del individuo.116 Por último, su empresa tuvo como objetivo central difundir la riqueza arqueológica de la Sierra Gorda para preservarla y lograr que fuera considerada parte de los símbolos de nuestra identidad nacional, además, su informe incluyó un mapa de Toluquilla que realizó el ingeniero Pawel Primer. 2.2. Mariano Bárcena Por su parte y en el mismo año que Ballesteros realizó sus estudios, Mariano Bárcena (1872), al dirigir una práctica de la Escuela Especial de Ingenieros en la región de El Doctor, tuvo la opor- 114 115 116 Ibídem, p. 243. Ibídem, p. 240. Idem, p. 240. 52 Héctor Martínez Ruiz tunidad de realizar, a la par de tal suceso, interesantes observaciones sobre las ruinas de Toluquilla: No obstante que nuestra misión se reducía al estudio y adquisición de los datos mineralógicos y geológicos, nuestras observaciones se extendieron en cuanto fue posible a otros ramos científicos [como la] arqueología, con el fin de que nuestras observaciones fueran de mayor provecho para el país.117 Inició su trabajo con la descripción de la zona, ubicada en el actual municipio de Cadereyta: En la Sierra de Canoas, a cuatro leguas N. de El Doctor, hay una montaña elevada de difícil acceso, que se conoce con el nombre de Cerro de la Ciudad (fig. 6). Su parte posterior está terminada por una meseta espaciosa donde se ven las ruinas de una serie de baluartes y fortificaciones colocados con una habilidad admirable, que revela la inteligencia guerrera de sus autores. Por el lado NE, como a doce metros de principio de la meseta, se encuentran las ruinas de la primera fortificación, que es de base cuadrada, y está seguida de otras tres colocadas en serie y a distancias muy cortas. A éstas se siguen otras que están en la misma dirección y protegidas lateralmente por dos grandes fortines, que ocupan una gran parte del perímetro de la meseta y se terminan en la dirección de un baluarte principal, que aunque muy arruinado en la actualidad tiene cerca de 12 metros de altura (fig. 7).118 Bárcena, al igual que Ballesteros, estimó que los restos arquitectónicos correspondían a edificaciones de tipo militar y consideró que los muros, elevaciones y terrazas debieron ser murallas, torres y fortines: Siguiendo la línea de la meseta hacia el SO, se presenta una gran plataforma rectangular de 500 metros cuadrados de superficie. Parece que este lugar era el que más se cuidaba de defender, porque además de estar resguardado por dos grandes fortines de 3 metros de altura, se notan a sus lados las ruinas de una serie de baluartes pequeños y muy aproxima117 Mariano Bárcena. Memoria presentada al Sr. D. Blas Balcarcel, director de la Escuela Especial de Ingenieros, por Mariano Bárcena, director sustituto de la práctica de Mineralogía y Geología en el año de 1872, Imprenta del Gobierno, México, 1873, p. 2. 118 Ibídem, p. 16. Historia de la Arqueología en Querétaro 53 dos. Después de la plataforma siguen diversos grupos de fortificaciones de diferentes alturas y situadas de tal manera, que al mismo tiempo que protegen a los baluartes del centro, se aproximan a los bordes de la meseta para defender los puntos más accesibles. Al entrar a la explanada del cerro donde termina una rampa, está colocado oblicuamente un gran fortín que domina todo el camino. El número de fortificaciones que pueden contarse asciende a cuarenta y cinco, y algunas de ellas conservan en parte su figura. Uno de los baluartes, situado en el extremo SO, se compone de un zócalo de 2.50 metros cuadrados que sostiene un muro de talud coronado por una saliente, sobre el cual se apoya un torreón ya arruinado. Los demás baluartes, que están menos conservados, parecían tener formas semejantes a la del interior. Todas las fortificaciones están construidas con lajas paralelepípedas unidas por cimientos calcáreos y arcillosos.119 El estado de los sitios despertó la curiosidad y el deseo de emprender investigaciones que se enfocaran únicamente a aspectos arqueológicos. De hecho en su trabajo no sólo hizo alusión de estos lugares en la Sierra Gorda, además incluyó la información de que: A inmediaciones de San Juan del Río, y principalmente en las ruinas de San Sebastián, [había también] muchos coesillos semejantes a los anteriores, y que contenían ídolos de esmaragdita [sic] y otros objetos curiosos.120 Consciente de la importancia que los vestigios arqueológicos tenían para el conocimiento de la historia de nuestros antepasados, propuso abiertamente su protección, ya fuera por el Estado o por las sociedades científicas de la época, en especial la de Geografía, Estadística e Historia. Para él, era necesario que el Gobierno sancionara a los individuos que participaran en su destrucción. El trabajo arqueológico de Bartolomé Ballesteros y Mariano Bárcena, contribuyó al conocimiento de los vestigios arqueológicos del Estado en esta época. Así, las investigaciones avanzaron 119 120 Ibídem, p. 17. Idem, p. 17. 54 Héctor Martínez Ruiz en la medida en que se hicieron más numerosas. El conocimiento de las sociedades prehispánicas progresó en todo el país gracias a la ayuda de los viajeros mexicanos y extranjeros, aunque el desarrollo de la arqueología, como actividad científica, se encontraba en su momento inicial. Historia de la Arqueología en Querétaro 55 CAPÍTULO III POSITIVISMO Y ARQUEOLOGÍA: 1876-1910 La llegada de Porfirio Díaz al Gobierno y la dictadura que ejerció durante más de tres décadas tuvo consecuencias muy importantes para el desarrollo del país. Además de la consolidación económica, territorial y política de la nación, fortaleció también las actividades culturales tanto artísticas como científicas y educativas. 121 Las circunstancias en que el general Díaz accedió a la presidencia son ampliamente conocidas y más aún el tipo de política que ejerció. Al subir al poder, su primera labor fue borrar la imagen negativa que el país tenía, principalmente en Europa, y para lograrlo empleó un método probado de gran eficiencia: la fuerza.122 Sabemos que la pacificación se llevó a cabo mediante la violencia y la coerción en contra de los enemigos de la tranquilidad; las manifestaciones de descontento fueron reprimidas, era una manera brutal de lograr la estabilidad política necesaria para asegurar el desarrollo económico y la consolidación de la clase en el poder.123 Parte de estas transformaciones encontraron su justificación en la filosofía positiva, la cual legitimó la política de opresión interna necesaria para el desarrollo de la nación. Bajo la doctrina de orden y progreso, al asegurarse la paz social, la inversión extranjera tuvo mayor presencia en el país. Con el liberalismo triunfante, se consolidó también el capitalismo.124 Para alcanzar el progreso, según los principios positivistas, era necesario apoyar la creación de una elite depositaria de los conocimientos científicos, en la que el resto de la población debía con121 Portal y Ariosa, op. cit., p. 68. Héctor Álvarez de la Cadena, «Participación Extranjera: transferencia de tecnología e inversiones», Diana, México, 1983, p. 51. 123 Santoyo, op. cit., p. 494. 124 Blanca Estela Suárez Cortés, «Las interpretaciones positivas del pasado y presente (1880-1910)», en La antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1985), vol. 2, INAH, México, 1987, p. 18. 122 56 Héctor Martínez Ruiz fiar de manera plena. Los grupos de poder que se vieron beneficiados no tardaron en asumir esta postura y los que se identificaron como científicos mexicanos se agruparon desde 1900 y hasta 1914 en la Sociedad Positivista de México y editaron a partir de 1901 la Revista Positiva, que se convirtió en un importante medio de difusión para sus ideas.125 Tal proyecto hacia necesario elevar el nivel de instrucción de la sociedad. El Estado impuso este modelo a través de la enseñanza. En el orden social y cultural, se resolvió que era indispensable establecer un sistema educativo con estos principios. Buscó con ello fomentar el nacionalismo en las letras y las artes. Recibida de buena manera, no tardó mucho en triunfar la reforma educativa liberal basada en la filosofía positivista, la cual ya fue indiscutible desde la apertura de la Escuela Nacional Preparatoria. El artífice de los cambios educativos y fundador de esta escuela, Gabino Barreda126, no tuvo muchos problemas para tal empresa; apoyado por el Gobierno, el discípulo de Augusto Comte, aunque con ligeras adecuaciones, vio puesto en práctica el modelo de su maestro. 127 Con el proyecto positivista aplicado a la enseñanza, se impulsó la investigación científica en nuestro país y el grupo dominante, al reconocer su alcance, empleó los conocimientos obtenidos. La concentración del poder político y la unificación del bloque en torno de él no habían sido suficientes para consolidar de forma económica y administrativa el Estado, por eso, se valió de las herramientas que brindaba el modelo social y dispuso la realización de estadísticas generales, provinciales y de los sectores productivos; Ibídem, p. 19. Gabino Barreda (1820-1881) Médico, filósofo y político mexicano. Fue alumno de Augusto Comte entre 1847 y 1851. Introdujo el positivismo en nuestro país. Se le considera el más grande exponente de esta corriente en México. Barreda creía que lo que no estaba en los límites de la experiencia, debía ser considerado como inaccesible. Redactó por encargo del Presidente Benito Juárez, la Ley de Instrucción Pública de 1867. En su Oración Cívica, distinguió en la historia de México una etapa colonial, correspondiente al estado religioso; seguida a partir de la independencia por otra, el estado metafísico; que preconizaba el próximo comienzo de un periodo positivo. Ver Diccionario Porrúa (A-C), 1995, p. 380. 127 Santoyo, op. cit., p. 477. 126 125 Historia de la Arqueología en Querétaro 57 además, se puso especial atención en el registro y cuantificación de los recursos naturales y humanos en los ámbitos local y nacional, que fueron destinados a la producción de materias primas. En estas labores tuvieron un papel muy importante los Ministerios de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, Hacienda y Gobernación y, principalmente, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (SMGE).128 El número de instituciones y sociedades científicas que se fundaron en el país durante el régimen de Díaz, y que también participaron en este proceso fue considerable, se crearon el Observatorio Metereológico (1887), la Sociedad Científica Antonio Alzate (1884), la Sociedad Geológica de México (1886), la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la Academia Náhuatl (1888) y la Sociedad Agrícola Mexicana.129 Su presencia dentro del progreso intelectual nacional fue muy importante, ya que las actividades educativas, científicas y culturales fueron desarrollas en gran parte por estas instituciones. Independientemente de su origen civil o gubernamental, recibieron casi siempre apoyo económico del Estado para poder funcionar. Entre éstas destacaron el Museo Nacional, que se había creado en 1825 y, como siempre, la SMGE.130 La importancia del trabajo antropológico realizado por el Museo Nacional y la SMGE ilustró el pensamiento de la época, ya que no estuvo desvinculado del clima ideológico predominante, tampoco de los centros educativos ni de los dedicados a las tareas científicas y artísticas. Éstas y las otras instituciones, además de encargarse de las diversas tareas y preocupaciones políticas, periodísticas y literarias, formaron parte del ámbito cotidiano en que se desenvolvieron los eruditos apasionados por el estudio del hombre. En este periodo, ocurrieron cambios fundamentales en la investigación arqueológica en México; hasta entonces, la reunión y el estudio de las antigüedades mexicanas se había hecho de manera muy irregular y desorganizada. Fue a partir de 1880 cuando, 128 129 Ibídem, p. 475. Suárez, op. cit., p. 19. 58 Héctor Martínez Ruiz gracias a la estabilidad política, la sistematización de la investigación se dio mediante dos áreas de trabajo impulsadas simultáneamente: la arqueología de campo y la de gabinete.131 Aunque las mayores aportaciones fueron resultado del trabajo en gabinete, al amparo del pensamiento positivista, surgió la idea de que sólo mediante el análisis minucioso de los materiales, era posible llegar a conclusiones verídicas. Con esta idea se inició en México el estudio científico de la arqueología.132 En esta labor, el Museo Nacional y el Departamento de Inspección y Conservación de Monumentos Arqueológicos de la República –que perteneció a la Secretaria de Instrucción Pública y Bellas Artes– fueron las dependencias oficiales encargadas de coordinar la investigación de los vestigios que se localizaban en el país.133 Merece reconocimiento la labor de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Tuvo un papel fundamental en promover los estudios sobre la estadística, las antigüedades, la población, la minería, la agricultura y el comercio de la República. De acuerdo con esto, la forma en que divulgó los resultados de sus investigaciones, fue a través del Boletín, que estuvo dividido en diferentes secciones, las cuales fueron estadística, industria, minería, antigüedades, historia de México e historia general, geografía, física y meteorología, botánica, química, geología y paleontología, variedades y bibliografía.134 El trabajo efectuado por esta Sociedad repercutió en el ámbito internacional. Además de ampliar sus relaciones con diversas organizaciones extranjeras, como el Instituto Smithsoniano de Washington, la Academia de Historia de Francia y la Real Sociedad Británica, entre otras, la SMGE junto con el Museo Nacional fueron las únicas instituciones que participaron, en representación de Santoyo, op. cit., p. 512. Luisa F. Rico Mansard, «Historia de la Arqueología en México IV: Proyección de la Arqueología Mexicana (1880-1910)», en Arqueología Mexicana, núm. 55, México, Raíces-INAH, 2002, p. 19. 132 Bernal, op. cit., p. 135. 133 Suárez, op. cit., p. 22. 134 Santoyo, op. cit., p. 514. 131 130 Historia de la Arqueología en Querétaro 59 México, en los diversos Congresos Internacionales de Americanistas, realizados desde 1875.135 La vida de la Sociedad no siempre fue desahogada. Entre 1874 y 1877, debido a los problemas de inestabilidad que enfrentó el país, disminuyó su actividad y el número de sus publicaciones y sólo en los últimos meses de 1878 recuperó cierta regularidad la publicación de su Boletín, al recibir suficiente subvención gubernamental, después de darle a Porfirio Díaz el nombramiento de socio honorario. 136 Por otro lado, sabemos que el panorama antropológico de la época, al igual que el de las ciencias sociales en general, recibió fuerte influencia del evolucionismo unilineal. Dicho modelo, sirvió para explicar el desarrollo de la humanidad; también retomó la visión científica positivista, según la cual, la idea del progreso ocupaba un sitio privilegiado. Como producto de ella, en la tercera mitad del siglo XIX, se publicaron las grandes obras de esta corriente. 137 La antropología, reconocida a partir de entonces como una nueva disciplina científica, se orientó hacia la investigación social y cultural, entonces su campo de interés quedó en ese momento limitado a las sociedades preindustriales no europeas. Al partir del supuesto de que la evolución era un progreso, estableció un modelo unilineal ascendente con diversas etapas evolutivas, representadas fundamentalmente por la relación ellos-nosotros, en la que ellos encarnaron las etapas atrasadas y nosotros, las más adelantadas.138 La consolidación del evolucionismo se debió en gran parte a la institucionalización de este nuevo tipo de conocimiento. En nuestro país, nuevamente, intervinieron las sociedades científicas. La comunidad antropológica en particular apoyó con la clasificación Ibídem, p. 516. Enrique de Olavarría y Ferrari, en Santoyo, op. cit., p. 516. 137 Como las de Charles Darwin (1859), Edward Taylor (1871), J.J. Bachofen (1861) y Lewis Morgan (1877). Ver Ángel Palerm, Historia de la Etnología: Los evolucionistas, Alhambra, México, 1995. 138 Santoyo, op. cit., p. 508. 136 135 60 Héctor Martínez Ruiz de las colecciones de objetos arqueológicos en la formación de museos, así como con el desarrollo de redes de comunicación entre los investigadores (cartas, informes, publicaciones y reuniones interinstitucionales).139 Los estudiosos de la historia antigua de México, otra vez enfocaron su interés hacia la búsqueda del pasado. Esta corriente ubicó a la historia prehispánica dentro de la etapa de barbarie de la evolución de la humanidad. Para el evolucionismo unilineal, su religión y sus costumbres fueron propias de ese estadio y desarrollo cultural. Según estos juicios deterministas, las disciplinas antropológicas en nuestro país se consolidaron subordinadas a ese pasado indígena, que se convirtió en el principal campo de estudio y acción del nacionalismo de Estado. El pensamiento mexicano se diversificó por aquel entonces en tres cuestiones particulares: el pasado prehispánico, y el indio contemporáneo como problema y como curiosidad. 140 En cierta forma, se recuperó el indigenismo preterista reivindicador de las sociedades precolombinas que nació en las postrimerías del siglo XVIII como una necesidad del sector criollo, que requería de encontrar sus raíces, un origen a la existencia de su ser americano.141 Ya sabemos que esta recuperación de lo indígena como elemento propio de identidad nacional siempre encontró fuerte oposición en algunos sectores de la sociedad nacional, tanto en el ideario hispanista que impulsó Lucas Alamán al ubicar las raíces de la nueva nación en la vertiente española del periodo colonial, como en la postura de los liberales más radicales, quienes deslumbrados por el modelo y el progreso estadounidense, rechazaron uno y otro pasado. 142 Ibídem, p. 507. Arturo Warman, en Suárez, op. cit., p. 25. 141 Santoyo, op. cit., p. 509. 142 Ibídem, p. 510. 140 139 Historia de la Arqueología en Querétaro 61 La crítica de la revaloración del indígena como elemento de identidad nacional, no sólo abarcó al trabajo etnológico, también tocó planos arqueológicos. Apoyada en el positivismo, una corriente desarrollada en Estados Unidos, la rechazó. Morgan, en su obra The fabric of aztec romance is the most deadly encumbrance upon American etnhology, cuestionó severamente que los mexicas hubieran alcanzado altos niveles culturales. Para él, todo el desarrollo alcanzado por este pueblo fue un invento de los españoles, puesto de moda gracias al magnífico estilo y la organización interna de la obra de William Prescott, Historia de la conquista de México, aparecida en 1844. 143 Sin embargo, se continuó con la recuperación del pasado prehispánico, que se empleó como elemento de identidad nacional, mientras que al indio contemporáneo se le hizo otro tipo de análisis, se le consideró prototipo del hombre primitivo y un ser inferior que carecía de sentimientos patrióticos. Para los positivistas mexicanos, el mejor indio era el que estaba cuatro metros bajo tierra. La raza maldita que diría Justo Sierra O’ Reilly.144 A pesar de todo esto y en buena parte gracias a los esfuerzos de difusión del conocimiento de la antigüedad indígena realizados por Carlos María de Bustamante durante el primer tercio del siglo XIX, el indigenismo histórico sobrevivió para convertirse en parte de la identidad nacional, la cual adquirió su expresión más acabada en este periodo con autores como Alfredo Chavero y Manuel Orozco y Berra. Estos investigadores basaron sus estudios en códices, relatos de los conquistadores y otros documentos históricos; el pasado se explicó en función de la historia global de la humanidad, siempre con el progreso como objetivo, según la práctica de la ciencia positiva. 145 143 144 Bernal, op. cit., p. 132. Gastón García Cantú, «El caracol y el sable», en Cuadernos Mexicanos, SEP, México, 1982, p. 30. 145 Suárez, op. cit., p. 24 62 Héctor Martínez Ruiz Acorde al desarrollo de las técnicas científicas, surgió una nueva orientación en la arqueología. Se procuró descartar las hipótesis generales y superar la discusión de teorías sin ninguna base, se investigó una gran cantidad de datos y se realizaron trabajos muy minuciosos para llegar a conclusiones más objetivas.146 Los estudios, que se efectuaron entre 1876 y 1910, dejaron a un lado el tema de los orígenes culturales extramericanos. Además, se demostró la importancia del material hallado in situ y la necesidad de interpretarlo, tanto en sí, como a partir de la relación que guardaba con el contexto donde se localizaba. 3.1. José María Reyes Sobre esta base, en 1879 José María Reyes147 recorrió Ranas y Toluquilla. Además de describir los sitios de forma muy precisa, complementó su informe con planos y fotografías: A tres leguas NE de la municipalidad del mineral de El Doctor, distrito de Cadereyta, jurisdicción del rancho de Canoas, en una altura como de 300 metros verticales, escogida con una sola entrada, se halla la fortaleza […] Es una construcción que las gentes de la Sierra llaman la ciudad de Toluquilla [fig. 8], de 700 metros longitudinales, y su mayor anchura, donde el terreno casi cortado a pico lo permite, llega a 72 metros.148 En su reporte usó por primera vez el término Toluquilla para referirse a este sitio, conocido también como La Ciudad o Canoas. Anotó que al parecer ya se le nombraba así desde el siglo XVIII, aunque fue a partir de su visita que se popularizó. Al continuar con la observación de la zona, anotó que: Ibídem, p. 40. De profesión ingeniero, corresponsal de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, realizó una serie de exploraciones en las zonas arqueológicas de Ranas y Toluquilla en la Sierra Gorda de Querétaro, durante 1879. Su interés por la historia regional lo condujo a la búsqueda de información en archivos y bibliotecas, para dar cuenta de los principales acontecimientos y personajes que intervinieron en la conquista y colonización de la Sierra Gorda. Véase Margarita Velasco, op. cit.; 1997, p. 245. 148 José María Reyes, «Breve reseña histórica de la emigración de los pueblos en el Continente Americano», en Velasco, op. cit., 1997, p. 245. 147 146 Historia de la Arqueología en Querétaro 63 La figura del cerro es un óvalo con declives que parten del centro a los extremos: tiene un pie, puede decirse 53 edificios, y el fuerte del norte aun permanece con una altura de 8 metros, con tres cuerpos sobre talud, dominando desde el atalaya hacia el centro de la ciudadela, protegida por cuatro fuertes ya en deterioro, porque algunos apenas tienen tres metros de alto, y el mismo abandono se ve en las demás casas, algunas de ellas en cimientos. Ese fuerte del norte tiene una plataforma mirando al NW de 1½ metros de ancho por 2½ de altura; en el centro y desde el piso inferior arranca una escalera que ocupa la tercera parte de 10 metros, poco inclinada, y lo estrecho de los treinta peldaños que tiene en todo, solo puede subir y bajarse andando de lado. Combinado con el paralelo cuadrilongo de 37 por 10 ½ metros, en un principio seguramente no tuvo más entrada que la rampa del sur; hoy tiene varias. Esta doble muralla se hace rara buscándole las reglas de una defensa tal cual la haríamos hoy, colocándonos de manera que el parapeto nos llegara al pecho para manejar una arma, pues tiene el inconveniente de que un hombre sobre la terraza inferior, con dificultad lo alcanza con la mano; y esto sugiere la explicación de estorbar más y más, un ataque en terreno de ascenso tan pendiente, con trincheras elevadas, que en su tiempo debieron tener escalones por dentro, y si no los tuvo, la guarnición en un momento dado los pondría de prevista altura para sorprender a su enemigo.149 El ingeniero Reyes sostuvo la idea de Bárcena y Ballesteros, pues consideró que las ciudades fueron construidas por una sociedad militar, debido a la magnitud de los muros y lo alto de las edificaciones. Esta idea, de hecho continuó vigente hasta la segunda mitad del siglo XX: Los cinco fuertes de esta ciudadela han sido terrapleneados; en uno de los últimos hacia el oriente, tuve la ocasión de verlo hace siete años, con una excavación en el centro sin lastimar las paredes; están llenos de piedra grande y tierra, no tenían otro destino que una defensa dominante sobre el todo, y debieron tener cortinas de que no quedan vestigios.150 149 150 Ibídem, p. 246. Idem, p. 246. 64 Héctor Martínez Ruiz El análisis arquitectónico realizado en esa ocasión tuvo mayor amplitud, no sólo se describió la arquitectura y el medio geográfico, sino que planteó una mayor complejidad urbana, el origen de los pobladores, su filiación y ubicación cronológica, variables que Bárcena no había considerado: La arquitectura, en lo general, no pertenece a ningún estilo; sola y original como lo de los pueblos antiguos, empleó el talud que aparenta cierta elegancia, como firmeza de sus obras cuadrangulares: empleó también como ornamentación un delicado y aparente contrafuerte; ése es su único carácter; cuantas casas quedan, en ruina por supuesto, todas tienen un metro o menos de altura en talud y la más, por regla fija, descansan sobre base. Las paredes, con excepción de las trincheras, tienen un espesor de 18 a 20 pulgadas, el material es de caliza compacta, laja uniforme, de 3 a 4 pulgadas de grueso, que abunda en las inmediaciones: labrada para darle rostro y ajuste sin ripio, presenta una vista agradable. Sencillamente sentaron una piedra sobre arcilla delgada e hicieron el uso más práctico de la plomada y la escuadra [fig. 9]. En toda la ciudadela apenas se ven señales claras de cuatro o cinco puertas, teniendo algunas apariencia de ventanas. Hay huellas de haber blanqueado con cal por fuera. Debieron ser techadas las habitaciones, pero no hay indicio para asegurarlo.151 Interesado en las características urbanas, enseguida describió su patrón de asentamiento: Las calles son pasillos estrechos, apenas con 1½ metros de capacidad, presidiendo el programa de impedir grandes grupos. Al SE la montaña está más defendida todavía, por el vértice que forman las dos profundas barrancas que la circuyen; y sin embargo, en ese lado que creyeron accesible, escalonaron plataformas o baluartes avanzados. Como arte de guerra de los primeros pueblos, la flecha y la lanza eran todo, la fortaleza es inexpugnable; pero juzgando con nuestras ideas de ahora, el lugar fue mal elegido; no era posible la resistencia de algún tiempo, con un sitio intencional tan sólo para rendirla; tenían agua al poniente, al pie de la montaña en el rancho del Zendo; la 151 Idem, p. 246. Historia de la Arqueología en Querétaro 65 tenían igualmente hacia el oriente; en El Tejocote; en el abismo que le separa del Cerro de San Nicolás, pero les faltaban los recursos de alimentación, que como pueblo cazador no era posible que tuvieran provisiones abundantes para un ejército que como es de creer, debiera ser numeroso, y no siendo, agricultores, dependían de aquella diariamente, lo que era expuesto.152 Además, sostuvo que tales obras y otras localizadas por la región debieron formar parte del baluarte defensivo construido por gentes provenientes del Altiplano Central, especialmente de Tula. Mirando esta fortaleza, la de Ranas y la de los Moctezumas, colocadas de distancia en distancia, con desfiladeros inaccesibles de por medio, y en un trayecto de más de 10 leguas por el aire, de oriente a poniente, surge la idea, como un hallazgo de tomarlas por una inmensa línea de defensa del reino de Tula […] Allí mismo, en las inmediaciones de Toluquilla, en el Deconí, y desparramadas en todas las montañas, se encuentran otras muchas, pequeñas, como viviendas ya derruidas, y en ese amontonamiento que forman los escombros, a que se ha dado el nombre de coesillos, en forma de conos, que parecen hechos exprofeso en los bosques...153 Reyes compartió la idea de Ballesteros en el sentido de que existió contacto entre las gentes que construyeron Chicomóstoc, en el actual Zacatecas, y las que edificaron las ciudades en la Sierra Gorda: Bartolomé Ballesteros decía en su discurso a la Sociedad de Geografía y Estadística, en junio de 1872, que creía a estos monumentos de la misma época [que los de] Chicomóstoc, La Quemada, Zacatecas, por la semejanza de su construcción.154 Sin embargo, sobre la base de la cronología establecida para estos pueblos que al parecer tuvieron más proximidad con los grupos de la Sierra, contrapuso la prueba de las fuentes escritas que citaban, para el caso de los aztecas y los toltecas, una distancia considerable. Aunque su pensamiento se acercaba al de ese autor, no obtuvo las mismas conclusiones que éste. 152 153 154 Idem, p. 247. Ibídem, p. 253. Idem: p. 253. 66 Héctor Martínez Ruiz Te n g o l a m i s m a o p i n i ó n , d i f i r i e n d o s ó l o e n q u e Chicomóstoc es nombre que le dieron los aztecas en los nueve años que ahí quedaron; pero ellos no lo construyeron, ya lo encontraron […] y si los aztecas no edificaron a Chicomóstoc, los toltecas ni por allí pasaron; y si aquella fortaleza y éstas son contemporáneas, su origen se remonta a lo desconocido. 155 Su interpretación de Toluquilla fue la más interesante de las que se habían hecho hasta ese momento; no obstante, después de su visita, inesperadamente se perdió el interés por este lugar y se suspendieron las investigaciones, al parecer sólo se reanudaron hasta la tercera década del siglo XX. Al continuar con su recorrido, el ingeniero Reyes se dirigió a Ranas, su conclusión sobre la función del lugar, fue que estuvo destinado a operaciones militares, principalmente a las de tipo defensivo. Partiendo de Toluquilla al NW por el camino del Derramadero, hay unas dos leguas a la Congregación de Ranas [fig. 10]; pero a media legua vuelve a verse el mismo pensamiento de defensa, en trincheras de la misma construcción en un flanco de la cañada y en las alturas; se encuentran igualmente en el cerro de San Antonio, al sur e inmediato a Ranas; y en el centro del pueblo hay un anfiteatro de unos 12 metros de diámetro por 2 de alto, que hoy utilizan para guardar pasturas. La ciudad, como también llaman a las ruinas de Ranas, queda a una media legua; forman un ángulo obtuso dos eminencias estrechas y prolongadas que corta el abismo de la barranca al norte, y en ellas aún se cuentan treinta y seis ruinas de diversas dimensiones y poca altura. Hacia el SE, se notan extremos atrincheramientos, también sobre otra barranca en declives de acceso, y en todo no tiene más de una entrada fácil. 156 En este lugar, Reyes tuvo la oportunidad de presenciar el hallazgo de unas piezas, entre ellas se localizaron collares, brazale- 155 156 Idem: p. 253. Idem, p. 256. Historia de la Arqueología en Querétaro 67 tes y la escultura de un personaje ricamente ataviado,157 al que describió minuciosamente: En el cerro inmediato al NE de estas ruinas fue hallado, al hacer un acueducto, un retrato. [...] Es un relieve de basalto [fig. 11]. La figura primitiva de toda la piedra debió ser un medio punto o una U, para verse recostada u horizontal. Mutilada como está, mide del medio de la rotura al ángulo de la derecha 39½, por 11 de ancho y 9 de grueso. [sic] Pesa 24½ libras. Los relieves de los tres lados no deben haber sido hechos por pura ornamentación, pero su significado se escapa por falta de continuidad. El rostro, con sus atavíos, es de un dios o de un rey guerrero; el perfil sin ser una severidad perfecta, por lo apagado del ojo y lo corto de la nariz, disimulada con el pendiente que lleva, no tiene semejanza con el tipo griego o romano; carece de barba, y más parece un jefe de alta distinción en la casta guerrera de la India. […] Lleva un blasón jerárquico de barras transversales y un rostro apenas delineado pero perceptible, descansando sobre una decoración que hace de visera: la cabellera simulada y con una barba recogida del medio en compartimientos; las orejeras, las carrileras enlazadas sirviendo de barboquejo, y la gargantilla, mucho dicen del saber a que en el arte del grabado y de tratar los metales había llegado el pueblo que habitó las soledades de la Sierra Gorda. […] Pudieran ser de conchas las carrileras y la gargantilla, pero la simetría de los cuadros y de las esferas, nos inclinan a creerlos de bronce.158 Al término de las investigaciones efectuadas en este lugar, prosiguió su recorrido y visitó las zonas que se ubicaban en la región de Jalpan y Pinal de Amoles: El 16 de abril, estábamos en Los Moctezumas, distantes de Cadereyta veinte leguas. La ruina es allí más completa de lo que se ve en Toluquilla y Ranas. Difícilmente se reconocen los cimientos, ocultos por los escombros y el monte. Hacia el poniente, dominando la subida del rancho de Camargo, están los res157 En opinión de Elizabeth Mejía, el hallazgo de dichos materiales, no así la escultura del personaje, se realizó en otro de los sitios denominado Ranas, el cual, por la descripción que aportó Reyes y más tarde Chavero, debió ser el que se ubicaba en los terrenos que actualmente ocupa el poblado de San Joaquín. Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de 2004. 158 Idem, p. 256. 68 Héctor Martínez Ruiz tos de una trinchera, cuya dimensión no puede saberse por destruida, midiendo menos de un metro de altura en un solo punto, pero del mismo carácter de las anteriores, aplicado el talud. De tiempo inmemorial ha sido allí el camino para el Pinal de Amoles, y últimamente dándole comodidad para llevarlo hasta Xilitla, lo ensancharon por entre las mismas ruinas.159 En esa zona, también dio cuenta de la gran cantidad de elementos constructivos: Lo poco que queda llama la atención, es una pared aparentemente comenzada con piedra labrada de cal común, no está sentada como decimos; colocaron de canto y con inclinación, la primera carrera, que con la de arriba en sentido contrario formaría un zig-zag. Dieron betún a un piso con cal arcillosa de 2 a 3 pulgadas de espesor. La piedra que en lo general emplearon en todas estas construcciones, no la labraron, solamente le buscaron el rostro. El terreno ocupado por lo que se ve de coesillos, son unos 600 metros longitudinales de NE a SW, por 80 de ancho, con tres alturas naturales y dominantes. Esta era una población como las anteriores descritas, con el fin ulterior de hacerla plaza de guerra. Situada a la mitad de la larga cuesta que desde el rancho del Pilón conduce a la sierra del Pinal, tenía como las otras, condiciones ventajosas para una retirada en desbandamiento, a las quebradas de la Sierra, en todas direcciones. Al sur, a una y media leguas, hay otro lugar llamado la Plazuela, en que también abundan los coesillos, indicio de otro pueblo auxiliar. El nombre de los Moctezumas debe su origen seguramente a fuerzas expedicionarias que en nombre de los emperadores recorrían todo el país en son de conquista; es posible que hubiera allí algún tiempo guarniciones aztecas, y tal suposición se presta también para fundar el mismo nombre dado al río de Moctezuma…160 Según Reyes, los restos localizados en estas latitudes demostraban que la Sierra Gorda había sido un territorio de alta densidad de población en la época prehispánica: Siguiendo del Pinal a Escanelilla, se ven coesillos en el rancho de los Arquitos. Un poco más allá del rancho de las tres Cruces, en el agua del Cuervo, el camino nuevo para Jalpan pasó entre 159 160 Idem, p. 259. Ibídem, p. 260. Historia de la Arqueología en Querétaro 69 restos de las mismas construcciones antiguas; un cuarto de legua más adelante, en el puerto de las Vigas, hay una ruina cuadrada de unos doce metros, con la altura de 5, todo mutilado, pero mirándole aún en dos cuerpos la arquitectura de Toluquilla, de laja sin labrar buscándole el rostro para dar frente. Los escombros de este lugar rodean un cerro haciendo la figura de una herradura. Cerca del Real de San Pedro, el rancho de Tonatico es otro extenso pueblo de la antigüedad, en que se ven los caseríos destruidos como los anteriores. Los hay igualmente formando un grupo considerable y en el mismo estado en el Rodezno, vertiente del río de Escanelilla y Ahuacatlán; lo mismo que más allá de Jalpan, en la colonia, continuando, aunque en menor escala, hasta el Pánuco.161 El informe de José María Reyes incluyó ocho fotografías tomadas por Jacinto Moreno y las proyecciones de las zonas arqueológicas levantados por Pawel Primer (Fig. 12 y 13) que ya en 1872 había hecho un mapa de Toluquilla, lo que facilitó el estudio de las estructuras arquitectónicas, aunque la interpretación que realizó de los vestigios, estuvo condicionada por el pensamiento de la época, ya que la terminología que empleó para su descripción, se basó en la creencia de que se trataba de fortalezas, por ello creyó ver en los juegos de pelota, baluartes defensivos.162 3.2 Manuel Orozco y Berra En Historia Antigua y de la conquista de México (1880), Manuel Orozco y Berra incluyó el reporte que había hecho con anterioridad Mariano Bárcena y de hecho compartió su idea, al afirmar que esta ciudad al igual que Ranas, tal vez, habían sido reminiscencias de La Quemada: La Sierra Gorda de Querétaro confiere preciosas ruinas de ciudades fortificadas. Poco tiempo hace [que] fueron descubiertas, y las primeras noticias descriptivas las debo manuscritas al Sr. D. Mariano Bárcena…163 161 162 Idem, p. 260. Alberto Herrera Muñoz, «La historiografía», en Minería de cinabrio en la región de El Doctor, Querétaro, ENAH, México, 1994, p. 103. 163 Manuel Orozco y Berra, Historia Antigua y de la Conquista de México, tomo 2, Porrúa, México, 1960, p. 287. 70 Héctor Martínez Ruiz 3.3. Hubert H. Bancroft Hubert H. Bancroft164, en The Native Races, escrita en 1883, también abordó este tema en el que además de incluir los resultados de los trabajos de la época, empleó documentos históricos que informaban de la existencia de otros sitios arqueológicos en la región. De igual forma, hizo una referencia de El Cerrito, lugar que fue visitado y dado a conocer durante el último cuarto del siglo XVIII por el franciscano Juan Agustín de Morfi, a quien le reconoció el mérito de ser el primero en describirlo: En El Pueblito, a una legua y media del sur de la ciudad de Querétaro […] en 1777 se encontraron los cimientos de una enorme construcción rectangular sobre una elevación natural. Sus muros, construidos de piedra con mortero de lodo, que al momento de ser visitadas no se apreciaban sobre la superficie del terreno, sólo por medio de excavaciones fueron expuestos a la luz de 30 a 60 metros. Al este y al oeste de la construcción principal había dos más pequeñas, de las que se dice fueron extraídos muchos ídolos y otras reliquias, incluyendo piedras redondas pulimentadas perforadas por el centro. También se menciona en conexión con estas ruinas un piso de barro. Sobre la misma elevación se erigía un montículo artificial en forma de piloncillo, construido de capas alternas de piedras sueltas y barro, que tenía en su cima una meseta plana de unos diez metros de diámetro. Se dice que muchos ídolos, fragmentos esculpidos, pedestales, decoraciones arquitectónicas y puntas de flecha de pedernal de El Pueblito, fueron enviadas a enriquecer colecciones de la Ciudad de México. El señor Morfi, único escritor sobre el tema, intenta la descripción de la escultura, pero como es habitual en tales relatos exentos de cortes, no proveen idea alguna de los materiales tratados. Algunas ruinas de adobe de antigüedad dudosa también fueron mostradas al autor mencionado.165 Hubert Howe Bancroft (1832-1918). Librero y propietario de una editorial. Formó un enorme acervo especializado en la historia de la costa del Pacífico, desde Alaska hasta Centroamérica, que se incrementó con la compra de bibliotecas como la de Alfredo Chavero. Véase Margarita Velasco, op. cit., 1997, p. 269. 165 Hubert H. Bancroft, «The native races», en Velasco, op. cit.,1997, p. 269. 164 Historia de la Arqueología en Querétaro 71 Del mismo modo, recorrió Ranas y Toluquilla, describió su topografía y el sistema de construcción de los sitios apoyándose en los datos que Bartolomé Ballesteros había proporcionado con anterioridad. En la sierra de Canoas, entre 50 y 65 kilómetros al noreste de Querétaro, hay una cuesta empinada conocida como Cerro de la Ciudad, cuya cumbre esta fuertemente fortificada, mostrando una vista panorámica de la colina […] El cerro es elevado, y la cima está cubierta con recias fortificaciones de piedra. Otra placa muestra simplemente la disposición de las piedras, que son bloques en forma de ladrillos, cuyas dimensiones no se dan, incrustadas en una argamasa de barro rojo y cal. Hay en el cerro un total de cuarenta y cinco construcciones defensivas, incluyendo un muro de 12 metros de altura y una plataforma rectangular con un área de unos cuatrocientos sesenta metros cuadrados […] es muy desafortunado que no tengamos los planos de tales fortificaciones.166 De Ranas, el autor destacó los hallazgos y la importante presencia de restos de edificios: A dos o tres leguas al noroeste de las ruinas recién mencionadas está la ranchería de Ranas, situada en un vallecito encerrado por montes en la parte superior de los cuales todavía se pueden ver restos de una población muy antigua. […] Una cima en el norte tiene una pirámide de algo más de seis metros cuadrados en la base, con cuatro escalinatas que conducen a lo alto. Cerca de la pirámide hay un montículo de enterramiento, o cuicillo, en el cual junto con el esqueleto, fueron hallados conchas marinas, cerámica y abalorios. Los cuicillos son numerosos en toda la región, y las conchas marinas son frecuentes en ellos. De un montículo en las cercanías de San Juan del Río igualmente se rescataron algunos ídolos.167 La última reseña de esta época fue, al parecer, la que realizó José María Reyes, pues el norteamericano se limitó a decir que aún se conservaban de acuerdo con las descripciones de estos autores.168 166 167 168 Idem, p. 270. Idem, p. 270. Herrera y Muñoz, op. cit., p. 290. 72 Héctor Martínez Ruiz 3.4. Alfredo Chavero Alfredo Chavero169, en la Historia Antigua y de la Conquista (1884), dedicó un apartado a los vestigios localizados en la Sierra Gorda, con la intención de mostrar la importancia que debieron tener en la antigüedad los asentamientos: En el cerro de Las Canoas, elevación de difícil acceso terminada por una meseta espaciosa, se ven las ruinas de una serie de baluartes colocados admirablemente, y que revelan los conocimientos guerreros de sus autores. Por el lado nordeste del cerro las fortificaciones van colocadas a diversas alturas, de modo que producen el efecto de la pirámide, y terminan en la dirección del baluarte principal, que todavía tiene unos doce metros de altura. Por el lado opuesto llega a una gran plataforma rectangular de quinientos metros cuadrados de superficie. Parece que se cuidaba mucho de defenderla, porque además de estar resguardada por dos grandes fortines de tres metros de altura, tenía en los flancos una serie de terraplenes paralelos. Después de la plataforma siguen diversas obras a diferentes alturas, situadas a modo que lo mismo protegieran los baluartes del centro que los bordes de la meseta. Por una rampa se llega a la explanada del cerro en el cual se levanta un gran fortín que domina todo el camino. Se cuentan cuarenta y cinco fortificaciones, siendo la más notable, un baluarte compuesto de un zócalo de dos metros y medio de altura, que sostiene un muro en talud coronado por una saliente en la cual se apoya un torreón ya arruinado. Todas las fortificaciones son de lajas calizas cortadas a escuadra unidas por cimientos calcáreos y arcillosos. De igual forma, describió los vestigios que se encontraban en el valle de Ranas: En el valle de Ranas, que está a tres leguas, sobre una eminencia se ven los restos de una pirámide cuadrada, cuya base mide veinte metros por lado, y que tenía cuatro escaleras perfectamente orientadas para subir a la plataforma superior. Cerca de ella existen vestigios de un gran túmulo que encerraba un solo cadáver y algunos objetos como cuentas de espato, conchas marinas y utensilios de barro.170 Alfredo Chavero (1841-1906). Amigo y colaborador de Benito Juárez; dirigió El Siglo XIX, periódico de corte liberal. Su pasión consistió en estudiar la historia indígena y las crónicas de la Conquista. Escribió el tomo I de México a través de los siglos (1884). Véase Cuadernos mexicanos, SEP, México, 1982, p. 2B. 170 Alfredo Chavero. «Historia Antigua y de la Conquista» Tomo I, en México a través de los Siglos, Cumbre, México, 1987, p. 267. 169 Historia de la Arqueología en Querétaro 73 Además de la descripción de los edificios, de su ubicación y estado de conservación, hizo referencia a la enorme cantidad de objetos localizados por José María Reyes, pero obtuvo conclusiones diferentes de las de este autor: [Existe] una gran cantidad de túmulos, en donde es curioso el hallazgo frecuente de conchas marinas: llámanlos cuesillos y ocupan una gran extensión. Bajan por el sur hasta San Juan del Río, abundando principalmente en las ruinas de San Sebastián; en éstos se han hallado algunos objetos curiosos, como idolillos de esmarydita [sic]. Por el norte penetran en Guanajuato; en los llanos del Bajío suelen encontrarse algunos, en que los esqueletos tienen cubierto el cráneo con un cajete de barro. En un cerro inmediato a Ranas se encontró un yugo, que acredita que en aquel ignorado pueblo el culto había llegado hasta los sacrificios. Esta circunstancia, la pirámide y los túmulos, bien demuestran que por ahí pasó la civilización del sur. Si fue avanzada de Teotihuacán y Mamemhí o un descenso directo del Tamoanchán no lo sabemos; pero si podemos decir, con muchas probabilidades de acertar, que los habitantes de esas ciudades fueron los vixtoli; y sin duda alguna, pueblos de la raza del sur. Y viene a confirmarlo un rostro de deidad esculpido en el yugo de que hemos hecho mención. […] La escultura pues, indica la civilización del sur, como el yugo en que está hecha y las ruinas en que se ha encontrado.171 3.5. Antonio García Cubas Seis años después de la aparición de la obra de Chavero, en 1890, se editó el Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos, de Antonio García Cubas.172 171 Idem, p. 267. Antonio García Cubas, reconocido geógrafo y escritor mexicano, nació en la Ciudad de México en 1832. Fue director de la Escuela Nacional de Comercio y catedrático en diversas instituciones educativas. Realizó estudios geográficos y geodésicos que le dieron renombre internacional. Se le considera el fundador de la ciencia geográfica en México. Fue autor del Atlas Geográfico, Estadístico, Histórico y Pintoresco de la República Mexicana (1885), El libro de mis recuerdos y el Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos, editado en cinco volúmenes en 1890. Murió en 1912. Ver Yolanda Mercader Martínez, «Antonio García Cubas», en La antropología en México. Panorama histórico: Los protagonistas (Acosta-Dávila), Vol. 10, INAH, México, 1988. 172 74 Héctor Martínez Ruiz Para destacar la importancia de los sitios arqueológicos de la Sierra Gorda retomó a Bartolomé Ballesteros: Bartolomé Ballesteros, en un informe rendido a la Sociedad de Geografía, manifiesta que en dicha localidad existen dos grandes ruinas que llevan los nombres de Ciudad de Ranas y Ciudad de Canoas. […] Su construcción es igual a la de Chicomostoc; lajas superpuestas. Aquí como allá, las paredes han desafiado a los siglos […] La ciudad de Ranas está compuesta de fortines aislados, sin simetría ni orden; pero la de Canoas tiene todas las circunstancias que indican mejor inteligencia y civilización del fundador. […] Construida sobre la planicie del cerro de su nombre, da su frente al gran cerro de San Nicolás, […] una gran muralla circunda por la caja del cerro a la ciudad. Esta tiene plazas, calles tiradas a cordel, anfiteatros con asientos, sin duda donde tenían sus juegos y ejercicios.173 3.6 Manuel Murillo Más adelante, en 1891, Manuel Murillo, en compañía del señor Carvajal, subprefecto de la municipalidad de El Doctor y del párroco Agapito Malagón, visitó Toluquilla, donde pudo observar la topografía del lugar y las características de los edificios: Hay también varios departamentos, que aunque ya sin azoteas, destruidas por la mano del tiempo, se supone que fueron habitaciones, formando éstas unas callecitas de un metro cincuenta centímetros de anchura, y que son, en su mayoría, rectas aunque muy poco alineadas…174 3.7 Ignacio Pedraza En 1899, el secretario del Ayuntamiento de Jalpan, Ignacio Pedraza, reunió información sobre los indígenas pames y el ídolo que adoraban a la llegada de los españoles: Eran adoradores de un ídolo a quien designaban con el nombre de la diosa Cachum que en castellano quiere decir madre del Antonio García Cubas en Velasco, op. cit., 1997, p. 275. «Manuel Murillo», en José G. Montes de Oca, Retablos Queretanos, Imagina Diseño, México, 1994, p. 88. 174 173 Historia de la Arqueología en Querétaro 75 sol. Iban en peregrinaciones a su templo, en lo más alto del cerro grande de Tancamá, allí los recibía un indio viejo con carácter de sacerdote, y se encargaba de presentar las ofrendas a la diosa y hacer las imploraciones.175 Al parecer, se trataba de la escultura que Francisco Palou refirió en la biografía de Junípero Serra, sólo que la versión del secretario del Ayuntamiento es diferente de la del franciscano. Pedraza menciona que Tancamá era el sitio donde se encontraban asentados los indígenas, que la imagen de la diosa incautada fue trasladada al museo de Barcelona en España y que la conversión de los nativos fue labor de fray Pedro de Amezcua, que llegó escoltado por militares al mando de José Escandón, en 1744. Junípero Serra arribó seis años después a la zona. El M.R.P Fray Pedro de Amezqúa presidiendo a otros varios frailes; escoltados por una regular columna de milicianos al mando del Señor General Coronel Don José Escandón […] formaron una enramada en esta plaza para que les sirviera de capilla provisional […] enseguida se encaminaron a Tancamá […] mandaron destruir el mencionado templo que consistía en una gran galería de palos, techada de zacate, apoderándose del ídolo Cachum que era una figura de piedra al estilo de las esculpidas por los egipcios, con cara de mujer. Ese ídolo y otros varios que fueron hallados en las expediciones, los remitieron a España para el museo de Barcelona.176 Como vemos, existen discrepancias entre el relato de Palou y el de Pedraza. Puede ser que el fraile, en su afán de exagerar la obra de Junípero Serra, le haya atribuido acciones que no realizó; también, es posible que los pames sólo le hayan entregado a Amezcua una de las imágenes que tenían de su diosa y aparentaran su evangelización, para que, al retirarse los misioneros, volvieran a sus antiguas creencias, esto daría certeza al relato del fraile, pues cuando Serra llegó a la zona, quizá los indígenas ya habían reconstruido su templo y colocado otra imagen de la diosa, que fue la que el religioso les incautó. 175 176 AHQ, Fondo Poder Ejecutivo, Exp. 11, sección 4, fomento, fol. 518 y 519. Ibídem, f. 518. 76 Héctor Martínez Ruiz Por otro lado, después del fructífero trabajo realizado en este periodo, las investigaciones en el Estado se suspendieron. No obstante, los trabajos arqueológicos continuaron a gran escala en el resto del país. También en esos años se efectuaron varios intentos de legislar sobre la exploración arqueológica y, en 1896, se sentaron las bases para otorgar concesiones a particulares que tuvieran interés de realizar excavaciones, aunque se estableció que todo material encontrado en dichas exploraciones sería propiedad del Gobierno mexicano.177 Este decreto reconoció el derecho de propiedad privada de los terrenos de particulares que contaran con sitios arqueológicos y prohibió las investigaciones si el propietario no daba su consentimiento. Más adelante, en mayo de 1897, se decretó una ley más concreta, que declaraba en su artículo primero que todos los monumentos existentes en el territorio eran propiedad de la nación y nadie podría explotarlos, removerlos ni restaurarlos, sin la autorización del Ejecutivo, motivo por el cual se comenzó a levantar la Carta Arqueológica de la República. 178 Por vez primera, se consideraron monumentos arqueológicos las ruinas de ciudades, casas grandes, cavernas con vestigios, palacios, templos, pirámides, rocas esculpidas o con inscripciones y, en general, todos los edificios que, bajo cualquier aspecto fueran interesantes para el estudio de la civilización o la historia de los antiguos pobladores de México.179 Con esta medida se protegió los edificios y los objetos depositados en ellos, incluso se propició que las exploraciones se hicieran integrando varias líneas de investigación, desde el origen de la población americana hasta los restos arqueológicos de carácter arquitectónico. Y fue a partir de este momento cuando por resolución gubernamental, se les consideró fuentes de información histórica de primera mano.180 En esta nueva proyección, el Gobierno cooperó aportando fondos para la excavación y reconstrucción de tales monumentos. El deseo de 177 178 179 180 Olivé y Urteaga; op. cit., p. 12. Ibídem, p. 13. Rubín de la Borbolla en Suárez, op. cit., p. 48. Santoyo, op. cit., p. 509. Historia de la Arqueología en Querétaro 77 legitimarse a partir de la consolidación de la identidad nacional le llevó a incorporar elementos culturales prehispánicos a la ornamentación arquitectónica y escultórica de las construcciones de la época, como en la estatua de Cuauhtémoc, del Paseo de la Reforma, la de Juárez, en Oaxaca, y en el edificio realizado para la Exposición de París en 1890.181 Más adelante, entre los años de 1904 y 1908, se discutió el plan general para el establecimiento de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas. Las pláticas fueron entre el director de la Universidad Nacional de Columbia, Nicolás Murray Butler; el ministro de Instrucción Pública de México, Justo Sierra; y representantes de otras universidades extranjeras destacadas, como los de Francia y Prusia. El licenciado José Yves Limantuor, secretario de Hacienda, demostró su interés por el establecimiento de tal escuela en México. En 1910, Franz Boas llegó al país como delegado a la inauguración de la Universidad; en septiembre de 1910, la Secretaria de Instrucción Pública celebró un contrato con el doctor Boas para que trabajara como profesor de Antropología y Etnología de la Escuela Nacional de Altos Estudios.182 En ese mismo año, Franz Boas, Eduard Seller y el subsecretario de Instrucción Pública, se reunieron en México. Boas participó en las sesiones inaugurales de la Escuela de Altos Estudios y en el Congreso de la Sociedad Internacional de Americanistas. Como ya se dijo, en ese tiempo, el Gobierno planeó la fundación de la Escuela Internacional en México. El proyecto se inició con la intención de que su inauguración coincidiera con el Congreso de Americanistas. Después de la aprobación del plan de estudios, el 20 de enero de 1911, Porfirio Díaz la inauguró en presencia de los ministros del Estado, así como de los embajadores de los países que participaron en su establecimiento. La Universidad de México proporcionó aulas y prometió facilitar el acceso a bibliotecas, museos y otros institutos. El Gobierno también ayudó a la Escuela con un subsidio anual de seis mil pesos.183 Suárez, op. cit., p. 46. Ibídem, p. 58. 183 Véase Eduard Seller, en David Strug, «Manuel Gamio, la Escuela Internacional y el origen de las excavaciones estratigráficas en las Américas», en Arqueología e indigenismo, Sep-Setentas, México, 1972. 182 181 78 Héctor Martínez Ruiz En materia arqueológica, para 1910, la mayoría de las investigaciones fueron realizadas por la Inspección General de Monumentos Arqueológicos. Esta dependencia estuvo a cargo de Leopoldo Batres184 y destinó gran parte de sus esfuerzos a la exploración metódica de Teotihuacan, con la intención de conseguir que su rehabilitación y apertura para el turismo coincidieran con los festejos del primer centenario del inicio de la Independencia, organizados con gran pompa por el Gobierno de la República;185 celebraciones, que por cierto, sirvieron para mostrar la grandeza del pasado mexicano y para redefinir la arqueología como una actividad científica subordinada a los intereses del Estado. Los Gobiernos posteriores continuaron con la misma línea de impulsar el descubrimiento, la investigación y la exhibición del pasado arqueológico, tanto en las zonas como en los museos, para mostrar su grandeza, para fomentar un sentido de orgullo e identidad y para asumir una política cultural integradora, capaz de unir los orígenes más remotos del país con las manifestaciones de la cultura nacional.186 Leopoldo Batres (1852-1926) nació en la Ciudad de México. Después de sus primeros estudios, completó su formación en Francia, donde cursó las materias de Antropología y Arqueología. En 1873, a su regreso al país, ingresó a una carrera militar, en la que llegó al grado de capitán. A partir de 1884, cuando el Gobierno de Porfirio Díaz le nombró inspector de los monumentos arqueológicos mexicanos, comenzó su desempeño de cargos públicos relacionados con la arqueología. Fue conservador de los monumentos arqueológicos de la República de 1888 a 1911, y participó en varias excavaciones (Teotihuacán, Monte Albán y Mitla, entre las más destacadas). Se le apartó del cargo tras la renuncia de Díaz en 1911. Autor de gran número de obras sobre la arqueología mexicana (por ejemplo, Cuadro arqueológico y etnográfico de la República Mexicana, aparecida en 1885), perteneció a varias sociedades científicas nacionales y extranjeras y obtuvo distinciones en Alemania y Francia. Falleció en 1926, en la Ciudad de México. A través de él, por primera vez, el Estado mexicano aportó fondos para la excavación y reconstrucción de monumentos antiguos. Ver «Leopoldo Batres», en Diccionario Porrúa (A-C), 1995: 376. 185 Anales Hispanoamericanos, Número extraordinario, dedicado a los Estados Unidos Mexicanos con motivo del primer Centenario de su Independencia, España, 1910, p. 8. 186 Rico, op. cit., p. 25. 184 Historia de la Arqueología en Querétaro 79 CAPÍTULO IV EL TRIUNFO DE LA MEMORIA (1910-2000) El panorama nacional de los años que van de 1910 a 1920 se caracterizó por los movimientos armados denominados genéricamente Revolución Mexicana.187 Lógicamente, este suceso influyó notablemente en las actividades antropológicas del país y, de hecho, propició que los trabajos arqueológicos fueran limitados.188 Con el transcurrir del tiempo y pasados los momentos más difíciles del conflicto armado, la necesidad de emprender la reconstrucción nacional abrió una nueva etapa en la vida del Estado mexicano; con la caída de Porfirio Díaz y la consolidación de nuevos grupos de poder, se sostuvo que el proyecto de nación requería de planteamientos novedosos. Ante la situación y de frente a un futuro incierto, se intentó reorganizar las maltrechas relaciones sociales, reconocer las condiciones sociales que existían y replantear las bases del sentido de pertenencia que definirían a los habitantes del país. 187 La guerra civil que sacudió a nuestro país, resulta difícil de caracterizar, ya que fue un movimiento amplio que involucró diversos intereses que hallaron puntos comunes en torno al descontento generado durante más de treinta años de dictadura porfirista. Sin embargo, la unidad en contra de un enemigo común fraguó un sentido de identidad relativo, que se debilitó a medida que desaparecía el poder contra el cual se enfrentaban. Por esta razón, resulta imposible hablar de un proyecto de Revolución Mexicana, como algo homogéneo y lineal. Por el contrario, actualmente se reconoce que el movimiento de 1910 fue en realidad una gran conmoción social, en que se enfrentaron las diversas ideas que representaban las diferentes propuestas de solución de los problemas que afectaban el país. El resultado final de la lucha armada no fue sólo la derrota de las fuerzas conservadoras, sino de los otros proyectos que dentro del levantamiento revolucionario se enfrentaron (la vertiente agrarista representada por Francisco Villa y Emiliano Zapata), sobre los que triunfó militarmente el Ejército Constitucionalista de Carranza y Obregón. En efecto, con la promulgación de la Constitución de 1917, la historia política del país se enfiló por la vía institucional, aunque desafortunadamente se distinguió por la desaparición del pluralismo político resultante de la lucha armada y por la persecución política y militar de la oposición. Ver Portal y Ramírez, op. cit., p. 69. 188 No obstante, fue la época en que la disciplina adquirió los perfiles de ciencia en México y se hizo presente en nuevos escenarios, cada vez más variados entre sí. Véase Miguel León-Portilla, «Historia de la Arqueología en México V: La época de la Revolución», en Arqueología Mexicana, núm. 56, Raíces-INAH, México, 2002, p. 10. 80 Héctor Martínez Ruiz Tal empresa involucró a los más destacados intelectuales de la época, quienes fueron convocados para orientar las tareas de reconstrucción de la identidad a partir del análisis de la población que se tenía que incluir en dicho proceso. Por eso, las actividades académicas de este periodo se vieron influidas por la ideología nacionalista propugnada por el Gobierno. 189 Una de esas medidas fue la exaltación de los valores del indio. Se pretendió unir el pasado con el presente a partir de la búsqueda de nuestros orígenes, recuperar la tradición perdida y cobrar conciencia de un destino común. No es extraño que de varias voces a la vez surgiera el mismo mito: el de la unidad final de razas y culturas en una sociedad nacida de la conjunción y la síntesis.190 Las investigaciones arqueológicas que se realizaron, como era de esperarse, se articularon a los acontecimientos políticos del momento, además, su fundamentación teórica retomó el problema de la etnogénesis: el indio de ahora era descendiente del de ayer y la grandeza del pasado prehispánico podía y debía recuperarse. Con ella se diseñaron políticas de conservación patrimonial y de relación con los indígenas.191 Asimismo, tuvo que ver con ciertos sentimientos de hermandad latinoamericana, por lo que sus seguidores, entre los que destacó Alfonso Caso, no vislumbraron conflicto entre su posición política y las actividades científicas que desarrollaban. Portal y Ramírez, op. cit., p. 69. Esta fue la idea central del mestizaje étnico y cultural que surgió con Andrés Molina Enríquez (1868-1940) y que retomaron «Manuel Gamio (1883-1960) y José Vasconcelos (1881-1959). Véase Leticia Rivermar, En el marasmo de una rebelión cataclísmica (1911-1920)» en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987:95. 191 A esta orientación se le dio el nombre de Escuela Mexicana de Arqueología. Su iniciador fue Manuel Gamio y logró, entre otras, que se institucionalizara la arqueología en el país, que se fundaran centros de investigación y enseñanza permanentes, que los Gobiernos aceptaran que gastar dinero en excavaciones era importante y que las zonas arqueológicas, cuando menos en cierta medida, debían ser respetadas. Este enfoque determinó una forma de ver y sentir la antigüedad que, transmitida por el sistema escolar desde la primaria, le dio a México una de las bases para la recreación de su nacionalidad, a través del pasado indígena. Ver Jaime Litvak, op. cit, p. 149. 190 189 Historia de la Arqueología en Querétaro 81 Un ejemplo claro de este pensamiento se observó en la importancia de la reconstrucción, puesto que la necesidad de hacer arqueología estaba ligada a la educación del mexicano en sus raíces nacionales, los asentamientos prehispánicos fueron considerados como salones de clases. Eran un ejemplo para los mexicanos de lo que se podía hacer en el país y, como tales, no sólo eran una muestra del talento de sus antiguos habitantes, sino también un objeto didáctico para que aprendieran esta lección.192 En ese tiempo, las instituciones que desarrollaron la mayor parte de este trabajo fueron el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, y la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas. Acerca del Museo Nacional, sabemos que funcionó entre 1911 y 1915, se dedicó principalmente a la conservación, difusión y docencia; para ello, contó con departamentos destinados al estudio de la lingüística, la etnología, la arqueología, la antropología física y la historia.193 En 1912, los catedráticos del Museo acordaron clasificar la enseñanza antropológica en tres grados y expedir para cada uno de ellos diferentes tipos de constancia, en el tercero quedó la sección de arqueología.194 La influencia del antiguo inspector y conservador de monumentos Leopoldo Batres, en el trabajo del Departamento de Historia y Arqueología del Museo Nacional durante esta etapa fue evidente; acorde con dos ejes centrales, se dedicó casi exclusivamente a la conservación de las grandes construcciones, que hasta entonces se encontraban en ruinas y, a hacer una arqueología monumentalista. Por otro lado, los trabajos más importantes en materia de investigación arqueológica fueron efectuados por los miembros de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas. A diferencia de lo que ocurría en el Museo Nacional, la Escuela tuvo el carácter de instituto orientado a la docencia y la investigación.195 Entre los estudios más importantes que desarrolló desta192 193 194 195 Ibídem, p. 147. Rivermar, op. cit., p. 97. Claudio Guala Mayer, en Rivermar, ibídem, p. 98. Rivermar, op. cit., p. 104. 82 Héctor Martínez Ruiz caron, sin lugar a dudas, los de arqueología, ya que desde un principio se planteó la necesidad de organizar la búsqueda y recolección de los materiales antiguos, su estudio y el aseguramiento para el Museo de la Nación.196 Pero la importancia de la Escuela Internacional fue más allá, pues facilitó la introducción de una nueva técnica de exploración arqueológica. En efecto, lo que se ha llamado revolución estratigráfica produjo un cambio inmenso, no sólo en las técnicas empleadas en las exploraciones, sino también en los resultados obtenidos y fue, en cierto modo, la clave para los estudios de la primera parte del periodo que nos ocupa, pues se convirtió en la base necesaria para establecer fechamientos más precisos. Gracias a ella se lanzaron los arqueólogos a establecer una cronología, que si bien no era la finalidad última de la ciencia, fue un requisito indispensable para futuras investigaciones.197 De esta manera, en los trabajos desarrollados por la Escuela Internacional se empleó la estratigrafía, que se alejó bastante del método llamado tradicionalista, que se orientaba exclusivamente a la búsqueda de objetos de gran belleza o exotismo. A partir de ese momento, se estudió con mayor cuidado todo lo que se encontraba en las capas sucesivas, de manera que un fragmento de tepalcate adquirió el mismo valor que un fósil, pues cada uno de ellos era un dato determinativo, al que se le podía atribuir, por sus caracteres, un lugar relativo en el tiempo.198 No había lugar a dudas, en arqueología, el énfasis cambió gradualmente del valor de los hallazgos realizados a la importancia que representaba su significado y, afortunadamente, los restos de cultura material fueron considerados auténticos documentos de gran valor histórico.199 196 El primer director de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas fue el doctor Eduard Seller, quién al tomar posesión del cargo para el periodo 1910-1911, planteó que la arqueología era uno los objetos de estudio más importantes para la Escuela, por lo que debía fomentar la búsqueda y recolección de los restos de cultura material, así como su resguardo, pues ya era considerado patrimonio de la nación. Véase Leticia Rivermar, íbidem, p. 104. 197 Bernal, op. cit., p. 156. 198 Jorge Engerrand, en Bernal, op. cit., p. 156. 199 Bernal, ibídem, p. 168. Historia de la Arqueología en Querétaro 83 Al término de la gestión de Seller, Franz Boas, catedrático de la Universidad de Columbia, se hizo cargo de la administración de la Escuela para el periodo 1911-1912. A su llegada a México, el norteamericano presentó varios proyectos de trabajo etnológico, lingüístico y de antropología física; sin embargo, su interés por la arqueología hizo que su atención se centrara fundamentalmente en ésta; siguió los mismos rumbos de Seller, consolidó a la estratigrafía como la técnica arqueológica por excelencia y sostuvo que el trabajo de campo y los resultados obtenidos sólo podían ser descriptivos y no interpretativos, ya que no había llegado el momento de tratar de explicarlos con teorías porque no se poseían todos los datos necesarios. 200 Así, gracias a esta técnica empleada por Manuel Gamio201 en los trabajos arqueológicos de San Miguel Amantla Azcapotzalco, se pudo contar con los elementos necesarios para establecer la primera secuencia cronológica sustentada en datos confiables para la Cuenca de México. Por tal motivo, puede decirse que, a partir de los trabajos de Gamio, la arqueología de nuestro país adquirió el carácter de disciplina científica.202 Con este método, la manera establecida para excavar y reconstruir grandes conjuntos obtuvo considerable información, no sólo a base de la lectura de las inscripciones, sino también de la estratigrafía de edificios y cerámiRivermar, op. cit., p. 105. Manuel Gamio (1883-1960) fue la figura más prominente del ámbito cultural de la época. Ocupó diversos cargos directivos, entre ellos el de inspector general de Monumentos Arqueológicos de la Secretaría de Instrucción Pública, entre 1913 y 1916; y el de director de la Escuela Internacional, de 1916 a 1920. Asimismo, encabezó, a partir de su fundación en 1917, la Dirección de Antropología, adscrita a la Secretaría de Agricultura y Fomento. Desde esas dependencias, impulsó la investigación de numerosas zonas arqueológicas y pugnó por la aplicación de un enfoque hasta entonces inédito, y de hecho pocas veces planteado posteriormente con claridad como él lo hizo, en el que la investigación debía ser interdisciplinaria y abordar distintos aspectos de la cultura. Manuel Gamio fue el primer arqueólogo debidamente preparado para ello que produjo nuestro país. Ver Ignacio Bernal, p. 159, y Enrique Vela y Ma. del Carmen Solares, «Imágenes Históricas de la arqueología en México. Siglo XX», en Especial Arqueología Mexicana, núm. 7, Raíces-INAH, México, 2001, p. 24. 202 Rivermar, op. cit., p. 195. 201 200 84 Héctor Martínez Ruiz ca. Para este momento, encontramos ya una arqueología plenamente profesional, aunque sujeta a los lineamientos políticos de moda, mismos que el propio Gamio se encargó de fomentar.203 Incluso, ya dentro del ámbito de los estudios de gabinete, preocupó el tema siempre presente y tan importante de la correlación entre los documentos históricos, los códices y las secuencias culturales obtenidas por los arqueólogos de campo. La necesidad de conocer las culturas pasadas a partir de todos los medios al alcance posibilitó una vez más el encuentro entre la arqueología y la historia. El desciframiento de las culturas indígenas en códices, en inscripciones en piedra y el conocimiento de los calendarios que aparecían expuestos en documentos y estelas permitieron que, por primera vez, se iniciara la reconstrucción de la vida cotidiana de estos pueblos.204 Más adelante, entre 1915 y 1918, las actividades educativas y académicas del país se vieron reducidas al mínimo, no obstante y a pesar de los momentos difíciles, se fundó el Departamento de Arqueología y Etnología en la Secretaría de Agricultura y Fomento en 1917, dependencia que en 1919 cambió su nombre por el de Dirección de Antropología y Poblaciones Regionales de la República, primera de su tipo establecida en América y de la que Gamio estuvo al frente como director entre 1917 y 1924.205 Lo que hasta ese momento se consideró la primera etapa de la institucionalización de nuestra disciplina, estuvo representada por la creación de la Dirección de Antropología. Su trabajo clarificó la forma en que se concebía por entonces esta labor científica, ya que conceptuaba su actuación en función de los estudios que aportaban conocimientos integrales de la población del país, la búsqueda de los medios para superar el atraso y la formación de una 203 Véase Manuel Gamio, Forjando Patria, México, Porrúa, 1992, e Ignacio Bernal, op. cit., p. 171. 204 Un ejemplo de este enfoque, que en la Escuela de los Anales recibió el nombre de antropología histórica, lo representó George Valliant, que intentó relacionar los hallazgos arqueológicos con las fuentes históricas, en otras palabras, hacer una historia en la que se aprovechara no sólo la arqueología; como en otros lugares donde no había fuentes escritas, proponía usar los datos que aportaran los restos de cultura material. Ver Ignacio Bernal, op. cit., p. 178. 205 Ibídem, p. 111. Historia de la Arqueología en Querétaro 85 verdadera nacionalidad, fundada en el acercamiento racial, la unificación lingüística y el equilibrio económico de dichos grupos, como ya se ha descrito anteriormente.206 No cabe duda de que la antropología oficial surgió de la necesidad estatal de articular la diversidad social, a partir de un marco en el cual lo perceptible fuera la totalidad. Esta idea continuó vigente durante los años veinte y principios de la siguiente década, manifestándose de diversas formas, como en los foros, los congresos internacionales de americanistas, así como también en la publicación de revistas especializadas surgidas del quehacer antropológico.207 Fue la época en que se promovieron los estudios integrales en nuestro país.208 Los trabajos de investigadores nacionales y extranjeros en gran parte, se debieron, cuando menos en México, a la cooperación promovida por la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, a partir de los congresos de americanistas, como el que se efectuó en México en 1910. Gracias a su labor, en la arqueología se hicieron más frecuentes los estudios de tipo físico y de restos osteológicos. La mayoría de 206 El pensamiento de Gamio, Sáenz y Vasconcelos coincide con el deseo de acabar con lo indígena en tanto que transformarlo en mestizo. Su pensamiento es heredero de las tesis liberales decimonónicas sostenidas por la mayoría de los intelectuales de la época. Por entonces, fue unánime el consenso de ver lo indígena como obstrucción del progreso y al mestizaje como medio seguro de transformación, que en sí mismo entrañaba la mejoría económica y cultural de la población indígena. Véase Jaime Noyola, «La visión integral de la sociedad nacional (1920-1934)», en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (18801986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 153. 207 Algunas de estas publicaciones fueron: Revista de Revistas, El México Antiguo, Ethnos, la cuarta época de los Anales del Museo Nacional de México, Boletín del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, Revista de Historia de América, Boletín Bibliográfico del Instituto de Investigaciones Sociales, Revista Mexicana de Sociología y el Boletín del Archivo General de la Nación. Ver Jaime Noyola, op. cit., p. 158. 208 Respecto de esto, no debemos olvidar la investigación que realizó Manuel Gamio en Teotihuacan, en la que aplicó su visión de la antropología con un aporte fundamental: estudiar integralmente una zona, desde sus raíces prehispánicas, pasando por la etapa colonial, hasta el presente, con la participación de especialistas de diversas ramas del conocimiento. Véase Manuel Gamio, La población del Valle de Teotihuacan, Secretaría de Agricultura y Fomento, México, 1922 (edición facsimilar, INI, 1979). 86 Héctor Martínez Ruiz ellos se ocuparon parcialmente de establecer comparaciones y ello ocasionó una revisión en las técnicas y los procedimientos para obtener medidas significativas que se pudieran manejar estadísticamente. A partir de ese momento, la investigación arqueológica fue reconocida como la disciplina que basaba sus observaciones en el estudio de los materiales del pasado y en México, se considera que se inició formalmente en 1915 con los trabajos del propio Gamio, ya que la arqueología de principios de siglo carecía de ese parámetro y se limitaba a justificar la presencia de numerosos vestigios del pasado, que con los años había acumulado el Museo Nacional, así como a realizar estudios que estaban más cerca de la historia antigua y del desciframiento de los códices que de la arqueología. Antes de ese año, prácticamente, no hubo proyectos institucionales de exploración arqueológica. En ese tiempo, por iniciativa de la Dirección de Antropología, se planteó la necesidad de evaluar el estado guardado por los diferentes sitios arqueológicos del país y de elaborar una reglamentación sobre su cuidado y conservación. Dicho esfuerzo se hizo patente con la publicación del Estado actual de los principales edificios arqueológicos del país. Con base en este reconocimiento arqueológico, se inició la discusión sobre los aspectos que debía contemplar la protección de los edificios, los cuales, reunidos en un dictamen fueron enviados al Congreso. La formulación fue aceptada y en 1934 se promulgó la Ley de Protección y Conservación de Monumentos Arqueológicos e Históricos.209 Según este nuevo marco jurídico, se desarrollaron técnicas de reconstrucción, restauración y consolidación de edificios prehispánicos, derivadas en gran parte de la evolución de los procedimientos de restauración. Se observó también un cambio en la mentalidad de estos especialistas, que se reflejó en la búsqueda de soluciones para preservar las estructuras arquitectónicas, así como en el sentido de autocrítica profesional que se evidenció cuando, al proponer una acción para evitar la destrucción de una estructura recién localizada, años después, con la reglamentación y la asimilación de nuevas técnicas, surgidas de su trabajo o aprendidas de sus colegas, las consideraba poco recomendables. No deja de ser interesante la 209 Loyola, op. cit., p. 197. Historia de la Arqueología en Querétaro 87 autorreflexión a la que llegaron los arqueólogos de finales de la década de los veinte e inicios de los treinta. Evidentemente, ya para este momento existía una crítica dirigida a la reconstrucción inmoderada, aunque se argüía que el desarrollo de sus técnicas no había alcanzado su madurez.210 Sin embargo, en este periodo, la restauración significaba desarrollo de la ciencia, depuración de las técnicas; era una etapa en que, al tiempo que se desarrollaba la ideología del nuevo Estado mexicano surgido de la Revolución, la disciplina se consolidaba vinculada a las tareas estatales, pero con la diferencia de que el objetivo de la reconstrucción de los años veinte cambió en los cincuenta; en los primeros, se desarrollaron las técnicas arqueológicas y se configuró el marco conceptual de la arqueología mesoamericana, además, fue una etapa de búsqueda de patrones de reconstrucción, consolidación de edificios y reglamentación de estas prácticas, cuando en otros países sostenían proyectos similares; en los años cincuenta, la restauración ya no obedeció propiamente a la investigación, se volvió una arqueología escenográfica, en donde los parámetros dejaron de ser científicos, para convertirse en proyectos con objetivos principalmente turísticos.211 Por tal motivo, no es casual que los intereses de la arqueología, como disciplina en sí, se confundieran con las necesidades del Gobierno, deseoso de reforzar la ideología de la nacionalidad con la reconstrucción del pasado, pues a pesar de conocer los límites de su objeto de estudio, pagaba su condición de estar subsidiada por el Estado.212 210 Algunos de los arqueólogos que participaron en la reconstrucción monumental de edificios fueron José García Payón (1896-1977), Jorge R. Acosta (1908-1975) y Alfonso Caso (1890-1985). Véase Arturo España Caballero, «La práctica social y el populismo nacionalista (1935-1940)», en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 269. 211 Ibídem, p. 200. 212 Esto implicaba que, normalmente, el parámetro de investigación se concentrara en los centros ceremoniales, a expensas de otras áreas –como las habitacionales o las de abastecimiento de los poblados– que ante la imposibilidad de protegerlos y estudiarlos a todos, se había orientado a las zonas más espectaculares, con el beneficio de que su reconstrucción atraería el turismo y generaría divisas para el país, aunque en detrimento de las áreas menos «rentables,» que eran de manera casi irremisible condenadas a la destrucción, al quedar incluso fuera de los linderos de protección legal. Véase Manuel Gándara, «Historia de la Arqueología en México VII: La época moderna (19682002) 1ª Parte», en Arqueología Mexicana, núm. 59, Raíces-INAH, México, 2002, p. 12. 88 Héctor Martínez Ruiz 4.1 El panorama arqueológico en Querétaro (1910-1960) En Querétaro, una vez superados los años difíciles de la guerra civil, en 1928, Ignacio Marquina,213 coordinador de los trabajos de registro cronológico y cultural de los monumentos prehispánicos del país, incluyó datos de Ranas y Toluquilla en una publicación especial realizada para el XVIII Congreso Internacional de Americanistas. Marquina preparó un estudio acerca de los estilos arquitectónicos prehispánicos, en donde hizo mención de la mayoría de los sitios que hasta ese momento eran conocidos. En su trabajo, consignó, al igual que Orozco y Berra, que dichos centros fueron construidos durante el periodo arcaico, para ser destinados como baluartes defensivos y que al paso del tiempo se usaron como santuarios religiosos; sostuvo que la distribución espacial de los edificios obedeció principalmente a la topografía del terreno y que en muchos casos fue aprovechada para obtener ciertos patrones asimétricos de acuerdo con los ejes longitudinales de los cerros. En la descripción que realizó de estos asentamientos, incluyó por vez primera las expresiones de juego de pelota con paramentos, basamentos piramidales y edificios de planta rectangular; términos arquitectónicos, como talud, cornisa, escaleras remetidas y fachadas. También, reprodujo los planos de Pawel Primer que ya se habían editado junto al trabajo de José María Reyes, en 1881 (fig. 14).214 213 Ignacio Marquina Barredo fue uno de los más eminentes especialistas en arquitectura prehispánica. Nació en la ciudad de México en 1888; egresó de la Academia de San Carlos en 1913. Su acercamiento a la arqueología se la debió a Manuel Gamio, y en 1922 realizó sus primeros trabajos de este tipo. Dirigió el Departamento de Monumentos Prehispánicos del Instituto Nacional de Antropología e Historia. De 1947 hasta 1956, ocupó la dirección de este instituto. Ejerció el cargo de secretario general del Instituto Panamericano de Geografía e Historia de 1956 a 1965. Basándose en los códices precolombinos, diseñó los planos y la maqueta del recinto del Templo Mayor de Tenochtitlán, que guarda notable semejanza con el recinto sagrado que años después, entre 1978 y 1982, descubrieron los arqueólogos. Entre sus trabajos destacan Arquitectura Prehispánica (1951) y El Templo Mayor de México (1960). Murió en 1981. Véase Román Piña Chan y Alejandro Villalobos Pérez, «Ignacio Marquina Barredo», en La antropología en México. Panorama histórico. Los protagonistas (Acosta-Dávila), Vol. 10, INAH, México, 1988. 214 Ignacio Marquina, en Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 291. Historia de la Arqueología en Querétaro 89 Más adelante, en 1931, el arquitecto Emilio Cuevas, comisionado por la Dirección de Monumentos Prehispánicos de la Secretaría de Educación Pública, realizó con Eduardo Noguera una visita de inspección por estas zonas arqueológicas y El Cerrito. El propósito de su recorrido fue comprobar los datos que aportaban los mapas levantados por el ingeniero Primer; no obstante, su informe se orientó más a señalar grado de destrucción en que se encontraban los edificios. Con respecto a Ranas y Toluquilla, anotó: El objeto que pretendía era comprobar los planos que presenta Reyes en su relación, levantados por el ingeniero Pawel Primer.215 Ya me suponía que la acción del tiempo había producido sus efectos y que los iba a encontrar más destruidos de los que él los vio. […] En efecto, la vegetación ha invadido las ruinas […] los edificios que pudieron estar techados se han llenado de tierra y hojas y en su interior la vegetación ha hecho presión sobre los muros desplomándolos y derrumbándolos. Por otra parte la creencia vulgar de que hay tesoros escondidos, ha dado lugar a que los hombres, cooperando con los elementos naturales hayan maltratado estos edificios.216 Para Toluquilla, identificó un juego de pelota a partir de la comparación entre las estructuras allí localizadas y las que se encontraban en los sitios de Chichén Itzá y Xochicalco. En Ranas, reconoció que su deterioro era muy avanzado, sobre todo porque las poblaciones de los alrededores demolían exprofeso las estructuras para aprovechar los materiales en la construcción de cercas e incluso para sembrar entre ellas. Asimismo, complementó sus notas con varias fotografías que mostraban el material usado en los edificios, su estado de conservación y los estilos arquitectónicos usados en los sitios. Sobre El Cerrito, afirmó que su inspección era muy fácil, ya que existían medios de transporte que llegaban al lugar. Además, incluyó once fotografías (figs. 15,16 y 17) y 215 Emilio Cuevas, «Informe sobre la expedición arqueológica a las ruinas de Toluquilla, Ranas y Cerrito en el Estado de Querétaro», en Velasco, op. cit., 1997, p. 279. 216 Ibídem, p. 280. 90 Héctor Martínez Ruiz una acuarela de Toluquilla (fig. 18), en la que se aprecia la reconstrucción de una de las canchas del juego de pelota y el basamento piramidal que hipotéticamente lo remataba.217 Eduardo Noguera también elaboró un informe de la exploración de Ranas y Toluquilla que luego publicó. En él, fue más allá que su colega al afirmar que a pesar de que los primeros informes provenían del año de 1872, en realidad, ofrecían información poco confiable para un estudio serio de las civilizaciones precortesianas. De igual forma, sus conclusiones se alejaron de las de Emilio Cuevas, pues mientras éste se preocupó más por el estado de conservación, Noguera trató de definir la cronología y la cultura a la que pertenecieron dichos asentamientos a partir del análisis de la cerámica y de los elementos arquitectónicos:218 El punto más importante que se ha podido aclarar durante el viaje […] es el referente a la clase de cultura a que estos monumentos pertenecen. Antes de su exploración constituía un verdadero enigma su origen. No se sabía si fueran de la civilización arcaica, es decir, la más antigua de que se tiene noticias en México, o bien si pertenecían a la civilización tarasca o si, por el contrario, considerando su relativa proximidad, podría asignársele una relación con los totonacas. Ahora, gracias a la exploración emprendida y a los estudios que se están efectuando, junto con algunas excavaciones practicadas en las citadas ruinas en busca de cerámica, que es primordial factor para el reconocimiento de las reliquias arqueológicas, puede decirse, en forma provisional, que será rectificada cuando esos estudios hayan sido terminados, que las ruinas que describimos ofrecen relación con la cultura teotihuacana.219 Noguera distinguió la presencia de Teotihuacán y de la cultura totonaca a partir de los materiales recolectados y de sus observaciones sobre la arquitectura de la zona: Ibídem, p. 277. Eduardo Noguera, «Viaje de exploración a las ruinas arqueológicas de Toluquilla y San Joaquín Ranas, estado de Querétaro», en Velasco, op. cit., 1997, p. 289. 219 Ibídem, p. 290. 218 217 Historia de la Arqueología en Querétaro 91 Las razones en que se funda esta afirmación es principalmente en el tipo arquitectónico. En Toluquilla aun se pueden observar dos juegos de pelota y cinco en el caso de San Joaquín Ranas, edificios que, como se sabe, son características de esa cultura y existen en todo su esplendor en Chichén Itzá y otras ciudades mayas que sufrieron influencias toltecas. […] Por otra parte, el mismo carácter de la construcción muestra cierta analogía con monumentos de la costa de Veracruz, en donde floreció la civilización totonaca, y si a esta se agrega el descubrimiento, en las ruinas de Querétaro, de un yugo bellamente esculpido, que son productos natos de los totonacos, puede establecerse una transición entre las civilizaciones de la costa con las del centro…220 Sin embargo mantuvo la idea de que Toluquilla y Ranas debieron ser baluartes defensivos: No queda lugar a duda que las ruinas son verdaderas fortalezas […] en parte defendidos naturalmente por altos acantilados, cuya ascensión es imposible y la parte de fácil acceso era defendida por doble y aun triple muralla de gran espesor.221 Su crónica, junto a la de Emilio Cuevas, se publicó en la revista Anales del Museo Nacional, Historia y Etnografía en 1945, dirigida por el propio Noguera. Por otra parte, en 1935, durante un viaje de investigación por la Sierra Gorda que tenía como objetivo el estudio de las pautas culturales de los grupos otopames, Jacques Soustelle incluyó una nota en la que dio fe de su visita a Ranas y Toluquilla, donde se detuvo a examinar material arqueológico, cuyas características describió brevemente: Este material está constituido en particular por dos clases de objetos: 1. Piedras esculpidas que son indudablemente fragmentos de yugos totonacas.222 220 221 Idem, p. 290. Ibídem, p. 290. 222 Soustelle incluyó en su obra la imagen de uno de estos fragmentos; se trata de la misma pieza que apareció en el informe de José María Reyes en 1880 (Fig. 10) y en el tomo 1 de México a Través de los Siglos de Alfredo Chavero (1884). Dicha escultura se encontraba depositaba, según el autor, en la Academia Antonio Alzate de la Ciudad de México. 92 Héctor Martínez Ruiz […] Objetos de barro y en especial candeleros, pequeños vasos dobles, característicos de la cerámica de Teotihuacan; pies de trípodes que son igualmente muy parecidos a los de algunos vasos de Teotihuacan.223 Con el trabajo realizado, llegó a la conclusión de que en la zona se había desarrollado una civilización olmeco-teotihuacana, que probablemente se colapsó al mismo tiempo que la de Tula.224 Durante esta época, Joaquín Meade exploró la Huasteca y dibujó mapas y fotografió los sitios y objetos localizados en la zona, que informaban de la existencia de importantes ruinas arqueológicas en el territorio queretano, principalmente en Jalpan.225 Años más tarde, Meade visitó nuevamente la región y recorrió los sitios arqueológicos de San Juan, Tancamá, Tangojó, Neblinas, El Lobo, La Purísima y San Rafael, que se encontraban en los municipios de Arroyo Seco, Jalpan y Landa de Matamoros.226 Dentro de la Reseña Histórica de la Virgen de El Pueblito que hizo el canónigo Vicente Acosta227, en el opúsculo Recuerdo del Tercer Centenario del Culto de Nuestra Señora del Pueblito: 1632-1932, incluyó una breve anotación sobre El Cerrito: A la parte norte y muy cerca de la Pequeña Población, se yergue una pirámide monumental construida a mano por los idólatras aborígenes a donde acudían a ofrecer sacrificios y a consultar sus oráculos; este cerrillo artificial [era] llamado Cerro Pelón.228 223 Jacques Soustelle, La familia otomí-pame del México Central, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, FCE, México, 1993, p. 145. 224 Idem, p. 145. 225 Joaquín Meade. La Huasteca. Época antigua, Editorial Cossio, México, 1942, p. 309. 226 Herrera, op. cit., 1994, p. 111. 227 Este relato fue retomado más tarde por el mismo Vicente Acosta y otros autores que, al hacer alusión de los antecedentes históricos del culto a la Virgen de El Pueblito, citaban el lugar. El Álbum de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora del Pueblito de Cesáreo Munguía (1946), La Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de El Pueblito, de Vicente Acosta y Cesáreo Munguía (1962), y Ecos de la Coronación de Santa María del Pueblito, de José Guadalupe Ramírez Álvarez (1949), son algunos ejemplos. 228 Vicente Acosta, en José G. Montes de Oca, op. cit., p. 184. Historia de la Arqueología en Querétaro 93 En la Reseña Histórica se describieron los objetos arqueológicos que, en gran cantidad, todavía se localizaban en los alrededores del lugar: […]Los muchos fustes de columnas que hasta hace unos pocos años se hallaban esparcidos por la falda del montecillo, cariátides como de ochenta centímetros en durísima roca, estatuitas bien acabadas adornadas de prendas simbólicas; varios objetos de cerámica, como pipas, tecomates, ollas, perfumeros ornamentados; todo esto encontrado en las inmediaciones del gran cúe, atestiguan el grado de adelanto que en estas artes alcanzaron los moradores del Pueblito antes de la conquista.229 Por otro lado, independientemente de los trabajos que ya se efectuaban en la Sierra Gorda, derivado de la gestión de Germán Patiño, en 1936 se estableció en el antiguo convento de San Francisco, el actual Museo Regional de Querétaro.230 A esta Galería llegó una importante colección de objetos arqueológicos. Dicho acervo se había formado con material integrado a las primeras colecciones que se tenían desde fines del siglo XIX, como lo era un chac mool mutilado proveniente de El Cerrito, un fragmento de atlante y una estela de basalto, fragmentos de relieves, columnillas, losas del revestimiento y objetos cerámicos de la misma zona; más adelante, alumnos y profesores de la secundaria de El Pueblito donaron otros materiales del mismo tipo.231 Mientras esto ocurría en nuestra entidad, en la Ciudad de México, el 3 de febrero de 1939, durante el Gobierno de Lázaro Cárdenas, se publicó en el Diario Oficial de la Federación la ley orgánica de una nueva institución gubernamental dependiente de la Secretaría de Educación Pública: el Instituto Nacional de Antropología e Historia, cuyas funciones fueron a partir de ese momento: la exploración arqueológica, la custodia, la conservación y la restauración del patrimonio histórico y artístico de México. Al INAH se incorporaron las dependencias relacionadas con la protección del patrimonio cultural, entre las que destacaban el Museo 229 230 Idem: 184. Guadalupe Zárate. Los trabajos y los días, 60 años del Museo Regional: Homenaje a Germán Patiño, INAH-Querétaro, Querétaro, 1996, p. 13. 231 Ana María Crespo, «El recinto ceremonial de El Cerrito», en Querétaro Prehispánico, op. cit., 1991, p. 193. 94 Héctor Martínez Ruiz Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía y las direcciones de Monumentos Prehispánicos y de Monumentos Coloniales de la SEP, derivadas a su vez de la Comisión General de Monumentos, creada en 1895. Se formó, además, un Consejo Académico y Técnico del Instituto de carácter consultivo, del cual derivaron los consejos de Arqueología, el de Monumentos Históricos y el Nacional de Paleontología.232 Es importante mencionar que antes de la creación del INAH ya existía la necesidad de preparar especialistas para el nivel de la educación superior en los diversos campos de la antropología. Anteriormente, para estudiar arqueología era necesario trasladarse a otro país. Esta situación se resolvió a partir de 1937, cuando en el seno de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, se estableció un campo de estudios en antropología, que poco después se constituiría en un organismo de educación superior: la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), la cual se integró al INAH en 1942.233 Al mismo tiempo, se estableció un acuerdo académico entre la ENAH y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), por el que la primera se ocupó a partir de ese momento de la educación superior en el campo de las diversas especialidades de la antropología –incluida la arqueología– mientras que la segunda se orientó a la formación de los historiadores. El 1939, la Dirección de Monumentos Prehispánicos, que entonces coordinaba Ignacio Marquina, se dio a la tarea de localizar y clasificar los sitios arqueológicos del país. Tal empresa no sólo implicó visitas de inspección por el territorio nacional, sino que además recurrió a la búsqueda de archivo; al final, el número de asentamientos registrados alcanzó el total de 2 106, los cuales fueron integrados en un informe que incluyó una ficha con su nombre, ubicación (distrito y municipalidad), descripción arquitectónica, ruta de acceso y refe232 Joaquín García Bárcena, «Historia de la Arqueología en México VI: La etapa de la posrevolución (1939-1968)», en Arqueología Mexicana, núm. 57, Raíces-INAH, México, 2002, p. 9. 233 Ibidem, p. 9. Historia de la Arqueología en Querétaro 95 rencia, que se publicó con el nombre de Atlas Arqueológico para la República Mexicana. El primer intento de elaborar una carta arqueológica de la República Mexicana, se debió a Leopoldo Batres, quien había fundado en 1894 la Inspección de Monumentos Arqueológicos. En 1916, la dirección de Antropología a cargo de Manuel Gamio se dedicó a la integración de la Carta y el Catálogo Arqueológico del país. Dicha información, se complementó con el Archivo Técnico de la Dirección de Monumentos Prehispánicos del INAH, lo que dio como resultado el Atlas Arqueológico de 1939; en él apareció lo que reportaron los viajeros durante el siglo XIX para el Estado de Querétaro, veintisiete sitios, de los cuales veintitrés, estaban localizados en la Sierra Gorda, tres en los Valles y uno en la parte sur del Estado: Puerto de las Vigas, Tonatico, Toluquilla, Tilaco, Cerro del Sapo, El Sabino, Rodesno, Ranas, Pueblo Viejo, El Pueblito, La Plazuela, Neblinas, La Muralla, Los Moctezumas, El Lobo, Landa de Matamoros, La Laja, San Juan del Río, San Juan, Ecatitlán, Deconí, Concá, La Colonia, Sierra de Canoas, Campana, Los Arquitos y Agua del Cuervo (fig. 19).234 Más adelante, durante la década de 1940, el arqueólogo Carlos Margaín, en su artículo Zonas Arqueológicas de Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes y Zacatecas (1944), llegó a la conclusión de que en la arquitectura y la cerámica de El Cerrito, se apreciaban relaciones con Tula.235 Por esos años, concretamente en 1943, Paul Kirchhoff236 propuso el concepto de Mesoamérica,237 apoyado en una serie de 234 «Atlas Arqueológico de la República Mexicana», en Velasco, op. cit., 1997, p. 295. 235 Carlos Margaín, en Margarita Velasco, «La arqueología en Querétaro», en La antropología en México. Panorama histórico, vol. 13, INAH, México, 1988, p. 236. 236 Paul Kirchhoff (1900-1972). Antropólogo mexicano de origen alemán, miembro fundador de la Sociedad Mexicana de Antropología y de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ver Javier Téllez Ortega, La época de oro (1940-1964), en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 313. 237 Este concepto, aunque clarificado después, bien pudo ser elaborado por Eduard Seller. En efecto, fue el primero en demostrar la unidad esencial de lo que Kirchhoff llamó Mesoamérica, razón por la cual se ocupó de esas áreas y de aspectos relativos a ellas, tanto arqueológicos como etnográficos. Véase Ignacio Bernal, op. cit., p. 142. 96 Héctor Martínez Ruiz datos culturales tomados de fuentes documentales del siglo XVI acerca de la población de México en la época prehispánica, para identificar una región cultural del territorio que había ocupado total o parcialmente los actuales Estados de Sinaloa, Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, Tamaulipas, Nayarit, Jalisco, Veracruz, Guanajuato, Querétaro, Michoacán, Hidalgo, México, Guerrero, Morelos, Puebla, Tlaxcala, Oaxaca, Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatan y Quintana Roo, y que se extendía más allá de la frontera sur en el momento de la Conquista.238 Como resultado de su trabajo, los estudios se concentraron en las poblaciones mesoamericanas y fueron realizados de acuerdo con los conceptos de la Escuela Mexicana de Arqueología.239 Entre un gran número de ellos y a pesar de que la parte norte del Estado quedó fuera de los límites señalados por Kirchhoff, destacan los efectuados por Eduardo Noguera, que en 1945 retomó la información que había obtenido durante su recorrido por la Sierra Gorda en 1931, acompañado por Emilio Cuevas, para continuar con su trabajo que pretendía identificar el origen cultural de Ranas y Toluquilla, fundamentado en el análisis de la arquitectura y la cerámica; no obstante, en esta ocasión se detuvo a describir con mayor amplitud la arquitectura del lugar, su estado de conservación y los objetos localizados en los sitios: El estado que guardan los monumentos de Toluquilla y Ranas es bastante lastimoso si se considera que allí no se han efectuado reparaciones de ninguna especie desde su descubrimiento. […] En rasgos generales, el estudio de la arquitectura de estos monumentos, al que se anexará el de la cerámica encontrada en esos mismos lugares, tiende a ilustrarnos acerca de la cultura que dio origen a esos monumentos.240 En efecto, sobre la base de los materiales localizados, mantuvo firme la idea de que la influencia cultural totonaca y teotihuacana llegó a aquellos lejanos lugares: 238 VéasePaul Kirchhoff, «Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales» en Suplemento de la revista Tlatoani, núm. 3, INAH, México, 1960. 239 Joaquín García-Bárcena, op. cit., 2002, p. 14. 240 Eduardo Noguera, «Vestigios de cultura teotihuacana en Querétaro», en Velasco, op. cit., 1997, p. 319. Historia de la Arqueología en Querétaro 97 La importancia de estos monumentos no puede ocultarse, puesto que señala cierta relación con los monumentos de los teotihuacanos, por no decir que es producto de los mismos y, por otra parte, acusa también analogía con las civilizaciones de la costa, como podemos ver por medio de la arquitectura y sus artes menores.241 Sin embargo, debido a la confusión de la época, interpretó que los estilos teotihuacanos no eran más que pautas culturales que evidenciaban la presencia tolteca en la Sierra Gorda. Antes de 1941 se pensaba que Teotihuacan era la capital de los toltecas, la mítica Tula de las fuentes históricas, por lo que propuso que Ranas y Toluquilla debieron ser construidas por este grupo en su trayectoria del Pánuco al centro del país y como prueba de su paso por esta región, dejaron estructuras de juego de pelota y objetos cerámicos que por su decoración tendrían esa misma filiación. Pese a la confusión cronológica, Noguera distinguió claramente las influencias culturales provenientes de la Ciudad del Altiplano Central, así como de la Costa del Golfo.242 Posteriormente, en los años cincuenta, Ignacio Marquina en su Arquitectura Prehispánica, incluyó los sitios de Ranas y Toluquilla en el capítulo III, dedicado a la arquitectura del norte, occidente y noroeste de México. La información que contenía en su mayor parte era la misma que había obtenido durante su recorrido de campo en 1928, aunque la complementó con los datos recogidos por Eduardo Noguera y Emilio Cuevas en 1931 y los planos de Pawel Primer: Conocemos algo de estas ciudades arqueológicas, gracias a los informes de Bartolomé Ballesteros, de José María Reyes [y a los datos y fotografías] del profesor Eduardo Noguera y del arquitecto Emilio Cuevas…243 El mérito de Marquina radica en el hecho de que incluyó Ranas y Toluquilla en el esquema general de la arquitectura prehispánica, lo que fue un importante avance para Querétaro, pues colocó estos monumentos dentro del panorama arqueológico nacional,244 241 Ibídem, p. 323. Velasco, 1988, op. cit., p. 237. 243 Ignacio Marquina, «El norte, el occidente y el noroeste de México», en Velasco, op. cit., 1997, p. 334. 244 Velasco, op. cit.; 1988, p. 236. 242 98 Héctor Martínez Ruiz aunque no deja de causar sorpresa que a pesar de hacer una breve mención de El Cerrito, y de conocer la importancia del lugar, lo haya omitido de su magna obra; es probable que esto diera lugar a que este centro no fuera considerado en estudios posteriores sobre el centro-norte de México.245 Aún quedaba mucho por hacer en las áreas que no fueron incluidas en Mesoamérica, ya se ha dicho que el norte y el occidente de la República quedaron bastante descuidados, quizá debido a la situación peculiar de la arqueología de esa región. Salvo algunos centros como Ranas y Toluquilla, en Querétaro, este territorio no presentaba, o al menos eso se creía, sitios concretos donde pudieran hacerse exploraciones. Por esta razón, la atención al ámbito no mesoamericano fue reducida y aunque Paul Kirchhoff, en 1954, propuso las superáreas culturales de Oasisamérica y Aridoamérica, puede decirse que las intervenciones fueron muy limitadas.246 4.2. Los años de ruptura. Encuentros y desencuentros de la arqueología en México: 1960-2000 Durante la década de los sesenta, ocurrieron grandes cambios en la vida social y cultural de la nación.247 Los dramáticos sucesos Crespo, op. cit.; 1991, p. 163. Este hecho no fue del todo negativo para las investigaciones, pues el arqueólogo tuvo que recurrir a la búsqueda de las huellas del pasado en otros espacios como cuevas, montes y acantilados. Además, a pesar de ser reducidas las exploraciones, se lograron importantes hallazgos principalmente en el norte de México, en el occidente y en la región de la Huasteca. Ver Ignacio Bernal, op. cit., p. 177. 247 Fue una época que se caracterizó por la aplicación de una serie de medidas tendientes a aliviar la frágil economía nacional, mismas que fueron rechazadas por los sectores populares, lo que provocó una crisis en 1968 que fue controlada a través de dos vías: la tendencia al endeudamiento externo para financiar el desarrollo, y su consolidación –como productor – en el mercado petrolero, gracias a lo cual se tuvo el aval para continuar con esta política, cuyo eje era el desarrollo industrial. Desafortunadamente, ello no evitó la abrupta caída de la economía, pero si propició la reflexión de algunos sectores de la población –intelectuales, estudiantes, profesionistas, etcétera. – que adoptaron las posiciones marxistas y socialistas, y criticaron el papel del Estado como portador del modelo cultural nacionalista y populista emanado de la Revolución Mexicana, que, en la práctica, dejaba en manos del capital extranjero, los sectores claves y más dinámicos de su aparato productivo. Contra este sistema político de exclusión económica y social, se alzaron las voces de protesta, que tomaron como bandera la democratización de la vida nacional. Véase Portal y Ramírez, op. cit., p. 138. 246 245 Historia de la Arqueología en Querétaro 99 de esos años influyeron notablemente en la arqueología y las ciencias sociales en general. Fue el momento en que se cuestionó el proyecto de la antropología oficial fundada por Manuel Gamio que había asumido el Estado mexicano desde el periodo posrevolucionario a fin de proponer una plataforma conceptual a su política social.248 En México, el ambiente de crítica y controversia respecto de las instituciones oficiales y sus formas de ejercer su autoridad se manifestó al amparo de las ideas y principios marxistas. Tal postura era comprensible, se requería de una propuesta innovadora, tanto en el ámbito académico como en el político y el materialismo histórico parecía capaz de explicarlo todo: la economía, la cultura, la religión, los grupos indígenas, etcétera. Se trataba de una teoría que explicaba lo que ocurría y que también proveía de un proyecto a futuro, la utopía que se requería para salir adelante.249 De manera similar, otros acontecimientos –como la emergencia del pensamiento y la conciencia latinoamericanas, las voces de lucha de los países africanos por su independencia y la guerra de Vietman– afectaron terriblemente la imagen que se tenía de Occidente, la cual, entre otras cosas, fue cuestionada por los intelectuales de todo el mundo, quienes repudiaron la ideología burguesa, considerada decadente en cuanto a su papel histórico y sus valores.250 En nuestro país, la discusión que se desató sobre las instituciones y sus formas de ejercer la autoridad se dio principalmente en el medio académico e intelectual. Resultado de ello fue la activa participación de maestros y estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia en el movimiento de 1968; sin embargo, fueron víctimas de represalias de las autoridades de su propia institución. Este acto, lejos de calmar los ánimos, acrecentó la discordia y propició que un grupo de profesores disidentes de la ENAH publicaran la obra Eso que llaman antropología mexicana en 1970, cuyo polémico con248 Guadalupe Méndez Lavielle, «La Quiebra Política (1965-1976)», en La antropología en México, panorama histórico (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 343. 249 Portal y Ramírez, op. cit., p. 130. 250 Méndez, op. cit., p. 355. 100 Héctor Martínez Ruiz tenido se tomó como el manifiesto de una nueva tendencia dentro de esta disciplina en México. A partir de ese momento y como consecuencia de tales sucesos, la discusión antropológica se orientó al análisis de su propio devenir histórico y llegó el momento de reconocer que en muchas de sus políticas –principalmente las indigenistas–, había tenido un carácter eminentemente colonialista.251 El siguiente paso, además de la introducción de la concepción marxista de la historia, fue la adopción del materialismo cultural252 para el trabajo propio de la etnohistoria y la arqueología. En 1972, en ese ambiente de renovación, Guillermo Bonfil Batalla, director del INAH, propició su renovación a gran escala; dividió a la institución en cuatro áreas: la de Monumentos Históricos, la de Museos, la de Centros Regionales y la de Administración, así mismo, determinó que la Dirección de Antropología se transformara en el Departamento de Etnología y Antropología Social (DEAS) y que se crearan los Centros Regionales, con el objeto de promover la investigación en todo el territorio nacional. En mayo del mismo año, fue publicada en el Diario Oficial de la Federación la Ley Federal sobre Monumentos, Zonas ArqueoIbídem, p. 350. Enfoque teórico de la antropología cultural desarrollado en buena medida por el norteamericano Marvin Harris. Surgió entre los decenios de 1950 y 1970. Representa una especie de síntesis teórica del materialismo histórico marxista, la antropología ecológica y el evolucionismo social. Para el materialismo cultural, todas las sociedades están divididas en tres niveles primarios de organización: infraestructura (producción de bienes y servicios), estructura (las relaciones políticas y locales de cada sociedad) y la superestructura (que consiste en las ideas, valores, creencias, arte y religión de las sociedades). Además, propone que los cambios o innovaciones que se dan en una cultura se originan en la infraestructura, luego se reflejan en la estructura y después en la superestructura. Por eso concluye que el estudio de la actividad económica de una sociedad es el punto medular para explicar su comportamiento y desarrollo social. Véase Thomas Barfield, «Materialismo Cultural», en Diccionario de Antropología, México, Siglo XXI, 2000, p. 136. En el campo de la arqueología, esta corriente estuvo marcada por su acercamiento a las ciencias naturales; y con datos provenientes de dichas ciencias, intentó legitimar su cientificidad, aunque la supuesta carencia de un marco teórico definido, la colocó en un lugar cercano al neopositivismo y al empirismo. Ver Enrique Vela y María del Carmen Solares, op. cit., p. 64. 252 251 Historia de la Arqueología en Querétaro 101 lógicas, Artísticos e Históricos, 253 y en septiembre, se creó el Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (CIS-INAH).254 Su finalidad era estimular la formación de investigadores en las áreas de antropología e historia.255 Por otro lado, el trabajo arqueológico de este periodo también experimentó cambios importantes que ayudaron a definir en forma más precisa su campo de estudio y sus objetivos. En parte, tales innovaciones se originaron fuera del país; la llamada nueva arqueología 256 o arqueología procesual causó revuelo en Estados Unidos e Inglaterra. A grandes rasgos, sostenía la idea de que el trabajo exclusivamente orientado a los grandes sitios y centros ceremoniales no era la mejor manera de recuperar y reconstruir el pasado. Sus seguidores afirmaban que el material arqueológico debía interpretarse de acuerdo con los procesos que lo generaban y lo modificaban cuando finalmente se descubría. En suma, se trataba de pasar de la descripción histórico-cultural, de ¿qué paso? al ¿por qué pasó?, es decir, a la explicación de los cambios en los grupos humanos y los factores sociales y ecológicos que los motivaban. Implicaba dejar de representar únicamente en una tabla geográfico-cronológica las culturas, para preguntarse por qué cambiaban, por qué algunas sociedades eran sencillas y otras complejas, y qué las había llevado de un punto a otro.257 253 Cfr. Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas, INAH, México, 1984. 254 Unos años más tarde, el CIS-INAH fue objeto de una renovación y cambió su nombre por el de Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). 255 Méndez, op. cit., p. 351. 256 Uno de sus postulados era que el arqueólogo debía plantearse una problemática por resolver antes de explorar un sitio y desde ella poder diseñar la metodología más adecuada para resolverlo. A este estudio, seguía otro en el que se buscaba que el planteamiento previo incluyera una hipótesis de trabajo articulada, por lo que la función del trabajo de campo no era primariamente encontrar datos, sino verificar la validez de la hipótesis. En definitiva, lo que planteaba era la necesidad de una explicación científica para la arqueología. Ver Jaime Litvak, op cit., p. 152. 257 Gándara, op. cit., 2002, p. 11. 102 Héctor Martínez Ruiz Si bien este enfoque era innovador, la nueva arqueología no tuvo el impacto deseado en México, quizá porque, todavía a mediados de los sesenta, se efectuaba un trabajo arqueológico similar al que se hacía desde los años treinta. Como ya sabemos, esta política, que estuvo orientada por el Estado, buscaba la recreación de una historia mexicana mediante el estudio de sus vestigios monumentales, por lo que encontraba su justificación en la idea de mostrar al pueblo un pasado glorioso y, al mismo tiempo, promover los sitios como atractivo para el turismo extranjero. Sin embargo, los cuestionamientos de esta corriente afectaron directamente la labor de la Escuela Mexicana. La gran concentración en los aspectos monumentales, la poca atención a los datos de la vida diaria, la romantización del pasado y, desde luego, el uso político de los resultados fueron cuestionados; algunos denunciaron el poco rigor académico al que se sometían las fuentes documentales históricas en la interpretación del dato arqueológico y otros se opusieron al hecho de que las autoridades únicamente financiaran las exploraciones en las grandes zonas, sin propiciar investigaciones serias que las legitimaran.258 Esta polémica creó una ruptura entre las nuevas generaciones y los arqueólogos más prominentes de la anterior generación, situación que fue especialmente determinante para que se convocara a una Primera Reunión Técnica Consultiva sobre Restauración, en 1974. En dicho encuentro, se elaboró un reglamento de administración para las zonas arqueológicas, se propuso la eliminación de la restauración monumental y se otorgó a los arqueólogos la posibilidad de convertirse en autoridades morales e intelectuales para delimitar su campo de acción y, según fuera el caso, sugerir políticas de investigación. Pero no obstante que se limitó la reconstrucción, el Estado continuó con su política de favorecer los proyectos de la arqueología de consolidación de sitios, los cua258 Aunque esta práctica se mantuvo vigente, dejó de impulsarse desde los años sesenta; dos proyectos de investigación evidenciaron su crisis: los magros resultados del Proyecto Teotihuacan y la cancelación del Proyecto Cholula. Véase Manuel Gándara, op. cit., 2002, p. 12. Asimismo, fue motivo de crítica la construcción del Museo Nacional de Antropología, por considerarse que se manipuló arbitrariamente la información antropológica con vistas a promover el turismo. Ver Guadalupe Méndez, op cit., p. 414. Historia de la Arqueología en Querétaro 103 les en apariencia eran similares, en el método, a los de la práctica cuestionada.259 A pesar de ello, la Escuela Mexicana poco a poco perdió relevancia, sin técnicas innovadoras y sin la costumbre de un trabajo eficiente en gran escala, no pudo ni siquiera concebir el cambio de su función, que de escasa investigación se orientó al mantenimiento de los sitios para fines turísticos.260 Por otra parte, la tendencia que se consolidó en el trabajo arqueológico de esos años, fue la de los estudios que describían los asentamientos registrados y los materiales cerámicos localizados, en consecuencia, se perfeccionaron las tipologías, con lo que se posibilitó la identificación de algunos elementos culturales constitutivos de las primeras sociedades mesoamericanas.261 Además, en este momento se definieron en forma más o menos clara dos corrientes: una académica particularista, carente de un aparato crítico explícito y otra que si partía de un enfoque teórico propio de la antropología, definido en gran medida por la importancia que otorgaba al medio físico. En México, uno de los precursores de ésta última fue José Luis Lorenzo262, que condensó en su obra el ideal de un quehacer ar259 A esta «nueva» forma de hacer arqueología se la denominó extraacadémica, para diferenciarla de la que conocemos como académica, cuyos propósitos eran exclusivamente científicos. Ver Guadalupe Méndez, Ibídem, p. 416. 260 Litvak, op cit., p. 150. 261 Este enfoque permitió reflexionar sobre el periodo conocido como Formativo o Preclásico. El mayor acopio de información sobre el Clásico –tal vez resultado de su monumentalidad arquitectónica – había desplazado el estudio del Formativo, del cual se poseían datos confusos y en general insuficientes, de ahí que el Clásico aparecía sin el respaldo de un precedente cultural sólido. Debido a ello, se hizo necesaria la obtención –por medio del registro arqueológico– de un antecedente cultural coherente con una profundidad temporal que alcanzara los niveles del Pleistoceno como plataforma de salida. Ver Guadalupe Méndez, op. cit., p. 397. 262 En este sentido, habría que reconocerle el papel central que desempeñó en el conocimiento del paleoambiente de las sociedades más antiguas que se establecieron en el territorio que más tarde Kirchhoff denominó Mesoamérica. Sobre este aspecto opinaba: No es posible hacer el estudio de la sociedad humana sin el del medio físico en el que se asentó y al que modificó, a la vez que su propia visión del mundo era modificada por el mismo ambiente. Otras de sus aportaciones fueron: haber organizado el departamento de Prehistoria del INAH, de proveer a la investigación arqueológica de un equipo de especialistas, laboratorios y toda una infraestructura, al mismo tiempo que definió una política clara para realizarla. Véase Guadalupe Méndez, op. cit., p. 418. 104 Héctor Martínez Ruiz queológico que brindara una evaluación más precisa y cuidadosa de las características de las sociedades pretéritas mediante el examen estricto y controlado de sus materiales, para que en la medida de lo posible se incluyeran todos los datos necesarios a fin de poder estudiarlas con relación a sus entornos naturales.263 A partir de este momento, la investigación arqueológica se constituyó en un importante campo de reflexión teórica y de aportación de datos concretos que enriquecieron el conocimiento de las culturas prehispánicas. Por lo mismo, creció el interés en el desarrollo de un marco de referencia que permitiera interpretar el material arqueológico para recrear su forma de vida. Desafortunadamente, esta nueva perspectiva enfrentó varias limitaciones debido a que los recursos financieros se dirigieron casi en su totalidad a la arqueología de salvamento,264 es decir, a los trabajos de recuperación de material en peligro de ser destruido por la construcción de obras civiles como presas o carreteras, tarea que por cierto fue producto de intereses ajenos al desarrollo de la disciplina. De esta manera, la urgencia de rescatar no permitió el estudio de los objetos en relación con el lugar donde eran encontrados, aunque eso no impidió su aprovechamiento en estudios posteriores. 265 Ibídem, p. 396 En parte, ésta fue la causa por la que el crecimiento de la disciplina se detuvo momentáneamente. El cambio de estrategia del Instituto limitó en buena medida la dinámica de expansión natural de la arqueología mexicana en la década de 1980. Véase Manuel Gándara, «Historia de la arqueología en México VIII: La época moderna (1968-2003)», en Arqueología Mexicana, núm. 59, Raíces-INAH, México, 2003, p. 9. 265 Los estudios específicos sobre cerámica, costumbres funerarias, etcétera, fueron la norma del trabajo arqueológico. A partir de ese momento, se incrementaron las investigaciones que partían de un reconocimiento previo de la superficie con ayuda de fotografía aérea, lo que permitía la delimitación de su extensión y la elaboración de un plano, que a su vez servía como base para la detección y recolección del material que era sistematizado a partir de cuadriculados que se elaboraban previamente. Con ello se desarrollaba una descripción general de la zona, que consideraba en primer lugar el plano general, montículos, caminos, orientación, distribución de los restos; de los tipos de edificios y materiales de construcción, y por último de la cerámica y los objetos líticos encontrados». Véase Gabriela Coronado Suzán, «El final de una historia inconclusa (1976-1986) en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 485. 264 263 Historia de la Arqueología en Querétaro 105 En cuanto a las técnicas de investigación, a partir de 1970, la arqueología mexicana aumentó notablemente su instrumental de apoyo especializado. La llamada arqueología de superficie usó la fotografía aérea para la delimitación de asentamientos y el registro de piezas que eran encontradas in situ; además, se retomó el uso de la estadística. De igual forma, en los años ochenta, se generalizaron las técnicas de prospección, que facilitaron el trabajo de superficie, ya que se pudo reconocer el subsuelo sin tener que excavarlo. Otras técnicas emplearon los fenómenos físicos como el magnetismo o la resistencia al paso de la corriente eléctrica. 266 Más adelante, en las postrimerías del siglo XX, un grupo de investigadores amplió el interés por el uso de técnicas cuantitativas y cualitativas de prospección y análisis en una nueva disciplina llamada arqueometría y no fue raro encontrar arqueólogos que trabajaran en estudios que involucraban las propiedades radiactivas de los elementos; investigadores como Joaquín GarcíaBárcena mostraron desde los setenta cómo éstas podían aplicarse a otro problema característico de la arqueología: el fechamiento.267 En ese tiempo se usó la computadora por vez primera, gracias en parte a Roberto García Moll y Jaime Litvak King, que la introdujeron en el Museo Nacional de Antropología en la década de los sesenta. La ENAH fue una de las primeras instituciones en emplear este instrumento para la museografía y en la propia formación de arqueólogos, al incluir proyectos que utilizaban ciertos programas para enseñar metodología o bien para realizar catálogos de museos que incluyeran imágenes digitalizadas.268 De igual forma, la arqueología mexicana creció también por el influjo de los proyectos extranjeros que bajo la Ley Federal tuvieron que cumplir una serie de requisitos para asegurar, tanto su seriedad, como la permanencia de los materiales en el país al término de sus investigaciones. Aunque sin duda aportaban datos de 266 267 268 Litvak; op. cit., p. 72. Gándara, op. cit., 2002, p. 16. Gándara, op. cit., 2003, p. 16. 106 Héctor Martínez Ruiz gran valor, dejaban a los especialistas mexicanos las tareas menos atractivas, como atender denuncias de saqueo, manejar proyectos de salvamento u ocuparse de restaurar y evitar la destrucción de monumentos y artefactos descubiertos por ellos. Por eso se creó el Consejo de Arqueología, que en los años setenta intentó poner orden en este asunto.269 Asimismo, también se desarrollaron otros tipos de trabajo en la arqueología institucional. Se reconocieron viejos campos de operación, como la arqueología histórica 270 y la etnoarqueología. Se recuperó así un estilo de trabajo iniciado años atrás por autores como Carlos Navarrete, para los que las fronteras entre la arqueología, etnología e historia nunca fueron de importancia.271 Por otro lado, la caída del muro de Berlín en 1989 fue para muchos el pretexto perfecto para aceptar que hacer arqueología social o incluso nueva arqueología resultaba muy complicado, costoso y tardado, y que, además, requería de un trabajo más amplio en comparación con las exigencias propias del enfoque tradicional. Así, en la década de los noventa, aunque con algunas modificaciones hubo casos en que se regresó a las viejas prácticas. Puede decirse que lo que ocurrió en ese momento fue una especie de síntesis de la arqueología tradicional con algunos de los nuevos elementos revisados con anterioridad. Incluso, la reconstrucción monumental, supuestamente derrotada dos décadas atrás, Un hecho parece indicar el estado de la arqueología de la época. En general, destacó el gran número de trabajos realizados por investigadores estadounidenses, mientras que los elaborados por arqueólogos mexicanos se mantenían en el anonimato, guardados en los archivos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en la forma de informes inéditos de las investigaciones realizadas. Ver Gabriela Coronado, op. cit., p. 491. 270 Este enfoque que tiene sus raíces en diversas tradiciones sociohistóricas que surgieron en Inglaterra y Norteamérica durante el siglo XX, explicaba el trabajo arqueológico como el análisis de un proceso, de una continuidad, más que como una especialidad técnica al servicio de la historia y la conservación. Ver Gabriela Coronado, op. cit., p. 487. 271 Otra corriente que se consolidó fue la denominada Arqueología Social Latinoamericana, heredera de la visión impulsada por Pedro Armillas y José Luís Lorenzo desde los años sesenta, que insistía en la importancia de la congruencia entre el ejercicio profesional y la práctica política. Véase Manuel Gándara, op. cit., 2003, p. 13. 269 Historia de la Arqueología en Querétaro 107 volvió a hacer su aparición en el contexto de los macroproyectos especiales.272 Este aparente retroceso o mezcla ecléctica fue un claro indicio de lo que años atrás había sucedido particularmente en Europa, con la arqueología posprocesual, que hizo un llamado a retomar los aspectos históricos, críticos y humanistas de la arqueología científica, ya fuera desde la nueva arqueología o desde el marxismo. Este enfoque, vinculado a la corriente posmoderna de la época, pronto tuvo oportunidad de mostrar sus propios excesos, con pronunciamientos tales como el que era realmente imposible reconstruir la historia y que a lo que más se podía aspirar era a inventar una que conviniera a ciertos intereses, sin olvidar que ésta no sería más que una de sus múltiples versiones posibles. Por último, pasado el momento más dogmático y radical de la discusión, durante los últimos veinte años, se volvieron a integrar las investigaciones académicas y el trabajo arqueológico para el turismo. Para entonces, ya se había hecho evidente que buena parte de esta polémica se había quedado en el plano retórico y que en la práctica, la forma tradicional de hacer arqueología siempre estuvo presente.273 Lo ocurrido en realidad no era extraño, si reconocemos que la arqueología mexicana, desde el inicio de su vida institucional, siempre mantuvo como nexo con el aparato de poder la recreación de una identidad nacional, cuyo peso político se sustentó también en la capacidad de generar atractivos turísticos capaces de captar divisas y promover el desarrollo nacional. Quizá por eso, ha sido la disciplina antropológica que más provecho ha dejado a las de- 272 Ver Joaquín García Bárcena, «Proyectos Especiales de Arqueología», en Arqueología Mexicana, núm. 10, México, Raíces-INAH, 1994. 273 Para Carlos Viramontes, la reconstrucción que operaba en la Escuela Mexicana no volvió, debido en parte a que existen convenios internacionales que lo prohíben; quizá lo que regresó de manera abrumadora fue la idea de hacer arqueología al servicio de las exigencias políticas y económicas de los grupos de poder. Sin embargo, habría que tomar en cuenta a los arqueólogos que realizan investigaciones serias y que no se sujetan a intereses ajenos a la disciplina. La arqueología, es ante todo, investigación y si un especialista sólo se dedica a la restauración (con fines de promoción turística o no), entonces, no es arqueólogo, es restaurador. (Carlos Viramontes, comunicación personal, agosto de 2005). 108 Héctor Martínez Ruiz pendencias de Gobierno de todos los niveles, sin importar que, en última instancia, las entidades federativas que carecían de restos monumentales quedaran relegadas. No obstante, gracias a algunos especialistas como Isabel Kelly, Charles Corradino Di Peso, Beatriz Braniff, Pedro Armillas y Arturo Oliveros, entre otros, esta disciplina finalmente abarcó todo el país. Se investigaron de manera sistemática áreas del territorio normalmente soslayadas. Lo cierto es que, ante una concepción limitada de lo que podía ofrecerle al país, en más de una ocasión se regresó al monumentalismo, lo que retrasó el ritmo con que la arqueología mexicana pudo dejar de centrarse únicamente en Mesoamérica, para finalmente cumplir con su misión de ser auténticamente nacional.274 4.3. Los últimos años, nuestros días: La investigación arqueológica en Querétaro (1960-2000) Durante los últimos cuarenta años, la investigación arqueológica en Querétaro se incrementó de manera notable. El primer estudio que se efectuó en los inicios de la década de los sesenta, y que por cierto estuvo articulado al enfoque propuesto por José Luís Lorenzo, fue el de Cynthia Irwin Williams, de la Universidad de Harvard, que, con el apoyo del Departamento de Prehistoria del INAH, exploró las cercanías de Tequisquiapan con la intención de localizar vestigios que demostraran su ocupación desde una época temprana.275 En esa zona, en abril de 1960, en la Cueva de San Nicolás, ubicada en Centro de los Bolillos, valle de San Juan, las exploraciones dieron como resultado el hallazgo de tres entierros que contaban con implementos líticos y restos de fauna propia de la región. Con estos materiales se elaboró una secuencia cultural que abarcaba desde una fase precerámica hasta etapas propias del Formativo, el Clásico y el Posclásico, lo que demostraba que el lugar fue utilizado en distintas etapas históricas, al menos desde hacía siete mil años. 274 275 Gándara, op. cit., 2003, p. 12. Velasco, op. cit., 1988, p. 237. Historia de la Arqueología en Querétaro 109 Con este descubrimiento y otros más efectuados en esos años en las diferentes regiones del centro-norte del país, se comprobó que existieron sociedades agrícolas en el norte de Mesoamérica y que, por lo mismo, su frontera septentrional tuvo fluctuaciones a través del tiempo. En efecto, sobre la base de un criterio más amplio, Pedro Armillas276 planteó que el confín de Mesoamérica debió sufrir varios cambios a través del tiempo, específicamente entre los siglos VI y XI D.C., resultado de las condiciones ambientales y los constantes movimientos migratorios de los pueblos ahí asentados.277 Sostuvo que una amplia franja del territorio norte, en el que se incluía Querétaro, fue colonizado por grupos mesoamericanos, de esto daba testimonio el buen número de sitios arqueológicos localizados en toda la comarca del Bajío, en las sierras del norte de Guanajuato, Querétaro y sur de San Luís Potosí, aunque desconocía el origen de este movimiento y la naturaleza de los procesos culturales que lo habían generado (fig. 20).278 Para Armillas, Ranas y Toluquilla eran algunos de los sitios que revelaban la expansión de los huastecos al oeste, como parte de su difusión hacia nuevos territorios, misma que consolidaban me276 Pedro Armillas (1914-1984). Arqueólogo mexicano de origen hispano. A mediados de los años sesenta presentó una hipótesis en la que proponía que, entre los siglos VI y XI D.C., los límites de la frontera norte de Mesoamérica no eran los que había propuesto Kirchhoff para el momento de la Conquista. Sostuvo que hacia finales del Clásico (550 D.C.), y en condiciones climáticas favorables, algunos pueblos de la cuenca de México iniciaron un proceso de expansión hacia el norte, llevando la frontera de la cultura mesoamericana hasta lugares tan distantes como La Quemada, en Zacatecas. Fluctuaciones climáticas posteriores habrían producido desajustes en el movimiento migratorio; con la entrada de sequías prolongadas, algunos centros, los más norteños, pudieron haber sido abandonados por periodos, lo cual explicaría las interrupciones en la secuencia ocupacional mostrada en algunos sitios, y los que sufrieron con menor intensidad las oscilaciones en el patrón e intensidad de las lluvias, mantuvieron una ocupación continua. Alrededor del año 1050 D.C., el clima de la región sufrió un cambio hacia condiciones mucho más secas. En respuesta al deterioro ambiental, todos los sitios de la avanzada mesoamericana fueron abandonados de manera definitiva. Ver Enrique Nalda, «Pedro Armillas y el norte de México», en Arqueología Mexicana, núm. 6, Raíces-INAH, México, 1994, p. 36. 277 Pedro Armillas. «Condiciones ambientales y movimientos de los pueblos en la frontera septentrional de Mesoamérica», en Velasco; op. cit., 1997, p. 339. 278 Armillas; 1991, p. 213. 110 Héctor Martínez Ruiz diante la fundación de núcleos de población.279 Asimismo, sostuvo que el avance y retroceso de la frontera de Mesoamérica en la zona del altiplano se podía explicar, principalmente, en función de ciertos cambios ambientales que habían provocado su contracción, cerca de doscientos cincuenta kilómetros al sur, entre ochenta y noventa mil kilómetros cuadrados aproximadamente.280 Por otro lado, en 1967, Manuel Septién y Septién, apoyado en una nota de Carlos de Sigüenza y Góngora escrita en 1680, afirmó que El Cerrito era el pueblo llamado por los aztecas Tlachco281 y que de ninguna manera se trataba del asentamiento purhépecha que se mencionaba en la Relación de Michoacán, como lo sostenían algunos historiadores.282 Además, publicó por vez primera los dibujos que fray Agustín de Morfi realizó sobre el basamento y las esculturas que el párroco de San Francisco Galileo había localizado en dicho asentamiento. De igual forma dio fe de los sitios arqueológicos que se localizaban en la Sierra Gorda y de las conclusiones a que llegaron algunos de los personajes que visitaron la Sierra Gorda durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, como José María Reyes, Eduardo Noguera y Jacques Soustelle.283 Por esos años, los alumnos de la licenciatura de Arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, dirigidos por Jai279 280 Armillas; op. cit., 1997, p. 345. Ibídem, p. 350. 281 Sobre esta discusión, recientemente, Lourdes Somohano planteó que este antiguo asentamiento, contrario a lo que David Wright (1989) afirmaba, si se encontraba en territorio queretano, al menos así lo demostraban algunos documentos coloniales de la primera mitad del siglo XVI; sin embargo, no se trata de El Cerrito, pues este lugar, según la evidencia arqueológica, decayó durante el siglo XI; mientras que Tlachco, a decir de Somohano, se encontraba vigente a la llegada de los españoles en 1531. Véase Lourdes Somohoano, La versión histórica de la conquista y la organización política del pueblo de indios de Querétaro, ITESM-CQ, Querétaro, 2003, p. 40. 282 José Guadalupe Ramírez Álvarez (1981) y Gabriel Rincón Frías (1986) son algunos de los autores que sostenían la idea de que los purhépechas eran los constructores del gran basamento piramidal de El Cerrito. Dicha afirmación fue, sobre la base de los datos aportados por investigaciones arqueológicas posteriores, descartada. 283 Por cierto, esta información se incluyó en una edición conmemorativa de las Obras de Manuel Septién que publicó el Gobierno del Estado. Véase Manuel Septién y Septién, Historia de Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, Querétaro, 1999. Historia de la Arqueología en Querétaro 111 me Litvak King, realizaron una temporada de prácticas profesionales en El Cerrito, pero dicho trabajo no tuvo mayor continuidad. 284 Una década después, Beatriz Braniff (1974) retomó los estudios de Pedro Armillas y denominó a la zona de fluctuación Mesoamérica Marginal285 o Periferia Norte, la cual dividió en dos regiones, de acuerdo con sus características físicas y culturales:286 Hemos propuesto el término de Mesoamérica Marginal para llamar a los grupos agricultores mesoamericanos que se establecieron más al norte de la frontera [antes] del siglo XVI. […] También hemos propuesto que esa frontera cultural coincide con una frontera climática y de vegetación. [A su vez] esta Mesoamérica Marginal o Periferia Norteña puede dividirse en dos regiones culturales que a su vez coinciden con los ámbitos ecológicos: 1. La región nororiental que incluye a la Sierra de Tamaulipas y el suroeste –Sierra Madre– de ese mismo estado; la cuenca del río Verde, San Luis Potosí y la Sierra Gorda de Querétaro. […] 2. El Altiplano […] región arqueológica que incluye Guanajuato, el altiplano potosino, Querétaro, Altos y norte de Jalisco, Aguascalientes, Zacatecas y Durango.287 En la primera región incluyó el noroeste de Querétaro. Sobre la Sierra Gorda, Braniff reconoció que las investigaciones habían sido escasas, a pesar de que se conocía su importancia arqueológica desde el siglo XIX. Consciente de esta situación, efectuó una descripción física de la zona y del asentamiento de Toluquilla, en la que destacó las influencias culturales que se podían apreciar en 284 De igual forma, Román Piña Chan (1960) escribió una breve nota donde informaba que El Cerrito y algunos asentamientos ubicados en San Juan del Río fueron asentamientos que estuvieron vinculados a Tula. Ver Luz María Flores y Ana María Crespo, «Elementos cerámicos de asentamientos toltecas en Guanajuato y Querétaro», en Homenaje a Eduardo Noguera Auza, UNAM, México, 1988: 206. 285 Concepto que cambió desde hace quince años por el de Mesoamérica septentrional, en vista de las confusiones a que se prestaba el vocablo marginal. (Carlos Viramontes, comunicación personal, agosto de 2004). 286 Beatriz Braniff. «Arqueología del norte de México», en Velasco, op. cit., 1997, p. 359. 287 Ibídem, p. 364. 112 Héctor Martínez Ruiz los objetos localizados y en algunas estructuras arquitectónicas que le recordaban lugares como El Tajín y Xochicalco. Más adelante, destacó la existencia de otros sitios como Ranas y Moctezuma.288 En total, fueron ocho los emplazamientos arqueológicos del Estado registrados en su trabajo: Moctezumas,289 Deconí, Pueblo Viejo, Toluquilla y Ranas, San Juan del Río (La Estancia), El Pueblito (El Cerrito), Jalpan y Concá.290 A partir de los estudios de frontera impulsados por Beatriz Braniff,291 Enrique Nalda inició una serie de estudios en San Juan del Río. Nalda cuestionaba la idea de que un cambio climático hubiera sido determinante para el retroceso de la frontera. En su opinión, tal fenómeno más bien fue producto de una amplia gama de circunstancias que actuaron conjuntamente y con diferente Ibídem, p. 373. Acerca de este sitio, probablemente sea el mismo que José María Reyes ubicaba entre el camino de la hacienda del Extorax, y Pinal de Amoles, cuyo nombre al parecer se debió a las migraciones en masa que se daban para huir del poder de los Moctezumas quizá el mote con que se conocía a los gobernantes mexicas o a sus huestes. Véase José María Reyes, Relato histórico de Querétaro, Biblioteca de Aportación Histórica, México, 1946, p. 10. 290 Beatriz Braniff, op. cit., p. 390, Cuadro I. 291 Este enfoque surgió a partir de planteamientos que intentaron ser generales, como el propuesto por F. J. Turner denominado Escuela de la Frontera, que influyó notablemente en la historiografía norteamericana. A grandes rasgos, sostuvo que la frontera era una zona geográfica de migración, región de expansión de un imperio o válvula de escape que permitía aliviar las presiones demográficas del centro, en fin, una especie de tierra prometida creada por movimientos de población. En cambio, la teoría de sistemas desarrollada por Bertalanffy, al imponer un paradigma sistemático a las sociedades humanas, planteaba que un requisito previo debía ser el conocimiento de los contornos de los sistemas estudiados, ya fuera que se considerara a las ciudades como entes cerrados o abiertos, los límites o fronteras iban a tener funciones diferentes, pero siempre como parte integral del todo. Véase Rosa Brambila, «La delimitación del territorio en el México Prehispánico y el concepto de frontera», en Tiempo y territorio en arqueología. El centro norte de México, INAH, México, 1996, p. 15. Por otro lado, una de las investigaciones más importantes sobre el problema de la frontera de Querétaro, ha sido la de Rosa Brambila, quien propuso no hablar de una línea de separación, sino de una zona de confluencia entre agricultores, cazadores y recolectores, como sucedió en la región suroeste del Estado durante el siglo XVI, donde confluían pames, otomíes, mexicas y purhépechas. Ver Margarita Velasco, op. cit., 1988, p. 241. 289 288 Historia de la Arqueología en Querétaro 113 grado de intensidad, como cambios de los modos de producción, nuevos desarrollos tecnológicos, reacomodos de la fuerza de trabajo, etcétera, que influyeron para su contracción.292 Para demostrar su hipótesis, dividió la zona de San Juan en unidades de análisis (UA),293 y sobre la base de los resultados obtenidos en el estudio de los patrones de asentamiento de las localidades identificadas, concluyó que en la zona se presentó un efecto de nucleación para el momento en que supuestamente había ocurrido la contracción de la frontera, así como el abandono total del modelo agricultura-sedentarismo pleno y que en el momento del retroceso, las sociedades se inclinaron por los sitios inaccesibles y por la construcción de obras de defensa. Además, mantuvo su postura de rechazo a la tesis de Armillas de que hubo un cambio climático alrededor del 1200 D.C., a pesar de que ya se habían realizado estudios paleobotánicos en el área.294 El trabajo de Nalda fue muy importante porque aportó nuevos datos sobre la fluctuación de la frontera, sin embargo, no ofreció los elementos que permitieran hacer una comparación interna en la unidad de análisis o fuera de ella.295 En la misma década, en el ejido de La Negreta, municipio de Corregidora, en 1974, se descubrió de manera fortuita material arqueológico. Rosa Brambila y Margarita Velasco fueron las responsables de acudir al sitio y rescatar dichos objetos.296 En el 292 Enrique Nalda, «La contracción de la frontera mesoamericana» en Nueva Antropología, Boletín de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, S/A, p. 2. 293 Nalda sostuvo que cualquier investigación de este tipo debía realizarse sobre la base de unidades de extensión suficientemente grandes como para dar cuenta de las posibles relaciones que se establecían, por lo que propuso unidades de análisis de 1000 Km.² cada una, en forma relativamente regular dentro de la zona de contracción. Véase Enrique Nalda. UA Análisis San Juan del Río, ENAH, México, 1975. 294 Los estudios paleobotánicos no fueron concluyentes y en realidad no demostraron ni rechazaron la hipótesis. Por otro lado, las evidencias de todo el mundo indican que el cambio climático podría ser más que una hipótesis (Carlos Viramontes, comunicación personal, agosto de 2005). 295 Velasco, op. cit.; 1988, p. 241. 296 Rosa Brambila y Margarita Velasco, «Materiales de La Negreta y la expansión de Teotihuacan al norte», en 1ª Reunión de las Sociedades Prehispánicas en el Centro Occidente de México (Memoria), Centro Regional de Querétaro (Cuaderno de Trabajo), INAH, México, 1988, p. 287. 114 Héctor Martínez Ruiz lugar, también pudieron observar pisos de estuco y restos de antiguas construcciones. Por las características de los enseres, se supuso que eran del Clásico y Epiclásico (200-900), al menos así lo demostraban los elementos localizados –líticos, cerámicos, de concha y hueso, provenientes de regiones tan lejanas como la Costa del Golfo, Occidente o el Altiplano Central–, época en que La Negreta debió ser parte de la inmensa y compleja red económica que administraba Teotihuacan.297 Los trabajos en La Negreta, desarrollados con el enfoque de los estudios de frontera, demostraron una vez más la expansión de Mesoamérica al norte durante el Clásico y contribuyeron en gran medida para que se incrementara el estudio de la historia antigua del Estado, sin embargo no fueron los únicos. En efecto, en ese tiempo, surgió otra línea de investigación arqueológica: la minería prehispánica. Con el descubrimiento de esta actividad en la Sierra Gorda, se abrió un nuevo capítulo en la arqueología de Querétaro. Acerca del tema, sabemos que a finales de los años sesenta, cuando se realizaban exploraciones geológicas, para extender las áreas de explotación de mercurio, plomo y antimonio en los distritos de Pinal de Amoles, Camargo y Soyatal, se detectaron varias minas de origen prehispánico. Ante la novedad del asunto, el INAH envió a José Luis Franco para realizar el rescate de los materiales removidos, al tiempo que la Secretaría de Patrimonio Nacional y el Consejo de Recursos Naturales no Renovables designaba al ingeniero Adolphus Langenscheidt responsable de la publicación de los resultados obtenidos.298 Las conclusiones de dicha investigación se editaron en 1970 con el título Minería Prehispánica en la Sierra de Querétaro. En esa obra, por vez primera, se aportaron datos de gran interés para saber cómo había operado esta actividad en la región, que tuvo como objetivo central la extracción del sulfuro de mercurio o cinabrio: 297 298 Ibídem, p. 297. Langenscheidt, en Herrera y Quiroz, op. cit.; 1991, p. 293. Historia de la Arqueología en Querétaro 115 Las explotaciones mineras prehispánicas en Sierra de Querétaro tuvieron como objetivo fundamental la obtención de cinabrio, que pródigamente distribuido en toda la zona era utilizado para usos decorativos y para fines rituales. [Además] existen indicios que hacen pensar que en la sierra hay, otras minas prehispánicas, en las que no se explotó cinabrio sino otros materiales como la calcita verde, la fluorita y aparentemente minerales de plata y plomo. […] Tanto las dimensiones de estas minas como los hallazgos que se mencionan en este volumen permiten pensar que las minas estuvieron sujetas a una intensa y prolongada explotación que, iniciada en el Horizonte Preclásico (siglo IV A.C), se prolongó hasta principios del Horizonte Posclásico (siglo VIII D.C.).299 Según Langenscheidt, la explotación minera en la Sierra de Querétaro fue de grandes proporciones gracias a una estricta división del trabajo. Para él, era evidente que hubo gente especializada para cada una de las tareas de extracción del mineral, como personal dedicado al suministro de las herramientas, de su administración, de defensa y desde luego, comerciantes y sacerdotes. Consideró que los restos de alimentos, los hallazgos de entierros y otras evidencias, hacían pensar que el trabajador vivía y moría en la mina, probablemente en un régimen de esclavitud y en precarias condiciones de vida.300 José Luis Franco también rindió un informe de su trabajo. En él describió las características geológicas de la Sierra Gorda y los resultados de las excavaciones que realizó en varias de las minas, además, incluyó un catálogo de los objetos recuperados que demostraban el vínculo cultural de esta zona con la Costa del Golfo y el Altiplano Central: Para la búsqueda de restos arqueológicos y localización de otras minas prehispánicas, se hicieron reconocimientos a pie por una región más extensa de la sierra. […] El mapa recogido de la región, pone de manifiesto que la parte de la Sierra de Querétaro en la que se localizan las minas prehispánicas es sumamente 299 Adolphus Langenscheidt, «Las minas y la minería prehispánica», en Velasco, op. cit., 1997, p. 409. 300 Ibídem, p. 413. 116 Héctor Martínez Ruiz grande, pues corresponde a un rectángulo de 50 por 60 km. con su eje mayor en dirección noroeste. […] En forma simultánea se procedió a la recolección superficial, tanto en el interior como en el exterior de las minas, de fragmentos cerámicos y otros restos y se recolectó y examinó asimismo material recogido por los mineros que actualmente laboran en la región, quienes, como se comprobó más tarde, han encontrado en sus trabajos de reexplotación, sobre todo cerca de las bocaminas, una gran cantidad de entierros humanos.301 Franco sostuvo que la explotación minera en la Sierra Gorda durante la época prehispánica fue promovida por pueblos de tradición olmeca que se valieron de la población local, desde el siglo X A.C., para aprovechar principalmente el azogue y que, posteriormente, las minas quedaron bajo la influencia teotihuacana y luego tolteca, aunque dicha actividad vino a menos, hasta desaparecer en el siglo XII D.C.302 Como hemos visto, dichos autores, al dar a conocer la gran riqueza arqueológica de la región, descubrir material y proponer técnicas de explotación minera, facilitaron considerablemente el conocimiento de esta actividad durante la época prehispánica. Después de la labor realizada por Langenscheidt y Franco en la cañada del Soyatal, en 1974, se inició el Proyecto Arqueológico Minero de la Sierra Gorda, a cargo de Margarita Velasco, que tenía como objetivo estudiar el desarrollo cultural que tuvo la región durante la época prehispánica. Para tal fin, contó con el apoyo del Gobierno del Estado, el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y del INAH, concretamente, de la Sección de Arqueología del Museo Nacional de Antropología.303 La investigación, en sus primeras etapas (1975 y 1976), consistió en hacer un recorrido de superficie en la parte central de la Sierra Gorda, donde además de detectarse otros sitios, fue necesario un nuevo levantamiento topográfico de Ranas y Toluquilla, que ofrecieron un patrón de asentamiento diferente del propuesto por Pawel Primer en 1879. 301 José Luis Franco, «Trabajos y excavaciones arqueológicos y material recuperado», en Velasco, op. cit., 1997, p. 417. 302 Ibídem, p. 583. 303 Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 294. Historia de la Arqueología en Querétaro 117 En tal ocasión, quedó demostrado que esos sitios carecían de baluartes, por lo que no se podían considerar como fortalezas, aunque eran sitios con una ubicación estratégica dentro de la zona. Del mismo modo, la excavación de pozos de sondeo aportó datos sobre los sistemas constructivos y, por los objetos ahí localizados, se demostró el contacto que mantuvieron sus pobladores con otras áreas de Mesoamérica, entre las que destacaba Río Verde, La Huasteca y, en cierta forma, el Altiplano Central.304 Más adelante, en 1978, se llevó a cabo el simposio Problemas del Desarrollo Histórico de Querétaro en la capital del Estado, que reunió a varios especialistas.305 En este foro, Margarita Velasco presentó algunas de las líneas de estudio para la Sierra Gorda, que tenían que ver con la existencia de zonas monumentales, las labores mineras y la presencia de influencias culturales del Golfo y el Altiplano.306 Consideró que dentro del patrón de asentamiento de la región se podían distinguir tres tipos: los de tamaño grande y medio, asociados a labores mineras, que por lo regular estaban en las elevaciones que presentaban planos o mesetas y que mostraban acumulación de construcciones; y los pequeños, dedicados a la producción agrícola.307 Para Velasco, la actividad económica de los antiguos pobladores de Ranas y Toluquilla se basó principalmente en la agricultura, aunque también explotaron las minas; dichos centros se dedicaron a la concentración y distribución comercial del cinabrio y de algunos otros minerales abundantes en la región.308 La ponencia de Adolphus Langenscheidt y Carlos Tang Lay hacía énfasis en la riqueza arqueológica, los materiales y las técnicas de explotación minera de la zona.309 Apoyados en estos da304 305 Velasco, op. cit., 1988, p. 242. Cfr. Problemas del Desarrollo Histórico de Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, Querétaro, 1981. 306 Margarita Velasco, «Algunos asentamientos prehispánicos en la Sierra Gorda», en ibídem, p. 48. 307 Ibídem, p. 50. 308 Ibídem, p. 51. 309 Adolphus Langenscheidt y Carlos Tang Lay, «Minería prehispánica», en op. cit.; 1981, p. 55. 118 Héctor Martínez Ruiz tos, estimaron el origen de la actividad minera en la Sierra Gorda, que debió surgir de igual forma en todas las zonas de explotación que había en Mesoamérica, ocupación que según ellos fue promovida inicialmente por los olmecas310 en el siglo IV a.C., luego, por pueblos de filiación teotihuacana y de la Costa del Golfo, y al final de esta época, por grupos huastecos y toltecas, aunque dicha labor podría haber terminado en el siglo X D.C.311 Arturo Romano, antropólogo físico del INAH, también tuvo una destacada participación en el congreso de Querétaro, donde expuso los resultados obtenidos del estudio que efectuó a las osamentas procedentes de la cueva de San Nicolás y de la zona arqueológica de Ranas: Efectivamente, lo que hoy se presenta corresponde a observaciones realizadas en tres esqueletos incompletos, procedentes de la Cueva de San Nicolás No. 8, cercana a San Juan del Río, obtenidos en exploración que efectuara Cynthia Irwin en abril de 1960. Se trató de 3 enterramientos: el marcado con la letra mayúscula A, precerámico; y los otros dos –B y C– cerámicos. No existen más datos. El resto de los materiales –la colección más abundante que por ahora se conoce– procede del sitio arqueológico de Ranas, horizonte Clásico en su fase tardía, excavado recientemente por Margarita Velasco. De esta localidad sólo ha sido posible aprovechar 12 casos –1 infantil y 11 adultos–, de éstos 7, son masculinos y 4 femeninos.312 Con los materiales óseos disponibles de la Cueva de San Nicolás, Romano planteó que podían ser por su condición dolicoide (cráneo alargado), descendientes de los más antiguos pobladores del continente americano llegados por el esDichos autores habían estimado la antigüedad de la explotación minera a partir de las dimensiones y profundidad de los pozos y lo rudimentario de la tecnología, que debió requerir de mucho tiempo para realizar los trabajos. Sin embargo, en 1984, Alberto Herrera planteó un argumento alternativo: que una mina podía ser explotada con un número mayor de personas, con mejor organización y dentro de un mismo nivel tecnológico, y que sería factible desarrollar obras de dimensiones similares en un tiempo menor. Ver Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 296. 311 Langenscheidt y Tang, op. cit., 1981, p. 66. 312 Arturo Romano Pacheco, «La población prehispánica de Querétaro», en op. cit., 1981, p. 68. 310 Historia de la Arqueología en Querétaro 119 trecho de Bering. En cambio, opinaba que los deformados intencionales que exhibían los materiales óseos obtenidos en Ranas, eran similares a los de La Huasteca y de la Costa del Golfo, por lo que no dudaba de la influencia cultural de estas regiones en la Sierra Gorda.313 La sesión de Arqueología terminó con la intervención de Beatriz Braniff, quien planteó la necesidad de reflexionar sobre la importancia del territorio queretano en lo que había denominado Mesoamérica Marginal. De igual forma, tomó con reserva la propuesta de Langenscheidt y Tang Lay sobre la presencia de intereses olmecas en la minería de la Sierra,314 y se mostró a favor de la idea de Margarita Velasco sobre una explotación minera en la región a partir del Clásico, que se dio a la par de otras zonas como en California y Zacatecas.315 Por otro lado, la década de los ochenta marcó el inicio de una nueva etapa para la arqueología de Querétaro; los descubrimientos realizados durante los últimos diez años habían llamado la atención y el interés de la comunidad académica del país. Por tal motivo, se crearon nuevos centros de investigación y se intensificaron los proyectos de exploración. En 1981, se reanudaron los estudios de campo en Ranas. Esta vez, fueron trabajos de consolidación y mantenimiento que aportaron nuevos datos acerca de la estructura interna del sitio, de sus componentes arquitectónicos y sistemas constructivos, que permitieron definir la traza, no sólo del lugar, sino de gran parte de los asentamientos serranos. También, en el mismo año, Alfredo Cuellar publicó el dibujo de Morfi sobre el chac mool localizado en las inmediaciones de El Cerrito por el cura de la parroquia de San Francisco Galileo, en el siglo XVIII, y la fotografía de otra escul313 314 Ibídem, p. 70. Es importante mencionar que el trabajo de Langenscheidt y Tang Lay se volvió a publicar, con mínimas adiciones de sus autores, en el volumen 6 de la revista Anthopology de la Universidad Estatal de Nueva York en 1982, en una edición temática de la minería prehispánica que estuvo a cargo de Phill Wiegand, quien en su introducción planteó que la Sierra Gorda era un enclave minero importante para la etapa del Clásico mesoamericano y que su esfera de comercio estuvo ligada a Teotihuacan. Véase Alberto Herrera y Jorge Quiroz, op. cit., 1991, p. 297. 315 Beatriz Braniff, «Comentarios a la Sesión de Arqueología», en op. cit., 1981, p. 73. 120 Héctor Martínez Ruiz tura de este tipo, proveniente del mismo lugar, que se había depositado durante la década de 1930 en el Museo Regional.316 En 1982, Margarita Velasco propuso que la zona arqueológica de Ranas fuera delimitada con el fin de promover la legalización de los predios, para evitar el saqueo que hacían los lugareños, que consideraban las ruinas banco de material de construcción.317 Además, publicó un artículo sobre la Sierra Gorda, en que reconocía que no se había podido determinar con exactitud desde cuándo la zona fue ocupada por el ser humano, aunque, para ella, debió ser habitada por grupos de cazadores-recolectores desde hace 9000 ó 7000 años.318 A pesar de que desconocía la localización de los primeros asentamientos habitacionales permanentes, sostuvo que estos grupos de población provenían de la región del sur de Veracruz, centro de la cultura olmeca, o al menos mantuvieron una estrecha relación con ella: Se infiere que fueron grupos aldeanos, con una economía basada en la agricultura, complementada con la caza y la recolección [los que] produjeron objetos de cerámica con formas y motivos decorativos semejantes a los estilos olmecas.319 Y aunque admitía que no sabía con certeza si existía una relación de este tipo entre los habitantes de la Sierra Gorda y los grupos olmecas para el control de producción de cinabrio, era evidente, dado el gran número de bocaminas existentes, que el material extraído tenía como finalidad cubrir la demanda de los centros ceremoniales de aquella época, en especial, los del área de Veracruz. [Por eso] al decaer la cultura olmeca y desintegrarse su red de comercio, los grupos de la sierra, no se vieron afectados y continuaron explotando el cinabrio así como otros materiales, pero su producción era enviada hacia otros centros que la requerían.320 316 Alfredo Cuellar, Tezcatzóncatl escultórico, el dios mesoamericano del vino, Avangráfica, México, 1981, p. 96. 317 Herrera, op. cit., 1994, 125. 318 Margarita Velasco, «La Sierra Gorda de Querétaro», en Universidad, núms. 13 y 14, UAQ, Querétaro, 1982, p. 14. 319 Ibídem, p. 16. 320 Idem, p. 16. Historia de la Arqueología en Querétaro 121 Otro aspecto interesante de su trabajo fue la idea de que al incrementarse notablemente la población en el área, también aumentó el número de asentamientos, especialmente, en el Epiclásico y principios del Posclásico, cuando hubo un incipiente desarrollo de la actividad minera, periodo en que surgieron algunos sitios como Deconí y Quirambal y se inició la construcción de Toluquilla y, tiempo después, la de Ranas.321 Posteriormente, en 1983, durante la XVIII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, se organizó un foro sobre el Estado de Querétaro, donde se presentaron varios trabajos, entre los que destacaron los realizados en 1983 por Reyes-Mazzoni sobre el área de captación de los sitios de Ranas y San Joaquín en la Sierra Gorda; por César Armando Quijada, acerca de la localización de sitios arqueológicos, y por Margarita Velasco, un estudio comparativo del patrón de asentamiento de los sitios de Ranas y Toluquilla.322 En 1984, Juan Carlos Saint-Charles Zetina realizó trabajo arqueológico de rescate en la zona de las misiones fundadas en el siglo XVIII por Junípero Serra, en la Sierra Gorda. Los materiales localizados demostraron que hubo grupos agrícolas asentados en esta región desde el siglo VI hasta el XI d.C., que mantuvieron una estrecha relación con Río Verde.323 Por otra parte, en agosto de ese año, se estableció el Centro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Querétaro con el fin de promover la investigación, el cuidado, la restauración y la difusión del acervo histórico y cultural del Estado. El gobernador Rafael Camacho Guzmán alentó su fundación y a pesar de las dificultades iniciales que se presentaron, apoyó su labor en el ámbito de la investigación arqueológica, la defensa y conservación del patrimonio estatal.324 321 Idem, p. 16. Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 298. 323 Juan Carlos Saint-Charles, Excavaciones en las Misiones de la Sierra Gorda de Querétaro, informe general del trabajo de campo, Querétaro, CEIA-UAQ, 1985, p. 3. 324 En octubre de ese año, gracias a la intervención de Rafael Camacho Guzmán, también se logró la donación de una parte importante de la zona arqueológica de El Cerrito, consistente al menos en ocho hectáreas, hecho que contribuyó decisivamente a la conservación de este centro cívico ceremonial mesoamericano. Ver Diego Prieto, «La presencia del INAH en Querétaro», en Jar Ngú Conmemorativo. 20 años de labor del INAH, INAH, México, 2000, p. 5. 322 122 Héctor Martínez Ruiz Acorde con este nuevo marco institucional, los expertos del Centro INAH elaboraron un plan de trabajo con un enfoque interdisciplinario, que denominaron Proyecto Regiones Geográfico-Culturales de Querétaro, en el que por primera vez se consideraron los aspectos geográficos y culturales el punto de enlace del desarrollo social en un tiempo y espacio determinados. En dicho proyecto, se plantearon tres regiones de estudio: la Sierra Gorda con la subárea de la Huasteca queretana, el Semidesierto y los Valles y la Sierra de Querétaro (Amealco-Huimilpan). A partir de entonces, la investigación arqueológica se fue orientando a esta distribución geográfica, enfocada a las regiones que presentaban menor información o a la evaluación de la ya existente.325 4.3.1. Arqueología en los valles queretanos (1984-2000) Después de su creación, una de las primeras tareas del Centro Regional INAH fue apoyar el Proyecto Arqueológico de El Cerrito, de Ana María Crespo, para la zona de los Valles de Querétaro:326 Las premisas de este proyecto fueron considerar el sitio un centro de importancia regional; este reunió una población numerosa que se asentó en diversos puntos del valle; que el inicio de este centro fue a principios de la era cristiana; que su época de mayor esplendor debió presentarse después del fin de Teotihuacan; que posteriormente, los elementos toltecas indican que mantuvo un estrecho vínculo con Tula; y que después de esta etapa, El Cerrito, lo mismo que otros poblados, quedó abandonado.327 El trabajo fue dirigido por Crespo de 1984 a 1989. En 1985, se llevó a cabo un reconocimiento del área por los estudiantes de arqueología de la Universidad Veracruzana, dirigidos por Velasco, op. cit., 1988, p. 243. Margarita Velasco (1988) informó que la zona fue dividida en dos: los Valles y la Sierra de Querétaro (Huimilpan-Amealco); mientras que Ana María Crespo (1991) y Elizabeth Mejía (2002) hablaban de una: los Valles Queretanos, que a su vez integraba la región de San Juan y la de Querétaro. Comprende los municipios de San Juan del Río, Tequisquiapan, Amealco, Pedro Escobedo, Huimilpan, Querétaro y Corregidora 327 Ana María Crespo, «El recinto ceremonial de El Cerrito» en op. cit., 1991, p. 165. 326 325 Historia de la Arqueología en Querétaro 123 Carlos Castañeda y como parte de su práctica de campo, con la supervisión de Gladis Casimir, los alumnos realizaron un estudio de las estructuras que se encontraban sepultadas; sin embargo, la información obtenida solo sirvió para delimitar los edificios y para confirmar los datos alcanzados en exploraciones previas. En efecto, se identificaron plenamente dos etapas de ocupación: la primera, caracterizada por la arquitectura monumental del sitio hacia el año 400 D.C., justo en el momento de mayor influencia teotihuacana, y la segunda, ya en el posclásico, asociada a Tula, por el año 900 D.C.328 Entre los materiales que mostraban estilos toltecas, se encontraron esculturas tipo chac mool, atlantes o cariátides, estelas, coronamientos y frisos. Con tales evidencias y con las resguardadas en el Museo Regional, Crespo propuso un par de explicaciones sobre el carácter de El Cerrito en el contexto regional: En el primer caso hipotético, el sitio pudo ser la sede de un santuario al que acudían diversos pueblos, los cuales aportaban mano de obra para su construcción y mantenimiento. El papel de este santuario sería de equilibrio entre los pueblos de la región, organizados en diferentes unidades político-territoriales. A este centro acudirían los jóvenes para su instrucción religiosa y, posiblemente, también para la legitimación de los linajes gobernantes en cada lugar. En lo interno, El Cerrito tendría un territorio propio para su autoabastecimiento, controlado por una casta sacerdotal. Su relación con Estados hegemónicos, como en el caso de Tula, sería en el mismo sentido, se le reconocería su carácter de santuario, independientemente de la acción política de Tula en este territorio. La otra posibilidad también hipotética, sería que El Cerrito se hubiera erigido como cabecera de un centro de poder regional que tuvo dominados a los diversos pueblos circundantes, los cuales conservaron su autonomía y sólo se obligaron al tributo; en este caso, también podría mantener su 328 Daniel Valencia, «Exploraciones y conservaciones en El Cerrito» (1995-2000), en op. cit., 2000, p. 73. 124 Héctor Martínez Ruiz carácter de dominio religioso. Esta situación se observó cuando estuvo sometido al control político de Tula, de cuya organización política llegó a formar parte, y manteniendo su condición de centro ritual.329 En cuanto al registro de los asentamientos prehispánicos de la entidad, en ese año se inició el Atlas Arqueológico de Querétaro como parte de un proyecto nacional a cargo de la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas del INAH. Dicho plan tenía como finalidad la localización, registro, elaboración de banco de datos, investigación y difusión del patrimonio arqueológico de la entidad. 330 Un año más tarde, en 1986, en las inmediaciones del Cerro de las Campanas, específicamente en el campus de la Universidad Autónoma de Querétaro, unos trabajadores que excavaban en terrenos de la Facultad de Informática pusieron al descubierto de forma accidental los restos óseos de un individuo que fue inhumado con algunos objetos a manera de ofrenda: [Se trataba del] entierro de un individuo adulto joven, cuyos restos, habían sido removidos por los trabajadores y sólo había in situ, los huesos de los pies y de la pelvis, por lo que se infirió que el individuo fue puesto con las extremidades inferiores flexionadas y la ofrenda, consistente en dos vasijas o cajetes, fue depositada a la altura de los pies. Acerca de los materiales cerámicos recuperados, por el estilo, se pudo establecer una posición cronológica temporal asociada con la fase Tollan, entre el 900 y el 1200 D.C., propia de la cultura tolteca. 331 Parte de los informes de las temporadas de campo de 1984 a 1986 fueron publicados en 1991, en Querétaro Prehispánico; en él, además, describió las muestras de escultura y cerámica que se habían localizado en el lugar. Ver Ana María Crespo, op. cit., 1991, p. 218. 330 Velasco, op cit.; 1988, p. 244. 331 Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Informe del rescate de una osamenta en el Centro Universitario de la UAQ, Querétaro. (mecanoescrito), INAH, México, 2004, p. 1. 329 Historia de la Arqueología en Querétaro 125 Esa época, el Cerro de la Cruz, en San Juan del Río, fue objeto de una investigacion por parte de Juan Carlos SaintCharles y Miguel Argüelles. Ambos efectuaron un recorrido por el asentamiento, que había sido dado a conocer por Enrique Nalda en 1975, 332 con la finalidad de iniciar trabajos de consolidación de estructuras, principalmente en la del basamento piramidal. 333 Sobre la cima del cerro encontramos un conjunto arquitectónico prehispánico compuesto por un basamento piramidal con una plaza al oeste y un montículo en la esquina sureste de la plaza, al sur de estos tres elementos, se extiende una gran plataforma que llega hasta el borde sur de la Barranca. […] En la primera visita al lugar, la impresión era la de un sitio en mal estado […] su apariencia era la de que había sido arrasado, inclusive el basamento piramidal se nos mostraba como si se tratara del núcleo de piedra y tierra, sin aparentes revestimientos y, menos aún, indicios de su planta. 334 Con los resultados obtenidos durante la primera temporada de trabajo, establecieron tres etapas de ocupación que correspondían al Formativo, Clásico y Epiclásico,335 y dada la importancia de los materiales localizados, llegaron a la conclusión de que el 332 En realidad, Enrique Nalda sólo difundió su existencia en el plano nacional, pues los lugareños ya conocían además de este lugar, otras zonas como La Estancia, La Magdalena y Las Peñitas. Cuauhtémoc Chávez y Rafael Ayala ya habían dado cuenta de tales vestigios, que situaron en el Preclásico, Clásico y Postclásico, respectivamente. Ver Cuauhtémoc Chávez Trejo, Vestigios arqueológicos de las culturas indígenas en San Juan del Río, Escuela Preparatoria de San Juan del Río, Querétaro, 1976, y Rafael Ayala Echávarri, San Juan del Río. Geografía e Historia, México, Imprenta Aldina, 1981. 333 Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. «Cerro de la Cruz, un asentamiento prehispánico en San Juan del Río, Querétaro», en Investigación, núm. 18, UAQ, Querétaro, 1986, p. 43. 334 Ibídem, p. 43. 335 Más adelante, cuando el valle formó parte de los linderos septentrionales de Mesoamérica, se dio un incremento en la población. Por último, entre el 800 y 900 D.C., integrada totalmente al ámbito mesoaméricano, esta zona alcanzó el mayor grado de desarrollo. Ver Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, «Los primeros asentamientos agrícolas en el Valle de San Juan del Río, Qro. (500 A.C)», en Investigación, núm. 25-26, Querétaro, UAQ, 1988: 6. 126 Héctor Martínez Ruiz Cerro de la Cruz debió tener el carácter de centro político y ceremonial, al menos durante las primeras etapas de su ocupación.336 Por otra parte, en 1986, se conoció un estudio de Ana María Crespo sobre el diseño constructivo de El Cerrito y consideró que el volumen y extensión arquitectónica de dicho asentamiento demostraba que fue un centro cívico-religioso de gran importancia durante el Clásico, Epiclásico y Posclásico: Por los datos recabados recientemente [El Cerrito] comprendía un área aproximada de 36 km², considerando 3 km de radio a partir del recinto ceremonial, aunque sin duda un área mayor de influencia era cubierta por este centro. [Puede] considerarse este centro como síntesis de manifestaciones locales, desarrolladas por la numerosa población regional y las que provienen de grupos de elite vinculados con lugares del Centro de México.337 Por otro lado, en 1987, apareció el primer tomo de la notable colección La Antropología en México: Panorama histórico, en el que se incluyó información de las investigaciones arqueológicas en Querétaro. En el primer volumen, se hizo mención de los viajeros que recorrieron la Sierra Gorda durante el siglo XIX, mientras que, al cabo de un año, en el tomo 13 de la citada colección, Margarita Velasco escribió un artículo sobre los estudios arqueológicos que se habían desarrollado en la entidad hasta ese momento. Dos años después, plantearon la necesidad de identificar los primeros asentamientos agrícolas que se desarrollaron en el Valle de San Juan del Río. Para tal fin, sobre la base de sus observaciones en la región estimaron que los primeros grupos sedentarios se habían establecido desde hacía dos mil quinientos años, aproximadamente, y que podían distinguirse tres grandes momentos de desarrollo histórico. En el primero, debió darse la forma de vida aldeana, en la que el Cerro de la Cruz, que mantuvo una relación muy cercana con Chupícuaro, se consolidó como centro rector. Más adelante, cuando el valle formó parte de los linderos septentrionales de Mesoamérica, se dio un incremento en la población. Por último, entre el 800 y 900 D.C., integrada totalmente al ámbito mesoaméricano, esta zona alcanzó el mayor grado de desarrollo. Ver Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, «Los primeros asentamientos agrícolas en el Valle de San Juan del Río, Qro. (500 A.C)», en Investigación, núm. 25-26, Querétaro, UAQ, 1988: 6. 337 Ana María Crespo. «Un planteamiento sobre el Proyecto constructivo del recinto ceremonial de El Cerrito», en El Heraldo de Navidad, Patronato de las Fiestas de Querétaro, Querétaro, 1986, p. 34. 336 Historia de la Arqueología en Querétaro 127 En ese tiempo, Luz María Flores y Ana María Crespo, participaron en el Homenaje a Eduardo Noguera con un trabajo sobre la presencia tolteca en Guanajuato y Querétaro. Para el caso de nuestra entidad, a partir del análisis comparativo de los asentamientos y de materiales cerámicos, fue posible identificar una vez más, en El Cerrito y La Griega, la influencia de Tula. 338 Más adelante, en 1989 339, a partir de los trabajos arqueológicos efectuados en Guanajuato, San Luis Potosí y Querétaro, sobre la fluctuación de la frontera septentrional de Mesoamérica, un grupo de especialistas supusieron siete fases sucesivas de poblamiento de este territorio por grupos sedentarios en un periodo que se iniciaba desde el 350 A.C, hasta 1520 D.C., con la intención de señalar las variaciones que operaron en los límites de los asentamientos agrícolas. A grandes rasgos y a partir de correlaciones cerámicas, se establecieron tres de poblamiento, tres más de despoblamiento y una de repoblamiento. 340 Dicha afirmación implicaba un análisis más profundo para conocer con amplitud el proceso de entrada y salida de grupos humanos de esta franja territorial, lo que hacía inevitable definir el grado de integración político-territorial de las formaciones locales y regionales, así como el nivel de dependencia, en algunas etapas, de los centros políticos hegemónicos, para finalmente tratar de definir las diferentes relaciones que se fueron dando entre los grupos en colindancia.341 En 1990, derivado del hallazgo de una gran cantidad de objetos de barro, enseres de piedra y restos óseos durante las obras de instalación del drenaje público, se realizaron trabajos de rescate 338 Ver Luz María Flores y Ana María Crespo; op. cit., 1988, p. 218. En este año, algunos autores, como David Wright y Héctor Samperio (1989), hicieron algunas anotaciones sobre la población prehispánica de Querétaro en sus respectivas obras. 340 Las etapas de poblamiento corresponderían del 350 A.C. al siglo I de nuestra era, del siglo I al 400 D.C., y del 400 al 850-900 D.C.; los periodos de despoblamiento se dieron entre el 850 y 900-950 D.C., 950 y 1100-1150 D.C. y del 1150 a 1350 D.C; mientras que el repoblamiento ocurrió entre 1350 y 1500 D.C. Véase a Carlos Castañeda, et al. «Poblamiento prehispánico en el Centro-Norte de la frontera mesoamericana» en Antropología, núm. 28, INAH, México, 1989, p. 37. 341 Ibídem, p. 43. 339 128 Héctor Martínez Ruiz arqueológico en el barrio de La Cruz, San Juan del Río. Los estudios, en su primera etapa, fueron efectuados por Carlos Viramontes y más adelante los continuaron Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles342, en colaboración con Alberto Herrera, Rosa Brambila y Carlos Castañeda, entre otros. Más de cien objetos se recuperaron, la mayoría eran vasijas de barro cocido que fueron restauradas en el laboratorio del Museo Regional. Además se localizaron tres entierros, de dos individuos adultos sin ofrenda y otro más de un adulto que contenía tres cráneos de infantes, 18 vasijas de barro, un despulpador de basalto y una punta de proyectil de obsidiana. También, asociado a este entierro, se encontró un pectoral de piedra verde con un personaje en bajorrelieve de estilo zapoteca, que estaba a la altura del pecho de dicho individuo.343 Por otro lado, en 1991 se publicó Querétaro Prehispánico, que incluyó algunos artículos sobre la investigación arqueológica efectuada durante esos años en la entidad. Uno de ellos, el de Enrique Nalda, retomaba la secuencia cerámica que había propuesto para el sur de Querétaro unos años atrás, con el fin de renovarla para poder fijar una cronología que permitiera hacer un mejor análisis espacial.344 Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, en un trabajo sobre el cerro de La Cruz, dieron a conocer su interpretación sobre la función que tuvo el sitio y las actividades de la sociedad que lo habitó. De acuerdo con los datos proporcionados por estos autores, dicho asentamiento fue uno de los primeros que hubo en territorio queretano y, por su importancia y desarrollo urbano, se distinguió de los demás centros de la época. En el sitio podían De igual forma, Crespo y Saint-Charles, empezaron a escribir sobre las sociedades que habitaron los valles queretanos, tema de gran interés para la arqueología por su condición de pueblos de frontera. Véase Ana María Crespo y Juan Carlos SaintCharles. Panorama de la población antigua en los valles Queretanos, (mecanoescrito), Querétaro, Centro INAH Querétaro y UAQ, 1990. 343 Daniel Valencia y Juan Carlos Saint-Charles «Identificación, conservación y protección arqueológica en el sur de Querétaro. 1990-1999» en op. cit., 2000, p. 58. 344 Enrique Nalda. «Secuencia Cerámica del Sur de Querétaro» en Crespo, op. cit., 1991, p. 31. 342 Historia de la Arqueología en Querétaro 129 advertirse dos tradiciones cerámicas alfareras, una representada por los materiales Chupícuaro, lugar con el que mantuvo una estrecha relación y otra propia de un desarrollo local.345 En cambio, Ana María Crespo identificó tres tipos de asentamiento para el sur del valle, los caracterizó a partir de su arquitectura, nucleación y localización topográfica.346 Para ella, era evidente que dicho patrón demostraba la estabilidad de la población en este periodo que, al parecer, desde una época temprana habitó este territorio y mantuvo los modelos arquitectónicos establecidos desde entonces, salvo en el caso de las estructuras de planta circular, introducidas durante la segunda mitad del milenio. En cuanto a la diversidad de las formas del asentamiento, afirmó que el territorio exigía pautas diferentes, tanto para el uso agrícola del suelo como para la organización del grupo básico social.347 De igual forma, Rosa Brambila y Carlos Castañeda expusieron los resultados de su recorrido de exploración por la zona del río Huimilpan. En el trabajo que presentaron, informaron de la existencia de dos asentamientos prehispánicos denominados Unidad Huimilpan y Unidad Tepozán que, para su sorpresa, mostraban características culturales diferentes entre sí.348 Por los testimonios arqueológicos de la primera unidad, se supo que el lugar mantuvo una reducida población, además de que encontraron muy pocos elementos reportados como característicos para los valles queretanos. En cambio, la segunda unidad albergó el mayor grupo de población de la región, al menos así lo demostraban las plataformas y terrazas de nivelación que sobre ambos márgenes 345 Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, «Cerro de la Cruz. Persistencia de un centro ceremonial», en op. cit., 1991, p. 91. 346 Con base en estos elementos, estableció tres variantes: plataformas de más de 20 metros de longitud, construidas con núcleos de piedra y lodo, de uso habitacional, distribuidas en la vega del río, a distancias variables de una y otra, asociadas a parcelas agrícolas; cuartos sobre plataformas bajas construidos alrededor de patios contiguos formando un recinto cuadrangular, con estructuras en cada una de las esquinas, construidas en las cimas de cerros, en posición de resguardo, y pequeños centros con arquitectura ceremonial que compartían un territorio común, alrededor de los cuales se distribuían las habitaciones. Ver Ana María Crespo, op. cit., 1991, p. 134. 347 Idem, p. 134. 348 Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Arqueología del Río Huimilpan», en op. cit.; 1991, p. 138. 130 Héctor Martínez Ruiz del río y pendientes se construyeron para levantar estructuras monumentales y casas habitación.349 Para 1992350, Ana María Crespo planteó la necesidad de crear un concepto que fuera más allá del simple hecho de proponer centros rectores de desarrollo regional dentro del proyecto Historia del poblamiento indígena de Guanajuato y Querétaro, pues aunque éste contemplaba el estudio de las formaciones sociales particulares, no tomaba en cuenta el conjunto de las relaciones de dominio establecidas por los pueblos que habitaban dentro y fuera de Mesoamérica, como los procesos de integración y desintegración de las formaciones sociales en un contexto histórico y regional más amplio.351 Por ese motivo, no sólo organizó las áreas de estudio en unidades político-territoriales (UPT), sino que además las conformó y reordenó aplicando el enfoque arqueológico del estudio de fronteras. Para integrar la UPT, usó para el caso de la zona de análisis central, a Chupícuaro, y para el caso de Querétaro, al Cerro de La Cruz; en este lugar se identificaron elementos culturales asociados a Chupícuaro, lo que demostraba su nivel jerárquico más elevado que los de otros asentamientos de la zona. No podía ser de otra forma, pues Chupícuaro, como centro rector hegemónico, debió marcar las pautas de la planificación del espacio ceremonial de los diversos centros de regular importancia de la región centro-norte.352 En el mismo sentido, junto a Juan Carlos Saint-Charles, escribió un artículo sobre los centros de población en los valles de Querétaro durante la época prehispánica; dado su carácter de territorio de frontera, los grupos asentados lograron 349 Ibídem, p. 139. También, en ese año, apareció un folleto conmemorativo por el V centenario del descubrimiento de América, que contenía información general sobre los grupos humanos que habitaron el territorio actual de nuestro Estado durante la época prehispánica. Véase Ana María Crespo et al., Arqueología e historia antigua de Querétaro, Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, México, INAH, 1992, p. 3. 351 A n a M a r í a C r e s p o « U n i d a d e s P o l í t i c o Ter r i t o r i a l e s » , e n O r i g e n y desarrollo en el Occidente de México, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1992, p. 157. 352 Ibídem, p. 172. 350 Historia de la Arqueología en Querétaro 131 desarrollar una cultura con rasgos propios, que los distinguió de sus vecinos, aun cuando estuvieron sujetos a presiones de diferentes tipos por estar instalados en una región de tránsito entre el centro y norte de México.353 En 1993, Saint-Charles publicó en la revista Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana un trabajo sobre los sitios que existían en las márgenes del río San Juan: Santa Lucía, Santa Rita, San Sebastián de las Barrancas y la Muralla Vieja. 354 A su parecer, el tipo de asentamiento era muy peculiar, pues aunque se ubicaban en una zona de difícil acceso, esto no implicaba que necesariamente respondieran a un carácter defensivo. Agregaba que el limitado espacio no fue obstáculo para la construcción de recintos ceremoniales y administrativos, áreas habitacionales y de producción de alimentos. 355 Por otro lado, el autor colaboró con Ana María Crespo en un estudio sobre las características arquitectónicas que se desarrollaron durante el clásico y el preclásico. Basaron su análisis en la idea de que la concepción del cosmos influyó notablemente para que los primeros conjuntos arquitectónicos del Bajío tuvieran una estructura cuatripartita. 356 Según dichos autores, el Cerro de la Cruz y El Cerrito poseían una configuración de este tipo; en ambos casos, se trataba de asentamientos donde se construyó una plataforma que tuvo la doble función de delimitar el espacio ceremonial y de nivelar el terreno, sobre la cual se distribuyeron por cuadrantes los edificios, plazas y patios hundidos que conformaban el recinto. 357 Juan Carlos Saint-Charles y Ana María Crespo, «Los antiguos centros de población en los Valles Queretanos», en Historia y actualidad de los grupos indígenas de Querétaro, Querétaro, INAH-Gobierno del Estado de Querétaro, 1992, p. 32. 354 Juan Carlos Saint-Charles, «Asentamientos sobre barrancas. Río San Juan», en Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 25, UNAM, México, 1993, p. 17. 355 Ibídem, p. 21. 356 Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles, «Formas arquitectónicas del Bajío. La división en cuadrantes del Espacio Ceremonial», en op. cit:, 1993, p. 59. 357 Ibídem, p. 62. 353 132 Héctor Martínez Ruiz Al mismo tiempo, Carlos Castañeda y Rosa Brambila escribieron sobre las estructuras que contaban con patios hundidos,358 elemento arquitectónico que, según ellos, diferenciaba las estructuras cívicas y religiosas de las unidades habitacionales menores. 359 Para Querétaro, identificaron un edificio de este tipo en Las Almenas, Unidad Tepozán, Humilpan, el cual estaba asociado a otros vestigios monumentales, todos con espacios interiores.360 Por su parte Ana María Crespo efectuó el análisis de las estructuras de tipo circular reportadas para el Bajío y planteó seis diferentes tipos que, de acuerdo, con un criterio formal, tenían forma circular. Así, pudo identificar en el Cerro de la Cruz, estructuras con cimientos de planta circular, y en La Joya y Tlacote, plataformas circulares adosadas a patios cerrados rectangulares, elementos propios de un estilo arquitectónico que fue común entre los pueblos del segundo milenio, especialmente durante la época tolteca.361 Un estudio sobre la presencia de este tipo arquitectónico en el Bajío fue desarrollado de una manera más amplia por Efraín Cárdenas a fines de la década de los noventa. Para este autor, la etapa de mayor poblamiento y de mayor complejidad constructiva en esta zona –entre 300 y 650 D.C. – se caracterizó por el uso del patio hundido. Para el caso de Querétaro, los asentamientos que incorporaban este elemento constructivo se ubicaban en la porción que pertenecía al Bajío, y correspondían a una tradición cultural propia de esa región, aunque con elementos propios de una tradición local, con excepción de los identificados en la Sierra Gorda, donde las evidencias arqueológicas, ofrecían una explicación distinta. Según Cárdenas García, la presencia de este tipo de estructuras en algunos asentamientos indicaba su nivel jerárquico y su importancia como núcleos administrativos. Asimismo, y como resultado de un análisis espacial sobre el área, propuso seis regiones políticas dentro de la citada zona; las que fueron controlados por estos centros de poder, uno de los cuales, El Tepozán, ubicado en Querétaro, fue el que menos sitios tuvo en su área de control, pues solamente se reconocieron 5 (Santa Bárbara, Cimantaro [sic], Jurica y El Puertecillo) a los que se le anexarían los cuatro que ubicaba Crespo (1991) en el valle de Querétaro y que Cárdenas no incluyó en su trabajo, por falta de mayor información. Ver Efraín Cárdenas, El Bajío en el Clásico, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1999. 359 Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Estructuras con espacios hundidos», en op. cit., 1993, p. 73. 360 Ibídem, p. 77. 361 Ana María Crespo, «Estructuras de Planta Circular en el Bajío», en op. cit., 1993: 79. 358 Historia de la Arqueología en Querétaro 133 Rosa Brambila incluyó un trabajo sobre los juegos de pelota que se tenían registrados para esta región. En el caso del Querétaro, informó de la presencia de dos canchas, en Los Cerritos y La Trinidad, localizados en el municipio de Tequisquiapan, y sugirió la existencia de otro al lado de la Plaza Sureste del Gran Basamento de El Cerrito el cual, según Crespo, fue desmantelado cuando se trató de construir una capilla para la Virgen de El Pueblito, poco después de que finalizara la rebelión cristera.362 Dos años después, en 1995, el Centro INAH formuló un proyecto de conservación integral del sitio arqueológico de El Cerrito. Los trabajos se iniciaron con la posesión legal del sitio y se reelaboró el expediente técnico que fue el sustento de su declaración como zona arqueológica. En forma paralela, se realizaron trabajos de conservación física de las estructuras del sitio y obras de rehabilitación de la malla perimetral y la caseta de vigilancia. Más adelante, en 1998, se iniciaron las exploraciones en las construcciones del recinto y se tomaron algunas muestras de los materiales usados en el lugar. Los trabajos dieron como resultado la liberación y consolidación de algunas estructuras y el hallazgo de otros elementos arquitectónicos, como una banqueta.363 Asimismo, en diciembre de ese año, se efectuaron trabajos de protección en El Rosario, San Juan del Río, debido a la exposición de un fragmento de pintura mural policromada de estilo teotihuacano que se encontraba al final de una excavación hecha por saqueadores en una ladera del montículo principal del sitio. Las actividades consistieron en asegurar la pintura en el soporte del mural para protegerlo por medio de la construcción de una estructura que permitiera consolidar el piso de estuco que se localizaba en la parte superior del mural a manera de techo; después, se rellenó con tierra y piedra la cavidad.364 Más tarde, en 1996, se realizó un rescate arqueológico en el fraccionamiento Valle Dorado 2000, justo en un montículo que fue 362 363 Rosa Brambila, et al., «Juegos de pelota en el Bajío», en op. cit., 1993, p. 91. Daniel Valencia, «Exploraciones y conservaciones en El Cerrito (1995-2000)», en op. cit., 2000, p. 76. 364 Juan Carlos Saint-Charles y Daniel Valencia, «Identificación y Conservación Arqueológica en el sur de Querétaro», en op. cit., 2000, p. 59. 134 Héctor Martínez Ruiz removido con maquinaria pesada. En ese lugar, se hicieron dos calas de inspección en las caras norte y poniente de la parte de la plataforma que no fue arrasada. Gracias a esto, se identificaron las características arquitectónicas de la estructura, la cual poseía un patio hundido delimitado al sur y norte por plataformas con muros de talud, al oriente. Los materiales y el sistema constructivo eran similares a los que se habían usado en la segunda etapa de construcción en El Cerrito, esto es, una estructura hecha por medio de cajones de piedra laja rellenados con piedra y tierra, y sus recubrimientos, de piedra laja, formaban taludes. Los pisos y aplanados exteriores eran de estuco, y en el piso del patio hundido se pudieron observar restos de pintura negra y roja.365 En aquel año, Ana María Crespo realizó el análisis de la cerámica denominada blanco levantado,366 que había sido localizada en El Cerrito, La Negreta y el Cerro de la Cruz. El estudio demostró que dichos objetos podían usarse como marcadores temporales del Clásico y Epiclásico en el centro norte de México. Por último, agregaba que aunque este tipo de vasija tenía un fin práctico propio de las necesidades domésticas de los grupos que la manufacturaban, con el paso del tiempo formó parte del ajuar destinado al culto de los antepasados en algunas poblaciones.367 También, y con la colaboración de Saint-Charles, Crespo se ocupó del estudio de los sistemas rituales de entierro en el Cerro de La Cruz, con la finalidad de identificar las expresiones mortuorias propias de los grupos de elite que vivieron en el lugar, en su opinión, prácticas exclusivas a las que miembros de los estratos inferiores de estas sociedades se les prohibía. Para ellos fue evidente que las inhumaciones de las clases dirigentes de la Cuenca del Río San Juan, se caracterizaron por la inclusión de objetos valiosos a los que sólo ellos tenían acceso, como el empleo de las Ibídem, p. 60. La cerámica conocida como blanco levantado presenta una técnica decorativa peculiar que la hace distinta de otros grupos cerámicos. Las vasijas están decoradas con una serie de líneas encontradas, horizontales, verticales y diagonales, a veces superpuestas, que forman un enrejado y que se delinean al retirar con un instrumento suave, semejante a un peine, una parte de la capa blanca o crema de baño previo, para dar el aspecto de un diseño a manera de tejido de canasta. Ver Ana María Crespo, «La tradición cerámica del blanco levantado» en op. cit., 1996, p. 77. 367 Ibídem, p. 88. 366 365 Historia de la Arqueología en Querétaro 135 vasijas tipo Xajay368 cuyo uso ritual con el paso del tiempo, se extendió a otros centros ceremoniales del Valle de Querétaro y de la Sierra Gorda. Juan Carlos Saint-Charles, por cuenta propia, también abordó el tema de la presencia, en el Bajío, de Teotihuacan. Para el caso de los asentamientos localizados en el valle de Querétaro, propuso que La Negreta bien pudo ser un sitio que formó parte de una cadena de rutas de comercio, o que simplemente fue un barrio de El Cerrito, ocupado por gentes provenientes de esa ciudad. En cambio, la presencia de elementos propios de la gran urbe del Clásico para el caso de San Juan del Río, tanto en el valle, como en el Cerro de la Cruz, se debió a la llegada de algunos grupos al lugar. A estos dos planteamientos agregaba que existía también la posibilidad de que se tratara de miembros de la elite que estaban cumpliendo funciones administrativas a favor de su Estado, que en todo caso, se desplazarían en busca de un mayor control de las rutas comerciales o de recursos de los que carecía su ciudad.369 En 1998, Daniel Valencia denunció la destrucción de los vestigios arqueológicos localizados en la meseta de Santa Bárbara, sitio que había sido estudiado sólo de forma esporádica durante la década de 1980. En el año de 1987, todavía se alcanzaba a ver una plataforma alargada de poca altura, la cual ya no existe debido a la gran cantidad de pozos de saqueo realizados sobre ella. […] históricamente, las relaciones del sitio, con otros asentamientos regionales son observables en El Cerrito y Tlacote, Querétaro, y San Bartolo Aguacaliente, en Guanajuato.370 368 Es un tipo cerámico que cuenta con cajetes de paredes rectas divergentes, a veces con una ligera curvatura, fondo plano y soportes generalmente rectangulares. Algunas variantes exhiben soportes almenados, los hay también cilíndricos huecos y de doble cilindro sólido. Los bordes son redondeados, algunos cuentan con engrosamiento en la parte terminal y otros tienen corte rectangular. La pasta es de textura mediana, con partículas blanca y café opacas. Común en estas vasijas es un baño de pintura roja de tono oscuro, que puede ser desde una ligera capa hasta un baño grueso pulimentado. Véase Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles, «Ritos funerarios y ofrendas de elite». Las vasijas Xajay, en op. cit., 1996, p. 116. 369 Juan Carlos Saint-Charles, «El reflejo del poder teotihuacano en el sur de Guanajuato y Querétaro», en op. cit., 1996, p. 156. 370 Daniel Valencia Cruz, «Meseta de Santa Barbara», en Jar Ngú, núm. 5, Boletín mensual del Centro INAH Querétaro, Querétaro, 1998, p. 7. 136 Héctor Martínez Ruiz En mayo de ese año, el INAH emitió un comunicado en que anunció el Proyecto de Rescate de la Pirámide de El Cerrito. Dicho plan abordó, entre otras cosas la necesidad de hacer trabajos para delimitar y cercar en forma más precisa el lugar, la liberación, consolidación y mantenimiento del basamento piramidal, altares, patios y plataformas, así como la señalización y difusión turística, la creación de un museo de sitio y de un patronato que promoviera el rescate y preservación de esta zona arqueológica. Dentro de este evento, se presentó una exposición sobre las labores de mantenimiento y conservación que se realizaban desde 1995, asimismo, se mostraron los trabajos de restauración de una escalinata y de un fragmento de muro en talud.371 Como se ha visto, la investigación de esta región durante los años noventa se caracterizó por la enorme cantidad de trabajos de arqueología de rescate, que se efectuaron, en la mayoría de los casos, ante avisos inesperados de quienes realizaban los hallazgos. Así, al final de la década, entre 1998 y 1999 ocurrieron más intervenciones, como la que se llevó a cabo en terrenos del parque industrial Bernardo Quintana Arrioja. En aquella ocasión, durante la construcción de la vialidad perimetral del lote correspondiente a los almacenes de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito (CONALITEG), se localizó una osamenta humana junto a materiales cerámicos y líticos propios de la época prehispánica. Durante esta intervención, se hizo un reconocimiento de superficie sobre los terrenos no construidos, además de pozos de sondeo en dos montículos ubicados dentro del área, uno de ellos en el perímetro del lote de la CONALITEG y el otro, a poco más de un kilómetro al oeste. De acuerdo con la información recabada, se estableció que en dicho lugar hubo un asentamiento semidisperso del Epíclásico (700-900 D.C.). Acerca de sus construcciones, se identificaron tres tipos: las de carácter ceremonial conformados por cuatro plataformas que daban lugar a un patio central cuadrangular cerrado, que era utilizado como lugar de enterramiento; 371 Daniel Valencia y Alicia Bocanegra, «Firma del Convenio para El Cerrito», en op. cit., 1998, p. 4. Historia de la Arqueología en Querétaro 137 algunas habitaciones, cuyas paredes fueron quizá de bajareque; y, por último, edificios circulares, cuyo uso parece haber estado destinado a mausoleos.372 A la par de los hallazgos materiales, se localizaron restos óseos, en total fueron once entierros humanos y uno animal –de un perro-. La mayoría aparecieron en las estructuras circulares mencionadas. Todos los entierros presentaban una posición de decúbito dorsal flexionado. Las extremidades inferiores se encontraron flexionadas, hasta el extremo de estar paralelas al eje del cuerpo, entrecruzadas con las superiores. Los entierros 7,8,9, y 10 fueron colocados en una fosa ligeramente cóncava y de poca profundidad.373 Por otra parte, Rosa Brambila y Carlos Castañeda elaboraron un informe detallado de los petroglifos que se encontraron en las cercanías del río Huimilpan, al sur de Querétaro. En él, plantearon que dichas expresiones rupestres fueron empleadas como marcas por sus creadores, para otorgarles un significado simbólico al territorio.374 En este sentido, se puede decir que los petroglifos hacen una distinción territorial. La importancia está en la intencionalidad puesta en la selección tanto del lugar como de los símbolos: es una expresión [de su percepción] territorial y no amontonamientos fortuitos, ya que introducen la noción de composición e integración del espacio, lo jerarquizan. De esta manera podría parecer que son una muestra de la unidad histórica de esta región.375 En octubre de 1999, cuando se trabajaba en la construcción de una reja para reintegrar el atrio del templo de San Francisco en la ciudad de Querétaro, le fue reportado al INAH el 372 Juan Carlos Saint-Charles, «Arqueología en el Parque Industrial Bernardo Quintana», en Gaceta Legislativa, núm. 1, LII Legislatura del Estado de Querétaro, Querétaro, 1999, p. 23. 373 Jaime García y Daniel Valencia, «Arqueología y Antropología física en Querétaro», en op. cit.; 2000, p. 68. 374 Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Petroglifos de la cuenca media del Lerma» en Expresión y memoria. Pintura rupestre y petrograbado en las sociedades del norte de México, INAH, México, 1999, p. 109. 375 Ibídem, p. 128. 138 Héctor Martínez Ruiz hallazgo de una pieza arqueológica,376 la cual tenía gran parecido con uno de los dibujos que realizaron Morfi y Duparguet en el siglo XVIII; se trataba de una escultura antropomorfa de piedra, que representaba a un individuo de pie, con los brazos en alto, las palmas de las manos hacia arriba y la mirada al frente. La pieza formaba parte del sistema constructivo de una plantilla de mampostería al lado norte del templo, frente a la puerta de éste.377 Por el contexto en que se localizó, se planteó que procedería de El Cerrito. 4.3.2. La investigación arqueológica del Semidesierto de Querétaro (1960-2000) La exploración arqueológica del Semidesierto de Querétaro378 es reciente; hasta hace unos años, se consideraba que efectuar trabajos de investigación en regiones como ésta era poco trascendente debido principalmente a que en el proyecto político-cultural del Estado mexicano se había privilegiado el análisis de las sociedades agrícolas mesoamericanas asentadas en el Altiplano Central, la Costa del Golfo, Oaxaca y la Zona Durante los años noventa, el INAH realizó una labor permanente de atención a denuncias y rescate de piezas prehispánicas, pero también efectuó estudios en sitios coloniales, como lo fue el caso de Santa Rosa de Viterbo; el exconvento de El Carmen; la Plaza Damián Carmona (antiguo Rastro); el estacionamiento de la plaza Constitución (Exconvento de San Francisco); así como las obras del cableado subterráneo, en las que se pudieron encontrar importantes vestigios de los sistemas hidráulicos de Querétaro; y finalmente en el edificio de la Facultad de Filosofía de la UAQ en el año 2006. Ver Prieto, 2000, p. 8, y Valencia y Saint-Charles, 1998, pp. 64-77. 377 Alberto Herrera y Daniel Valencia, «Atlante tolteca en San Francisco», en Gaceta Legislativa, núm. 15, LII Legislatura del Estado de Querétaro, Querétaro, 1999, p. 23. 378 La región denominada semidesierto queretano comprende alrededor de 25 % de la superficie del Estado y abarca en su totalidad los municipios de Tolimán, Colón y Peñamiller, así como parte de los de Tequisquiapan, Ezequiel Montes, El Marqués, Querétaro y Cadereyta. Véase Carlos Viramontes, «La pintura rupestre como indicador territorial. Nómadas y sedentarios en la marca fronteriza del río San Juan, Querétaro», en Expresión y memoria. Pintura rupestre en las sociedades del norte de México, INAH, México, 1999d, p. 90. 376 Historia de la Arqueología en Querétaro 139 Maya. 379 Sabemos que, durante décadas, la arqueología, al servir para justificar el ideario nacional, dejó a un lado el estudio del Occidente y de las culturas nómadas del centro-norte de México. 380 Fue así como los grupos de recolectores-cazadores se mantuvieron siempre relegados a un segundo plano hasta que, en la década de los sesenta, el interés arqueológico se orientó a dichas sociedades, consideradas culturalmente inferiores.381 En Querétaro, esta zona, todavía a fines de la década de 1980, no había sido objeto de investigaciones sistemáticas. La única excepción la había constituido el trabajo que Cynthia Irwin efectuó en Tequisquiapan en 1960, aunque su estudio se enfocó a aspectos que poco o nada tenían que ver con los grupos de recolectores-cazadores en forma específica. Además, basta recordar que a pesar de los resultados obtenidos por la norteamericana, no hubo más exploraciones en el área, sino hasta el año de 1985, en que se emprendió una inspección por el lugar, esta vez a cargo de trabajadores del Departamento de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas del INAH, cuya finalidad fue realizar el Atlas Arqueológico del Estado de Querétaro. Desafortunadamente, en aquella ocasión, se favoreció el procedimiento de la arqueología de superficie por sobre la prospección intensiva y sistemática, lo que impidió ubicar los vestigios de ocupación humana que se encontraban entre abrigos rocosos o cavernas. Más adelante, en 1988, Alejandro Pastrana reportó la presencia de yacimientos de obsidiana en las localidades de Navajas, El Paraíso, Fuentezuelas y Urecho.382 No obstante que dicho inforEsta situación propició que a las sociedades ajenas a este ámbito cultural se les concediera poca importancia; un ejemplo claro de ello lo fue la propia distribución de los arqueólogos del INAH dentro del marco geográfico del país, en la cual los Estados del norte fueron poco favorecidos. Ver Carlos Viramontes, «La investigación arqueológica en el Semidesierto Queretano», en op. cit., 2000f, p. 44. 380 Viramontes, op. cit., 1999d, p. 87. 381 Carlos Viramontes Anzures, op. cit., 2000f, p. 44. 382 Alejandro Pastrana, «Los yacimientos de obsidiana del Estado de Querétaro», en La validez teórica de Mesoamérica. Memorias de la XIX Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de antropología, SMA-UAQ, México, 1988, p. 222. 379 140 Héctor Martínez Ruiz me fue ampliado por el mismo autor en 1991, su enfoque estuvo dirigido principalmente al análisis de los medios de extracción utilizados por los grupos sedentarios mesoamericanos.383 Como se ha visto, fue una época difícil para la investigación arqueológica en la zona; pese a ello, para agosto de 1989384, la situación cambió, pues se iniciaron los trabajos dedicados al conocimiento de los grupos chichimecas.385 Para tal fin, lo primero que se propuso fue el Proyecto Arqueológico del Semidesierto Queretano que tuvo como finalidad entender la forma de vida de quienes habitaron esta región; por tal motivo, se centró en la reconstrucción de su vida, la explotación del medio, su dinámica de movimiento, su organización social, su interacción con otros grupos y su permanencia en este territorio.386 Este fue el primer estudio sistemático sobre las sociedades nómadas y seminómadas de Querétaro. Acerca de él, sabemos que originalmente fue planteado como un proyecto de mediano plazo, que se inició con el reconocimiento de la zona, así como con el registro de los asentamientos ubicados al aire Acerca de los yacimientos de obsidiana, Pastrana planteó que presentaban características de explotación relacionadas con el grado de desarrollo cultural de las poblaciones. Para él, las vetas de este material en el Estado de Querétaro, eran adecuadas para estudiar procesos de explotación y distribución local, con un alto grado de reutilización de la obsidiana en las comunidades sedentarias y un aprovechamiento selectivo por parte de los grupos nómadas, junto con otras materias primas locales como calcedonia y riolita. Ver Alejandro Pastrana, «Los yacimientos de obsidiana del oriente de Querétaro», en op. cit., 1991, p. 29. 384 Según Carlos Viramontes, en el momento que inició su trabajo arqueológico en Querétaro (1989), sólo se tenía el registro de una pintura rupestre localizada cerca de la población de El Durazno (San Joaquín), aunque se tenía noticia de la existencia de otras en la amplia región semidesértica, pero no se conocían sus características, puesto que nunca se habían realizado levantamientos completos de los motivos pictóricos ni se conocían las particularidades de los lugares donde se encontraban; por tal razón, hacia 1994, efectuó un primer planteamiento para la recuperación de ese patrimonio arqueológico que, por falta de presupuesto, no prosperó. Ver Carlos Viramontes, «La pintura rupestre en la cosmovisión de los Chichimecas, Pames y Jonaces», en Gaceta Legislativa, núm. 5, LII Legislatura del Estado de Querétaro, Querétaro, 1999a, p. 23. 385 Carlos Viramontes Anzures. De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectorescazadores del semidesierto de Querétaro, INAH, 2000e, p. 13. 386 Viramontes, op. cit., 1999a: 23. 383 Historia de la Arqueología en Querétaro 141 libre, cuevas y abrigos rocosos, yacimientos de materias primas y áreas de trabajo lítico, pero poco a poco se centró en el análisis, por un lado, de la integración territorial a partir de la explotación de los recursos y por el otro en la producción de herramientas de piedra.387 En este programa de actividades, también, se contempló un recorrido sistemático por una superficie de 25 km², que se efectuó entre noviembre y diciembre de 1989 en el extremo oriental de Cadereyta, en la confluencia de los ríos San Juan y Tula, donde más tarde sería construida la presa hidroeléctrica de Zimapán, trabajo que, por cierto, continuó la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, entre 1990 y 1992. Dentro de las actividades planteadas en dicho plan, llevadas a cabo por la DSA y como parte del Proyecto Arqueológico Zimapán, se efectuaron trabajos de prospección, tanto en la zona de embalse como en las partes donde habían realizado obras conexas – caminos, bancos de material, reubicación de poblados, etc.–, que dieron como resultado la localización de 119 sitios con vestigios prehispánicos correspondientes a cuevas, abrigos rocosos, campamentos al aire libre, así como concentraciones cerámicas y talleres de producción.388 Por los materiales obtenidos, en forma preliminar se consideró que los habitantes de esta zona mantuvieron relaciones interregionales y posibles niveles de integración económica con pueblos de vida sedentaria y nómada, al menos así lo indicaba la presencia de elementos cerámicos de tradición Chupícuaro, de manufactura propia de San Juan del Río, así como rudimentos asociados con Ticomán, para el Formativo, y con Teotihuacan para el Clásico; además de la presencia de objetos de barro, cuyo diseño y decoración eran propios de la zona de Río Verde, San Luís Potosí, y de la Sierra Gorda de Querétaro. 389 387 388 Viramontes, en op. cit.; 2000f, p. 50. Sergio A. Sánchez et al., «Investigaciones arqueológicas en los límites de Querétaro e Hidalgo (presa hidroeléctrica de Zimapán)», en Arqueología del Occidente y Norte de México, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1995, p. 140. 389 Ibídem, p. 142. 142 Héctor Martínez Ruiz Gracias a este trabajo y a los anteriores, fue posible identificar las sociedades que habitaron el semidesierto queretano, de las cuales la más representativa, sin duda, había sido la de los recolectores-cazadores, que ocupó la zona durante la época prehispánica, ya fuera en situación de frontera o en convivencia con los agricultores mesoamericanos que durante el primer milenio de la era colonizaron gran parte del norte de México.390 En 1992, Carlos Viramontes escribió un artículo acerca del trabajo arqueológico realizado hasta ese año en la zona y sobre los datos obtenidos: Existen evidencias de que en el semidesierto queretano pervivieron grupos apropiadores de alimentos, probablemente con cierto nivel de sedentarización en algunas regiones [aunque] los materiales arqueológicos encontrados en los municipios que conforman [esta región] nos muestran una importante presencia de grupos de recolectores-cazadores de filiación chichimeca.391 Pese a ello, las actividades de exploración fueron suspendidas temporalmente,392 si bien se reanudaron tres años más tarde con una nueva línea de investigación: el estudio de las manifestaciones gráficas rupestres que, por falta de apoyo económico, al poco tiempo se suspendió.393 Viramontes, op. cit., 2000f, p. 50. Carlos Viramontes. «Los recolectores-cazadores del Semidesierto de Querétaro» en Historia y actualidad de los grupos indígenas de Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, Centro Regional INAH, Querétaro, 1992: 17. 392 No obstante, algunos personajes queretanos difundieron información sobre la riqueza del patrimonio arqueológico del Estado, como Guillermo Hernández que dio a conocer un petroglifo que había sido localizado en Agua de Coyote, El Marqués; mientras que Jesús Mendoza Muñoz escribió sobre las pinturas rupestres que se ubicaban en los alrededores de la delegación de El Palmar, en Cadereyta. Véase Guillermo Hernández Requenes, «El pasado prehistórico de La Cañada», en Querétaro. Tiempo nuevo, núm. 89, 1993:15; y Jesús Mendoza Muñoz, «Pinturas rupestres en Cadereyta» en Querétaro. Tiempo nuevo, núm. 107; 1994: 58, publicadas por el Gobierno del Estado de Querétaro. 393 En ese mismo año, en las proximidades de la población de Vizarrón, Cadereyta, se encontraron algunas puntas de proyectil manufacturadas de obsidiana procedente de diversos yacimientos localizados fuera del territorio queretano. Esto podría explicar la existencia de un asentamiento dedicado al control y distribución de este preciado recurso. El sitio no parece haber tenido una densidad poblacional significativa, pues es sumamente pequeño pero, en cambio, presentó ocupación permanente que iba desde el Formativo, hasta el Posclásico temprano. Ver Carlos Viramontes Anzures, De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-cazadores del semidesierto de Querétaro, INAH, México, 2000e, p. 29. 391 390 Historia de la Arqueología en Querétaro 143 Tiempo después, en 1993, el destacado investigador publicó un trabajo sobre la distribución de los nómadas y seminómadas en este territorio. En él, consideró que su integración ocurría después de que instalaban un campamento base, de donde iniciaban sus recorridos de aprovisionamiento, los cuales a partir de la distancia de acceso a los recursos, de su calidad y abundancia, debieron ser de tipo local (un kilómetro a la redonda), vecinal (cinco kilómetros a la redonda) e incluso regional (quince kilómetros a la redonda).394 Así, sobre la base de los resultados del trabajo de campo y del análisis del material recolectado, se hizo evidente que la integración al espacio por parte de los habitantes del semidesierto fue variada, de suerte que hubo unidades para la habitación y consumo, unidades de industrias extractivas, de transformación y las propias para las manifestaciones de tipo ideológico.395 Más adelante, en 1996, se presentó al Consejo de Arqueología del INAH el programa de trabajo Los Pames en la Arqueología del Semidesierto Queretano, cuyo planteamiento fue el estudio de la cosmovisión de los recolectores cazadores nómadas y seminómadas, toda vez que la base económica de la región ya había sido objeto de investigaciones anteriores. Al mismo tiempo, el doctor Viramontes prosiguió su estudio sobre la conformación del límite de la frontera mesoamericana a lo largo del río San Juan, durante el siglo XV, era claro que esta división no fue estática sino que, por el contrario, estuvo dotada de cierta dinámica, determinada, en gran parte, por el tipo de relaciones que se llevaron a cabo entre las sociedades que habitaron ese territorio, el cual fue compartido por grupos de recolectores-cazadores de filiación pame, establecidos en el norte, mientras que al sur del citado río vivieron grupos otomianos del señorío de Jilopetec, con los que compartieron ciertos rasgos culturales.396 394 Carlos Viramontes, «La integración del espacio entre grupos de recolectorescazadores en Querétaro», en op. cit., 1993, p. 12. 395 Ibídem, p. 15. 396 Carlos Viramontes, «La conformación de la frontera chichimeca en la marca del río San Juan», en op. cit., 1996, p. 16. 144 Héctor Martínez Ruiz Los grupos chichimecas de vida nómada y seminómada […] tienen claras afinidades con el resto de grupos chichimecas del Centro norte de México [y] a pesar de ello, ostentan ciertos rasgos comunes a [las sociedades agrícolas que habitaron al sur del río San Juan] como el uso de cerámica doméstica, enterramientos y pictografías con elementos mesoamericanos, lo que evidencia que existió algún tipo de contacto o interrelación entre ambos grupos. 397 Tiempo después, en 1998, se dieron a conocer algunos de los avances de la investigación Los Pames en la Arqueología del Semidesierto Queretano, que para entonces había registrado más de setenta asentamientos arqueológicos con manifestaciones gráficas rupestres (Fig. 21), en su gran mayoría de pintura y sólo algunos de grabado en piedra. Otro de los aportes del citado programa fue que por vez primera se hizo un catálogo de estos sitios, el cual integró los datos relativos a la ubicación, características particulares y generales, además del dibujo pormenorizado de las pinturas rupestres y petrograbados, los croquis de las cuevas o abrigos en que se encontraron, quedando almacenados en una base de datos. 398 En el mismo orden de ideas y dentro del citado proyecto, se llevó a cabo un reconocimiento arqueológico en Peñamiller, que hasta ese momento sólo tenía registrado un paraje de esta naturaleza en la comunidad de Rancho Quemado. Durante el recorrido se registraron ocho localidades arqueológicas con pintura rupestre cerca de las poblaciones de Río Blanco y Las Adjuntas, además de estructuras arquitectónicas y minas prehispánicas.399 En este municipio, fueron encontrados los primeros petrograbados de sociedades nómadas y seminómadas chichimecas, de todo el Ibídem, p. 26. Carlos Viramontes, «Los pames en la arqueología del semidesierto», en Jar Ngú, núm. 5, boletín mensual del Centro INAH-Querétaro, Querétaro, 1998, p. 9. 399 Carlos Viramontes, «El arte rupestre de los antiguos habitantes de Peñamiller, Querétaro», en Gaceta Legislativa, núm. 12, LII Legislativa del Estado de Querétaro, México, 1999b, p. 21. 398 397 Historia de la Arqueología en Querétaro 145 semidesierto400, en los parajes denominados La Puerta, Cañón de la Guayaba y El Chorro, ubicados entre las poblaciones de Peña Blanca y Las Adjuntas: Existen grandes bloques grabados que parecen integrar una misma unidad en lo que se refiere al estilo y la técnica; el grabado se realizó mediante el picoteo, creando un contraste entre el color blanco de la roca sedimentaria y el gris obscuro de la superficie.401 Más tarde, entre 1999 y el 2000, se dio un importante avance en el estudio de las manifestaciones gráficas rupestres de los chichimecas del semidesierto queretano, al registrarse más de ochenta sitios arqueológicos, los cuales, en la mayoría de los casos, quedaron ubicados en Cadereyta, Colón y Peñamiller.402 De igual forma, en esos años, también se iniciaron los trabajos del proyecto Los paisajes rituales de los grupos recolectores y cazadores. Un estudio de la pintura rupestre de Querétaro Prehispánico, con el apoyo de la ENAH y del CONACYT, que integró los datos arqueológicos generados desde 1989 sobre los pobladores de esta zona, bajo la perspectiva de la cosmovisión propia de los grupos chichimecas.403 Por su parte, Carlos Viramontes (1999) sostuvo una interesante reflexión sobre la interpretación metodológica de las manifestaciones gráficas rupestres que se había hecho desde fines del siglo XIX hasta la actualidad. Carlos Viramontes presentó un trabajo sobre el análisis gráfico de las expresiones de la Cueva de la 400 Aunque para otras partes del Estado ya existían reportes de la existencia de petrograbados en Querétaro, que se habían dado desde la década de 1980 y durante los años noventa. Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta (1985), Guillermo Hernández (1993), Rosa Brambila y Carlos Castañeda (1999), en su momento, informaron de tales testimonios. 401 Carlos Viramontes, op. cit., 1999b, p. 22. 402 Carlos Viramontes, op. cit., 2000f, p. 50. 403 En este sentido, el arqueólogo opinaba que para llegar a conclusiones definitivas acerca del significado de sus símbolos rupestres, era necesario identificar la sociedad que los creó, ya que cada una de ellas elaboraba sus propios códigos de comunicación y sólo podían ser reconocidos por los integrantes de la misma. Para él, la pintura rupestre era en sí un proceso comunicativo en el que subyacía un sistema de significación susceptible de interpretación. Ver Carlos Viramontes, «La pintura rupestre como indicador territorial. Nómadas y sedentarios en la marca fronteriza del río San Juan, Querétaro», en op. cit., 1999d, p. 92. 146 Héctor Martínez Ruiz Nopalera, Cadereyta, en el que concluyó que sus autores fueron tanto grupos agrícolas sedentarios como bandas de recolectorescazadores, circunstancia nada extraña si se considera que el lugar se encontraba dentro de la franja de interacción fronteriza en la que coexistieron ambos tipos de manifestaciones pictóricas y, por ende, de grupos humanos.404 Finalmente, en el año 2000, Carlos Viramontes publicó De chichimecas, pames y jonaces, donde expone el proceso de apropiación de la naturaleza por parte de los grupos que habitaron esta zona, principalmente en lo relativo a aprovechamiento de la lítica, su transformación en instrumentos y la relación espacial con las diversas unidades de transformación y consumo.405 Esto [implicó] identificar los yacimientos o fuentes de abastecimiento de materias primas líticas empleadas por estos grupos; establecer la forma en que las mismas fueron explotadas para manufacturar determinados instrumentos; definir los diferentes procesos del trabajo de transformación de materias primas inferibles a partir del desecho de talla en los diversos lugares en que se llevó a cabo dicho trabajo; finalmente, establecer la relación espacial existente entre las diversas unidades de talla, de habitación y fuentes de abastecimiento de materias primas.406 Para ello, tomó como punto de partida el vínculo existente entre los recursos líticos disponibles en el territorio y su transformación en instrumentos empleados para la subsistencia del grupo. Sugirió que era factible reconstruir los procesos de trabajo mediante el análisis tecnológico de los desechos de la manufactura de herramientas; así, al identificarlos, propuso la existencia de una relación espacial entre las distintas unidades arqueológicas recoIbídem, p. 102. En esta obra, también incluyó un análisis de las sociedades que se establecieron en la periferia del semidesierto; o sea, la sección central y sur de Querétaro, el oriente de Guanajuato y el altiplano de San Luis Potosí, que, durante el primer milenio de nuestra era, estuvo incluida dentro de lo que Beatriz Braniff había denominado Mesoamérica Marginal. Además, dedicó un apartado al estudio de estas sociedades desde el punto de vista etnohistórico, donde puso en claro algunos de los problemas que conllevaba la interpretación de tales fuentes, escritas principalmente durante el siglo XVI. Ver Carlos Viramontes, De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectorescazadores del semidesierto de Querétaro, México, INAH, 2000e. p. 20. 406 Ibídem, p. 49. 405 404 Historia de la Arqueología en Querétaro 147 nocidas –yacimientos de materias primas, lugares de habitación, campamentos estacionales y unidades de talla lítica–, en las que los nómadas y seminómadas contaron con los elementos básicos para facilitar sus actividades de recolección y caza, las cuales no fueron modificadas substancialmente en el transcurso del tiempo. 407 De esta manera, los grupos chichimecas, al contar con un amplio espectro de materias primas disponibles que les permitían cubrir prácticamente cualquier situación de producción tecnológica, pudieron disponer de recursos suficientes para satisfacer su forma de vida, situación que los llevó a poblar todo el territorio del semidesierto por un largo periodo, que abarcó la mayor parte de la época prehispánica; no obstante, lo anterior no excluía que, en ciertos momentos y en algunas zonas, hubiera existido la presencia de sociedades agricultoras y mineras.408 4.3.3. La arqueología en la Sierra Gorda de Querétaro (1960-2000) Como se ha visto a lo largo del presente trabajo, de las regiones propuestas para el estudio arqueológico en el Estado de Querétaro, la Sierra Gorda409, sin duda alguna, es el área donde más investigaciones se han realizado desde el siglo XIX. Esta situación no cambió en mucho con la delimitación de regiones geográfico-culturales, al contrario, incluso la favoreció en cierta medida. En 1984, Dominique Michelet publicó un trabajo sobre la zona de Río Verde en el que incluyó información sobre los sitios que se localizaban en el noroeste de la Sierra Gorda. Los resultados de su recorrido le permitieron identificar, en el patrón de asentamienIbídem: p. 118. Ibídem: p. 133. 409 Según Margarita Velasco (1988), en 1984, se delimitó esta zona, reconociéndose como subárea cultural la Huasteca Queretana; más adelante, Alberto Herrera (1994), propuso que dadas sus características físicas y culturales, debía dividirse en tres: Huasteca, Río Verde y Serrana. Dicha propuesta fue apoyada, entre otros especialistas, por Elizabeth Mejía (1995 y 2002). Actualmente comprende los municipios de Arroyo Seco, Pinal de Amoles, Jalpan de Serra, Landa de Matamoros, San Joaquín, y parte de Cadereyta y Peñamiller. 408 407 148 Héctor Martínez Ruiz to de esta zona, algunas diferencias con respecto a la arquitectura del centro oriente, donde la preferencia por el valle hacía innecesaria la construcción de terrazas.410 El mismo año se continuaron los trabajos de exploración en la zona arqueológica de Ranas, mientras que Antonio Urdapilleta realizaba recorridos de inspección en la región del Deconí y Alberto Herrera hacía lo mismo en la zona de El Doctor. Como resultado del estudio efectuado en esta parte de la Sierra Gorda, Alberto Herrera estimó que el sitio arqueológico de El Doctor –al igual que Ranas y Toluquilla– debió ser una ciudad minera, dedicada principalmente a la explotación del cinabrio.411 De igual forma, en 1985, dentro de la XIX Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta presentaron un trabajo sobre petroglifos y pinturas rupestres que habían sido localizados durante los trabajos de la cuarta temporada de campo del Proyecto Arqueológico Minero de la Sierra Gorda, llevada a cabo de 1984 a 1985.412 Por tratarse de sólo dos casos, el estudio se vio limitado a la descripción del medio donde fueron localizados, los aspectos culturales a los que se encontraban asociados y los elementos que los conformaban. Aseguraron que por ser un estudio inicial, era necesario localizar otros sitios para poder obtener muestras más representativas de tales expresiones que permitieran elaborar hipótesis mejor sustentadas de la función que cumplieron en la sociedad o sociedades que las produjeron.413 En ese foro, Alberto Herrera participó con una ponencia sobre la zona arqueológica de El Doctor, donde expuso los resultados de la inspección y las muestras de materiales obtenidos en la superficie y en los pozos de saqueo que tenían las estructuras del asen410 Cfr. Dominique Michelet, Río Verde, San Luis Potosí (Mexique), Collectión Etudes Mesoamericaines, vol. IX, Centro d’ Études Mexicaines et Centramericaines, México, 1984. 411 Véase Alberto Herrera Muñoz Alberto, Minería de cinabrio en la región El Doctor, Querétaro, ENAH, México, 1994. 412 Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta, «Petroglifos y pinturas rupestres en la Sierra Gorda de Querétaro», en op. cit., 1989, p. 231. 413 Ibídem, p. 236. Historia de la Arqueología en Querétaro 149 tamiento.414 Es preciso hacer notar que tales datos fueron obtenidos durante la temporada de campo de febrero a mayo de ese año, dentro del Proyecto Minería de Cinabrio al Norte del Río Moctezuma, anexo al Proyecto Minero Arqueológico de la Sierra Gorda, que coordinaba Margarita Velasco: El sitio se encuentra en una ladera […] en donde se han acondicionado cuatro grandes plataformas que albergan a 14 estructuras de planta rectangular y cada una de ellas con un hoyo de saqueo; de éstas, una se encuentra prácticamente arrasada por la actividad de sacar materiales de construcción para casas, mientras que otras tres se encuentran en el mismo proceso. El sistema constructivo de las estructuras consiste en un núcleo de piedras planas acomodadas y con muros de piedras con un lado plano, cubriendo el núcleo y, a su vez, revestidos con piedras cuadrangulares bien trabajadas; con caras bien delineadas, talladas y con cierto grado de pulimiento, que son visibles en pequeños sectores.415 Para Herrera, la importancia de este asentamiento consistió en que al ser el de mayores dimensiones para esta parte de la sierra, bien pudo funcionar como un lugar de control de paso hacia asentamientos más grandes, como el de Toluquilla, al que quizá estuvo subordinado, o como un centro de control administrativo dedicado a regular la extracción del sulfuro de mercurio o cinabrio.416 En la misma Mesa, Cesar Quijada presentó un informe sobre el sitio arqueológico de La Paleta, ubicado en San Joaquín:417 El asentamiento tiene de largo 250 metros aproximadamente, un ancho máximo de 50 metros y un mínimo de 5 metros, su eje mayor está orientado en dirección sureste noroeste y geográficamente el sitio está dividido en dos secciones que se denominaron A y B. 414 Alberto Herrera Moreno, «Primeros apuntes sobre el sitio El Doctor, Cadereyta, Querétaro: en torno a su ubicación y relación con los asentamientos aledaños», en op. cit., 1989, p. 242. 415 Idem, p. 243. 416 Ibídem, p. 246. 417 César Armando Quijada López, «El sitio arqueológico de La Paleta, municipio de San Joaquín Querétaro», en op. cit., 1989, p. 250. 150 Héctor Martínez Ruiz La sección A consta de una serie de terrazas artificiales y naturales que fueron aprovechadas para la construcción de varias habitaciones que aún se conservan en superficie, pues existen todavía vestigios de algunos de los muros de ellas, que van desde unos cuantos centímetros hasta dos metros de altura aproximadamente, cuyo sistema constructivo es a base de grandes lajas más o menos cuadrapeadas para reforzar las esquinas de los cuartos. […] La sección B tiene forma alargada siguiendo la topografía del terreno y en cuya entrada tiene un ancho de apenas 5 metros y en donde aún se ven los restos de un muro, probablemente de un corral moderno que divide dos propiedades; más adelante como a ocho metros se localizan los restos de una pequeña habitación de forma rectangular, pues se aprecia en superficie la esquina noroeste de dicho cuarto, más adelante se ven los cimientos de una estructura circular de un diámetro de 4 metros, después hacia el noroeste y en la porción más ancha existe un montículo que aprovecha la forma del terreno par adquirir mayor volumen…418 De forma paralela se iniciaron los trabajos por parte del Departamento de Registro de Monumentos y Zonas Arqueológicas del INAH, para elaborar un atlas arqueológico del estado, de acuerdo al planteamiento general que se había establecido para toda la República con recursos aportados por el Gobierno de Querétaro.419 En 1986, el espeleólogo Carlos Lascano Sahagún realizó una serie de exploraciones en los sótanos naturales de la Sierra Gorda. En su reporte, incluyó un apartado sobre los hallazgos arqueológicos que se habían efectuado en las cuevas de la zona. Hasta la fecha, los mejores hallazgos prehispánicos efectuados en cavidades de la Sierra Gorda, se han efectuado en las áreas de Pinal de Amoles, en los alrededores de La Ciénega y en el área de La Florida. […] Por su número y buen estado de conservación, los mejores descubrimientos se han hecho en las cuevas al oeste de La Ciénega, municipio de Pinal de Amoles, en ellas los miembros de la AMCS, reportan varias vasijas y otros vestigios como troncos muy antiguos, escaleras muy primitivas labradas en el travertino, pedazos de carbón, y de obsidiana trabajada. 418 419 Ibídem, p. 257. Herrera y Quiroz, op. cit., p. 298. Historia de la Arqueología en Querétaro 151 […] De las cavidades de La Ciénega, es de donde mejores conclusiones se pueden obtener en cuanto al uso que se les daba. Por la posición en que se han encontrado muchas vasijas y el sitio dentro de la cavidad, se infieren dos posibles utilizaciones, una era con el fin de obtener agua, […] y la otra, probablemente sería un uso ritual. […] En algunas cavidades se excavaron escalinatas con el fin de hacer más fácil su acceso, y en otras se utilizaron troncos para descender algunas verticales. En toda la Sierra se encuentran construcciones de pequeño a mediano tamaño, llamadas localmente cuicillos, su origen es, sin lugar a dudas prehispánico, y en algunas partes parecen estar relacionados con la presencia de las cavernas, como en el caso de La Ciénega. Destacan los cuicillos que se encuentran en las cercanías de San Juan Buenaventura (área de San Juan), El Durazno (área de La Florida), en el Cerro Alto, y en muchos otros sitios de la región. 420 También en ese año, se aprobó el Proyecto Patrón de asentamiento en el área de Jalpan, Querétaro, que estuvo a cargo de Cesar Quijada. En él, colaboraron Alberto Herrera y Jorge Quiroz, así como algunos estudiantes de arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.421 El citado programa tuvo como objetivo el registro de los asentamientos prehispánicos de esa área, con el fin de ver si era posible establecer una tipología cerámica de tradición local, que pudiera ser mejorada con nuevos estudios.422 Durante los recorridos de superficie en su primera temporada, clasificaron un total de 42 zonas; también, detectaron asentamientos en la parte baja de los valles y se descubrió que 420 Carlos Lazcano Sahagún, Las cavernas de la Sierra Gorda, UAQ-SEDUE-SMEB, Querétaro, 1986, p. 40. 421 En aquella ocasión se planteó un proyecto adjunto para el análisis de la cerámica obtenida durante la primera fase de la investigación en los 42 sitios que fueron localizados entre los municipios de Jalpan, Landa de Matamoros, Arroyo Seco y Pinal de Amoles. Los resultados fueron publicados por Teresa Muñoz en 1989 y 1994. Véase Ma. Teresa Muñoz Espinosa. Material cerámico del norte del estado de Querétaro, México, ENAH, 1989, y Material cerámico de la Sierra Gorda, en Homenaje a Lino Gómez Canedo, Querétaro, Fondo Editorial de Querétaro, 1994. 422 César Armando Quijada López «Localización de sitios arqueológicos en la región de Jalpan» en op cit., 1991, p. 269. 152 Héctor Martínez Ruiz poseían un patrón de construcción diferente. Del mismo modo, la cerámica y el diseño arquitectónico demostraron de forma clara la influencia de Río Verde y la Huasteca. Respecto de la conservación de los sitios, Quijada López opinaba que la mayoría habían sido saqueados sistemáticamente, debido a la creencia popular de la existencia de tesoros, o que otras veces eran destruidos por las labores agrícolas, pero que en algunos de ellos todavía era posible realizar trabajos de investigación para obtener mayor información y poder conservarlos.423 Después, Cesar Quijada efectuó dos nuevas temporadas de campo –entre 1988 y 1989– que le llevaron a recorrer la zona de Pinal de Amoles, al tiempo que trabajaba también dentro del Proyecto Nacional de Atlas Arqueológico de México, con el cual se logró el inventario de 500 sitios para la Sierra Gorda; sin embargo, dicho programa se canceló y sus resultados fueron parcialmente publicados.424 Al margen de este suceso, durante los meses de octubre de 1987 a enero de 1988, Elizabeth Mejía y Luis Barba efectuaron un estudio de los pisos y sedimentos de Ranas y Toluquilla por métodos químicos, con la intención de conocer la función que tuvieron algunas de sus estructuras: En dichos asentamientos se realizaron tres experimentos; uno de la parte nuclear y posiblemente ceremonial; el segundo, en un juego de pelota, que aun cuando fue excavado en 1972 y está muy alterado, se pretendió ver las posibilidades de obtener información; y finalmente, en una terraza que por su ubicación, se plantearía como habitacional o de cultivo. 425 Con posterioridad al análisis de los datos obtenidos en los dos sitios, llegaron a la conclusión de que el edificio III de Ranas fue usado como lugar de preparación y consumo de Ibídem, p. 282. Elizabeth Mejía Pérez-Campos, «Arqueología de la Sierra Gorda desde el Centro Regional» INAH, en op. cit., 2000, p. 54. 425 Elizabeth Mejía Pérez-Campos y Luís Barba Pingarrón, «Estudio de áreas de actividad por medio químicos en Ranas y Toluquilla», en op. cit., 1991, p. 227. 424 423 Historia de la Arqueología en Querétaro 153 alimentos; en cambio, la estructura 31 de Toluquilla funcionó como adoratorio, no así el edificio 32, que pudo ser un centro de reunión. 426 Al mismo tiempo y vinculado al Proyecto Arqueológico Minero de la Sierra Gorda, en 1987, Margarita Velasco presentó un informe sobre los trabajos de exploración y rehabilitación efectuados en esos sitios. Las exploraciones hechas en esa temporada dieron como resultado la localización de un elemento constructivo poco frecuente en la arquitectura mesoamericana: escaleras semicirculares, que fueron adoptadas por los pobladores de la zona por ser algo novedoso propio de la época. Este hecho demostró una vez más los lazos de integración cultural que la Sierra Gorda tuvo con la Cuenca de México, el Centro de Veracruz, la Huasteca y la zona de Río Verde, entre el 500 y 1200 D.C. 427 Posteriormente, en 1988, la misma autora publicó un artículo sobre Toluquilla, donde insistía en que al asentamiento no se le podía considerar como una fortaleza, pues carecía de los elementos constructivos propios de los sitios destinados para ese fin. 428 De igual forma, planteó que el lugar había sido un asentamiento más tardío que Ranas y que su construcción pudo deberse a la saturación de ese sitio o a las necesidades de control por parte de la sociedad serrana; dichas afirmaciones se alejaron bastante de lo que había propuesto en 1982, cuando, al referirse a los dos complejos, opinaba que primero se inició la construcción de Toluquilla y luego la de Ranas. 429 426 427 Ibídem, p. 247. Margarita Velasco, «Escaleras semicirculares en la Sierra Gorda», en op. cit., 1991, p. 268. 428 Margarita Velasco, «Zona arqueológica de Toluquilla», en El Heraldo de Navidad, Querétaro, Patronato de las Fistas de Querétaro, 1988, p. 25. 429 Para Elizabeth Mejía, era poco probable que Toluquilla fuera una ciudad satélite de Ranas y que se hubiera fundado por la saturación de este sitio; más bien debió ser una ciudad paralela a ella, que surgió por la necesidad de controlar esa región. Ver Elizabeth Mejía-Pérez Campos, Toluquilla, una provincia minera (mecanoscrito), INAH- Querétaro, México, 1995, p. 20. 154 Héctor Martínez Ruiz Mientras tanto, Adolphus Langenscheidt, en su Historia mínima de la minería en la Sierra Gorda (1988), hizo un recuento cronológico de las diferentes etapas por las que pasó, según él, esta actividad, desde el siglo X A.C., hasta la segunda mitad del siglo XX.430 Un año después, en 1989, Cesar Quijada participó en el libro Homenaje a Julio Cesar Olivé Negrete con un trabajo histórico sobre Toluquilla, desde que lo recorrió Mariano Bárcena, en 1872, hasta el año 1967, cuando lo mencionó, en su obra Historia de Querétaro, Manuel Septién y Septién.431 En cambio, Saint-Charles y Miguel Argüelles escribieron sobre los vestigios arqueológicos de San Joaquín en la revista Avances, donde, además de mencionar los asentamientos propios de la cultura serrana, dieron fe de las pinturas rupestres y los petroglifos localizados al noroeste de Ranas y norte de Toluquilla: Las pinturas están sobre la cadena de Agua de León en una superficie de roca caliza. Se trata de motivos antropomorfos y geométricos […] y no todos corresponden a la misma época. Respecto a los petroglifos, se localizan en la ladera sur del cerro Bordo Grande, en afloramientos rocosos, en posición horizontal. Se trata principalmente de motivos geométricos […] sólo en un caso es naturista.432 Más adelante, en 1990, se llevó a cabo el Seminario de Arqueología Wigberto Jiménez Moreno con el tema Mesoamérica y el Norte de México. En dicho encuentro, Margarita Velasco participó con una ponencia sobre el análisis de los patrones de De la época que nos ocupa, retomó la idea que ya había expuesto con anterioridad, de que en un principio la extracción de minerales fue promovida por grupos de tradición olmeca valiéndose de la población local y que, posteriormente, las minas quedaron bajo la influencia de Teotihuacan y de El Tajín, para recibir después una débil influencia tolteca, con la cual, esta actividad decayó en el siglo XII D.C. Véase Adolphus Langenscheidt, «Historia mínima de la Sierra Gorda», en op. cit., 1997, p. 583. 431 César Quijada López, «Estudio histórico de un sitio en la Sierra Gorda de Querétaro: Toluquilla (1872-1967)», en Homenaje a Julio Cesar Olivé Negrete, México, UNAM, CNCA-INAH- Colegio Mexicano de Antropólogos, 1991, p. 325. 432 Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. «Vestigios arqueológicos en el municipio de San Joaquín, Qro.», en Avances, núm. 4, Querétaro, UAQ, 1990, p. 17. 430 Historia de la Arqueología en Querétaro 155 asentamiento para la Sierra Gorda a partir del Modelo Diacrónico-sincrónico desarrollado por Juan Yadeun.433 Asimismo y sobre la base del análisis aplicado al patrón de asentamiento serrano, llegó a la conclusión de que las particularidades culturales de la Sierra no concordaban con el esquema general propuesto por dicho modelo: Yadeun en su modelo plantea una escala de cuatro estadios para la evolución de la estructura urbana, que es un reflejo del Estado. La Sierra Gorda se encuadra dentro del primer estadio al igual que gran parte del norte de Mesoamérica, es decir: el Estado Mesoamericano Antiguo (800 A.C - 100 D.C.), aunque con una cronología desfasada, es decir que este estadio estaría vigente hasta los siglos VI-XI D.C. para el caso de la Sierra Gorda.434 De este trabajo vale la pena mencionar que su aporte más importante quizá haya sido el de problematizar el tipo de organización política y religiosa que tuvieron los antiguos pobladores de esta región, así como el de reconocer que la Sierra Gorda mantuvo una unidad cultural con el Noreste de Mesoamérica desde 300 A.C. hasta 1000 D.C.435 Avanzando en el tiempo, en 1991, Teresa Muñoz participó en Homenaje a Lino Gómez Canedo con un artículo sobre los resultados preliminares del estudio de los materiales cerámicos obtenidos durante la primera temporada de campo del proyecto Patrón de Asentamiento prehispánico en el área de Jalpan, Querétaro. Uno de los principales propósitos de este trabajo de investigación fue integrar una clasificación de la cerámica de [esta zona] que hasta ese momento no existía, y establecer una cronología tentativa con base en la cerámica, la cual permitió la identificación de tipos por analogía y los rasgos generales de los principales periodos de ocupación, las características y su área de extensión.436 433 Margarita Velasco, «El norte de Mesoamérica: La Sierra Gorda», en Seminario de Arqueología Wigberto Jiménez Moreno: Mesoamérica y Norte de México, siglos IX-XII, INAH, México, 1990, p. 459. 434 Ibídem, p. 463. 435 Ibídem, p. 464. 436 María Teresa Muñoz Espinosa, «Material cerámico de la Sierra Gorda» en Homenaje a Lino Gómez Canedo, Querétaro, Fondo Editorial de Querétaro, 1994, p. 14. 156 Héctor Martínez Ruiz El material cerámico analizado, en la mayoría de los casos, presentaba uniformidad con los elementos culturales afines en la zona, pero también y al mismo tiempo, el contacto con las áreas de Río Verde, la Huasteca, la Costa del Golfo y el Altiplano Central. Podemos sugerir además que la relación que estos materiales cerámicos muestran con la planicie y costa del Golfo y el altiplano potosino, también existe, aunque en menor escala, cierta presencia de la cultura teotihuacana. […] lo que confirma el fuerte contacto o intercambio que hubo entre grupos que habitaron la región norte de Querétaro, con las altas culturas mesoamericanas.437 En cambio, Alberto Herrera, en Minería Prehispánica en la Sierra Gorda, relató que durante su visita a esta zona, unos años atrás, había detectado varias minas prehispánicas, en las que se explotó fundamentalmente cinabrio, pero también otros minerales como óxido de hierro, calcita verde, galena, fluorita y mercurio nativo en estado líquido.438 De igual forma, sostuvo que los grupos que habitaron la zona en esta época presentaban rasgos similares a los de las sociedades vecinas, por lo que propuso una división de la Sierra Gorda, para su estudio, en tres subáreas de acuerdo con sus características físicas y culturales. En primer lugar se encuentra una región que denominaremos como Sierra. Dado que en ella, se encuentran los asentamientos más característicos de la Sierra Gorda como son Ranas, Toluquilla, Mesa de San Juan o Quirambal, Epazotes Grandes, Canoas, Los Moctezumas, El Doctor, El Durazno, El Rodezno, etc. Se localiza en la porción centro-sur de la sierra queretana, colindando por el sur y sureste con la región del semidesierto. […] La segunda región que denominaremos Río Verde, se ubica al centro y noroeste del estado y corresponde a los valles y cañones de los ríos Ayutla, Concá y Santa María Acapulco, asimismo [...] se puede incluir al río Extoraz dentro de esta región. Esta región cuenta con pocos estudios, pero se detectaron asentamientos con características arquitectónicas y de distribución interna de los edificios diferentes. Los sitios se conforIbídem, p. 25 Alberto Herrera, «Minería prehispánica en la Sierra Gorda», en op. cit., 1994, p. 38. 438 437 Historia de la Arqueología en Querétaro 157 man a base de estructuras piramidales y alargadas formando plazas con accesos bien delimitados al oriente y poniente de las mismas. Cuando presentan juegos de pelota uno de los paramentos es por lo menos un metro más bajo y no necesariamente está rematado por una estructura piramidal. Los ejemplos más importantes son Concá, Purísima, Arroyo Seco, El Carrizal y Mesa de Agua Fría. […] La tercera región es la considerada como Huasteca, que coincide en términos generales con la zona conocida como huasteca queretana en el noroeste de la entidad. Sus asentamientos más importantes son San Antonio Tancoyol, Tancoyol, Reforma, Cerro del Sapo, La campana, Agua Zarca, Neblinas, Tangojó, La Camarona, El Lobo, etc. Los rasgos más destacados de sus asentamientos son: la presencia de grandes plataformas sobre las que descansan edificios de plantas rectangulares y circulares, así como basamentos piramidales con varios cuerpos que llegan a tener alturas hasta de quince metros; juegos de pelota cuya cancha se encuentra bien delimitada por banquetas incluyendo uno de los cabezales, éstas presentan una traza planeada para la distribución de las edificaciones, dejando claros y zonas de circulación.439 En sus conclusiones, hizo notar que esta diversidad cultural había propiciado el surgimiento de una amplia variedad de técnicas de explotación minera: a cielo abierto, en rebajes y tajos abiertos, en canteras, obras subterráneas, túneles y tiros o galerías.440 En ese mismo foro, Margarita Velasco presentó los descubrimientos efectuados durante los trabajos de exploración y consolidación en las zonas arqueológicas de Ranas y Toluquilla. Se trataba de tres estructuras arquitectónicas que no correspondían a lineamientos constructivos hasta ese momento registrados para estos sitios.441 Dichas estructuras presentaban un patrón semejante, en el que al parecer se manejó la misma idea: dos cuerpos rectangulares, separados por un pasillo y unidos en uno de sus extremos por un muro vertical. En cada caso, el contexto urbano 439 440 Ibídem, p. 40. Ibídem, p. 46. 441 Margarita Velasco Mireles, «Ranas y Toluquilla, exponentes de la cultura clásica de la Sierra Gorda. Estructuras dobles», en op. cit., 1994, p. 47. 158 Héctor Martínez Ruiz en que se localizaron era distinto, sin embargo, opinaba que las tres debieron funcionar como recintos ceremoniales, especialmente la de Toluquilla –identificada con el número 31– asociada al juego de pelota, cuya abundancia –cuatro en total– podría significar que la vida de la ciudad, en buena medida estuvo ligada a ese ritual.442 Dos años después, en 1993, Alberto Herrera443 y Elizabeth Mejía iniciaron un programa permanente de mantenimiento en Toluquilla, que duró seis años y, en 1994, al proponerse el Proyecto Toluquilla, que se desarrolló en cuatro temporadas de investigación, de 1996 a 1999, fue declarada zona de monumentos.444 En aquel tiempo, Jorge Quiroz propuso el Proyecto Arqueológico Valles de la Sierra Gorda; durante 1995 y 1996, de acuerdo con el programa de certificación agraria de predios ejidales en esta zona, se clasificaron sitios que nunca se habían visitado, esto trajo como consecuencia que el inventario se elevara a 530 sitios, de los cuales, sólo 15 estaban protegidos legalmente.445 En 1995, Elizabeth Mejía, al escribir un artículo sobre Toluquilla, retomó la tesis de Alberto Herrera de dividir la región en tres subáreas culturales: Río Verde, Huasteca y zona Serrana o Sierra, pese a que reconoció que esta demarcación aún estaba en estudio ya que se sabía poco de sus límites, además de que había lugares donde aún no se efectuaban recorridos de inspección, por lo que no se conocía el total de asentamientos prehispánicos que existían en la región.446 A pesar de esa limitante, sostuvo que en cada una de las subáreas operó al menos una comunidad rectora que fungió como Para Dominique Michelet, la marcada importancia del Juego de Pelota en algunas regiones como Río Verde y la Sierra Gorda –en sitios como Ranas y Toluquilla –, era evidencia del contacto con la Costa del Golfo. Ver Dominique Michelet, «¿Gente del Golfo tierra adentro?» en Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 8, UNAM, México, 1986, p. 83. 443 Aunque, también y de manera previa (1992), escribió un artículo sobre los asentamientos prehispánicos que se localizaban en la Sierra de Querétaro; trabajo que por cierto, integró parte de la historiografía que existía para esta zona, así como la descripción de Ranas y un apartado sobre la minería de la región. Ver Alberto Herrera, «Los antiguos asentamientos de la Sierra Gorda», en op. cit., 1992, p. 55. 444 Elizabeth Mejía, op cit., 2000, p. 54. 445 Ibídem, p. 55. 446 Elizabeth Mejía Pérez-Campos, op. cit., 1995, p. 2. 442 Historia de la Arqueología en Querétaro 159 cabecera de provincia. Así, en cada jurisdicción, se mantuvo un estricto control de los medios productivos y la red de comercio, lo que facilitó su acercamiento con la Huasteca, Costa del Golfo y el Altiplano Central. Sobre la base de esta idea, estimó que Toluquilla pudo ser la cabecera de una de tales provincias y que su crecimiento se debió a la actividad minera, que no sólo involucraba su extracción, sino también su control y comercio.447 Al poco tiempo, en 1996, Elizabeth Mejía dirigió una nueva fase de investigación en Toluquilla. En esta nueva etapa se realizaron labores de mantenimiento de los edificios, en los que colaboraron especialistas de la Facultad de Medicina y del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la Universidad de McGill de Montreal y el INAH. Una vertiente del proyecto fue el estudio de la arquitectura, que entre otras cosas atendió al patrón de construcción de las habitaciones y los templos, un análisis sobre los materiales usados para la edificación de habitaciones, el estilo que usaron y la presencia de estilos propios de otras regiones. Otro de los objetivos que Elizabeth Mejía se propuso como parte de la investigación multidisciplinaria que se estaba desarrollando, fue averiguar sobre el funcionamiento de la ciudad, la localización del sistema de drenaje y almacenamientos de agua, así como acerca de las etapas de construcción de la ciudad y sus remodelaciones, para ver si podía definir su patrón de asentamiento y, en última instancia, conocer las causas de su abandono (fig. 22).448 Vale la pena mencionar que a este proyecto también se integraron dos estudiantes de arquitectura del Instituto Tecnológico de Querétaro, quienes consideraron que el crecimiento de la ciudad se presentó, esencialmente, en un sentido norte-sur, para pro- Ibídem, p. 44. Elizabeth Mejía, «Toluquilla: una ciudad minera», en Gaceta Legislativa, núm. 10, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 1999, p. 23. 448 447 160 Héctor Martínez Ruiz teger los espacios construidos del viento, y que además, el asentamiento tuvo un doble sistema de circulación: de tipos central y periférico.449 Más adelante, Elizabeth Mejía presentó un resumen de las primeras conclusiones a que se había llegado a partir del trabajo de investigación efectuado desde los ochenta en esta región, donde insistió en que la Sierra Gorda, por sus rasgos culturales, debía dividirse en tres zonas: Serrana, Huasteca y Río Verde.450 Dos años después, en 1997, Margarita Velasco publicó La Sierra Gorda: documentos para su historia, que tuvo como propósito el integrar los documentos de historia, etnohistoria, lingüística y arqueología que se ocupaban de aquella región. La obra se presentó en dos tomos, en el segundo volumen se reprodujeron los informes arqueológicos hechos en el siglo XIX. También, se incluyeron los trabajos de Paul Kirchhoff, Pedro Armillas y Beatriz Braniff sobre la fluctuación de la frontera norte de Mesoamérica, región en la cual había estado inmerso el territorio actual del Estado de Querétaro, así como los reportes de las investigaciones de la actividad minera en el área, descubrimiento que fue de gran importancia, ya que modificó varios de los conceptos que se tenían sobre esta ocupación y su impacto en el desarrollo cultural de los pueblos prehispánicos de la zona.451 Al poco tiempo, en 1999, Alberto Herrera y Elizabeth Mejía dieron a conocer un trabajo sobre los distritos mineros de la Sierra Gorda. Como un intento de conocer más de cerca los métodos de extracción del sulfuro de mercurio, surgió el proyecto Minería de Cinabrio en la Sierra Gorda, que buscaba aportar elementos para la interpretación contextual de este material, cuyo uso estaba ampliamente difundido en los rituales funerarios de Mesoamérica. Dicho proyecto tuvo como finalidad ubicar los sitios de extracción del mineral. Reconocieron que desde 1995 se había realizado 449 Véase Angélica Álvarez y Enrique Toscano. Análisis del espacio urbano. Toluquilla, Querétaro, Querétaro, Instituto Tecnológico de Querétaro, 1997. 450 Elizabeth Mejía, «La arqueología de la Sierra Gorda», en Gaceta Legislativa, núm. 19, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000, p. 18. 451 Margarita Velasco Mireles, La Sierra Gorda: documentos para su historia, Vol. 1, INAH, México, 1997, p. 18. Historia de la Arqueología en Querétaro 161 un estudio geológico para identificar los yacimientos, en el que se identificaron dos zonas de trabajo, una de ellas, en la región de tierra caliente y la otra, en plena Sierra Gorda. Más adelante, para constatar los datos, se efectuó un recorrido de campo para observar si los yacimientos mostraban indicios de explotación. Finalmente, se clasificó la información disponible para documentar los sitios que hasta ese momento eran poco conocidos.452 Además, presentaron un bosquejo histórico sobre el poblamiento de la región durante el primer milenio de nuestra era, con la intención de definir, por un lado, el contexto cultural en que se desarrolló esta actividad económica, y por el otro, para saber quiénes habían explotado este recurso mineral.453 Fue así como consideraron que en la subregión de Río Verde, existieron dos distritos mineros: Río Blanco-Atarjea y Peñamiller; y en la Huasteca, sólo uno: Soyatal-Bucareli, aunque con la posibilidad de distinguir otro para la zona de Escanela, y en la región Serrana, tres, cuyos centros administrativos debieron ser Ranas (fig. 23), Toluquilla y Mesa de Ramírez.454 Es importante hacer notar que a partir de esta investigación se propuso que los partidos huastecos y serranos controlaron los yacimientos más ricos, quizás por tener un origen común y una trayectoria temporal más amplia, cosa que no ocurrió en la subárea de Río Verde, pues sus centros, al parecer, rivalizaron en tamaño e importancia: Así, los patrones de colonización y/o conquista prehispánica adquieren un sentido diferente, ya que en el caso de la Sierra Gorda no es sólo por la exacción de tributo, sino también por el control de los yacimientos de materiales que son los símbolos de la vida y riqueza para el pensamiento mesoamericano. Esto Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda: sus distritos mineros 1ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 6, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 1999, p. 21. 453 Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda: sus distritos mineros 2ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 7, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 1999, p. 23. 454 Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda: sus distritos mineros 3ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 8, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 1999, p. 22. 452 162 Héctor Martínez Ruiz permitió que en un mismo marco geográfico coexistieran en aparente paz las tres entidades políticas de la sierra, además de grupos de recolectores-cazadores. La pregunta que surge es: ¿por qué no se dio el dominio total en la región por alguna de estas entidades políticas desplazando o conquistando a las otras? En un plano hipotético podemos sugerir que la falta de control generalizada pudo ser el resultado de una demanda limitada en este recurso y no fue tan importante para promover el control total de un solo grupo, o quizás, se debe a que estos tres poderes se encontraban emparentados por alianzas y no rivalizaron entre ellas.455 Al mismo tiempo, en la sección de Las Madrileñas, del sitio de San Francisco Concá, se realizó el hallazgo de algunos materiales arqueológicos, entre los que destacaba un entierro que contenía conchas marinas, dientes humanos, minerales de color verde y los restos de dos personajes, uno de los cuales, al parecer, era de mayor rango; a pesar de ello y como característica en común, no presentaban columna vertebral ni hueso iliaco.456 Un par de años después, en 1999, los arqueólogos Martz de la Vega, Miguel Pérez Negrete, Jorge A. Quiroz y Alberto Herrera informaron del hallazgo de una punta acanalada en el norte del Estado: En el mes de julio de 1999 durante las actividades realizadas al interior del Proyecto Arqueológico Valles de la Sierra Gorda, se nos mostró una punta de proyectil que fue encontrada en el Municipio de Jalpan de Serra en el paraje conocido como Puerto de Ánimas. […] El material por sus características morfológicas fue clasificado de manera preliminar como una punta acanalada […] clovis de lados cóncavos.457 Este sorpresivo descubrimiento vino a replantear lo propuesto acerca del poblamiento de esta región durante la época prehispánica, pues aunque sostuvo que su procedencia no era loIbídem, p. 23. Cfr. Mónica Isabel Suárez Diez, Análisis e interpretación de materiales arqueológicos recuperados de un entierro en la Sierra Gorda Queretana, México, ENAH, 1999. 457 Hans Martz de la Vega, et al., «Una punta acanalada en Jalpan de Serra», en Gaceta Legislativa, núm. 20, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000, p.19. 456 455 Historia de la Arqueología en Querétaro 163 cal, si evidenciaba que grupos humanos se habían asentado en la Sierra Gorda mucho tiempo atrás de lo propuesto hasta ese entonces:458 Hemos de indicar que para la Sierra Gorda no se conocía una ocupación tan temprana, estimada ahora con el hallazgo de la clovis, en alrededor del año 7 000 A.C. Esto indica que los cazadores recolectores estuvieron adaptados a un patrón de reconocimiento en estas tierras.459 Aunque no existían suficientes testimonios para comprobarlo, opinaba que la ruta de acceso para los grupos clovis que llegaron a la región de Jalpan debió ser principalmente por el actual Estado de Hidalgo, a través el semidesierto queretano vía Cadereyta o desde el norte por la altiplanicie rioverdense.460 Finalmente, durante los trabajos hechos en el marco del Proyecto Arqueológico Valles de la Sierra Gorda (1999-2000), se efectuó la consolidación de dos estructuras arquitectónicas localizadas en el sitio de Tancamá, ubicado a doce kilómetros de la cabecera municipal de Jalpan de Serra. Durante las exploraciones, en la esquina noroeste de una de las construcciones, se localizó una olla antropomorfa, que al parecer formaba parte del ajuar funerario de un personaje sepultado en ese lugar. El objeto mide aproximadamente unos 19 centímetros de largo por 18,2 cm de ancho y 18 cm de altura. Representa un rostro con los ojos cerrados y los dientes mutilados; en las orejas, tiene dos perforaciones de diferente tamaño. En la parte superior de la cabeza tiene un asa tipo estribo y en la parte posterior se podía apreciar una vertedera incompleta (fig. 24).461 458 A pesar de lo dicho por estos autores, Elizabeth Mejía planteó que por ser material arqueológico obtenido de un saqueo, no se podía considerar un referente válido para establecer fechamientos confiables. Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de 2004. 459 Hans Martz de la Vega, et.al., «Una punta acanalada en Jalpan de Serra», en Gaceta Legislativa núm. 21, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000, p. 24. 460 El lugar donde se ubicó el proyectil no concordaba con la ruta propuesta con anterioridad, es decir, de norte a sur, por lo que su presencia es aquél territorio, evidenció otra posible ruta, adentrada en la Sierra Madre Oriental, en la parte septentrional de la Sierra Gorda. Véase Hanz Marz de la Vega, et al.,ibídem, p. 23. 461 Alberto Quiroz Moreno, «Tancamá, Querétaro. Hallazgos en la Estructura 6», en Arqueología Mexicana, núm. 52, México, Raíces-INAH, 2001, p. 14. 164 Héctor Martínez Ruiz Historia de la Arqueología en Querétaro 165 ÍNDICE DE FIGURAS Figura 1. El Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito. (Francisco de Ajofrín, 1764). Figura 2. Dibujos realizados por Fray Juan Agustín de Morfi, que ilustran algunos ejemplos de escultura mesoamericana procedentes de El Cerrito (1777). 166 Héctor Martínez Ruiz Figura 3. El Cerrito y objetos arqueológicos que conservaba el cura de San Francisco Galileo (Carlos Duparguet, 1777). Figura 4. El sitio arqueológico de El Cerrito, Qro. (Juan Agustín de Morfi, 1777). Historia de la Arqueología en Querétaro 167 Figura 5. Montañas de El Doctor y zona arqueológica de Toluquilla. (John Phillips, 1848). Figura 6. Ruinas de Canoas. Vista O. del Cerro de la Ciudad. (Mariano Bárcena, 1872). 168 Héctor Martínez Ruiz Figura 7. Ruinas de Canoas. Vista de una fortificación. (Mariano Bárcena 1872). Figura 8. Ruinas de Toluquilla. (Jacinto Moreno, 1879). Historia de la Arqueología en Querétaro 169 Fig. 9. Ruinas de Toluquilla (Jacinto Moreno, 1879). Fig. 10. Ruinas de Ranas (Jacinto Moreno, 1879). 170 Héctor Martínez Ruiz Figura 11. Bajorrelieve localizado en Toluquilla. (Jacinto Moreno, 1879). Figura 12. Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Ranas, cerca del pueblo del mismo nombre (Pawel Primer, 1879). Historia de la Arqueología en Querétaro 171 Figura 13. Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Toluquilla, en la Sierra Gorda a 3½ leguas al E. de la municipalidad de El Doctor, distrito de Cadereyta, estado de Querétaro, levantado y dibujado por Pawel Primer, ingeniero y catedrático, julio, 1879. Figura 14. Plano de las ruinas de Ranas (en la parte alta de la lámina), y de Toluquilla (en la parte baja), construidas en las mesetas de las escarpadas serranías de Querétaro. (Planos de Pawel Primer y dibujos de J. A. Gómez R.). 172 Héctor Martínez Ruiz Figura 15. Pozo de saqueo, Toluquilla, Querétaro. (Emilio Cuevas, 1931). Figura 16. Esquina de un edificio, Toluquilla, Qro. (Emilio Cuevas, 1931) Historia de la Arqueología en Querétaro 173 Figura 17. Entrada a un Juego de Pelota, Toluquilla, Querétaro. (Emilio Cuevas, 1931). Figura 18. Reconstrucción de las ruinas de Toluquilla, Qro. (Emilio Cuevas, 1931). 174 Héctor Martínez Ruiz Figura 19. Mapa arqueológico de Querétaro. (Atlas arqueológico de la República Mexicana, 1939). Figura 20. Frontera septentrional de Mesoamérica (Pedro Armillas, 1964). Historia de la Arqueología en Querétaro 175 Figura 21. Detalle de pintura rupestre. (Carlos Viramontes Anzures, 2000). Figura 22. Zona arqueológica de Toluquilla (Héctor Martínez Ruiz, 2004). 176 Héctor Martínez Ruiz Figura 23. Zona arqueológica de Ranas (Héctor Martínez Ruiz, 1994). Fig. 24. Olla antropomorfa, Estructura 6. Tancamá, Jalpan, Querétaro. Revista Arqueología Mexicana (Jorge Alberto Quiroz, 2000). Historia de la Arqueología en Querétaro 177 Figura 25. Cerámica teotihuacana localizada en el Soyatal, sierra de Querétaro (José Luis Franco,1970). Figura 26. Yugos procedentes de Mina de Yugos, en la zona de San Joaquín, Querétaro (José Luís Franco,1970). 178 Héctor Martínez Ruiz Figura 27. Yugo procedente de Mina de Yugos, en la zona zona de San Joaquín, Querétaro (José Luís Franco,1970). Figura 28. Cerámica negra teotihuacana localizada en el Soyatal, sierra de Querétaro (José Luis Franco,1970). Historia de la Arqueología en Querétaro 179 Figura 29. Croquis de la zona arqueológica de El Doctor, Cadereyta (Alberto Herrera, 1988). Figura 30. Pintura rupestre del semidesierto queretano (Carlos Viramontes Anzures, 2000). 180 Héctor Martínez Ruiz Figura 31. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997). Figura 32. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997). Historia de la Arqueología en Querétaro 181 Figura 33. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997). Figura 34. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997). 182 Héctor Martínez Ruiz Figura 35. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 1998). Figura 36. Reconstrucción del recinto ceremonial de El Cerrito (Centro INAH Querétaro, 1984). Historia de la Arqueología en Querétaro 183 Figura 37. Chac mol procedente de El Cerrito, trasladado al Museo Regional en la década de 1930. Figura 38. Vista de un basamento en ruinas en el sitio de Ranas, San Joaquín, Querétaro (Eduardo Noguera, 1931). 184 Héctor Martínez Ruiz Figura 39. Vista de un edificio de Ranas, San Joaquín, Querétaro (Eduardo Noguera, 1931). Figura 40. Ruinas de Ranas, San Joaquín, Querétaro (Emilio Cuevas, 1931). Historia de la Arqueología en Querétaro 185 Figura 41. Vestigios de cultura teotihuacana en Querétaro (Eduardo Noguera, 1945). Figura 42. Zona arqueológica de La Paleta (César Quijada López, 1988). 186 Héctor Martínez Ruiz Figura 43. Zona arqueológica de La Paleta (César Quijada López, 1988). Figura 44. Eduardo Noguera en Toluquilla (Emilio Cuevas, 1931). Historia de la Arqueología en Querétaro 187 Fig. 45. Plano de Toluquilla (Pawel Primer, 1872). Figura 46. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 1998). 188 Héctor Martínez Ruiz Figura 47. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2004). Figura 48. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2004). Historia de la Arqueología en Querétaro 189 Figura 49. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2004). Figura 50. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2004). 190 Héctor Martínez Ruiz Figura 51. Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro (Acuarela de Alejandro Rodríguez). Figura 52. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2004). Historia de la Arqueología en Querétaro 191 Fig. 53. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2004). Fig. 54. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2004). 192 Héctor Martínez Ruiz Figura 55. Figurilla femenina tipo Chupícuaro localizada en el Cerro de la Cruz en 1990. Figura 56. Figurilla masculina tipo Chupícuaro localizada en el Cerro de la Cruz en 1990. Historia de la Arqueología en Querétaro 193 Fig. 57. Zona arqueológica de El Cerrito, Querétaro (1998) Centro INAH-Querétaro. Fig. 58. Zona arqueológica de El Cerrito, Corregidora, Querétaro Centro INAH-Querétaro. (Héctor Martínez Ruiz, 2007). 194 Héctor Martínez Ruiz Fig. 59. Recinto ceremonial de El Cerrito (dibujo reconstructivo, 2006) Zona arqueológica de El Cerrito, Corregidora, Qro., INAH-Querétaro. Fig. 60. Escultura tipo «atlante» localizada en una mampostería al lado norte del templo de San Francisco, Querétaro. Museo Regional, INAH-Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2007). 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