Ángel Díaz Barriga La escuela en el debate. Modernidad-posmodernidad Anthropos. México. (2002). Mi generación ha vivido la recaída de la humanidad en la barbarie, en el sentido literal, indescriptible y verdadero del término. La barbarie es el estado en el que todas esas formaciones a las que sirve la escuela aparecen como fracasadas. Por cierto, mientras sea la sociedad la que engendre de sí la barbarie, la escuela no será capaz de oponerse a ésta más que en mínimo grado. Pero si la barbarie, la terrible sombra que se abate sobre nuestra existencia, es precisamente lo contrario de la formación, la educación, también es verdad que lo esencial depende de que los individuos sean “desbarbarizados”. La desbarbarización de la humanidad es la precondición inmediata de su supervivencia. A ésta debe servir la escuela por limitados que sean su ámbito de influencia y posibilidades, y para ello necesita liberarse de los tabúes, bajo cuya presión la barbarie se reproduce ... Por barbarie entiendo el extremo: el prejuicio delirante, la represión, el genocidio y la tortura; aquí no caben dudas. Oponerse a ello, tal como se nos ofrece en el mundo de hoy, donde al menos temporariamente no es posible vislumbrar ninguna otra posibilidad de más amplios alcances, compete ante todo a la escuela.** THEODORE ADORNO 1. INTRODUCCIÓN La escuela contemporánea es una institución del Estado Nacional, su programa. se encuentra conformado en el programa de la modernidad. La escuela se constituyó en uno de los instrumentos para lograr la utopía de la modernidad y simultáneamente comparte sus vicisitudes, dificultades y frustraciones del propio proyecto burgués. Sin embargo, en general los análisis contemporáneos de la escuela sólo plantean esta última visión de la institución. De ahí la posibilidad para pensarla en una perspectiva posmoderna, de ahí los límites para la aplicación del pensamiento posmoderno en el escenario escolar. Un problema central en la historia de la educación es utilizar el término escuela en un sentido laxo. Así bajo la denominación escuela se califica a instituciones que vistas desde una perspectiva histórico-social no necesariamente tienen elementos en común. Así, por ejemplo, se asigna el término escuela a las prácticas que tuvo Sócrates en el Gimnasio griego; al cobijo de hombres cultos bajo la protección de Alejandro Magno, “escuela de Alejandría” la escuela catedralicia y/o parroquial del medievo; en el caso de la cultura Azteca al Calmécac. Y podríamos seguir en esta enunciación. Este uso del término escuela para instituciones de tan diversas sociedades, dificulta comprender el sentido que guarda la institución escolar en el programa de la modernidad. La institución escolar del programa de la modernidad es una expresión del proyecto burgués instaurado a partir del trastocamiento del mundo feudal al término del medioevo. Es hija de las aspiraciones políticoculturales de ese proceso social. Es la expresión política sobre la cual se busca construir la formación del nuevo ciudadano bajo las ideas de libertad, fraternidad e igualdad, en las que subyace la búsqueda de la justicia, y posteriormente las ideas respecto del progreso y orden social.1 Al mismo tiempo es expresión del proyecto cultural que la reforma y contrarreforma, ilustración y enciclopedia abren en el proceso que desembocé en el programa de la modernidad. En última instancia la escuela es la institución que promoverá la emancipación humana, inicialmente como emancipación de la razón (al proveer el acceso al conocimiento a todos los hombres), y como promotora de las posibilidades de progreso, orden, libertad e igualdad. Esta es la tarea de la institución escolar en la modernidad. Pero esta tarea, como el propio programa de la modernidad, se desvirtuó al asignarle el mismo programa la tarea de ser una institución para el control y sometimiento del hombre. Se trata de adaptar pasivamente al ser humano a las condiciones de una sociedad particular. Así la escuela escondió y deformó la cultura bajo la perspectiva de mantener el control sobre la ideología del hombre. De ser un instrumento de liberación del hombre se convirtió en un elemento que promueve la enajenación de la razón humana, la inutilización de la posibilidad humana de hacer uso independiente su propia razón, de su propia posibilidad de pensar. La institución escolar se ligó a las causas que buscan mantener atado al hombre. De hecho, se mueve en dos hipótesis contrarias: por una parte constituye la posibilidad de emancipación del hombre, y por la otra, es un espacio de posible alineación del hombre. Frente a esta cuestión quizá sólo le quedan dos opciones: — A partir de una crítica a su propia labor reorientar su funcionamiento en relación con el programa de utopía para la que fue conformada: la emancipación del hombre. — Redefinir su rol y su actuar desde una perspectiva posmoderna. Lo cual implicaría aclarar como una interpretación posmoderna, o una condición posmoderna puede producir un proyecto para la escuela. Cada una de estas cuestiones tiene sus implicaciones, este trabajo intentará debatir fundamentalmente las posibilidades que tiene la escuela para cumplir con la tarea de emancipación para la que fue creada en el propio programa de la modernidad. II. LA ESCUELA: UNA INSTITUCIÓN EN CUESTIÓN Sin lugar a dudas la escuela es una institución cuestionada. La desconfianza que existe sobre su funcionamiento lamentablemente ha sido bien ganada y paradójicamente es una de las líneas que el programa burgués la asigna de manera implícita. Para Althusser es un aparato ideológico al servicio del Estado que tiende a reproducir las concepciones y valores de la clase en el poder; para Illich es la “vaca sagrada” de la sociedad; para Foucault es una de las instituciones cuya tarea es la normalización del sujeto para las condiciones de la sociedad actual. Indudablemente estos autores tienen sus razones para interpretar de esta forma el papel que desempeña la escuela en la sociedad. ‘Seguramente un rastreo histórico sobre el desempeño de la institución escolar en la modernidad mostraría que no sólo en el momento actual se ha denunciado un conjunto de atrocidades que se realizan sobre los estudiantes bajo el supuesto de “educación”. Desde esta realidad se ha gestado una mirada sobre la institución escolar doblemente negativa. Negativa, en sentido dialéctico hegeliano, como oposición al momento positivo. Pero también negativa, en un sentido mecanicista, no dialéctico, en cuanto condena a la institución escolar a permanecer permanentemente bajo la inmovilidad del cuestionamiento. En esta segunda posición la institución escolar no tiene salida. Por ejemplo: habitualmente desde el psicoanálisis sólo se recuerda que Freud consideró a la educación como una profesión imposible, no se analiza toda otra yeta del pensamiento freudiano de positividad hacia la educación. lllich propone sencillamente la desescolarización social, no analiza la relación estructural que existe entre proceso de modernidad y escuela. Y así podríamos continuar en la expresión de esta dimensión negativa. Por otra parte no podemos dejar de mencionar el contraste que existe entre esta visión y el optimismo que tienen los teóricos que directamente se enfrentan a encontrar formas de trabajo en la escuela. Sea desde la escuela tradicional’ o desde la escuela activa se busca desarrollar una línea de utopía y emancipación. Para estos autores la utopía del programa de la modernidad se puede lograr de determinada manera a través de las acciones de la institución escolar. Es necesario aclarar que consideramos teóricos a quienes han intentado formular un pensamiento conceptual en relación con la escuela. Son autores que han trabajado como maestros, que han estructurado en un nivel su pensamiento en relación a la escuela. Tienen divergencias entre ellos, pero asumen la utopía del programa de la modernidad. También es necesario precisar que aquí subyacen otras dos cuestiones, de distinto nivel: Por un lado encontramos maestros que piensan en la escuela y logran reflexionar sobre ella a partir de una posibilidad utópica,’ son profesores que al vivir de manera directa un problema educativo buscan encontrarle una respuesta dentro del propio ámbito pedagógico. En este nivel se podría ubicar el trabajo de Freinet o el de Paulo Freire. En general se reconoce que los méritos de la acción educativa de los actores de la escuela activa se deben a la personalidad y características de cada uno de los promotores de estos proyectos. Cuestión que también se podría observar en el ejercicio de otros modelos educativos. Esto invitaría a analizar con mayor detalle el papel relevante que en relación con un trabajo educativo pueden jugar los sujetos del mismo.’ Por otro lado reconocemos que existe una gran dificultad para que las líneas de reflexión sobre la escuela realmente impacten las prácticas de la misma. Existe una inclinación a que toda propuesta educativa normativice la acción de los maestros. Puede parecer extraño la afirmación de que los teóricos de la escuela tradicional postulan el proyecto de la modernidad. Pero éste es el sentido histórico que tiene el debate de Comenio en el siglo xvii. Cuando expresa que hay que enseñar todo a todos, enseñar simultáneamente a todos los estudiantes de ambos sexos y en su lengua materna, que la enseñanza debe ser agradable “basta con un poco de maña para capturar la atención de todos”,’ todo es más fácil si el educador sabe mezclar algo de deleite, si primero se presenta la cosa y luego las palabras sobre la cosa, si sólo se presenta una cosa a la vez, si se procede de lo fácil a lo difícil, etcétera. Y fundamentalmente cuando tajantemente expresa: “No castigue por falta de aprendizaje porque lo único que hará es que se aborrezcan los estudios”. Quien conozca las prácticas educativas del internado jesuita del siglo xvi: su rigor, su elitismo, su sistema de sanciones, su abstracción de la realidad’6 podrá entender el debate que subyace entre ambos modelos educativos y el valor que tiene la propuesta comeniana como precursora del programa burgués. Así Comenio postula los intereses históricos del programa de la modernidad y los enfrenta en el ámbito pedagógico a los intereses del mundo feudal en decadencia representados por la pedagogía del internado jesuita. No es posible dar cuenta en este ensayo de las diversas posiciones que a lo largo de tres siglos (XVII-XIX) existieron en relación con las propuestas educativas. Un estudio sobre Pestalozzi, Früebel y Herbart permitirían analizar las formulaciones conceptuales que el modelo tradicional tiene, y la forma como se vincula al programa de la modernidad. A fines del siglo pasado los cuestionamientos a la institución escolar llevaron a conformar el movimiento escuela activa, un movimiento que a partir de la confianza que tiene en el sujeto de la educación, pretende crear condiciones para: desarrollar un comportamiento democrático, de ahí el valor que tiene la asamblea en este movimiento, como respetar y promover una aproximación original y personal al conocimiento a partir del reconocimiento de los intereses específicos del individuo. Se puede observar que el movimiento escuela activa es profundamente optimista y utópico. Tiene muy diversas vetas y prácticas en su interior, lamentablemente su aplicación no es viable en las condiciones sociales que reclama la industrialización, ni en el tipo de cultura que bajo el principio de libertad se promueve a través de los medios masivos de comunicación’ en estas sociedades. La sociedad industrial necesita al hombre productivo, todas las otras esferas que conforman al ser humano deben ser sacrificadas o subordinadas en función de este ideal social. No podemos dejar de mencionar que a partir del movimiento estudiantil de 1968 se realizó una seria crítica a la escuela, la cual fue acompañada con la emergencia de un nuevo pensamiento educativo, expresado como: pedagogía institucional, no-directivl dad, pedagogía como práctica de libertad, grupos operativos en la enseñanza, etcétera. III. EL SENTIDO DEL PROGRAMA DE LA MODERNIDAD El debate entre modernidad y posmodernidad pasa por un profundo cuestionamiento tanto a la deformación histórica del programa de la modernidad, como sobre el señalamiento de sus límites político sociales. Estas cuestiones de alguna manera caracterizan el debate entre ambas posturas. Consideremos que por una parte Habermas, entre otros, asume la validez actual de este programa una vez que se hayan rectificado sus errores; y por la otra, reconozcamos que es difícil de conceptualizar el término posmodernidad. Se trata de una categoría cuyo significado es ambiguo, lo que dificulta la comprensión de las posiciones se pueden derivar del mismo. Para unos autores la posmodernidad es “el abandono de la época de la razón para asumir la época de las razones” para otros “posmodernidad es la crítica a ultranza”. Lyotard postula que “la posmodernidad no es el fin del modernismo, sino su estado naciente”. En algún momento el discurso de la posmodernidad remite al individualismo a ultranza, al fin de la “serialidad” sartreana, al fin de la utopía. Posmodernidad significa la destrucción total, es la bomba atómica. Incluso es necesario reconocer que el pensamiento posmoderno aparece signado por algunos de postulados que lo caracterizan con la nueva derecha. No podemos negar que estas posiciones dificultan el tratamiento de la problemática. Lo moderno se constituye como referente de lo posmoderno, porque desde la modernidad se puede acceder, según algunas líneas posmodernas a: otras racionalidades y/o realizar una crítica o un estado naciente. Por lo tanto, tomando como eje los planteamientos de la modernidad buscaremos explorar algunos sentidos que se asignan a la institución escolar y la manera como el proceso histórico ha deformado y cancelado a los mismos. Si además tomamos como referencia el concepto de Lyotard de que la posmodernidad no es el fin de la modernidad sino su estado naciente. Nos preguntaremos cuáles son las líneas nacientes de una escuela que hay que transformar. La escuela contemporánea es una institución propia de la modernidad, por ello, se hace imprescindible entender lo que constituye ese proyecto y el papel que le asigna a esta institución. El conjunto de procesos sociales que se concretaron en la revolución francesa, son sin lugar a dudas, los que permiten comprender el espíritu del programa burgués. Un espíritu que Kant y posteriormente Habermas definen como la emancipación del hombre. Varios niveles existen en esta tarea emancipadora: uno es la conformación de un Estado nacional donde el gobierno responda al interés de cada uno de los ciudadanos; otro es el dominio del mundo y de la naturaleza a través del saber. “El programa del iluminismo consistía en liberar al mundo de la magia. Se proponía, mediante la ciencia, disolver los mitos y confutar la imaginación”. Es válido afirmar que una de las tareas asignadas inicialmente a la escuela responde a este doble sentido: formar libremente al ciudadano para que esté en condiciones de desarrollar sus derechos, y buscar el acceso a una forma de conocimiento, ligada a la ciencia que le permita la superación de mitos, creencias y supersticiones. No se puede negar la importancia de esta tarea y el papel significativo que la institución escolar pública puede jugar en ello. De hecho, ésta es una de las razones fundamentales para crear la institución escolar ligada al estado nacional, esto es para convertir a la educación en una cuestión de interés público y restringir los intereses privados que puedan girar en relación con ella. La escuela operaría en la realidad como un instrumento que propiciaría la democracia en la sociedad, en esta doble perspectiva: acceso a la educación para todos, y la libertad para el uso de la razón. La escuela: un factor de democratización social Para entender el sentido político-social de esta cuestión habría que atender a las formas de instrucción que existían a finales de la edad media. En donde era claramente diferente la forma educativa que se ofrecía a los hijos de la nobleza y a los hijos de los siervos. Así lo expresa Durkheim: La educación varía de una casta a otra; la de los patricios no era la de los plebeyos; la del bramán no era la del sudra. Lo mismo en la edad media. Que separación entre la cultura que recibía el joven paje, instruido en todas las artes de la caballería, y la del villano, que iba a aprender a la escuela de parroquia algunos escasos elementos de cálculo, canto y grámatica”. En la transición del medioevo a la modernidad las propuestas emanadas de la reforma tuvieron un sentido ampliamente popular que después asumió el Estado nacional, así en 1657, Comenio escribía: “Lutero, en su exhortación a las ciudades del imperio para que erigiesen escuelas (año 1525), exige: Que en todas las ciudades, plazas y aldeas se creen escuelas para educar a toda la juventud de uno y otro sexo”. Una primera tarea que la modernidad le asigna a la institución escolar es constituirse en factor de democratización social, al promover el acceso al conocimiento para todos. De hecho, formalmente los estados nacionales recogen esta idea e incluso la legalizan a través de sus ordenamientos jurídicos al establecer la obligatoriedad de la educación para todos. No podemos dejar de reconocer que en la actualidad la escuela está lejos de cumplir con este factor democratizador en la sociedad. Los diferentes estudios efectuados sobre el efecto redistributivo que tiene la educación en la sociedad han mostrado fehacientemente que es un instrumento más en la conformación de la desigualdad social. Bien sean los diversos trabajos que desde la década de los setenta se realizaron en México, en particular en el Centro de Estudios Educativos. O los planteamientos sobre una doble red de escolarización que a principios de los setentas formularon Baucletot y Establet al estudiar el sistema educativo francés, pero que indudablemente tienen una significación particular en nuestro contexto a raíz de la crisis económica. Finalmente los estudios recientes de la sociología francesa (Bourdieu) o inglesa (Bernstein) que bajo el concepto de capital cultural o códigos ampliados o restringidos señalan que las condiciones socioculturales y económicas son determinantes de la probabilidad de ingreso y permanencia en el sistema escolar. En el caso mexicano existe múltiple evidencia que indica que es totalmente diferente la probabilidad que tiene el hijo de un campesino (en el medio rural) y el hijo de un empleado (en el medio urbano) de terminar sus estudios de primaria. Según datos que presenta el programa de modernización educativa, en la actualidad se calcula en 4.2 millones el número de analfabetos mayores de 15 años. 15 millones de adultos no han concluido su primaria, cerca de 16 millones más la secundaria... 300,000 niños (2 por ciento) no tienen acceso a la escuela. Cerca de 880,000 alumnos abandonan cada año la educación primaria. Sólo el 54 por ciento de los 14.6 millones de alumnos concluyen sus estudios primarios. Asimismo se podría mostrar que son diferentes las condiciones de aprendizaje entre las escuelas sostenidas con el erario público y las escuelas que exigen el pago de colegiaturas. Los estudiantes universitarios se encuentran ante una complicada red de escolarización, una red que se abre entre diversas opciones, entre diversos proyectos de las universidades públicas (liberales-conservadoras, modernizantes, democráticas y populares), universidades ligadas al gran capital, universidades ligadas a proyectos democrático-religiosos, entre otras. Opciones que son valoradas de manera muy diversa en el mercado ocupacional. La interpretación simple en esta cuestión es que en unas instituciones se da una mejor educación que en otras. Una perspectiva más compleja de la misma analizaría la manera como códigos (Bernstein), Capital Cultural (Bourdieu), redes de escolarización (Baudelot-Establet), y diversos factores económico-sociales influyen en forma definitiva y previa a la escolarización en los propios resultados de ésta. De esta manera el proyecto de la escuela es un proyecto estructurado en la deformación. Pero esta estructuración se da desde fuera del proceso escolar. Sin embargo, aquí se encuentra una paradoja central de la institución escolar. Ésta no cumple habitualmente con el sentido de la emancipación del programa de la modernidad, de hecho se convirtió en una institución que legitima la desigualdad social. La liberación de la razón Hemos afirmado que el programa de la modernidad tiene como uno de sus ejes la liberación de la razón humana. Para entender esta cuestión habría que tomar en cuenta la manera como a finales del periodo medieval la iglesia romana luchó por controlar y enjuiciar a quienes llegaban a conclusiones que contradecían a la “teología” de la época. Así Copérnico fue obligado a “renegar” públicamente de su tesis sobre el movimiento de la tierra. Interesante resulta para la presentación que estamos haciendo el estudio histórico que sobre las actas de la inquisición realizó Ginzburg. En este material examina los conceptos que llevaron a condenar a la hoguera a Menochio, un molinero de Montereale, pueblo de las colinas de Friuli, en el siglo xvi. Los argumentos calificados de “heréticos” por los inquisidores tienen un fondo de verdad incuestionable: • . soy de la opinión que hablar latín es un desacato para los pobres, en los litigios los pobres no entienden lo que se dice y están aplastados, “vosotros sacerdotes y frailes, queréis saber más de Dios, y sois como el demonio”, “Todos los sacramentos, incluido el bautismo son mercancías, invención de los hombres, instrumentos de opresión y explotación por parte del clero cuando nacemos estamos bautizados, por que Dios, que ha bendecido todas las cosas, nos bautiza.” En las actas del juicio se localizan momentos importantes que dan cuenta de lo que significó históricamente la conquista de la razón por el hombre y para el hombre. En la primera parte del juicio Menochio daba explicaciones míticas respecto de sus ideas, tal como se ve en la siguiente afirmación: “Estas palabras dichas por mí las decía por tentación . . .ha sido el espíritu maligno el que me ha hecho creer esas cosas.” Pero más adelante justificaría de una manera más tajante la proveniencia de estos pensamientos: “Señor, nunca he conocido a nadie que tuviera estas opiniones; estas opiniones que yo tengo las he sacado de mi cerebro.” Precisamente lo que estaría vedado en el periodo medieval es “sacar opiniones del cerebro”, así por atreverse a pensar este molinero es condenado a muerte. Por ello Kant afirma que la ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad para usar la razón. Afirma: la pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo... Es tan cómodo no estar emancipado. Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura que me ofrece su conciencia, un médico que me prescribe recetas, así no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar. Un elemento es central en este uso de la razón. Y es que existe el derecho de hacer uso público de la misma. No puedo confinar mis pensamientos a mi intimidad. Tengo el derecho de poder expresar en público esa razón: “el uso público de su razón le debe estar permitido a todo el mundo y esto es lo único que puede traer ilustración a los hombres... entiendo por uso público aquel que en calidad de maestro, se puede hacer de la propia razón”. Kant es tajante, se trata de conquistar la libertad, “para esta ilustración no se requiere más que una cosa, libertad; y la más inocente entre todas las que llevan ese nombre: libertad para hacer uso público de su razón íntegramente”. Y aquí encontramos una incomensurable tarea para la escuela. A través de esta institución el ser humano tiene: Primero, la posibilidad de conquistar “su libertad de razón”, esto es los fundamentos para que conociendo distintas opciones conceptuales aceptar unas y rechazar otras, y al mismo tiempo desarrollar sus propias ideas respecto al mundo. Segundo, el reconocimiento de que puede hacer uso público de esta razón. De que esta libertad no será coaccionada ni por un régimen político, ni por cualesquier otra instancia social, incluso ni por la misma escuela. Y aquí salta a la vista otra deformación de la institución escolar. Su tarea se ha pervertido en un doble sentido: No presenta las opciones que existen en relación con una interpretación del mundo, para que el sujeto se adscriba a algunos de estos pensamientos y rechace otros. Y esta perversión la defiende tanto el pensamiento funcionalista, como el marxista: “Educar es la transmisión de valores de la generación adulta a la joven”, o “en la escuela se aprenden reglas de buen uso de la conveniencia… es la reproducción de la ideología dominante”. De esta manera la tarea de la escuela es alienante. Se trata de presentar “una” interpretación de la cultura, de la ciencia, del hombre y del mundo. Se trata de fabricar al hombre que las condiciones actuales reclaman: Un ser que posea conocimientos y técnicas útiles y necesarias para producir. Se le crea la ilusión de que el conocimiento científico es uno y que con este conocimiento domina al mundo. Cuando de esta forma el hombre es incapaz de desarrollar una comprensión del mundo, ni una comprensión de sí mismo., Así el hombre puede hacer uso, de forma alienada de tecnología moderna (video, computación, electrónica, etcétera), pero no puede explicar los principios, postulados y formas por las que se accede a esa tecnología. El hombre puede producir cosas, pero no entiende el mundo que le toca vivir, no entiende sus relaciones, no sé entiende a sí mismo. La escuela parece haber renunciado a asumir esta tarea. Desde esta aproximación pareciera que la escuela ha fracasado frente a una tarea central que el proyecto de la modernidad le asignaba. Esto es, no es factor de democratización social, sino contrariamente los certificados escolares contribuyen a la legitimación de las desigualdades; tampoco posibilita el acceso al conocimiento, al uso de la razón. La interpretación común, precientífica se impone sobre el trabajo racional y en ocasiones la misma escuela promueve estas visiones sobre el mundo; finalmente, tampoco permite el uso público de la razón. La escuela ha creado diversos instrumentos para desvirtuar el empleo de la razón. Y aquí surge un interrogante: Estas deficiencias de la tarea escolar corresponden sólo a una desvirtuación interna de la institución escolar, o bien responden a una degeneración estructural del proyecto de la modernidad, o incluso se puede pensar que el propio proyecto de la modernidad no fue tal, sino que en sus vetas implícitas “orden, control” crea una institución “la escuela, entre otras” para la realización de esta tarea, no manifiestamente reconocida pero de vital importancia. Es aquí donde la “ultracrítica” posmoderna puede ayudar a elucidar la cuestión. IV. CULTURA E INFORMACIÓN UNA PROBLEMÁTICA POSMODERNA DE FINES DE SIGLO XX Hoy los medios de comunicación juegan un papel definitivo en la “instrucción” del ser humano. Los medios establecen lenguaje, valores, códigos e interpretaciones del mundo. La escuela hace muy poco frente a ello. Los libros aparecen “fastidiosos”, de difícil acceso, y no sólo por su costo material sino fundamentalmente por la imposibilidad de comprenderlos. Se ha generado una “pseudo” cultura media que no guarda ninguna relación con la conceptualización de las cosas. De esta manera el hombre aparece como más liberado, libre de hacer cosas, pero fundamentalmente atado, o mejor dicho alienado, en sus procesos de razón. Un dato científico “es” por sí mismo, no necesita explicarse ni comprenderse en una explicación conceptual. Un profesor universitario decía en relación con esta cuestión: “Aplicando modelos estadísticos los alumnos saben si una plaga empezó a decrecer, pero no pueden explicar a qué se debe esta situación.” De esta manera el sujeto se encuentra imposibilitado a hacer uso público de su razón. Quizá en un mundo donde se dicen muchas cosas, donde se vive en un exceso de información, nadie puede acceder a la información, que se produce diariamente. Es cada véz más difícil tener un conocimiento preciso de lo fue se publica mundialmente sobre un tema. Y no sólo por falta de medios, porque con los bancos de datos y su interconexión internacional el acceso es una operación relativamente sencilla, sino porque ahora es complicado discriminar entre millones de información cuál es la pertinente para los procesos e ideas que necesito trabajar. En este sentido el uso público de la razón va perdiendo sentido. El pensamiento posmoderno enfatiza que la evolución de los sistemas de información en las sociedades posindustriales modifican el estatuto del saber. Lyotard hace referencia a un estudio de la National Scientific Foundation en el que se establece que en el caso de países desarrollados “más de un alumno de high school de cada dos utiliza corrientemente los servicios de una computadora”. Según este autor los efectos de esta tecnologización del conocimiento modificarán las relaciones de los productores y de los consumidores respecto al mismo saber; trastocarán el concepto tradicional de formación,° frente a la relación saber-uso que se establecerá como determinante. Según Lyotard esto traerá como consecuencia un cambio significativo en el papel del Estado respecto al saber, la tecnología informacional y telemática afectarán directamente esta situación. Admitamos que una firma como IBM sea autorizada a ocupar una banda del campo orbital de la tierra para colocar satélites de comunicación y/o banco de datos. ¿Quién tendrá acceso a ellos? ¿Quién define los canales prohibidos: El Estado o un usuario entre otros? Se plantean nuevos problemas de derecho y a través de ellos la cuestión: ¿Quién sabrá?. Asistimos por tanto a un momento en que los procesos de producción, circulación y distribución del saber son completamente modificados. Máxime en sociedades con contradicciones tan fuertes como las nuestras, en las que algunas universidades privadas pueden adquirir un equipo de cómputo muy superior a sus necesidades educativas, mientras que otras, generalmente las públicas, se encuentran a la zaga en esta situación. Mientras algunas escuelas primarias incorporan cursos y vínculos con la computadora, otras, la mayoría, sólo tienen acceso al pizarrón, gis y libro. El lenguaje binario establece también una forma lógica de pensar. Situaciones de clase explican esta cuestión. Las diferentes formas de educar, en realidad redes de escolarización, agudizan las diferencias de capital cultural de los sujetos de la educación. Las fuentes de información y la cantidad de información es muy diversa en el campo y en la ciudad, y entre las ciudades y la capital. Sin embargo, frente a la condiciones de marginación en que viven muchos mexicanos hoy, la televisión se convierten un elemento homogeneizador de formas culturales. Los mensajes de la Coca-cola tienen carácter mundial, asistimos a una internacionalización de la cultura a través de ciertos artistas: Madona, el american way of life se encuentra presente en miles de chozas en el país. Al mismo tiempo que los poios de la cultura se unen (televisión), se distancian abismalmente. El papel de la escuela y del Estado se complican y entran en contradicción como nunca antes. Frente a todos estos problemas la escuela aparece envilecida. En general no logra promover ni la libertad en el uso de la razón, ni el uso público de la misma, (la televisión lo hace por el sujeto). Sencillamente como decía Illich: “la escuela escolariza”. A manera de una reflexión final es aquí donde podemos observar que lamentablemente la escuela es una institución de la modernidad que no logra cumplir las metas para las que fue creada en el propio proceso de la modernidad. No da un libre acceso a todos, no forma el pensamiento. Esto explicaría por qué entonces la escuela ha generado en rutinas, burocracias, exámenes departamentales, credenciales escolares. También explicaría por qué el maestro, en contacto permanente con una institución viciada tiende a viciarse, por qué el alumno aprende a “sobrevivir” en la escuela y no la considera como un medio para su desarrollo. En el fondo de esta cuestión surge un problema fundamental. Si es válido el programa de la modernidad, la escuela es una institución que puede coadyuvar a su logro. Surge la cuestión de en qué cosas debe cambiar la escuela, cómo debe cambiar para colaborar en el desarrollo de las líneas fundamentales de este programa. Si una de las tareas principales de la escuela ha sido la normalización del sujeto ¿hasta dónde será posible que entre sus perspectivas futuras, una de sus tareas sea promover el pensamiento propio, su razón? En pocas palabras ¿puede la escuela dejar sus prácticas de alienación y regresar a cumplir con las metas históricas que el programa de la modernidad le adjudicó? En esta cuestión es necesario analizar ¿hasta dónde el pensamiento posmodemo como crítica a la modernidad, como búsqueda de superación de la misma puede coadyuvar a rectificar las metas de la escuela?, pero de igual manera se impone un análisis sobre las deformaciones que ciertas vetas del pensamiento posmoderno pueden imponer sobre el pensamiento escolar, entre ellas destacan, su visión individualista del futuro, su vinculación con un proyecto neoconservador.