“La mujer está en contacto con los problemas humanos, vive inmediatamente de cerca la lucha económica y política. Su emoción y sus impulsos generosos se traducen con más libertad en la novela. La Carbonell de encendido acento social; Clorinda Matto de Turner, desgarrada por la miseria y el abandono en que se halla el indio; Amalia Puga, inquieta por el amor a una patria que no acaba de salir del baño de sangre del caudillismo. La mujer peruana se define, nuevamente, en su capacidad de comprensión y de dolor. Es siempre la compañera del hombre en la aventura vital por la justicia. La obra literaria y doctrinaria del apóstol y la lucha política dentro del cuadro establecido del Estado oligarca, no bastaban. La Universidad de San Marcos debía remozarse y a impulsos de la lucha, se liberaliza y se despoja de las rancias materias teológicas y dogmáticas heredadas de la colonia, ventila sus claustros, introduce nuevos estudios y da acceso a sus aulas a grupos cada año más numerosos de mujeres. Por esta época González Prada había experimentado ya con el Partido Radical, había entrado al seno de las primeras organizaciones gremiales obreras, la Federación de Panaderos y la de Textiles; y comenzaba el estudio de la doctrina marxista en los primeros años del presente siglo. Hacia 1915, se formaba en Trujillo, un grupo de calidades extraordinarias, alrededor de Antenor Orrego, que abriría la senda más recta y constructiva de toda la historia del Perú. Estaban allí Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides Spelucín, Oscar Imaña, Manuel Vázquez Díaz y varios más. En Lima, paralelamente se gestaba otro grupo de no menor inquietud, en el que destacaba José Carlos Mariátegui, el gran autodidacta del marxismo y Juan Guerrero Quimper, el pionero del sindicalismo peruano. Ha crecido la conciencia social. En el último lustro (1910) se habían librado las primeras batallas en defensa del trabajador de las haciendas azucareras y de las pocas fábricas urbanas. Se ha formado una juventud enérgica en la escuela del apóstol. El agigantamiento de la lucha social en el mundo y la crisis bélica, son la piedra de toque del despertar de las generaciones. De esto saldrá el movimiento de la Reforma Universitaria, la organización de la Federación de Estudiantes del Perú, la creación de las Universidades Populares González Prada. De esta vigorosa obra, fue motor y cerebro Haya de la Torre. Años más tarde y aquí, en México, fundaría la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que desde 1930 lucha sin desmayo en Perú por realizar la justicia social y crear una democracia con pan y libertad. En esta inquieta búsqueda de una solución para el drama peruano está presente la mujer: como compañera de lucha y señuelo de esperanza; como madre, esposa, hermana; como obrera, estudiante, empleada y campesina; la mujer como futura ciudadana. Porque, además que sufre todas las injusticias que el hombre, es a la vez y más odiosamente, la víctima del hombre. Del de la oligarquía y sus clientes, a cuyas manos sufre el atropello sexual en sus latifundios de costa y sierra; el atropello a su derecho de libertad de trabajo y de justa retribución, siendo todavía obligada al servicio personal gratuito en la casa del señor feudal, si india; o a recibir la mitad de la retribución que el hombre percibe por el mismo trabajo, si empleada u obrera. Y,más aún, víctima del atropello a su derecho de madre. Porque la madre india ve cómo se le arranca al hijo para hacerlo peón desde pequeño, soldado cuando joven, y un ser deforme y tarado cuando los años de explotación lo devuelven triturado al seno de la madre o de la tierra —gran madre de todos los desamparados—; y no pocas veces, velo convertido en hiena o chacal homicida por las armas que una ley de iniquidad le pone en las manos y lo empuja a manejar contra sus propios hermanos en la ciudad y el campo. Así es como la mujer peruana abraza con todo el ímpetu de su ser la causa de su pueblo. Lucha por su emancipación junto