Ensayo El problema del mal - Filosofia del la Religion

June 12, 2018 | Author: Ruben Fernandez Rivera | Category: Problem Of Evil, Free Will, Calvinism, God, Bible
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Consideraré lo que es, tal vez, la objeción más seria y persuasiva que los incrédulos y ateos han levantado en contrade la existencia del Dios de la Biblia: el problema del mal. Una formulación típica del mismo es la que sigue: Premisa 1: Si Dios fuera Todopoderoso, Él sería capaz de prevenir el mal. Premisa 2: Si Dios fuera todo Bondad, Él desearía prevenir el mal. Conclusión: De modo que, si Dios fuera tanto Todopoderoso, como todo Bondad no existiría el mal. Premisa 3: Pero el mal existe. Conclusión: Por lo tanto, no existe un Dios Todopoderoso y todo Bondad.[1] Tal es la manera del filósofo de observar el problema. Pero la esencia del mismo es también una preocupación para los no filósofos. ¿Quién de nosotros no ha clamado “¿por qué Señor?” cuándo hemos estado acosados por tragedias en nuestra experiencia? Simplemente sentimos una terrible discrepancia entre nuestra experiencia y lo que creemos que Dios es. Ese clamor que sale desde el corazón puede ser simultáneamente un grito de dolor, un grito pidiendo ayuda, un grito por iluminación y un grito de duda que cuestiona nuestras propias presuposiciones más profundas. Ese “¿Por qué Señor?” expresa todo lo que dice el argumento filosófico y más. Y es que este problema es, tal vez, la más seria y persuasiva objeción para el teísmo Cristiano. El Profesor Walter Kaufmann siempre se refirió a éste como su argumento más fuerte contra el Cristianismo —él perdió miembros de su familia en el Holocausto. Para él la realidad del mal era una “refutación completa del teísmo popular”. Mucha gente que ha experimentado el sufrimiento y la muerte de un niño, o algún otro sufrimiento que parezca completamente inmerecido, mantendrá un rencor contra Dios, cuyo contenido intelectual puede ser descrito en nuestras premisas y conclusiones. Tal vez todo Cristiano se ha preguntado acerca de este asunto, y muchos de nosotros hemos experimentado períodos de duda a cuenta de un gran sufrimiento, un niño que nace con una deformidad, o la pérdida inesperada de un ser querido. ¿Existe una respuesta para explicar el problema del mal satisfactoriamente? Eso depende de lo que tú quieras decir por una respuesta. Si estas buscando una explicación que reivindique la providencia de Dios en toda instancia del mal, ciertamente yo no puedo proveer eso, y dudo si alguien más tampoco pudiera. Ni, pienso yo, podemos proveer una reconciliación teórica completamente satisfactoria entre la soberanía divina, la bondad, y el mal. El misterio de la relación de Dios con el mal es uno que, estoy convencido, nunca quedará completamente desvanecido en esta vida y no estoy seguro si lo sea en la otra vida. Un libro reciente del psicólogo Jay Adams, La Gran demostración,[2] es en muchas maneras un estudio bíblico excelente del problema del mal. El Dr. Adams es un colega y amigo mío, un hombre que ha sido de gran ayuda para la iglesia y para mí personalmente, yo cariñosamente lo amo en Cristo. Pero hay algo acerca de este libro en particular que, por decir lo menos, me incomoda. Adams es un solucionador de problemas y no le gusta ver cabos sueltos alrededor al aconsejar, al predicar o en la teología. Él es muy infeliz con respuestas sin sentido que se rinde ante los problemas, antes de haber intentado las mejores soluciones. Y a él parece no gustarle el acercamiento “puede que esto, puede que lo otro” que los teólogos emplean cuando no pueden encontrar algo definitivo que decir. Adams quiere ser capaz de decir, “Así dice el Señor. ¡Aquí está la respuesta, justo aquí!”. Y así, en su libro, dice que ha encontrado la respuesta para el “así llamado” problema del mal.[3] En su perspectiva, todos los teólogos inseguros que han sufrido intensamente con el problema a través de los siglos (tales como Agustín), quienes han murmurado “misterio” y andado de puntillas alrededor del asunto, simplemente han fracasado en ver la respuesta que ha estado justo allí en blanco y negro frente a sus narices! Esa respuesta es Romanos 9:17, “Porque la Escritura dice a Faraón: ‘Para esto mismo te he levantado, para demostrar mi poder en ti, y para que mi nombre sea proclamado en toda la tierra”. Dios levanta gente malvada (y, por implicación, todo tipo de mal) para que, prevaleciendo sobre ellos, pueda demostrar Su poder y Su nombre por toda la tierra. La respuesta de Adams, ciertamente, es una buena respuesta. Pero no remueve todo el misterio del mal. No responde completamente la pregunta que hemos propuesto. Porque se levanta entonces la pregunta ¿Por qué debería la demostración del poder y requerir el empleo de aquello que es totalmente opuesto a todo lo que Dios es? ¿No puede Dios demostrar Su poder sin contradecir su bondad? ¿No puede Dios mostrar Su nombre sin hacer que los pequeños bebés sufran dolor? ¿Cómo puede un Dios bueno, a través de Su sabia predestinación, hacer que alguien sea malo, aún cuando ese Dios odia el mal con todo Su ser? ¿Cómo puede El hacer eso, aún para mostrarse a sí mismo? ¿Entonces, el Dios así mostrado llega a ser algo menos que nuestro Dios de amor? Para responder a esta clase de preguntas, Adams debe retornar a las teodiceas[4] tradicionales y, al final –pienso yo- regresa al mismo misterio una vez más. La Gran Demostración, es una excelente contribución a la discusión del problema, pero yo desearía que el tono del mismo fuera un poco menos absolutamente seguro, un poco más abierto a las agonías de aquellos que todavía tienen problemas después de haber oído Romanos 9:17. El libro es una ayuda, pero no es “la” respuesta, y el “así llamado” problema del mal permanecerá como un problema para muchos lectores sensibles del libro. Mi propio veredicto es que improbablemente vamos a encontrar respuestas acabadas a todas estas preguntas, es decir, respuestas que no estén sujetas a preguntas adicionales. Sin embargo, pienso que podemos proporcionar respuestas en otro sentido. Si lo que quieres es ánimo para continuar creyendo en medio del sufrimiento, la Escritura provee eso, y lo provee abundantemente. Si quieres ayuda para continuar confiando en Dios a pesar de males inexplicables, sí, podemos ayudar. Y es eso lo que buscaré proporcionar en lo que sigue. Enfoque en: La Biblia En este capítulo voy a estar enfocando lo que la Biblia enseña respecto al problema del mal, siguiendo el buen ejemplo de Jay Adams. Su libro en sí mismo es más bien extraño en este sentido. La mayoría de los libros sobre el problema del mal tienen que ver con asuntos lógicos y experimentales sin mucho enfoque en la Biblia, tal vez por la convicción de que la Biblia no puede ayudar mucho. Como lo señalé anteriormente, yo no objeto el uso de datos extra bíblicos al tratar con este tema, pero sí creo que la Biblia en si misma nos trae tan cerca de una respuesta como nos fuera probable obtener. El problema del mal está muy asociado en nuestras mentes con los holocaustos de Hitler, con Stalin y Pol Pot, con terroristas, incluso los espantos de una eco destrucción, que con frecuencia somos tentados a pensar que este tema del mal es un problema moderno —como si el predominio de la incredulidad hoy en día fuera debido a la repentina comprensión por parte de la humanidad de que hay demasiada maldad en el mundo como para justificar el teísmo, idea ya pasado de moda. Pero ¿quién, en nuestra era moderna ha sufrido más y con más aparente injusticia que el Job de la Biblia? ¿Quién hoy día habrá meditado más profundamente sobre el tema del sufrimiento que él? Por cierto, el caso nos muestra que la Biblia se preocupa con el problema del mal. También lo veremos surgir una y otra vez en las páginas de la Carta de Pablo a los Romanos. Y aún podemos decir que la Biblia entera se dirige al problema del mal, ya que toda la historia se vuelve a la entrada del pecado y el mal en el mundo y al Plan de Dios tratando con el mismo. Hay otra razón por la cual la gente a menudo objeta el tratar con el problema del mal desde la Escritura. Es simplemente que ellos no creen en la Biblia como Palabra de Dios. Los teólogos liberales de distintos tipos a menudo pretenden tener “respuestas cristianas” al problema, pero aquellas respuestas consisten en revisar la teología de la Biblia. Ellos —y esto es especialmente cierto hoy en día con la escuela de “teología en proceso”— piensan que pueden resolver mejor el problema al modernizar la doctrina bíblica de Dios. Mientras que consideremos a Dios como la personalidad majestuosa, soberana, y absoluta de las Escrituras, ellos dicen que siempre habrá un problema del mal, porque el poder supremo siempre estará en conflicto con la bondad suprema. Pero, dicen estos “pensadores del proceso”, que si negamos el poder supremo y la soberanía total de Dios, entonces podemos resolver el problema del mal, ya que creen que el mal existe porque Dios no es totalmente capaz de prevenirlo. Pero en tales revisiones de la enseñanza bíblica es más lo que pierden que lo que ganan. Piensan: “¡Tal vez podamos resolver el problema del mal simplemente negando la soberanía de Dios! ¡Vayamos completamente hacia atrás para nuevamente adorar a las aves, así no habrá oportunidad alguna para que el problema del mal aparezca!, que falacia, tratar de defender un tema difícil sacrificando a la propia doctrina bíblica”. No, no y no. En algún lugar a lo largo de esta línea de pensamiento, terminarías con un dios que simplemente no es Dios, ni digno de alabanza. En mi perspectiva, un dios que no es soberano —un dios que difiere por completo de la personalidad bíblica absoluta— es un ídolo, y va a ser más despreciado que alabado. Un dios no soberano es un ídolo de sabiduría convencional, y no es la personalidad absoluta del Cristianismo. Necesitamos afinar nuestro sentido de proporción. Sería bueno tener una solución al problema del mal, pero no a cualquier precio. Si el precio que debemos pagar es acabar con la mismísima soberanía de Dios, el cristiano fiel debe decir que el precio es demasiado alto. Después de todo, si tal fuera el caso, sería de poca importancia si cualquiera de nosotros descubriera la respuesta al problema del mal. Sería posible vivir una vida larga, feliz y fiel sin una respuesta satisfactoria al problema del mal. Pero es del todo importante que adoremos al Dios verdadero, al Dios de la Biblia. Sin Él, la vida humana no vale nada. De todas maneras, éstos teólogos y filósofos, ¿quiénes piensan que son? ¿Por qué se imaginan que están en una posición de corregir la enseñanza de la Biblia con respecto a Dios? En su mayoría, en estos tiempos, ellos son conocidos por su erudición, no (por decirlo suavemente) por su piedad. Ellos no son profetas ni sacerdotes. No son conocidos por la profundidad de su relación personal con Dios. Ni aun serían candidatos para ser añadidos al calendario de los santos bajo el patrón Católico Romano. No, estos teólogos tienen como sus únicas credenciales unos grados académicos y posiciones en prestigiosas universidades; no son ellos los que darán una respuesta definitiva, si es que la hay. Algunos de nosotros podemos al menos sobrevivir, manteniendo nuestra credibilidad como maestros adhiriéndonos a las Sagradas Escrituras. Pero los teólogos liberales orgullosamente descartan las enseñanzas de las Escrituras como inferiores a la brillantez y lógica de sus propios pensamientos, exponiéndose a sí mismos como partisanos de la sabiduría del mundo y enemigos de la sabiduría de Dios. Me pregunto, ¿Por qué debería alguien prestarles atención? El hombre moderno, de una vez por todas, debe tener claro en su propia mente que lo que la Biblia enseña no está sujeto ni a revisión ni a cambios. Un novelista puede, por supuesto, revisar su novela si no le gusta la forma en que la narración se está produciendo. Pero si uno se atreviera a revisar la ley de la gravedad a causa de sus molestas consecuencias, no solamente fracasaría, sino que se revelaría como un tonto pretencioso. La Escritura es, con relación a esto, como la ley de gravedad; de ninguna manera es como una novela inventada. En cuanto a este tema, yo desearía que la Escritura enseñara más claramente al respecto, pero lo que dice es así, y no tengo control sobre su contenido. Elegir y escoger entre sus enseñanzas, revisar esto y modificar aquello, es sencillamente tan tonto como tratar de revisar la ley de gravedad. Porque si la Escritura estuviera equivocada, ¿cómo sabríamos lo que es correcto? Aún así, la verdad real, que en sí misma no está sujeta a revisión, puede ser mucho más difícil de aceptar para el hombre moderno que los supuestos errores de la Biblia. Así que tenemos que mirar nuevamente a la Escritura. Hay otros métodos, pero en mi mente, una inspección directa de la enseñanza de la Biblia es la mejor manera para defender nuestra fe contra las objeciones. Es en ese sentido que nuestro tratamiento del problema del mal proveerá un modelo para el tratamiento de otras dificultades. Lo que la Biblia No Dice Lo primero que tenemos que aprender de la Escritura es lo que no dice. Por supuesto, el apologista no está limitado a repetir lo que está declarado explícitamente en la Escritura. Sin embargo, es instructivo ver que muchos de los dispositivos usados por los filósofos para resolver el problema del mal no están presentes en la Escritura. Muy a menudo hay una buena razón por la cual no están presentes. Consideraremos aquí la mayoría de las defensas y teodiceas usadas en la discusión histórica. Debemos notar que algunos pensadores han combinado dos o más de las siguientes estrategias; algunas de ellas son compatibles con otras. La Irrealidad de la Defensa del Mal Algunas religiones orientales y sectas occidentales (por ejemplo, el Budismo y la Ciencia Cristiana) creen que el mal es realmente una ilusión. Aún algunos respetados pensadores Cristianos, tales como Agustín, han sugerido que el mal sea calificado bajo la categoría del no ser.[5] Agustín no quiere decir exactamente que el mal es una ilusión sino más bien que es una “privación”, una ausencia del bienestar, donde el bienestar debería aparecer. Con todo, él usa esta idea para quitarle la responsabilidad a Dios. Dios crea todo el “ser”, pero El no es responsable por el “no ser”. Estas explicaciones son realmente inadecuadas. No hay razón para que nosotros pensemos que el mal es una ilusión. Más aún, decir que lo es, es jugar con las palabras. Porque si el mal es una ilusión, es una ilusión terriblemente molesta, una ilusión que trae miseria; dolor, sufrimiento y muerte. Si se dice que el dolor también es ilusorio, yo replico que no hay diferencia entre el dolor ilusorio y el dolor real en lo que al problema del mal concierne. Ante la realidad del problema del dolor damos un paso atrás y preguntamos, “¿Cómo podría un Dios bueno darnos a todos nosotros tan terrible ilusión como este dolor que tan realmente sufrimos?” Una gran ventaja del punto de vista de la Escritura es que no juega con el sufrimiento de la gente. En la Escritura, el mal es tratado simplemente como algo con lo cual tenemos que lidiar, cualquiera que sea su status metafísico. Tampoco es la versión del buen Agustín más bíblica,[6] digamos lo que digamos, en cuanto a la distribución relativa del bien (eso es, del ser) a través del universo. La Escritura es clara en que tal distribución del bienestar está en las manos de Dios. Dios es tan responsable por las faltas y privaciones (si queremos llamarlas así) como lo es por el bienestar en todo el universo. Dios obra todas las cosas bajo el consejo de su propia voluntad (Ef. 1:11), como Agustín llegó a reconocer posteriormente. Esto incluye los pecados y males (Gn. 50:20; Lc. 22:22; Hch. 2:23; 4:28; Rom.9:1-29). Es cierto que todas las cosas son buenas, pero el corazón humano caído es malo, y por causa de eso, las actitudes y acciones humanas son malas. Por causa de eso, describimos muchos eventos en el mundo como malos porque ellos expresan la respuesta de Dios al pecado (Gn. 3:17-19). No hay razón para crear una categoría metafísica distinta (“no ser”, o “privación”) para el mal. El problema es simplemente que, Dios es soberano sobre todos los sucesos, buenos y malos, y como quiera que uno analice el mal metafísicamente, es parte del plan de Dios. La Defensa de la Debilidad Divina Muchos han recomendado algún tipo de debilidad o inhabilidad divina como la solución al problema: Dios no vence todo el mal porque no lo puede hacer —aunque hace lo posible por vencerlo. Esta es la respuesta de la “teología de proceso”[7] y también la del popular libro de Harold S. Kushner, Cuando le Suceden Cosas Malas a Gente Buena[8]. Esta solución niega las doctrinas cristianas históricas de la omnipotencia, omnisciencia y soberanía divinas, en tanto que busca preservar el atributo de la bondad de Dios. Pero la Escritura no solo deja de enseñar esta solución sino que la contradice firmemente. La omnisciencia de Dios (Sal. 139; He. 4:11-13; Is. 46:10; 1 Jn. 3:20), su omnipotencia (Sal. 115:3; Is. 14:24, 27; 46:10; 55:11; Lc. 18:27), y su Soberanía (Rom. 11:33-36; 1 Tim. 6:15-16) son céntricas para la doctrina bíblica de Dios. Uno pudiera preferir creer en un dios más débil que la personalidad absoluta de las Escrituras, pero debería estar enterado del costo de dicha preferencia. De tal modo, podría conseguir una solución al problema del mal, pero perdería cualquier esperanza segura para superar el mal. Logra satisfacción intelectual al costo de tener que enfrentar la horrible posibilidad que, después de todo, el mal pueda triunfar. Sin duda, hay algo irónico en llamar a esto una “solución” al problema del mal. La Defensa del Mejor-Mundo-Posible El filósofo G.W. Leibniz y otros han argumentado que este mundo, a pesar de todos sus males es, no obstante, el mejor mundo que Dios pudo haber producido. La razón no es la debilidad de Dios, como en la defensa anterior, sino más bien la misma lógica de la creación. Arguye que ciertos males son lógicamente necesarios para lograr ciertos fines buenos. Por ejemplo, debe haber sufrimiento si va a haber compasión para los sufrientes. Así que el mejor mundo posible incluiría algunos males. Dios, necesariamente, desde esta perspectiva, hace el mejor mundo posible, incluyendo cuantos males puedan ser necesarios para el mejor resultado total. Por causa de la misma excelencia de sus normas El no puede hacer nada menos. La Escritura enseña que Dios guarda las leyes de la lógica[9], no porque haya leyes “por encima” de Él a las que se deba conformar, sino porque Él es por naturaleza una persona lógica. Que Dios es lógico está implícito por las enseñanzas bíblicas de que Él es sabio, justo, fiel, y verdadero —atributos que serían insignificantes si Dios fuera libre para contradecirse a sí mismo. Pero lógicamente, ¿requiere un mundo perfecto la existencia del mal? Dios es perfecto, y en Él no hay mal alguno. Y de acuerdo a la Escritura, la creación original era perfecta, sin ningún mal (Gn. 1:31). ¿Era imperfecta por esa razón? Los nuevos cielos y la nueva tierra —es decir, la perfección final del orden creado —también estará libre del mal (Ap. 21:8). En cuanto al ejemplo anterior, el sufrimiento pudiera ser necesario para la manifestación de compasión, pero no es necesario para que alguien sea compasivo. Dios siempre ha sido compasivo, aun cuando no hubiera nadie a quien tuviera que demostrar compasión. ¿Es Dios, a causa de su perfección, sólo capaz de crear seres perfectos? Eso pudiera parecer lógico, pero la Escritura lo contradice. Dios creó seres que carecían de perfección. Por ejemplo, a Adán lo creó bueno, pero no lo perfecto, pues dice que le faltaba algo: ¡estaba “solo”, y eso no era bueno (Gn. 2:18)! Además, su justicia tenía que ser confirmada a través de la prueba (Gn. 2:17; 3:1-21). Satanás mismo fue, más probablemente, creado bueno, pero desde el principio fue capaz de rebelarse contra Dios. Siendo así, aún en la buena creación hubo imperfecciones. Y así va pasando a lo largo de la providencia histórica de Dios. Hay mucho que es imperfecto ahora, que a su tiempo será perfeccionado (o destruido) en los nuevos cielos y la nueva tierra. Por supuesto, el punto de vista de Leibniz no es que todo lo que Dios hace sea perfecto, sino que el mundo como un todo es perfecto, dada la necesidad lógica de algún mal. Al mismo tiempo que yo rechazo la idea de la necesidad lógica del mal, concedería la posibilidad de que, tomando en cuenta toda la secuencia histórica, incluyendo la gloriosa redención de Dios de los pecadores, este es el mejor mundo que Dios pudo haber hecho. Pero esa es solamente una posibilidad. Si Dios puede hacer seres individuales imperfectos, si Dios puede hacer un mundo entero que es imperfecto y necesita renovación, seguramente es posible que Él pueda determinar una secuencia histórica completa que sea imperfecta, en comparación con otros mundos que Él pueda haber hecho. Así que el asunto de fondo es: Yo no sé si este mundo (admitida una secuencia histórica completa) es el mejor mundo posible. Hasta donde yo sé, Dios es libre para hacer cosas que sean o bien imperfectas o perfectas. Así que no podemos resolver el problema del mal diciendo que sabemos a priori que este es el mejor mundo posible y que todos los males son necesariamente lógicos para su perfección, aun sin tomar en cuenta al problema del pecado en el mundo. La Defensa del Libre Albedrío La defensa más común entre los filósofos profesionales hoy en día está basada en el libre albedrío humano[10]. La defensa del libre albedrío dice que el mal acaeció por la libre elección de las criaturas racionales (Satanás o Adán o “todo hombre”). Ya que esa libre elección no fue, en ningún sentido, controlada o predestinada o causada por Dios, El no puede ser considerado responsable de la misma[11]. Por lo tanto, la existencia del mal no compromete la bondad de Dios.[12] La Biblia enseña que el hombre es, o puede ser, libre en ciertos sentidos. (1) Él hace lo que él quiere hacer, actuando de acuerdo con sus deseos, así sean santos o perversos[13]. (2) Adán tuvo la libertad o habilidad para escoger, ya fuera el bien o el mal. La caída nos quitó esta libertad, puesto que las criaturas caídas pueden[14] hacer solamente lo que es malo (Gn. 6:5; 8:21; Is. 64:6; Rom. 3:10ss.). Pero la redención restaura el libre albedrío a aquellos que creen (2 Co. 5:17). (3) La Redención nos trae una libertad aún más elevada, una libertad del pecado y sus efectos en conjunto (Juan 8:32). “Libertad del pecado” es el significado común de “libertad” en el Nuevo Testamento. (4) Somos libres en el sentido que no somos las víctimas indefensas del determinismo histórico. La Biblia no nos permite reclamar deficiencias en la herencia, el medio ambiente, equilibrio psicológico, autoestima, y otros, como excusas para violar los mandamientos de Dios. Somos, en todas nuestras acciones (1 Co.10:31), responsables de obedecer al Señor. Aún más, la Escritura concuerda con los defensores del libre albedrío al enseñar que la culpa por los pecados descansa en el hombre, y no en Dios. Aún cuando la Biblia menciona específicamente un evento preordenado, la culpa por el mal reposa exclusivamente en los perpetradores humanos (ver Gn. 50:20: Hch. 2:23; 4:27) Sin embargo, la Escritura no enseña —de hecho lo niega— el libre albedrío en el sentido que es usado por los que defienden el libre albedrío. Puesto que desde esa perspectiva de libertad[15], las decisiones libres del hombre no son de ninguna forma predeterminadas o causadas por Dios. Pero la Escritura habla con frecuencia de que Dios determina nuestras libres decisiones (ver Gn. 50:20; Hch. 2:23; 4:27; también 2 S. 24:1, refiriéndose específicamente a decisiones malignas; también Pr. 16:9: Lc. 24:45; Jn.6:44, 65; Hch. 2:47; 11:18; 13:48; 16:14; Ro. 8:28 ss.; Ef. 2:8-9; Fil. 1:29). Y ciertamente las determinaciones libres de los seres humanos están incluidas entre las declaraciones generales de Romanos 11:36 y Efesios 1:11[16]. Vale notar que en Romanos 9, donde el problema del mal se levanta explícitamente, Pablo no recurre a la defensa del libre albedrío, más bien él contradice las suposiciones de los que la defienden. Él levanta la pregunta de por qué tan pocos judíos han creído en Cristo. Este es un asunto agonizante para él (vv. 2-5), porque éste es su pueblo e, históricamente, el pueblo de Dios —los herederos de su promesa. Debemos notar que esta misma pregunta presupone una fuerte perspectiva de la soberanía de Dios. Pues, ¿por qué el problema del mal se levanta aquí del todo a menos que Pablo estuviera asumiendo que la fe es un don de Dios? El problema es que Dios ha tomado a Israel para que sea su pueblo; aún así, él ha retenido de ellos considerablemente el don de la fe. La respuesta de Pablo es que desde el tiempo de Abraham, ha habido una división en el “pueblo de Dios”, entre aquellos que de hecho pertenecen a Dios por fe, y aquellos que son descendientes de Abraham sólo físicamente. ¿Qué causa esta división? Aquí, Pablo pudo fácilmente haber dicho “decisión humana[17].” Pero él no dice eso. Mas bien, él traza la división al “propósito de Dios en la elección” (v.11), añadiendo, “no por obras sino por aquel que llama” (v.12). A la verdad Dios predijo el destino de Esaú y Jacob antes que ellos nacieran, indicando que Él había predeterminado su destino (vv. 12,13). En el versículo 14 el problema del mal se hace presente: ¿Fue injusto Dios al ordenar el mal para Esaú antes que él hubiera nacido? No, dice Pablo. ¿Por qué? Los que defienden el libre albedrío hubieran contestado Dios previó las decisiones libres y autónomas de Esaú y por lo tanto determinó castigarlo. Pero Pablo niega esa conclusión. Al contrario, traza el mal a la libre elección propia de Dios: Tendré misericordia de quien tenga misericordia, Y tendré compasión de quien tenga compasión (v. 15, cita a Ex. 33:19). Entonces Pablo reitera: “Así que, no depende del deseo o esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios” (v. 16). Entonces viene el versículo 17 que nos dice que el propósito de Dios al levantar al malvado Faraón fue anunciar el nombre de Dios por toda la tierra. “De manera que, Dios tiene misericordia de quien él quiere tener misericordia, y endurece a quien él quiere endurecer” (v. 18). En el versículo 19 Pablo levanta el problema del mal nuevamente: ¿Por qué, entonces, Dios todavía nos culpa? Y nuevamente la respuesta no es “porque Dios no controla nuestras libres decisiones”, sino la respuesta es que “Él tiene completos derechos sobre nosotros para hacer todo lo que Él (¡soberanamente!) elija hacer”. La Biblia en ninguna parte usa la defensa del libre albedrío donde el problema del mal esté en pie para discusión. No lo encontrarás en el libro de Job, ni en el Salmo 37, o en el Salmo 73. Realmente todos estos pasajes presuponen la fuerte perspectiva común de la soberanía divina. Así que, la defensa usada por los que sostienen que hay libre albedrío no es bíblica. También hay problemas con su coherencia interna. Si, como en el arminianismo clásico, nuestras libres decisiones son literalmente infundadas, entonces ellas no son causadas por nuestro carácter o nuestros deseos más de lo que son causadas por Dios. Y, si este es el caso, nuestras “libres decisiones” son totalmente ocurrencias accidentales desconectadas de cualquier cosa en el pasado. Ellas son sorpresas temporales, peores que el hipo cuando ocurre en forma torpe. Una persona con de carácter recto que nunca tuvo una inclinación hacia el robo, podría, al pasar caminando por un banco, repentinamente, por algún extraño impulso, ir dentro y robar el banco aun sin querer hacerlo.[18] Seguramente no es esto lo que normalmente pensamos en conexión con el libre elección. Y dichas ocurrencias casuales difícilmente pueden ser el terreno de la responsabilidad moral ya que son esencialmente irracionales. Son ocurrencias de las cuales no hay una causa primera, no hay origen en una personalidad absoluta. Por otra parte, si el arminianismo-libertario ve la libre elección como algo causado por el carácter y el deseo, entonces está introduciendo factores que en sí mismos tienen causas[19] en genes heredados o en el medio ambiente, causas que preceden la vida consciente del individuo. Está sustituyendo un determinismo cósmico impersonal por el “determinismo” personalista del cristianismo bíblico. No veo esto como ninguna clase de ganancia para la responsabilidad moral. La Defensa de la Formación del Carácter La quinta defensa no bíblica que vamos a considerar es a veces llamada “Ireneana,” respecto al padre de la iglesia, Ireneo, que la empleó. En tiempos modernos ha sido impulsada por John Hick,[20] quien lo llama Teodicea “nacida del alma”.[21] El argumento es que el hombre fue creado en un estado de inmadurez moral. Para que llegara a la madurez total fue necesario que padeciera varias formas de dolor y sufrimiento. Es cierto que el sufrimiento, a veces, forma el carácter. Hebreos 12 dice que los creyentes experimentan la disciplina paternal y corrección de Dios. Así como los castigos de un padre terrenal producen disciplina en la vida de un niño, así nuestro Padre celestial nos pone a través de pruebas de manera que aprendamos hábitos de piedad. Sin embargo, pienso que no es bíblico convertir este principio en una teodicea en gran escala. Debido a una cosa, la Escritura enseña que Adán no fue creado moralmente inmaduro con la necesidad de desarrollar el carácter mediante el sufrimiento. Él fue creado bueno y si hubiera obedecido a Dios no hubiera tenido necesidad de experimentar sufrimiento. El sufrimiento es el resultado de la caída (Gn. 3:17). Además, la Escritura enseña que no todo sufrimiento forma el carácter. Los incrédulos sufren y a menudo no aprenden lecciones de ello. Tampoco toda mejora del carácter viene a través del sufrimiento. Los creyentes son hechos nuevas criaturas en Cristo (2 Co. 5:17). El cambio básico del pecado a la justicia es un don de la gracia de Dios. Además, nuestra santificación será perfeccionada en los cielos, no a través de un purgatorio de sufrimiento, sino a través de la obra propia de Dios. La Defensa del Medio ambiente Estable C.S. Lewis, en su libro El Problema del Dolor[22], sostiene que un medio ambiente estable es necesario para la vida humana. Nos conocemos el uno al otro a través de signos estables y regulares de la presencia de uno y otro (apariencia del rostro, voz, etc.). Vivir feliz y productivamente demanda un universo de leyes uniformes, de modo que podamos hacer planes y cumplirlos. Si, cuando tomara mi peine en la mañana, este se hubiera convertido casualmente en una tortuga, yo no sería capaz de desarrollar un patrón normal de peinar mi cabello. Pero, dice Lewis, un medio ambiente estable hace accesible la posibilidad del mal. Esto significa, por ejemplo, que la ley de gravedad no será anulada temporalmente para salvarme de caer por las escaleras. Bastante cierto. Pero, ¿necesariamente un medio ambiente estable produce el mal? ¿Será esa estabilidad causa suficiente para crear el mal? Ciertamente no. Dios creó a Adán (cuya existencia literal, yo deduzco que Lewis tenía ciertas dudas) y lo colocó en un medio ambiente estable, pero sin mal ni dolor. Yo no sé como funcionó esto-¿revocó Dios las leyes físicas de cuando en cuando para proteger a Adán, dejando suficiente regularidad para una vida diaria regularmente normal, o Dios simplemente predestinó que Adán no saliera enredado con estas leyes? Como quiera que fuera, no hubo dolor ni sufrimiento hasta la caída. Por otro lado, el cielo será, por cierto, otro medio ambiente estable, pero allí no habrá mal alguno.[23] Y ¿cómo un medio ambiente estable da lugar a males del corazón humano, el espíritu de rebelión contra Dios? De modo que, aunque algunos males pueden, seguramente, ser rastreados inmediatamente a las leyes naturales en un medio ambiente estable, ellas no son una explicación suficiente para el mal. La Biblia nunca se refiere a tal fuente. Hacerlo así sería culpar a la creación en vez de a nuestros propios corazones. La Defensa de la Causa Indirecta La defensa de la causa indirecta difiere de las primeras seis defensas en que comúnmente se le encuentra más bien en la teología Reformada. Van Til lo avala en una discusión del uso de Calvino del mismo contra Pigio.[24] Gordon Clark también hace uso del mismo en su Religión, Razón y Revelación.[25] El argumento parece ser que, ya que Dios es la causa indirecta en vez de la causa directa del mal El no tiene culpa por ello. Clark explica la distinción de esta manera: Dios es la causa última de mi libro, pero El no es su autor; yo lo soy. En consecuencia, yo tengo la responsabilidad por su contenido, no Dios. El autor es la causa más cercana al efecto, la causa “inmediata”. Si yo golpeo la bola de billar A, y ella golpea la B, y la B golpea la C, entonces yo soy la causa última del movimiento de C, pero soy la causa inmediata del movimiento de B; soy su causa o su autor. Es cierto que en la Escritura la relación de Dios con el mal es indirecta; no fue Dios quien tentó a Eva, sino la Serpiente.[26] Santiago 1:13 nos persuade que tal es siempre el caso con la tentación. Y también es cierto que en la Biblia la culpa moral se atribuye solamente a las criaturas. De tal modo, es muy tentador encontrar una relación entre estos dos hechos. Pero el ser la causa indirecta no mitiga la responsabilidad en sí —al menos al nivel humano. Si yo contrato un matón para que asesine a alguien, yo soy tan responsable por el asesinato como el hombre que de hecho tiró del gatillo. La Biblia nos advierte que incitar a alguien para que peque es en sí mismo un pecado (Dt. 13:6ss.; Ro. 14). ¿Es Dios, en este respecto, tan diferente de las criaturas que lo indirecto de su papel en el mal lo aísla contra la censura moral? La Escritura nunca dice que El es diferente en esa manera. Y si esa fuera la única solución que tuviéramos para el problema del mal sería una muy inadecuada. Porque describiría a Dios como algún tipo de jefe de una Mafia gigante que mantiene sus manos legalmente limpias, mientras obliga a sus subordinados a llevar a cabo sus asquerosos designios. ¿Es esa una descripción bíblica? ¿Es compatible con la bondad de Dios que la Biblia nos enseña? La Defensa ex Lex En el volumen recién citado, Gordon Clark también presenta otra teodicea, que, si fuera sana, haría la defensa de su causa-indirecta completamente innecesaria. El hecho de que incluya ambas defensas pudiera indicar alguna falta de confianza en una o la otra, aunque en la lectura del texto no encontramos que lo admita. Su argumento es que Dios es ex lex, que significa “fuera de la ley”. La idea es que Dios está fuera o encima de las leyes que prescribe para el hombre. Él nos dice a nosotros que no matemos, pero Él retiene para sí mismo el derecho de matar. De este modo, Dios mismo no está obligado a obedecer los Diez Mandamientos, o cualquier otra ley dada al hombre en la Biblia. Moralmente, Él está en un nivel completamente diferente al nuestro. En consecuencia, Él tiene el derecho de hacer muchas cosas que a nosotros nos parecen malas, aun cosas que contradicen las normas bíblicas. Para un hombre causar mal indirectamente, sería malo, pero no sería malo para Dios.[27] Con muy buen tino Clark procura poner fin a cualquier argumento en contra la bondad y justicia de Dios. Hay algo de verdad en este acercamiento. Tal como veremos, la Escritura prohíbe la crítica humana de las acciones de Dios. La razón es, como lo implica Clark, la trascendencia divina. También es cierto que Dios tiene algunas prerrogativas que Él nos prohíbe, tales como la libertad para tomar la vida humana. Clark olvida, sin embargo, o tal vez niega la máxima reformada y bíblica de que la ley refleja el carácter propio de Dios. Obedecer la ley es imitar a Dios, ser como Él, semejársele (Ex. 20:11; Lv. 11:44-45; Mt. 5:45: 1 P. 1:15-16). En la ética bíblica hay también una imitación de Cristo, centrada en la expiación (Juan 13:34-35; Ef. 4:32; 5:1; Fil. 2:3 ss.; 1 Juan 3:16; 4:8-10). Obviamente, hay mucho acerca de Dios que no podemos imitar, incluyendo aquellas prerrogativas mencionadas anteriormente. Satanás tentó a Eva para que buscara llegar a ser “como Dios” en el sentido de codiciar Sus divinas prerrogativas (Gn. 3:5).[28] Pero la santidad, justicia y bondad total de Dios es algo que podemos y debemos imitar en el ámbito humano. De modo que Dios honra, en general, la misma ley que nos da a nosotros. Él desecha el asesinato porque Él odia ver que un ser humano asesine a otro, y Él determina reservarse para sí mismo el derecho de controlar la muerte humana. Él prohíbe el adulterio porque Él odia el adulterio (que es un reflejo de la idolatría —véase el libro de Oseas). Podemos estar seguros que Dios se comportará de acuerdo a las mismas normas de santidad que El prescribe para nosotros, excepto hasta donde la Escritura declara una diferencia entre sus responsabilidades y las nuestras.[29] Pero sobre esta base, el problema del mal regresa. Si Dios nos prohíbe atormentar a otros, ¿cómo puede El permitir que sus criaturas sean atormentadas? Si El esencialmente se sujeta (con algunas excepciones) a las normas reveladas en la Escritura, ¿cómo puede El planear, predestinar y causar que el mal ocurra? Por tanto, no podemos concordar con la defensa ex lex de Clark, simplemente porque no es bíblico. El problema permanece sin ser resuelto. Una defensa ad Hominem Algunos apologistas cristianos se han acercado al problema del mal con la teoría que la mejor defensa es una buena ofensiva. Así, cuando un incrédulo cuestiona la consistencia de la soberanía de Dios y Su bondad frente al mal, el apologista contesta que el incrédulo no tiene derecho si quiera a levantar la pregunta, ya que no puede, sobre esta base, ni siquiera distinguir el bien del mal. El punto es correcto, hasta donde va. Como discutí anteriormente, los valores morales presuponen la personalidad absoluta revelada en la Escritura. Si no hay tal Dios, entonces el mundo está gobernado bien sea por el azar o por leyes impersonales, ninguno de los cuales demanda lealtad a los valores morales. Si, como el incrédulo, buscamos pensar y vivir sin Dios, no tenemos ninguna base para identificar o describir el bien y el mal. También es útil traer este punto a la atención del incrédulo. El, en una forma, tiene un problema más serio que el creyente. Si el creyente enfrenta el problema de cómo puede haber mal en un mundo teísta, el incrédulo enfrenta el problema de cómo puede haber o bien o mal en un mundo no teísta. En términos de la más amplia empresa apologética, esta clase de verdad necesita ser remachada al incrédulo. A los incrédulos ciertamente no les debe ser permitido dar por supuesta su propia autonomía al definir los conceptos morales. A ellos no se les debe permitir asumir que son los jueces últimos de lo que es correcto o equivocado. Verdaderamente, a ellos se les debe advertir que ese tipo de supuestos descarta al Dios bíblico desde la salida, y de ese modo muestra su carácter como una presuposición de fe. El incrédulo debe saber que rechazamos totalmente su presuposición e insistimos en sujetar nuestras normas morales a las de Dios. Y si el incrédulo insiste en su autonomía, podemos volvernos rencorosos y demandarle que muestre como un yo autónomo puede llegar a conclusiones morales en un universo impío. Sin embargo, tan valioso como pueda ser este punto en sí mismo, no es realmente una respuesta al problema del mal. Es un argumento ad hominem; es decir, que está dirigido a la persona antes que al tema de discusión. El incrédulo pregunta como juzgamos el mal; nosotros respondemos que él tiene un problema peor. Puede que así sea, pero con eso no hemos respondido su pregunta. Y él puede muy bien replicar: “Bueno, yo concedo que el ateísmo tenga su cuota de problemas, pero por ahora hablemos acerca de los de ustedes. Estoy señalando a lo que parece una contradicción en su sistema. Si mi sistema es o no una alternativa adecuada, es del todo irrelevante a la pregunta. Aun si yo fuera un cristiano,[30] todavía tendría la misma pregunta, y me gustaría tener una respuesta a la misma.” La Escritura, como veremos, reprende a la gente que levanta el problema del mal en ciertas formas. Y la Escritura no es completamente contraria a algunos tipos de respuesta ad hominen. Pero sus respuestas típicas son muy diferentes de la que está actualmente bajo discusión. Nos debemos apresurar, entonces, a descubrir positivamente lo que sí dice la Escritura. La Escritura nos da un Nuevo Corazón Por último, la Escritura nos da corazones fieles. Como lo señalamos anteriormente, la Palabra de Dios es poderosa para salvar (Ro. 1:16-17). A medida que el Espíritu Santo habla en las Escrituras, El cambia nuestro escepticismo en fe. Nuestros corazones son encendidos mientras oímos el evangelio (Lucas 24:32). De tal modo, no podemos hablar con la actitud arrogante de orgullosa autonomía. Solamente podemos estar llenos de gratitud a Dios por haber sido tan misericordioso con nosotros, a pesar de nuestro pecado. Lo maravilloso, como John Gerstner y otros han señalado, no es que haya mal en el mundo, sino que Dios haya perdonado la maldad en nuestros corazones por causa de Cristo. Sin ese nuevo corazón de fe estamos ciegos (1 Co. 2:14; 2 Co. 4:4). Pero Cristo abre los ojos que estaban cegados por el pecado y abre labios para cantar su alabanza (Sal. 51:15; 73:16-17). Los creyentes, aún con sus nuevos corazones, continúan preguntando acerca del problema del mal. Pero hay tantas razones para agradecer que nunca podemos mirar al mal con la misma pasión que el incrédulo. El creyente simplemente observa al mundo con valores diferentes de aquellos del incrédulo. Y el cambio en esos valores es tal vez lo más cercano que podamos llegar en este punto de la historia a una teodicea. [1] Sabemos que la Biblia se defiende a sí misma en un sentido importante, pero Dios también llama a su pueblo a defender su verdad (Fil. 1:7,16; 1 P. 3:15). En la defensa, así como en la prueba, la Escritura provee las normas y criterios fundamentales que el apologista debe emplear. Sin embargo, no estamos restringidos a la Escritura para los datos de nuestros argumentos. Todos los hechos tienen una significación apologética, porque todos los hechos son creados y ordenados por Dios. Sin embargo, la Escritura provee las presuposiciones para cada fase de la apologética cristiana. [2] Santa Bárbara, Cali: East Gate Publishers, 1991. [3] El subtitulo de este libro es “Un Estudio Bíblico del, Así-llamado, Problema del Mal” [4] Teodice: Parte de la filosofía que trata de Dios y sus atributos a la luz de los principios de la razón. [5] Del ser, Dios dice, “Es bueno” (Gn. 1:31; 1 Tim. 4:4). Eso parecería indicar que solamente él no ser puede ser malo. [6] Por supuesto, deberíamos darle crédito a Agustín por reconocer que el mal no tiene poder en sí mismo y es en algún sentido un parásito de la bondad. [7] Como, por ejemplo, en David Ray Griffin, Dios, Poder y Mal (Philadelphia: Westminster, 1976). [8] New York: schocken Books, 1981. [9] Por supuesto, yo estoy hablando acerca de la lógica propia de Dios, que puede no ser idéntica a cualquier sistema lógico humanamente ideado. La lógica, como ciencia humana se esfuerza, como todas las ciencias humanas, en pensar los pensamientos de Dios a la manera de Él, pero no siempre lo hace tan perfectamente. [10] Una de las formulaciones más influyentes es la de Alvin Plantinga, Dios, Libertad y Mal (Grand Rapids: Eerdmans, 1977). [11] Estrictamente hablando, el argumento de Plantinga está basado, no en la realidad del libre albedrío en este sentido, sino en la mera posibilidad de ella. Pero, si tenemos razón para creer, como yo la tengo, que el libre albedrío en este sentido no es real, no puedo ver que el argumento de Plantinga sea muy convincente. En este sentido, el libro de Plantinga es un resumen del concepto arminiano del libre albedrío, aunque fue publicado mientras él enseñaba en el Calvin College, una Institución supuestamente Calvinista. [12] “Plantinga combina esta defensa tradicional del libre albedrío con una forma de defensa del mayor bien, la cual discutiremos después. Esencialmente él sostiene que el don divino del libre albedrío, aún con la posibilidad concurrente del mal, contribuye a un mejor bien total que el que habría en un universo sin tal libertad. En general veremos que la defensa del mayor bien contiene alguna verdad bíblica, pero dudo que el libre albedrío en el sentido de Plantinga sea, de hecho, un mayor bien. [13] Esto es a veces llamado libertad “compatible”, ya que es compatible con la determinación causal de las decisiones humanas. [14] Aquí el “puede” es un “puede” moral – espiritual, no un “puede” de habilidad física o mental. Los pecadores tienen la capacidad física y mental para obedecer a Dios, pero les falta la motivación moral – espiritual. Su problema es un problema de corazón, no una ausencia de alguna u otra capacidad. El problema es que a pesar de sus capacidades, ellos no obedecerán; y ese “no” está tan profundamente inculcado, tan intensamente reiterado, es una parte vital de su misma naturaleza, que en un sentido importante (pero único) ellos “no pueden”. Pienso que hay algo de confusión entre calvinistas y arminianos en este punto. En ciertos sentidos obvios, el hombre caído puede hacer lo correcto, y su responsabilidad depende de esa “capacidad”. Como lo enfatizó Van Til, la depravación es ética, no metafísica; no involucra una declinación en nuestras capacidades físicas, habilidades, o coeficientes intelectuales, sino un mal uso de estas. Los Calvinistas necesitan ser más claros al admitir eso, mientras hacen las distinciones apropiadas. [15] Esa perspectiva fue enseñada por Pelagio, Molina y Arminio, entre otros, en la historia de la iglesia. En la filosofía secular es llamada la perspectiva “incompatible” (ver nota 12) o “libertaria”. [16] Aun los arminianos deben admitir a regañadientes que Dios, en algún sentido, controla nuestras libres determinaciones. Ellos pueden escapar a esta conclusión solamente moviéndose hacia posiciones aun mayoritariamente nobíblicas, tales como la teología en proceso. Vea la discusión de la soberanía divina en el cap. 2 [17] De haber dicho esto, él no hubiera estado tan equivocado, aún sobre una base calvinista. Pues los calvinistas también aceptan la importancia de: la elección humana. La pregunta es si esa elección es en sí misma un don de Dios. De haberse referido Pablo a la elección humana en este contexto, el simplemente hubiera evadido este punto. [18] Por supuesto, los libertarianos generalmente admiten que nuestro carácter y deseos “influencian” nuestras libres decisiones, pero sin “determinarlas”. Sin embargo, lo que eso generalmente significa es que el carácter y los deseos limitan de alguna manera las alternativas disponibles para la libre decisión y, tal vez, nos inclinan a escoger en una u otra dirección. Pero, en esta perspectiva, por supuesto podemos elegir en contra de la inclinación, y esa elección emerge, nuevamente, como puro accidente. Por lo tanto, aún con estas calificaciones una persona puede hacer una “decisión libre” que esté absolutamente fuera de carácter y simplemente al azar. [19] Si no, entonces son evidentemente accidentes y el argumento del párrafo previo les concierne. [20] Vea Hick, El Mal y el Dios de Amor (New York: Harper & Row, 1966). [21] Teodicea significa literalmente “justificación de Dios”. Se usa para describir soluciones propuestas al problema del mal. [22] Londres: Geoffrey Bles, 1940. [23] El lector puede observar que varias de las defensas propuestas fallan en tomar en cuenta bien sea la bondad de la creación original o la perfección del cielo o ambas. Una defensa adecuada o teodicea debe ser consistente con estas enseñanzas bíblicas. [24] Van Til, La Defensa de la Fe (Filadelfia: Presbiteriana y Reformada, 1955; 2da. ed., 1963), 182-87. [25] Filadelfia: Presbiteriana y Reformada, 1961, 238-41. [26] Sin embargo, aún con esta declaración, hay problemas. Si Dios en su providencia “concurre” con segundas causas, manteniéndolas y dirigiéndolas a sus efectos, entonces la distinción entre causas directas e indirectas no se puede hacer fácilmente. [27] Pero sobre esta base, tampoco sería equivocado para Dios causar el mal directamente. Eso es por lo cual yo dije que este argumento hace que el argumento de la causa indirecta no venga al caso. [28] John Murray dijo que la diferencia entre las dos maneras de buscar la semejanza de Dios es como el filo de una navaja; al tiempo que hay, de hecho, una profunda sima entre ellas. [29] Singularmente, Clark, quien es generalmente acusado de ser un realista platónico, en este punto se desvía hacia lo opuesto, al realismo, denominado nominalismo. Los nominalistas extremos sostienen que las leyes bíblicas no fueron reflejos de la naturaleza de Dios, sino meramente requerimientos arbitrarios. Dios podía tan fácilmente haber ordenado el adulterio como haberlo prohibido. Una vez yo mencioné esto en una carta a Clark y el apreció la ironía, pero no dio una respuesta. ¿Por qué, me pregunto, no se ocupó él de la ley moral en la misma forma que lo hizo con la razón y la lógica en, por ejemplo, El Logos Juanino (Nutley, N.,/.:Presbiteriano y Reformado, 1972)?. Allí el argumentó que la razón/lógica de Dios no estaba ni por encima de Dios (Platón) ni por debajo de Dios (nominalismo), sino (la naturaleza racional propia de Dios). ¿Por qué no tomó él la misma perspectiva de las normas morales de Dios? [30] En lenguaje de Van Tillian, “Cuando considero el cristianismo con sus presuposiciones propias por consideración del argumento... ”


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